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[Piden la paz y se les concede] Pacificada tan brevemente la provincia de la alta Pimería, creyendo el padre Kino que las noticias de su alzamiento pudiese confirmar el concepto que se tenía de su infidelidad e impedir el progreso de su conversión, determina pasar a México a informar al virrey y a los superiores de la Compañía de los motivos que habían cuasi obligado a los infelices pimas a una demostración tan ajena de su genial docilidad y constante afición a los españoles. El éxito de su negociación veremos adelante.

En, lo interior de la provincia florecían con tranquilidad los ministerios espirituales con los prójimos, y la observancia regular en los claustros. El padre Pedro Matías Gogni, a instancias del venerable deán y cabildo de la Santa Iglesia de Guadalajara, hacía por este tiempo misión en el obispado. Corrió los pueblos de Teocualtichi, Xalostotitlán y algunos otros con mucho fruto, y mayor aun en las villas de Santa María de Lagos y Aguascalientes. En el primero de estos lugares pretendió impedir la misión el cura, no bien informado del estilo de nuestras misiones, y creyendo acaso, como algunos otros vecinos poco afición de cura el constante afecto y piedad de don Andrés de Sanromán, uno de los más distinguidos republicanos; que conociendo la necesidad que tenía la villa de aquel espiritual socorro, ofreció a los padres su casa y aun les envió todo el avío necesario para pasar allá. El cura se desengañó bien presto; y ayudó a recoger las redes llenas, a que apenas bastaban muchos operarios. En Aguascalientes había sido desde mucho tiempo antes general el afecto a la Compañía, y aun se había tratado de fundar allí un colegio. Este deseo se suscitó nuevamente al sentir el provecho de la misión; pero lo impidieron no pequeñas dificultades con noble sentimiento de su celoso beneficiado don Martín de Figueroa, uno de los más interesados en aquella pretensión.

[Muerte del padre Pedro Echagoyen] En la Casa de la Profesa de México falleció con consentimiento de toda la provincia el padre Pedro Echagoyen, natural de San Luis Potosí, de esta América septentrional, después de haber obtenido los primeros cargos de la provincia. Fue dos trienios continuos maestro de novicios, rector del colegio máximo, prepósito de la Casa Profesa y procurador a Roma y Madrid, de austera y constante penitencia, y muy continuo trato con Dios, a que daba la mayor parte de la noche. La mortificación de sus sentidos y singularmente de la vista resplandeció mucho   —89→   en su viaje a la Europa: toda la grandeza, antigüedades y preciosidades de Roma, no fueron bastantes, para hacerlo interrumpir su retiro y hacerle gozar de la recreación que ofrece aquel gran teatro. Probole Dios en sus últimos años con varios y dolorosos accidentes, de que lentamente consumidor a los 70 años de su edad, pasó de esta vida el 3 de junio.

[1696] A los principios de enero siguiente de 1696, aunque no de tan remotos términos y tan diversos caminos, llegaron en un mismo día a México los padres Zappa, Salvatierra y Eusebio Francisco Kino: el uno de Guadalajara, y el otro de la Pimería. Por el mismo tiempo, a 8 de enero, se abrió nuevo pliego de gobierno en que vino señalado provincial el padre Juan de Palacios. Uno y otro misionero comenzaron a practicar con el nuevo provincial y con el señor virrey, conde de Galve, todos los oficios conduce feliz éxito de sus pretensiones. El padre Kino consiguió hacer patente la injusticia que se hacía a los pimas en imputarles los robos y muertes, de que solo eran autores los apaches. Representó que en el próximo alzamiento los culpados eran unos capitanes de los presidios, demasiadamente orgullosos. Mostró claramente la iniquidad conque habían sido atropellados los habitadores de Mototicatzi, y obtuvo sentencia a favor de sus pimas y orden para que fuesen restituidos a sus tierras. Obtuvo del padre provincial cinco misioneros, aunque por nuevas dificultades que después se ofrecieron, solo llevó consigo a su vuelta al padre Gaspar Varillas.

[Vuelve el padre Kino a la Pimería, y solo lleva al padre Varillas] En este viaje, caminando para la Taraumara en compañía del capitán don Cristóbal de León y algunos otros españoles; aconteció, que pasando por cerca de una misión se apartaron los padres a saludar al ministro de aquel partido. En este intermedio los salteadores apaches cayeron sobre aquel convoy en tanto número, que a pesar del valor con que se defendieron, todos los españoles e indios arrieros, quedaron sobre el campo. El padre Kino y su compañero, reconociendo la amorosa Providencia que los había preservado de aquel riesgo, para la salvación de muchas almas, llegaron a la Pimería a la mitad de mayo. Pasó luego con el nuevo misionero a Tabutama y a Caborca. El padre Gaspar Varillas escogió esta segunda, tan frescamente regada con la sangre del padre Francisco Javier Saeta, circunstancia que le animaba al trabajo y le aseguraba juntamente del logro.

No fue tan feliz el padre Salvatierra: por diligencias que hizo tanto   —90→   con el excelentísimo señor virrey como con el padre provincial, no pudo conseguir la licencia que pretendía para entrar a California; empresa que después de tantos costos inútiles se tenía ya por imposible; antes se halló con un nuevo impedimento por venir destinado de nuestro padre general por rector y maestro de novicios en el colegio de Tepotzotlán. Cerrados así en México todos los caminos, no desmayó el padre Juan María, antes volvió confiadamente los ojos a Guadalajara, en que el fiscal de la real audiencia don José de Miranda y Villagrán, noble y piadoso caballero, conocía íntimamente su celo y lo favorecía cuanto era posible. Aconsejó a este ministro, y él practicó luego en 17 de julio, un informe al señor virrey de la grande utilidad de aquella conquista, y comodidad que entonces se ofrecía por los muchos barcos que frecuentemente entraban al buceo de las perlas. Este informe aunque por entonces no surtió efecto alguno, no dejó de servir mucho en lo sucesivo. Por el presente se contentaba el padre Salvatierra con la licencia de la religión, confiado en que aunque de las cajas reales no se le diese socorro alguno, se lo franquearla el Señor por la intercesión de la Virgen de Loreto, a quien desde el principio había constituido patrona de aquella grande empresa; pero aun esta se le hacía cada día más difícil. A pocos meses de retirado de Tepotzotlán el padre Salvatierra, pasó por aquel colegio a la vista de los de tierra dentro el padre provincial Juan de Palacios. En los pocos días que allí se detuvo le acometió un furioso dolor de costado y tabardillo. Suplicando al padre Salvatierra lo encomendase con sus novicios a la santísima Virgen, le respondió resueltamente que no tenía que esperar la salud mientras no le prometiese a la santísima Virgen dar la licencia para la conversión de la California. Respondió el padre provincial que aquel negocio no dependía de solo su arbitrio, que debía atender al dictamen de la consulta; pero que sin embargo haría cuanto estuviese de su parte para su feliz éxito. Bajó el padre Salvatierra con los hermanos novicios a la santa Casa de Loreto que allí había edificado su íntimo amigo y compañero el padre Zappa, y hecha oración subió la imagen Lauretana al aposento del padre provincial, que luego comenzó a mejorar y a poco tiempo se vio libre de riesgo. Volviendo a convalecer a México llevó consigo al padre Salvatierra para que propusiese personalmente a la consulta con las razones en que fundaba el buen éxito de sus designios. Hízolo el padre con toda la viveza y energía que le inspiraba su celo; sin embargo, nada pudo conseguir   —91→   de los padres consultores y volvió a Tepotzotlán, donde redoblando con los hermanos novicios sus fervorosas oraciones, esperaba alcanzar de Dios lo que antes se le dificultaba de parte de los hombres. No le engañó su vivísima confianza. A fines de diciembre se halló llamado a México del padre provincial: se le dijo que finalmente se había determinado darle la licencia para la entrada en California; pero que en las circunstancias no se podía pretender limosna alguna de las cajas reales, ni el virrey y ministros de la real audiencia se hallaban en ánimo de concederla; que a su cargo estaría solicitar los medios necesarios para el transporte, subsistencia y seguridad de los primeros misioneros.

[Dase licencia al padre Salvatierra para pasar a la California] A esta gustosísima noticia había precedido pocos meses antes otra no menos ardientemente solicitada del padre Salvatierra. Desde el al año antecedente en que gobernaba el colegio de Guadalajara había pretendido fundar en aquella ciudad un colegio Seminario para el mejor logro de los estudios. Ayudábanle para su intento con su limosna algunos bienhechores, y singularmente los nobles señores don Diego y don Juan Arriola y Rico, canónigo magistral de aquella santa Iglesia, que fundaron efectivamente varias becas. [Fundación del Seminario de Guadalajara. Año de 1696] Presentose el padre Juan María al señor doctor don Alonso Zevallos Villa-Gutiérrez, gobernador del nuevo reino de Galicia, y presidente de aquella real chancillería, quien con dictamen del fiscal, en 25 de junio de 1695 proveyó auto en que concedía su licencia para la dicha fundación. No se pudo llevar a debido efecto con tanta brevedad que no espirase antes el trienio del gobierno del padre Salvatierra; pero animando este desde México y avalorando de nuevo el negocio, tanto den los superiores de la Compañía como con el fiscal don José Miranda, y otros sujetos distinguidos de Guadalajara, consiguió que a 11 de febrero del año que tratamos, se despachase nuevo decreto con inserción del primero en que dicho gobernador y presidente da y concede licencia para que se erija y funde dicho colegio Seminario de estudiantes en la parte que se ha determinado, siendo en conformidad de lo dispuesto por leyes reales en atención a la utilidad que a todo el reino se sigue de que en dicho Seminario se eduquen, críen y recojan los hijos de los vecinos de él, y al fervor, provecho y frecuencia que se experimenta en los estudios mayores y menores que en el colegio de la Compañía, a expensas de sumo trabajo y desvelo de los religiosos de él, se mantienen y conservan con tanto lustre, para cuyo efecto, como   —92→   vice-patrono de todo aquel reino por lo que toca a lo gubernativo de él, mandó que aquel despacho sirviese de título en forma para la fundación de dicho Seminario. Con dicha licencia en 28 de julio del mismo año de 1696 se tomó posesión de las casas que hacían esquina con la puerta reglar de dicho colegio, y en que fueran introducidos por primeros seminaristas y fundadores: don Diego Alcázar, don Gerónimo Montes de Oca, don Ignacio de Soto Zevallos, don Francisco y don Cristóbal Mazariegos, don Miguel Ruiz Galindo, don Pedro Pérez de Vergara, don Pedro de Tapia y Palacios, y don José López de Mercado.

[Hostilidades en las misiones de las de las naciones confederadas] Entre tanto proseguían en las misiones del Septentrión los continuos sustos y hostilidades de las naciones confederadas, janos, jocomes y apaches. Agregáronseles por algún tiempo algunas rancherías de conchos; pero reprimidos oportunamente por el teniente Antonio de Solís, y ajusticiados algunos en Nacorí, donde habían cometido los primeros insultos, se sosegaron bien presto. Aun causó mayor cuidado la voz que corrió no sin fundamento ya a los fines del año, que se habían convocado para una sublevación general todos los pueblos de Taraumara y de Sonora. Era la alma de esta conspiración un indio apóstata llamado Pablo Quihue; gobernador que había sido del pueblo, de santa María Basieraca, indio ladino, demasiadamente verboso, y naturalmente elocuente, capaz de dar grande apariencia de verdad a los asuntos más inverosímiles; enemigo oculto de los españoles y tanto más temible cuanto sabía según las circunstancias reprimir su rencor y encubrirlo con el más profundo disimulo. Este comenzó a esparcir entre su gente rencores sediciosos. Decíales que habiéndose los de Sonora sometido voluntariamente a la dirección de los padres, poco a poco en sesenta años se había llenado la tierra de soldados, de presidios, de haciendas y de familias de españoles, que en lugar de agradecerles el beneficio de haberlos recibido en su país, se apoderaban del terreno, y aun de sus personas para servirse como de esclavos. Que sus vacas, carneros, caballos y aun sus mujeres y sus hijos habían de estar a su disposición. ¿De qué nos sirven (decía) sus presidios y sus armas? ¿No nos dicen a cada instante que son para defendernos? ¿No nos dicen que vivamos tranquilos en la verdadera religión, en la obediencia del rey y en vida política y civil? Esto nos cantan en sus primeras entradas. Nosotros, insensatos, los recibimos como unos hombres vencidos del cielo para nuestro bien. Pero, ¿cuál   —93→   es el cumplimiento de estas magníficas promesas? Ya lo veis. Muchos años ha que asolan nuestro país los apaches, los jocomes y los janos, talan nuestros campos y roban nuestros ganados. ¿Y nos han defendido sus presidios? ¿Nos han protegido sus armas, o por mejor decir, no les ha sido este un medio, para destruirnos? ¿Han sido más los sonoras, los pimas, los taraumares, los conchos que han muerto a las flechas de los apaches; que los que han perecido inhumanamente a sangre fría a manos de les españoles? Al menor ademán que ven o imaginan ver en nosotros los ya reducidos, luego somos apóstatas, traidores a Dios y al rey, enemigos de la patria, parciales de los apaches, o participes y cómplices de sus robos. Al instante se arman contra los desarmados, queman, ahorcan, degüellan. ¿Se hace otro tanto con los apaches y con los sumas? ¿Les han visto muchas veces la cara a estos valientes? ¿Les han quitado muchas presas? ¿Harían más en nuestro daño nuestros enemigos que lo que hacen nuestros protectores? ¡Tales eran los discursos de este apóstata!17. Verosímilmente si se hubieran seguido sus disposiciones y sus consejos habría acabado con todo el nombre español y con toda la cristiandad de aquellas vastísimas provincias; pero una particular providencia permitió que encendidos los ánimos demasiadamente con semejantes razonamientos, los pueblos de Cuquiarachi, Cuchuta y Teuricatzi prorrumpieran antes de tiempo, sin dar lugar a madurar sus perversos designios. Los moradores de los dichos pueblos repentinamente se apoderaron de todos los ornamentos, alhajas de iglesia y demás cosas portátiles, y huyeron a los montes.

Esta precipitación trastornó todas las ideas y medidas del Quihue, Luego que se supo se pusieron en camino las compañías, y apenas acababan de respirar de la expedición de los conchos. El general don Domingo Gironza, y los capitanes don Juan Fernández de la Fuente y don José Zubiate, que se hallaban más cercanos acudieron con diligencia: esta no impidió del todo; pero a lo menos disminuyó en gran parte el daño, haciendo que se sofocase sin reventar mucho material   —94→   de aquella mina. Por lo que mira a los pueblos, alzados, por tres ocasiones diferentes obligados de la necesidad, prometieron la paz y volvieron a sus pueblos, nunca con sinceridad y buena fe según manifestó el suceso, hasta que finalmente en el día de la inmaculada Concepción, vino a conseguirse una paz firme y constante, después acá en los dichos pueblos de Taraumara. Algunos otros, juntos con los sonoras a cargo del cacique don Pablo, perseveraron más tiempo en la deserción y no vinieron a rendirse hasta cuasi mediado del año siguiente de 1697. [1697] Pudo mucho para su perfecta reducción el valor de los taraumares, serranos, guazaparis y cutecos, antiguos discípulos del padre Juan María Salvatierra. Estos buenos neófitos no solo no accedieron a los perversos consejos de sus naturales, sino que antes en número de setecientos (según escribe el mismo padre) acometieron a los amotinados con pérdida de solo ocho de los suyos, y muchos de los enemigos18. Emprendieron esta acción sin socorro alguno de los españoles, y con igual obstinación de una y otra parte. Duró la batalla desde la mañana hasta la noche: fueron todos a la guerra (dice en carta propia el padre Salvatierra) con su rosario, y fue cosa que notaron aun los mismos indios que ninguno quedó herido de la cintura arriba, con lo que se enfervorizaron mucho en la devoción del rosario, y tenían a gloria grande los parientes de los difuntos en habérseles muerto alguno de los suyos en defensa de la fe. Hasta aquí el padre Salvatierra, que por este tiempo se hallaba ya en la costa de Sinaloa esperando ocasión de trasportarse a su amada California. El modo sensible con que el cielo favoreció esta empresa necesita de más circunstanciada relación.

Luego que el padre Juan María se vio autorizado con la licencia del padre provincial para emprender aquel viaje, no pensó más que en buscar como se le mandaba los socorros necesarios. Entre muchas ricas y piadosas personas que ya desde antes le habían ofrecido su ayuda, juntó en breve tiempo la cantidad de catorce mil pesos. Se singularizó la piedad de los nobles señores don Alonso Dávalos, conde de Miravalle, y don Mateo Fernández de la Cruz, marqués de Buenavista, que dieron luego cada uno mil pesos efectivos. De los otros trece mil los tres se juntaron efectivos, y los diez en promesas de diferentes   —95→   republicanos. Don Pedro Gil de la Sierpe, tesorero de Acapulco, prometió una galeota para el trasporte, y dio desde luego a la misión una lancha grande. A costa de no pocas vergüenzas y desaires que tuvieron que tolerar al principio los padres Salvatierra y Juan de Ugarte, que se le dio desde luego por compañero, juntaron otros nueve mil pesos que ofrecieron algunos piadosos para los cinco primeros años. La ilustre congregación de los Dolores, fundada en el colegio de México algunos años antes, a diligencia del padre Vidal su fundador, y primer prefecto, dio diez mil pesos para que con sus réditos se sustentase uno de los misioneros, y para otros dos dio veinte mil. Don Juan Caballero de Ocio, presbítero de Querétaro, de quien hemos ya hablado en otra parte, y a cuya magnífica piedad eran deudoras cuasi todas las obras de la gloria de Dios que se emprendían en su tiempo, no contento con esta cuantiosa limosna, ofreció al padre Salvatierra pagar cuantas libranzas viniesen de Californias firmadas de su mano. Sobre tan sólidos cimientos se pasó a pretender del excelentísimo señor don José Sarmiento y Valladares, conde de Moctheuzoma, que ya desde fines del año antecedente gobernaba el reino, la necesaria licencia para aquella expedición. El fiscal del rey se opuso fuertemente, fundado en las últimas cédulas reales que vedaban intentar de nuevo cosa alguna en California. El padre Salvatierra respondió breve y sólidamente, que la intención de su majestad no era ni podía ser cerrar las puertas de la salud a los infelices californios: que la prohibición era para el tiempo que durase la rebelión de los taraumares, en atención a los grandes costos que las dos cosas juntas causarían al real erario: que en la actualidad ni había guerra alguna en aquellas provincias ni en la conquista intentada de Californias se gastaba o pedía cosa alguna al fisco real. [Concédese al padre Salvatierra por el virrey que pase a las Californias] En consecuencia de esta representación en día 5 de febrero, concedió el señor virrey su licencia para que los padres Salvatierra y Eusebio Kino pasasen a llevar a la California la luz del Evangelio, sin que por tanto gastasen ni cobrasen cosa alguna del real erario. Se les mandaba tomar posesión de ta tierra en nombre de su majestad: concedíase a los padres que pudiesen nombrar justicias entre los mismos naturales para el gobierno político; que pudiesen llevar a su costa soldados de escolta, elegir cabos y removerlos, dando cuenta a su excelencia, y que dichos cabos y soldados gozasen todas las exenciones y privilegios de los demás presidiarios. Este despacho se entregó al padre Salvatierra el día 6 de febrero,   —96→   y al siguiente dejando por procurador de los negocios de la misión al padre Juan de Ugarte, salió de México a entregar el colegio de Tepotzotlán al padre Sebastián Estrada. Por semana santa llegó a Sinaloa, y no permitiéndole su celo estar ocioso aquel tiempo que tardaba la galeota en llegar de Acapulco a la embocadura del Yaqui, pasó a visitar a sus antiguos hijos los baroios, guazaparis y serranos que halló muy firmes en la fe. Ya volvía cuando tornó a encenderse en los taraumares el fuego de la sedición, de que hablamos poco antes. El padre Salvatierra llevado de su caridad voló al consuelo de los padres Nicolás de Prado y Martín Venavides, con grandes peligros (dice el mismo padre) de asaltos y rebates continuos, tanto que la víspera de nuestro santo Padre creí que era el último de mi vida. En 16 de agosto salió para la costa, donde el 14 después de no pequeños riesgos había llegado la galeota. Mientras se proveen de nuevos bastimentos y se espera al padre Kino que estaba en la Pimería, y que finalmente no pudo ir, pasaron cerca de dos meses hasta el 10 de octubre en que honra la Iglesia la memoria del santo fundador de la provincia de México, y en que sin esperar a otro nuevo compañero se hicieran a la vela. [Número de personas con que entra el padre Salvatierra en Californias, año 1697] La tropa de los conquistadores se reducía, fuera del padre, a ocho personas, cinco españoles y tres indios. Algunos otros que quisieron acompañarle las detuvo el alzamiento de los taraumares en aquella provincia. Al tercero día de viaje, sábado, y dedicado particularmente a la Virgen santísima en la santa imagen del Pilar de Zaragoza, dieron vista a la California, aunque no desembarcaron enteramente, y, de asiento, digámoslo así, hasta el siguiente sábado 19.

[Desembarca y toma posesión de la tierra en nombre del rey de España] Para el establecimiento de este real prefirieron la bahía de San Dionisio a la de San Bruno, donde apenas hallaron reliquias del antiguo real del almirante Atondo. Dentro de pocos días colocaron en una tienda de campaña la santa imagen de Loreto de que tomó después el nombre aquella población, y se tomó solemne posesión de la tierra en nombre de la majestad católica. El padre Salvatierra hacía a las veces diversísimos oficios, de gobernador, de capitán, de padre de familias, de capellán, y si se ofrecía, de cargador y cocinero, sazonando por sus mismas manos el maíz y pozole que diariamente repartía a los gentiles para atraerlos a la doctrina. Esta rezaba cada día con ellos por una especie de catecismo que había trabajado el pudre Kopart, y entretanto iba poco a poco haciéndose dueño de su idioma. Los primeros   —97→   días se pasaron con alguna tranquilidad hasta que vuelta al Yaqui la galeota, la codicia de apoderarse de todo el maíz, tentó a los salvajes, de suerte que resolvieron deshacerse de los pocos que lo guardaban. A costa de algunos sustos se pasaron los días primeros de noviembre; avisado siempre el padre Salvatierra por un cacique enfermo, de quien hablaremos luego. [Acometen los californios a los que habían desembarcado y son rechazados] En dicho día 13 poco después de medio día, acometieron por cuatro partes los indios, divididos en otras tantas naciones, de laimones, monquiscaves y diduis. Comenzaron a llover dentro de la trinchera piedras y flechas. Los pocos defensores, por consejo del padre Salvatierra, o no se valían de las armas de fuego, o disparaban al aire solo para atemorizar a los indios. Prosiguieron de esta suerte cerca de dos horas; hasta que o de cansados, o para tomar nuevo aliento, cesaron como un medio cuarto. Después de esto volvieron a la carga con mayor furia y algazara. A los nuestros, que solo había estado sobre la defensiva, les fue ya forzoso asegurar los tiros. El alférez don Luis de Torres que mandaba la acción dio orden que se disparase un pedrero que habían traído de la galeota; pero reventó este con grande peligro del afuero y del padre Salvatierra y, mayor atrevimiento de los sitiadores: decían que si no mataba el pedrero grande, menos daño harían los pequeños fusiles. En esta confianza avanzaron hacia la trinchera, como seguros ya de la victoria, con el mayor esfuerzo. Ya cuasi estaban a tiro de fusil cuando el padre Juan María, que no podía resolverse a ver morir a alguno de ellos sin bautismo, avanzó algo hacia ellos exhortándolos a sosegarse y apartarse de allí. A este amoroso consejo respondieron con tres rechazos, que por misericordia del Señor no te hicieron algún daño. Retirose el padre, y estando ya los bárbaros a las manos, fue preciso hacerles fuego. Comenzaron a caer por todos cuatro lados, heridos muchos y algunos muertos, con tanto asombro de los demás, que al instante como de concierto los cuatro trozos volvieron las espaldas y ganaron el monte. No se aseguraban aun los muertos, y antes se prevenían para algún nuevo avance, cuando vieron venir hacia el real al cacique enfermo, y a poco rato una tropa de mujeres afligidas y llorosas trayendo en serial de paz a sus hijillos, que aun quisieron dejar algunos en el real. Se admiraron mucho de ver que ninguno de los nuestros hubiese muerto o quedado auto levemente herido, porque dos que lo estaban pudieron con facilidad disimularlo. De nuestra parte se pasó la noche con extraordinario consuelo de todos dando   —98→   gracias al Señor y a su soberana Madre por haberlos libertado de riesgo semejante, y dado a diez o doce hombres valor y fuerza para resistir a quinientos bárbaros. Atribuíanlo a milagro de la Virgen Lauretana, y se confirmaron más en esta opinión, viendo que de innumerables flechas de que estaba regado el suelo, ninguna había tocado a la santa cruz ni al pabellón que servía de tabernáculo a la sagrada imagen19.

[Descúbrese la yuca para hacer pan en California] Al día siguiente de la batalla descubrieron la yuca de que se forma el casabe, cosa que causó a todos mucho consuelo. Se colmó este con ver entrar al día siguiente, 15 de octubre, la balandra, y luego a pocos días la galeota, cargadas de provisiones a costa de la diligencia del padre Salvatierra y de la caridad de los padres misioneros del Yaqui. La balandra desde el tercero día de navegación, 12 de octubre, había desaparecido con seis hombres, y apenas quedaban ya esperanzas de volver a verla. [Llega a la península el padre Piccolo] En la galeota venía por compañero del padre Salvatierra, en lugar del padre Kino, el padre Francisco Piccolo, misionero antiguo y visitador que había sido de las misiones taraumaras. Había obtenido de nuestro muy reverendo padre general licencia para pasar a California luego que se diese licencia del excelentísimo señor virrey para aquella expedición, y así no pudiendo faltar a la Pimería el padre Kino, había sucedido en este ministerio apostólico. Hasta este tiempo no se habían hecho en California sino muy pocos bautismos. El primero fue el de un cacique del antiguo real de San Bruno. Este mismo día que desembarcaron los españoles vino a ellos preguntando por el almirante y por los tres padres que habían estado en su compañía: hablaba algunas palabras en castellano y conservaba pocas luces de los misterios de la fe. La desnudez con que venía manifestó a los españoles un horrible y vergonzoso cáncer. Con este motivo se quedaba a dormir dentro del real mientras se instruía perfectamente. Era muy fiel a los españoles, y daba aviso al padre del menor movimiento que observaba   —99→   en sus naturales. [Bautismo de un cacique] Se bautizó solemnemente el día 11 de noviembre con el nombre de Manuel Bernardo Hó, que era el que tenía en su gentilidad, y en su idioma significa el Sol. A pocos días se bautizó un hijo suyo de cuatro años, a quien se dio el nombre de Bernardo Manuel para satisfacer así a los deseos de los excelentísimos señores virrey y virreina de México que habían pedido al padre Salvatierra fuesen esos los nombres de los primeros que se bautizasen en California. A otros dos párvulos se confirió el bautismo, llamándolos Juan y Pedro, en memoria de los dos insignes bienhechores de la misión don Juan Caballero de Ocio y don Pedro Gil de la Sierpe. Habiendo de volverse la galeota para Acapulco, escribió el padre Salvatierra cartas llenas de reconocimiento, celo y alegría a estos señores, y al ilustrísimo señor don García de Legaspi, obispo de la Nueva Galicia, a quien confiesa deber mucho aquella misión por haber costeado el transporte del padre Francisco Piccolo, y escrito al padre Salvatierra ofreciéndole su amparo y protección para el éxito feliz de la conquista. Al padre Juan de Ugarte escribió juntamente una larga relación que tenemos de su letra, de donde hemos tomado cuanto aquí va escrito.

Sin apartarnos aun de la California, supuesto que los apostólicos sudores de los hijos de la Compañía han dado toda esta vastísima región a Jesucristo y a la corona de nuestros católicos reyes, no sería fuera de propósito decir alguna cosa de la situación, temperamento o historia natural de la California, como también del genio, carácter, costumbres y religión de sus habitantes; pero en esto está bastantemente satisfecha la curiosidad del público con la obra del padre Miguel Venegas que redujo a compendio el autor de las noticias de California, hombre de gusto exquisito y de feliz explicación. Una u otra cosa pudiéramos añadir por lo que mira a la parte meridional de la California tomada de la curiosa relación que tenemos manuscrita del padre Ignacio Tyrsk, misionero de aquellas partes; pero lo dejamos para mejor ocasión. En cuanto a los hechos históricos que traen las noticias de California no podemos omitirlos absolutamente; mas habiendo de concurrir en la substancia no dejarán de percibir los lectores atentos que trabajamos sobre materiales más copiosos y más auténticos que los que pudo haber a las manos el padre Miguel Venegas, o su curioso compendiador.

Dijimos antes como por compañero del padre Salvatierra había   —100→   sido señalado el padre Eusebio Kino. Este grande hombre que había encendido en el ánimo del padre Salvatierra los primeros deseos de aquella empresa, esperaba con impaciencia el instante en que se le concediese la licencia de pasar otra vez a aquellos países. Efectivamente, luego que recibió esta alegre noticia por carta de los superiores y del padre Juan María que le esperaba en Sinaloa, se puso en camino no sin gravísimo pesar de sus amados pimas. [El general de las armas opone a que el padre Kino salga de la Pimería] Este se manifestó de tantos modos, y eran tales las circunstancias en que se hallaba aquella nueva cristiandad con la vecina sedición de los taraumares y sonoras, que el general de las armas don Domingo Gironza Petrus de Crussat y el padre visitador Horacio Polici tuvieron por conveniente de tenerle, y no exponer a tal riesgo a tantos millares de almas que o ya estaban reducidas a pueblos, o se reducirían muy breve por los sinceros deseos que manifestaban de recibir el bautismo. Uno y otros escribieron al excelentísimo señor virrey y al padre provincial que el padre Kino era el primer padre de la Pimería, la columna de aquella nueva Iglesia, el consuelo y el defensor de aquellos pobres: que su dulzura, su celo, su actividad, era el vínculo y freno que tenía a raya naciones tan numerosas, y las atraía suavemente al yugo de la fe y de la obediencia: que en la actualidad, no bien apagadas las cenizas del primer motín, no bien depuestas por los capitanes vecinos las sospechas, aunque injustas, que siempre habían tenido de ellos, y solicitados por otra parte de los comarcanos sonoras y otros alzados, seguramente se animarían todos los pueblos en que aunque había otros misioneros, era el Padre Kino el ejemplar, el muelle y alma que lo ponía todo en movimiento. En consecuencia de esta representación, se aprobó en México lo obrado por el visitador, y en lugar del padre Kino, paso a la California el padre Francisco María Piccolo. Y cuanta verdad fuese lo que se decía del padre Kino, se manifestó más que nunca en la ocasión presente. Nunca habían recibido los pimas mayor daño de los jocomes y apaches; y nunca sin embargo habían estado más vivas en algunos españoles las sospechas de que eran amigos de ellos y cómplices de sus robos y hostilidades.

En principio de enero habían quemado el pequeño pueblo de Jesús María: el 25 de febrero se arrojaron sobre el pueblo de Cocospera; en 30 de marzo saquearon la ranchería de Santa Cruz del Cuervo, bien que les costó muy caro el triunfo. El cacique de Quiburi, llamado Coro, distante solo legua y media, tuvo aviso de esta invasión, y de la tranquilidad y negligencia con que los bárbaros gozaban el fruto de su   —101→   victoria. Al instante con toda su gente, que el general días antes había mandado tener pronta, y otros muchos que en busca de padres habían venido desde San Javier del Bac, voló a Santa Cruz, cercó a los enemigos, y con muerte del principal cacique de los jocomes, llamado Copoteari, puso a los restantes en fuga. Los esforzados pimas siguieron el alcance por algunas leguas, sin más pérdida que cinco de los suyos. De los enemigos murieron casi todos cuantos habían quedádose en el Cuervo, sin que se les escapasen (dice el padre Kino en relación firmada de su puño) sino seis que iban en buenos caballos, hurtados de Cocospera. El mismo padre dice haber encontrado después de algunos días cincuenta y cuatro cadáveres, y en otra parte añade, que los muertos pasaron de ochenta. Un moderno escritor hace subir hasta trescientos el número de muertos, y añade otras circunstancias a esta relación, que no sabemos de donde puede tenerlas.

Este golpe aseguró por algún tiempo la tranquilidad de la Sonora y Pimería, y aun forzó a los janos a que viniesen a pedir rendidos la paz a don Juan Fernández de la Fuente, capitán de aquel presidio. Sin embargo de un servicio tan importante, y una prueba tan incontestable de la fidelidad de los pimas, en este mismo tiempo se esparcieron en toda la Sonora voces de que el padre Kino pedía a los superiores le sacasen de allí con escolta, por haberle querido dar muerte sus indios: se añadía, que el cacique gobernador de Cocospera, llamado don Francisco Pacheco, había muerto a su mujer porque no declarase cierta conspiración que él tramaba contra los españoles. Una y otra mentira se desvaneció bien presto. El padre Kino, con sus cartas, desengañó luego a sus padres y capitanes. El cacique Pacheco trajo su mujer a Bacanutzi, y de allí a los Dolores, donde catequizada por el padre Kino, pasó luego a San Miguel de Toape, donde el mismo día del Santo, en la fiesta, y en el mayor concurso del pueblo, fue solemnemente bautizada con el nombre de Nicolasa, siendo su padrino don Nicolás de Linzo. No solo estaban en paz y en tranquilidad los indios ya reducidos a población y policía; pero aun de los gentiles sobaipuris, vinieron por segunda vez a fines de setiembre, camino de más de cien leguas, a pedir padres que les diesen el bautismo. Acompañados del mismo padre Kino, pasaron a Santa María Basieraca, donde se hallaba actualmente el pdre visitador Horacio Pelici: recibió este con suma complacencia los enviados, y prometió favorecer su pretensión. Con este motivo, persuadió al general don Domingo Gironza, que para   —102→   desvanecer enteramente las falsas preocupaciones que impedían la reducción de los pimas, enviase alguna compañía hasta lo más interior de sus tierras, y explorase la disposición de sus ánimos y reconociese si había en realidad algunos famosos almacenes y corrales, donde se decía que guardaban de concierto con los apaches todo el ganado y demás botín que habían llevado en trece o más años de guerra. Accedió el general a la propuesta, y nombró al capitán Cristóbal Martín de Bernal, para que con los tenientes don Juan Mateo Mange, don Juan de Escalante, don Francisco Acuña y don Francisco Javier de Barcelona y veintidós soldados, fuesen. El éxito de esta jornada, escribe el mismo capitán Cristóbal Martín al padre visitador en estos términos: «Muy reverendo padre: Acabo de llegar de la jornada, que por orden de mi gobernador hice a toda la Pimería en compañía del padre Eusebio Kino, habiendo caminado de día, y de vuelta más de doscientas sesenta leguas, entrando hasta los últimos sobaipuris del Nordeste, Norte y Nordeste, hasta el río Gila, y Casas Grandes, y más adelante hasta los confines de los opas y cocomaricopas. He hallado que toda esta nación está, no solo muy quieta y muy pacífica, y muy amante de la española, sino también muy deseosa de recibir el bautismo, y padres que piden para su instrucción. No hemos hallado el más mínimo rastro de las caballadas y ganados, que algunos sin fundamento han sospechado y aun siniestramente informado que allá dentro retiraban; antes supimos que en 15 de setiembre, dichos sobaipuris con los otros de San Javier del Bac, dieron albazo a los jocomes y apaches, en que mataron cuatro y cautivaron dos niños, que ahora me entregaron, y en 26 de octubre los pimas del capitán Coro de Quiburi, habían caído sobre diez y seis de los jocomes y muerto a trece de ellos. En todas partes nos han recibido con muchas demostraciones de alegría, y ofreciéndonos para el bautismo a sus párvulos en número de más de sesenta, y aun, de los adultos se hubieran bautizado muchos, si no lo rehusara el padre Kino. Hemos contado cerca de cuatro mil almas. Tienen my buenas y fértiles tierras, con acequias, y en algunas partes cogen sus cosechas de trigo, y han hecho casas de adobe y terrado para los padres que piden y esperan».

[1698] Esta expedición dio mucho crédito a lo que tantas veces gritaba el padre Kino; pero aun mucho más incontestable prueba dieron los pimas de su fidelidad en las invasiones que al siguiente año hicieron en sus tierras los enemigos. El padre Kino, aunque después de estas fatigas   —103→   había estado por algunos meses bastante enfermo; sin embargo, apenas mal convalecido trató de una nueva expedición. Noticiosos los superiores en la entrada en California del padre Salvatierra; y de los motivos que había para esperar se perpetuase aquella población, escribieron al padre Kino que reconociese si había por las costas de la Pimería algún sitio acomodado a que pudiesen arribar los barcos de California, y de donde surtirse de alimentos. Esto mismo le encargaba también el mismo padre Juan María. A este efecto, en 22 de setiembre, salió de Dolores con el capitán Diego Carrasco y algunos guías y llegó a San Andrés, de donde habiendo enviado correos a los opatas y cocomaricopas, torció el camino del Poniente con ánimo (dice el mismo padre) de subir un monte que estaba a la vista y divisar las tierras circunvecinas; y si ser pudiese, también las marinas. Puesto en camino el día 1.º de octubre, una violenta calentura le hizo volver a San Andrés. Fue este regreso de mucho consuelo para el padre, por encontrar a su vuelta los cocomaricopas, que aun antes de recibir su embajada habían venido a recibirlo a San Andrés. [Recibe el padre Kino a los cocomaricopas] Esta nación es de idioma y traje diferente de los pimas; pero muy semejante a ella en las costumbres, singularmente a ella en las costumbres, y singularmente en la mansedumbre y docilidad: los cuerpos robustos y bien proporcionados, y aun de mejor semblante. Su constante amistad y parentesco con los pimas, junto con las embajadas que de cinco años les había enviado el padre Kino, les habían hecho desear con ansias el bautismo. El buen misionero los consoló, prometiéndoles hacer cuanto alcanzasen sus fuerzas para el logro de sus deseos, y creado gobernador, capitán y fiscal; los despachó contentos a sus tierras. De aquí pasó la caravana a San Rafael de Actun, donde tomado el sol con el astrolabio, se halló el padre Kino en 52 grados de altura del sol. [Declinación del sol] Esta observación puede servirnos para corregir, como hemos procurado hacerlo, todos los antiguos mapas de la Pimería, puesto que siendo en San Rafael la altura del sol de 52 grados, y siendo por principios de octubre, en que se hizo la observación de 7 a 9 de 5º 29' 15, se hallará que dicha población debía ponerse justamente en 32º 30' 45 de altura del polo.

[Altura del polo de San Rafael] Llegados a San Mateo (digo San Marcelo de Soroydad) subió el padre a un cerro que llamó de Santa Brígida, por ser en su día, desde donde (dice) divisamos el muy cercano mar de California, con un puerto o bahía, que según su altura de 23½, poco más, debe ser el que los antiguos cosmógrafos en sus mapas, llamaron de Santa Clara; tiene la entrada   —104→   al Sudeste, y al Oriente tres cerritos pequeños. Desde la cumbre del cerro de Santa Brígida, que por sus muchos seburrales (o escorias) se conoce haber sido volcán grande, divisamos patentemente los arenales de desemboque del río Grande, y el fiscal nos enseñó donde el río Colorado se junta con el río Grande del Norte, que es como un día de camino, antes de que entrambos juntos entren en el mar de California. Por estar la mar brumada, no divisamos la cercana California, aunque la hemos divisado otras diferentes ocasiones, poco más abajo desde los cerros de1a Concepción de Caborca, donde la travesía será como de quince a diez y ocho leguas.

Hemos insertado a In letra este pasaje del diario del padre Kino, porque no se crea que sin fundamentos nos apartamos del autor de los Afanes apostólicos, que en su libro segundo, capítulo 7.º, hablando de este viaje, dice así: «Aunque en esta relación no expresa haber subido al volcán cerro de este nombre; pero en otras partes afirma por dos veces, que en este año de 1698, desde el cerro de Santa Clara reconoció como la mar de California terminaba y remataba en el desembarco del río Colorado, sin tener continuación alguna por donde pudiese comunicar con otros mares. Es muy natural que en este viaje hiciese este reconocimiento, aunque se olvidase, o su amanuense, de expresarlo en el papel». Sobre esta conjetura discurre este autor; pero el padre Kino no calla el reconocimiento, sino que expresamente lo niega; y aunque dice haber divisado otras veces el mar de California, no fue el año de 1698, sino el de 94, en compañía del capitán Juan Mateo Mange, ni desde el cerro de Santa Clara, sino del Nazareno de Caborca, y aun entonces no vio tanto, como lo hace ver el autor de los Apostólicos Afanes. Este viaje no continuó el fervoroso padre hasta la misma embocadura del río Colorado, como intentaba, por dificultades que le opusieron los compañeros y los guías. En todo él descubrió más de cuatro mil almas, reconoció y puso nombre a muchas nuevas rancherías, bautizó muy cerca de cuatrocientos párvulos y echando dádivas para los habitadores de las orillas del Gila y Colorado, hacia el Norte, y algunas prevenciones para continuar en otra ocasión la marcha, se volvió a Dolores en l8 de octubre, después de haber corrido más de trescientas leguas.

Así desde tan lejos, trabajaba el padre Kino para facilitar del modo que podía la reducción de la California. Esta nueva conquista, aunque con mucha lentitud, no dejaba de tener sus aumentos, y prometer   —105→   los mayores. Se había ya fabricado trinchera y cuanto bastaba para resistir a las débiles armas de los indios, una capilla y casas. A principios del año, llegaron cinco nuevos compañeros de las costas de Sinaloa, que voluntariamente se habían ofrecido al padre Salvatierra a seguirle en aquella empresa. Este aumento aseguraba más la colonia; pero al mismo tiempo hacía más escasos los alimentos, de que se comenzaba ya a tener necesidad, por falta de los socorros que se esperaban meses había de Nueva-España. A este cuidado, se añadía otro más ejecutivo por ciertos movimientos de inquietud que comenzaron a notarse en los indios. Dobláronse las centinelas de noche; veíanse algunos fuegos a alguna distancia del Real, y aun de día por las cañadas y cerros vecinos, se dejaban ver algunos trozos de gente armada, que, tal vez llegaron a desafiar los soldados con señas y alaridos. Sin embargo de que diariamente asistía un gran número a la doctrina, solían desaparecer repentinamente algunos caciques, y se temía no partiesen a convocar nuevas gentes. Con estas sospechas se vivió hasta los principios de abril, en que hubieron de manifestar sus perversos designios por un género de hostilidad, que menos se podía temer. El día 2 de dicho mes, a medio día, en que creyeron más descuidadas a nuestras gentes, robaron de la playa la pequeña canoa que dejaban por lo común varada en tierra, y llevándola monte adentro, la hicieron pedazos con piedras. No se supo del hurto hasta las tres de la tarde, en que al punto el capitán Luis de Torres, con otros nueve hombres bien armados, salieron en busca de los agresores. Encontraron unos pocos que daban muestras de venir a las manos; pero al mismo tiempo se retiraban. Siguiéndolos, se hallaron los fragmentos de la canoa, y por orden del capitán se destacaron cuatro hombres para registrar un lado del monte, mientras él con los demás, seguía por la playa el rastro de los fugitivos. El alférez don Isidro de Figueroa, que regía el pequeño destacamento, divisando unos cuantos indios, se empeñó en seguirlos con más valor que prudencia. A pocos pasos dio en una emboscada de más de cincuenta salvajes, que en breve pasaron de ciento. Comenzaron a llover flechas: no era posible retrocederá juntarse con el capitán en el lugar que habían convenido, ni los tiros de fusil podían percibirse marchando los demás por la playa, donde el ruido de las olas y el viento verte y adverso, disipaba el sonido. En este aprieto, disparando los fusiles con buen orden, determinaron mantenerse sin dejar acercar al enemigo. Quiso la fortuna que los dos primeros tiros se   —106→   empleasen en otros tantos bárbaros que avanzaban con más ardor, y quedaron fuera de combate. Esto contuvo a los demás para no acercarse. Sin embargo, teman a cada paso quedar envueltos de la multitud, y comenzaban ya a escaseárseles las municiones, cuando avisados de un fiel californio, que acompañaba a los tres españoles, llegaron el capitán y sus gentes. Los indios mantuvieron el combate hasta el anochecer, en que con sus pitos tocaron retirada, con pérdida de seis de los suyos, y dos de los nuestros levemente heridos. Esta victoria aseguró la tranquilidad por muchos días. Pasó todo abril y mayo, y ya era necesario alimentarse con taza, y de maíz en gran parte corrompido. Allegose el sentimiento de ver cuasi repentinamente desaparecer los más de los indios de la doctrina. La novedad causó no poco susto hasta que se supo ser aquella la sazón de la pitaya que iban a recoger al monten20. Los padres dispusieron hacer un novenario a la Santísima Virgen para alcanzar por su medio el socorro de que ya en gran manera necesitaban. No quedó engañada su genial confianza. El 19 de junio vino un indio al Real, diciendo que había visto una embarcación grande: ni se esperaba alguna embarcación de porte, ni el autor era muy de fiar, aunque lo repitió varias veces con grande aseveración. A poco rato avisó el centinela que de la cañada de enfrente había visto bajar unos hombres vestidos a la española. Dieron estos la deseada noticia del socorro que les venía en el navío del capitán don José Manuel Gardujo, y consistía en semillas, carne y otras vituallas, con las memorias de géneros y otros utensilios necesarios que enviaba el padre procurador Juan de Ugarte, y siete españoles de la Nueva Galicia, que venían a servir en aquella conquista. El barco estaba a tres leguas de allí en una Cada, donde habían surgido por error, hasta que unos indios que llegaron allá en balsas, les dieron noticia del Real, y uno que venía, se ofreció a conducirlos, quedando los demás en rehenes. Al día siguiente llegó la embarcación a la ensenada de San Dionisio, y el 21 saltó la gente en tierra. Por las cartas supo el padre Salvatierra como la liberalidad del señor don Juan Caballero le franqueaba aquel barco, que se ofrecía a comprar para la misión, como efectivamente   —107→   lo compró en doce mil pesos, aunque o por fraude, o por ignorancia del vendedor se perdió esta suma poco después con el barco, que gastados en su carena seis mil pesos, y perdida toda la carga de un viaje, di al través en el puerto de Acapulco. Por agosto de este mismo tiempo el tesorero don Pedro Gil de la Sierpe dio a la misión un barco llamado San Fermín, y una grande lancha con nombre de San Javier, que fueron en lo de adelante de mucha utilidad. Hasta entonces, ocupados los padres en aprender la lengua del país, y en las disposiciones necesarias para la subsistencia de la colonia, no habían bautizado sino algunos pocos párvulos y dos o tres adultos, uno de los cuales llamado en el bautismo Lucas, muy enfermo de asma, dejando en los pocos días que vivió cristiano raros ejemplos de fervor y piedad, pasó de esta vida con mucho consuelo y edificación, aun de los soldados y gente de mar, entre quienes se conservó por largo tiempo su memoria.

[Muerte del señor arzobispo Seijas, año de 1698] En México falleció este año, víspera de la gloriosa Asunción de nuestra Señora, el ilustrísimo señor don Francisco de Aguiar y Seijas. Entre los innumerables pobres y obras de piedad que fomentaba la nunca bastantemente aplaudida liberalidad de este prelado, uno de los más insignes y ejemplares que ha tenido esta metrópoli, era una de las principales una casa en que sustentaba a sus expensas las mujeres dementes fatuas a quienes su enfermedad y pobreza hacían andar vagabundas, no sin mucho riesgo de su honestidad. [Origen de la casa de mujeres dementes] Esta grande obra de misericordia emprendió el ilustrísimo el año de 1690, a ejemplo de un pobre oficial de carpintero. Llamábase este buen hombre José Sáyago, y comenzó por recoger en su casa a una prima de su mujer, a quien aconteció este trabajo por los años de 1697. Conociendo la piadosa familia el grande obsequio que hacían en esto al Señor, se animaron a recoger otra y otras, manteniéndolas y sirviéndolas cuanto alcanzaban sus cortas fuerzas. Noticioso de un tan grande ejemplo de caridad el santo arzobispo, pasó personalmente a la casa de Sáyago, y no menos edificado de su piedad, que lastimado de su pobreza, se ofreció a mantenerlas, pagándolas casa y alimentos. Con este socorro, el buen Sáyago se animó a tomar mayor casa, que fue enfrente de San Gregorio, y recoger en ella a otras muchas hasta el número de sesenta y seis. Así pasaron hasta el 14 de agosto de este año, en que por la muerte del ilustrísimo y pobreza de Sáyago, parecía haberse de arruinar aquella buena obra. [Se hace cargo de la casa de mujeres dementes el padre Juan Martínez de la Parra] En estas circunstancias el padre Juan Martínez de la Parra, prefecto de la ilustre congregación del Salvador con limosnas   —108→   recogidas, parte de sus congregantes, parte de otras personas devotas, se hizo cargo de mantener aquellas infelices, como lo hizo desde la de el mes de setiembre, hasta 1.º de marzo del siguiente año, en que se hizo cargo de esta obra pía la venerable congregación del Salvador. Se les compró casa propia y más capaz, en cuyo aderezo se gastaron cerca de siete mil pesos, con reconocimiento de un censo a la ciudad, cuyo era el sitio. Este censo remitió después la ciudad cuasi enteramente, contentándose con solo un peso cada año. Se consiguió asimismo merced de agua, y licencia para oratorio, en que se dice misa todos los días festivos por capellanía de cuatro mil pesos, fundación del piadoso caballero don Marcos Pérez Montalvo. Por los años de 1747 se reparó de nuevo la casa, y finalmente se aumentó considerablemente con ocasión de una epidemia del año de 1755, a solicitud de sus dos prefectos, eclesiástico y secular, en que se emplearon diez y ocho mil y cien pesos, donación por la mayor parte del señor don Miguel Francisco Gambarte, a cuya piedad, actividad y celo deba mucho lustre aquella congregación, de que por doce años ha sido prefecto21.

Volvamos a lo que se nos queda del año de 1698. Para el día 3 de noviembre, cumplidos los nueve años de la última congregación provincial, citó el padre provincial Juan de Palacios a los vocales en el colegio máximo. Fue nombrado secretario el padre José de Porras, prefecto de la venerable congregación de la Purísima, y el día 5 elegidos para procuradores los padres Bernardo Rolandegui, rector del colegio de San Ildefonso en Puebla, Nicolás de Vera y Francisco de Aguilar.

[1699. Muerte del padre Nicolás Andrade, fundador del Seminario de San Ignacio en Puebla] A principios del año siguiente entró en el gobierno de la provincia el padre Nicolás el padre Francisco Arteaga. En este primer año de su provincialato falleció en el noviciado de San Andrés el padre doctor Francisco Nicolás Andrade, natural de la Puebla de los Ángeles, que después de haber ilustrado su patria en el estado de sacerdote secular, dejando las grandes esperanzas que le daban su virtud, su literatura, su nobleza y caudal, se consagró al Señor en la Compañía, donde murió a pocos meses de novicio. Había el padre, aun antes de entrar en la Compañía, deseado   —109→   con ansia que fuera del Seminario de San Gerónimo se fundase en la Puebla otro colegio de estudios mayores, vecino al de san Ildefonso, adonde les era forzoso pasar diariamente a les cursantes con notable incomodidad y detrimento de los estudios. Vecino a la muerte, hizo renuncia de todos sus bienes, dejándolos a disposición del padre provincial Francisco de Arteaga, con quien tenía ya comunicados sus designios. Se hizo la renuncia conforme a la costumbre de la Compañía en 26 de agosto ante Francisco de Solís y Alcázar, escribano real y público.

El padre, provincial, que ya desde algún tiempo antes fomentaba los mismos pensamientos, compró con este fin algunas casas frente de San Ildefonso, que eran del alférez don Francisco Antonio de Ayala, e inmediatamente se presentó por una petición al alcalde mayor, justicia y regimiento, pidiendo su informe sobre aquel asunto. El alcalde mayor, que era entonces don Juan de Veitia, caballero del hábito de Santiago, y singularmente afecto a la Compañía, como los demás miembros de aquel ilustre cabildo, informaron ventajosamente de la utilidad necesaria e importante de aquella fundación. Con estos documentos se presentó el padre provincial al excelentísimo señor virrey, conde de Moctheuzoma; pasó la petición al fiscal de la real chancillería: su respuesta hubiera, desanimado desde luego a cualquiera otro que no fuera el padre Arteaga; respondió resueltamente que su excelencia no podía conceder tal licencia. El padre provincial, que había bien previsto este golpe, se había ya prevenido escribiendo a Madrid, por medio del padre Bernardo Rolandegui, que poco antes había partido a Europa. El feliz éxito de esta negociación lo veremos a su tiempo.

[Origen del vómito prieto en Veracruz] Fue este año muy funesto a la ciudad y puerto de Veracruz, y no menos glorioso a la Compañía, por lo importante y fructuoso de sus trabajos. Con un barco inglés que conducía una armazón de negros esclavos, se introdujo por la primera vez en aquel puerto la terrible epidemia que llaman vómito prieto. Lo rabioso, fétido y ejecutivo del accidente, lleno de espanto y confusión a los vecinos. Comienza por una ardentísima fiebre, los ojos parecen respirar fuego y sangre; al segundo o tercer día exhala todo el cuerpo un pestilente hedor; sigue un delirio rabioso, unos dolorosísimos torcedores de estómago, un vómito de sangre requemada y negra, con que picaba la vida. Acomete este mal regularmente a los extranjeros, a quienes por tanto en el desamparo de los suyos es más dificultosa la curación, y más meritorio   —110→   la cristiana asistencia. Tal es la enfermedad que a los principios de este siglo hizo tan temible a los extranjeros el puerto de Veracruz. El horror y la falta de experiencia, hacían por entonces más difícil la curación. Desde la mitad del siglo para acá, ni es tanta la violencia del mal, ni la generalidad, a que se añade lo que la necesidad y el uso han descubierto en orden al remedio. En el tiempo en que hablamos se tenía por un contagio incurable. No impedía este temor a los jesuitas para dejar de asistir a todo género de personas de día y de noche en la tierra y en la mar, en la ciudad y en el castillo. No será de admirar que después de esto se mudase cuasi enteramente el semblante de aquel colegio, cediendo los más de los sujetos que lo componían, no tanto a la actividad del contagio, cuanto a la continuación de la fatiga. El padre rector, Domingo Miguel, fue una de las primeras víctimas, que como su oficio lo empeñaba a la parte mayor del trabajo. Siguiéronle bien presto los fervorosos operarios padre Andrés del Valle y padre Miguel de Salas, con los hermanos coadjutores Miguel Díaz y Antonio de Burgos, y dos sucesivos profesores de gramática, hermano Tomás Vélez y Juan José de Arragozes. En las epidemias de aquellos primeros años, que eran otras tantas cuantas flotas surgían en aquel puerto, han muerto sirviendo a los apestados otros muchos sujetos que sería difícil contar, y cuyos nombres este grande oficio de caridad, hará inmortales en el libro de la vida. El fervor y la constancia en esta especie de ministerios, sin faltar a los demás comunes de los colegios, es el cimiento sobre que en aquella ciudad se ha levantado y continuado desde su fundación el grande aprecio de la Compañía, en que apenas tendrá semejante alguna en la América22. Esto en lo interior de la provincia, en las misiones de padres Kino y Salvatierra, con diversos géneros de trabajos, igualmente gloriosos, promovían a grandes pasos la obra del Señor. El padre Kino, a principios de febrero, penetró en compañía del padre Gilg y del capitán Juan Mateo Mange, hasta tres leguas más acá del lugar donde se juntaban los ríos Gila y Colorado. Dejaron alguna porción de ganado en Sonoidag, por si acaso algún barco de California llegase, como habían concertado, al puerto de Santa Clara. Se dio por medio de los intérpretes noticia de la palabra de Dios a más de cincuenta yumas, opas y cocomaricopas,   —111→   que parecieron oírla con agrado, y prometieron convidar a los yuanes, cutganes, quiquimas, alchedomas y otras naciones de la otra banda del Gila: (dice el capitán Mange en su relación) andan enteramente desnudos, las mujeres se cubren de la cintura a la rodilla con cáscara interior del sauce, que majado, hace muchos hilos y guedejas como copos de cáñamo. [Relación del capitán Mange de los moradores del Gila] Estos hilos tejen del ancho de dos o tres dedos, y los demás hilos pendientes, forman un corto faldellín, que al correr con él hacen mucho ruido. Es gente bien agestada y corpulenta, las mujeres más blancas y hermosas, que son por lo común las de Nueva-España. No usan rayarse el rostro, embijarse sí: cortan el cabello como cerquillo. Las mujeres por arracadas o aretes, se cuelgan conchas enteras de nácar, y otras mayores azules en cada oreja, de modo que el continuo peso se las agobia, y les crecen más que a otras naciones. Sus arcos y aljabas son tan grandes que sobrepujan más de media vara al cuerpo del hombre con ser tan corpulentos. Tienen unas pelotas de materia negra como pez, embutidas en ella varias conchuelas pequeñas del mar, con que juegan y apuestan arrojándola con el pie. procuramos inquirir la distancia de allí al desemboque de los dos ríos, y todos discreparon; unos decían que seis, otros tres días de camino; y porque llevábamos una antigua relación del viaje de don Juan de Oñate por los años de 1606, se les preguntó si habían visto u oído decir que hubiesen llegado allí, españoles con armas y caballos, dijeron: que sí, que hablan hablado con sus padres y vuelto para el Oriente, y añadieron (sin ofrecérsenos preguntar tal cosa) que siendo ellos muchachos, vino a sus tierras una mujer blanca vestida de varios colores y un paño en la cabeza, que les hablaba y reñía mucho, aunque no se acuerdan qué les decía: que las naciones del río Colorado, la flecharon dos veces; pero que luego se iba, y no sabían dónde habitaba. Discurrimos si acaso será la venerable madre María de Jesús Agreda por decirse en su vida que por los años de 1630 predicó a los indios de esta septentrional América, y habiendo pasado cincuenta y ocho años hasta el corriente en que nos dan la noticia los viejos, que según su aspecto parecían de ochenta a noventa años, bien pueden acordarse. Dijéronnos también que hacia el Norte y costa de mar pueblan hombres blancos y vestidos, que a tiempos salen armados al río Colorado y ferian algunos géneros por gamuzas. Lo dicho, es del capitán Juan Mateo Mange: solo debemos advertir que las mismas noticias habían dado a los padres cinco días antes los indios de San Marcelo Sonoidag, y dos   —112→   años antes otros vecinos de las Casas Grandes. Por otra parte, ser esta tradición constante entre aquellas naciones, afirma el padre Luis de Velarde en su descripción manuscrita y curiosa de la Pimería alta. El temor de los indios guías, y más que todo una fuerte indisposición de vómitos, desmayos, calentura, e hinchazón de piernas que acometió al padre Kino desde fines de febrero, le hicieron dar la vuelta a los Dolores, aunque no con tanta precipitación que no ocupase cuasi la mitad de marzo en recorrer otras rancherías, bautizando muchos párvulos y confirmando a todos en los buenos deseo de recibir el bautismo. Al llegar a los Remedios, antiguo pueblo de su partido, tuvo el buen padre el dolor de ver arruinado por la mayor parte el templo que allí iba fabricando, y que tenía ya en altura de nueve a diez varas. Esta Amargura le endulzó la noticia que tuvo al llegar a los Dolores, de la victoria que los pimas sobas habían conseguido de los apaches y demás infieles; y en que el cacique Humari había rechazado valerosamente sus asaltos, muerto treinta de los enemigos, y prisioneros muchos, de los cuales envió luego ocho párvulos.

[Descrédito de los émulos de las noticias del padre Kino] El padre Kino tuvo siempre la desgracia de encontrar émulos que disimulasen o más bien disminuyesen y procurasen quitar todo el crédito y aprecio que merecían sus noticias. Después de tantos viajes, entradas y pesquisas de los capitanes y presidiarios, apenas se había acabado de desarraigar la opinión de que los pimas eran los verdaderos apaches homicidas y robadores de Sonora. Esta opinión pasó luego a los opas y cocomaricopas, que el padre con sus visitas y sus dádivas tenía también dispuestos para la hoz evangélica. Decíase que eran ponderaciones de su celo, más santo que discreto. Que en cada charco se figuraba un río, y en cada matorral un bosque: que aumentaba el número de aquella gentilidad, y exageraba demasiadamente su docilidad y mansedumbre, y fertilidad y extensión de sus tierras: que los yumas y opas apenas eran unas cuantas rancherías de indios los más incapaces de la América, y en quienes era perdido el trabajo que se podía emplear mejor en otras naciones: que el país era un terreno pedregoso, arenoso y estéril, en que jamás podría fundarse una misión estable; que el genio era el más fiero, inhumano y traidor, en cuya comprobación afirmaban (con tanta verdad como lo demás) que los dos padres habían estado en gran riesgo de morir a sus manos; y aun se llegó a decir que efectivamente habían muerto. Con estas voces tanto más perniciosas y sensibles, cuanto no eran solamente de   —113→   seculares y gente poco celosa. Algunos aun de los mismos jesuitas y conmisioneros fomentaban en los superiores (acaso con buen celo) estas ideas tan ajenas del espíritu de la Compañía, y tan contrarias a la salud de aquellas pobres gentes. La indiscreción de estos hizo que en más de veinte años primeros no se enviasen a la Pimería más operarios o se extraviasen los que iban, y que se perdiera hasta hoy y quizás para siempre la ocasión de reducir a los apaches, que con las buenas noticias que del padre les daban sus vecinos, parecía haber de entrar fácilmente por entonces en el redil de la Iglesia. Como de estas voces una natural antipatía o aprensión no bien corregida suele hacer más daño entre los sujetos que tratan de espíritu, que una abierta y declarada contradicción, el padre Antonio Leal, visitador de aquellas misiones, era uno de los que (bien que inculpablemente) estaba imbuido de aquellas siniestras opiniones, y dudaba por tanto si dejaría allí al padre Francisco Gonzalvo, destinado de México para aquellas misiones. Para desengañarlo, emprendió el padre Kino en compañía de los dos padres otro nuevo viaje de más de doscientas setenta leguas, desde 21 de octubre hasta 18 de noviembre. El padre visitador fue testigo de la multitud de gentiles, pues solo de los que vinieron a saludarlo a San Javier del Bac, contó más de tres mil almas de solos varones: vio los ríos que riegan y fecundizan el país, los ganados y cosechas de algunos pueblos, y no quedaron satisfechos hasta sacarle la palabra de que les enviaría luego al padre Gonzalvo, como efectivamente volvió al año siguiente, aunque permaneció muy poco tiempo, como quizá veremos adelante.

[Excursión del padre Salvatierra en la California] Entre tanto en la California con algunos caballos que ya les habían ido de las costas de Yaqui se comenzaron a hacer algunas excursiones para reconocer la tierra y visitar las rancherías cercanas. El padre Juan María Salvatierra se encargó del lado del Norte, el padre Piccolo del lado del Sur, aunque no al mismo tiempo, siendo forzoso que quedase siempre alguno en el Real de Loreto. Muy a los principios del año salió el padre Salvatierra con nueve soldados al sitio que llaman Londó de la nación Cozhimí, en que estuvo el Real de San Bruno en tiempo del almirante Atondo. Hallaron una numerosa ranchería; pero enteramente despoblada por la fuga que de temor habían hecho sus moradores, aunque prevenidos del padre. Detúvose dos días esperándolos; pero inútilmente, y hubo de volverse a Loreto con ánimo de entrar segunda vez por la primavera, como lo hizo con más felicidad.   —114→   A esta segunda jornada le acompañaron muchos caciques monquis (son lo mismo que los edues) con ánimo de hacer las paces con los cozhimies. [Amistad de los edues y cozhimies] Estas paces, aunque deseadas por los padres, no tenían para los gentiles más aliciente que la cercanía de la pitaya de que en Londó es muy abundante la cosecha. Costó no pequeño susto la concurrencia de las dos naciones; pero al fin quedaron en amistad. Se bautizaron entre enfermos y sanos más de treinta párvulos: se les dio alguna noticia de la ley de Dios en cuatro días que se detuvo allí el padre, y dejando varas de justicia y buenos principios para una población con el nombre de San Juan de Londó, volvió el padre Salvatierra al Real de Loreto a 28 de mayo. Fue más feliz en su descubrimiento el padre Piccolo. Algunos californios que habían pocos meses antes estado en Sinaloa, dijeron en el Real que en un sitio llamado en su idioma Viggé, había tierras muy buenas para poder sembrar el maíz y otras semillas como en las riberas del río Zuaqui. Esto determinó al padre Piccolo a salir con algunos soldados en 10 de mayo. La aspereza y fragosidad de los caminos no les permitía andar a caballo sino hasta el pie de la sierra, donde hubieron de dejarlos por cuatro días: visitaron a pie todo el terreno, encontraron un arroyo o torrente, por mejor decir, y adelante una vega abierta y de buen camino. Entre los moradores hallaron a un indio joven, el único que hasta entonces se había bautizado en salud, y que había comenzado ya a dar a algunos de los suyos algunas noticias de los misterios de la fe. Esto colmó de alegría al celoso misionero y a todos, las noticias que hallaron de la vecina contracosta del mar del Sur. A la vuelta, por una constante fluxión que padecía en los ojos, fue preciso al capitán don Lucas Torres Tortolero dejar aquel cargo y volverse a Nueva España con muchas recomendaciones del padre Salvatierra a la audiencia real de Guadalajara y virrey de México, como lo tenía merecido por sus importantes servicios. Dio el padre el oficio (despacho) de capitán del presidio a don Antonio García de Mendoza; repitió el padre Piccolo la jornada a Viggé en 10 de junio, con tanto ardor y alegría de los soldados y naturales que le acompañaban, que en pocos días abrieron un camino muy cómodo para pasar a caballo por entre peñas y derrumbaderos profundos, animándose unos a otros con el ejemplo del padre y del capitán. Se tuvo a cosa de prodigio que doce o catorce hombres con otros tantos días venciesen dificultades que no parece podían ceder en un mes a la fatiga de cincuenta trabajadores. El   —115→   día 12 de junio entraron triunfantes en San Javier, que este nombre dieron al lugar por devoción de don Juan Caballero. Al siguiente día, mientras el padre explicaba la doctrina, subió el capitán con algunos soldados a un cerro cercano. Vieron claramente desde su cima los dos mares, oriental y occidental, a cuya vista hicieron salva con los fusiles no sin susto de los demás que quedaban con el padre hasta que supieron el motivo. Vueltos al real se trató de fabricar una nueva capilla mientras se edificaba una decente y capaz iglesia, para que también por este tiempo se comenzaron a abrir los cimientos. [Fundación de la misión de San Javier] Entre tanto llegó la galeota cargada con víveres que enviaba don Pedro Gil de la Sierpe, y con noticia de otro más copioso socorro que preparaba el padre Juan de Ugarte para primer ocasión. Con este motivo se apresuró el padre Piccolo a fundar la segunda misión de San Javier de Biaundó en Viggé, y despidiéndose del padre Salvatierra se pasó a vivir con sus nuevos hijos a principios de octubre, donde luego edificó de adobes una pequeña capilla que se dedicó el día de todos Santos. Se registró la costa del Sur, se habían bautizado ya a fines del año más de doscientos párvulos, se gozaba de tranquilidad de parte de los indios, y de muy buena salud en medio de los más recios trabajos, tanto de los padres como de los soldados. Todos se sentían llenos de un interior consuelo y viva confianza de perfeccionar aquella empresa, y el padre Salvatierra, tanto, que escribiendo por este tiempo al hermano José de Estivales: «Hermano mío, (le dice) ya de esta vez no se sale de esta tierra: ya la California es de María Santísima: si su majestad (el rey) no pudiere ayudarnos, nos quedaremos los padres solos, solos».

[1700] Bien hubo menester el padre Juan María todo su generoso esfuerzo y toda la confianza en la protección de María Santísima, para no desmayar al golpe de las muchas tribulaciones que le sobrevinieron a su amada misión el siguiente año de 1700. De tres barcos que tenía para la conducción del sustento, el llamado San José se inutilizó enteramente al primer viaje: el San Fermín, varó a principios del año en la costa de Sinaloa, y se abrió por la negligencia o la malicia de los marineros: la lancha San Javier, pequeña y maltratada, y finita para muchos viajes, que eran indispensables al año en país donde todo venia de a fuera. [Calamidades y tribulaciones de California] El padre Salvatierra, desde California, y luego desde Sinaloa, donde obligado de la necesidad pasó a recoger limosna, a principios de junio dirigió dos expresivos memoriales al excelentísimo señor conde de Moctheuzoma representando las necesidades de la nueva colonia, su   —116→   importancia al servicio de Dios y del rey, y proponiendo varios arbitrios con que sin mayor costo de su majestad se le pudiese socorrer. Todo se negó, y aun el testimonio de lo actuado para ocurrir a la corte. El virrey esperaba de allá la resolución en consecuencia de dos informes remitidos en los dos años antes, y entre tanto no se atrevía a determinar. [Muere el rey Carlos II en 1.º de noviembre de 1700] Por última desgracia aconteció este mismo año en Madrid la muerte del señor don Carlos II en 1.º de noviembre. Esta calamidad, cerró enteramente la puerta a toda otra negociación que a la de los grandes asuntos que entonces agitaron la monarquía.

Entre tanto, el padre Juan de Ugarte sabiendo la pérdida de un cuantioso socorro que enviaba a la California, determinó pasar en persona a Matanchel para ver si lograba algún barco de los que para el buceo de las perlas solía haber prontos en aquel puerto. Después de muchas dificultades hubo finalmente de arrancar esta licencia de los superiores que sentían mucho deshacerse de un sujeto de tanta actividad, talentos y espíritu. Partió para Guadalajara el día 2 de diciembre, no sin grandes prenuncios del santo Apóstol de las Indias, de que había de quedarse en California, como ardientemente deseaba, y para lo que había obtenido del padre provincial una condicional licencia. [Falta de lealtad del capitán Mendoza] Sin embargo de tantas necesidades y vergonzosas repulsas, no era esta la mayor contradicción que padecía la nueva colonia. Otra había aun más cruda del capitán del presidio Antonio García de Mendoza. Su actividad y el celo que manifestaba por el bien de los indios, hizo al padre Juan María que le confiriese el mando. Puesto en el cargo, se halló mal con la sujeción y cualidades con que por órdenes del señor virrey se había fundado el presidio. No tenía arbitrio para tiranizar a los indios: le daban pena los trabajosos viajes y descubrimientos que por el interés de las almas emprendían los padres; sobre todo, sintió que no corriesen por su mano las pagas de los soldados, sino por un veedor o pagador a parte; providencia muy cuerda que había tomado el padre Salvatierra, bien informado de lo que en esta parte padecen los presidiarios en provincias distantes. [Escribe el capitán del presidio contra los padres] El hombre codicioso y doblado, no dudó poner su lengua y su pluma en los ungidos del Señor: escribió al virrey tratándolos de temerarios y merecedores de castigo, cuya presencia no convenía en la California, bien que en la misma carta los llama ángeles de Dios, querubines, varones santos, apóstoles celosos y desinteresados. La pasión nunca tiene un constante idioma, ni llega a cegar tanto que no dejé centellar por muchas partes la verdad. Estos rumores   —117→   y cartas, no solo llegaron a turbar la paz interior del presidio, de que fue necesario despedir diez y ocho soldados, y quedarse con solos doce, sino que aun en Guadalajara y México resfriaron el ánimo de muchos bienhechores, y encendieron la cizaña de muchos émulos. Se comenzó a decir que el de la conquista de California más era celo de la propia utilidad que de la gloria de Dios y bien de las almas: que los jesuitas querían allí mandarlo todo, y aprovecharse solos del buceo de las perlas. Inteligencias de hombres carnales que lo juzgan todo por sí mismos; pero que aun hasta el día de hoy no han acabado de desarraigarse de los ánimos de los necios.

Tal era en la California el semblante de las cosas, y no era indiferente en la Pimería. Al mismo tiempo que la abundancia de la mies animaba más al padre Kino, se le imposibilitaban más los socorros que pretendía y operarios que solicitaba para su cultivo. En San Javier del Bac abrió este año los cimientos para una iglesia capaz de los grandes concursos de aquella numerosa ranchería. Pretendió de los superiores fundar allí una nueva misión y quedarse administrándola. Eran muy antiguas y sinceras las instancias de aquellos indios, a que se añadía la utilidad de estar a las fronteras de los gentiles para los nuevos descubrimientos que meditaba su celo infatigable. El padre Antonio Leal, visitador de las misiones, aprobó este deseo; pero no enviándole de México sujeto para substituir en Dolores, no pudo ponerse en ejecución. Era esto de vuelta de un viaje que por la Pimería había emprendido hacia el Norte. [Correría del padre Kino hasta el río Gila] No tardó mucho en emprender otro más importante al Nordueste hasta el río Gila. De aquí volvió al Poniente hasta el cerro de Santa Clara. Desde su cima descubrió cuanto alcanzaba un buen anteojo, coronado de montes todo el horizonte al Oruest, al Sudueste, al Noroeste al otro lado del Seno californio. Observó el lugar en que el Gila desagua en el Colorado, y se informó de las naciones que habitaban aquel ángulo, quiquimas, yumas, bagiopas, etc. Un cacique de los yumas vino allí a saludarlo, y rogarle que pasase a sus rancherías. No era dificultoso el vadear por allí el Gila que se divide en tres brazos. [Descubre que el seno californio no tiene por el Norte comunicación con el mar] Lo pasó y las rancherías de los yumas, inmediata a la junta de los dos ríos, puso el nombre de San Dionisio. Observó la altura y so halló en 35 grados de latitud septentrional. La enfermedad que había prendido en comunicación algunos de la caravana lo obligó a tomar la vuelta con sentimiento de los indios. En este viaje observó el padre Kino dos cosas, entre   —118→   otras: la primera, que el Gila como a 55 grados de San Gerónimo después de haber corrido cuasi constantemente al Oruest, vuelve como por espacio de ocho leguas al Norte. La segunda, que después de juntos el Gila y el Colorado corren por doce leguas al Poniente antes de volver hacia el Sur a desembocar en el Seno californio. A su vuelta repitió desde otro picacho más alto del mismo cerro, la misma observación antecedente, y se confirmó de nuevo en que el Seno de California no tiene por el Norte comunicación ninguna con el mar del Sur. El general don Domingo Gironza, los superiores y el padre Salvatierra le dieron las gracias por este importante descubrimiento. Desde fines del año antecedente había sido enviado a fundar la misión de Santa María Magdalena de los tepocas el padre Melchor Bartiromo, cuidando juntamente de los pueblos de Toape y de Cucuzpe. A principio de febrero pasó a los tepocas el capitán Juan de Escalante a ruegos del mismo padre. Reconoció la nueva población, halló a los indios muy gustosos en los ordinarios ejercicios de doctrina, y con muchos deseos de recibir el bautismo. Solo daban cuidado algunas nocturnas incursiones de los seris, nación de la costa, y que pocos días antes habían muerto tres catecúmenos dentro del mismo pueblo. Para reducirlos a su deber, marchó dicho capitán con quince soldados hasta nuestra Señor del Populo; alcanzó dos de los fugitivos seris y algunas familias de cristianos que se habían ocultado en los montes, y restituyó después de un leve castigo a sus pueblos. Valiéndose el celoso ministro de la ocasión de esta escolta, salió por dos ocasiones hasta la ribera del mar, descubrió un puerto, y en frente una isla donde supo que se retiraban los seris. De estos solo se encontraron ocho en una ranchería, y de los tepocas como ciento veinte personas. El capitán Escalante les repartió tierras, y el padre Maires, para que formaran un pueblo que se encargó de administrar. Hecho esto, volvió el capitán a la costa, y pasó en balsas a la isla de los seris, que algunos llaman San Agustín, y más comúnmente del Tiburón. Esta había sido descubierta algunos años antes en uno de los viajes del padre Kino. [Pasa el capitán Escalante a la isla del Tiburón] Las retiradas de los seris después de las muertes y robos con que hasta ahora poco hostilizaban los pueblos de la Pimería y los placeres de perla, de que abunda, la han hecho muy famosa. Esta rochela, quitó por último a los seris, y aun cuasi exterminó del todo aquella raza inquieta el teniente coronel don Diego Ortiz Parrilla. Está tendida de Norte a Sur, con alguna inclinación al Nordeste y Sudeste. Su mayor longitud   —119→   es veintiuna leguas. La costa occidental es cuasi enteramente inabordable de peña tajada hasta el mar, si no es dos leguas antes de la punta austral, que llaman del Caimán, donde hay alguna playa. La costa oriental es abordable y baja. El canal o estrecho que la divide de tierra firme por la boca meridional, tiene más de ocho leguas, y va angostando hacia el Norte, donde solo tiene poco más de tres. En la medianía de la isla, que viene a estar en 30 grados, sale tanto de parte de ella, como del lado de tierra firme un banco de arena que a penas deja media legua de mar limpio. Por esta angostura pasaban los seris en balsas compuestas de muchos pequeños carrizos, dispuestos en tres haces gruesos en medio, y delgados en los extremos atados entre sí hasta cinco o seis varas de largo. Sostienen estas balsas el peso de cuatro o cinco personas, y son muy ligeras en romper el agua sus bogas: son de dos varas de largo, con palas en una y otra punta. El indio tomando el asta por medio, boga con gran destreza por uno y otro lado. En la ocasión de que hablamos, el capitán Escalante apresó algunos que entregó después al padre Adán Gilg, ministro del Populo, los demás huyeron con mucha velocidad.


 
 
FIN DEL LIBRO NUEVE
 
 


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