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Sumario

Pasa a la costa de tierra firme el padre Salvatierra en busca de socorros. Se junta con el padre Kino, y ambos van a reconocer si la California es península. El padre Salvatierra queda persuadido que lo es. El capitán Mange lo pone en duda. Vuelve el padre Salvatierra y encuentra en ella al padre Ugarte. Propone el padre Salvatiera a los padres y a los presidiarios abandonar California. El padre Ugarte hace voto de no abandonarla, y con su ejemplo y exhortación induce a los soldados a quedarse. Concede el rey licencia para la fundación del colegio de Puebla. Muerte del padre José Vidal, el cual consiguió en 1686 que a las tres de la tarde se hiciese serial con las campanas en memoria de las agonías del Salvador en la cruz. Sublevación de los indios californios. A principios de 1702 llegaron tres cédulas del rey a favor de las misiones de Californias. Se compra con la liberalidad de algunas personas devotas un barco para California. Consigue el padre Piccolo otros dos misioneros para California. Se destinan cuatro misioneros a los pimas. Nueva expedición del padre Kino al río Colorado. Los cuatro misioneros destinados a los pimas, son destinados a otras misiones por haberse esparcido la falsa voz de que   —121→   habían muerto al padre Morón. Se fundan cuatro becas de oposición en el Seminario de Puebla, es decir, en San Ignacio. Ofrece el obispo de Mérida en virtud de la orden del rey la administración de los curatos a la Compañía, y la escasa de admitirlos. Cinco cédulas del rey a favor de la misión de Californias. Propone segunda vez el padre Salvatierra abandonar la California. Constancia del capitán y soldados en no abandonarla. Dedicación de la iglesia en el Real de Loreto. El padre Salvatierra es obligado a tomar el empleo de provincial. Muerte del padre Lineivo. Disensiones entre el capitán y presidiarios. Resume a instancias de los padres don Esteban Lorenzo el cargo de capitán. Habiendo el padre provincial dejado órdenes para el establecimiento de dos nuevas misiones, salió de California para México a fines de octubre. Muerte del antes hermano y después padre Jaime Bravo. Fundación de la misión de San Juan Bautista, a catorce leguas al Sur de Loreto, y de la de Santa Rosalía, cuarenta leguas al Norte del mismo Loreto. Asegura el padre provincial en fincas buenas los principales de las misiones de California. Muerte del hermano Pablo de Loyola en el colegio máximo de México y en San Luis Potosí el padre Juan Cerón. Socorre el padre Kino en compañía del padre fray Manuel de Ojeda los pueblos distantes de la Pimería. Dos infructuosas expediciones en la California. Por renuncia del padre Salvatierra entró a gobernar la provincia el padre Alejandro Rolandegui. Parte de México el padre Salvatierra para California. El día 3 de febrero de 1708 llega a Loreto, donde poco después llegó también el padre Julián Mayorga. Muere entre los nuevos taraumares el padre Francisco Celada. Convoca el padre provincial la congregación provincial, y abierto el pliego casu mortis, por la muerte de este se halló en él nombrado el padre Juan de Estrada. Enterrose al día 4 de noviembre por la mañana, y por la tarde se comenzaron las sesiones de la convocada congregación. En el colegio máximo murió el padre Francisco Camacho, y a los pocos días le siguió el padre Juan Pérez, compañero en las misiones del venerable padre Zappa. En este año murió en Oaxaca el capitán don Manuel Fernández Fiallo, fundador insigne de aquel colegio. Muerto del ejemplar hermano Juan Ortiz Mocho. Viene un nuevo pliego, y en él nombrado provincial el padre Antonio Jardón. Se da principio en la California a la misión de San José. Muere en San Ildefonso de la Puebla el edificativo padre Sebastián de Estrada. En Pimas muere el apostólico padre Eusebio Francisco   —122→   Kino. Se abre el pliego en que vino nombrado provincial el padre Alonso Arrevillaga. Desembarca en Veracruz el padre Andrés Luque, enviado del padre general para visitar la provincia. Fallece en Ciudad Real el angelical padre Miguel de Castro. Erección de otra congregación distinta de la del Salvador en la Casa Profesa con las limosnas del excelentísimo señor duque de Linares. Convocación de la congregación provincial. Tentativas para la fundación de un colegio en Monterrey, de que fue preciso desistir. Naufragio y muerte de los padres procuradores Pedro Ignacio de Loyola, y Antonio de Figueroa Valdés. Conoce con luz profética el padre Salvatierra esta desgracia, y el nombramiento de provincial del padre Gaspar Roderos, como se vio en el pliego casu mortis. Fundación de una residencia de la Compañía en Campeche, de la que por orden del rey se retiran los padres a Mérida. Cédula del rey para la fundación de la residencia de Campeche. Muere en Guadalajara el padre Juan María Salvatierra, apóstol de California. Muerte del excelentísimo señor Duque de Linares. Fundación del Seminario de Chihuahua. En 7 de enero se abrió el pliego (de 1719) en que se halló nombrado provincial el padre Alejandro Romano. Fundación del convento de Mónicas recoletas en Guadalajara. Fundación de la residencia de Celaya. El Seminario de Durango se encarga a la Compañía. Se junta la congregación provincial. Descripción del Nayarit. Se hace cargo la Compañía de la reducción de los nayaritas. Conquista del Nayarit. Se abre el pliego en que vino nombrado provincial el padre José de Argoó. Rebelión de los nayaritas. Fundación del colegio de la Habana y del de Celaya. Elogio del padre Antonio Urquiza. Casa de ejercicios en Puebla. Entra a gobernar la provincia el padre Gaspar Rodero. Se abre el segundo pliego, y en él se halla nombrado provincial el padre Andrés Nieto. Fundación y fábrica del colegio Seminario de Guatemala. Junta de la vigésimaquinta congregación provincial. Informe de las misiones del obispado de Durango, que hizo el brigadier don Pedro de Rivera al señor virrey. Real cédula al obispo de Durango en favor de los pimas. Fundación de la misión de San Juan Bautista en la California. Epidemia de sarampión en todo el reino. La ciudad de México determinó asistir en cuerpo de cabildo el día 8 de setiembre a la fiesta que en el Seminario de San Gregorio se hace a nuestra Señora de Loreto por la cesación de la epidemia. Invasión de algunos salvajes que cayeron de golpe en la misión de San Ignacio en la California.   —123→   Pretensión de colegio en Valladolid de Comayagua. Se abre pliego y se halla nombrado provincial el padre Juan Antonio de Oviedo. Muerte del padre Juan de Ugarte en la California. Fundación de un hospicio de la Compañía en la villa de León. Entrada de los primeros jesuitas en Guanajuato. Elogio del padre Domingo de Quiroga. Fundación de tres misiones en la Pimería. Pasa el padre Tamaval a reconocer unas pequeñas islas de la costa del Sur de la California. Pasado el trienio, sucedió en el gobierno de la provincia al padre Juan Antonio de Oviedo el padre José Baóba. Sedición en las misiones del Sur de la California. Los sediciosos matan a los padres Carranco, y Tamaral. Muerte en Puebla del padre Zorrilla, que fundó el colegio de gramáticos de San Ildefonso, y emprendió la fábrica de la casa de ejercicios de Puebla. Entra en el gobierno de la provincia el padre Antonio de Peralta, y por su muerte entra el padre Juan Antonio de Oviedo. Epidemia en México. La ciudad de México jura por su principal patrona a nuestra Señora de Guadalupe. Muerte y elogio del marqués de Villapuente. Se abre el pliego, y se halla nombrado provincial el padre Mateo Anzaldz. Sedición en Sinaloa. Convocación de la vigésimasetima congregación provincial. Entra en el gobierno de la provincia el padre Cristóbal Escobar. Inútiles exposiciones al Cayo de los Mártires. Fundación de la residencia en la villa del puerto del Príncipe. Restauración del hospicio de León. Llega pliego en que viene nombrado provincial el padre Andrés García. Inútil expedición al Moqui. Rebelión de los pimas. Convocación de la vigésimaoctava congregación provincial. Fundación de la casa de ejercicios de México. Perfecciónase el real colegio de indias mexicanas. Horrible temblor en Guatemala. Provincia el padre Ignacio Calderón. Vigésimanona congregación, convocada por el padre provincial Agustín Casta. A principios de 1760 entró a gobernar la provincia el padre Pedro Reales. En 1763 le sucedió el padre Francisco Cevallos. Muerte en México de los padres Juan Antonio de Oviedo, José María Genovesi, y Francisco Javier Lazcano; en Puebla de los padres Francisco Javier Solchaga, Antonio Ordeñana, y del hermano Juan Gómez: en Taraumara del padre Francisco Hermanno Glandsff.

El padre Juan María Salvatierra

El padre Juan María Salvatierra. Operario de la viña del Señor por más de cuarenta años. Con cinco españoles, tres indios, un crucifijo, y una imagen de Nuestra Señora de Loreto, ocupó la California el día 16 de octubre de 1697. Región que se había hecho impenetrable a las armas españolas por más de ciento setenta años. Murió en Guadalajara de Jalisco, en 19 de julio de 1717

[1701. Pasa el padre Salvatierra a la costa de enfrente en busca de socorros] A los principios del presente siglo y del año de 1701, el padre Juan María Salvatierra pasó de California al puerto del Ahome en solicitud   —124→   de algunos socorros en las grandes necesidades que padecía aquella población. Halló efectivamente un pequeño alivio en la cristiana piedad de don Andrés Rezaval, gobernador de Sinaloa, y de don Pedro Lacarra; su teniente, tonto también en los padres misioneros de aquel la costa; que todos deseaban tener alguna parte en la fundación de la nueva cristiandad de California. De aquí determinó subir por la costa hacia el Norte al puerto de Guaimas, poco antes descubierto, y que por orden del padre provincial se había declarado pertenecer a la misión de Loreto. En Ecatacarí, primer pueblo hacia aquella parte de la Pimería baja, bautizó dos parvulillos, y exhortó a sus moradores a agregarse a la misión del padre Nicolás de Villafañe, uno de los más fervorosos y apostólicos misioneros que entonces tenía aquella provincia a juicio del mismo padre Salvatierra. Logró el fruto de sus consejos, pocos meses después en el estío de este mismo año en que los gentiles de Ecatacarí se redujeron a población y vida cristiana bajo la dirección de dicho padre Villafañe. Las lluvias continuadas obligaron al padre Juan María a dejar la costa y entrar a Matape en el centro de la Sonora, de donde habiendo alcanzado de don Domingo Gironza una escolta de doce hombres, determinó el pasar a juntarse con el padre Kino a examinar con él de raíz la unión de la California y Pimería, que juzgaba ser muy importante para el fomento de una y otra misión. [El padre Salvatierra se junta con el padre Kino para examinar si la California era península] Esta opinión que hace a las Californias una península unida por el Norte al continente de la América, había sido común a los geógrafos a la mitad del siglo XVI. A fines de este, con los viajes y relaciones de Francisco Drack, comenzó a tomar cuerpo la opinión contraria. Los viajes de don Juan de Oñate, comenzaron a hacer dudar, y en el día prevalece la antigua sentencia, aunque está por decidir todavía la disputa. En la ocasión presente tenían los dos misioneros muchas conjeturas que les hacían creer muy fácil la solución de aquel problema. Los cocomaricopas, entre otros donecillos, habían enviado al padre Kino muchas conchas azules, que solo se hallan en las costas del mar del Sur, el que por tanto creían, o estar muy cerca, o que confinaban entre sí las naciones para que pudiesen venir de mano en mano. La abundancia y el uso que hacían de la pitaya, daba a conocer mucha analogía de las tierras, y más aun el tejido de madejas, de que se vestían las mujeres de los 32 grados y medio para el Norte; cosa que admiraron y celebraron mucho algunos californios que acompañaban al padre Salvatierra. Añadían estos que en los tiempos pasados,   —125→   habían llegado hasta la última punta de la California algunos cuchillos acompañando el gran baile que llaman en su idioma micó. Este baile era un género de visita que se hacían, mutuamente unas a otras las naciones contiguas, y en que de unas a otras se iban entregando algunos dones en serial de alianza y de hermandad, y semejantes cuchillos no podían haber llegado hasta el de cabo de San Lucas, comenzando el baile de lo interior de la tierra hacia el Norte, si la California, no estuviera por aquella parte unida al continente. Estas razones alentaban mucho a los padres, y para el 16 de febrero resolvieron su viaje en compañía del capitán Juan Mateo Mange, del ayudante Juan Bohórquez, y diez soldados con algunos indios pimas y californios. Entre tanto, una invasión de los apaches en Saracatri y en Cucuzpe, demoró algún tanto la marcha hasta los 27 del mismo mes.

En 21 de marzo se hallaron a las orillas del mar Pimico, en altura de 32 grados: vieron con toda distinción la alta cordillera de la California. Por el cacique de Sonoidac y algunos ancianos del país, supieron que aquellas sierras habitaban los quiquimas y yumas, de donde venían las conchas azules: que para llegar a aquellas montañas se pasaba un estero en que entra el río Colorado: que este en tiempo de lluvias se pasaba en balsas, y en la seca con la agua a poco más de la cintura.

Antes de ponerse el sol, (dicen estos padres) divisamos la California y dicha cordillera con mucha claridad y distinción, aunque con mayor después de puesto el sol. Notamos que subiendo la cordillera hacia el Norte, se iban cerrando los montes a modo de arco; pero una faja de cerros de la Nueva España, que llegaba hasta el mar por el mismo lado del Norte, impedía reconocer si era encerramiento perfecto el que hacía dicha cordillera. Por esta duda determinaron, dejando la caravana, proseguir solos los dos padres con el capitán Mange algunas quince o veinte leguas más al Norte, lo que no pudieron ejecutar hasta el 31 de marzo. Vimos (dice otra vez el padre Salvatierra) que el medio arco de sierras, cuyo remate nos tapaban antes los cerros de la Nueva-España, se venía cerrando y trabando continuamente con otros cerros y lo más de dicha Nueva-España, y era la vista ni más ni menos a lo lejos, que la del mar Tiracuo y Ligustico en la corona de montes que encierran y juntan las dos riberas de Génova. Al día siguiente, 1.º de abril, habían resuelto los dos padres caminar ocho o diez leguas más adelante para desde un cerro mas septentrional, reconocer con más   —126→   inmediación la trabazón y continuación de los montes, por si acaso la distancia hubiese causado algún engaño o menos certidumbre a la vista; pero algunos soldados españoles se habían escondido de temor, y los naturales mismos del país, acaso inducidos de los pimas, ponían tantas dificultades, que los padres hubieron de retroceder a San Marcelo. [Persuádese el padre Salvatierra de que la California es península] El padre Salvatierra quedó tan persuadido de que la California era península, que no dudó afirmarlo en carta escrita al padre provincial y al padre general Tirso González, fecha en 29 de agosto de este mismo año. El padre Kino afirmó lo mismo en sus relaciones, aunque prometiendo en ellas otros viajes para certificarse más. El capitán Juan Mateo Mange no parece que asintió tan del todo, que no le quedase mucha duda. En el diario que tenemos a la vista de este viaje, se dice: ...Hacia el Sudeste de donde estábamos, comienza una cordillera de sierras en tierra de Californias que corre de Sudeste para el Nordeste y declina al Este formando como una media luna, y parecía proseguir adelante del desemboque de los ríos Colorado y Gila en el mar, como que va a juntarse la sierra con esta costa de Nueva-España hacia el Nordeste, o por lo menos parece llega a tanta angostura el brazo de mar, que apenas tendrá de cinco a seis leguas, y a la distancia de más de treinta en que estábamos, nos parecía que se juntaban las dos costas y no podíamos apercibir tal mar. Lo que a mí me hacía fuerza era que aquel flujo y reflujo de las olas tan impetuosas, no las podían causar solos los dos ríos, cuando según la relación de don Juan de Oñate, el mismo mar hace rebalsar y retroceder las corrientes de dichos ríos, cinco leguas la tierra dentro, que solo comunicándose este brazo con el mar del Sur, podía causar tan fuertes corrientes, y aunque fuese angostando hacia el Norte, como parecía podía volver a ensanchar, como el de Gibraltar en España con el Mediterráneo. Que comenzando este seno a más de doscientas leguas de distancia de donde nos hallábamos, si allí feneciera, estaría el remate en leche y pacífico, y no se hallarían allí tantas ballenas como hay. Tales eran las dudas que hacían al capitán Mange disentir de la opinión de los dos padres.

De vuelta en San Marcelo (ahora San Miguel Sonoidac), los dos padres, el padre Kino siguió al Oriente a la vista de los sobaipuris de San Javier del Bac. El padre Salvatierra caminó hacia el puerto de Guaimas donde debía embarcarse para California. Dio fondo en Loreto el día 12 de mayo. A su arribo tuvo el consuelo de hallarse con un nuevo compañero y fervorosísimo operario, el padre Juan de Ugarte, que   —127→   había saltado en tierra el 23 de marzo. Su celo activo y las fuertes inspiraciones con que se sintió llamado de Dios a la conversión de los californios, le hicieron renunciar el rectorado del Seminario de San Gregorio y arrojarse en un barco falto de un palo, y de gran parte de jarcia, cables y velas, con admiración y aun con susto de los padres misioneros del Yaqui que no pudieron detenerlo. Había quedado por procurador de la misión en Nueva-España el padre Alejandro Romano. Toda su actividad y esfuerzos, y aun todo el socorro que habían procurado llevar consigo los padres Ugarte y Salvatierra, no era bastante para impedir la hambre, y falta de otras muchas cosas que parecía deber arruinar enteramente la misión. Llegó a tanto, que aun el magnánimo corazón del padre Salvatierra, no pudiendo obligar a los padres ni a los presidiarios al inmenso trabajo de que necesitaban para mantener la vida, hubo de juntarlos y proponerles con dolor, el abandono de la empresa. Hasta aquí hemos hecho cuanto alcanzaban nuestras débiles fuerzas (les dijo) para conservar a Dios y al rey la conquista de estos países. En una edad avanzada no hemos perdonado fatiga ni diligencia alguna. Las limosnas de nuestros bienhechores eran prometidas a los primeros cinco años que ya se han cumplido: las pocas que se recogen faltan barcos para conducirlas. Se han hecho repetidos informes al virrey y audiencias de México y Guadalajara, y aun a la corte de Madrid; pero la Europa está muy lejos, y muy perturbada la monarquía para que puedan llegar nuestras voces al trono; y acá las necesidades del real erario no dejan arbitrio a los ministros. Con los catecúmenos crecen cada día las bocas, y la necesidad se aumenta. La tierra es estéril por sí misma, e invencible cuasi la fuerza de sus naturales para hacerlos emprender su cultivo. Cedamos al tiempo y a la necesidad: no ha llegado aun la hora feliz para la conversión de la California, o Dios quiere servirse de instrumentos menos proporcionados e indignos que yo para una empresa de tanta gloria suya...

Así concluyó con lágrimas el padre Salvatierra23. Los oficiales y soldados se miraban unos a otros, y un profundo silencio reinaba entonces   —128→   en toda la pequeña asamblea, sin atreverse ninguno a decidir, hasta que el padre Ugarte habló en esta sustancia. «Yo creo, padre rector, haber penetrado los diversos sentimientos que luchan en el corazón de vuestra reverencia. Como prudente superior de la misión y del presidio, no querría obligarnos a un trabajo que cuasi excede las fuerzas y la condición de los hombres; pero estas palabras que a vuestra reverencia ha dictado su discreción por condescender con nuestra debilidad, no son ciertamente la regla que seguiría en sus privadas operaciones. Yo sé que vuestra reverencia por lo que mira a su persona, antes querría morir auxiliando a estas pobres almas, y que ni la hambre, ni la sed, ni la desnudez sería capaz de hacer desamparar la California. Yo por lo que a mí toca estoy resuelto a no salir de aquí, aunque sea forzoso quedarme entre los salvajes...» . Dicho esto, salió arrebatadamente con gran fervor para la iglesia, e hincadas las rodillas ante la santa imagen de Loreto, hizo voto cuanto fuera de su parte, prescindiendo de la obediencia, de no abandonar jamás aquella misión. Este heroico ejemplo, y las palabras animosas del mismo padre a los soldados, les dieron tanto aliento, que todos resolvieron lo mismo. Pasábanlo entre tanto con la misma cortedad que los salvajes. Una escasa ración de maíz, raíces y frutillas silvestres, y algún marisco, eran su diario sustento. Los padres eran los primeros que con los naturales salían a los montes y a las playas a buscarlo. Por dos veces se había intentado que el padre Piccolo pasase a la Nueva-España, y no habían dado lugar los tiempos hasta el 26 de diciembre en que se logró la navegación. Antes de partirse, impuesto ya más que medianamente en la lengua el padre Ugarte, se había encargado de la misión de San Javier del Viggé. En lo político del presidio había habido también sus mudanzas. El capitán Mendoza, cada día más descontento, y no hallando en México el favor que esperaba, renunció el cargo: en su lugar fue nombrado el teniente don Isidro Figueroa: duró este aun menos. A pocos días de su elección los indios de Viggé se arrojaron con furia sobre la casa e iglesia del padre Piccolo, profanaron las imágenes, y se huyeron a quebradas inaccesibles donde no podían ser forzados. El nuevo capitán recogidos los despojos de la arruinada misión, dio vuelta a Loreto sin empeñarse a seguirlos: su demasiada circunspección se atribuyó a debilidad. Los presidiarios quedaron tan descontentos; que poco después por votos secretos y cuasi todos uniformes, se hubo de conferir el mando a don Esteban Rodríguez Lorenzo,   —129→   que lo ejerció por más de cuarenta años con grande utilidad de la colonia en California.

El padre provincial Francisco de Arteaga, en consecuencia de sus antiguos proyectos sobre la fundación de un Seminario en Puebla, vista la resistencia del fiscal, había obtenido del excelentísimo conde de Moctheuzoma un ventajoso informe firmado en 31 de julio del año antecedente, y otro no menos honorífico de la ciudad y ayuntamiento de Puebla en 3 del mismo mes. En virtud de estos documentos, el padre procurador Bernardo Rolandegui se presentó en Madrid pidiendo al rey licencia para la fundación, y juntamente la gracia de que su majestad se dignase tomar el nuevo colegio bajo su protección y real nombre. Oído el fiscal y junta de consejo del rey, por su cédula de 12 de agosto de 1701, dice que ha resuelto conceder, como por la presente concede, al prepósito o superior del colegio de la Compañía de Jesús en la Puebla de los Ángeles la licencia que se pide para fabricar vivienda a comodidad de los colegiales, o seminaristas profesores de la filosofía y teología, para que desde la dicha casa se vayan a cursar al colegio de San Ildefonso que la Compañía tiene en aquella ciudad. Manda luego a su virrey y capitán general, a la audiencia real de México y a todos los ministros y justicias de la ciudad de Puebla, y ruega y encarga al ilustrísimo señor obispo y cabildo, no pongan ni consientan poner a la Compañía de Jesús embarazo ni impedimento alguno, en ningún tiempo ni con motivo ni pretexto alguno, sino que antes den todo favor, fomento y ayuda que para el efecto necesitase; encargando juntamente se haga dicha fábrica lo más cerca que se pudiese a dicho colegio de San Ildefonso. No pudo venir el original de esta cédula hasta principios del año siguiente; sin embargo, sabiendo el padre provincial por carta del padre Rolandegui, que era indispensablemente necesario consentimiento e informe del ordinario, presentó un memorial al venerable deán y cabildo de aquella santa iglesia sede vacante, por muerte del ilustrísimo señor don Manuel Fernández de Santa Cruz. El cabildo se remitió a informe del doctor don Juan de Jáuregui y Bárcena, doctoral de aquella iglesia catedral, provisor y vicario general del obispado. Respondió en 18 de diciembre, que la fundación de dicho Seminario, no solo no tenía inconveniente alguno, sino que era obra digna de retribución de gracias por ser conocido que resultaría en beneficio y utilidad pública de todo el obispado y mayor lustre de la ciudad. Conformándose el venerable cabildo con el dictamen de su provisor, expidió en 16 del mismo mes decreto   —130→   firmado del señor arcedeano don Diego de Victoria y Salazar, en que da su consentimiento para la erección del colegio, añadiendo que daba al muy reverendo padre provincial y en su nombre a la sagrada Compañía de Jesús las debidas gracias.

[1702] Entre tanto, al mes siguiente, principio del año de 1702, llegó a manos del padre provincial la cédula del rey, y presentada en el real acuerdo, bajó decreto en que con la debida reverencia se obedecía la disposición de su majestad, y se daba licencia para ponerla en ejecución. Las casas que dos años antes había comprado para este efecto el padre Francisco Arteaga, se dispusieron para habitación de los padres y los seminaristas filósofos y teólogos que debían pasar allí del Seminario de San Gerónimo. Se dispuso la posesión para el día 7 de mayo en que con numeroso acompañamiento vinieron en forma de comunidad los fundadores a la iglesia de San Ildefonso, donde los recibieron en la misma forma los jesuitas de los dos colegios. Los cuatro más antiguos tomaron allí sobre sus hombros la estatua de nuestro padre San Ignacio ricamente adornada, y pasáronla al nuevo colegio donde hasta hoy se guarda y venera. Al santo fundador y patrón seguían los seminaristas fundadores, la comunidad de San Gerónimo, y últimamente los jesuitas conducidos del padre provincial y del padre Antonio Arias, primer rector de la nueva fundación, y lucido concurso de la nobilísima ciudad. Al día siguiente para que la devoción y la piedad fuesen las primicias de la nueva planta, el padre provincial dijo allí la primera misa, y comulgó de su mano a todos los seminaristas, que a la tarde en forma de comunidad pasaron al colegio del Espíritu Santo con su rector a darle las debidas gracias.

Para el día 18 de mayo se dispuso la colocación de la primera piedra del edificio, que con acompañamiento de uno y otro cabildo, religiones y nobleza de la ciudad, puso el doctor don Diego Victoria y Salazar, deán ya entonces de la santa iglesia catedral. La fábrica se concluyó dentro de algunos años con bastante capacidad y hermosura para entonces. Creciendo después el número de los seminaristas, se añadió cuasi otro tanto a diligencias del padre rector Nicolás Calatayud, y magnificencia del ilustrísimo señor don Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, en cuya persona acaba de perder aquel colegio y toda la Compañía de Jesús un amantísimo y celosísimo protector. Ha dado este colegio muchos y muy esclarecidos varones a las religiones, parroquias y coros, no solo de aquella ciudad y obispado, sino de toda la América, y   —131→   actualmente ilustran las catedrales de Puebla y México algunos cayos nombres nos obliga a callar su modestia. [Muerte del padre José Vidal] En el colegio máximo de México faltó este año un operario infatigable en el padre José Vidal, que por muchos años había con su fervorosa predicación ilustrado la ciudad, y todo su territorio en provechosísimas misiones. Honró el ministerio apostólico renunciando por él las cátedras de teología en que la religión se había prometido mucho lustre de sus grandes talentos. Fundó en el colegio máximo la primera congregación de nuestra Señora con la advocación de los Dolores, de que era tiernísimo devoto. Esta congregación aprobó nuestro muy reverendo padre general Tirso González, y agregó a la primacía de la de Roma, por su patente de 11 de febrero de 1606. Alcanzó del reverendísimo padre fray Juan Francisco María Poggi, general de los Servitas, la de participación de todas las gracias y privilegios, como también de todas las buenas obras de aquella esclarecida religión, fecha en 6 de julio de 1697, y ha sido fecunda madre de cuasi otras tantas como son las casas de la Compañía en Nueva-España. Imprimió sobre este asunto un devotísimo tratado, y consiguió que la devoción de los Dolores de María Santísima, cuyo rezo y oficio se había concedido en su tiempo, fuese como el carácter de la América. Sería un monumento inmortal de su devoción para con la pasión de nuestro Señor, la señal que a las tres de la tarde se acostumbra hacer con las campanas en memoria de las agonías del Salvador en la Cruz. Esta práctica que estaba mandada por el último concilio mexicano se había omitido enteramente. En 1686 se dio principio en México a tocar las tres24. El padre Vidal por sí mismo y por medio de don Juan de la Pedraza obtuvo de los señores arzobispo y virrey, del venerable deán y cabildo, y de todos los prelados de las religiones, que se practicase generalmente en todas las iglesias de México, de donde se ha extendido no solo a las demás ciudades, pero aun a los más despreciables lugares de todo el reino. A este celo y piedad Correspondía en su comunicación un gran fondo de religiosas y sólidas virtudes una exactísima observancia, humildad profunda, y maravillosa pobreza. Le favoreció el cielo con innumerables conversiones, y algunas gracias singulares que no pudo ocultar tal vez su circunspección, y que hicieron formar a todos un concepto de no vulgar santidad con que falleció el día 2 de junio.

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Por este mismo tiempo, los moradores de Villa Alta, en la diócesis de Oaxaca, habiendo descubierto unas nuevas minas en los montes vecinos pensaban hacer donación a la Compañía de alguna parte de aquel hallazgo en remuneración de las frecuentes y fructuosas misiones que los padres del colegio de Oaxaca habían hecho en aquel territorio los años antecedentes. Por orden del padre provincial pasó el padre Juan de Angulo a reconocer el fondo de la casa. Por justos motivos no se tuvo por conveniente aceptar la donación; sin embargo, no fue inútil la jornada del padre Angulo. Los pobladores de las nuevas minas habían hallado mucha contradicción en los indios de los pueblos vecinos; alegaban muchos pretextos frívolos, y era en realidad que miraban a los españoles como unos vecinos importunos para la libertad y ejercicios de superstición a que vivían casi impunemente entregados. No le fue difícil al padre averiguar estos ocultos motivos. Supo la deplorable ceguedad en que vivían aquellos infelices, y la infame profesión que hacían de hechiceros. Esta opinión, bien o mal fundada, al paso que los hacía temer de los otros pueblos cercanos, les atraía no pocas comodidades de que temían privarse si se establecían los españoles en aquellas minas. Amenazaban por tanto que con yerbas y maleficios harían desaparecer las vetas de plata, o inundarían de agua las minas. Los españoles a quienes en confuso habían llegado estas noticias, habían entrado en tanto terror que pensaban desamparar el puesto. Decían los trabajadores que estaban encantadas las minas, que en ellas se oían silbos y bramidos espantosos, y otras veces golpes de picos y barretas, y ruido como de grandes árboles que rodaban desde la cima. El padre Angulo avisado de un indio fiel, pasó a verse con loa caciques de los pueblos opuestos, los amansó y redujo a consentir en el laborío de aquellas vetas, les afeó sus desórdenes, y mas que todo la opinión que fomentaban de hechiceros, aborrecible a todo el género humano. Mandó luego levantar un jacal sobre la mina, y celebró en ella la misa de nuestra Señora para disipar, como disipó efectivamente, el pánico terror de los obreros que decían públicamente haber el padre desencantado aquellos montes, y le repetían gracias como a público benefactor25.

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En este año se pasó con notable desigualdad en la California. [Curato de Maxcuni] La mayor parte de él fue lleno de cuidados, y de no pequeños sobresaltos. El padre Juan de Ugarte que por ausencia del padre Piccolo se encargó del partido de San Javier, se halló solo en aquel puerto sin haber parecido un indio hasta la noche, en que hallándolo solo sin soldados, se fueron lentamente congregando. Este sosiego duró poco. [Rebelión de las Californias] Dentro de algunos días, irritados los naturales por la muerte injusta de un indio californio, convocaron las vecinas rancherías, cayeron sobre las siembras que había hecho el padre ausente acaso en Londó, las arrasaron, y hubieran hecho lo mismo con la casa e iglesia a haberlas hallado sin defensa. Cada día más insolentes conociendo la debilidad de la pequeña tropa, amenazaban aun al mismo presidio donde para su seguridad se habían retirado los padres. La escasez y mala calidad de los alimentos era ya muy sensible, y no se tenía noticia alguna del padre Piccolo que desde fines del año antecedente se había embarcado para la Nueva-España. Por este lado preparaba el Señor nuevos alivios a los misioneros a quienes por otra parte afligía con duras pruebas. A principios del año habían tres cédulas del rey con fecha de 17 de julio de 1701. Las dos a la audiencia real y obispo de Guadalajara en que encarga fomenten por todos los medios posibles una empresa tan piadosa, e informen a su majestad de todo cuanto pueda contribuirá su aumento: la tercera al señor don Juan de Ortega Montáñez, arzobispo y virrey, mandando que se contribuya de sus reales cajas con seis mil pesos cada año, se informe a su majestad del estado de la California y medios de su aumento; y finalmente, se pase, si fuese posible, a la California la fundación de dos misiones que para Sonora y Sinaloa había dotado don Alonso Fernández de la Torre. En cumplimiento de estas órdenes, la real audiencia de Guadalajara pidió informe al padre Francisco Piccolo, quien con tres testigos que presentó oculares lo dio muy a satisfacción en 10 de febrero de 1702. En México después de algunos dificultades se consiguió la paga efectiva de los seis mil pesos por decreto de 29 de abril. Este situado no sufragaba a las dos más urgentes necesidades, de algunas misiones y de un barco para el trasporte de todo lo necesario. La misericordiosa providencia del Señor, suplió ventajosamente ésta falta por medio de la magnífica; liberalidad   —134→   del señor don José de la Puente y Peña, marqués de Villapuente, de quien tendremos lugar de hablar más oportunamente en otra parte, y de los señores don Nicolás de Arteaga y doña Josefa Vallejo su esposa. El primero con treinta mil pesos, que dotó la subsistencia de tres misiones que se fundaron después sucesivamente en San José Conmandú, la Purísima Concepción, y Guadalupe. A la piedad de los segundos se debe la misión de Santa Rosalía Mulege. Con los socorros de otras personas devotas se pudo también comprar un barco llamado el Rosario. Restaba solo al padre Piccolo llevar consigo algunos operarios; pero de cuatro que pretendía solo pudo llevar dos, que fueron los padres Gerónimo Minutili y Juan Manuel de Basaldúa. Con este socorro, después de una peligrosísima borrasca desembarcaron en Loreto el 28 de octubre. Se dio luego providencia que el padre Minutili quedase en Loreto con el padre Salvatierra, y los padres Piccolo y Basaldúa pasasen a San Javier para que uno y otro de los recién venidos se industriasen en el idioma y manejo de los salvajes. El padre Juan de Ugarte a la mitad de diciembre salió para el puerto de Guaimas a hacer nueva recluta de ganados, mulas y caballos para la labranza de la tierra, y otras necesidades de la colonia.

En la costa de Sonora halló el padre Ugarte muchos motivos de alentarse con las noticias que tuvo de dos expediciones que desde fines del año antecedente había hecho el padre Kino. [Nueva expedición del padre Kino al río Colorado] En una y otra había este incansable misionero llegado hasta el río Colorado, y aun arrojádose a pasarlo por un lugar que llamó de la Presentación, en que su anchura según el mismo padre será como de doscientas varas. Pasó a las rancherías de los quihuinas, recibió mensajeros y les envió mutuamente a los guguanes, ogiopas y otras naciones. Se certificó que las conchas azules venían de las costas del mar del Sur, y que esta solo distaba de allí diez días de camino sin estero de mar o río alguno intermedio. El padre quedó tan persuadido de que estaba en la California, que se atrevió a escribir una carta al padre Salvatierra, aunque nunca llegó a sus manos. Hizo juicio de haber en las dos riberas del río más de diez mil almas, y fue recibido de todas con tanto agrado y afabilidad, que se hubiera resuelto a caminar hasta la costa del Sur, o hasta el desemboque del Colorado, si no fuera por las cabalgaduras, a quienes fue imposible pasar el río. Vuelto a los Dolores se determinó a hacer el último esfuerzo; juntó cuanto pudo de provisiones, tanto para sí, como para acariciar y regalar a los indios, y en   —135→   5 de febrero salió acompañado del padre Manuel González, misionero de Oposura. Llegaron en 10 de marzo a la junta de los ríos Gila y Colorado, y a una numerosa ranchería de quihuimas que llamaron de San Rudesindo. Tomaron el rumbo derechamente al Sur registrando varios parajes para pasar las cabalgaduras que no se pudo hallar por los muchos pantanos de la orilla. El día 11 de marzo, dice el padre Kino en su relación, haberle salido el sol por encima del remate del mar, sin ver más que tierra continuada por el Sur, Poniente y Norte, y solo al Oriente el mar de California. En esta situación, cuando parecían estar más vivas las esperanzas de concluir aquel importante descubrimiento, enfermó gravemente el padre Manuel González. Se trató luego de dar la vuelta con prisa: no pudo ser tanto que no muriese el padre antes de llegar a los Dolores en el pueblo de Tubutama. Escribió el padre Kino al superior de la Sonora, como ocho de los naturales de aquellos países recién descubiertos le habían seguido hasta su misión por el deseo de recibir el bautismo: que los mas que daban en muy bella disposición para lo mismo: que en las rancherías vistas de nuevo en este último viaje había contado cerca de cuatro mil almas; que fuera del río Colorado desembocaba también, según el testimonio de los naturales, en el Seno californio otro río que llamaban Amarillo. Que el Gila y Colorado después de su junta, y cerca de la embocadura se partían en dos brazos, y formaban una grande y muy amena isla. Hasta aquí la carta fecha en 2 de abril de 1702. El cariñoso recibimiento que las naciones gentiles de aquel país hacían al padre Kino, y el deseo que tenían de tener ministros en sus tierras y recibir el bautismo, lo manifestaron bien algunos meses después. Los quihuimas y yumas, quiere decir, las dos principales y numerosas naciones, enviaron sus mensajeros al gobernador de Sonoidac, como empeñándolo para que pasasen padres a sus tierras. Este los condujo al padre Kino, y este celosísimo misionero pasó en persona con ellos hasta Huepaca, donde residía el padre Antonio Leal, superior de aquellas misiones. Prometioles el padre hacer cuanto pudiera para que se les diese aquel consuelo, y aun Trató de que pasase a México el padre Kino para acalorar más la negociación. No tuvo efecto este viaje, y la fatal incredulidad con que se habían mirado siempre las cosas de la Pimería impidió después un establecimiento que hoy habría quizá dado al rey vastísimas provincias, y a la católica religión innumerables almas.

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En efecto, en más de diez y seis años que el padre Kino había trabajado sin descanso en el descubrimiento de un país tan vasto y tan poblado, no hallamos que tuviera más compañero fijo que el padre Agustín Campos de Campos, aunque se señalaron en diferentes tiempos algunos otros a fuerza de repetidos informes y protestas, o no llegaron a ir deteniéndolos en el camino los superiores de Sonora, o estuvieron tan poco tiempo que no hicieron cosa considerable. A principios de 1703, por los informes del padre Antonio Leal se destinaron cuatro operarios a la Pimería, con indecible consuelo del padre Kino. Ya estaban en viaje y próximos a entrar en labor de aquella viña, cuando se soltó la injuriosa voz de que los pimas habían muerto al padre Francisco Javier Mora, misionero de Arizpe. [Por una falsa voz contra los pimas se destinan a otra parte cuatro misiones destinadas a la Pimería] No había cosa más fácil que refutar aquella mentira, como se había hecho ya con tantas otras igualmente groseras. Lo hizo el padre Kino con la mayor energía y evidencia; pero entre tanto movidos de la primera voz los superiores habían ya dado otro destino a los sujetos que apenas llegaron a pisar la Pimería. Solo a Tubutama se consiguió que pasase el padre Gerónimo Minutili, a cuya salud había probado el temperamento de la California.

En esta península se intentaron algunas nuevas correrías: la primera, hacia la contra-costa del mar del Sur, donde se descubrieron algunas nuevas rancherías y tierras a propósito para siembras. La segunda fue a la bahía de la Concepción, cuarenta leguas más al Norte del real de Loreto en busca de un río de que había alguna noticia por la lancha que llevada de una tempestad se decía haber entrado en sus riberas. La distancia mayor de lo que se pensaba, y la aspereza de las sierras, hizo esta jornada enteramente inútil. A la vuelta de esta expedición, juntos los padres en Loreto, celebraron con la mayor pompa y ostentación que fue posible, la solemnidad del Corpus, tomando ocasión de aquí para explicar a los infieles, asombrados y atónitos, el motivo de aquella extraordinaria alegría, y la significación de aquellas augustas ceremonias. Toda esta tranquilidad y esperanza de fruto, se desvaneció bien presto con la noticia que llegó al presidio de que el cacique y otros mal contentos de San Javier del Viggé, habían dado cruelmente la muerte a cuantos párvulos bautizados y adultos catecúmenos pudieron haber a las manos. Era este atrevimiento consecuencia de la impunidad con que habían quedado después de la muerte de un soldado del presidio. Por tanto, el capitán resolvió a todo trance no dejarlos sin castigo. Salió con cuanta más gente pudo, y dio a media   —137→   noche sobre les sediciosos, no con tanto silencio que no huyeran cuasi todos a lugares inaccesibles: murieron algunos, y entre ellos uno de los principales autores. El cacique cabeza del motín escapó entre los fugitivos; pero los parientes de los catecúmenos muertos lo trajeron vivo dentro de pocos días a presencia del capitán. Confesó haber sido el jefe de cuantas conspiraciones, inquietudes y robos se habían cometido desde que entraron allí los españoles. A pesar de los ruegos e instancias de los padres fue condenado a muerte, que conforme a su no vulgar capacidad; instruido bellamente en tos santos misterios, bautizado y asistido del padre Basaldúa, recibió con resignación. En el seno de la provincia, concluido el trienio del padre Francisco Arteaga, había tomado el gobierno el padre Ambrosio Oddon mientras llegaba el padre Manuel Piñeiro, que de actual provincial de la provincia de Toledo, venía destinado visitador y provincial de Nueva-España. El padre Arteaga descargado de este peso, se aplica enteramente al aumento y perfección del Seminario de San Ignacio, que el año antes había fundado en Puebla. Con parte de los bienes del padre doctor don Nicolás Andrade, y mil pesos que añadieron los señores don Francisco de Luna y doña Josefa de Ávila Galindo, su esposa, se fundaron este año las cuatro becas de oposición que por presentación del padre rector del colegio, y nombramiento del padre provincial, conforme a las cláusulas de su fundación, se proveyeron en 6 de abril en los cuatro más beneméritos, que lo eran don José Tapia; don Antonio de Olivera, don Diego Calderón y don Antonio de Alcántara. A principios del año siguiente de 1704 con fecha de 12 de enero, se dignó el señor Felipe V expedir real cédula en que admite y toma baja en real protección y patronato el dicho colegio de San Ignacio. Sus términos son muy honoríficos para no insertarla26.

[1704] No fue esta la única señal que de su benevolencia y amor para con la Compañía de Jesús dio en esta ocasión el rey católico. Llegó antes otra cédula despachada en 12 de junio del año anterior en que manda su majestad a su gobernador de Yucatán, y ruega y encarga al señor obispo de aquella diócesis, se encomienden a la Compañía la conversión y administración de los indios del Peién, región situada entre las provincias de Yucatán, Chiapas y Tabasco.

[Rehúsa la compañía la administración de los curatos de Yucatán] En consecuencia de esta real cédula, el ilustrísimo señor don fray Pedro de los Reyes proveyó auto en 10 de junio de 1704, requiriendo al padre   —138→   rector de Mérida para que se encargase la Compañía de la administración de aquellos pueblos. El padre rector respondió, que para admitir o no dichas redacciones por vía de misión o de cuanto excedía enteramente su jurisdicción, era necesario esperar el dictamen del padre provincial distante muchas leguas. Se dio cuenta a México, y hablando la real cédula en términos de curatos y administración parroquial no llegó a tener efecto, reservando dar cuenta , como se hizo, a su majestad de los motivos que obligaban a la Compañía para no tomar sobre sí semejantes cargos. A estas siguieron otras cinco cédulas del piadosísimo rey sobre la misión de California. Las cuatro eran dirigidas al fiscal de Guadalajara don José Miranda, y al padre provincial de la Compañía, a don Juan Caballero de Ocio, y a la congregación de los Dolores del colegio de México, dándoles las gracias por la liberalidad y celo con que fomentaron aquella conquista. La última al excelentísimo señor virrey duque de Alburquerque, ya virrey desde el año de 1702; tomando varias providencias para la conservación y progresos de la colonia, mandaba que sobre los seis mil pesos señalados en 17 de julio de 1701 se le diesen otros siete mil en las reales cajas de Guadalajara, y a los misioneros jesuitas se les de la misma limosna que en Sinaloa y Sonora, y que se formase una junta de personas inteligentes y misioneros para establecer un presidio. La noticia de estas cédulas llenó de gozo al padre Juan Manuel Basaldúa, que a principios de febrero había venido de California a Guadalajara. Pasó prontamente a México; pero el virrey aun obtenida favorable respuesta del fiscal, no quiso resolver cosa alguna, remitiéndose a la junta general, para la cual había ya mandado citar a los padres Juan María Salvatierra y Francisco Piccolo. [Propone segunda vez el padre Salvatierra desamparar la colonia, y constancia de los soldados] Entre tanto era cuasi extrema la necesidad que se pasaba en California; tanto, que, el padre Salvatierra hecha otra vez junta de los padres y soldados les pidió su dictamen sobre dejar la tierra, o retirarse a la costa vecina de Sinaloa mientras de la piedad del rey se conseguía algún socorro permanente y fijo. En medio de la mayor consternación fue tal el ardor y constancia del capitán y demás soldados a su ejemplo, que gritaron, todos a una voz querían morir en la demanda, y antes protestarían contra los padres si se desamparaba la provincia. Ni, fueron estas voces dictadas solamente del pundonor forzado en la presente ocasión, pues, saliendo poco después la lancha al puerto de Guiamas, y dándose facultad de pasar allá o en el barco a Nueva-España los que quisiesen, nadie hubo que tomase aquel vergonzoso partido. A la mitad de junio   —139→   había llegado en lugar del padre Minutili el padre Ugarte (hermano del padre Juan) no menos en la sangre que en el fervor y pelo apostólico. El padre Piccolo pasó a Yaqui en busca de algunos socorros recogidos de diversas misiones a costa de muchas fatigas; pero aun eran mayores las del padre Juan de Ugarte, que acompañado de algunos soldados e indios, salía diariamente por los montes y cañadas, y aun a las playas a recoger raíces y marisco con que mantenerse a sí, y a los demás.

El padre Salvatierra, aunque señalado por el padre visitador y provincial Manuel Piñeiro para visitar las misiones de Sinaloa y Sonora, y llamado del señor virrey de México; sin embargo, no le pareció poder dejar la misión en el mismo infeliz estado en que se hallaba, y antes de ver si de Sinaloa les venía algún socorro con que poderse conservar en su ausencia. Así mientras volvía de Yaqui el padre Piccolo, pasó con el padre Pedro de Ugarte a reconocer la costa del Sur para ver si podía fundarse alguna nueva misión hacia aquella parte. En la jornada se hallaron repentinamente acometidos de los salvajes que jamás habían visto semejante gente; pero a un tiro de arcabuz se echan a tierra, y luego comenzaron a traer sus mujeres e hijos en señal de paz y amistad. Se les propuso el fin de aquel viaje, y como aquel padre quería venirse a vivir con ellos para bautizarlos y llevarlos al cielo. En fin, regalados y bautizados por primicias algunos párvulos, volvieron a Loreto. A pocos días volvió el padre Piccolo a Guaimas con bastantes provisiones, y dejando aseguradas muchas más en la costa de Yaqui para otros viajes. Aliviada la necesidad, determinó el padre Salvatierra su viaje a Nueva-España, celebrada antes el día 8 de setiembre la dedicación de la nueva iglesia en el real de Loreto con el mayor regocijo y consuelo que hasta entonces se había tenido en aquel país. Dejó el gobierno de la misión y presidio al padre Juan de Ugarte, y en 1.º de octubre salió para Matanchel. Caminando de Guadalajara a México, recibió noticia de la muerte del padre visitador Manuel Piñeiro, y cómo abierto el segundo pliego casu mortis se hallaba nombrado provincial de esta provincia. Esta novedad trastornaba de un golpe todas las ideas del padre Salvatierra: prosiguió su camino apresuradamente resuelto a sacudir aquella carga luego que llegase a México, no dudando que condescenderían con su dictamen los padres consultores, y que lo aprobaría el padre general. Llegó a México, y aunque representó a dichos consultores con toda la viveza y energía que le dictaba su humildad y su celo muchas y poderosas razones para   —140→   descargarse del gobierno, no tuvo otra respuesta sino que a la misma misión de California estaban mejor que aceptase un oficio, con cuya autoridad y carácter podía atender más bien a su subsistencia y fomento. Hubo de obedecer; pero con la protesta de renunciar cuanto antes al padre general para que le aliviase de aquel peso, como lo consiguió efectivamente; aunque no tan breve como deseaba.

[Muerte del padre Piñeiro] El padre Manuel Piñeiro a quien sucedió en el provincialato el padre Salvatierra, dejó un gran deseo de sí en todos los sujetos de Nueva-España. Después de haber obtenido en m provincia de Aragón los más lustrosos empleos en cátedras, púlpito y gobierno de los principales colegios en Mallorca, Barcelona y Zaragoza, procurador a Roma y provincial, pasó a serlo de la provincia de Toledo, donde a pocos meses le fue patente de visitador y provincial de Nueva-España por muerte del padre Fernando Caro, a quien antes se había cometido. Su rara prudencia le hizo ser nombrado de la república de Mallorca a la corte del señor don Carlos II, como enviado extraordinario para ajustar las ruidosas diferencias entre el arzobispo y virrey de aquella isla. Desempeñó este empleo con tanta satisfacción de las partes, que a su vuelta se le miraba en aquel reino como un ángel de paz. Consiguió en este tiempo de la piedad del rey se fabricase un nuevo hospital, no olvidándose entre aquellas grandes honras de la misericordia para con los pobres. Entre sus religiosas virtudes, sobresalió mucho la devoción al Augustísimo Sacramento, y una mansedumbre inalterable que lo hacía amar con ternura de cuantos le miraban. Había formado un alto concepto de la religiosidad y apostólicas fatigas de los sujetos de esta provincia, de que en poco menos de un año que la gobernó, envió a Roma ventajosísimos informes. Hecho una brevísima reconciliación; y santiguándose repetidas veces, murió con admirable tranquilidad el día 21 de octubre.

El nuevo provincial, viendo que con diversos pretextos se difería la junta, determinó salir a la visita de los colegios. Visitados algunos, volvió a México por marzo de 1705. Instó por la junta, mandada en virtud de la real cédula, y no teniendo respuesta decisiva; antes de proseguir la visita, presentó al excelentísimo virrey un informe firmado de su nombre en 25 de mayo en que cumplía cuanto debía informar conforme a la mente del rey. El informe llevado al fiscal, fue remitido la futura junta. El padre Salvatierra, encargada la visita de algunos colegios de tierradentro a su secretario el padre José Bellido, que lo había sido   —141→   también del padre Manuel Piñeiro, partió a la California a la mitad de junio. Luego inmediatamente al 27, se tuvo la deseada junta y se decretó que por no hallarse en ella los prácticos que demandaba la real cédula, nada se innovase hasta nuevas órdenes de la corte. Había instado al excelentísimo duque de Alburquerque el padre Salvatierra, no salo por las necesidades de la California, sino aun por las limosnas atrasadas de tres años que se debían a todas las demás misiones de Nueva-España con grandes atrasos de la provincia. A la verdad, en las circunstancias en que actualmente se hallaba la corona, mal asegurada aun sobre la cabeza del joven rey Felipe V, parecía lícito y decoroso excusar a su majestad cualquier otros gastos por piadosos que fuesen, por tal de sufragar a los inmensos costos de una guerra tan porfiada. Esta fidelidad era el motivo que alegaba el señor virrey para no poner en ejecución, así la paga de los seis mil pesos de la California, como las del resto de las misiones. En vano había representado muchas veces el padre Salvatierra, que sin embargo de las grandes urgencias del estado, la voluntad del rey estaba muy expresa en sus reales cédulas; que las misiones de gentiles se perdían sin remedio; que la provincia exhausta con el suplemento de tantos miles en aquellos tres años se hallaba empeñada e imposibilitada de mantenerlas; y finalmente, añadió con santa intrepidez... [Representación del padre Salvatierra al virrey sobre la detención de las limosnas del rey para las misiones] «Señor excelentísimo, yo no cedo a nadie en el mundo en el amor, fidelidad y veneración de nuestro católico monarca. Este pobre jesuita, solo y desasistido de las reales cajas, ha conquistado y rendido a su majestad un país que en más de ciento sesenta años a costa de inmensos gastos hechos al real erario no habían podido sujetarlo todos los excelentísimos antecesores de vuestra excelencia; y yo juzgo que en exhibir las limosnas de los misioneros, y conservar a su majestad tantas provincias como le han dado los misioneros jesuitas, y en mirar por la salvación de tantas almas, tan no se falta a la fidelidad debida a nuestro rey (que Dios guarde), que antes se cumple con sus más estrechas y declaradas órdenes, y se da a su corona más firme apoyo que con cuantos tesoros puedan llevar las flotas».

No cedió a la fuerza de estas razones el duque de Alburquerque, y el padre Salvatierra, meditados todos los caminos que a su celo y a sus talentos podían ofrecerse de ocurrir a aquella necesidad, y no hallando brecha alguna, resolvió juntar una consulta extraordinaria de todos los padres profesos más autorizados que había en México. Propúsoles las necesidades de las misiones, los gravísimos empeños contraídos por   —142→   la provincia en los años antecedentes, las diligencias practicadas, y su ningún efecto. Pidió que sus reverencias le alumbraran, si hallaban modo de proveer algún remedio, y si no que dijesen si convenía renunciar las misiones, y que se entregasen a clérigos seculares. [El padre Salvatierra renuncia las misiones] Este era el único recurso en que consintieron los más de los votos, y conforme a este dictamen se procedió a formar el escrito de renuncia que firmaron todos, y autorizó en toda forma el padre secretario. Juntamente con la presentación de este escrito envió el padre provincial cartas a todos los rectorados de misiones, previniendo que estuviesen prontos para entregarlas a la primera orden, con todos sus frutos, labores, bienes y aperos de casa e iglesia, como se supo después por carta del gobernador del Parral al señor virrey. Esta resolución hizo que su excelencia mandase exhibir por aquel año las limosnas de misiones, reservando la paga de los atrasados para tiempos más desahogados, y al mismo tiempo fue un testimonio incontestable del desinterés temporal con que trabajan los jesuitas en las misiones de América, muy ajenos de aquellos imaginarios tesoros y comodidades que en todos tiempos han querido hacer valer sus émulos. El desabrimiento con que por esta ocasión quedó el señor virrey recayó enteramente sobre la infeliz California: no se tuvo la junta ni nada se hizo. Mientras que esto pasaba en México, en aquella misión los padres y los presidiarios lo pagaban con bastante incomodidad, y hubiera llegado al extremo sin la eficaz actividad de los padres Ugarte y Piccolo. [El padre Ugarte desmonta y allana tierras para siembra en California] El primero que había quedado por superior, a costa de muchas fatigas allanó tierras desmontándolas por su misma mano, tanto para enseñar, como para alentar a los salvajes: hizo algunas presas, plantó viñas y sembró algunas semillas con que pudiese subsistir por sí la colonia en caso de faltarle los socorros de México y Sinaloa27. Hizo venir de la Nueva Galicia un maestro de tejedor que enseñase a sus indios, y excusar a la misión el gasto de telas, sumamente necesario, aun más que para el abrigo, para el recato de los mismos españoles y misioneros que apenas podían salir de sus casas, y aun estar en ellas sin que tropezase la vista en la desnudez ajena.

El padre Piccolo a quien el padre Salvatierra había señalado en su   —143→   lugar por visitador de las misiones de Sonora y Sinaloa, se valió de la ocasión que le ofrecía este empleo para recoger algunas limosnas de aquellas poblaciones, y remitirlas a California. Le ayudó en gran parte el padre Eusebio Kino, y a uno y otro dio después las gracias el padre provincial de haber conservado por su industria y caridad la misión y el presidio. Con su llegada, que fue a 30 de agosto, fue común la alegría de todos en Loreto: acudían en tropas los indios como a su padre y común bienhechor. Había procurado llevar provisiones abundantes; pero no fue esto lo que dio más consuelo en las circunstancias presentes en que la hambre era el menor de los males. Lo que tenía la colonia en punto de arruinarse eran las disensiones de los presidiarios con su capitán, y la poca sujeción de este a los padres. Poco antes de pasar a la Nueva-España el padre Salvatierra, el capitán Esteban Lorenzo, aunque muy a gusto de todos, había por no se qué aprehensiones renunciado el oficio. No pudiendo convencerlo ni las razones ni los ruegos de los padres, se determinó el padre Juan María a llamar de la Sonora a don Juan Bautista Escalante, alférez entonces del presidio de Nacosarí. Era este soldado de buenos créditos y acreditada reputación; pero demasiadamente fogoso, mejor para venir a las manos que para gobernar con quietud. Presto se comenzaron a sentir los efectos de su mala conducta, así en el orgullo con que trataba a los presidiarios, como en la dureza para con los naturales. Unos y otros traían sus quejas al padre Juan de Ugarte; pero lo que había de ser remedio empeoraba el mal, no sufriendo el dicho capitán que el padre quisiese irle a la mano en lo político y militar del presidio. Llegó a tanto, que el padre Ugarte por no tomar más agria providencia, dio aviso de todo al padre Salvatierra. A sus razones y a la salud pública de la colonia toda que se lo pedía, hubo de acceder don Esteban Lorenzo, y reasumir el cargo de capitán del presidio, para donde navegó con el padre provincial. La suavidad y arte del padre fue tal, que, el capitán Escalante sin sentir ni darse por ofendido del desaire, prosiguió por algún tiempo en el real hasta que los mismos padres le procuraron mejor acomodo. Compuestas así estas diferencias, despachó el parco a las costas de Sinaloa para conducir las limosnas que había ofrecido la caridad de aquellos padres y vecinos. [A fines de octubre sale para México el padre provincial] Algunos de estos pasaron a visitarle a California en que se detuvo dos meses, y padre habiendo dejado órdenes para el establecimiento de dos nuevas misiones, y proveída para buen tiempo la colonia, salió para México a fines   —144→   de octubre. Dejó allí a petición suya y de los padres al hermano Jaime Bravo, que le había acompañado en la visita, y que después por catorce años fue allí el alivio de los misioneros en el cuidado de lo temporal, hasta que ordenado de sacerdote acabó allá sus días celosísimo misionero. [Muerte del antes hermano y después sacerdote padre Bravo] Inmediatamente después de la partida del padre provincial, se emprendió la fundación de las dos nuevas misiones. El padre Pedro Ugarte partió para Liguí o Malibat, catorce leguas al Sur de Loreto, a quien se dio el nombre de San Juan Bautista, en que a costa de continuos riesgos e indecible pobreza, continuó el padre hasta el año de 1709. El padre Juan Manuel Basaldón partió el mismo día al río o arroyo de Mulego en que había de fundarse la misión de Santa Rosalía. El camino era mucho más largo de cuarenta leguas al Norte de Loreto. [Fundación de las misiones de San Juan Bautista y Santa Rosalía] Consiguió el padre en lo de adelante hacerlo traginable a costa de inmensas fatigas. La pobreza e incomodidades eran iguales como comunes en todas las misiones nuevas; pero en esta lo suplía y endulzaba la mansedumbre y docilidad de los indios, cuando el padre Pedro de Ugarte tuvo que vencer los genios más perezosos, más cavilosos e inconstantes que había en la California. No fue el menor trabajo de esta misión de San Juan el haber sabido el padre Salvatierra, vuelto a México, que don Juan Bautista López, rico mercader, había quebrado con pérdida de los diez mil pesos que había prometido para su dotación, y de los cuales pagaba hasta entonces los réditos. Este accidente hizo al padre provincial que tratase luego de asegurar los demás principales de las misiones de California en buenas fincas y haciendas que administra hasta hoy un procurador destinado a este efecto.

[Muerte del hermano Pablo de Loyola en el colegio máximo] En el colegio máximo falleció este año el hermano Pablo de Loyola, pariente del Santo, fundador de la Compañía, y su imitador en el heroico desengaño con que despreció al mundo, y en las virtudes religiosas. Vino a la América con el gobierno de las provincias de Nicaragua, en que su desinterés, justicia y piedad le hicieron ver de todos, aun en el estado secular, como un espejo de magistrados, y como un ejemplar religioso. Acabado su gobierno, pretendió tomar el hábito de carmelita descalzo; pero un sujeto muy grave y muy espiritual de aquella religión le declaró que Dios quería servirse de él en la Compañía de Jesús. Admitido en ella ejerció por quince años el humilde oficio de portero en el colegio máximo. Su mortificación, silencio, humildad y continua oración, o mental o vocal, era de mucha edificación a los de fuera, y a los de casa que lo miraban, como una viva   —145→   imagen del venerable hermano Alonso Rodríguez. Murió el día 17 de mayo. Es una prueba nada vulgar de su virtud, que llegada la noticia de su muerte a León de Nicaragua, donde había sido gobernador, se lo mandaron hacer muy solemnes honras, predicando en ellas las alabanzas del difunto el mismo ilustrísimo prelado de aquella diócesis.

[Muerte del apostólico padre Juan Cerón] No fue menos la pérdida que hizo el colegio de San Luis Potosí, y aun toda la provincia de Nueva-España, en el espiritual y apostólico padre Juan Cerón natural de Tecusigalpa en el obispado de Valladolid de Comayagua. Su gran teatro fue Guatemala en que pasó la mayor parte de su vida en las cátedras de filosofía y teología. Por dictamen del padre Diego Marín, uno de los más célebres escolásticos que ha tenido la provincia, se pensó en llamarlo a México, aunque lo impidió el grande fruto de que se privaba Guatemala. El descanso con que interrumpía la tarea de su cátedra era los días que llamamos de asueto, salir a explicar la doctrina a diversas iglesias, y otros a confesar a los hospitales; por las vacaciones, de ordinario a hacer misiones y diferentes pueblos. Fue maravilloso en el ejemplo de humildad con que siendo el oráculo de Guatemala, se ofreció por falta de administrador a cuidar de un ingenio, como lo hizo por dos continuos años. Fue tenido por hombre ilustrado y extático, no solo de personas del siglo poco capaces de discernir espíritus, pero, aun de los sujetos espirituales de aquel tiempo. El doctor don Bernardino de Ovando y don Francisco Valenzuela, el venerable Pedro de San José y el venerable fray Antonio Margil de Jesús, con quien se acompañó alguna vez para sus misiones anuas, y que desde Talamanca, donde entró a la reducción de aquellas fieras naciones, faltándole tinta, le escribió con su sangre. Persona muy ejemplar, y que le trató con familiaridad quince años, depuso con juramento no haberle visto jamás distraído, ni inmutado de alguna aun ligera pasión, y que lo parecía no perder un minuto, de tiempo de estar dentro de sí, y en la presencia de Dios. El padre Antonio Cortés que le trató muchos años, asegura no haberle visto reír, no por dureza o tetricidad, sino por la contemplación de Jesús crucificado a quien siempre tenía a la vista del alma. Conforme a grandes virtudes eran su penitencia, su silencio, a quien llamaba él compañero, su castidad tanto más admirable, cuanto combatida como la del apóstol, de cuasi continuas y feísimas tentaciones, y su pobreza tal, que jamás hubo menester llevar carga en sus caminos, y en su muerta pidiéndose algunas alhajas por el alto concepto   —146→   que se tenía de su santidad se hubo de deshacer su rosario para repartir las cuentas, de las cuales fue fama común haber obrado el Señor algunos prodigios. La venerable señora doña Ana de Guerra, bien conocida por sus insignes virtudes, y otras personas que el padre dirigió en el camino espiritual, son pruebas bastantes de su místico magisterio. Fue rector del colegio de Ciudad Real, y maestro de novicios en Tepotzotlán. Nos llevó la muerte (dice en sus apuntes el padre Antonio Cortés) un sujeto docto sin ceremonia, modesto sin afectación, y serio sin esquivez; tal fue el padre Juan Cerón, cuya memoria honra nuestro menologio el día 24 de enero.

[Padre Almonacir, 7 de enero de 1706] El siguiente año de 1706 no ofrece cosa alguna memorable en la provincia. El padre Kino en la Pimería después de haber sufrido los dos años antecedentes, y desvanecido con su paciencia y constancia admirable diversas calumnias contra sus amados pimas, restituida ya la tranquilidad, volvía a tomar nuevos alientos. Tuvo noticias de haber llegado el padre procurador Bernardo Rolandegui con una escogida misión, y al mismo tiempo se le mandó informase del número de operarios que necesitaba aquella provincia. Al mismo tiempo se pidieron del supremo gobierno informes al capitán Juan Mateo Mange, compañero del padre Eusebio Kino en los más de sus viajes, y testigo ocular de la fidelidad y bellas disposiciones de los pimas. El padre Kino respondió que los misioneros concedidos a la Pimería por el rey eran ocho, de los que solo había tres en Dolores, San Ignacio y Tubutama: que debían repartirse indispensablemente otros cinco en Caborca, en Santa María Soameca, San Javier del Bac, San Ambrosio Busamí y Santa Ana Quiburí. Sin embargo de estos ventajosos informes, no entró algún nuevo misionero en la Pimería hasta muchos años después, como notaremos en su lugar. [Visita de nuevo el padre Kino en compañía de fray Manuel Ojeda los pueblos distantes en Pimería] Por el mes de octubre salió el padre Kino en compañía de fray Manuel de Ojeda, franciscano, y de algunos oficiales a reconocer y visitar los pueblos distantes. En este viaje no se descubrió de nuevo cosa alguna fuera de lo que se había ya notado en otros, a que se añadió el nuevo testigo fray Manuel. Este religioso afirmó después constantemente que la California era península; que él había visto la continuada cordillera de montes que unía las tierras por los tres lados de Oriente, Poniente y Norte. Vino igualmente maravillado del esfuerzo, actividad, industria, fervor y vida apostólica del padre Kino. No cesaba de maravillarse como un hombre anciano, débil por su austeridad y por su poca salud,   —147→   caminaba al año tantas leguas, atendía a tantas naciones, catequizaba, predicaba, bautizaba, levantaba iglesias, cuidaba de las siembras, de la cría de los ganados, del corte de las maderas, e industriaba a sus indios en tantas y tan diferentes artes mecánicas. En efecto, se puede decir con verdad que lo que hacía por sí solo el padre Kino era tanto, que diferentes misioneros en el espacio de cincuenta anos después de su muerte, apenas han podido conservar en una corriente regular de vida política y cristiana la tercera parte de los pueblos y rancherías que él visitaba, y en que les dejó, o nacida ya, o sembrada la semilla de la divina palabra.

[Dos infructuosas expediciones en la California] En la California se emprendieron por este tiempo dos diferentes jornadas. La primera, hacia el Sur por el hermano Jaime Bravo en compañía del capitán y algunos soldados en consecuencia de las órdenes California del padre provincial que había dejado muy encargado se buscasen en lo interior de la tierra sitios a propósito para establecer nuevas misiones. La muerte violenta de dos soldados y grave enfermedad de otros dos por haber comido un pescado ponzoñoso, les hizo retroceder al día tercero para el entierro de los muertos, y curación de los enfermos. La segunda no fue menos infructuosa. Dirigíase a buscar conforme a las intenciones y repetidos encargos de los reyes católicos, algún puerto en la costa del mar del Sur en que pudiese hacer escala la nao de Filipinas. El padre Juan de Ugarte con doce soldados se encargó de esta importante comisión. Salieron de Loreto para San Javier de Viggé en 26 de noviembre. Desde el 30 les fue necesario marchar prevenidos y en buen orden por haberse visto cerca del mar más de doscientos guaicuros, nación enemiga desde la expedición del almirante Atondo. Hallaron muchas rancherías de pescadores sobre la costa, todas de paz, se enviaron exploradores al Sur y al Norte de la playa, volvieron diciendo haber encontrado una gran bahía, pero enteramente falta de agua. La necesidad que padecían de ella los del campo, era tal, que el día 7 de diciembre, ni las bestias, ni los hombres la gustaron, y hubiera sido lo mismo al día siguiente, si después de la misa y letanías que se hacían implorando devotamente la intercesión de la Virgen inmaculada no se hubiese descubierto un aguaje en aquellos mismos lugares en que el día antes se había buscado tan ansiosa e inútilmente: reconocieron todos la piadosa providencia del Señor por la intercesión de su bendita Madre, y perdida toda esperanza de hallar lo que buscaban por aquel rumbo, dieron vuelta al Real a los fines del año.

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[Por renuncia del padre Salvatierra nombra el padre general Tamburini de provincial al padre Alejandro Rolandegui] Sabíase ya en California como el padre Juan María Salvatierra descargado ya del peso del gobierno estaba para navegar allá con el padre Julián de Mayorga. Era así, que movido de los ruegos y razones del padre Salvatierra, el padre general Miguel Ángel Tamburini que había entrado en aquel cargo a 31 de enero envió a España patente de provincial al padre procurador Bernardo Rolandegui, que vuelto a México la presentó, y entró a gobernar en 17 de setiembre. El padre Salvatierra se retiró a San Gregorio, donde dispuestas las memorias con el padre Alejandro Romano, procurador de la misión y encargado de conducirlas por Matanchel el padre Julián Mayorga, se partió a principios de diciembre para Sinaloa y Sonora, de donde pensaba embarcarse a principios del año siguiente en el puerto de Ahome. [Parte para California el padre Salvatierra] En efecto, caminadas por tierra más de cuatrocientas leguas y agradecidos a los padres misioneros y demás bienhechores los socorros enviados a su amada misión, se hizo a la vela para la bahía de San Dionisio en 30 de enero de 1707. [1707] A la noche del 31 se levantó la mas furiosa tormenta que habían visto en aquellos mares. Amarrado el timón se dejaron ir a discreción del viento que los condujo a unas islas y escollos incógnitos, donde a cada instante temían estrellarse. Aumentaba el riesgo el desmayo de la gente, que postrada, sin alimentos en más de cuarenta horas, no pensaban sino en prevenirse para la muerte. Finalmente, arrojados de la tempestad sobre la isla de San José, llegaron al real de Loreto en 3 de febrero. Poco después llegó con las memorias de géneros y algunas otras provisiones el padre Julián Mayorga. Había (dicho padre) pocos meses antes, llegado de la Europa con la misión del padre Rolandegui. Sin tomar el necesario descanso después de tan prolija navegación, partió a Matanchel, y de allí a la California. La mudanza de tantos diferentes climas en menos de ocho meses; las incomodidades de la navegación; los no acostumbrados calores y sequedad de aquel país, y lo extraño de los alimentos, causaron tanto estrago en su salud, que el padre Juan María se resolvió a pasarla a las costas de Sonora o Sinaloa. Hubiérase ejecutado si el doliente mismo hincadas en el suelo las rodillas no hubiese pedido que lo dejasen en California, que allí esperaba mejorar, o a lo menos morir gustoso en el destino que le había dado la obediencia. Premió Dios su resignación con una robusta salud, con que pudo después trabajar treinta años por la de los californios.

Por otro tanto tiempo había trabajado incansablemente entre los nuevos   —149→   taraumares el padre Francisco Celada, que murió este año el día 28 de enero. Fue natural de Mondéjar en Castilla, ejemplar de fervorosos misioneros. El amor a sus indios lo hizo renunciar los rectorados de dos colegios con que lo honró nuestro padre general. Llamado para administrar el Sacramento de la Penitencia, partía al punto dejando imperfecta la acción más importante. Jamás se detuvo aun siendo de tres o cuatro leguas a que le ensillaran el caballo, sino que luego se ponía en camino, diciendo que fueran a alcanzarle. Esta prontitud en un dio destempladísimo del invierno, estando ya achacoso fue la causa de su última enfermedad. Aun en esta, jamás hizo cama sino los dos últimos días de su vida, obligado de dos padres que le asistían, y entonces vestido enteramente, como acostumbraba dormir siempre, (dice el padre Newman en carta escrita al padre provincial) tuvo un continuo estudio de mortificarse en todo, en alimento, su lecho, su habitación, en vestido. Premió Dios estas religiosas virtudes con claro conocimiento de su vecina muerte. [Muerte en la Taraumara del padre Francisco Celada] El último domingo de su vida, después de celebrado el santo sacrificio de la misa, se despidió públicamente en la iglesia de sus amados hijos, diciéndoles que se despedía para la eternidad, y pidiéndoles con lágrimas no se olvidasen de lo que por tantos años les había predicado, ni se apartasen de los mandamientos de Dios: que llevaba el consuelo de morir entre ellos, y que no les faltaría quien los administrase en adelante con amor y caridad. El llanto y gemidos de todos los circunstantes, y el dolor que mostraron con su muerte, no pudieren consolarlo los superiores, sino prometiendo darles el padre que ellos escogiesen entre los misioneros. Reducido el padre Celada a la última extremidad, se tenía el desconsuelo de no poderle administrar el santo Viático por habérsele cerrado enteramente la garganta sin poder pasar aun los líquidos; sin embargo, instaba con mil ansias el enfermo, asegurando que podía. Se hizo prueba con una oblea, y habiéndola pasado con admiración de dos padres que lo asistían, hubieron de darle el cuerpo del Señor. Luego que lo recibió, dijo sea mucha tranquilidad; ...Nunc dimittis servum tuum Domine... y habiendo entrado en una quieta y profunda meditación, antes de una hora descansó en el Señor.

A principios de noviembre se cumplían los nueve años a que el muy reverendo padre general Tirso González había prorrogado la congregación provincial. En atención a esto, convocó el padre Bernardo Rolandegui a los vocales para dicho mes; pero el día primero se halló el padre provincial   —150→   acometido de un mortal accidente, que a las veinticuatro horas hizo desesperar de su vida. El padre, con un ánimo tranquilo y sereno, nombró por vice-provincial al padre Juan de Palacios, rector del colegio máximo, y trasladó la congregación del día 2 al día 4 de noviembre, conforme a la facultad que para uno y otro le conceden las constituciones. Fue cosa digna de admiración cuan justamente midió el tiempo que podía haber prolongado mas a discreción. El día 3 de noviembre falleció el padre provincial, y enterrado el día 4 por la mañana, dio lugar para que a la tarde se procediese a las sesiones de la convocada congregación. Luego, concluido el entierro y reunida por el padre vice-provincial la consulta, se abrió el pliego casu mortis, en que se halló nombrado provincial el padre Juan de Estrada, prepósito que era de la Casa Profesa. Fue electo secretario el mismo padre José de Porras, que lo había sido en la congregación antecedente, y nombrados al siguiente día por procuradores los padres Alonso de Arrevillaga, Agustín de la Sierra y Domingo de Quiroga. El padre Sierra murió a los principios del siguiente año de 1708, y hubo de pasar en su lugar a Madrid y Roma el padre Domingo de Quiroga.

[1708] El colegio máximo perdió dentro de pocos días dos sujetos insignes, y que por caminos muy diversos habían dado muchos años de grande utilidad a la provincia. A los 22 de febrero murió el padre Francisco Camacho. Llamado de Dios a la Compañía para el grado de coadjutor espiritual por medio de un hermano portero, se ocupó en ella por espacio de cuarenta y cinco años en leer a los niños los rudimentos de la ínfima clase de gramática. En una ocupación tan molesta y tan poco lustrosa, vivía gustosísima su profunda humildad en tanto retiro y abstracción aun de loa de casa, que si no era por motivo de obediencia, apenas se le veía fuera del aposento. Tenía anexa esta clase de gramática la prefectura de la congregación de la Anunciata. Las pláticas que hacía a la juventud cada semana por razón de su oficio, y las otras muchas pláticas de piedad con que aun en la clase les hacía venerar como a Madre a la Virgen Santísima, eran la leche con que criaba y fomentaba aquellas tiernas plantas, y con que formó varones muy ejemplares en todos los estados de la república. Mortificábale el Señor con temores continuos de la muerte, y una vivísima representación de los peligros de aquella última lucha; pero no le hizo gustar estas amarguras en el postrero trance; pues dispuso la amorosa Providencia que al mismo tiempo de bajar a la clase le acometiese una tan   —151→   violenta apoplejía, que luego lo privó de todos sus sentidos, y antes de media hora le sacó de esta vida.

A pocos días le siguió el padre Juan Pérez, fervorosísimo misionero y compañero en este ministerio apostólico del venerable padre Juan Bautista Zappa, lo que bastaba para su elogio. Hizo Dios por su medio maravillosas conversiones en la ciudad de México y pueblos de su arzobispado, que fueron el teatro principal de su celo. Su caridad industriosísima para socorrer a todo género de necesidades, le hizo dar el glorioso nombre de padre de los pobres. Repartía con ellos aun lo necesario que le daba la religión para su vestido y sustento, logrando a un tiempo la propia mortificación y el alivio ajeno. Pero siendo este tan corto, solicitaba por todas partes que los superiores y los poderosos les socorriesen con abundancia, abogando por ellos en todas ocasiones con maravillosa energía. Fue el primero que comenzó a recoger en casas de personas particulares las mujeres faltas de juicio, contribuyendo en parte para sus alimentos, hasta que con la ocasión que arriba dijimos, comenzaron a juntarse en una casa común. Su caridad se extendía igualmente a las almas santas del Purgatorio, y se creía que comúnmente venían muchas veces a agradecerle y a pedirle sus sufragios. Fue muy singular en la mortificación, en la pobreza y en la igualdad de ánimo que manifestaba siempre con un semblante apacible y sereno. Falleció con opinión de no vulgar virtud el día 1.º de marzo.

[Muerte del capitán don Manuel Fernández de Fiallo, fundador del colegio de Oaxaca] En Oaxaca murió este año el capitán don Manuel Fernández de Fiallo, fundador insigne de aquel colegio, hombre nacido para la felicidad de aquel país, y en quien parece no depositó la Providencia tan opulentos caudales, sino para hacerlos correr por sus manos a beneficio común de todo el pueblo. Sería nunca acabar pretender referir las innumerables limosnas privadas y particulares: nos contraeremos a decir algunas de aquellas que no pudo ocultar su circunspección, o que después de su muerte publicó la gratitud.

Con catorce mil pesos ayudó a los reverendos padres carmelitas, y con treinta mil a los agustinos para la fábrica de su iglesia. Veinte mil gastó en reedificar muchas piezas del convento de San Francisco; tres mil en el de los betlemitas; con treinta mil dotó diez camas en el hospital de San Juan de Dios; setenta mil empleó en la fabrica y adorno del templo de los religiosos de la Merced; con once mil aumentó la renta del colegio de las Niñas; diez y seis mil fincó para que de sus réditos   —152→   se sustentasen cinco sacerdotes seculares, con la sola obligación de sacar el guión y varas de palio siempre que saliese el Augustísimo Sacramento: con ochenta mil dotó el colegio de la Compañía de Jesús, a quien después de algunos legados como de veinte mil pesos, dejó por heredero del remanente de sus bienes; más de quinientos mil gastó en espacio de cuarenta años en dotes de huérfanas y monjas, y para el mismo efecto dejó fundada una obra pía de ciento y noventa y ocho mil pesos, de cuyos réditos se dotasen cada año treinta y tres huérfanas, y nombrado patrón el rector de la Compañía. Esto, fuera de muchas fiestas anuales y lámparas perpetuas al Santísimo Sacramento en diferentes iglesias, capellanías y otras distintas fundaciones. Hizo fuentes públicas para la comodidad de los pobres; reedificó las casas del ayuntamiento; ensanchó las cárceles para el alivio de los presos; fabricó las carnicerías, y por más de seis años hizo que a su costa se repartiese a los pobres de limosna gran cantidad de carnes. En su testamento dejó a pobres vergonzantes toda su ropa, y todos los géneros y efectos que sus encomenderos le remitiesen de los reinos de Castilla reducidos a reales, en que se repartieron más de ochenta mil pesos. Pagó este año (1708) a recibir el premio de su munificencia y gran caridad: se enterró en nuestro colegio, donde en medio de las grandes honras que le hizo toda la ciudad, los suspiros y lágrimas de los pobres fueron su más sincero panegírico.

Al elogio de este grande hombre, debemos añadir el de un humilde coadjutor, en cuya baja condición quiso Dios manifestar los tesoros de su sabiduría y el entendimiento que su gracia sabe comunicar a los pequeños. Tal fue el hermano Juan Ortiz Mocho, hijo de padres pobres en el pueblo de Topotzotlán y que hacía actualmente oficio de comprador y despensero en el colegio de San Ildefonso. Empleaba en la oración toda el tiempo a que la daban las ocupaciones precisas de la obediencia, y en ella le favoreció el Señor con singulares luces, especialmente acerca del altísimo misterio de la Trinidad. Repetido en él el gran prodigio de San Ignacio de Loyola, admiraban los mismos maestros de teología, la propiedad, claridad y exactitud con que tal vez a pesar de su humildad le oyeron hablar en este grande asunto. En los jóvenes estudiantes seglares se vio admiración verificado muchas veces el fausto o triste éxito que al verlos muchos años antes había pronosticado con luz celestial. [Muerte del hermano Juan Ortiz Mocho] Profetizó distintamente la muerte de un hermano coadjutor al mismo tiempo que iba a montar a caballo para   —153→   restituirse a una hacienda del colegio. La noble juventud de San Ildefonso le veneró siempre como a un ejemplarísimo religioso, y no pocos movidos de su ejemplo, abrazaron la cruz de Jesucristo en las sagradas religiones. Falleció con opinión extraordinaria de santidad el día 6 de agosto.

[Es nombrado provincial el padre Jardón] Por la primavera de este año vino en el nuevo pliego nombrado provincial el padre Antonio Jardón. En California se dio principio a la nueva misión de Conmondú, con el nombre de Señor San José, en memoria de su fundador el ilustre señor marqués de Villapuente. A este lugar, distante de Loreto como veinte leguas al Noroeste, partió ya restablecido en su salud el padre Julián de Mayorga. Los padres Salvatierra y Juan de Ugarte le acompañaron por algunos días hasta dejar en corriente la doctrina y demás ejercicios de la misión, a que el padre Mayorga agregó en la serie los pueblos de San Juan y San Ignacio y algunas otras rancherías con inmenso trabajo, como suele serlo en los nuevos establecimientos.

[1709] Al mismo tiempo que Grecia y se fomentaba esta nueva misión en la de San Juan de Liguí, el padre Pedro de Ugarte a causa de su poca salud se vio precisado con dolor a desamparar el puesto, y pasar a las costas de la Nueva-España. Entró en su lugar el padre Francisco de Peralta, poco antes llegado a California. En todo el resto de la misión se padecía este año de 1709, una grave necesidad, y apenas podía remediarse de las costas vecinas, por ser el año muy escaso aun en el continente de Sinaloa y Sonora; sin embargo, se dispuso que pasase la lancha San Javier al puerto de Guaimas con algunos géneros para rescatar semillas. Una furiosa tempestad la arrojó sobre la costa de los seris, donde quedó varada entre las peñas. Los marineros, enterrado cuanto pudieron de la hacienda por no caer en las manos de los seris, enemigos de los cristianos, pasaron en la canoa hasta Yaqui, y desde allí dieron noticia de su desgracia al padre Salvatierra. Pasó este en persona a la Sonora, y aunque a costa de hambres y riesgos continuos, logró endulzar la fiereza de los seris, hacer las amistades entre ellos y los punas, y aun moverlos a pedir misiones y entregar al bautismo en esa confianza muchos de sus párvulos, recobrar parte de la hacienda que habían desenterrado los seris, componer la lancha, reconocer a la vuelta algunos pasajes importantes de una y otra costa, y dar la vuelta a Loreto con algunos socorros, de que ya se padecía cuasi extrema necesidad.

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[Muerte del padre Sebastián de Estrada] En el colegio de San Ildefonso de la Puebla, murió a 13 de julio el padre Sebastián de Estrada, que por muchos años había sido allí prefecto de estudios mayores. Entre este y otros muchos lustrosos empleos que había obtenido en la provincia, solo se acordaba su humildad con frecuencia del humilde empleo de maestro de escuelas, que pocos días había ejercido en Villarejo, lugar de su noviciado. Fue admirable su constancia y exactitud en la distribución religiosa, tanto, que aun en los últimos días de su vida, estando ya extremamente debilitado, observaron los asistentes que al oír la campana para oración o examen, se incorporaba con trabajo en el lecho para cumplir con la obediencia. Las continuas luchas y victorias que consiguió en su juventud contra las tentaciones sensuales de que fue muy fatigado, premió el Señor con el singular privilegio, de que los veinte años antes de su muerte no sintiese, como declaró a su confesor, aun los primeros movimientos de aquella brutal pasión. Era muy edificativa su pobreza, circunspección y tierno amor a la Virgen Santísima, a quien con una fórmula semejante a la de nuestros votos, se consagraba por hijo y esclavo cada día. El padre que lo confesó generalmente antes de morir, aseguró, sin ser preguntado, que el padre Estrada no había perdido en toda su vida la gracia bautismal, y eran del mismo sentir cuantos conocían su pueril inocencia y la suavidad y candor de sus costumbres.

[1710] El siguiente año de 1710 no ofrece a nuestra historia cosa alguna de consideración, ni en el centro de la provincia, ni en las misiones de gentiles. En la California desde fines del año antecedente había prendido en los naturales una epidemia de viruelas, en que los celosos obreros lograron a costa de inmensas y peligrosísimas fatigas recoger una gran cosecha de recién bautizados para el cielo. Los curanderos y hechiceros, gente perniciosa, y tan común en California como entre las demás naciones gentiles de todo el mundo, no dejaron de sembrar entre los naturales la antigua calumnia de que los padres con los Santos Óleos les causaban o les apresuraban la muerte. Pero viendo caer luego enfermos a estos mismos malvados, y sabiendo los estragos que hacía la enfermedad en lo interior de la tierra, se desengañaron con facilidad y se entregaron enteramente, tanto en la alma, como en el cuerpo a la dirección de los misioneros. En todos los cuatro años antecedentes no hallamos relación ni memoria alguna del padre Eusebio Kino en los manuscritos de aquel tiempo. No siendo creíble que las calumnias, las necesidades, o algún otro género de trabajos fuese capaz de   —155→   tener en la inacción y en el retiro aquel espíritu incansable, nos persuadimos a que todo este tiempo lo probó el Señor en el ejercicio de una paciencia heroica. Verosímilmente sus muchos achaques aumentados con tan largas y penosas fatigas, y añadidos al peso de sus muchos años le habían obligado a no emprender más viajes, y reducido a esperar tranquilamente en su misión de Dolores el fin de su vida apostólica, que le llegó finalmente a principios del año de 1711. Fue el padre Eusebio Francisco Kino, natural de Trento, ciudad de Italia.

[Muerte del padre Eusebio Francisco Kino] Su devoción y reconocimiento al grande apóstol de la India, a cuya intercesión debía la vida, le hizo tomar el nombre de Francisco, y con él revestirse del mismo celo y fervor para la conversión de los gentiles en las misiones de Indias. Con este intento renunció el honor que le hacía el serenísimo duque de Baviera en destinarlo para una cátedra de matemáticas en la Universidad de Inglostad. No le faltaron aun en México ocasiones de manifestar sus extraordinarios talentos con ocasión del famoso cometa del año de 1680. Fueron entonces muy célebres las controversias entre el padre Kino y el doctor don Carlos de Sigüenza y Góngora, de que hemos hablado en otra parte. Fue el primero que con algún asiento y espacio comenzó a instruir en la fe a los californios, ocupación a que se hubiera enteramente dedicado toda su vida, si los superiores no hubiesen juzgado más necesaria en la Pimería su persona; ya que no pudo por sí mismo asistirlos, formó a lo menos con sus instrucciones y exhortaciones fervorosas al padre Juan María Salvatierra, apóstol de aquel país, y en cuanto pudo desde la Pimería con viajes penosísimos, con limosnas y otros arbitrios, procuró fomentar siempre lo conversión de aquella península. La de los pimas altos se debe enteramente en lo humano a su celo, no menos que a su paciencia y constancia admirable. Siempre perseguido y calumniado, no solo en su persona, sino en la de sus neófitos, y no solo de los seglares y profanos, sino tal vez aun de sus mismos cooperarios, llevó adelante la obra del Señor por veinticuatro años continuos casi solo, y teniendo que justificar a cada paso, y demostrar por mil caminos diferentes la fidelidad de sus calumniados punas y otras naciones que el padre descubría y preparaba al Evangelio. Escribió diferentes informes al rey y a los señores virreyes, al padre general y superiores inmediatos, todo a fin de conseguir operarios para aquella viña. Bautizó más de cuarenta mil infieles, y hubieran sido diez tantos más, si hubiera tenido algunas esperanzas de poderlos proveer de ministros que los   —156→   conservasen en la fe. Caminó muchos millares de leguas en repetidos viajes: visitó tantas naciones, formó y redujo a vida política tantas rancherías, que como escribe el autor de los Afanes apostólicos, todos juntos cuantos celosos obreros ha tenido la Pimería en más de cincuenta años después de su muerte, apenas han podido poner en corriente la tercera parte de los pueblos, tierras y naciones que aquel varón apostólico había atraído, cultivado y dispuesto para sujetarse al yugo del Evangelio.

Este es un rudo bosquejo de las exteriores ocupaciones del padre Kino; pero en medio de las continuas fatigas a que lo estimulaba su celo, ¿quién podrá referir los interiores actos de virtud con que se hizo tan digno instrumento de la salvación de muchas almas? En todo el tiempo de misionero no se le conoció mas cama que dos saleas, una frazada grosera por abrigo, y por cabecera una albarda. Este era el lecho en que después de tan largos y penosos viajes, aun en las más fuertes enfermedades, y al cabo de setenta años de edad, tomaba apenas un ligero descanso, y en que murió finalmente, no sin lágrimas de su buen compañero el padre Agustín Campos, testigo de tanta familiaridad (digo humildad, mortificación y pobreza). La mayor parte de la noche ocupaba en la oración, y cuando estaba en su partido de Dolores, era en la iglesia, donde asegura el padre Luis Velarde, su compañera, en los ocho últimos años que lo oía entrar todas las noches, y que por mucho que se desvelase, jamás lo oyó salir. Esta nocturna oración acompañaba con una sangrienta disciplina que tal vez percibieron y refirieron asustados sus indios. Se le notó que más de cien veces al día entraba a hacer oración al templo, a imitación del grande apóstol de Irlanda, aunque toda su vida era una continua oración, y un continuo rezo. Fue señalado del don de lágrimas, de que lo dotó el Señor no solo en el santo sacrificio de la misa, que jamás omitió, sino aun en el oficio divino que rezaba siempre de rodillas. tenía continuamente en los labios los dulcísimos nombres de Jesús y María; así no es de admirar que aun cuando en su casa le decían injurias e improperios, respondiese con palabras suavísimas, y aun abrazase tiernamente al que le ofendía. Sus conversaciones eran siempre de Dios, de su Madre Santísima, de la conversión de los gentiles. Padecía frecuentes y agudas fiebres, de que se curaba con total abstinencia por cuatro a seis días. Aun fuera de estas ocasiones, su alimento era muy tenue y muy grosero, sin sal, ni más condimento que algunas yerbas insípidas que tomaba   —157→   con pretexto de medicinas. Toda esta dureza y austeridad consigo, la convertía en suavidad y dulzura para con sus indios, a quienes repartía toda su limosna y cuanto podía conseguir con su actividad e industria. Finalmente, era el padre Kino un perfecto ejemplar de misioneros apostólicos, y de quien se decía vulgarmente... Descubrir tierras y convertir almas, son los afanes del padre Kino. Continuo rezo, vida sin vicio, ni humo ni polvos, ni cama ni vino. Habiendo concluido el padre Campos en su pueblo de Santa María Magdalena una pequeña capilla a honra de San Francisco Javier, convidó al padre Kino para la misa de la dedicación, a que concurrió gustosamente. La estatua del altar representaba al Santo moribundo. Cantando la misa se sintió el padre Kino herido de la última enfermedad, queriendo el Santo que descansase en su capilla el que tan perfectamente lo había imitado en los trabajos del ministerio apostólico.

Hemos propasado los límites de un elogio histórico en lo que hemos dicho de este grande hombre28 llevados del dolor que nos causaba no hallar en nuestro menologio memoria alguna de un varón tan insigne, y apenas algunas generalidades en las noticias de California, y Afanes apostólicos, que no bastaban para formar una idea tan grande como merecen sus virtudes.

[Ábrese el pliego en que es nombrado provincial el padre Alonso Arrevillaga y desembarca en Veracruz el padre visitador Andrés Luque] Por abril de este año, concluido el trienio del padre Antonio Jardón, se abrió el pliego en que vino nombrado provincial el padre Alonso Arrevillaga. Algunos meses después (el de agosto) desembarcó en Veracruz el padre Andrés Luque, enviado del padre general Miguel Ángel Tamburini para visitar la provincia. A fines del año antecedente había llegado a México por sucesor del duque de Alburquerque el excelentísimo señor don Fernando de Alencastre Noroña y Silva, duque de Linares, que hizo su entrada pública en 1.º de enero de este año de 1711. Desde el tiempo de su antecesor había llegado a México una cédula del rey despachada en 20 de julio de 1708, en que se mandaba apretadamente pagar a la California la cantidad de trece mil pesos concedidos por las antecedentes cédulas, y proceder luego sin dilación a la junta, determinada también desde mucho antes. Esta cédula se ocultó   —158→   cuidadosamente, de modo que no tuvieron de ella noticia alguna los jesuitas de Nueva-España. El duque de Linares, aunque muy afecto a la Compañía, y a la apostólica empresa de la California, como manifestó después con el tiempo; sin embargo, no pudo sufragar en calidad de virrey a las grandes necesidades que padecía aquella colonia. A los males que causaba la enfermedad y la falta de bastimentos se agregó este año el gasto inútil de algunos miles en la carena del barco el Rosario, que quedando peor de lo que estaba, al primer viaje sin carga alguna se hizo astillas sobre las costas de la Nueva-Galicia. Este accidente obligó a emprender la construcción de otro nuevo, aunque fue más infeliz, como veremos adelante.

[Batalla de Campo santo] El año de 1711 no será menos memorable a la posteridad por la famosa batalla de Campo Santo, y por los primeros crepúsculos que comenzaron a rayar de paz entre Felipe V y Carlos III, llamado a la sucesión del imperio de Alemania, que por los dos espantosos fenómenos acontecidos entonces. El primero, el de un eclipse casi total de sol que puso en gran consternación los ánimos; y el segundo, el de un fuerte terremoto que sucedió el día 16 de agosto. El ilustrísimo señor don Pedro Nogales, obispo de la Puebla, valiéndose del saludable temor que estas señales prodigiosas habían infundido a su rebaño, pidió a los padres rectores de los colegios por aquellos mismos días una misión, cuyos ejercicios autorizó tal vez con su presencia el mismo ilustrísimo. Destinó su señoría para ellos su Iglesia Catedral, y tres parroquias con los dos colegios. En los corazones ya sobrecogidos de terror, hallaba la divina palabra un terreno muy dispuesto para copiosísimos frutos de penitencia, en confesiones, comuniones, restituciones de créditos y haciendas, reconciliación es de enemigos y demás buenos efectos que jamás deja de producir la prudencia del puro y sencillo Evangelio. Eran en la misma ciudad muy célebres y provechosas por este tiempo las exhortaciones y pláticas que, acompañado de algunos de nuestros jóvenes estudiantes hacía por las calles y plazas el humilde y devoto padre José de Aguilar, de quien haremos a su tiempo la debida memoria.

[Muerte del padre Miguel de Castro] En este año, a 25 de abril, falleció en Ciudad Real (de Chiapas) el padre Miguel de Castro de treinta y cuatro años de edad; corta vida, pero en que supo darse prisa para acumular muchos méritos; hombre de rara suavidad de costumbres, y de tanta pureza de conciencia, que se persuadieron sus confesores, no haber perdido la gracia del bautismo. La mayor parte de su vida religiosa ocupó en aquella ciudad enseñando   —159→   a los niños los primeros rudimentos de la gramática, e infundiéndoles al mismo tiempo un grande amor a la virtud, que les hacía fácil con su ejemplo, y suave con la tierna devoción que les inspiraba hacia la Santísima Virgen. Habiéndose padecido en los últimos años en que cuidaba una hacienda de cacao grande necesidad en todos aquellos campos por la continuación de la langosta, el buen padre, contento con un alimento grosero y escaso, repartía a los pobres cuanto se le enviaba del colegio, y agradeciendo a los padres su caridad, escribía que no cuidasen de él, sino solo en proveerlo de hostias para el santo sacrificio. Era admirable su modestia virginal, aun a los mismos seculares, y no pocas veces llegaron a decir con gracia, que el padre Castro por no ver el rostro de una mujer de las que desgranaban el cacao, dejaría robarse la cosecha. Conforme a esta opinión era la que en todo el contorno se tenía de su santidad. El religioso párroco de aquel partido, que le veneraba singularmente y que le administró los últimos Sacramentos, le hizo en su cabecera un entierro tan solemne, cuanto permitía el país, diciendo que lo hacía por ser un hombre santo y merecedor de mayores honras.

El excelentísimo duque de Linares en México había comenzado desde luego a dar un grande espécimen, no menos de su integridad y magnificencia, que de su cristiana piedad. Sabiendo que a la ilustre congregación del Salvador, fundada muchos años antes con autoridad apostólica en nuestra Casa Profesa, estaban anexos ciertos ejercicios para alcanzar del Señor la gracia de una buena muerte, y que con las muchas otras ocupaciones de aquella congregación habían notablemente descaecido, se empeñó en restablecerlos con el mayor ardor. Con la asistencia personal de su excelencia, de los reales ministros, y a su ejemplo, de otras muchas personas de respeto, creció tanto el fervor, que para sostenerlo y llevarlo adelante, fue necesario el año de 1712 señalar dos nuevos sujetos que se hicieran cargo de las pláticas de todos los viernes del año, y solicitar de nuestro muy reverendo padre general Tamburini erección de una congregación distinta y separada de la del Salvador, como se consiguió efectivamente poco después, y permanece hasta el día de hoy. [1712. Erección de una nueva congregación en la Casa Profesa] Con las piadosas limosnas del excelentísimo y de otros bienhechores, se dotaron cincuenta y una misas cantadas para todos los viernes del año, y se hizo un costoso retablo, se impusieron tres capellanías de seis mil pesos para que ningún día faltase misa en el altar de la congregación, y se fincaron las fiestas de la Invención, Triunfo   —160→   y Exaltación de la Santa Cruz, que por muchos años fue la principal de la congregación, hasta ahora poco que se trasladó a mayo. De los más devotos ejercicios de los congregantes, son las tres horas del viernes santo, y el viernes de retiro cada mes, en que con una prudente distribución, vacan a la lección y meditación de alguna de las eternas verdades. Para ejercicio de su caridad, tomaron a su cargo después de algunos años por los de 1730 la casa real de Arrepentidos de Santa María Magdalena de Hormigos, donde no pocas veces entre año llevan el alimento a las recogidas con notable edificación. Fue el primer prefecto secular de ella el excelentísimo señor duque de Linares, digno por cierto de que aquella congregación conserve aun su retrato como de benefactor y fundador sobre la tribuna vecina a su retablo titular29.

Lo restante de la provincia y las misiones de gentiles en todo este año de 1713 se ejercía tranquilamente con los continuos y fervorosos ministerios de nuestro instituto santo. El padre Andrés proseguía pacíficamente su visita; lo que únicamente hubo por este tiempo digno de memoria, fue la traslación de todos nuestros estudiantes teólogos al colegio de San Pedro y San Pablo. En el de San Ildefonso de la Puebla se dictaba promiscuamente la filosofía y teología a los jóvenes jesuitas como en el colegio máximo. Habiendo ordenado el padre visitador por justos motivos de paz, que no se admitiesen a cursar teología en el colegio de México estudiantes seglares, determinó que en San Ildefonso no se dictase a los nuestros sino solo filosofía, y la teología en el colegio máximo, de donde fuesen cada año a Puebla dos padres de cuarto año para sustentar los actos con que se acostumbran abrir y cerrar nuestros cursos, como se practica hasta el presente. No fue tan permanente otra aun mayor novedad que por orden del padre general Tamburini se había comenzado a practicar en nuestra escuela. Reconociendo su paternidad la grande utilidad del estudio de los sagrados cánones, y cuanto así para el ministerio del confesonario, como para las privadas consultas se necesita después de este subsidio y doctrina, tan propia de toda persona eclesiástica, había mandado que en el colegio máximo de México, y lo mismo proporcionalmente en las demás provincias,   —161→   fuera de las cuatro cátedras de teología, que comprenden la escolástica, moral y expositiva, se leyese otra que le llamó cátedra canónica, o de sagrados cánones. Llevaba ya de impuesta algún tiempo, cuando cumplidos los seis años, determinó el padre visitador Andrés Luque convocar para el mes de noviembre congregación provincial. En ella, siendo secretario el padre Matías Blanco, fueron elegidos procuradores el padre Pedro Ignacio de Loyola, el padre Antonio Figueroa Valdés, y en tercer lugar el padre Juan Antonio Oviedo. Los vocales de la congregación, entre otras cosas, suplicaron rendidamente al padre general, que atendida la antigua costumbre de nuestra provincia, se dignase apartar aquel extraño profesor: que el maestro, a cuyo cargo está la cátedra de moral, siguiendo el estilo de Lugo, Aroz, Molina y otros célebres autores jesuitas, no trataban las materias morales sino sobre el sólido cimiento de los sagrados cánones, que nuestros estudiantes sacaban de sus lecciones un fondo suficiente para defender en los actos anuales de todo el día, seis títulos canónicos, con tanta instrucción de uno y otro derecho, que la hacían admirar no pocas veces los más hábiles profesores de la jurisprudencia: que con esto se satisfacía sobradamente a lo que prescribe nuestro instituto, ya lo que su reverencia pretendía; y que tan lejos se estaba en la provincia de carecer del todo de las noticias del derecho, que antes el demasiado empeño, inclinación y prolijidad de algunos maestros de moral en México y Puebla, había hecho sospechar al antecedente padre visitador Manuel Piñeiro; si había en esto algún exceso digno de corrección. Estas razones confirmadas con el testimonio del mismo padre visitador Andrés Luque, movieron al padre general a sobreseer en el asunto y a mandar en sus respuestas a la congregación, dadas después en 16 de noviembre de 1717, que suprimida la nueva distinta cátedra y profesor canónico, la provincia observase su antiguo estilo.

En el mismo día 4 de noviembre en que se hizo la elección de procuradores, falleció el padre Miguel Castilla, que actualmente gobernaba el colegio de San Pedro y San Pablo: los padres procuradores, por la detención de la flota no pudieron hacerse a la vela hasta principios de marzo de 1715.

Entre tanto, en la California se pasaba con bastante incomodidad. La epidemia proseguía haciendo considerables estragos. La continua fatiga en la asistencia de los enfermos, junto con la escasez y grosería de los alimentos, rindió finalmente a los misioneros. Los padres Mayorga   —162→   y Basaldúa hubieron de salir a mudar de temperamento a las costas de Sinaloa. El padre Peralta pasó a la Nueva-España por la misma causa. El padre Juan de Ugarte estaba en Matanchel asistiendo a la fábrica nuevo barco. El padre Piccolo, después de reducido a los postreros enemigos de la vida, recibidos ya los últimos Sacramentos, mal convalecido aun, volvió con mayor esfuerzo a sus tareas apostólicas. Demarcó en las rancherías de Cadegonio al Noreste de Santa Rosalía, y hacia la costa del mar un sitio proporcionado para el establecimiento de una misión que efectivamente se fundó algunos años adelante con el nombre de San Ignacio. El mayor trabajo de la colonia lo hacía la falta de barcos para la conducción de todo lo necesario. A fines del año corriente de 1713, según el errado juicio de los malos constructores, estuvo en estado de navegar el nuevo barco con el costo de más de veintidós mil pesos. Embarcáronse en él los padres Clemente Guillén y Benito Guisi, destinados a la California; y el padre Jacobo Doyé que pasaba a Sinaloa. Luego que se hicieron a la vela, se comenzó a conocer lo errado de la fábrica. El buque, sin obedecer al timón solo era una balsa o fluctuaba a discreción del viento, ya a la una, ya a la otra costa del seno californio. En una de estas varó impetuosamente y se abrió por mitad con muerte de seis personas, y entre ellas el buen padre Benito Guisi. Los demás asidos al bordo de la popa escaparon con vida, y desatracando luego la canoa después de dos días de hambre y de trabajo continuo, llegaron a dar fondo a la costa de Sinaloa, no lejos del pueblo de Tamazula, de donde socorridos llegaron a Guazave.

[1714] El padre Clemente Guillén a principios del siguiente año de 1714 partió para el Yaqui, de donde en la lancha San Javier, único recurso que quedaba a la triste California, pasó a dar estas tristes noticias. Fue suma la consternación de todos al verse sin barcos, sin géneros, sin bastimentos, y perdidos tantos cestos inútilmente. Solo el padre Juan María Salvatierra, sin desmayar a tantos golpes, comenzó luego a tratar que se adjudicasen a la misión dos barcos del Perú, que poco antes se habían dado de comiso. No fue difícil conseguirlos a poco precio de la piedad del excelentísimo señor virrey, duque de Linares, aunque poco después les siguió la desgracia que a todos los demás.

Muy a los principios de este año se comenzó a tratar con calor de una nueva fundación en la villa, de Monterrey, en el obispado de la Nueva-Galicia. Vivía en aquel lugar el piadoso presbítero don Francisco   —163→   Calancha y Valenzuela, muy afecto a la Compañía de Jesús, y deseoso de emplear su caudal en bien de aquel país, donde lo había adquirido. Con este designio, de que había dado parte el padre provincial Alonso de Arrevillaga, pasó el día 10 de febrero a otorgar una solemne escritura de donación inter vivos de una hacienda, de cuyos frutos se fabricase, casa y templo, y se sustentasen algunos padres, y entre ellos uno señaladamente con el oficio de maestre de gramática. Añadía, si alcanzasen los bienes, un maestro de escuela, jesuita o secular; y un lector de filosofía. Determinaba, en fin, que si por algún motivo se impidiese la dicha fundación en Monterrey, se vendiese dicha hacienda por mano de los superiores de la Compañía, y su precio se remitiese a la provincia de Andalucía, donde con los mismos cargos y condiciones se fundase un semejante colegio o residencia en la villa de Palma, lugar de su nacimiento. Aceptadas estas condiciones por el padre provincial, ínterin se obtenían las necesarias licencias, se mandaron allá por vía de residencia dos padres encargados de reconocer la hacienda y el país, y de ver como podían practicarse allí nuestros ministerios, y cumplirse con las bellas intenciones del fundador. Partió en efecto el padre Francisco Ortiz con otro compañero, que fueron recibidos con grande aprecio y estimación de todo el lugar. Comenzaron, aunque con no pocas necesidades a ejercitar sus ministerios, bien que el de la lectura de gramática apenas pudo ponerse en planta por ser lugar de pocos vecinos, y que los más procuran aplicar sus hijos al cuidado de las haciendas de campo.

Se intentó al año siguiente de 1715, añadir al colegio un Seminario con el título de San Francisco Javier, obra a que concurrieron con donaciones de algunos fondos, don Gerónimo; López Prieto y el ilustrísimo señor don Manuel Mimbela, obispo de Guadalajara. Perseveraron los padres luchando con la escasez de las rentas, y poco favorables disposiciones del terreno, hasta ahora pocos años, que siendo provincial el padre Cristóbal de Escobar se desamparó enteramente.

En este año de 1715, el día 4 de marzo, se hicieron a la vela en el puerto de Veracruz el padre visitador Andrés Luque y los dos procuradores, aunque en distintos barcos de la flota, a carga del general don Juan Esteban Ubilla. Navegaban los padres con no leves presagios de la calamidad que amenazaba a aquel desgraciado convoy; sin embargo, no fue infeliz, aunque dilatada por más de cuarenta días, la navegación al puerto de la Habana. Salieron de allí para España el 25 de   —164→   julio. A pocos días, sin haberse aun desembarazado del canal por la lentitud con que navegaban en convoy, se hallaron acometidos de un recio temporal que a las cuarenta y ocho horas estrelló la capitana contra un escollo, con muerte de todos cuantos en ella estaban. [Naufragio y muerte de los padres procuradores Ignacio de Loyola y Antonio de Figueroa y Valdés] Los dos padres procuradores que habían logrado bien aquel tiempo de tribulación, animando a todos con el ejemplo y con la voz a fervorosos actos de confesión, confesándose y previniéndose como otras tantas víctimas destinadas irremisiblemente a la muerte. Sucedió el triste naufragio la noche del 31 de julio, día consagrado a los cultos de nuestro padre San Ignacio. La urca en que navegaba el padre visitador Andrés Luque, tuvo la fortuna de varar en la misma embocadura del río Yo sobre arena, donde fuera de treinta y seis hombres, se salvó con el padre la mayor parte de la gente que pasó poco después de la Habana.

[Conoce con luz profética el padre Salvatierra esta desgracia, y el nombramiento de provincial del padre Gaspar Rodero] Mientras esto pasaba en el canal de Bahama, el padre Juan María Salvatierra lo conocía y veía con soberana luz a las orillas de mar de California. Se le notó en aquellos días un rostro afligido y macilento. Salía muchas veces a la playa, y con lamentos y contorsiones de manos, arrebatado fuera de sí como que tenía presente algún horrendo espectáculo, miraba ya a los mares y al cielo. No descubrió el misterio hasta que el mismo padre Salvatierra, escribiendo al padre Gaspar Rodero y tratándolo como a provincial (lo que seguramente no podía hacer sabido por la brevedad del tiempo) le dice cómo un viejo de California había visto con mucho dolor el naufragio de la flota y la muerte de los padres. Añadía que pocos días después yendo a celebrar por ellos la misa, se le había aparecido el padre Francisco Arteaga, provincial que había sido, y poco antes difunto, diciéndole que ya, gracias al Señor, no necesitaba de aquellos sufragios, aunque el padre Loyola, por el tiempo que fue superior, se había detenido algo más en el purgatorio.

Hasta aquí la profética visión del padre Salvatierra que la misma serie de los sucesos y de los tiempos autorizaba bastantemente. El naufragio había acontecido el 31 de julio; la noticia llegó a México día de la Presentación de nuestra Señora, a 21 de noviembre, la carta del padre Salvatierra la leyó el padre Gaspar Rodero a algunos de los padres el día 5 de enero, víspera de la Epifanía. Era, pues, necesario que en poco más de cuarenta días hubiese ido la noticia de México a California, y venido la dicha carta de California a México, no habiendo otro camino por donde pudiera comunicarse. Dijimos que en dicha   —165→   carta trataba el padre Salvatierra como a provincial al padre Rodero, y en efecto era así, que habiéndose cumplido el 14 de octubre de 1715 el trienio del padre Alonso de Arrevillaga, se abrió el nuevo pliego de gobierno en que venía nombrado provincial el padre Pedro Ignacio de Loyola. Se ignoraba aun en México por este tiempo el naufragio; pero estando el padre ausente y absolutamente impedido para ejercer dicho empleo, dudaron los padres consultores si se debería proceder a abrir el pliego casu mortis. La diversidad de dictámenes atrasó dos días la deliberación. Entre tanto el padre Antonio Jordán representó que en caso semejante, habiendo venido nombrado provincial muchos años antes el padre Virgilio Maez que yacía en la cama paralítico y absolutamente impedido, se había procedido a abrir el pliego casu mortis, resolución que después había improbado el padre general en carta que presentaba declarando que el casu mortis, según nuestro estilo, se entiende absolutamente, o sea pre[sunta]mente muerte natural. En consecuencia de esta declaración se suspendió la apertura de este segundo pliego, y quedó gobernando ínterin el padre Félix Espinosa, actual prepósito de la Casa Profesa. Al siguiente mes de noviembre llegó, como dijimos, a Nueva-España la noticia del naufragio y muerte del padre Pedro Ignacio de Loyola, abierto el pliego casu mortis, se halló nombrado provincial el padre Gaspar Rodero.

[Ábrese el pliego casu mortis, y resulta nombrado provincial el padre Rodero] Inmediatamente, a principios de enero de 1716, recibió dicho padre provincial la misteriosa carta del padre Salvatierra, de que antes hablamos. abierto el gobierno, se dio luego orden de que viniese a México el padre Antonio de Oviedo, actual rector del colegio de Guatemala, y nombrado procurador en tercer lugar para embarcarse en la flota de don Manuel López Pintado que debía navegar por mayo. Llegaron con felicidad a 22 de junio al puerto de la Habana, donde consolado el padre visitador Andrés Luque con la religiosa caridad del padre Oviedo, y héchose cargo de los negocios encomendados a los dos difuntos padres, partieron para Cádiz, en cuya bahía, después de una muy próspera navegación, dieron fondo el 25 de agosto.

[Fúndase de nuevo la residencia en la villa de Campeche] Este año tuvo el deseado efecto la por muchos años pretendida fundación de una residencia de la Compañía en la villa de Campeche.

Desde el año de 1718 en que se fundó el colegio de Mérida, habiendo estado de paso en dicho puerto muchos de nuestros religiosos para la capital de Yucatán, habían encendido loas ánimos de muchos vecinos en deseos de tener en aquel lugar tan fervorosos y útiles operarios.   —166→   Contentábanse con las frecuentes misiones que algunos de los padres hacían con extraordinario provecho. Por los años de 1657 pasó el padre Andrés de Rada, provincial que había sido de esta provincia, a Mérida; y conociendo la general inclinación que tenía a los jesuitas por lo general todo el vecindario de Campeche, y el fruto grande con que podrían ejercitarse allí los ministros, accediendo por otra parte a las instancias de los señores obispo y gobernador, permitió que por vía de misión pasasen allá dos padres ínterin se les preparaba un sólido establecimiento. No nos han conservado los antiguas manuscritos el nombre de estos dos religiosos. Ellos, efectivamente, con su ajustada vida y constante aplicación al servicio, del público, aumentaron los deseos que se tenían de ver establecida allí la Compañía; pero su inadvertencia o demasiada confianza en la buena voluntad de los vecinos, cortó en flor tan bellas esperanzas, e hizo que se dilatase por más de cincuenta años adelante la pretendida fundación. Fue el caso, que llevados del buen deseo de ejercitar con mayor utilidad los ministerios del confesonario, catecismo y púlpito que eran toda su constante aplicación; se adelantaron a colocar en una pequeña pieza que llamaron iglesia el Santísimo Sacramento, y llamar con campana a los fieles a los sermones y participación de los santos Sacramentos. A pesar del amor y singular afición que les habían mostrado los vecinos, no faltaba quien llevase a mal aquella indiscreción y diese cuenta al rey que los jesuitas, sin las necesarias cédulas y licencias habían erigido iglesia y colegio en Campeche. En consecuencia de esta denuncia vino cédula del señor don Felipe IV en que se mandaba demoler lo fabricado, y que los dos padres se restituyesen luego al colegio de Mérida. En demolerlo hubo poco que hacer, porque a los que envidiosamente se había querido dar nombre de templo y de colegio, no eran más que dos piezas pajizas o techadas de palma que allí llaman guano, y las paredes de más madera y lodo que piedra, donde con suma incomodidad celebraban y moraban los padres. Ni por otra parte tenían en poco menos de dos años más fincas que alguna corta limosna de gallinas y maíz. Los dos jesuitas, obedeciendo prontísimamente la orden del rey, salieron al día siguiente, para Mérida acompañados de muchos de los más distinguidos republicanos. Con este suceso acontecido el año de 1659, en todo lo restante de aquel siglo no se volvió a pensar en la intentada fundación; bien que en el ánimo de una u otra persona piadosa quedaron semillas de que Dios quiso servirse a su tiempo.

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Era una de estas la ilustre señora doña María de Ugarte, que por diferentes caminos desde los principios del corriente siglo había intentado introducir la Compañía en Campeche. Entre otros sujetos comunicó estos sus buenos deseos al capitán don José Santellín, que poco después pasó a avecindarse al puerto de Veracruz. Desde allí, después de algunos años, movido a concurrir de su parte a dicha fundación, solicitó saber el ánimo de doña María Ugarte por medio de don Juan José Sierra; quien en 27 de enero de 1711 presentó al cabildo de la villa un escrito del tenor siguiente:

Muy ilustre señor. -Don Juan José de Sierra, vecino de esta villa, como más haya lugar en derecho parezco ante vuestra señoría, y digo: que traigo del capitán don José Santellín, vecino de Veracruz, orden verbal de abocarme con doña María Ugarte, vecina de esta villa, y conferir con ella si conserva el ánimo que en años pasados tuvo de coadyuvar a la fundación de un hospicio de la Compañía de Jesús para la educación de dos hijos de esta villa, respecto a que el dicho don José Santellín entre otras disposiciones a descargo de su conciencia, por cláusula de testamento ha ordenado se remitan a esta villa ocho mil pesos para dicho efecto, los que en vida había de remitir, y sin embargo de esta manda tiene ordenado que si llegase el caso de su fallecimiento se remitan otros seis mil pesos por mano del padre José Rivero, de la dicha Compañía. Y respecto al referido encargo, y no haber podido traer instrumento que justificase esta diligencia, pues sola se reduce a inquirir si dicha señora doña María de Ugarte se halla en ánimo de ayudar a dicha fundación señalándoles por iglesia la ermita de Señor San José de que era patrona, y lo demás que para cuando llegare el caso tenía ofrecido; para que yo, con justificación del hecho, pueda informar y satisfacer al dicho capitán, se ha de servir vuestra señoría habiendo por bastante esta mi representación, mandar que dicha doña María, sobre lo expresado, que se le haga notorio de razón, en cuya conformidad se pueda pasar a ejecución con fundamentos radicales.

Por tanto, a vuestra señoría pido y suplico que como padre de esta república y que debe atender al aumento y conservación de ella, siendo el asunto propuesto tan menesteroso como deseado; se sirva alentar los ánimos de los moradores de ella, y en esta conformidad nombrar dos personar de su noble ayuntamiento para que con el presente escribano pasen a las casas de la morada de dicha doña María, y haciéndola notoria esta representación declare el ánimo en que se halla, para que siendo   —168→   de continuar se dé noticia al dicho capitán Santellín, y en todo mandará vuestra señoría lo que tuviere por más conveniente, etc.



En vista de este escrito proveyeron los señores capitulares que don José Echávez y don Alonso Reales del Castillo, regidores, con el secretario de cabildo Juan de Uridia, pasasen a la casa de doña María Ugarte a informarse en el asunto. La noble matrona respondió que su ánimo era el mismo que siempre para con la Compañía de Jesús, a quien estaba pronta a ceder diez posesiones de casas de las que tenía en el lugar con dos mil pesos en reales para la manutención de religiosos competentes a la educación y doctrina de los hijos del lugar, para cuyo efecto fabricó y alhajó el de Señor San José. Dio las gracias al cabildo, justicia y regimiento por el buen celo que manifestaban interesándose en cosa tan importante y de tanto servicio de Dios y del rey; y suplicó aplicase su señoría todos los más correspondientes y eficaces para su consecución. Añadió que fuera de lo dicho prometía desde luego instituir la dicha residencia por única y universal heredera sobre el remanente de sus bienes, con declaración que allí mismo hizo en toda forma de ceder la ermita de Señor San José con todo el ornato y alhajos que en ella se hallaban, de que prometía hacer inventario, entregándola a la Compañía con total independencia de los prelados eclesiásticos de aquella diócesis.

En consecuencia de esta respuesta, proveyó el ilustrísimo ayuntamiento al día siguiente, 28 de febrero, que se diese a don Juan Sierra testimonio de lo actuado, obligándose a ponerlo en manos del capitán Santellín, o en las de sus albaceas, para que correspondientemente señalen los efectos fijos con que desean asistir al fomento de dicha fundación, con tanto jurídico a continuación de dicho testimonio, para que temiendo su señoría por efectivo este negocio, pasase a discurrir y ejecutar todos los medios, y recursos necesarios al pretendido. Determinaron igualmente, que hallándose en la actualidad en la villa Señor San José el señor obispo de Yucatán, maestro don fray Pedro Reyes de los Ríos continuando su visita, pasase el escribano de cabildo a las casas de su morada, y con la venia y aprobación de su ilustrísima, en vista de las diligencias practicadas, dar cuenta a México al padre provincial. El ilustrísimo no solo aplaudió los intentos de la villa, sino que para dar luego más calor al negocio, escribió al padre Diego Vélez, rector del colegio de Mérida, que le enviase dos jesuitas, para que en compañía de su ilustrísima hiciesen algunos días de misión. La respuesta fue con los   —169→   mismos padres que solicitaba el señor obispo. Se enviaron los padres Miguel Rosel y Marcos Zamudio, con orden de no dar un paso en negocio alguno sin orden o beneplácito de su ilustrísima. La misión se hizo con tanta satisfacción del celoso prelado y tanto fruto y consuelo de los republicanos, que a voces pedían a los jesuitas, y hubieran hecho quizás alguna piadosa violencia a los padres para que no saliesen del lugar, a no haberse el ilustre ayuntamiento mostrado tan diligente y fervoroso en promover el asunto de la fundación.

En efecto, para el día 28 de febrero juntaron nuevo cabildo en que determinaron se diese noticia de todo por cartas del mismo ayuntamiento al gobernador y capitán general de la provincia, que lo era entonces don Fermín Meneses Bravo de Sarabia al padre Antonio Jordán, provincial de la Compañía, y al capitán don José Santellín. Las respuestas (menos la de dicho Sentellín que no se sabe la hubiese) fueron todas muy favorables a los intentos de la villa. El gobernador respondió alabando su cristiana piedad, y prometiendo enviar a Madrid un ventajoso informe de la utilidad e importancia del negocio. Este informe, autorizada de su secretario y teniente general don José Aguirre, junto con el del ilustrísimo señor obispo, se remitieron a la corte a principios del año siguiente de 1812. Entre tanto, recibió el cabildo de la villa una carta de ciertas personas graves (que no es necesario nombrar) proponiendo como cincuenta y dos años antes por cédula de su majestad se había mandado demoler la comenzada fábrica del colegio, que no había necesidad alguna de los jesuitas en Campeche donde no faltaban muchos eclesiásticos y religiosos que pudieran ocuparse en la educación de la juventud, sin principal de aquella novedad. Respondió el cabildo que en lo obrado hasta entonces nada había hecho sino a petición de las mismas partes que de sus caudales querían fundar una obra tan piadosa, que la utilidad de la villa era conocida y probada muchas veces, que esperaba no exponerse a nuevo desaire siguiendo el negocio por los términos regulares, y con el dictamen de los superiores como había procedido hasta entonces. Esta representación desarmó enteramente a los contrarios, y todo quedó en expectación hasta la resolución de la corte.

El piadoso rey Felipe V, vistos los informes del señor obispo, vicario juez eclesiástico y clero secular, los del gobernador y su teniente, con más los fondos prometidos por doña María Ugarte, como quiera (dice) que el primer cuidado de mi católico celo al servicio de Dios, es   —170→   que todos mis vasallos logren el consuelo, alivio y utilidad temporal y espiritual que necesitan, y que los vecinos y naturales de la villa y puerto de Campeche, conseguirán uno y otro por el medio que solicitan; he venido en conceder licencia para la fundación en ella de un hospicio de la Compañía que se ocupen en confesar y predicar, y en la enseñanza de la doctrina y gramática, dispensando a este fin para este caso todas las órdenes expedidas que prohíben nuevas fundaciones, porque no han de entenderse para con esta, ni ha de ser nada gravosa a mi real hacienda: mando a mis virreyes de Nueva-España, audiencia real de México, gobernador de Yucatán y otros cualesquier ministros y justicias, y ruego y encargo al muy reverendo en Cristo, padre obispo de la Iglesia Catedral de Mérida y demás ministros y comunidades eclesiásticas, no pongan ni consientan poner embarazo en la fundación del expresado hospicio, por ser mi deliberada voluntad el que se ejecute en la forma dicha; y que para su efectivo cumplimiento le den los ministros expresados y todos los demás que deben intervenir en esta materia todo el favor y ayuda que fuere menester por convenir así al servicio de Dios y mío. Fecho en Madrid a 30 de diciembre de 1714. -Yo el rey. -Por mandado del rey nuestro señor, don Diego de Morales Velasco. -Llegó a México esta real cédula al siguiente año de 1715, y vista la respuesta fiscal de 16 de agosto del mismo año, los señores del real acuerdo en 22 del mismo mes dijeron que la obedecían y obedecerían con la debida veneración, y mandaron se obedeciese y ejecutase en todo su tenor, para lo cual se mandó despachar real provisión firmada en 27 de agosto del excelentísimo señor duque de Linares, y de los señores Uribe, Agüero, Oyanguren, y el señor don Diego de Medina y Sarabia.

Con esta noticia se resolvió el padre provincial Antonio Jordán a señalar sujetos para la nueva residencia, y fueron el padre Diego Vélez, superior, el padre Antonio Paredes para maestro de gramática, y el hermano Julián Pérez, coadjutor. A pocos días, habiendo dado los superiores al padre Diego Vélez otro destino, de que hablaremos adelante, fue señalado superior de la nueva fundación el padre Marcos Zamudio. Presentó este la cédula del rey al señor don Juan José de Vértiz y Ontañón, gobernador y capitán general de aquella provincia, quien con singularísimo aprecio que tuvo siempre a la Compañía, no solo la obedeció, sino que como en albricias de que en tiempo de su gobierno se fundase en Yucatán aquella casa, dio al padre Zamudio trescientos pesos para los primeros gastos que podrían ofrecerse.

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