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Capítulo V

De qué modo se reúnen la industria, los capitales y los agentes naturales para producir


Hemos visto cómo concurren a la producción, cada cual por su parte, la industria, los capitales y los agentes naturales; y que estos tres elementos de la producción son indispensables para que haya productos creados, aunque no sea necesario para este efecto que pertenezcan a una misma persona.

Un hombre industrioso puede prestar su industria al que no posee más que un capital y un terrazgo.

El poseedor de un capital puede prestarle a la persona que no tenga más que un terrazgo e industria.

El propietario de un terreno puede prestarle a la persona que sólo tiene industria y un capital.

Ya sea que se preste industria, un capital o un terrazgo, como estas cosas concurren a crear un valor, su uso tiene un valor también, y se paga por lo común.

El pago de una industria prestada se llama salario.

El pago de un capital prestado se llama interés.

El pago de un terrazgo prestado se llama arrendamiento u alquiler.

El terreno, el capital y la industria se hallan algunas veces reunidos en una misma mano. El hombre que cultiva su jardín a sus propias expensas, posee el terreno, el capital y la industria, y goza a un mismo tiempo los beneficios de propietario territorial, capitalista y hombre industrioso.

El amolador, que ejerce una industria, para la cual no se necesita ningún terrazgo, lleva a la espalda todo su capital, y en los dedos toda su industria, de modo que es a un mismo tiempo empresario, capitalista y obrero.

Pocos empresarios hay tan pobres que no posean en propiedad una parte a lo menos de su capital. Casi siempre suministra el obrero mismo una porción de él: el albañil lleva consigo su llana, el oficial de sastre su dedal y agujas: todos se presentan más o menos bien vestidos; y aunque el salario que gana debe bastar para la conservación constante de su ropa, al fin tienen que anticipar su coste.

Cuando el terreno no es una propiedad particular, como sucede con ciertas canteras, y con los ríos y mares, a donde va la industria a buscar piedras, peces, perlas, coral, &c, entonces se pueden obtener productos con industria y capitales solamente.

Bastan asimismo la industria y el capital, cuando la industria trabaja en productos de un terreno extranjero, que se pueden adquirir con capitales solos, como cuando fabrica entre nosotros telas de algodón, y otras muchas cosas. Así, toda especie de manufacturas da productos, con tal que haya industria y capital. El no es absolutamente necesario, a no ser que se de este nombre al lugar en que están colocados los talleres, y por el cual se paga un alquiler: lo que no dejaría de ser exacto. Pero si se llama terreno el lugar en que se ejerce la industria, se habrá de convenir a lo menos en que hasta un terreno muy reducido para ejercer una industria muy considerable, con tal que haya un buen capital.

De aquí se puede inferir la consecuencia de que la industria de una nación no es coartada por la extensión de su territorio, sino por la de sus capitales.

Un fabricante de medias, con un capital que supongo igual a veinte mil francos, puede tener diez telares continuamente ocupados. Si llega a tener un capital de cuarenta mil francos, podía ocupar veinte telares: es decir, que podrá comprar diez telares, pagar doble alquiler, adquirir doble cantidad de seda o de algodón para el trabajo de su fábrica, hacer las anticipaciones que exige la manutención de doble número de obreros, &c. &c.

Sin embargo, la parte de la industria agrícola que se aplica al cultivo de las tierras, esta necesariamente coartada por la extensión del terreno; porque ni los particulares ni las naciones pueden hacer que su territorio sea más extenso, ni más fértil que lo que ha dispuesto la naturaleza; pero pueden aumentar de continuo sus capitales, poner en actividad mayor masa de industria, y multiplicar por consiguiente sus productos, o sean sus riquezas.

Se han visto algunos pueblos, como el de Ginebra, cuyo territorio no producía la vigésima parte de los que se necesitaba para su subsistencia y que sin embargo vivían con abundancia. La comodidad habita en la estériles gargantas del Jura, porque en ellas se ejercen muchas artes mecánicas. En el siglo XIII, cuando todavía no tenía la república de Venecia un palmo de terreno en Italia, se enriqueció tanto con su comercio que llegó a conquistar la Dalmacia, la mayor parte de las islas de Grecia, y la ciudad de Constantinopla. La extensión y fertilidad del territorio de una nación dependen de la felicidad de su posición: su industria y sus capitales dependen de su conducta; y así está siempre en su mano perfeccionar aquella y aumentar estos.

Las naciones que tienen pocos capitales experimentan un perjuicio en la venta de sus productos, el cual nace de que no pueden conceder a sus compradores sean naturales o extranjeros, largos plazos, o facilidades para el pago. He aquí la razón porque algunas veces es necesario enviar a las Indias y a Rusia el precio de lo que se compra, seis meses y aun un año antes del momento en que pueden realizarse las comisiones. Preciso es que estas naciones tengan por otra parte grandes ventajas para hacer unas ventas tan considerables a pesar de este obstáculo.

Habiendo visto de que modo concurren a crear productos, esto es, cosas para el uso del hombre, tres grandes agentes de la producción, que son la industria humana, los capitales y los agentes que nos ofrece la naturaleza, penetremos más adelante y examinemos la acción de cada uno en particular. Esta investigación es importante, pues nos conducirá insensiblemente a saber lo que es más o menos favorable a la producción, fuente de la comodidad de los particulares y del poder de las naciones.




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Capítulo VI

De las operaciones comunes a todas las industrias


Observando en sí mismos los métodos de que se sirve la industria, humana, cualquiera que sea el objeto a que se aplique, se echa de ver que se compone de tres operaciones distintas.

Para obtener un producto, sea el que quiera, ha sido necesario ante todas cosas estudiar el orden y las leyes de la naturaleza con relación a este producto. ¿Cómo se hubiera hecho una cerradura, sin haber llegado a conocer antes las propiedades del hierro, y por qué medios se le puede extraer de la mina, afinarle, ablandarle y labrarle?

Después ha sido necesario aplicar estos conocimientos a un uso útil, juzgar que dando cierta forma al hierro, se podría cerrar una puerta para todos, excepto para el que tuviese la llave, &c.

En fin, ha sido necesario, ejecutar el trabajo manual indicado por las dos operaciones precedentes, esto es, forjar y limar las varias piezas de que se compone una cerradura.

Rara vez sucede que estas tres operaciones sean ejecutadas por una misma persona.

Lo más común es que un hombre estudie el orden y las leyes de la naturaleza. Este es el Sabio.

Otro se aprovecha de estos conocimientos para crear productos útiles. Este es el Agricultor, el Fabricante o el Comerciante.

Otro en fin trabaja según las direcciones dadas por los dos primeros. Este es el Obrero.

Examínense sucesivamente todos los productos, y se verá que no han podido existir sino a consecuencia de estas tres operaciones.

Si se trata de un costal de trigo, u de un tonel de vino, ha sido necesario que el naturalista o el agrónomo conociesen el orden que sigue la naturaleza en la producción del grano u de la uva, el tiempo y el terreno favorable para sembrar y plantar, y el cuidado que se necesita para que estas plantas lleguen a perfecta sazón. El arrendador o el propietario han aplicado estos conocimientos a su posición particular, han reunido los medios de conseguir un producto útil, y han alejado los obstáculos que pudieran impedirlo. En fin, el obrero ha arado la tierra, la ha sembrado, ha cavado y podado la viña. Eran necesarios estos tres géneros de operaciones para que fuese completa la producción del trigo u del vino.

Si queremos un ejemplo tomado del comercio exterior, elijamos el añil. La ciencia del geógrafo, la del viajero y la del astrónomo nos dan a conocer el país donde se encuentra, y nos muestran los medios de atravesar los mares. El comerciante apresta buques, y envía a buscar la mercancía. El marinero y el carruajero trabajan mecánicamente en esta producción.

Considerando el añil solamente como una de las primeras materias de otro producto, por ejemplo, de un paño azul, se advierte que el químico da a conocer la naturaleza de esta sustancia, el modo de disolverla, y los mordientes que la fijan en la lana. El fabricante reúne los medios de producir este tinte, y el obrero ejecuta su órdenes.

En todos partes se compone la industria de la teoría, de la aplicación y de la ejecución, y no puede ser perfectamente industriosas una nación, si no sobresale en estos tres géneros de operaciones; porque si es inhábil en una o en otra, no puede proporcionarse productos que son resultados de todas ellas: con lo que se manifiesta la utilidad de las ciencias que a primera vista parece están únicamente destinadas a satisfacer una vana curiosidad62.

Los negros de la costa de África son muy mañosos, y desempeñan bien todos los ejercicios corporales y el trabajo de manos; pero muestran poca capacidad para las dos primeras operaciones de la industria; por lo que se ven obligados a comprar a los Europeos las telas, armas y adornos que necesitan. Es su país tan poco productivo, a pesar, de su feracidad natural, que los navíos que van a buscar esclavos no encuentran en él ni aun las provisiones necesarias para el viaje, y tienen que hacerlas de antemano63.

Los modernos han poseído en un grado más perfecto que los antiguos, y los Europeos aun mucho más que los otros habitantes del globo, las cualidades favorables a la industria. El hombre menos acomodado de nuestras ciudades goza de una infinidad de conveniencias de que se ve privado el monarca de los salvajes. Solamente las vidrieras por donde entra la luz en su cuarto, al mismo tiempo que le preservan de la intemperie del aire, son el resultado admirables de observaciones y conocimientos recogidos y perfeccionados por espacio de muchos siglos. Ha sido necesario saber qué especie de arena era susceptible de transformarse en una materia extensa, sólida y transparente; con qué mezclas, y con qué grados de calor se podría obtener este producto, como también conocer la mejor forma que debía darse a los hornos. Sólo la armadura con que está cubierta una fábrica de vidrio es el fruto de los conocimientos más sublimes sobre la fuerza de las maderas, y sobre los medios de emplearlas con ventaja.

No bastaban estos conocimientos, supuesto que podían existir solamente en la memoria de algunas personas o en los libros. Fue necesario que se presentase un fabricante con los medios de ponerlos en práctica. Ete empezó por instruirse en lo que se sabía sobre este ramo de industria; reunió capitales, artífices y obreros, y señaló a cada uno su ocupación.

En fin, la destreza de los obreros, de los cuales unos construyeron el edificio y los hornos, otros mantuvieron el fuego, hicieron la mezcla, soplaron el vidrio, le cortaron, extendieron, acomodaron y sentaron; esta destreza, digo, es la que completó la obra: y la utilidad y hermosura del producto que de aquí resultó, excede a cuanto pudieran imaginar los que no conociesen todavía este admirable presente de la industria humana.

Por medio de la industria se ha hecho que las materia más viles produzcan una utilidad inmensa. El trapo viejo que desechamos en nuestras casas ha sido transformado en hojas blancas y ligeras que llevan al cabo del mundo las órdenes del comercio y las operaciones de las artes. Deposítanse en ellas las ideas de los hombres de elevado ingenio, y nos trasmiten la experiencia de los siglos: conservan los títulos de nuestras propiedades; les confiamos los más nobles y dulces sentimientos del corazón, y con ellas excitamos otros iguales en el alma de nuestros semejantes. Facilitando el papel de un modo prodigioso e indefinible todas las comunicaciones de los hombres entre sí debe considerarse como uno de los productos que más han mejorado la suerte del género humano. ¡Dichosos nosotros, si un medio tan eficaz para instruirnos no fuese jamás el vehículo de la mentira y el instrumento de la tiranía!

Conviene observar que los conocimientos del sabio, tan necesarios para el desarrollo de la industria, circulan y pasan de una nación a otra con bastante facilidad. Los sabios mismos tienen interés en difundirlos, porque contribuyen a aumentar sus bienes, y les dan reputación, más apreciable para ellos que todos los bienes del mundo. Por consiguiente una nación en que se cultivasen poco las ciencias, podría sin embargo adelantar bastante su industria aprovechándose de las luces que recibiese de otras partes: lo que no sucede con el arte de aplicar los conocimientos del hombre a sus necesidades, ni con el talento de ejecución. Estas cualidades no aprovechan sino a los que las tienen. Por eso, el país en que hay muchos negociantes, fabricantes y agricultores hábiles, tiene más medios de prosperidad que el que se distingue principalmente por la cultura de las artes y del ingenio. En la época de la renovación de las letras en Italia, tenían las ciencias su asiento en Bolonia, y las riquezas en Florencia, Génova y Venecia.

Las intensas riquezas que en nuestros días posee la Inglaterra, no tanto son efecto de las luces de sus sabios, aunque los tiene muy recomendables, como del singular talento de sus empresarios para las aplicaciones útiles, y de sus obreros para la buena y pronta ejecución. El orgullo nacional que se echa en cara a los ingleses no impide que sean los más condescendientes cuando se trata de acomodarse a las necesidades de los consumidores. Así proveen de sombreros al Norte y al Mediodía, porque saben hacerlos ligeros para el Mediodía, y de abrigo para el Norte. La nación que sólo sabe hacerlos de un modo, no los vende fuera de su territorio.

El obrero inglés va siempre de acuerdo con las miras del empresario: por lo común es laborioso y paciente, y no gusta de que el objeto de su trabajo salga de sus manos sin haberle dado toda la finura y perfección que es capaz de recibir. No emplea en esto más tiempo, sino que pone más atención, cuidado y diligencia que la mayor parte de los obreros de otras naciones.

Por lo demás, no hay pueblo que deba perder la esperanza de adquirir las cualidades que le falten para ser perfectamente industrioso. No hace más de ciento y cincuenta años que estaba tan poco adelantada la Inglaterra, que sacaba de la Bélgica casi todas sus telas, y no hace todavía ochenta que la Alemania proveía de quincalla a una nación que en la actualidad provee de ella al mundo entero64.

He dicho que el agricultor, el fabricante y el negociante se aprovechan de los conocimientos adquiridos, y los aplican a las necesidades de los hombres; pero debo añadir que les son indispensables algunos otros conocimientos que apenas podrán adquirir sino con la práctica de su industria, y que pudieran llamarse la ciencia de su profesión. Es probable que si el más hábil naturalista quisiese abonar por sí mismo su tierra, no lo haría tan bien como su arrendador, a pesar de saber mucho más que éste. Un mecánico muy distinguido, aunque, conociese bien el mecanismo de las máquinas de hilar el algodón, sacaría probablemente un hilo bastante malo, sino se ejercitaba antes en esta labor; porque hay en las artes cierta perfección que nace de la experiencia y de una multitud de ensayos hechos sucesivamente con mayor o menor felicidad. No bastan pues las ciencias para el adelantamiento de las artes; sino que además se necesitan experiencias más o menos aventuradas, cuyo resultado no indemniza siempre del coste que tuvieron. Cuando su éxito es feliz, no tarda la concurrencia en moderar los beneficios o ganancias del empresario; pero la sociedad queda en posesión de un producto nuevo; o lo que es exactamente lo mismo, de una minoración en el precio de un producto antiguo.

Las experiencias en la agricultura, además del trabajo y de los capitales que se emplean en ellas, cuestan ordinariamente la renta del terreno por espacio de un año, y algunas veces por más tiempo.

En la industria fabril, se fundan en cálculos más seguros, ocupan por menos tiempo los capitales, y cuando tienen buen éxito, es de más larga duración el goce exclusivo del inventor estar menos expuestas sus operaciones al conocimiento del público y en algunos países se le concede un privilegio exclusivo para el uso de su descubrimiento. Por eso los progresos de la industria fabril son en general más rápidos y más variados que los que la agricultura.

En la industria comercial serían los ensayos más arriesgados que en las otras, si los gastos de la tentativa no tuviesen al mismo tiempo otros objetos. Pero mientras un negociante comercia en géneros de cuyo despecho le asegura la experiencia, trata de transportar el producto de ciertos países a otros donde es desconocido. De este modo los holandeses que eran dueños del comercio de la China, probaron, y no con mucha esperanza de un éxito feliz, a traernos a mediados del siglo XVII una hojita seca de que se servían los chinos para hacer una especie de infusión muy común entre ellos, y éste fue el origen del comercio del te, del cual se transportan actualmente a Europa todos los años más de 45 millones de libras que se vendes en más de trescientos millones de Francos65.

Hay algunas circunstancias rara en que la fortuna acompaña casi siempre a la audacia. Cuando los Europeos doblaron el cabo de Buena Esperanza y descubrieron la América, se hallaron ensanchados repentinamente los términos del mundo por el lado del Este y del Oeste; y en medio de la inmensa cantidad de objetos nuevos que presentaban dos hemisferios, de los cuales el uno era absolutamente ignorado, y el otro poco conocido bastaba, por decirlo así, ir allá para hallar que cambiar, revender y ganar mucho.

Fuera de los casos extraordinarios, dicta quizá la prudencia que se empleen en los ensayos industriales, no los capitales reservados para una producción segura, sino las rentas que puede cualquiera gastar según su capricho, sin perjuicio de sus bienes. Loables son por cierto los caprichos que dirigen a un fin útil las rentas y el tiempo que tantos hombres emplean en diversiones o en otras cosas peores. Yo no creo que se pueda hacer un uso más noble de la riqueza y de los talentos. Un ciudadano rico y filántropo puede hacer de este modo a la clase industriosa y a la consumidora, esto es, al mundo entero, presentes muy superiores al valor de lo que da, y aun al de sus bienes, por grandes que sean. Calcúlese, si es posible, lo que ha valido a las naciones el inventor desconocido del arado66. Un Gobierno que conoce sus deberes, y tiene a su disposición grandes recursos, no deja a los particulares toda la gloria de los descubrimientos industriales. Los gastos que causan los ensayos, cuando los hace el gobierno, no se sacan de los capitales de la nación, sino de sus rentas, pues los impuestos no son, o a lo menos no deberían jamás ser exigidos sino de las rentas. La parte de éstas, que se disipa en experiencias, es poco sensible, porque se reparte entre un gran número de contribuyentes y siendo generales las ventajas que resultan de su buen éxito, justo es que sufra cada uno de los sacrificios que fue necesario hacer para conseguirlas.




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Capítulo VII

Del trabajo del hombre, del trabajo de la naturaleza y del de las maquinas


Llamo trabajo a la acción seguida que se emplea en ejecutar alguna de las operaciones de la industria, o solamente una parte de estas operaciones.

Cualquiera que sea la operación de esta clase, a que se aplique el trabajo, es productivo, supuesto que concurre a la creación de un producto. Así, el trabajo del sabio que hace experiencias y escribe obras, es productivo; el trabajo del empresario, aunque éste no ponga inmediatamente mano en la obra, es productivo; en fin, el trabajo del obrero, desde el jornalero que cava la tierra, hasta el marinero que maniobra en un navío, es también productivo.

Rara vez sucede entregase a un trabajo que no sea productivo, esto es, que no concurra a los productos de una o de otra industria. El trabajo, según acabo de definirle es una molestia: y si esta molestia no trae consigo alguna compensación o provecho, cualquiera que la tome, hará una necedad o una extravagancia. Cuando se toma esta molestia para despojar a uno, por fuerza o con arte, de los bienes que posee, no es ya una extravagancia, sino un crimen. Su resultado no es una producción, sino una traslación de riqueza.

Hemos visto que el hombre obliga a los agentes naturales, y aun a los productos de su propia industria, a trabajar de concierto con él en la obra de la producción. No deberá pues causar extrañeza el uso de estas expresiones: el trabajo u los servicios productivos de la naturaleza, el trabajo u los servicios productivos de los capitales.

Este trabajo de los agentes naturales y el de los productos a que hemos dado el nombre de capital, tienen entre sí la mayor analogía, y se confunden perpetuamente; porque las herramientas y las máquinas que forman parte de un capital, no son en general sino unos medios más o menos ingeniosos de aprovecharse de las fuerzas de la naturaleza. La máquina de vapor, llamada vulgarmente bomba de fuego, no es más que un medio complicado de aprovecharse alternativamente de la elasticidad del agua vaporizada y del peso de la atmósfera; de modo que se obtiene realmente de una bomba de fuego más que el servicio del capital necesario para establecerla, puesto que es un medio de obtener el servicio de muchos agentes naturales, cuyo uso gratuito puede exceder mucho en valor al interés del capital representado por la máquina.

Esto nos indica bajo qué aspecto debemos considerar todas las máquinas, desde la herramienta más sencilla hasta la más complicada; desde una lima hasta el más vasto aparato; porque las herramientas no son más que unas máquinas sencillas, y las máquinas no son más que unas herramientas complicadas que añadimos a la punta de los dedos para aumentar su fuerza; y unas y otras no son, en gran parte más que unos medios de obtener el concurso de los agentes naturales67. Su resultado es evidentemente emplear menos trabajo para obtener los mismos productos, o, en otros términos, obtener más producto con el mismo trabajo humano: que es la cumbre de la industria.

Cuando una nueva máquina, o en general un método pronto y expedito, cualquiera que sea, reemplaza un trabajo humano que ya estaba en actual ejercicio, quedan sin ocupación una parte de los brazos industriosos, cuyo servicio se suple útilmente. De aquí se han deducido argumentos bastante graves contra el uso de las máquinas, las cuales han sido repelidas en muchos países por el furor popular, y aun por providencias del gobierno.

Para poder observar una conducta prudente en estos casos, es necesario, formar desde luego una idea clara del efecto económico que resulta de la introducción de una máquina.

Una máquina nueva reemplaza el trabajo de una parte de los trabajadores, pero no disminuye la cantidad de las cosas producidas; porque entonces no se pensaría en adoptarla. Cuando para surtir de agua a una ciudad, se substituye una máquina hidráulica al método de proveerse a mano, no tienen los habitantes menos agua que consumir. Hay pues por lo menos una renta igual para el país; pero hay traslación de renta. Disminuye la de los aguadores; pero aumenta la de los mecánicos y de los capitalistas que suministran los fondos. Si la abundancia del producto y la cortedad de los gastos de producción disminuyen su valor venal, entonces es esta una ventaja para renta de los consumidores; porque, para estos, todo lo que gastan de menos vale tanto como lo que ganan de más.

Por mas ventajosa que sea a la sociedad esta traslación de renta, como vamos a verlo, siempre presenta algún inconveniente; porque si hay un mal en que un capitalista, saque poca utilidad de sus fondos, o en que se vea obligado a tenerlos ociosos por algún tiempo, le hay mucho mayor en que unas personas industriosas se hallen sin medio de subsistencia.

Hasta aquí subsiste en toda su fuerza la objeción contra las máquinas. Pero algunas circunstancias que por lo común acompañan a su introducción disminuyen singularmente sus inconvenientes, al mismo tiempo que dejan el campo libre para que se experimenten sus buenos efectos.

l.º Las nuevas máquinas se ejecutan con lentitud, y su uso se extiende del mismo modo; lo que deja a los hombres industriosos cuyos intereses pueden padecer con esta novedad, el tiempo necesario para tornar sus precauciones y a la administración pública el de preparar remedios68.

2º. No se pueden establecer máquinas sin que para ello sean necesarias muchas obras en que se emplean las gentes laboriosas que por efecto de las mismas máquinas pudieran quedar sin ocupación. Para distribuir el agua, por ejemplo, en una ciudad populosa, se necesita aumentar el número de carpinteros, albañiles, herreros, trabajadores ocupados en terraplenar, para construir los edificios, colocar los conductos de comunicación, unirlos entre sí, &c.

3ª. La suerte del consumidos, y por consiguiente de la clase trabajadora que padece, se mejora con la baja del valor del producto mismo a que ella concurría.

En fin, sería inútil querer evitar el mal pasajero que puede resultar de la invención de una nueva máquina, con la prohibición de hacer uso de ella. Si es ventajosa, la adoptarán seguramente en alguna parte; sus productos serán menos caros que los que continúen creando nuestros obreros a fuerza de trabajo, y de aquí resultará por una consecuencia necesaria que su baratura quitará tarde o temprano a estos obreros sus consumidores y su trabajo.

Si los hiladores de algodón a torno, que en 1789 rompieron las máquinas de hilado que se introducían entonces en Normandía, hubiesen continuado este sistema, habría sido necesario desistir de la idea de fabricar telas de algodón en Francia, y las hubiéramos traído de afuera o reemplazado con otros tejidos, de modo que los hiladores de Normandía, que al fin fueron ocupados la mayor parte en las grandes hilanderías, hubieran quedado aun más destituídos de trabajo.

Esto es por lo que toca al efecto próximo que resulta de la introducción de las nuevas máquinas. Por lo que hace al efecto ulterior, no se puede dudar que decide de la ventaja de las máquinas.

Ciertamente, si por medio de ellas hace el hombre una conquista a la naturaleza, y obliga a las fuerzas naturales, a las diversas propiedades de los agentes naturales, a trabajar en utilidad suya, es evidente la ganancia; porque hay siempre aumento de producto y diminución de gastos de producción. Si no baja el precio venal de producto, cede esta conquista en beneficio del productor, sin costar nada al consumidor. Si baja el precio, gana el consumidor todo el importe de la baja, sin que sea esto a expensas del productor.

Por lo común, la multiplicación de un producto hace bajar su precio: la baratura extiende su uso, y su producción, aunque más pronta y expedita, no tarda en ocupar más trabajadores que antes. No se puede dudar que el trabajo de algodón ocupa actualmente más brazos en Inglaterra, en Francia y Alemania que antes de la introducción de las máquinas por cuyo medio se abrevia y perfecciona singularmente este trabajo.

Nos presenta un ejemplo bastante visible del mismo efecto la máquina que sirve para multiplicar rápidamente las copias de un mismo escrito. Hablo de la Imprenta.

Prescindiré del influjo que ha tenido este arte en la perfección de los conocimientos humanos y de la civilización, y le considera solamente como manufactura y bajo sus relaciones económicas. En el momento en que se hizo uso de él, debió quedar sin ocupación una multitud de copiantes, porque se puede calcular que un solo oficial de imprenta hace tanto trabajo como doscientos hombres ocupados en copiar. Es pues necesario creer que de doscientos trabajadores de esta clase quedaron desocupados los 199. Pues sin embargo, la mayor facilidad de leer las obras impresas que las manuscritas, lo poco que costaban los libros, el impulso que dio esta invención a los autores para escribir otros muchos así de instrucción como de recreo; todas estas causas hicieron que en muy corto espacio de tiempo fuese mayor el número de los oficiales de imprenta que el de los copiantes que les habían precedido. Y si se pudiese calcular ahora exactamente, no sólo el número de los oficiales de imprenta, sino también el de las personas industriosas que hallan ocupación en este arte, como son los abridores de punzones, fundidores de letras, fabricantes de papel, carruajeros, correctores, encuadernadores, libreros, resultaría quizá que el número de individuos ocupados en el ramo de libros es cien veces mayor que antes de la invención de la imprenta.

Permitaseme añadir aquí que si comparamos en grande el uso de los brazos con el de las máquinas y en la suposición extremada de que éstas llegasen a reemplazar casi todo el trabajo de los hombres, no por esto se reducirá el número de operarios, puesto que no se disminuiría la suma de las producciones, y aun quizá habría que temer menos calamidades con respecto a la clase indigente y laboriosa; porque entonces, en las fluctuaciones a que exponen de un momento a otro los diversos ramos de industria, serían principalmente las máquinas, esto es, los capitales, los que estuviesen parados, y no los brazos, o los hombres. Pero las máquinas no se morirían de hambre, y sólo dejarían de producir utilidad a sus empresario, los cuales por punto general están más distantes de la indigencia que los simples obreros.

Pero, por más ventajas que ofrezca definitivamente a la clase de los empresarios y aun, a la de los obreros el uso de una nueva máquina, los que sacan de ella principal provecho son los consumidores; y ésta es siempre la clase esencial, porque es la más numerosa; porque todo género de productores vienen a incorporarse en ella; y porque la felicidad de esta clase compuesta de todas las demás constituye el bien estar general, el estado de prosperidad de un país69. Digo que son los consumidores los que sacan la principal ventaja de las máquinas. En efecto, si sus inventores gozan exclusivamente por espacio de algunos años del fruto de su descubrimiento, no hay cosa más justa; pero no hay ejemplo de que se haya guardado mucho tiempo el secreto. Al fin se sabe todo, y principalmente lo que el interés personal excita a descubrir, y lo que es indispensable confiar a la discreción de muchas personas, unas que construyen la máquina, y otras que se sirven de ella. Desde este punto la concurrencia disminuye el valor del producto tanto como importa la economía lograda en los gastos de producción, y aquí es donde empieza el provecho del consumidor. Es probable que la molienda del trigo no produce más a los molineros de ahora que a los tiempos antiguos; pero esta operación cuesta mucho menos a los consumidores.

No es la baratura la única ventaja que proporciona a éstos la introducción de los métodos prontos y expeditos, sino que en general logran con ellos más perfección en los productos. Pudieran hacerse con el pincel los dibujos que campean en nuestras indianas y papeles pintados; pero el estampado y los cilindros que se emplean para este efecto, dan a los dibujos una regularidad y a los colores una uniformidad que nunca podría conseguir el más hábil artista.

Continuando esta investigación en todas las artes industriales, se vería que la mayor parte de las máquinas no están limitadas a suplir simplemente el trabajo del hombre, sino que dan un producto realmente nuevo dando una nueva perfección. El volante y el castillejo ejecutan productos que el arte y la diligencia del más hábil obrero no lograrían jamás sin el auxilio de estas poderosas máquinas.

En fin, las máquinas hacen aun más, pues llegan a multiplicar los productos a que no se aplican. No se creería tal vez, si no se reflexionase sobre ello, que el arado, el rastrillo y otras máquinas semejantes, cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos, han contribuido eficazmente a proporcionar al hombre, una gran parte, no sólo de los obreros necesarios para la vida, sino también de las superfluidades de que goza en la actualidad, y de que probablemente no hubiera tenido jamás idea alguna. Sin embargo, si las diversas labores que exige la tierra no pudiesen ejecutarse sino por medio de la pala, de la azada y de los otros instrumentos tan lentos y pesados; y no pudiésemos añadir a este trabajo el de los animales, que considerados conforme a los principios de la economía política, son unas especies de máquinas, es probable que para obtener nos géneros alimenticios que sostienen nuestra población actual, se necesitaría emplear todos los brazos que están hoy destinados a las artes industriales. Así es que el arado ha permitido a cierto número de personas entregarse aun a las artes más fútiles; y lo que es más interesante, a la cultura de las facultades del ánimo.

Los antiguos no tenían idea de los molinos. En su tiempo se molía el trigo a fuerza de brazos, y se necesitaban quizá veinte personas para moler tanto trigo como puede reducir a harina un solo molino70. Basta un sólo molinero, y dos a lo sumo para tener corriente un molino; y estos dos hombre, por medio de esta máquina ingeniosa, dan un producto igual al de veinte personas en tiempo de César. Obligamos pues al viento y a un caz, en cada uno de nuestros molinos, a hacer la tarea de diez y ocho personas; y éstas, que entre los antiguos eran necesarias para aquel trabajo, pero que ya son sobrantes, pueden en nuestros días hallar medios de subsistencia como en lo antiguo, supuesto que el molino no ha disminuido los productos de la sociedad: y al mismo tiempo puede aplicarse su industria a crear otros productos que dan estas personas en cambio del producto del molino, multiplicando así la masa de las riquezas71.




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Capítulo VIII

De las ventajas, inconvenientes y límites que se encuentran en la separación del trabajo


Ya hemos observado que no es por lo común una misma persona la que se encarga de las diferentes operaciones cuyo conjunto compone una misma industria. Estas operaciones exigen por la mayor parte diversos talentos y un trabajo bastante considerable para ocupar enteramente a un hombre; y aun hay alguna que se divide en muchos ramos, cada uno de los cuales basta para ocupar todo el tiempo y fijar toda la atención de una persona.

Así se divide el estudio de la naturaleza entre el químico, el botánico, el astrónomo y otras muchas clases de sabios.

Así, cuando se trata de la aplicación de los conocimientos del hombre a sus necesidades, en la industria fabril por ejemplo, hallamos que las telas, la loza, los muebles, la quincalla, &c. ocupan a otras tantas diferentes clases de fabricantes.

En fin, en el trabajo manual de cada industria suele haber tantas clases de operarios cuanta es la diferencia de las ocupaciones. Para hacer el paño de un vestido, ha sido necesario emplear hilanderas, tejedores, bataneros, tundidores, tintoreros, y otras muchas clases de operarios, cada uno de los cuales ejecuta siempre la misma operación.

El célebre Adan Smith fue el primero que observó que de esta separación de los diferentes ramos del trabajo resultaba un aumento prodigioso en la producción, y mayor perfección en los productos72.

Cita como un ejemplo, entre otros varios, la fábrica de los alfileres. Cada uno de los obreros que se ocupan en este trabajo, hace siempre una sola parte del alfiler. Uno para el latón por la hilera; otro le corta; otro aguza las puntas. Sólo la cabeza del alfiler exige dos o tres operaciones distintas, que se ejecutan por otras tantas personas diferentes.

Por medio de esta separación de ocupaciones diversas una fábrica no muy bien arreglada, en que sólo trabajaban diez hombre, hacía cuarenta y ocho mil alfileres al día, según refiere Smith.

Si cada uno de estos diez obreros hubiera tenido que hacer un alfiler después de otro, empezando por la primera operación y acabando por la última, acaso no hubiera hecho más de veinte en un día; y los diez obreros habrían concluido doscientos solamente en lugar de cuarenta y ocho mil.

Smith atribuye este prodigioso efecto a tres causas.

Primera causa. El espíritu y el cuerpo adquieren una habilidad singular en las ocupaciones sencillas y repetidas con frecuencia. La rapidez con que en muchas fábricas se ejecutan ciertas operaciones excede a cuanto parece que se pudiera esperar de la destreza del hombre.

Segunda causa. Se evita el tiempo perdido en pasar de una ocupación a otra y en mudar de lugar, de posición y de herramientas. La atención, que siempre es difícil de fijar, no tiene necesidad de aplicarse a un objeto nuevo, y ocuparse en él.

Tercera causa. La separación de las ocupaciones es la que ha hecho descubrir los métodos más prontos y expeditos, reduciendo naturalmente cada operación a una tarea muy sencilla y repetida sin cesar; y éstas son las tareas que se logra ejecutar con más facilidad por medio de herramientas o máquinas.

Por otra parte, los hombre encuentran mucho mejor los modos de conseguir éste o aquel objeto, cuando está inmediato, y su atención se fija constantemente en él. La mayor parte de los descubrimientos, aun los que han hecho los sabio, deben atribuirse en su origen a la subdivisión del trabajo, pues por un efecto de esta subdivisión se han ocupado algunos hombres en estudiar ciertos ramos de conocimientos con exclusión de todos los demás, y ésta es la razón de que hayan podido hacer más progresos en ellos73.

Así, por ejemplo, se perfeccionan mucho más los conocimientos necesarios para la prosperidad de la industria comercial, cuando son diferentes los hombres que estudian.

Uno la geografía, para conocer la situación de los estados y sus productos.

Otro la política, para conocer lo que tiene relación con sus leyes y costumbres, y cuáles son los inconvenientes o las ventajas que se deben temer o esperar comerciando con ellos.

Otro la geometría y la mecánica, para determinar la mejor forma de los navíos, carros y máquinas.

Otro la astronomía y la física, para navegar con buen éxito, &c.

Si se trata de la parte práctica o de aplicación en la misma industria comercial, se echará de ver que ha de ser más perfecta, cuando sean diferentes los negociantes que comercien de una provincia a otra, en el Mediterráneo, en las Indias orientales, en América, por mayor, por menor, &c. &c.

Esto no impide de modo alguno que se acumulen las operaciones que no son incompatibles, y sobre todo las que se prestan un auxilio recíproco. No son dos negociantes distintos los que transportan a un país los productos que consume, y sacan de él los que produce, porque estas dos operaciones no se excluyen, antes bien se pueden ejecutar prestándose un apoyo recíproco.

Como la separación del trabajo multiplica los productos con respecto a los gastos de producción, los proporciona a precios más cómodos. Obligando el productor por la concurrencia a bajar el precio de su producto otro tanto como vale la economía que de allí resulta, se aprovecha menos de la división del trabajo que el consumidor, y así es que cuando éste trata de impedirla, se perjudica a sí mismos.

El sastre que no solamente quisiese hacer vestidos, sino también zapatos, se arruinaría infaliblemente74.

Hay algunas personas que ejercen con respecto a sí mismas las funciones del comerciante, por excusarse de pagarle los provechos ordinarios de su industria, y embolsar, como ellas dicen, este beneficio. Pero calculan mal; porque la separación de las ocupaciones permite al comerciante ejecutar para ellas este trabajo a mucha menos costa de lo que podrían hacerlo ellas mismas.

Considérese el trabajo que se emplea, el tiempo que se pierde, los gastos menudos que siempre suben más a proporción en las operaciones pequeñas que en las grandes, y se verá si lo que cuesta todo esto no excede al dos o tres por ciento que se ahorrará en un miserable objeto de consumo, aun suponiendo que este beneficio no se quede entre las manos del agricultor o del fabricante, con quienes hay que tratar directamente, y cuya codicia es natural que se aproveche de la inexperiencia del que acude a ellos.

Ni aun al agricultor y al fabricante les conviene, como no sea en circunstancias muy particulares, ejercer por sí mismos las operaciones del comercio, y tratar de vender sus géneros al consumidor sin ningún intermedio; porque se distraerían de sus cuidados ordinarios; perderían el tiempo que podrían emplear más útilmente en su objeto principal, y necesitarían mantener gentes, caballerías, carruajes, &c. cuyos gastos serían superiores a las ganancias del negociante que de ordinario son muy reducidas a causa de la concurrencia.

No se puede gozar de las ventajas que trae consigo la subdivisión del trabajo, sino en ciertos productos, y cuando el consumo de ellos pasa de cierto punto.

Diez obreros pueden hacer diariamente cuarenta y ocho ml alfileres; pero esto no se podrá ejecutar sino donde se consuma igual número todos los días; porque, a fin de que la división llegue hasta este punto, es necesario que un solo obrero no tenga absolutamente otro cuidado que el de aguzar las puntas, mientras que cada uno de los demás se ocupa en algún otro uso propio de la fábrica. Por consiguiente, si en el país no se necesitasen más de veinte y cuatro mil alfileres al día, tendría que perder el obrero una parte de su jornal, o variar de ocupación: y en tal caso no sería ya tan grande la división del trabajo.

Por lo mismo no puede llegar ésta a su último término sino cuando pueden transportarse los productos a larga distancia, para extender el número de sus consumidores, cuando se ejerce en una ciudad grande que ofrezca por sí misma un consumo considerable. Ésta es también, la causa de que muchas especies de trabajo, que deben consumirse al mismo tiempo que se producen, sean ejecutadas por una misma mano en las poblaciones poco numerosas.

En una ciudad pequeña, y en una aldea suele un mismo hombre hacer el oficio de barbero, cirujano, médico y boticario, cuando en una ciudad populosa no sólo se ejercen estas operaciones por diferentes manos, sino que alguna de ellas, por ejemplo la de cirujano se subdivide en otras varias, y solamente allí es donde se encuentran dentistas, oculistas, comadrones, los cuales, ejerciendo una sola parte de su vasta profesión, adquieren en ella una habilidad que jamás podrían alcanzar sin esta circunstancia.

Lo mismo sucede con respecto a la industria comercial. Un especiero de aldea se ve obligado a causa del corto consumo de sus géneros a ser a un mismo tiempo mercero, papelero, tabernero, y quizá también memorialista, mientras que en las ciudades grandes basta la venta, no digo de las especerías, sino de una sola droga, para formar un comercio. En Amsterdam, en Londres y en Paría hay tiendas en que sólo se vende te, o aceite o vinagre: y por eso están todas mucho mejor surtidas de estos diversos géneros que aquellas en que se vende al mismo tiempo un gran número de objetos diferentes.

Así, en un país rico y populoso, el carruajero, el comerciante, el mercader, el tendero, ejercen diferentes partes de la industria comercial, proporcionando más economía y dándoles mayor perfección. Hay más economía, aunque todos ganen; y si no bastasen las explicaciones que hemos dado sobre este punto, nos suministraría la experiencia su testimonio irrecusable; porque en los parajes donde los ramos de la industria comercial están divididos entre más manos, es donde el consumidor compra más barato. En igualdad de circunstancias no se adquiere en un pueblo el género que viene de una misma distancia, a precio tan cómodo como en una ciudad grande o en una feria.

El poco consumo de las villas y aldeas no sólo obliga a los mercaderes a acumular en ellas muchas ocupaciones, sino que ni aun basta para tener constantemente abierta la venta de ciertos géneros. Algunos hay que sólo se encuentran en los días de mercado u de feria; y entonces se compra lo que se necesita para el consumo de la semana o de todo el año. Los demás días va el mercader a comerciar a otra parte, o se ocupa en otra cosa. En un país muy rico y populoso son bastante considerables los consumos para que el despacho de un género de mercancía ocupe una profesión todos los días de la semana. Las ferias y los mercados son propios de un Estado en que la prosperidad pública ha hecho todavía pocos progresos, así como el comercio por medio de caravanas lo es de un Estado que se halla en mucho atraso con respecto a las relaciones comerciales; pero aun este género de relaciones vale más que no tener nada75.

De que sea absolutamente necesario un consumo considerable para que la separación de las ocupaciones llegue a su último término, resulta que no puede introducirse en la fábrica de los productos que por su alto precio no deben tener más que un corto número de compradores. Está reducida a muy poco en el comercio de joyería, y sobre todo en la que tiene por objeto obras de suma delicadeza y primor: y como hemos visto que esta separación es una de las causas del descubrimiento y aplicación de los métodos ingeniosos, sucede precisamente que donde estos se encuentran más rara vez es en las producciones de un trabajo exquisito. Al visitar el obrador de un lapidario, nos deslumbra la riqueza de las materias, y admiramos la paciencia y la habilidad del artífice; pero donde nos asombran los métodos felizmente inventados para abreviar y perfeccionar la obra, es en los talleres donde se preparan en grande las cosas de un uso común. Cuando se ve una joya, se imagina fácilmente con qué instrumentos y por medio de qué operaciones se ha ejecutado; pero al ver un cordón de hilo, pocas personas habrá que sospechen siquiera que se ha fabricado por medio de un caballo y de un caz: y sin embargo así es en realidad.

La industria agrícola es la que, entre todas artes, admite menos división en el trabajo. No pueden reunirse en un mismo paraje un gran número de cultivadores para concurrir todos juntos a realizar un mismo producto. La tierra que cultivan está extendida por toda la superficie del globo, y los obliga a mantenerse separados unos de otros a largas distancias. Un sólo hombre no puede estar todo el año labrando la tierra, y otro cogiendo los frutos. En fin, rara vez se puede dar un mismo cultivo a toda la extensión de un terreno, y continuarle muchos años seguidos; pues además de que no lo permitiría la tierra, si el cultivo fuese uniforme en toda la propiedad, las labores y las cosechas vendrían a caer en las mismas épocas; y en los demás tiempos del año quedarían ociosos los jornaleros76.

La naturaleza del trabajo y de los productos del campo exige también que el agricultor se interese en atender por sí mismo a la producción de las legumbres y frutas, a la cría de ganados, y aun en hacer una parte de los instrumentos y obras que sirven para el consumo de su casa, aunque estas producciones sean objeto del trabajo exclusivo de varias profesiones.

En los géneros de industria que se ejercen en talleres, y en que el empresario mismo da todas las formas a un producto, no pueden subdividirse mucho las operaciones, si faltan grandes capitales. Esta subdivisión requiere anticipaciones muy cuantiosas en salarios, en primeras materias y en herramientas. Si diez y ocho obreros no hiciesen más que 20 alfileres cada uno, o entre todos 360, que apenas pesan una onza, bastaría para ocuparlos una onza de cobre renovada sucesivamente. Pero si por medio de la separación de ocupaciones, hacen todos los días los diez ocho obreros, como se acaba de ver, 86.400 alfileres, la primera materia que se necesite para ocuparlos deberá ser constantemente de 240 onzas: lo que exige una anticipación más considerable. Y si se atiende a que quizá pasa más de un mes desde que el fabricante compra el cobre hasta que se reintegra de esta anticipación con la venta de los alfileres, se comprehenderá que debe tener constantemente treinta veces 240 onzas de cobre por lo menos en diferentes grados de elaboración, y que la porción de su capital, ocupada sólo por esta primera materia, es igual al valor de 450 libras de cobre. En fin, la separación de ocupaciones no puede verificarse sino por medio de muchos instrumentos y máquinas, que son por sí mismos una parte importante del capital. Por eso se ve con frecuencia en los países pobres, que un mismo trabajador empieza y acaba las operaciones que exige un mismo producto, por no tener un capital suficiente para separar bien las ocupaciones.

Mas no se crea que no puede verificarse la separación de trabajo sino por medio de los capitales de un solo empresario y en el recinto de un mismo establecimiento. No es el zapatero solo el que hace todas las operaciones que requiere un par de botas, sino que contribuyen a ello el ganadero, el pellejero, el curtidor, y todos los que suministran de cerca o de lejos alguna materia o herramienta a propósito para la hechura de las botas; y aunque sea bastante grande la subdivisión de trabajo que hay en la ejecución de este producto, la mayor parte de aquellos productores concurren a él con capitales bastante pequeños.

Habiendo examinado las ventajas y los límites de la subdivisión de las diversas ocupaciones de la industria, es bueno observar los inconvenientes que de ella resultan si queremos formar una idea cabal de este asunto.

El hombre que no hace en toda su vida más que una misma operación, llega seguramente a ejecutarla mejor y más pronto que otro; pero al mismo tiempo se hace menos capaz de cualquiera otra operación, ya sea física o moral: se debilitan las demás facultades de que está dotado, y de aquí resulta una degeneración en el hombre considerado individualmente. Poco podrá lisonjear el amor propio de un obrero la reflexión de no haber hecho nunca más que la décima octava parte de un alfiler: y no se crea que sólo degenera así de la dignidad de su naturaleza el que está siempre sujeto a manejar la lima o el martillo, sino que se halla también en el mismo caso el que por razón de su profesión ejerce las más nobles facultades del ánimo. Por una consecuencia de la separación de ocupaciones tenemos en los tribunales procuradores cuyas funciones están reducidas a representar la persona de los filigantes, y a seguir en nombre de éstos todos los pormenores del proceso. No se niega en general a estos hombres empleados en el foro la destreza ni el ingenio para hallar recursos en todo lo concerniente a su oficio; y sin embargo, hay procuradores, aun entre los más hábiles, que ignoran las operaciones más sencillas de las artes de que se sirven a cada paso; que no saben componer el mueble más común de su uso, ni aun fijar un clavo, sin dar que reír al más corto aprendiz. Todavía mostrarán más torpeza, si se les pone en una situación de mayor importancia, como si se trata de salvar la vida a un amigo que se está ahogando, o de preservar su ciudad de las asechanzas del enemigo; cuando un aldeano grosero y el habitante de un país semi-salvaje no tendrían dificultad en salir de semejante apuro.

En la clase de los obreros, esta incapacidad para más que una ocupación hace más dura, más fastidiosa y menos lucrativa la condición de los trabajadores, pues tienen menos facilidad para reclamar una parte equitativa del valor total del producto. El obrero que lleva consigo un oficio entero, puede ir a cualquiera parte a ejercer su industria y hallar medio de subsistir; los demás no son más que un accesorio; que separado de sus compañeros, deja de tener capacidad e independencia, y se ve obligado a recibir la ley que se le quiera imponer.

En resolución, se puede decir que la separación del trabajo es un uso hábil de las fuerzas del hombre, y que por consiguiente aumenta los productos de la sociedad de cada hombre considerado individualmente.




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Capítulo IX

De los diferentes modos de ejercer la industria comercial, y cómo concurren, a la producción


No todos los géneros prevalecen indiferentemente en todas partes. Los que son producto del suelo dependen de las cualidades de éste y de las del clima, que varían de un lugar a otro. Los que son producto de la industria no se dan tampoco sino en ciertos parajes más favorables a su elaboración.

Resulta de aquí que en los lugares donde no crecen naturalmente (y adviértase que aplico esta palabra a las producciones de la industria del mismo modo que a las del suelo); resulta, digo, que para llegar a estos lugares, para producirse completamente en ellos, y ponerse en estado de ser consumidos les falta una forma, que es la de ser transportados allí.

Esta forma es el objeto de la industria que hemos llamado comercial.

Los negociantes que van a buscar o hacen venir mercancías77del extranjero, y las llevan o envían fuera del país en que habitan, hacen el comercio exterior.

Los que compran mercancías de su país para revenderlas en él, hacen el comercio interior.

Los que compran mercancías, en partidas gruesas para revenderlas a los tenderos, hacen el comercio por mayor.

Los que las compran por mayor para revenderlas a los consumidores, hacen el comercio por menor.

El cambista recibe o paga por cuenta de otro, u bien da letras de cambio pagaderas en otros parajes: lo cual conduce al comercio del oro y de la plata.

El corredor busca compradores para el que vende, o vendedores para el que compra.

Todos comercian, todos ejercen una industria dirigida a aproximar el género al consumidor. El tendero, que vende la pimienta por onzas hace un comercio tan indispensable para el consumidor, como el negociante que para comprarla envía un navío a las Molucas; y si un mismo comerciante no ejerce estas diversas funciones, es porque se desempeñan más cómodamente y a menos costa por muchos. Para explicar el modo con que se ejecutan, todas estas industrias, sería necesario escribir un tratado de comercio78. A nosotros nos corresponde solamente examinar aquí de qué modo y hasta qué punto influyen en la producción de los valores.

Veremos en el libro II cómo el pedido que se hace de un producto, pedido que se funda en la utilidad que de él resulta, se encuentra limitado por la extensión de los gastos de producción, y cuál es el principio que sirve para fijar su valor en cada lugar. Bástanos aquí para comprender lo que tiene relación con el comercio, considerar el valor del producto como una cantidad dada. Así que, sin examinar todavía por qué la libra de aceite de olivas vale en Marsella seis reales, y ocho en París, digo que el que le transporta de Marsella a París da dos reales de aumento al valor de cada libra.

No se crea que deja de aumentarse por esto su valor intrínseco, pues tiene un aumento real y efectivo, así como el valor intrínseco del dinero es mayor en París que en Lima.

En efecto, el transporte de las mercancías no puede ejecutarse sin el concurso de diversos medios, los cuales tienen también su valor intrínseco, y entre ellos no es por lo común el más costoso el transporte propiamente tal ¿No se necesita un establecimiento comercial en el lugar donde se acopia la mercancía, otro en el lugar a donde llega, y asimismo almacenes y embalajes? ¿No hay necesidad de capitales para hacer la anticipación de su valor? ¿No hay que pagar comisionistas, aseguradores y corredores? Todos estos servicios son verdaderamente productivos, porque a no ser por ellos no podría el consumidor gozar del género, y suponiéndolos reducidos por la concurrencia al precio mas ínfimo, por ningún otro medio podría disfrutarle a menos costa.

En el comercio, del mismo modo que en la industria fabril, el descubrimiento de un método expedito u económico, el mejor uso de los agentes naturales como el de un canal en lugar de un camino Real, la destrucción de un obstáculo, de una subida de precio causada por la naturaleza o por los hombres, disminuyen los gastos de producción, y proporcionan al consumidor una ganancia que nada cuesta al productor, el cual baja el precio sin experimentar ninguna pérdida, porque si vende más barato, también tiene menos que gastar.

El comercio con el extranjero está sujeto a los mismos principios que el comercio interior. El negociante que envía géneros de seda a Alemania o a Rusia, y vende en Petersburgo a 8 francos la lana de tela que vale 6 en León de Francia, crea un valor de 2 francos por lana. Si el mismo negociante hace venir de retorno pieles de Rusia, y vende en el Habra por 1200 francos lo que en Riga le costó 1000 o un valor equivalente a esta suma, tendrá un nuevo valor de 200 francos, creado y dividido por los diversos agentes de esta producción, cualesquiera que sean las naciones a que pertenezcan y su importancia en las funciones productivas, desde el negociante por mayor hasta el simple ganapán79. La nación francesa se enriquece con lo que ganan en esto las gentes industriosas del país y los capitales que emplean; y la nación rusa, con lo que ganan las gentes industriosas de aquel imperio, y los capitales que destinan a la industria.

Pudiera también una nación distinta de estas dos lograr las ventajas del comercio mutuo de ambas, sin que ellas perdiesen nada, con tal que sus gentes industriosas tuviesen otros medios igualmente lucrativos para emplear el tiempo y sus capitales. La circunstancia de un comercio exterior activo, cualesquiera que sean sus agentes, es muy a propósito para vivificar la industria interior. Los chinos que dejan todo su comercio exterior en manos de otras naciones, sacan de él sin embargo ventajas tan considerables que bastan para mantener, en un territorio igual en superficie, doble número de habitantes que los que hay en toda Europa. El mercader cuya tienda está bien acreditada, no despacha menos géneros que el buhonero que va ofreciendo la suya de un pueblo a otro80. Las rivalidades o celos comerciales son meras preocupaciones, frutos silvestres que caerán cuando lleguen a madurar.

El comercio exterior de todo país es poco considerable, comparado con el comercio interior. Para convencerse de ello, basta observar, ya sea en una reunión numerosa, o ya en las mesas más suntuosas, cuán corto es el valor de las cosas que se traen de afuera, en comparación de las que se sacan de lo interior, sobre todo si se comprehende en ellas, como se debe, el valor de las habitaciones y demás obras, que sin duda son también un producto de esta última clase81.

Además de que en todo país el comercio interior, aunque menos visible, (porque está en todas clases de manos) es el más considerable, es también el más ventajoso. Los envíos y los retornos, de este comercio son necesariamente los productos del país. Por su medio se promueve una doble producción, y no entran los extranjeros a la parte de sus provechos. Por esta razón los caminos, los canales los puentes, la abolición de las aduanas interiores, de los portazgos, de los derechos municipales, que son unos verdaderos portazgos, todo lo que facilita las comunicaciones interiores, es favorable a la riqueza de un país.

Hay otro comercio que se llama de especulación, y consiste en comprar mercancías en un tiempo para revenderlas en el mismo paraje e intactas, en una época en que se supone que se venderán más caras. Aun este comercio es productivo, y consiste su utilidad en emplear capitales, almacenes, diligencias de conservación, en fin una industria para poner fuera de circulación una mercancía que llegaría a envilecerse por su superabundancia, cuyo precio no cubriría los gastos de producción, y por consiguiente haría que decayese ésta; a fin de revenderla cuando se haya hecho demasiado rara, y cuando excediendo su precio a su tasa natural, que son los gastos de producción, causaría pérdida a sus consumidores. Este comercio se dirige, como se ve, a llevar, por decirlo así, la mercancía de un tiempo a otro, en lugar de llevarla de un paraje a otro. Si no produce ganancias, o acarrea pérdidas, es prueba de que era inútil, de que la mercancía no era demasiado abundante en el tiempo en que se compró, o de que no era demasiado rara cuando volvió a venderse. Se ha dado a este género de operaciones el nombre de comercio de reserva, y no puede tacharse esta designación. Cuando las operaciones se dirigen a reunir y estancar los géneros de una misma especie, para reservarse su monopolio y reventa a precios excesivos, se llama esto monopolio u logrería, la cual se dificulta a proporción que el país tiene más comercio y por consiguiente más mercancías de todo género en circulación.

El comercio de transporte propiamente tal, el que llama Smith carrying trade, consiste en comprar mercancías fuera del país para revenderlas también fuera de él. Esta industria es favorable, no sólo al negociante que la ejerce, sino a las dos naciones a donde va a ejercerla, por las razones que he expuesto hablando del comercio exterior. Conviene poco este comercio a las naciones donde escasean los capitales, y que carecen de ellos, para ejercer su industria interior, la cual debe ser protegida con preferencia. Los holandeses le hacen con ventaja, en tiempos regulares, porque tienen población y capitales superabundantes. Los franceses le han hecho también con buen éxito, en tiempo de paz de un puerto de Levante a otro, porque sus armadores podían proporcionarse capitales a menor interés que los levantinos, y se hallaban quizá menos expuestos a las extorsiones de su abominable gobierno. A los franceses han sucedido otros; y lejos de ser funesto a los súbditos del turco este comercio de transporte, contribuye a sostener la poca industria de aquellos países.

Algunos gobiernos, menos cuerdos en esto que el de Turquía, han prohibido a los armadores extranjeros el comercio de transporte en sus Estados. Si los nacionales pudiesen hacer este transporte con una equidad que los extranjeros, inútil sería excluir a estos últimos; y si los extranjeros pudiesen hacerle a menos costa, sería privarse voluntariamente del provecho que resultase de servirse de ellos.

Hagámoslo mas palpable por medio de un ejemplo.

El transporte de cáñamo desde Riga al Habra viene a costar, según dicen, a un navegante holandés 35 francos por tonelada. Ningún otro pudiera transportarlo con tanta economía. Pero supongo que puede hacerlo el holandés, y que propone al gobierno francés, consumidor de cáñamos de Rusia, que se encargará de este transporte a 40 francos por tonelada. Ya vemos que se reserva una ganancia de 5 francos. Supongo también que deseando el gobierno francés favorecer a los armadores de su nación, prefiere emplear buques franceses, en los que el mismo transporte vendrá a salir a 50 francos, y que los armadores, para tener la misma ganancia, le harán pagar a 55. ¿Qué resultará de aquí? Que el gobierno habrá hecho un exceso de gasto de 15 francos, por tonelada, para que sus compatriotas ganen 5; y como son igualmente compatriotas los que pagan las contribuciones, de las cuales salen los gastos públicos habrá costado esta operación 15 francos a unos franceses para que otros franceses ganen 5 francos.

Otros datos darán otros resultados; pero este es el método que se debe seguir en este cálculo.

No hay necesidad de advertir que hasta ahora he considerado solamente la industria náutica en sus relaciones con la riqueza pública; pero tiene otras con la seguridad del Estado. El arte de la navegación, que sirve para el comercio sirve también para la guerra. La maniobra de un navío es una evolución militar; de suerte que la nación que tiene más gente de mar es militarmente más poderosa que la que tiene poca. De aquí ha resultado que siempre han ido unidas las consideraciones militares y políticas con las miras industriales y comerciales en lo relativo a la navegación; y cuando la Inglaterra, por su acta de navegación, prohibió a todo buque cuyos armadores y tripulaciones no fuesen a lo menos las tres cuartas partes ingleses, hacer para ella el comercio de transporte, no tanto se propuso el objeto de aprovecharse de la ganancia que de aquí podía resultar, como el de aumentar sus fuerzas navales y disminuir las de las demás potencias, y particularmente las de Holanda, la cual hacía entonces un gran comercio de transporte, y era en aquella época el principal objeto de la rivalidad inglesa.

No puede negarse que esta idea es propia de una administración hábil, suponiendo que convenga a una nación dominar a las demás. Pero vendrá a caer toda esta rancia política, y consistirá la habilidad en merecer la preferencia, no en exigirla por fuerza. La necesidad de la dominación trae siempre consigo una grandeza facticia que de cada extranjero hace necesariamente un enemigo. Este sistema produce deudas, abusos, tiranos y revoluciones, al paso que el atractivo de una conveniencia reciproca proporciona amigos, ensancha el círculo de las relaciones útiles, y la prosperidad a que da origen es durable, porque es natural.




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Capítulo X

Qué transformaciones padecen los capitales en el curso de la producción


Ya hemos visto (capítulo III) de qué se componen los capitales productivos de una nación, y cuales son sus usos. Era necesario decirlo entonces para abrazar el conjunto de los medios de producción. Ahora vamos a observar lo que sucede con ellos en el curso de la producción, cómo se conservan, y cómo se aumentan.

Para no fatigar el entendimiento del lector con abstracciones, empezaré presentando algunos ejemplos, y los tomaré de los hechos más comunes. De ellos saldrán por sí mismos los principios generales y conocerá el lector la posibilidad de aplicarlos a todos los demás casos, sobre los cuales quiera formar un juicio recto.

Cuando un cultivador beneficia por sí mismo sus tierras, además del valor de éstas debe poseer un capital, esto es, un valor cualquiera que sea, compuesto en primer lugar de los desmontes y obras, que si se quiere, se pueden considerar como parte del valor del terreno, pero, que son sin embargo, productos de la industria humana y un aumento del valor del terreno mismo82. Esta porción del capital se consume poco; y bastan algunos reparos, hechos a tiempo para conservarle su íntegro valor. Si el cultivador encuentra en los productos del año lo que necesita para atender anualmente a estos reparos, se conservará así siempre intacta esta porción del capital.

Otra parte del capital de este mismo cultivador se compone de ásperos de labranza, de utensilios y ganado, que se consumen más rápidamente, pero se sostienen, y en caso necesario se renuevan también a expensas de los productos anuales de la empresa, y así conservan su valor total.

En fin, se necesitan muchas especies de provisiones, para la manutención de los hombres y de los animales, como semillas, géneros, follajes, dinero para el salario de los jornaleros, &c83. Obsérvese que esta porción de capital muda enteramente de naturaleza en el discurso de un año. Y aun por muchas veces en este espacio de tiempo. El dinero, los granos y las demás provisiones se disipan totalmente; pero esto es necesario, y no se pierde ninguna parte del capital, si el cultivador (además de los provechos con que se paga el servicio productivo del terreno (o el arrendamiento) el servicio productivo del capital mismo (u el interés), y el servicio productivo de la industria que sacó partido de ellos), logra, por medio de sus productos anuales, reponer todas sus provisiones o acopios en dinero, en granos, en ganado, y aun cuando sea en estiércol, hasta formar un valor igual a aquel con que dio principio al año anterior.

Vemos que aunque casi todas las partes del capital hayan experimentado menoscabo, y aun algunas hayan sido enteramente destruidas, se ha conservado el capital, porque éste no consiste en tal o tal materia, sino en un valor que no se altera cuando vuelve a presentarse en otras materias de igual valor.

También se entiende fácilmente que si esta tierra tiene bastante extensión, y se ha cultivado con orden, economía e inteligencia, los provechos del cultivador, después de reponer su capital en su entero valor, y satisfacer todos sus gastos y los de su familia, deben haberle dejado un sobrante que podrá colocarse en la clase de los ahorros. Las consecuencias de que resultarán del uso de este sobrante son de mucha importancia, y se expondrán en el capítulo siguiente. Por ahora basta entender bien que el valor del capital, aunque consumido, no fue destruido, porque se consumió de un modo que le hizo reproducirse; y que una empresa puede perpetuarse y dar todos los años nuevos productos con el misino capital, aunque éste se consuma continuamente.

Vistas las transformaciones que experimenta un capital en la industria agrícola, será fácil comprehender las que padece en las fábricas y en el comercio.

Hay en las fábricas, del mismo modo que en la agricultura, porciones de capital que duran muchos años como los edificios de los ingenios, las máquinas y ciertas herramientas, al paso que otras porciones mudan enteramente de forma. Así es que el aceite y la sosa que consumen los jaboneros dejan de ser aceite y sosa para convertirse en jabón. Del mismo modo las drogas que sirven para los tintes dejan de ser añil, campeche y achiote, y forman parte de las telas a que dan color. En igual caso están los salarios y la manutención de los obreros.

En el comercio casi todos los capitales experimentan una o muchas veces al año transformaciones completas. Un negociante emplea su dinero en comprar joyas y telas: primera transmutación. Las envía a Turquía, y en el camino se transforma una parte de su capital en salarios de conductores. Llegada la mercancía a Constantinopla, la vende a mercaderes de por mayor, los cuales la pagan en letras de cambio sobre Esmirna: segunda transmutación. El capital consiste entonces en efectos de comercio, de que se sirve en Esmirna para comprar algodones: tercera transmutación. Los algodones son traídos a Francia y vendidos en ella: cuarta transmutación que reproduce el capital, y probablemente con ganancia, bajo su primera forma, que era la de moneda francesa.

Vemos que son innumerables las cosas que sirven de capital: y si quisiésemos saber en algún tiempo de qué se compone el capital de una nación, hallaríamos que consiste en una multitud de objetos, de géneros, y materias, cuyo valor total sería absolutamente imposible asignar con alguna exactitud, principalmente encontrándose varios de ellos a muchos millares de leguas de sus fronteras. Vemos asimismo que los géneros más deleznables y viles son no sólo una parte, sino, muy frecuentemente una parte indispensable de este capital; que, aunque perpetuamente consumidos y destruidos no suponen que el capital mismo se consuma y destruya, con tal que se conserve su valor; y que, por consiguiente la introducción o importación que puede hacerse de estos géneros deleznables y viles, es capaz de producir las mismas ventajas que la introducción de las mercancías más durables y preciosas, como el oro y la plata; que verosímilmente son más ventajosos desde el momento en que se les da la preferencia; que los productores son los únicos jueces competentes de la transformación, extracción e introducción de estos diversos géneros y materias, y que toda autoridad que interviene en esto, todo sistema que quiere influir en la producción, no puede menos de perjudicarla.

Hay empresas en que el capital se restablece enteramente, y vuelve a dar nuevos productos muchas veces al año. En las fábricas en que bastan tres meses para concluir y vender un producto completo, un mismo capital puede hacer el mismo oficio cuatro veces al año. La ganancia que produce es ordinariamente proporcionada al tiempo que está empleado. Ya se deja entender que un capital que se reintegra al cabo de tres meses no da una ganancia tan grande como el que sólo se repone después de pasado un año: de lo contrario sería cuádrupla la ganancia anual, con lo que se agolparía en esta industria una masa de capitales cuya concurrencia disminuiría las utilidades.

Por la razón inversa, los productos que exigen más de un año para llegar a un estado perfecto, como son los cueros, deben rendir las ganancias de más de un año, y al mismo tiempo el valor capital, porque de lo contrario nadie querría dedicarse a este género de industria.

En el comercio que hace la Europa en la India y la China, está ocupado el capital por espacio de dos o tres años antes de su reembolso. En el comercio y en las fábricas, del mismo modo que en la empresa agrícola que hemos puesto por ejemplo, no es necesario que un capital se realice y transforme en numerario, para que vuelva a presentarse en toda su integridad, pues la mayor parte de los negociantes y fabricantes no realizan en especie de dinero la totalidad de su capital hasta el momento en que se separan del comercio, y por eso no dejan de saber siempre qué quieren, por medio de inventario de todos los valores que poseen, si su capital ha disminuido u aumentado.

El valor capital empleado en una producción nunca es más que una anticipación destinada a pagar servicios productivos, y que reembolsada por el valor del producto que resulta de ella.

Un minero saca guijo del seno de la tierra, y se le vende a un fundidor. He aquí su producción terminada y saldada con una anticipación que se hizo del capital del fundidor.

Este funde el guijo, le refina, saca de él acero, y viene un cuchillero que se le compra. He aquí la producción del fundidor pagada, y reembolsada su anticipación con la que acaba de hacer el cuchillero. El precio del acero bastó para esto.

El cuchillero hace con este acero navajas de afeitar, y el precio que saca de ellas restablece su capital, al mismo tiempo que le paga su producción.

Se ve que el valor de las navajas de afeitar bastó para reembolsar todos los capitales empleados en su producción, y para pagar esta producción misma, o por mejor decir, que las anticipaciones pagaron los servicios productivos, y el precio del producto reembolsó las anticipaciones: que es como si el valor entero del producto, o su valor en bruto hubiese pagado directamente los gastos de su producción.




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Capítulo XI

De qué modo se forman y se multiplican los capitales


Se ha mostrado en el capítulo anterior cómo los capitales productivos, perpetuamente empleados, manejados, gastados durante la producción, se sacan de ella, cuando está terminada, con su valor íntegro: y no siendo la materia misma, sino su valor lo que constituye la riqueza, me parece que se habrá comprehendido cómo el capital productivo, aunque haya mudado muchas veces de forma, es siempre sin embargo el mismo capital.

Con la misma facilidad se comprehenderá que siendo el valor producido, el que reemplazó al consumido, pudo aquel ser menor, igual o superior a éste. Si fue igual, no se hizo más que reponer y conservar el capital; si fue menor, padeció éste un menoscabo, y si fue superior, tuvo un aumento. Esta es la posición en que dejamos al empresario cultivador que nos sirvió de ejemplo en el capítulo precedente. Allí supusimos que después de haber restablecido su capital en su valor íntegro, y tan íntegro que podía dar principio al siguiente año con iguales medios, este cultivador tuvo un sobrante de sus productos sobre sus consumos por un valor que para fijar nuestras ideas, diremos de mil escudos.

Observemos ahora todos los usos que puede hacer de este sobrante de mil escudos, y no despreciemos una observación que parece tan sencilla. Advierto que no hay ninguna que tenga mayor influjo en la suerte de los hombres, y cuyos resultados sean más desconocidos.

Cualesquiera que sean los productos que componen este sobrante, cuyo valor regulamos en mil escudos, puede el agricultor cambiarle por moneda de oro y plata, y enterrarla para cuando la necesite. ¿Quita esta ocultación mil escudos a la masa de los capitales de la sociedad? No, puesto que acabamos de ver que el valor de su capital ha sido antes completamente reintegrado. ¿Ha perjudicado a alguno en esta suma? Tampoco, porque no ha robado ni engañado a nadie, ni jamás ha recibido valor alguno sin dar otro igual en cambio. Se dirá quizá: Él dio trigo en cambio de los mil escudos enterrados; este trigo se consumió muy pronto, y los mil escudos no dejan de haber sido substraídos del capital de la sociedad, y de continuar en el mismo estado. Pero me parece no se habrá olvidado que el trigo, igualmente que el dinero, puede formar parte del capital de la sociedad: y aun acabamos de ver que una parte del capital productivo de ésta consiste necesariamente en trigo y en otras muchas materias, todas las cuales se consumen, y algunas enteramente, sin que por eso se altere este capital, porque la reproducción restablece el valor íntegro de las consumidas, comprehendiendo en ellas los provechos de los productos, cuyo servicio productivo forma parte de las cosas consumidas.

Desde el momento pues en que nuestro cultivador ha restablecido su capital en su valor antiguo, y vuelve a principiar con los mismos medios que antes, aunque arroje al mar los mil escudos que ahorró, no por eso, dejará el capital de la sociedad de ser igual a lo que era anteriormente.

Pero continuemos todas las suposiciones posibles con respecto al uso de estos mil escudos.

Por una nueva suposición no fueron enterrados, sino que se sirvió de ellos el cultivador para dar una gran fiesta. Este valor se destruyó en una noche: una mesa espléndida, un sarao brillante, y fuegos artificiales absorbieron toda la suma. Este valor, así destruido, no quedó en la sociedad, ni continuó ya formando parte de la riqueza general, porque las personas a cuyas manos pasaron los mil escudos en dinero, suministraron un valor equivalente en manjares, unos refrescos, pólvora, y nada queda ya de este valor; pero la masa de los capitales no se ha disminuido más por este uso que por el precedente. Había habido un sobrante de valor producido; pero se destruyó este sobrante, y quedaron las cosas en el mismo estado.

Por otra suposición, sirvieron los mil escudos para comprar muebles, ropa blanca y plata labrada. En nada se disminuye ni se aumenta el capital productivo de la nación. Nada hay de nuevo en esta hipótesis sino los goces adicionales que proporciona al cultivador y a su familia el suplemento de ajuar que adquirieron.

En fin, por otra suposición, que será la última, añade el cultivador a su capital productivo los mil escudos que había ahorrado, esto es, los vuelve a emplear productivamente según las necesidades de su labranza: compra ganado, y mantiene mayor número de jornaleros, de donde resulta al cabo del año un producto que conservó u restableció con ganancia el valor íntegro de los mil escudos, de modo que pueden servir perpetuamente para dar todos los años un nuevo producto.

Sólo en este caso se aumenta verdaderamente el capital productivo de la sociedad en el valor de esta suma.

Es muy esencial observar que de cualquier modo que sea, ya se gaste improductivamente un ahorro, o ya se gaste productivamente, siempre se gasta y consume: y esto destruye una opinión muy falsa, aunque muy generalmente recibida, a saber, que el ahorro perjudica al consumo. Ningún ahorro, con tal que sea repuesto, disminuye en nada el consumo, antes bien le promueve reproduciéndose y renovándose este perpetuamente, al paso que un consumo improductivo no se repite de modo alguno.

Se observará también que la forma en que se encuentre, ahorrado y vuelto a emplear el valor que se ahorró, no altera en nada el fondo de la cuestión. Este valor se empleará con más o menos ventaja, según la inteligencia y la situación del empresario. No hay inconveniente en que se haya acumulado esta porción de capital sin haber estado ni un instante en forma de moneda. Un producto ahorrado puede muy bien plantarse o sembrarse antes de que haya pasado por ningún cambio. Así, la madera que se hubiera gastado inútilmente en calentar algunas habitaciones superfinas, puede dejarse ver convertida en empalizadas, o formando la armadura de un edificio, y cuando era una porción de renta en el momento de la corta, llegar a ser un capital después de haber sido empleada.

Este ahorro, u este nuevo uso de los productos creados en mayor número que los consumidos, es el único modo de aumentar el capital productivo de los particulares y la masa de todos los capitales de la sociedad. Acumular capitales productivos no es amontonar valores sin consumirlos, sino sacarlos de un consumo estéril para destinarlos a otro que sea reproductivo. Nada tiene de odioso la acumulación de capitales, presentada bajo su verdadero aspecto; antes bien, como vamos a ver ahora mismo, produce los mas felices resultados.

La naturaleza de las necesidades de cada nación, su posición geográfica y la índole de sus habitantes determinan comúnmente la forma en que se acumulan sus capitales. La mayor parte de las acumulaciones de una sociedad naciente consisten en obras, en aperos de labranza, en ganados y en mejoras de su terrazgo; y la mayor parte de las de una nación dedicada a las manufacturas, en materias en bruto, o reducidas por sus fabricantes a un estado de mayor o menor perfección. Compónense también sus capitales de los ingenios y máquinas convenientes para elaborar sus productos.

En una nación ocupada principalmente en el comercio, la mayor parte de los capitales acumulados consisten en mercancías en bruto, u manufacturadas, que compraron los negociantes con el objeto de revenderlas.

Una nación que cultiva al mismo tiempo la industria agrícola, fabril y comercial, tiene su capital compuesto de productos de todas estas diferentes especies, de esa masa de provisiones de todas clases, que vemos actualmente en manos de los pueblos cultos, y que empleadas con inteligencia, se conservan perpetuamente, y aun se aumentan a pesar del inmenso consumo que se hace de ellas, con tal que la industria de estos pueblos produzca más valores que los que destruye su consumo.

No es esto decir que cada nación haya precisamente producido y reservado las cosas que en la actualidad componen su capital, supuesto que pudo reservar valores de cualquiera especie, los cuales adquirieron, por medio de las transmutaciones, la forma que más le convenía. Una fanega de trigo ahorrada puede alimentar a un albañil igualmente que a un bordador. Era el primer caso, se habrá reproducido la fanega de trigo en la forma de una porción de casa; y en el segundo, en la de un vestido bordado.

Todo aquel que emprende una industria, y emplea por sí mismo su capital halla con facilidad los medios de ocupar productivamente sus ahorros. Si es cultivador, compra porciones de tierra, o aumenta con abonos la virtud productiva de las que tiene. Si es comerciante, compra y revende mayor masa de mercancías. Los capitalistas tienen con corta diferencia los mismos medios; pues aumentan con todo el importe de sus ahorros los capitales que ya tienen empleados, o buscan donde emplearlos de nuevo, lo que les es muy fácil, porque sabiéndose que se hallan con fondos para ponerlos a ganancias, reciben más propuestas que otros sobre el uso de sus ahorros. Pero los dueños de tierras arrendadas, y las personas que viven de sus rentas o del salario de su trabajo, no tienen la misma facilidad, ni pueden emplear útilmente un capital sino cuando llega a cierta suma. Por esta razón se consumen improductivamente ciertos ahorros que hubieran podido consumirse reproductivamente, y aumentar los capitales particulares, y por consiguiente la masa del capital nacional. Las cajas y asociaciones que se encargan de recibir, reunir, y acrecentar por medio de la circulación los cortos ahorros de los particulares, son en consecuencia, siempre que ofrezcan una seguridad completa, muy favorables a la multiplicación de los capitales.

El acrecentamiento de éstos es lento por su naturaleza, porque jamás se verifica sino donde hay valores verdaderamente producidos; y no se crean valores sin tiempo ni trabajo84, además de los otros elementos que para ello son necesarios: y como al crearlos los productores, se ven obligados a consumirlos, nunca pueden acumular, esto es, emplear reproductivamente, más que la porción de los valores producidos que excede a sus necesidades. El importe o suma de este sobrante es lo que constituye la riqueza de los particulares y de las sociedades. El país en que se encuentran todos los años más valores ahorrados y empleados reproductivamente, es el que camina con más rapidez a la prosperidad. Se aumentan sus capitales; se hace más considerable la masa de industria puesta en movimiento; y pudiendo crearse nuevos productos con esta adición de capitales e industria, vienen a ser cada día más fáciles los nuevos ahorros.

Todo ahorro, todo aumento de capital prepara una ganancia anual y perpetua, no sólo al que hizo esta acumulación, sino también a todas las personas cuya industria se pone en movimiento con esta porción de capital. Prepara un interés anual al capitalista que hizo el ahorro, y provechos anuales a las gentes industriosas a quienes da ocupación. Consumiéndose perpetuamente, no cesa de reproducirse para ser consumido, del mismo modo que los provechos que de él resultan. Por eso el célebre Adan Smith compara el hombre frugal que aumenta sus fondos productivos, aunque no sea más que en una sola ocasión, con el fundador de un establecimiento de industria en que se mantuviese perpetuamente una reunión de gentes laboriosas con el fruto de su trabajo; y al contrario, compara un pródigo que se come parte de su capital, con el administrador infiel que dilapidase los bienes de una fundación piadosa, y dejase privados de todo recurso, no sólo a los que encontraban en ella su subsistencia, sino a cuantos la hubieran encontrado en lo sucesivo. No titubea en llamar al disipador un azote público, y al hombre frugal y arreglado un bienhechor de la sociedad85.

Es fortuna que el interés personal esté siempre alerta para la conservación de los capitales de los particulares y que no se pueda en tiempo alguno distraer un capital de un uso lucrativo sin privarse de una renta proporcionada.

Smith es de parecer que en todo país, la profusión o la impericia de ciertos particulares y de los administradores de la hacienda pública se compensa sobradamente con la frugalidad del mayor número de los ciudadanos, y con el cuidado que tienen de sus intereses86. A lo menos parece cierto que en nuestro tiempo va en aumento la opulencia de casi todas las naciones europeas: lo que no puede verificarse sin que cada una en general consuma improductivamente menos de lo que produce87. Aun las revoluciones modernas, las cuales no han producido invasiones durables, ni causado estragos prolongados como las antiguas, y por otra parte han destruido ciertas preocupaciones, aguzado los ingenios y removido obstáculos muy incómodos, parece que han sido más favorables que contrarias a los progresos de la opulencia. Pero esta frugalidad con que honra Smith a los particulares ¿no es forzada en la clase más numerosa, a causa de algunos vicios en la organización política? ¿Es seguro que su parte de productos sea exactamente proporcionada a la parte que tiene en la producción? En los países que se consideran como los más ricos ¡cuántos individuos viven en una penuria perpetua! ¡Cuántas familias, así en las ciudades, como en los campos, cuya vida es una serie continua de privaciones, y que rodeadas de cuanto es capaz de excitar los deseos, están reducidas a no poder satisfacer sino sus necesidades más groseras, como si viviesen en tiempos de barbarie, y en medio de las naciones más indigentes!

Infiero de aquí, que aunque haya incontestablemente en casi todos los estados de Europa productos ahorrados en cada año, este ahorro no recae por lo común sobre los consumos inútiles, como lo exigen la política y la humanidad, sino sobre verdaderas necesidades: lo cual es una acusación contra el sistema político y económico de muchos gobiernos.

También piensa Smith que las riquezas de los modernos son más bien efecto de la extensión de la economía que del aumento de la producción. No ignoro que ciertas profusiones locas son quizá más raras que en otros tiempos88; pero atiéndase al corto número, de personas que se hallaban en estado de entregarse a semejantes profusiones; considérese cuanto se han extendido los goces de un consumo más abundante y variado, sobre todo en la clase medio de la sociedad; y se hallará, a mi parecer, que los consumos y la economía se han aumentado a un mismo tiempo: lo cual no es contradictorio, pues hay muchos empresarios, en todo género de industria, que producen bastante en tiempos de prosperidad para aumentar simultáneamente sus gastos y sus ahorros; y lo que se verifica en una empresa particular puede verificarse en la mayor parte de las de una nación. Las riquezas de Francia se acrecentaron en los primeros cuarenta años del reinado de Luis XIV, o a pesar de las profusiones del gobierno y de los particulares, promovidas y excitadas por el fausto de la corte, la cual era menos activa para disipar los recursos que Colbert para multiplicarlos por medio del movimiento que dio a la producción. Algunos se figuran que se multiplicaban por la razón de que los disipaba la corte; pero este es un error grosero, y en prueba de ello basta saber que continuando del mismo modo las profusiones de la corte después de la muerte de aquel ministro, y no bastando para ellas la producción, cayó el reino en una miseria tan espantosa, que no puede darse cosa más triste que el fin de este reinado.

Después de la muerte de Luis XIV siguieron aumentándose los gastos públicos y particulares89, y me parece incontestable que se aumentaron también las riquezas de Francia: en lo que está de acuerdo el mismo Smith: y lo que se verifica en Francia, se verifica también, aunque en diversos grados, en la mayor parte de los otros estados de Europa.

Turgot es de la opinión de Smith90: juzga que se ahorra en el día más que en otros tiempos; y se funda en raciocinio siguiente: el precio u la cuota del interés, en circunstancias ordinarias, es ahora inferior en la mayor parte de Europa a lo que fue en cualquiera otra época: esto indica que hay ahora más capitales que nunca; luego para reunirlos se ha ahorrado más que en ningún otro tiempo.

Esto prueba lo que todos confiesan, esto es, que hay ahora más capitales que antes; pero nada prueba en cuanto al modo con que se han adquirido, y acabo de mostrar que, pudieron haberse acumulado por medio de una producción superior, igualmente que por medio de una economía más rigurosa.

Por lo demás no niego que se ha perfeccionado en muchas cosas el arte de ahorrar, del mismo modo que el arte de producir. Nadie gusta de proporcionarse ahora menos goces que antes; pero hay muchos de estos que se logran a menos costa. ¿Qué cosa más bonita, por ejemplo, que los papeles pintados con que vestimos las paredes de nuestras habitaciones? La gracia de sus dibujos recibe nuevo lustre de la viveza de los matices. Las clases de la sociedad que ahora hacen uso de papel pintado, no tenían antiguamente más que paredes blanqueadas, o tapices de punto de Hungría muy feos, y mucho más caros que la mayor parte de nuestras colgaduras actuales.

En estos últimos años se ha llegado a destruir por medio del ácido sulfúrico la parte mucilaginosa de los aceites vegetales, de modo que sirven ya para los velones de dos corrientes de aire, en los que, antes de este descubrimiento, no se podía usar sino de aceite de ballena o de otros peces, que cuesta dos o tres veces más caro. Esta sola economía ha sido suficiente para que disfruten en Francia la comodidad de un alumbrado tan hermoso casi todas las clases de la nación91.

Este arte de ahorrar es efecto de los progresos de la industria, que por una parte ha descubierto gran número de métodos económicos, y por otra no ha cesado de buscar capitales y de ofrecer a los capitalistas grandes y pequeños, mejores condiciones y un éxito más seguro92. Como en los tiempos en que había poca industria, no producían los capitales utilidad alguna, venían a ser casi siempre un tesoro guardado en una arca, o sepultado debajo de tierra, y que se conservaba para cuando hubiese necesidad de usar de él. Ya fuese considerable este tesoro, u dejase de serlo, no daba un provecho más o menos grande, supuesto que no daba ninguno, y no era más que una precaución mayor o menor. Pero cuando el tesoro pudo dar un provecho proporcionado a su masa, entonces hubo doble interés en aumentarle, y no en virtud de un interés remoto, u de precaución, sino actual y palpable a cada instante, puesto que el provecho dado por el capital pudo consumirse, sin que éste se disminuyese, y proporcionar nuevos goces. Desde este punto se pensó mas seriamente que antes en crear un capital productivo, cuando no le había, o en aumentarle cuando ya se tenía: y se consideraron los fondos que producían interés, bajo el concepto de una propiedad tan lucrativa y algunas veces tan sólida como una tierra por la cual se paga arrendamiento.

Si alguno tuviese la ocurrencia de mirar como un mal la acumulación de los capitales, en cuanto se dirige a aumentar la desigualdad de las riquezas, deberá observar que si la acumulación camina constantemente a acrecentar los grandes bienes, el orden de la naturaleza conspira con la misma constancia a dividirlos. Muere el hombre que ha aumentado su capital y el de su país, y es rara la sucesión que no se divide entre muchos herederos o legatarios, como no sea en los países donde las leyes reconocen substituciones y derechos de primogenitura. Fuera de aquellos países donde semejantes leyes ejercen su funesto influjo, y donde quiera que no ha sido contrariado el orden benéfico de la naturaleza, se dividen naturalmente las riquezas, penetran en todas las ramificaciones del árbol social, y comunican la vida y la salud aun a sus extremidades más distantes93. El capital total del país se aumenta al mismo tiempo que se dividen los bienes particulares.

Debemos pues mirar, no solo sin envidia, sino muy al contrario como una fuente de prosperidad general, las riquezas de un hombre que habiéndolas adquirido legítimamente, las emplea de un modo productivo. Digo adquirido legítimamente, porque si son fruto de la rapiña, no forman un aumento de riqueza para el estado, sino que son unos bienes que estaban en una mano, y han pasado a otras, sin dar nuevo movimiento a la industria. Por el contrario, es bastante común que un capital mal adquirido se gaste malamente.

La facultad de reunir capitales, o sean ahora, si se quiere, valores, es a mi parecer una de las causas de la gran superioridad del hombre con respecto a los animales. Los capitales, considerados en masa, son un instrumento poderoso, cuyo uso le está exclusivamente reservado. El hombre puede dirigir al fin que se proponga, unas fuerzas acumuladas y aumentadas de padres a hijos por espacio de muchos siglos; pero el animal no puede disponer sino del corto número de cosas reconocidas por él mismo, y aun sólo de las que recogió algunos días antes, o a lo sumo desde una estación: lo que nunca llega a ser de mucha importancia: y así, aun concediéndole el grado de inteligencia que no tiene, apenas produciría ésta ningún efecto, por falta de instrumentos suficientes para ejercitarla.

Obsérvese además que es imposible fijar un término al poder que alcanza el hombre por la facultad de formar capitales, porque no tienen límite los que puede acumular con el tiempo, con el ahorro y la industria.




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Capítulo XII

De los capitales improductivos


Hemos visto que los valores producidos se pueden destinar bien sea a la satisfacción de aquellos que los adquirieron o bien a una nueva producción. Pueden igualmente después de haber sido substraídos de un consumo improductivo, no destinarse a otro reproductivo, sino quedar ocultos y enterrados.

El dueño de estos valores, después de haberse privado, por el hecho de ahorrarlos, de los goces y de la satisfacción que le hubiera proporcionado este consumo, se priva también de los provechos que podría sacar del servicio productivo de su capital ahorrado; y al mismo tiempo priva a la industria de las ganancias que podría conseguir si llegase a emplearle.

Entre otras muchas causas de la miseria y debilidad en que se hallan los estados sujetos a la dominación otomana, no se puede dudar que es una muy principal la cantidad de capitales que permanecen en entera inacción. La desconfianza e incertidumbre en que viven aquellas gentes acerca de su suerte futura, mueven a todos, desde el baja hasta el último aldeano, a ocultar una parte de su propiedad, para librarla de la codicia de los que ejercen el poder; y es claro que no se puede ocultar un valor sino por medio de la inacción. Es esta una desgracia que alcanza en diferentes grados a todos los países sujetos al poder arbitrario, sobre todo cuando es violento. Por eso, en las vicisitudes que presentan las borrascas políticas se nota que escasean los capitales, que se interrumpe la industrial, que cesan las ganancias, y que todo es opresión cuando el temor llega a apoderarse de los ánimos; pero luego que renace la confianza, se advierte un movimiento y actividad muy favorables a la prosperidad pública.

Los ídolos ricamente adornados y pomposamente servidos de los pueblos de Oriente, no fomentan empresas agrícolas o fabriles. Con las riquezas de que están cubiertos, y el tiempo que se pierde en implorar su protección, se conseguirían en realidad los bienes que estos ídolos no se cuidan de conceder a estériles plegarias.

Hay muchos capitales ociosos en los países donde obligan los usos y costumbres a emplear mucho dinero en muebles, vestidos y adornos. El vulgo que con su necia admiración promueve la inversión improductiva de los capitales, se perjudica a sí mismo, porque el rico que emplea cien mil francos en doraduras, en vajillas, en una inmensidad de muebles, no puede ya poner a interés esta suma, que desde aquel punto no da ningún pábulo a la industria. La nación pierde la renta que este capital produciría al año, y el provecho que en el mismo espacio de tiempo hubiera dado la industria promovida con este capital.

Hasta ahora hemos considerado la especie ele valor que después de haberle creado se podía, por decirlo así, fijar a la materia, y que así incorporado, era capaz de conservarse más o menos tiempo. Mas no todos los valores producidos por la industria humana tienen esa propiedad, porque los hay muy reales, supuesto que se pagan muy bien, y se dan en cambio de ellos materias preciosas y durables, pero que no son de tal naturaleza que puedan subsistir, pasado que sea el momento de su producción. Estos son los que vamos a definir en el capítulo siguiente, y a los cuales daremos el nombre de productos inmateriales.




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Capítulo XIII

De los productos inmateriales, o de los valores que se consumen en el momento de su producción


Va un médico a visitar un enfermo, observa los síntomas del mal, prescribe remedios, y se marcha sin dejar ningún producto que el enfermo o su familia puedan transmitir a otras personas, ni aun conservarle para consumirle en otro tiempo.

¿Fue improductiva la industria del médico? Nadie lo creerá. El enfermo recobró la salud: ¿y diremos que esta producción era incapaz de ser materia de un cambio? De ningún modo, supuesto que el consejo del médico se cambió por su honorario; pero la necesidad de este dictamen cesó en el momento en que se hubo dado: su producción consistía en decirle: su consumo en oírle; y se consumió al mismo tiempo que se produjo.

Esto es lo que llamo producto inmaterial94.

La industria del músico u la del actor dan un producto del mismo género, pues nos proporcionan una diversión y placer que no podemos conservar o retener para consumirle después, o para cambiarle de nuevo por otros goces. Esta industria tiene ciertamente su precio; pero sólo subsiste en la memoria, no tienen ningún valor permutable luego que ha pasado el momento de su producción.

Smith niega a los resultados de estas industrias el nombre de productos, y da al trabajo en que se emplean el nombre de improductivo: lo cual es una consecuencia del sentido en que toma la palabra riqueza, pues en vez de dar este nombre a todas las cosas que tienen un valor permutable, no le da sino a las que tienen un valor permutable, capaz de conservarse, y por consiguiente le niega a los productos cuyo consumo se verifica en el instante mismo de su creación. Sin embargo, la industria del médico, y si queremos multiplicar los ejemplos, la del administrador de la hacienda pública, la del abogado, la del juez, las cuales son todas de un mismo género, satisfacen necesidades tan indispensables que ninguna sociedad podría subsistir sin el trabajo de estas personas. ¿No son reales los frutos de este trabajo? Lo son en tanto grado que se adquieren a costa de otro producto que es material, al cual concede Smith el nombre de riqueza, y los productores de productos inmateriales adquieren grandes bienes a fuerza de repetir estos cambios95.

Si descendemos a las cosas de puro recreo, no se puede negar que la representación de una comedia buena causa un placer tan real como una libra de dulces o una fiesta de pólvora, que según la doctrina de Smith se llaman productos. No me parece conforme a razón querer que sea productivo el talento del pintor, y que no lo sea el del músico96.

Smith impugnó a los Economistas que sólo daban el nombre de riqueza al valor en materia en bruto que se encuentra en cada producto, y adelantó en gran manera la economía política, demostrando que la riqueza era esta materia, juntamente con el valor que le añadía la industria. Pero supuesto que elevó a la clase de riqueza una cosa abstracta cual es el valor ¿por qué le mira como nulo, aunque real y permutable, cuando no se halla fijado en ninguna materia? Esto debe causarnos mucha más extrañeza, si atendemos a que Smith llega hasta el punto de considerar el trabajo, prescindiendo de la cosa trabajada, a que examina las causas que influyen en su valor, y a que propone este mismo valor como la medida más segura e invariable que puede hallarse97.

De la naturaleza de los productos inmateriales; resulta que ni es posible acumularlos, ni sirven para aumentar el capital nacional. Una nación en que abundasen los músicos, los clérigos y los empleados, sería una nación muy divertida, bien doctrinada y admirablemente administrada; pero no pasaría de aquí. Su capital no recibiría de todo el trabajo de estos hombres industriosos ningún acrecentamiento directo, porque sus productos se consumirían al paso que se fuesen creando.

Por consiguiente cuando se halla el medio de hacer más necesario el trabajo de alguna de estas profesiones, nada se hace en beneficio de la prosperidad pública, pues aumentando este género de trabajo productivo, se aumenta al mismo tiempo su consumo. Pudiéramos consolarnos cuando este consumo fuese una satisfacción o un placer; pero, si es un mal, es necesario confesar que semejante sistema es deplorable.

Esto es lo que sucede donde quiera que se complica la legislación, porque haciéndose más considerable y más difícil el trabajo de los dependientes del foro, ocupan más gente y se paga más caro, ¿Y qué se gana con esto? ¿Son mejor defendidos nuestros derechos? Todo lo contrario. La complicación de las leyes da armas a la mala fe, ofreciéndole nuevos subterfugios, y nada añade por lo común al peso de la razón y de la justicia. Lo que se gana es tener más pleitos y que duren más tiempo.

Se puede aplicar el mismo raciocinio a las plazas instituidas en la administración pública. Administrar lo que debería ser abandonado, a la vigilancia de los administrados es hacerles mal y obligarlos a pagar el mal que se les hace como si fuese un bien98.

Es pues imposible admitir la opinión de Mr. Garnier99, el cual, fundándose, en que es productivo el trabajo de los médicos, de los dependientes del foro y otras personas semejantes, infiere que una nación interesa tanto en multiplicar este trabajo como cualquiera otro. Esto es lo mismo que si se emplease en un producto más trabajo personal que el necesario para ejecutarle. El trabajo productivo de productos inmateriales no es productivo, como cualquiera otro trabajo, sino hasta el punto en que aumenta la utilidad; pero cuando pasa de este punto es absolutamente improductivo.

Complicar las leyes para que las desenreden después los legistas es buscarse una enfermedad para tener que llamar al médico.

Los productos inmateriales son fruto de la industria humana, pues hemos dado el nombre de industria a toda especie de trabajo productivo. No se percibe con tanta claridad cómo son al mismo tiempo fruto de un capital. Sin embargo, la mayor parte de estos productos son el resultado de un talento: todo talento supone un estudio anterior; y no puede haber estudio sin anticipaciones.

Para que el consejo del médico haya sido dado, y recibido, ha sido necesario que el médico o sus padres hayan costeado por espacio de muchos años los gastos de su instrucción; que se le mantuviese todo el tiempo que duraron los estudios; que se le comprasen libros; y quizá también que se le diese para viajar &c: lo que supone el uso de un capital acumulado precedentemente100.

Lo mismo sucede con la consulta de un abogado, con la canción de un músico &c. Estos productos no pueden verificarse sin el concurso de una industria y de un capital. Aun el talento de un funcionario público es un capital acumulado. Los gastos necesarios para formar un ingeniero civil o militar son de la misma clase que las anticipaciones que hubo que hacer para formar un médico: y aun se debe suponer que estén bien colocados los fondos que ponen a un joven en estado de llegar a ser funcionario público, y bien pagado el trabajo de que se compone su industria, puesto que en casi todas las partes de la administración hay más pretendientes que empleos, aun en aquellos países en que abundan los destinos más de lo justo.

Se encuentran en la industria que da productos inmateriales las mismas operaciones que observamos en la análisis que hicimos al principio de esta obra de las operaciones de toda especie de industria101. Probémoslo con un ejemplo. Para ejecutar una simple canción, ha sido necesario que el arte del compositor y el del músico ejecutor fuesen artes profesados y conocidos, como también los métodos convenientes para adquirirlos. He aquí el trabajo del sabio. La aplicación de este arte y de estos métodos, ha sido hecha por el compositor y por el músico, los cuales han juzgado, el uno al componer la música, y el otro al ejecutarla, que de aquí podría resultar un placer de que harían los hombres algún aprecio. En fin, la ejecución es la última operación de la industria.

Hay sin embargo producciones inmateriales en que hacen tan poco papel las dos primeras operaciones, que pueden reputarse por nada. Tal es el servicio de un criado. La ciencia necesaria para servir es ninguna, o se reduce a muy poco: y siendo el amo el que hace la aplicación de los talentos del criado, casi no le queda a éste más que la ejecución servil, que es la más ínfima operación de la industria.

Por una consecuencia necesaria, en este género de industria y en algunos otros de que tenemos ejemplos en las últimas clases de la sociedad, como en la industria de los ganapanes, de las rameras &c., estando reducido a nada el aprendizaje, pueden considerarse los productos no sólo como frutos de una industria muy grosera, sino también como productos en que no tienen parte alguna los capitales; porque yo no crea que las anticipaciones necesarias para criar una persona industriosa desde su primera infancia hasta el momento en que puede manejarse por sí misma, deban considerarse como un capital cuyos intereses hayan de pagarse con las ganancias que tenga en lo sucesivo. Cuando trate de los salarios, expondré las razones en que me fundo102.

Los placeres que se gozan a costa de un trabajo, cualquiera que sea, son productos inmateriales consumidos en el momento de su producción por la misma persona que los creó. Tales son los placeres que proporcionan las artes que se cultivan por puro recreo. Si aprendo la música, destino a este estudio un corto capital, una porción de tiempo y algún trabajo; y a costa de todas estas cosas tengo el gusto de cantar una composición nueva, o de desempeñar mi parte en un concierto.

El juego, el baile y la caza son ocupaciones del mismo género. La diversión que de ellas resulta, se consume en el mismo instante y por aquellos mismos que la disfrutaron. Cuando un aficionado pinta un cuadro por divertirse, o ejecuta una obra de ensambladura, o de cerrajería, crea al mismo tiempo un producto de valor durable, y un producto inmaterial, que es su diversión103.

Hemos visto, al tratar de los capitales, que unos son productivos de productos materiales, y otros absolutamente improductivos. Hay otros que son productivos de utilidad o de recreo, y que por consiguiente no pueden colocarse ni en la clase de los capitales que sirven para la producción de objetos materiales, ni en la de los capitales absolutamente inútiles. De este número son las casa que habitamos, los muebles y adornos que sólo sirven de aumentar los placeres de la vida. La utilidad que de ellos se saca es un producto inmaterial.

Cuando se casan dos jóvenes, la plata labrada de que se proveen no puede considerarse como un capital absolutamente inútil, supuesto que la familia se sirve de ella habitualmente. Tampoco puede considerarse como un capital productivo de productos materiales, pues que no resulta de ella ningún objeto que sea posible reservar para consumirle en otro tiempo; ni es un objeto de consumo anual, supuesto que esta plata puede durar todo el tiempo que viva el matrimonio, y aun pasar a sus hijos. Diremos pues que es un capital productivo de utilidad y placer, o un valor acumulado, esto es, substraído del consumo improductivo y del reproductivo, y que no dando por esta razón ninguna ganancia ni interés, es solamente productivo de un servicio, de una utilidad que se consume a proporción que se disfruta: utilidad que no deja de tener ni valor positivo, pues que se paga cuando se necesita, como se ve por lo que cuesta el alquiler de una casa o de un mueble.

Si conoce mal sus intereses el que deja la más pequeña parte de su capital en una forma absolutamente improductiva, no diremos lo mismo del que emplea una parte de él proporcionada a sus haberes, bajo una forma productiva de utilidad o de recreo. Desde los muebles groseros de una familia indigente hasta los adornos exquisitos y las brillantes alhajas del rico, hay una infinidad de grados en la cantidad de capitales que destina cada uno a este uso. En los países ricos posee la familia más pobre un capital de esta especie, que aunque no sea considerable, basta para satisfacer unos deseos moderados y unas necesidades regulares. Algunos muebles útiles y agradables que se encuentran en todas las casas ordinarias, anuncian en todo país una masa de riquezas mucho mayor que la que puede inferirse de ese cúmulo de muebles magníficos y de adornos fastuosos que se ven solamente en los palacios de algunos hombres acaudalados, o de esos diamantes y joyas que pueden deslumbrar cuando se observan acumulados en una gran ciudad, y algunas veces reunidos casi todos en el recinto de un espectáculo u de un festejo, pero cuyo valor es muy corto, comparado con los ajuares de toda una gran nación.

Aunque se consumen lentamente las cosas que componen el capital productivo de utilidad y recreo, no por eso dejan de consumirse. Cuando no se toma de las rentas anuales lo que se necesita para conservar este capital, llega a disiparse, y se altera el estado de los bienes.

Esta observación parece trivial: y sin embargo ¿cuántas son las gentes que están persuadidas de que sólo se comen sus rentas, cuando consumen al mismo tiempo una parte de su hacienda? Supongamos, por ejemplo, que una familia habita una casa edificada a sus expensas; si la casa ha costado cien mil francos, y ha de durar cien años, cuesta a esta familia, además de los intereses de cien mil francos, una suma de mil francos anuales, supuesto que al cabo de cien años quedará nada o muy poco de este capital de cien mil francos.

Se puede aplicar este mismo raciocinio a cualquiera otra parte de un capital productivo, de utilidad y recreo, como a un mueble, a una alhaja, y a todo lo que puede colocarse por el pensamiento en esta denominación.

Por la razón contraria, el que tenía una parte de sus rentas anuales, cualquiera que sea su origen, para aumentar su capital útil, o agradable, aumenta sus capitales y sus bienes, aunque no aumente sus rentas.

Los capitales de esta especie se forman, como todos los demás sin excepción ninguna, por medio de la acumulación, de una parte de los productos anuales. No hay otro modo de tener capitales que el de acumularlos por sí mismo, o recibirlos de quien los haya acumulado. Véase sobre este punto el capítulo XI, en el cual traté de la acumulación de los capitales.

Un edificio público, un puente, un camino real son ventas ahorradas y acumuladas que forman un capital cuya renta es un producto inmaterial consumido por el público. Si la construcción de un puente o de un camino, añadida a la adquisición del terreno en que se ejecutó, hubiese costado un millón de francos, el pago del uso que hace el público anualmente de estas obras puede valuarse en cincuenta mil francos104.

Hay productos inmateriales en que tiene la mayor parte el terrazgo. Tal es el placer que resulta de un parque o de un jardín de recreo. Este placer es fruto de un servicio diario que hace el jardín de recreo, y que se consume a proporción que se produce.

Es claro que no se debe confundir un terreno productivo de recreo con tierras absolutamente improductivas, como son las baldías: lo cual es una nueva analogía que se encuentra entre los terrazgos y capitales, pues se acaba de ver que entre estos los hay también que son productivos de productos inmateriales, y otros que son absolutamente improductivos.

En los jardines y en los parques de recreo se hacen siempre algunos gastos para hermosearlos. En este caso hay un capital reunido al terrazgo para que de un producto inmaterial.

Hay parques de recreo en que se hallan a un mismo tiempo bosques y dehesas, es decir, que dan productos de uno y otro género. Los antiguos jardines franceses no daban ningún producto material: los modernos son un poco más útiles, y lo serían más, si se viesen en ellos con alguna mayor frecuencia los productos de la huerta y los del vergel. Sería sin duda demasiada severidad culpar a un propietario rico porque destina alguna porción de sus tierras al objeto exclusivo del recreo. Los deliciosos ratos que allí pasa en medio de su familia, el saludable ejercicio que hace y el buen humor que disfruta, son ciertamente bienes, y no los menos apreciables. Disponga pues de su terreno como más le agrade, y muestre en él su gusto, y aun su capricho; pero si hasta en sus caprichos se ve un objeto de utilidad, y si recoge también algunos frutos, sin perjuicio de sus placeres, entonces tendrá otro mérito su jardín y le pasearán con mucha más satisfacción el filósofo y el político.

He visto un corto número de jardines que abundaban en estos dos géneros de producción. No faltaba en ellos el tilo, el castaño, el sicómoro y los demás árboles de recreo, como tampoco las flores ni los céspedes; pero los frutales vistosamente engalanados en el estío con las frutas que prometen en la primavera, contribuían a la variedad de los colores y a la hermosura del sitio. Dándoles la situación que les era más favorable, se había cuidado también de que siguiesen las vueltas y revueltas de los cercados y de las calles. Los acicates, y los tablares cargados de legumbres no eran constantemente rectos, iguales y uniformes, sino que se prestaban a las ligeras ondulaciones de los plantíos y del terreno. Se podía pasear por casi todas las sendas hechas para la comodidad del cultivo, y hasta el pozo adonde iba el jardinero a llenar las regaderas, servía de adorno por el emparrado con que estaba cubierto. Parece que todo lo que allí se había hecho llevaba la idea de convencer que lo que es bonito puede ser útil, y que puede aumentarse el placer en el lugar mismo en que se aumenta la riqueza.

Todo un país se puede enriquecer del mismo modo con lo que contribuye a su adorno y hermosura. Si se plantasen árboles en todos los parajes en que pueden prevalecer sin perjuicio de otros productos105, no sólo hermosearían el país, le harían más saludable106, y multiplicándose los plantíos atraerían sobre él lluvias fecundantes, sino que el producto de la madera y leña en un territorio algo extenso ascendería a un valor considerable.

Tienen los árboles la ventaja de que casi toda su producción es obra de la naturaleza, pues el hombre no hace más que plantarlos. Pero no basta plantar, sino que es necesario librarse de la impaciencia de cortar. Entonces la planta, desmedrada y débil al principio, se alimenta poco a poco con los jugos preciosos de la tierra y de la atmósfera, y sin ningún auxilio de la agricultura, el tronco se engruesa y endurece, aumenta en elevación y se extienden sus vastas ramas. El árbol no pide al hombre sino que le olvide por algunos años y en recompensa (aun cuando no dé cosechas anuales) luego que ha adquirido toda su fuerza ofrece al carpintero, al ensamblador, al carretero y a nuestros hogares el tesoro de su madera y de su leña.

En todos tiempos han sido muy recomendados por los hombres de más talento los plantíos y el respeto con que deben mirarse los árboles. El historiador de Ciro refiere como uno de los títulos más gloriosos de este Príncipe el haber hecho plantíos en toda el Asia menor. En los Estados unidos, cuando a un cultivador le nace un hija, planta un bosquecillo que va creciendo al paso que la niña, y le sirve de dote cuando se casa. Sully, cuyas miras económicas eran tan extensas, hizo plantar en casi todas las provincias de Francia un número muy considerable de árboles. Yo he visto muchos de ellos, a los cuales se daba con una especie de veneración el nombre de árboles de Sully, y me traían a la memoria el dicho de Adison, que cada vez que veía un plantío exclamaba: Por aquí pasó un hombre útil.

Hasta ahora hemos tratado de los agentes esenciales de la producción, de aquellos sin los cuales no tendría el hombre otros medios de existir y de gozar que los que le ofrece espontáneamente la naturaleza, y que son muy raros y muy poco variados. Después de haber expuesto el modo con que estos agentes, cada uno en lo que le concierne, y todos reunidos, concurren a la producción, hemos vuelto a examinar la acción de cada uno de ellos en particular, para poder conocerlos más completamente. Ahora vamos a emprender el examen de las causas accidentales y extrañas a la producción, que favorecen o se oponen a la acción de los agentes productivos.



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