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ArribaAbajoVida de la madre Francisca de la Natividad, religiosa de velo negro del convento de Carmelitas descalzas de esta ciudad de los Ángeles

Selección y transcripción:
Rosalva Loreto López

Jesús María, José y Teresa

Digo mi padre por que resplandezca más la gloria de Dios y se eche más de ver lo que Dios tenía determinado desde aeterno para bien de muchas almas fue el hacer esta fundación de carmelitas descalzas. Hay mucho que notar en esta fundación por ser el número tan corto y las coristas no más de dieciocho fue Dios servido de traer a casa una de diferentes tierras que por que me parece que están ya nombradas en lo escrito no las nombro, mas hay mucho que reparar en los medios que tomó Dios para juntarlas. Díjome una religiosa que para haberla Dios de traer a esta santa casa había Dios tomado unos medios trasordinarios y fue que siendo niña le dio una calentura remisa tal que la puso en los extremos de su vida y por que la amaban mucho / (f. 1v) sus padres lo sentían por extremo y así viendo que no había remedio en la tierra, buscaron el del cielo y la prometieron a la Madre de Dios de la Alcantarilla, que es muy milagrosa, y así que volvió a esta vida cuando la tenían ya por muerta y ella dice que se halló con el espejo en la boca cuando volvió en su acuerdo más que no sabía decir si estuvo muerta. Quitole la Virgen Santísima la calentura y en estando ya con fuerzas la llevaron sus padres a cumplir la novena y las misas que habían prometido y a cabo de poco tiempo se llevó Dios a su padre, cosa que ella sintió con todo extremo. A cabo de poco tiempo que no me acuerdo si fueron dos años me volvió la calentura y me puso en / (f. 2) el mismo extremo de la vida pues cuando volví en mí me   —41→   estaba limando los dientes un barbero. Mi madre me prometió a la madre de Dios de Consolación y dice que mejoró y que la llevaron a cumplir la promesa una tía suya y una hermana y que ella había hecho una como muñeca de cera y se la llevaban a ofrecer a la Virgen, más que como vido tantas hechuras de cera colgadas dijo como criatura; que si le ponía la muñeca de cera entre tantas no se acordaría la Madre de Dios de su ofrenda y así propuso de ponérsela debajo de las faldas de la Madre de Dios y así lo hizo subiéndose en el altar y metiéndola / (f. 2v) debajo de las faldas de la Madre de Dios. Se bajó del altar muy contenta y se volvieron a su casa y ella vino sin calentura y hallaron a su madre con calentura y dolor de costado del cual murió dentro de nueve días. Díseme que hasta hoy le dura el sentimiento de ver que tan claramente quitó Dios la vida a sus padres por amor de ella que nunca más a tenido en toda su vida calentura remisa y así viéndose del todo huérfana de padre y madre se quejaba a la Virgen y le decía que; pues le había quitado a su madre y padre se dignase a tomarla a su cargo que fuese ella su madre y la amparase a ella y a sus hermanas que por su causa habían quedado todas / (f. 3) huérfanas de tan santos padres, por que lo eran y así nos hicieron mucha falta. Tomó la Madre de Dios mis causas tan por suyas que no paró hasta que me hizo hija suya y carmelita descalza.

Mas hasta llegar a este dichosisímo estado, que lengua habrá que pueda decir los sucesos milagrosos que me sucedieron. Todo el mundo parece que se rodeó para traerme a las Indias yo si condescendí con el gusto de mis hermanas fue por el deseo que tuve desde criatura de ser mártir y como decían que había muchos herejes en la mar, deseosa de dar mi vida por la defensa de nuestra santa fe católica, deseaba con ansias salir de mi tierra y así no me trajo a las Indias el amor de hermanas sino el amor de Dios, el deseo / (f. 3v) de ser mártir. Y en una ocasión que se ofreció en la mar de un navío que vieron, pensando que era de enemigos se armaron todos los hombres y a las mujeres querían meterlas en el   —42→   escotillón mas me halléme con linda disposición que si me fuera posible yo también me armara para pelear contra los herejes y así por mí no encerraron a las mujeres y quiso Dios que el navío fuese de cristianos y así quedaron contentos. Las tormentas de la mar fueron en esta flota grandísisimas muchas veces pensamos ser anegadas y Dios milagrosamente nos saco a salvo.

Viniendo de la Veracruz y estando a la orilla del río que iba muy aventado se asombró la mula y se metió en el río y al punto / (f. 4) empezó a nadar yendo nadando llegó a lo más fuerte del río y fue la fuerza de la corriente tan grande que a no librarme Dios milagrosamente quedara allí ahogada por que la mula fue tan grande la fuerza que le hizo torcer la cabeza hasta el estribo, al fin cortó el agua y fue nadando junto a la orilla, quiso Dios que vino a salir a una playa de arena, que los que lo saben dicen, que desde el bajo de la playa hay más de media legua.

En llegando que llegamos esta tierra me empezó a darme pena y no podía de tarde sentir el verme en tierra ajena y con esto deseaba entrañablemente el ser religiosa mas esto no lo sabían mis hermanas y así ofreciéndoseles algunas ocasiones trataron de darme estado de casada, mas / (f. 4v) yo las desengañé diciendo que yo había de ser monja y anduvo el tiempo y quiso Dios depararme un padre santo de la Compañía de Jesús el cual viendo mis buenos deseos me dijo que el me buscaría el dote, que perseverase en mis buenos deseos que el quería tomarme a su cargo. Dilatose algún tiempo en juntar el dote y mis hermanas tenían gusto de que yo fuera casada y así, en ofreciéndose una buena ocasión a su parecer, me persuadían que mudase de parecer y que fuese casada. Una noche me habían cansado y rogándome que les diera el sí yo no mudé jamás del intento primero y así no vine en ello. Estando yo acostada con una hermana mía en la cama oí una voz / (f. 5) muy clara, yo desperté alborotada pensando que era mi hermana la que me hablaba, senteme en la cama y vi que mi hermana dormía. Quedé con tanto temor, por que las palabras que me dijeron fueron estas; Francisca   —43→   acaba ya de determinarte en cual de los estados has de tomar hicieron en mi alma tales efectos estas palabras que se enternecieron todas mis entrañas y corazón y mis ojos se volvieron dos ríos de lágrimas y reconociendo que aquella era voz de Dios, respondí con grande sentimiento: Señor y Dios mío yo siempre e dejado mis causas en todo a la elección de vuestra Divina Majestad más pues vos mi señor, queréis que yo nombre, digo mi Dios y mi señor que os escojo e nombro por mi esposo a vos y para que me cueste / (f. 5v) renuncio a todo lo que tengo de mi parte y de mis hermanas y digo que ha de ser todo limosna, lo que tengo de llevar a la religión. Y haciendo esta promesa me fui quitando los zarcillos y pulseras y un manojo de granates que tenía atados a la garganta y se los di a mi Dios en señal de que era del todo suya, quedome de estorbo un sentimiento tan tierno y regalado que me dura hasta hoy y esto no lo dije a nadie jamás sino fue a mi padre espiritual.

Tomó Dios la mano y en breve tiempo se juntó el dote y todo lo demás que era menester para mi persona y no fue el dote tan tasado sino que sobraron más de siento y tantos pesos y todo se le dio al convento, yo no entré conmigo de mi parte ni un alfiler ni jamás / (f. 6) pregunté a mis hermanas que habían hecho de mis cosas ni lo he sabido y si como eran pocos mis bienes fueran todos los tesoros del mundo los renunciaría con la misma voluntad y para mí fuera todo muy poco. Quedé en este santo convento el día de mi dichosa entrada con tan sumo gozo y contento que las religiosas se espantaban de ver mi llaneza y muestras de alegría y amor con todas, las religiosas y se miraban unas a otras y se decían; Válgame Dios, parece que esta Francisca se ha criado dentro de este convento según son sus llanezas. Volmiome Dios todos los enfados del mundo en gozo y alegría y era tanto que las novicias se tentaron de ver que todo me lo convertía Dios en gozo y alegría, todas eran para mí unos serafines, yo las he amado mucho y también e sido muy amada de todas y este amor que be tenido y tengo / (f. 6v) me ha sido de grande provecho para llevar con gozo y alegría los trabajos de la religión.

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Díjome que tenía su natural tan asqueroso que era milagro de Dios, el poder hacer lo más que todas las cosas que le eran contrarias a este natural, jamás las había dejado de hacer y, para vencer este su natural y que a los principios no podía lavar / (f. 7v) un servicio por que se quebraba todo su cuerpo de dar arcadas del asco, que no estaba en su mano ni podía más. Díjome que con la gracia de Dios y por medio de la mortificación, le había Dios facilitado tanto el mal olor de los servicios que antes le olían ya bien y que le había [borrón en el original] Dios puesto tanto gusto y aprecio y estima en el hacer el oficio humilde que muchas veces le aconteció tener más levantada la oración fregando los servicios que si estuviera en el coro y ansí andaba rogando que le echaran este oficio por que lo estimaba en más que el ser reina de todo el mundo según el aprecio y estima que tenía de hacerlo en la casa de Dios donde el más bajo oficio es digno de ser más estimado.

/ (f. 8) Díjome que como cuando era novicia la cargaron de tantos oficios, su maestra se acortaba en darle licencia para hacer muchas penitencias y le decía que en lugar de las penitencias ofreciese a Dios los trabajos y cuidados de los oficios. Yo andaba siempre con sed de hacer mucha penitencia y de tener tiempo para la oración. Más dijome que de esta manera se había Dios [dispuesto] con ella, que los mismos oficios la ayudaban a tenerla más perfecta y en todo lugar. Díjome que en todo género de mortificación, le puso Dios tanto gusto que dejaba de hacerlas por que no las sentía y así le parecía que no tenía mérito por que todo se me volvía en risa y contento y me espantaba yo de que las misma cosas que a mí me causaban risa y donaire, les costaba a las otras novicias mucho sentimiento y lágrimas y les decía ¿que sobre que caía aquel sentimiento? / (f. 8v) que más era aquello para reír que para llorar. Y así solía algunas veces que me contaban sus trabajos deshacérselos de tal suerte que venía a hacerlas reír de ver como les deshacía las cosas y se las volvía en nada.

Díjome que en acabando de cumplir el año del jovenado la hicieron segunda tornera y que dentro de cinco meses, murió su   —45→   santa madre Ana de Jesús que había salido de ser perlada y la hicieron tornera mayor y portera. Díjome que por sus pecados quedó por tornera y portera y que no se contentaron con eso solo, mas que poco a poco no quedó oficio en el convento que no se lo cargasen sino sólo el de la priora. Díjome que a su tiempo se hizo la elección y que por sus pecados estuvo elegida con todos los votos mas que por no serlo se quito algunos años de edad y por eso / (f. 9) no se hizo la elección y quedó mi madre Juana de San Pablo por vicaria otros dos años y yo también con todos los oficios sin que se me mudase nada. Dos mil años fueron para mí estos dos del vicariato por las grandes reprensiones que Dios me daba por haberme quitado la edad, yo sé bien el por qué, mas conviene que me quede en silencio, y así me dijo que pasados los dos años fuese elegida con todos los votos para perlada y que se hizo esta elección con grandísimo gusto del perlado y de toda la comunidad y que a su parecer fueron estos tres años lo más lucido que ha tenido la religión y demás gusto en todas las cosas de la mayor perfección.

No tenían las religiosas cosa de sus personas segura por que se echaban suertes por el mismo orden, juntando todos los relicarios, Cristos y / (f. 10v) rosarios y breviarios y diurnos, disciplinas, silicios, cadenillas y otras cualesquiera cosas de que usan las religiosas, todo se juntaba y se revolvía, decía la prelada a una religiosa que cerrase los ojos y la perlada tomaba en la mano algo de lo que estaba en el montón y decía ¿a quién daremos esto? la religiosa que tenía cerrados los ojos decía a la madre fulana y a la hermana sutana y la prelada alargaba el brazo y se lo daba y la religiosa lo tomaba con asimiento de gracias y aun con risa que servía de recreación, por que salían las cosas tan diferentes que se tentaba de risa y siempre que echábamos estas suertes era en la hora de la recreación y no había recreación de / (f. 11) mayor gusto que cuando echábamos las suertes y cuando estaban más descuidadas las religiosas, les decía que se quitasen los hábitos y a porfía se los quitaban aprisa, por ser ellas de las primeras y   —46→   cumpliesen con la santa obediencia y después de quitados hacia la perlada, lo mismo que en lo demás dando por suerte, lo que le cabía a cada una, aquí había mucho que reír, por que unas eran muy grandes y otros muy chicos y a las chicas les cabían los hábitos grandes y a las grandes les cabían los chicos y con esto era para dar gracias a Dios el gusto y contento con que lo recibían todas alegrándose cada una de que le hubiese caído por suerte el habito más viejo y desacomodado y así lo llevaban todo con particular gozo y alegría.

/ (f. 23) Confieso que en este particular haber echado como en el olvido algunas particulares mercedes que Dios se a dignado hacerme en la oración por que mis padres espirituales me rogaban que lo escribiera para mi consuelo y lo hice algunas veces y sentía consuelo en leer algunos favores de Dios que por su bondad había recibido de su mano poderosa más enviándome con algún achaque por que / (f. 23v) si me muriera no lo olvidaran lo rompía y así por quitarme de este cuidado a muchos [años] que no escribo letra ni la tengo en mi poder, y por otra parte me hallo tan sin memoria que ha de ser milagro si yo puedo sacar del olvido alguna cosa de que pueda resultar mayor honra y gloria de Dios y para confusión mía sea que lo primero lo que me paso siendo novicia y fue que; dándome mucha pena el cabello que me sobraba fuera de la cabeza cogí el manojo de cabellos para cortármelos y como eran cabellos de afuera de la cabeza me pareció que no era falta cortármelos sin licencia, mas con todo no me determinaba, entre en lo interior / (f. 24) de mi alma a tomar consejo y tasadamente hice la pregunta cuando me respondieron esto: no, sin licencia ni un cabello. Hizo en mi alma tal efecto que al punto dejé las tijeras que tenía en la mano con un santo temor para no hacer cosas mayores sin licencia.

Otra vez tenía encima de una caja muchos relicarios, y estaban allí para aderezar el santo monumento, pues yo inadvertidamente arrojé encima una ara consagrado que trajeron de la iglesia, pues en el punto que cayó de golpe el ara no me puedo persuadir sino   —47→   que según el ruido se hicieron más de muchos pedazos, quedé yo muy turbada / (f. 24v) viendo el daño que había hecho y más por ser ajenos. Cruzadas las manos andaba de unas partes a otras sin osar llegar a ver los relicarios por que para mí estaban perdidos y sin provecho fuime a un Señor que estaba en un cuadro muy devoto de la Paciencia y con ansias de mi corazón que de pena lo tenía traspasado, no por el valor aunque valían mucho sino por que no tomara mi madre priora pesadumbre por mi descuido pues rogué a su divina majestad que pues que sabía mi aflicción se dignara de remediarla y de volverlos sanos pues era todo poderoso. Con esto me determiné a levantar el ara, para ver los relicarios / (f. 25) y los hallé sanos y buenos como los había puesto y levantándolos. Por muestra de este milagro cayeron algunas cuatro o cinco cuentas quebradas y para gloria de Dios no hallé en los vidrios de los relicarios ni siquiera un cabello de falta. Sea gloria a Dios por todo amén Jesús.

Otra vez me acuerdo de que tenía yo mucho cuidado de enramar a un Señor que tenemos en el descanso de la escalera que esta acostado en un sepulcro, pues yo tenía devoción de cada vez que entraba en su capilla besarle la llaga de su costado, pues un día habían traído flores de fuera de la casa y enramaron [con] ellas otros altares / (f. 25v) pues yo entre en la capilla de mi Señor y como vide que no tenía flores me dio pena con sentimiento, puesta mi boca en la llaga de su costado le dije pues ¿como mi vida para todos a habido flores sino es para vos? entonces me respondió el mismo Cristo tú eres mi flor pues cuando oí estas palabras quedé con un santo temor y con tan grande vergüenza que en muchos días no osaba entrar en la capilla y levantar mis ojos para mirarle el rostro de pura confusión y vergüenza y ansí que ando ahora llego a besarle la llaga de su santísimo costado con / (f. 26) un santo temor y con mucha reverencia y con harta confusión mía. Sea su nombre bendito por todo para siempre jamás amén. Jesús, María, José y Teresa.

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(f. 27) Y estando en la oración me acordé con una merced que Dios me hizo la primera vez que fui perlada, que a más de treinta años y fue el caso que como Dios me amaba mucho y vido mi insuficiencia y ignorancia, quiso por sola su bondad enseñarme lo que había de hacer en el oficio de perlada, y ansí hizo dentro de mi alma y en el centro de ella una aprisco de ovejas las cuales eran las almas que su Divina Majestad me había dado a cargo y ansí quiso enseñarme como la había de gobernar. Y para esto tomó el traje de pastor y estaba recostado guardando sus ovejas que todas las tenía presentes y enseñábame como yo había de velar en la guarda de las almas que me había dado a cargo / (f. 27v) y como me había de haber con ellas, decíame que algunas veces con sólo el crujido de sonda, sin piedra para que con el temor no se apartasen lejos del aprisco y que si alguna se desmandase y alejase le tirase el cayado para que por este medio se enmendase y volviese al aprisco que era el cumplimiento de sus obligaciones, más que la oveja que yo viese que por su flaqueza no podía venir al aprisco que tomase yo el trabajo de irla a buscar y que en hallándola, a imitación suya, la cargase y llevase sobre mis hombros y la curase y no la dejase asta que del todo quedase buena y sana y que mirase que importaba mucho el velar sobre el ganado que me había encomendado, finalmente me fue / (f. 28) acomodando todos los oficios que ha hacer una perlada en todo lo que sea posible para imitar a nuestro buen pastor Jesucristo que no paró ni se contentó hasta que dio su misma vida por sus ovejas y ansí me enseñó todo lo que había de hacer, sin ruido de palabras sino imprimiéndolas en mi alma y corazón como con un sello. O mi Dios tú sabes que lo sé sentir y lo entiendo mas no lo sé decir ¿quien podrá sacar a fuerza lo que pasa allá en el más escondido centro de su alma? yo digo que quien ha pasado por ello lo sabrá entender con facilidad, y para quien no lo ha gustado será algarabía y si no digo más sino que en todo sea mi Dios glorificado.

/ (f. 28v) Otra merced que me trajo Dios a la memoria, sin duda quiere que la diga y ansí, la diré que será de milagro por que   —49→   ha muchos años que me paso fue este el caso que estando yo en la oración en la tribuna, por que estaba en ejercicios, sin duda ninguna creo que estaría rogando por la conversión de los gentiles que yo tengo particular memoria y afecto y tengo una envidia santa a los que se ejercitan en la conversión de las almas y solo por esto quisiera haber sido hombre, que digo que estando yo en la oración, me representó Dios interiormente una iglesia que se formaba de solos dos arcos que cruzaban el uno encima del otro y venían a ser forma de cuatro arcos muy lindos y la iglesia estaba / (f. 29) muy clara y como en el altar mayor estaba un arco muy lindo que resplandecía su grande blancura y por este arco querían entrar los paganos o gentiles a la iglesia y eran tantos que parecían que se ahogaban unos con otros por el ansia que tenían de entrar en la iglesia que parecía un juicio. Daban voces pidiendo obreros para que les enseñasen la ley de Dios por que deseaban saber su ley para guardarla. Al lado derecho de este arco estaba un camino que llegaba hasta el cielo formado de un género de nubes enroscadas y repentinamente me pareció que avanzaba o subía un santo de la Compañía de Jesús que, aunque tan de repente en el rostro, me pareció que era el Santo Gonzaga, el niño y diéronme a entender que este arco y estas misiones eran de los padres de la Compañía y que necesitaban de que los perlados / (f. 30) enviasen obreros por que necesitaban de ellos por ser pocos los padres que habían en aquellas misiones y muchos los que pedían el santo bautismo. Vide que a el lado izquierdo de este mismo arco estaba abierta una can para ser cimiento para otra iglesia y en esta obra estaban enfaldados algunos frailes con cubos en las manos y trabajando en esta iglesia, me pareció que eran legos y diéronme a entender que aquella misión eran los padres de San Francisco más fue tan grande la compasión de mi alma que se me rompían mis entrañas y mi corazón de ver que no había quien enseñase aquellas almas a conocer a Dios, y conmovía que lo pedían con tantas ansias que ni pude resistir los afectos y compasión que sentía en   —50→   mi alma y como los / (f. 31) tenía dentro de mi alma. Movida de compasión dije; venid a mí almas redimidas con la sangre de mi Señor Jesucristo pues faltan otros que os enseñen, yo en el nombre del Señor y Dios mío os quiero enseñar, y como cuando se juntan muchos muchachos como para que les enseñen la doctrina ansí me parecía que estaba yo cercada de todas aquellas almas y ansí empecé en voz clara a enseñarles a hacer la señal de la cruz, el credo y el pater noster, el ave María, la salve y los diez mandamientos y esto les enseñaba con tanta eficacia y ternura de mi alma y corazón como si los tuviera yo a todos visiblemente presentes y los viera con los ojos del cuerpo que con los del alma muy presentes los tenía. / (f. 31v) Y en el arco que estaba frente a mi rostro estaban multitud de gente blanca y rubia y parecía que los tenían en aquella puerta como forzados por que miraban de mala gana la iglesia y los hombres con las piernas resistían para no ver la iglesia y trabajaban por salirse y quitarse de la puerta parecían gente rebelde razas de malas entrañas y en la puerta que estaba de frente de ésta había infinita gente muy morena y el cabello negro y ansí parecía que era gente de poco brío y no muy entendida por que estaban mirando con / (f. 32) llaneza y fríamente y sin que ellos rehusasen el estar allí, era grandísima la multitud. En el arco que estaba de frente en el arco de la Compañía estaba un trono cubierto como de una neblina en que estaba Dios y detrás de sus espaldas estaban millares de gentes mas yo no los veía mas me parecía que era un género de gente cobarde y muy floja fueme dando a entender que los blancos eran los herejes y los muy prietos los moros y los que estaban en las espaldas del trono de Dios eran los judíos y que los primeros que eran los gentiles se convertían los primeros y después los moros y luego los herejes y a la postre los judíos por que fueron los / (f. 32v) que volvieron las espaldas a Dios y serán los que postreros se han de convertir. Preguntó mi alma a Dios hijo y a señor Cristo ¿estas naciones decidme ahora donde están estos cristianos? diome a entender que en las bóvedas de esta iglesia. Yo   —51→   quedé con mucha lástima y compasión de los gentiles que quisiera yo llevarles padres de la Compañía que los consolaran y enseñaran y les dieran el santo bautismo, rogábaselo a mi Dios con grande ternura de mi corazón y de mi alma y corazón y por que había estado en esta oración algunas dos o tres horas y derramado muchas lágrimas. Sentime con gran flaqueza y hasta que contra mi voluntad de lástima / (f. 33) tomé un bocado con harta prisa y volvime a la oración, mas cuando entré en el centro de mi alma hallé todo muy desembarazado y en lugar de la iglesia y de todo aquel centro hallé un campo seco y había mucha anchura y las dehesas de tierras todas secas y desiertas no había cosa de la que Dios creó ni un pájaro ni un animal sino que todo era una tierra desierta. En comencé a compadecerme de que todas aquellas criaturas se habían ido y desamparado aquella iglesia y con todo no dejaba de mirar a ver si había alguna criatura y estando yo mirando vi que estaba una mujer con una saya cobijada y que se bajaba al suelo y cogía espigas / (f. 33v) dije yo, Señor ¿cómo sin segar coge aquella mujer espigas? diome a entender que fue como si me dijera qué para las trojes de este mundo se segaba por que no reparaban en que a vuelta de trigo seco segasen también alguno verde y sin sazón, mas que aquella mujer cogía espiga a espiga por que era para las trojes del cielo y que aquella tierra aunque la veía tan seca comenzaba ya a dar fruto. Como si me dijera; no te desconsueles de ver esa tierra tan seca pues ya me da fruto. Yo me consolé y quedé con grandes ansias y deseos de la conversión de aquellas almas. Vino al confesionario mi padre Andrés Pérez / (f. 34 ) de la Compañía de Jesús que era el rector del Colegio del Espíritu Santo y fue Provincial y ahora está en España que fue por procurador de su orden, era mi padre espiritual y ansí le di parte de lo que me había pasado y roguele que por amor de Dios le escribiera el padre provincial que enviara algunos padres a aquellas partes por amor de Dios, por que había mucha necesidad y sin declararse más quedó conmigo que lo haría. Más tasadamente pudieron llegar a   —52→   la Puebla de los Ángeles sino es por tiempos, luego los mismos indios que yo vi por que me quedé espantada con la brevedad que vinieron. Vino mi padre Andrés Pérez al confesionario / ( f. 34v) díjome; no sabe como le traigo unas lindas nuevas para su consuelo y es que ayer vinieron tantos caciques de aquellas partes vinieron a pedirnos padres para que los bauticen y hagan cristianos. Fue muy grande el gozo de mi alma y entre ambos dimos muchas gracias a Dios por la sed con que vinieron estos dichos paganos gentiles a buscar padres que les enseñaran la ley de Dios, bendito sea su santísimo nombre y conocido y alabado en todo el universo, en los cielos y en la tierra amén Jesús.

Otra vez estando en la oración me estaba enfadando de unos golpes que daba un carpintero y por no enojarme dije; al fin ese es su oficio / (f. 35) respondiéronme interiormente; el tuyo es llamar a las puertas de mi corazón enternecida del favor que sin merecerlo ya me hacía su divina majestad de darme tal oficio le di gracias por él reconociendo que no merecía yo tan grande merced y que Dios me la hacía por su bondad y para confusión mía.

Estando ya acabando de recibir su divina majestad me recogí interiormente y rogándole yo que no se consumieran las especies sacramentales sino que se quedaran conmigo y dentro de mi corazón, me representó una merced de que yo estaba bien olvidada y que fue que estando yo una vez pidiéndole yo a mi Dios se dignase de adornar mi alma para que yo le recibiera dignamente y después de haberle recibido recogiéndome a lo interior de mi alma, vide que mi corazón estaba hueco y todo adornado con unos rehilos muy pequeños algo ensortijados con mucha gracia, parecían / (f. 35v) que eran de carne, mas tan celestial que no hallo cosa con que compararlos pues como yo estaba interiormente mirando mi corazón y le vi de tan lindamente adornado y rociado con su preciosa sangre, y con tanta gracia que las gotas no eran mayores que granos de mostaza pues dije yo; mi señor ya veo mi corazón adornado y muy lindo mas no os veo a vos mi Dios. Y mi señor entonces me respondió; su divina majestad, el   —53→   adorno soy yo. De manera que estaba mi corazón adornado con su preciosisíma carne y con su lindísima sangre y tengo mucha dificultad en escribir estas mercedes de Dios por la grande confusión que me causa por ser yo tan ruin mas por esto mismo quedara Dios mas glorificado, sea bendito por todo.

Otra vez vi, de llegando a adorar al Santísimo Sacramento porque queríamos comulgar y era la santa hostia grande y estándola adorando, vide el rostro de mi Señor tan / (f. 36) grande que llenaba toda la santa hostia y estaba como revelado y muy lindo, no he visto más de esta vez cosa alguna en la santísima hostia. No sé más de que Dios me quiso hacer esta merced sin que yo la haya merecido sino por solo su bondad.

Otra vez una mañana del santísimo nacimiento no me acuerdo si estaba en oración o fuera de ella, mas acuérdome que vide con los ojos de mi alma. Estando en su celda en oración el santo padre Miguel Godínez muy repentinamente vide que la Santísima Virgen y Madre de Dios, estando él de rodillas llegó la misma Virgen, y le arrojó en sus brazos a su precioso hijo y él con el cuerpo inclinado le recibió y se quedó adorándole con admiración muy grande. Yo por escrito le envié a él el parabién de la merced que mi señora le había hecho en darle a su preciosísimo hijo. Enviome a decir que era verdad, mas que no entendía si yo tenía anteojos de tan alta vista que desde acá vieron lo que pasaba en su celda y que estaba cierto de lo había visto y otra persona le había enviado el mismo parabién por que lo había visto.

/ (f. 36v) Otra vez otra vez estando yo considerando el gozo que mi alma había de recibir cuando se viese en el cielo el alma de mi padre espiritual pues por su medio me había Dios traído al cielo de la religión y estando en esto repentinamente lo vide en el cielo y estaba cerca del trono de Dios más estaba todo cubierto como de una nieve al tiempo que yo entraba en el cielo y repentinamente sacó todo el rostro de la nube y su vista alegre y gloriosa se encontró con la mía y sentí grande gozo y por eso   —54→   entendí que se había de morir primero que yo y se lo dije de que había de ver a Dios primero que yo y ansí fue por que ya a más de doce años que murió santísimamente por que verdaderamente era varón santo y a quien yo debí el haber sido religiosa después de Dios y ansí le debí obras de más de padre. Espero de mi señor que lo habrá ya pagado con muchos grados de gloria.

/ (f. 37) Estando una noche después de completas en nuestra celda en oración pidiéndole a mi Dios vistiese mi alma y la adornase con todas las virtudes que puedan caber en una criatura humana para agradar a su Divina majestad y para poder estar en su divina presencia, por que yo me hallaba desnuda de todas las virtudes, y ansí se lo pedí a Dios con ansias muy entrañables y afectuosísimamente, me mostraron una corona muy linda y resplandeciente y esmaltada de tres colores, blanco, colorado y azul. Yo quedé confusa de ver que yo había pedido vestido y me mostraban corona y yo me quedaba desnuda, tañeron a los maitines y yo estaba confusa, pues entrando en coro tomé el breviario en la mano y eché la bendición deseando que Dios por aquella suerte me diera a entender de lo que quería Dios que yo me vistiera, pues abrí el breviario y salióme por suerte de él / (f. 37v) un Señor muy lindo de la columna y en el mismo punto me dijeron interiormente; de eso quiero que te vistas y se te de buena gana el mandado de parte de Dios y yo dije; yo quiero echar otra suerte a ver que más quiere Dios de mí eché la bendición y abrí el breviario y me salió mi Jesús con la cruz a cuestas, al punto me dijeron interiormente; y de eso también quiero que te vistas. Quedé satisfecha de que Dios quería que yo anduviese vestida de los azotes, dolores y afrentas de las muchas que mi Dios padeció en la columna y en la cruz. No quise buscar más suertes por que quedé satisfecha de que aquella era la voluntad de Dios y ansí he tenido muy en la memoria el vestido de la columna y de la cruz más a de treinta años que me sucedió esto que fue cuando me quité la edad. Después de estar juntos / (f. 38) todos los votos que por esto padecí muchas correcciones por parte de Dios y tales   —55→   que quedé con tanto temor que me parece que le prometí a mi Dios de nunca más excusarme de ser priora todas las veces que Dios quisiere que lo sea y esto de puro temor por no volver a enojar a mi Dios y por darle gusto he sido las veces que lo he sido que si no fuera por ello de mejor gana fuera cocinera, aunque no lo sé hacer bien, por que es dichosa la religiosa que está exenta de oficios que las que los han tenido. Sé yo que dirán que tengo mucha razón, Dios los dé a quien fuere servido que harta mala ventura llevan a los que les caben por suerte, ansí hombres como mujeres que harto trabajo lo llevan sobre sus hombros pues quedan obligados a dar cuentas a Dios de las almas que les han entregado. Dios me libre de carga tan pesada y me dé gracia para que acierte a darle buena cuenta de la mía / (f. 38v) que es la más principal de todo. Cierto que me tenté de risa acabando de escribir estos amargos borrones por que se me representaron tres géneros de vestidos que yo tenía muy buenos.

/ (f. 41v) Cierto mi padre que con mucha razón podía reírse de que yo haya escrito esto, direle al fin y es como entendí la voluntad de Dios que era de que me vistiese de los trabajos y azotes de la columna y también de los de la Cruz y he visto que se a cumplido, me dio ganas de reír pareciéndome / (f. 42) a mí que para sujeto tan flaco bastaban los tres buenos vestidos que yo me tenía sin que de nuevo me vistiesen de columna y cruz, sea bendito su santísimo nombre que no dudo que me ha ayudado a llevar todos estos trabajos y estoy cierta de que no los he yo padecido en mis propias fuerzas sino en las de mi señor Jesucristo, en el espero de que con su gracia me ha de ayudar a llevar todos los trabajos que su Divina Majestad me enviare, ¡vengan enhorabuena, que en sus fuerzas los he de padecer y no en las mías! y ansí no tengo que temer que todo lo que puedo en aquel que me conforta que es mi Dios y mi señor y con eso todo es fácil.

/ (f. 47) Por que me parece que ya esta escrito algo de lo mucho bueno que se le podía aprender de mi santa madre Ana de   —56→   Jesús no diré más, desde que la conocí me causaba confusión en sus palabras y obras y en su traje y desprecio de su persona. Tan profunda humildad me dejaba harto confusa y una vez que la miraba era la santa en sus ojos el desecho de todas las criaturas y todos en sus ojos eran buenos y dignos de ser estimados y ella en los suyos se hallaba indigna de todo bien y regalo y ansí nunca le conocí hábito nuevo sino roto y despreciado. En todo lo demás de su persona era lo mismo y en la comida siempre apartaba lo peor y si era fruta la cosa podrida, por que en sus / (f. 47v) ojos no le parecía que merecía cosa buena, mas en los ojos de Dios y de las criaturas era mujer santa y de muy grande caridad y de ánimo generoso. Era mujer de mucha oración y penitencia y aunque en sus postreros años la ejercitó Dios con una enfermedad de asma muy grande y la llevaba con tan gran gozo y alegría que no parecía que era ella la que la padecía y nunca vi que se le diese alguna cosa de comida particular hasta que cayó en la cama del mal de la muerte, por que si otra religiosa cualquiera que fuera padeciera aquel mal [se le ayudaría] con algún género de alivio como lo pedía su mucha flaqueza y enfermedad, mas la santa de mi alma sin abrir su boca con mucha paz y alegría del cielo siempre / (f. 48).

Siempre llevaba su enfermedad sin dejar de acudir al coro y a todos los oficios de la comunidad y demás de eso escribía todo lo que era menester con mucha gracia y en cualquier lugar aunque estuviesen hablando no le estorbaba y ansí ella sola escribía todo lo que era menester que era mucho en este tiempo por que no había mayordomo y ansí ella sola solicitaba las haciendas de la Veracruz y era mucho lo que para esto escribía y ansí me daba lástima de ver la santa de mi alma tan cansada de escribir mas el amor con que lo hacía se le facilitaba todo y ansí no parecía sino que otra la hacía por ella. En lo que toca a santidad fue la misma su hermana Beatriz de los Reyes a quien yo conocí y traté mucho siendo yo seglar y le debía a ella y a mi madre Ana de Jesús mucho amor / (f. 48v) y tanto que desde luego que me vieron en la reja   —57→   trataron de recibirme sin dote y para esto llamó a las demás madres, y todas con grande amor dieron sus votos y me admitieron, más como no había obispo no se atrevió el cabildo a dar esta licencia por que estaban aguardando al obispo don Alonso de la Mota [y Escobar] y ansí se dilató mi entrada hasta que se juntó el dote y por esta causa no fui la primera a quien se le dio el hábito en esta fundación por que quedó por la falta de dote mas fui la primera que por votos fue admitida en esta fundación.

Pues digo cuando novicia eché las primeras piedras del cimiento de este santo convento / (f. 49) por que teníamos en el noviciado puerta falsa que salía a donde se había abierto la primera zanja de los cimientos, apostamos las novicias a ver quien llegaba primero pues yo he sido muy ligera y ansí les gané y fui la primera que echó las primeras piedras. Todo esto he dicho para gloria de Dios y confusión mía pues como digo ahora que como Dios es verdadero padre permitió que nuestras madres Ana de Jesús y Beatriz de los Reyes y Juana de san Pablo y Elvira de san José y la madre María de la Presentación que eran las fundadoras viendo que no tenían con que poder empezar la obra de este santo convento trataron de buscar un fundador, más permitiéndolo Dios, fueron los que lo querían ser tan interesados y pedían tantas cosas / (f. 49v) que todas dijeron que no querían admitir aquellos patrones sino que escogían a Jesús y María y José y Teresa por sus patrones. Quedaron en esto y mi madre Juana de san Pablo vino de la comunidad, digo del profesado al noviciado y nos dijo lo que pasaba y tomó un papel y hizo a la hermana Melchora que era joven escribiese este papel, por que nuestra madre Juana no veía muy bien, díjole que escribiese: Como escogían a la Madre de Dios y a su precioso hijo y a San José y a nuestra santa Madre Teresa de Jesús por sus verdaderos patronos y que renunciaban a todos los de la tierra. Hecho esto cerraron el billete y se lo pusieron a la madre de Dios del noviciado en sus benditas manos y / (f. 50) lo tuvo en ellas por muchos años y en todas sus festividades le   —58→   poníamos su vela encendida como a nuestra fundadora y patrona. Esta imagen es la que abrazó la Madre de Dios en la celda de Isabel de la Encarnación yéndola a visitar y en esta ocasión que estaba Isabel de la Encarnación en la enfermería bendijo la Madre de Dios a todas estas celdas y a cada una de por sí.

Pues con el deseo que tenían de levantar el convento, por que estábamos como en esa calle, con dos varas me parece que no tenían más de alto las paredes de la cerca, pues su señoría por el amor que nos tenía [con]vino en que se obligase Aguilar, que fue el que hizo este convento, a que lo tomase a su cargo y que el convento le daría todas las rentas que de presente tenía y más que todos los dotes de las monjas que fuesen entrando / (f. 50v) se obligasen a él para que los dotes entrasen en su poder. Y ansi se hizo hasta tanto que Aguilar se satisfizo de todo lo que montó el convento y le sanó. No gozó este convento ni un maravedí de sus rentas, como eran los patrones tan ricos nunca nos faltó por que como pusieron toda su confianza en Dios quedó Dios obligado a sustentar quizás con más abundancia entonces que no tenían renta por que ahora que la tienen trabajaban las monjas de su mano mucho, algunas veces dejaban la costura a las cinco de la mañana para ir a la oración, y no fueron estas pocas veces el trabajar hasta las cinco de la mañana / (f. 51) para ir a la oración dejaban el aguja de las manos y todo lo que ganaban se guardaba para dárselo a Aguilar para la obra del convento de suerte que todo el gasto del convento había de ser de limosna y ansí diré algo de lo mucho que vi por mis ojos y recibí en mis manos de limosna en más de catorce años que en veces fui tornera y en tres veces que fui priora.

Por mis pecados diré con toda verdad que experimenté muchas cosas de limosna y milagrosas por que si las rentas cobraba Aguilar y lo que se ganaba también se le daba a Aguilar, yo entré en el oficio de tornera, a los dos años de religión murió mi santa madre Ana de Jesús. Siendo cinco meses quedé yo sola en el torno sin conocer nadie / (f. 51v) ni pedía más limosnas sino era en la   —59→   iglesia todo esto era ocasión para que este santo convento padeciese algunas veces necesidades y ansí digo que Dios nos enviaba el sustento milagrosamente por que muchas veces hallé abriendo el torno; la docena de pesos cuando yo no tenía medio tomín y otras veces la media docena de pesos y otras de cuatro o cinco pesos y otras de dos o tres y esto sin saber quién los trajo sino sola la providencia de Dios que acudía en el tiempo de la mayor necesidad. Otras sin tener migajas de pescado en el convento me aconteció lo mismo, que en abriendo el torno hallaba algunos bobos asados y otras veces / (f. 52) tres o cuatro robalos secos y otras de róbalo fresco y otras de otros géneros como son; quesos, huevas, botijas de aceite y otras regalos de este género y frutas. Me aconteció hallarlas en el torno dándole vuelta sin haber sabido quien las puso sino sola la providencia de Dios por sola su bondad.

Y desde niña me decían que tenía estrella con ser amada de todo género de criaturas chicas y grandes altas y bajas y esto con estima y mucho respeto por que me dio Dios una gracia sobrenatural que yo no la conocía sino que me lo decían que era con mi vista y semblante componía cualquier persona que mirase. Por gracia sobrenatural era ocasión de buenos pensamientos / (f. 52v) y ansí a mis padres espirituales les oí decir que diese gracias a Dios por el don que me había dado por que para tener oración no había menester más de acordarse de mí, que esto sólo era medio para recogerse su alma para tener oración. Esto mismo me dijo un seglar que me certificó que era tanta la estima y reverencia que le causaba acordarse de mí que era medio para recogerse en su interior a tener oración y era persona muy espiritual. He dicho esto por que lo pide la ocasión. Pues empezándome a dar a conocer por que en muchos días no quise que nadie me conociera por algunos santos fines mas no me pude encubrir más. Y ansí me fue fuerza el decir mi nombre / (f. 53) de Capuchina y ansí me llamaban entre la gente seglar, Francisca de la Natividad, la Capuchina, pues ansí fue que empezaron a conocerme en la Puebla, fui tan conocida,   —60→   querida y estimada de chicos y grandes que era maravilla. Cobráronme tan grande amor que parecía que [era] alguna santa y ansí venían a porfía a descubrirme todos sus trabajos y aun todos sus pecados y tenía necesidad de decirles que mirasen, que aquello no se podía decir sino era al confesor. No me bastaba por que decían [que] en decírmelo a mí estaba su salvación y todo su consuelo[.]

De esta manera vine a ser medio para que saliesen muchas almas del mal estado en que estaban / (f. 53v) unos se casaban y otras se enmendaban y había gentes de todos estados y de hartas letras y se sujetaban a mí para ser como que fuesen niños de poca edad y como sentían provecho en sus almas decíanlo a otros y ansí ya no me podía valer de tanta de esta gente y mi madre priora lo vino a sentir y me dijo que les dijera que se fueran a los confesores y no vinieran al torno. Súpolo un santo capellán que teníamos entonces y llamó a mi madre superiora y díjole que no me estorbase el comunicar y consolar a las almas que venían al torno por que aquel era don sobrenatural y que mirase que se lo demandaría Dios si me lo estorba ba por que él sabía que se habían convertido / (f. 54) más almas en el torno que quizás con muchos sermones. Con esto me dijo, consolara a todos los que viniesen afligidos, negros y blancos de todo género, altos, bajos, con esto andaba mi nombre de unos en otros y no había discordia en la ciudad que no viniera al torno para que la tornera hiciera las pases. Y la verdad es que me dio Dios especial gracia para ello y ansí hice muchas pases. Sea la gloria de Dios cuyo es todo lo bueno y a mí la confusión por lo mal que me sabido aprovechar de los dones de Dios que como Dios vido la necesidad de este santo convento tomó por instrumento una cosa tan vil y baja como a mí para que resplandeciese más su misericordia por todo sea bendito / (f. 54v) que quiere que vamos al cielo por buena fama y también por mala.

Pues digo yo ahora [que] por este medio quiso Dios dar a conocer este santo convento por que no era conocido por haberse   —61→   estado en un barrio que estaba fuera de la ciudad y en una casa alquilada, pues empezaron ha hacernos tantas limosnas todas estas personas que hasta las negritas me traían sus regalos de todo lo que ellas podían como fruta, huevos y algunas tortas, de manera hubo tanto bienhechor en estas cosas de sustento que tenían como una santa envidia y por que no se corriesen algunas de las personas que habían tomado devoción de enviarnos / (f. 55) los jueves todo lo que era menester de tianguis de la cocina como son; tomates chicos y grandes, espinacas, acelgas, nabos, coles, cebollas, ajos, lechugas, rábanos, calabazas, coles, berenjenas, chiles secos y verdes y además de esto las frutas que daba el tiempo limas y naranjas y anonas, de todo enviaban para toda la semana cada una y eran cuatro o cinco los bienhechores que tenían esta devoción y ansí por no desconsolarlos era fuerza tomarla y ansí tenía yo trabajo de enviar a algunas personas pobres y con todo se perdía mucho.

Pues entre los demás, nuestro hermano Andrés de Arano enviaba sus muy buenas limosnas, más era con todo secreto por que / (f. 55v) mandaba al negro que traía el recaudo que no dijese su nombre y ansí no lo conocía, pues como yo conocía ya sus limosnas que eran de persona generosa vino un día el negrito con su limosna y ansí no me quiso decir quién lo enviaba. Estaba presente un negrito de casa, preguntele si conocía a aquel negrito que había traído aquel recaudo, díjome; madre este negrito es de Andrés de Arano y él se queda en la esquina hasta que el negro da el recaudo, dije; pues llámamelo acá. Llamole y vino y agradecí las limosnas que nos había hecho mas que no era justo que se encubriese más, sino que todas las religiosas lo reconociesen para que como a tan gran bienhechor lo encomendasen / (f. 56) todas a Dios en sus oraciones. Quedó de esto muy agradecido que me dijo que pues ya le había conocido fuese para mandarle y para servirme de todo lo que quisiesen en su casa, no fueron palabras de cumplimiento por que se vido por la obra que obró, que cobró   —62→   tanto amor y estima de esta santa casa que no paró hasta que se hizo hermano nuestro con grande estima de que le hubiesen admitido por su hermano espiritual. Desde ese día estuvieron las puertas de su casa y de su alma y de todo lo demás de su casa todo estuvo abierto para cada y cuando yo enviase por cualquier cosa, de manera que lo que tenía era como tenerlo nosotras.

Conjurome de parte de Dios que le dijese todas las cosas / (f. 56v) que habían menester [para] las religiosas sanas y las enfermas, ha sido vestido como sustento y regalo lo que si yo faltase en esto me lo habían de pedir en adelante de Dios por que cuando él no tuviera esclavos él mismo tomaría la capa y iría a la plaza aunque no fuese sino por un tomate y para la más mínima cocinera de esta casa y ansí lo hacía que se hacía cocinero. Buscando cuando alguna estaba mala andaba buscando alguna comadre o conocida suya para que se hicieran algunos guisados que fueran buenos para sus enfermas descalzas. Yo empecé a pedirle y no fui nada corta por que todo lo que las madres habían de menester sus / (f. 57) bocas eran sus medidas; de famosas estameñas para túnicas, tocas y hábitos. Crea para los faldellines y hasta los pañuelos de narices mandaba a buscar. Por que fuesen, los rosarios, las agujas, los dedales, los alfileres, hilo, las tijeras para cortar, las tijeras para despabilar, en su celda las tijeras y unas para la iglesia. Los olores en abundancia para la iglesia, los lienzos para la iglesia conforme yo se los pedía, para albas o manteles o palias y otros géneros que eran menester, la seda, oro hilo que era menester para lo que se había de hacer[.]

En muriéndose una religiosa era cosa sabida que se había de gastar en el entierro y novenario y con esto una limosna / (f. 57v) en dinero para que se le mandasen decir misas por la difunta. Hasta que murió nos dio las bulas de limosna. Yo enviaba por dinero prestado a su casa era para nunca pagarlo, todo lo que hay o la mayor parte han roto asta ahora a sido dado de su mano, todo lo rico que tiene la iglesia ha sido a su costa con mi poder. La primera   —63→   vez que fui perlada hicieron las religiosas todas las cosas ricas que tiene la sacristía e bordados y de labrados y todo género de manteles y palias, corporales, purificadores, como altares, amitos, pañuelos de narices para los sacerdotes, paños / (f. 58) para las vinajeras y algunos del cáliz, toallas.

Todo lo rico dejé yo acabado antes que saliera del amargo priorato y por curiosidad hice que se apreciara haber la costa que tenía el trabajo de manos y se apreció en más de mil y tantos pesos que según lleno de oro y perlas y seda y de lienzos llegaría a más de tres mil pesos. Para las palabras de la consagración, las ricas costaron seiscientos pesos de hechura y más de doscientos tienen de piezas de oro y de piedras de valor, las de la madre de Dios de la Concepción costaron más de doscientos, digo las palabras de la consagración, digo dos alfombras, digo tres y un tapete muy lindo, ciriales, dos blandones y dos candeleros, calderillas del agua bendita vinajeras y una salvilla muy rica / (f. 58v) cálices y hasta tres piezas todas sobre doradas y esmaltadas muy curiosamente, dos visos muy ricos el uno del todo, el otro en alguna parte hice, y dos para las hostias costaron ochenta y un pesos y un cajón que de hechura costó doscientos y el ornamento de Milán que vale más de dieciséis mil pesos. Atril de china y misales, dos lámparas de plata y lo demás del retablo del altar mayor y el de la Purísima Concepción, monumento que costó cerca de tres mil pesos, de las andas de ébano puso la mayor parte, las puertas de la iglesia para su clavazón, la mayor parte de los florones de las bóvedas de la iglesia / (f. 59) la mayor parte para el púlpito y reja de la iglesia, la mayor parte de un cuadro para acá adentro, lienzos trescientos [pesos] para que se hiciesen. La tribuna, una es hechura de un niño que costó treinta pesos para la tribuna, coronas muy ricas de la Madre de Dios de la Concepción y la virgen del Carmen del altar mayor, de perlas y de una sortija que costó tres cientos pesos y una sarta de cuentas de oro de filigrana muy curiosa que costó quinientos pesos y por lo menos valen las perlas y joyas de la   —64→   Purísima Concepción más de tres mil pesos, los dos altares mayores de la Purísima Concepción no me acuerdo lo que costaron, sólo sé que costaron mucho por que todo paso por mis manos por que fue tanta su humildad que no gustó de que nadie supiera que él lo hacía sino el convento en nuestro nombre. Envió a Milán para que se hiciese el ornamento que se estuvo en hacer cuatro años y lo solicitó con muchos presentes de cajetas, de chocolate que enviaba cada año y todo en nombre de las madres descalzas, de manera que era su gloria que yo le pidiese para la iglesia más no lo había de ser nadie.

Era sobre manera inclinado a las cosas de la iglesia y altares y su adorno y ansí en esto nos parecíamos los dos y por mi inclinación, que si era que todo cuanto hay / (f. 60) en el mundo que fuese bueno, rico y vistoso se emplease en las cosas del servicio de Dios y en sus iglesias y altares. Pues como yo tenía y tengo tanta inclinación Dios me envió a nuestro hermano para que se hiciesen todas estas cosas para que se empleasen en el servicio de mi Dios y mi Señor y como estuve cinco años en el torno y luego fui por mis pecados priora, tuve tiempo para que quedase todo acabado y ansi después para acá, las que han entrado no han tenido que hacer por que de todo quedó mucho hecho que ha habido bien que romper más en las otras dos veces que lo he sido.

Como tengo inclinación y había quien me la podía cumplir hice mucho a su costa, hice un ornamento negro / (f. 60v) por que no lo tenía el convento y otras cosas muchas de albas y de lo demás que habían de menester los altares que todo lo quería emplear en cosa de los altares e dicho esto por que aunque sea tasado en ochenta mil pesos, liquidó nuestro hermano Andrés de Arano a este santo convento por haber pasado todo por mis manos, digo que fue mucho más de ochenta mil pesos y aun yo misma sé que me olvido de muchas cosas que no he dicho pero que a veces ya de cincuenta pesos, ni de cuarenta, ni de veinte aún de ciento y aun de doscientos pesos no trato por que en veces se los pedía y se quedaban sin pagar más para / (f. 61) con Dios que lo tiene en su   —65→   eterna memoria para premiarle no se habrá olvidado nada que todo lo habrá tenido en su memoria para habérselo ya pagado el que fue tan liberal con sus esposas que jamás le pidieron cosa en su nombre y por su amor que no lo diese y es todo tan desinteresadamente que nunca pidió ni un ave María ni nos la dejó de obligación ni una misa, de manera que todo fue dado graciosamente. Por puro Dios dejó siete misas dotadas con sus rentas y estas las diese el convento por su limosna mas ningún era en agradecimiento de lo mucho que ha recibido.

He dicho esto por que mi padre, la misericordia de Dios por que nuestras / (f. 61v) madres desecharon a los que querían ser fundadores a peso de sangre de la que pedían que habían de hacer por ellos las religiosas y como por estas demasías no quisieron que los hombres fuesen sus patronos y ansí escogieron por sus verdaderos patrones a Jesús, María y José y a mi Madre Santa Teresa de Jesús que ansí ellos nos buscaron y trajeron a nuestro hermano Andrés de Arano para que fuese nuestro patrón y para decir de una vez digo lo escogió Dios para que fuera nuestro padre en la tierra, para qué si no fue haciendo oficio de padre como él lo hizo fuera imposible que este convento hubiera dejado de padecer muchas / (f. 62) necesidades que padecería sin duda ninguna como yo lo sé. Dios haya sido su galardón y se haya pagado con muchos grados de gloria pues lo hizo tan desinteresadamente que parece sin duda que sí fuéramos sujetas a nuestra sagrada religión que sin duda le dieran nombre de patrón o por mejor decir de padre, quisieren lo merece y han merecido sus santas y desinteresadas obras tan llenas de mucha caridad, no digo en esto más aunque pudiera decir mucho, dígalo Dios que todo lo sabe.

Casi en este tiempo nos trajo Dios mayordomo que sin medio tomín de interés ha servido a este / (f. 62v) santo convento con el amor que lo pudiera ser si fuera padre de cada una de las religiosas dejando de acudir muchas veces a los negocios de sus casas y hacienda por acudir a las obras y cosas necesarias de este santo   —66→   convento que por su grande solicitud y cuidado se labró este convento e iglesia en pocos años. Tan guardose de las cosas y hacienda del convento a sido para alabar a Dios y ver sus cuidados faltando algunas veces multiplicar su hacienda por aumentar la del convento y en todos estos años no ha visto el rostro a ninguna religiosa aunque ha sido fuerza para algunas obras dentro del convento que se han / (f. 63) ofrecido en las cuales me he hallado presente y ansí se debe de hacer memoria de él con mucha estima y agradecimiento por que se le debe, que no ha sido mayordomo sino un padre de este santo convento llamado Pedro de Jáuregui y Barcena que es cierto que como es nombre vizcaíno no acertaba ponerlo y ansí va harto mal como lo demás que es cierto mi padre que pues yo escribo esto que puedo decir que el amor todo lo allana pues no tengo vergüenza de que hayan de ir a manos de mi padre estos borrones que yo misma no los quería volver a leer. Quiera Dios que vengan a ser e algún provecho para su mayor gloria que con esto yo lo daré por bien empleado mi trabajo que cierto que como lo hago / (f. 63) tan mal y con tantas ocupaciones es de más trabajo por que como empiezo tantas veces y lo dejo de la mano, y lo otro la mala memoria, de ser milagro si yo acierto a acabarlo comenzando bien.

Dije yo que se me habían de olvidar muchas cosas de lo que dio nuestro hermano Arano y fueron las sillas de terciopelo carmesí de Castilla hasta cocos grandes guarnecidos de plata para el vino de la sacristía yo aseguro que se me olvida de que en todos sus testamentos dejaba siempre a este santo convento por su heredero y como le dio aquella enfermedad y se le trabucaron los sentidos para que no hiciera lo que él había deseado / (f. 64) que era que de todas sus cosas gozara esta santa casa que si en el cielo cupiera pena no dudo sino que la hubiera de ver que no se cumplieron sus buenos deseos por que no se los dejaron cumplir por tomárselo todo. No hay sino dar gracias a Dios por cuanto sí se lo permitió, bendito sea su Santísimo nombre Amén.



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ArribaAbajo Fundadora, cronista y mística, Juana Palacios Berruecos / madre María de San José (1656-1719)30

Kathleen Myers


Universidad de Indiana

La historia de la primera santa de América, Rosa de Lima (1582-1617) revela la manera en que una mujer era capaz de seguir el modelo medieval de piedad femenina así como la forma en que la Iglesia y la sociedad del siglo XVII definían dicha vida como la de santidad, digna de veneración popular así como de la aprobación oficial Católica31. Sin embargo, la vida de la santa peruana iba en contra del modelo establecido por Santa Teresa de Ávila, la santa por excelencia de la Contrarreforma. La decisión de Rosa de permanecer fuera del convento y seguir prácticas penitenciales extremas refleja una expresión casi inalterada de piedad femenina como la de Santa Catalina de Siena, lo cual restaba importancia a los intentos de la Contrarreforma de restringir las prácticas espirituales individuales y de enclaustrar a las mujeres.

Aun así, Santa Rosa de Lima junto con Santa Teresa de Avila se convirtieron en arquetipos de virtud heroica-el requisito esencial además de la pureza doctrinal y el seguimiento de las virtudes teologales y cardinales necesarias para alcanzar la santidad a partir del Concilio de Trento. ¿Qué sucedía cuando estos modelos conflictivos eran imitados por otras mujeres en la América española? ¿Cómo adaptaban sus vidas espirituales a las representaciones de las vidas de las santas occidentales, arquetipos a menudo contradictorios? ¿Cuáles llegaron a ser las características que definían la auto-representación de una mujer religiosa a mediados de la época colonial en la América española?

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A mediados del siglo XVII cuando el proceso de canonización de Rosa era renovado en Lima y Roma, otra mujer joven en una hacienda rural en las afueras de un pueblo indígena en Nueva España llevaba una vida a imitación de la de Santa Rosa. Juana Palacios Berruecos (1656-1719) había sido llamada a la vida religiosa en una visión durante su infancia y había comenzado inmediatamente una extrema práctica ascética. Como Santa Rosa, que tomó el hábito dominico, Juana se convirtió en una beata laica que más tarde tomó las órdenes terciarias del hábito franciscano. Pero a diferencia de Santa Rosa, que siempre tuvo la intención de permanecer fuera del convento, Juana buscó la seguridad de tomar el velo como esposa de Cristo y el voto de clausura perpetua. De hecho, tuvo que esperar por más de dos décadas para alcanzar su deseo, teniendo que ir en contra de la voluntad de su familia. Santa Rosa de Lima murió a los treinta y un años, y a esa misma edad Juana finalmente se regocijaba de poder ser considerada «muerta al mundo» cuando ingresó al Convento de Santa Mónica en Puebla, México (1687). Después de profesar sus votos finales cambió su nombre al de María de San José.

La Madre María de San José, deja ver en sus escritos que durante los veinte años que vivió en la hacienda como religiosa laica, había observado una práctica ascética y mística siguiendo los modelos medievales establecidos por Santa Catalina de Siena e imitados por Santa Rosa de Lima. Aunque María de San José nunca menciona los nombres de estas santas en sus más de doce volúmenes de escritos, describe muchas veces su propia práctica con las palabras verbatim de la vida de Santa Rosa, como su ayuno, retiro en una choza en la huerta para oración y mortificación, pactos secretos con indios que la ayudaban en sus prácticas penitenciales, y el matrimonio místico con Cristo. También menciona haber seguido u oído acerca de San Pedro de Alcántara, el ascético español conocido por su extrema penitencia; el popular ermitaño italiano San Antonio de Padua; la Regla de San Francisco para las monjas clarisas, y varios libros de ejercicios   —69→   espirituales32. Quizás más revelador que una lista de las influencias en su vida secular son las menciones de sus modelos una vez que tomó el velo y empezó a escribir. Los autores que cita con más frecuencia fueron; Mariana de San José, fundadora de la orden de Agustinas Recoletas a la que ella perteneció, Santa Teresa de Ávila y María de la Antigua, otra monja española y escritora de obras devocionales33. Una vez en el convento, la mayoría de los modelos de María de San José fueron otras monjas cuyos textos reforzaban las enseñanzas de la Contrarreforma sobre la clausura religiosa y el cuidadoso control eclesiástico de los escritos de la vida espiritual. A continuación, examino la vida y escritos de María de San José que muestran cómo las ambigüedades encontradas en las vidas y los procesos de canonización de Santa Teresa de Ávila y Santa Rosa de Lima tuvieron mucho que ver con la forma en que una religiosa del siglo XVII en Hispanoamérica vivía y escribía. Los diarios de María de San José forman la base del análisis de este capítulo34.


La vida de María de San José, fundadora de convento y mística

De acuerdo con su propio relato, María nació el 25 de abril de 1656 en una hacienda de labor, una propiedad agrícola rural aproximadamente a siete leguas de Puebla de los Ángeles y a media legua del importante, aunque pequeño, pueblo indígena de Tepeaca. María de San José pasó dos décadas de su vida añorando vivir en un centro urbano donde tuviera acceso a un confesor, a la misa diaria, y a los conventos. Hija de criollos bien acomodados de Puebla, Antonia Berruecos López y Luis Palacios y Solórzano, María era una de ocho hijas y un hijo, y la sexta hija en línea para una dote, la cual era a menudo necesaria para el matrimonio o para entrar en un convento. La pareja se había mudado de Puebla a la hacienda con el fin de administrarla y criar a su familia.   —70→   Lamentablemente, la suerte no los acompañó y llegaron a tener grandes deudas sobre sus propiedades a la hora de la muerte de su padre (ca. 1667). la costosa dote de 3000 pesos normalmente requerida para tomar el velo como esposa de Cristo, fue un obstáculo para María y dos de sus hermanas que también querían ser monjas. Sin embargo, gracias a la caridad, a veces renuente, del Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz y de otro patrón, las tres jóvenes lograron finalmente llegar a ser monjas, aunque sólo después de varios de intentos fallidos. De la misma manera, gracias a la buena posición social de la familia, y al hecho de que las dotes matrimoniales podían consistir a menudo en propiedades heredadas, las otras tres hermanas lograron casarse con miembros de prominentes familias locales35.

Siguiendo un patrón típico de la hagiografía, María relata que poco después de la muerte de su padre, cuando ella tenía solamente diez años, experimentó una conversión repentina y dramática a la vida espiritual. María había participado en la rutina familiar, cosiendo con su madre y hermanas, escuchando a su padre y hermano leer las vidas de santos, y jugando con sus hermanas y vecinas durante su tiempo libre. Un día, sin embargo, mientras jugaba a moler arena con sus amigas y maldecía a una de ellas, María vio un relámpago que cayó en una pared, la cual se derrumbó y mató a un caballo. Después de correr a su casa tuvo una visión del demonio, en forma de un mulato desnudo que le dijo: «Mía eres, no te has de ir de mis manos». Posteriormente, otra visión de la Virgen María en la que le ofrecía desposarla en matrimonio místico con Cristo, convenció a María de tomar los votos de esposa de Cristo: obediencia, castidad y pobreza. A partir de ese momento, María siguió una vida ascética, imitando a los santos y siguiendo cuidadosamente la lectura de libros de ejercicios espirituales. Aunque su familia frecuentemente reguló sus prácticas penitenciales, María describe un horario riguroso de oración, ayuno, y trabajo que era complementado con sesiones de mortificación, incluyendo el uso de sayal y cilicios, así como el no hablar o mirar a nadie.

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Muchos elementos de esta descripción siguen las directivas convencionales de la vía espiritual. El relato de María es sorprendentemente detallado con respecto a los conflictos que tuvo con su familia a causa de su vocación religiosa y la oposición familiar al llamado de ésta. Un elemento narrativo convencional, es relatado minuciosamente por María quien nos ofrece ejemplos de las situaciones a menudo contradictorias en que la sociedad colocaba a mujeres con esa inclinación. Mientras que el ayuno extremo, mortificación y dedicación a Dios eran considerados en alta estima, también causaban graves preocupaciones dentro de muchas familias. En el caso de los Palacios Berruecos, las tensiones surgieron a causa del temor de que se agotaran los recursos familiares para las dotes, y que se afectara la reputación de la familia por tener a una joven que pasaba tanto tiempo sola en el jardín y que secretamente usaba una sirvienta india para sus prácticas penitenciales. la rivalidad, los celos y el afecto entre hermanas también desempeñaron un papel importante, ya que una hermana competía por la dote y las otras temían perderla si María entraba a la clausura perpetua.

Esta dinámica familiar quebrantó las buenas intenciones y la salud de María, quien comenta que el ambiente conflictivo y la dureza de sus prácticas le causaron una enfermedad que le duró de cinco a siete años. María fue diagnosticada de «mal de corazón» y después de varios tratamientos riesgosos, los doctores concluyeron que no se trataba de una enfermedad natural, sino de una enviada por Dios. En todo caso, ésta dejó a María inválida, experimentando a veces ataques de movimientos incontrolables y otras veces quedando casi paralizada necesitando que sus hermanas la ayudaran a moverse por la casa, alimentarse y vestirse. María dice que sólo con la partida al convento de su hermana más conflictiva, Francisca, quien tomó el velo en el Convento de San Jerónimo en Puebla alrededor de 1674 y con la intercesión de su santo favorito, San Antonio de Padua, pudo curarse y volver a su rigurosa práctica espiritual.

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Entonces, con casi dieciocho años y en edad de tomar el velo, ella misma comenzó una serie de intentos para entrar al convento. Años más tarde, en 1687, un fraile dominico que conoció al Obispo Santa Cruz, intercedió por ella y alcanzó la promesa del renuente obispo de darle a María, que ya tenía su dote, un sitio en uno de los recién fundados conventos para «niñas pobres y virtuosas. Estas habían de ser nobles y de buena gente, y que fuese de buena cara» (vol. I).

La entrada al convento no hizo que cesaran los conflictos. Los primeros cuatro años de María estuvieron plagados de dudas en sí misma, enfermedad, incapacidad de hablar con su confesor, tormentos del demonio y reprimendas de sus hermanas en religión. Relata en el Volumen II que el mismo día que ella entró al convento, comenzaron las pruebas con una hermana de religión. Además, durante el primer año se le imponían a las novicias tareas extraordinarias para probar su capacidad de perseverancia y obediencia. Al tomar los votos finales un año más tarde, María aceptaba vivir en una comunidad de alrededor de veinticinco monjas que dedicaban sus vidas a rezar por la grey cristiana. A partir de entonces, vivió una vi da reglamentada: tenía que comer a horas designadas, rezar el oficio divino regularmente a lo largo del día, hacer tareas asignadas por la abadesa y hacer todos los trabajos en completa obediencia a sus superiores. Para dormir contaba solamente con una pequeña celda individual con una tarima para dormir, silla, mesa y un crucifijo. Por un lado, poder tener su propio espacio privado había sido algo difícil de obtener en su hacienda y ella exclama «mi celda parecía como un pedacito de cielo». Por otra parte, quizás a causa de la relativa libertad que disfrutaba en la hacienda, la vida mucho más reglamentada del convento resultó difícil al principio. María cuenta que fue azotada y arrastrada por la Prelada por no usar correctamente su hábito y por llegar tarde al Oficio Divino; las hermanas se mofaban de ella por sus prácticas extremas de mortificación; los médicos la trataron   —73→   con más de una docena de sangrías por varias enfermedades; y tres demonios, según su relato, la atormentaban probando su paciencia y castidad. En un momento, María hasta describe, a través de la voz del demonio, pensamientos de suicidio.

No obstante, estos mismos años estuvieron llenos de vívidas y consoladoras visiones de Dios, Cristo, la Virgen María, santos y ánimas. Durante momentos de oración y al tomar el sacramento de la comunión, María tuvo frecuentes visiones en las que se le aseguraba que estaba en el camino de Dios o se le instruía sobre algún punto doctrinal. Por ejemplo, mientras María cosía en su nuevo trabajo como ropera, describe haber visto con vista interior una cama de flores con Cristo; en otra visión, bebió de la herida del costado de Cristo; y aún en otra, su corazón se ensanchó tanto del amor a Dios que la monja de la enfermería luego testificó que dos de sus costillas estaban más levantadas que las demás. En un volumen más tardío, María relata cómo Dios le dijo a ella directamente que era una hermosa esposa para Él. Es esta experiencia visionaria la que finalmente llamó la atención de su confesor cuando, tras cuatro años de silencio, ella comenzó a hablar sobre la misma. De hecho, el confesor se lo informó al Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, quien cinco años atrás había cesado su oposición a la profesión de María. Entre 1691 y 1692, el obispo había cambiado suficientemente de opinión y le pidió que escribiera una relación de su vida espiritual.

Cinco años más tarde, María de San José se había distinguido como una monja modelo. El Obispo Fernández de Santa Cruz la escogió para ser una de cinco fundadoras de un convento de Agustinas Recoletas en Oaxaca, y aún más, para ser la maestra de novicias, entrenando a todas las futuras monjas del convento, función que desempeñó hasta su muerte en 1719. Como describe María en los Volúmenes IV y X, después del largo viaje a Oaxaca y los primeros días para establecer el convento, se encontró de nuevo con una miríada de dificultades. La relación entre los miembros   —74→   del pueblo y el nuevo convento era delicada. Las monjas fueron acusadas primero de haber enviado a Puebla la venerada estatua de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora de la Soledad. Más tarde fueron también acusadas de dar las dotes dejadas por el benefactor del nuevo convento para mujeres locales, y dárselas a jóvenes de Puebla para que pudieran entrar en el Convento de Nuestra Señora. Este último conflicto duró años y alcanzó tal magnitud que se tuvo que consultara al ayuntamiento, al obispo, y hasta al virrey para poder resolver la disputa. El relato de María demuestra la aguda rivalidad que existía entre Puebla y otras ciudades con respecto a sus instituciones religiosas y sus bienes36. Además de retos externos, el relato de María de San José describe recaídas de sus enfermedades, dificultades con novicias obstinadas, confesores que se cansaban de ella y la abandonaban, y vívidas tentaciones del demonio.

A pesar de estos obstáculos (o quizás como parte del proceso), la vida espiritual de María progresó de las intensas visiones individuales que caracterizaron su vida en Santa Mónica, a una etapa de servicio al mundo. Muchos de sus volúmenes posteriores demuestran cómo junto a las continuas revelaciones que la acompañaban a lo largo de su propio viaje espiritual, sus poderes de profecía e intercesión aumentaron. Intercedió ante Dios por un gran número de personas, como por ejemplo, el Papa Clemente XI (durante una controversia en Roma); el Obispo de Oaxaca, Ángel Maldonado (el conflicto sobre su propuesta elección como Arzobispo); su familia biológica y su familia religiosa (generalmente por sus almas); y pueblos enteros, tal como Puebla (ella ve a sus habitantes «sin cabezas» en 1708 a causa de una controversia del momento); Oaxaca (durante terremotos, sequías e inundaciones); y San Lorenzo (un pueblo con muchos descendientes de origen africano). María describe su propia vida como una «misionera encerrada» que trabajaba muy de cerca con Dios. Siguiendo el camino de la Cruz, la imitatio Christi, y la vía mística, María de San José llegó a ser una poderosa intercesora. Después de medio   —75→   siglo de vivir una vida dedicada a Dios, murió el 19 de Marzo de 1719, tras varios meses de altas fiebres y escalofríos. A la hora de su muerte, como relata su biógrafo en tradición hagiográfica, el rostro de María tenía un resplandor juvenil y su cuerpo despedía un dulce aroma. Todas las autoridades eclesiásticas de Oaxaca asistieron a su funeral, y el pueblo quiso entrar a la iglesia y tomar pedazos de su túnica como reliquias.




La vía mística, discernimiento, escritura y autoridad

La historia de la vida de María de San José y los diarios deben ser encuadrados dentro de un movimiento espiritual y religioso que floreció en los centros urbanos más importantes de Nueva España, la ciudad de México, sede del Virreinato, y Puebla de los Ángeles. Ambos habitados por numerosa y piadosa población criolla y fundadores docenas de instituciones religiosas en el siglo XVII. En Puebla, el sitio del primer convento de Agustinas Recoletas, donde profesó María de San José, los obispos, Juan de Palafox y Mendoza y Manuel Fernández de Santa Cruz, habían promovido a la ciudad como un importante centro religioso en el Nuevo Mundo. Cuando María de San José tomó el velo en 1687, Puebla tenía el número más alto de conventos per cápita, y publicaba el mayor número de vidas biográficas de sus propios beatos en las Américas37.

Los biógrafos explicaban que Puebla estaba lista para su propia santa y que Dios la había bendecido con el florecimiento de la virtud cristiana. Aunque muchos autores devocionales novohispanos adoptaron inmediatamente a Rosa de Lima como suya, otros desearon intensamente contar con un santo local que pudiera demostrar el favor divino en su ciudad. En búsqueda de un santo propio, los poblanos escribieron, publicaron, y enviaron a Roma docenas de biografías hagiográficas. Tres religiosas poblanas de la primera mitad del siglo XVII, ganaron apoyo popular e   —76→   institucional por su santidad; María misma cita a dos de ellas en sus propios diarios (María Magdalena y María de Jesús)38. Aunque parece que el caso de María de San José fue tan débil que nunca llegó a registrarse en el Vaticano, un pequeño grupo de candidatos originarios de Nueva España sí fueron admitidos al largo y costoso proceso de canonización, pero sólo dos alcanzaron el estado de beatificación y ninguno fue canonizado durante los siglos XVII y XVIII39.

A pesar de la falta de éxito del caso de canonización de María de San José en Roma, sus contemporáneos en México parecen haber estado de acuerdo en su estimación de que habían sido testigos de la vida y muerte de una escogida de Dios que disfrutó de la unión mística con Él. Las páginas preliminares de la biografía de María, escrita por Sebastián Santander y Torres, Vida (1723), tienen todas las licencias y aprobaciones obligatorias de las obras publicadas en este periodo, dictadas por religiosos letrados que habían examinado y aprobado el material que iba a ser publicado40. En búsqueda de señales de herejía o visiones falsas, las autoridades eclesiásticas examinaron la naturaleza de la vi da espiritual y los escritos de María de San José, y los encontraron no sólo canónicamente ortodoxos, sino también dignos de emulación. El material preliminar incluye varias cartas confirmando el valor de los escritos de María, incluyendo un testimonio del Obispo Fernández de Santa Cruz, un reconocido «definidor» de materias espirituales.

El «parecer» del calificador, Luis de la Peña, es el más extenso y más claro para entender la naturaleza elaborada y meticulosa del discernimiento de la vida espiritual de una persona y su observancia de las directivas de la Iglesia. Su fallo fue a favor de María por tres razones: 1) sus visiones fueron numerosas y basadas en una vida de virtud; 2) el tipo de material encontrado en las visiones seguían las reglas de no introducir nueva doctrina o contradecir previos visionarios y las Sagradas Escrituras; y 3) María de San José misma era saludable, silenciosa, virtuosa, y no rica, demostrando una vida   —77→   ecuanimidad exenta de falsas visiones. En su discusión de cada una de estas áreas de examinación, se destacan los modelos religiosos la época. Las obras claves acerca de la vida visionaria y su discernimiento incluían las de San Francisco de Sales, Martín del Río, y Raphael de la Torre. Los modelos de mujeres místicas eran las santas medievales como Santa Brígida, Santa Catalina de Siena, Santa Gertrudis, e Hildegard de Bingen de origen renano, así como la beata española Juana de la Cruz. La licencia de aprobación del Canónigo de la Catedral añadía a la lista otras mujeres santas; Isabel, Clara, Margarita de Pazzi, Teresa de Ávila y dos mujeres de la misma puebla: Isabel de la Encarnación y María de Jesús (de las cuales se habla en el primer capítulo de esta antología). Al otro extremo del espectro, el calificador advierte sobre casos tales como aquéllos de «falsas visionarias»: Magdalena de la Cruz (Córdoba) y María de la Anunciación (Portugal), y varias otras de Perú y México. Todas las licencias concluyen que María de San José siguió los pasos de sus santificadas madres místicas, aunque una de las licencias admite el carácter poco usual de sus escritos. No obstante, De la Peña las aprobó apoyándose en la virtud heroica que María demostró en la confesión general de su vida en el Volumen I.

Santander y Torres también describe los peligros de herejía y de los alumbrados en su prólogo y asegura al lector que María de San José los evitó por medio de la confesión frecuente. Su «corazón varonil» fue digno de Cristo, quien cuidadosamente la guió a través de una vía espiritual llena de asechanzas. El autor demuestra punto por punto cómo María vivió una vida de virtud heroica y fue un ejemplo brillante de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Aún más, Santander y Torres defiende los escritos de María arguyendo que probaban que ella había alcanzado la unión mística con Dios en varias de sus visiones más extraordinarias41.

Además de tratar de la ortodoxia de sus prácticas espirituales, todas estas licencias destacan el rol de María de San José como mujer en la Iglesia. Se consideraba que las mujeres desempeñaban   —78→   un papel importante, aunque a menudo contradictorio, en la Iglesia de la Contrarreforma. Corrían más riesgo que los hombres de caer en tentación e ilusión, pero eran más capaces de la unión íntima con lo divino. Las mujeres como María de San José llegaron a ser descritas como «vasos purísimos» los cuales Dios llenaba de sus favores y gracia más dulces. También podían considerarse como «monstruos [...] de virtud», «columnas de oro» y «colosso de perfección». Todas eran más propensas a «incendios» que a un «discurso» razonable.

Aunque nunca alcanzó la más alta distinción institucional dentro de la Iglesia Católica y ni siquiera, aparentemente, fue objeto de veneración local, María de San José tuvo un papel importante en el desarrollo y promoción de la iglesia en Nueva España. Las 2000 páginas de manuscritos que forman sus diarios ilustran claramente cómo trató afanosamente de seguir los modelos de santidad y luchó por establecer un papel para sí misma dentro de la Iglesia. Durante por lo menos veinticinco años, documentó su vida espiritual para Dios y sus confesores (ca. 1691-1717). Dejó material muy valioso en el que registró su propia experiencia para soportar las pruebas que le imponía Dios, y los éxtasis propios de la vía de perfección. A menudo escribiendo para dos obispos conocidos por su defensa de la vía mística, el Obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz y el Obispo de Oaxaca Ángel Maldonado, María de San José participó a un alto nivel en los esfuerzos de la Iglesia institucional para expandir el rol activo de las mujeres como fundadoras y escritoras42.

Tanto confesores como obispos pidieron a María que escribiera sobre sus experiencias espirituales, a modo de una autobiografía espiritual formal (vida), notas confesionales (cuenta de conciencia), crónicas de la fundación del convento, y las vidas de otras personas y sus propias profecías43. Tales informes fueron parte del proceso de controlar la vida espiritual de una visionaria o mística. La tradición, por lo menos desde los tiempos de, Santa   —79→   Teresa de Ávila, establecía que los confesores pidieran periódicamente relaciones escritas sobre cómo las monjas seguían el camino a Dios o de cómo vivían sus experiencias visionarias.

Estos escritos formaban la base para determinar la legitimidad y ortodoxia de la experiencia de la persona, la cual, si era considerada herética, podía entonces pasar a manos de la Inquisición o, si era considerada favorecida extraordinariamente por la gracia divina, recibía la aprobación de las autoridades quienes podían usar los escritos como base de publicaciones didácticas. La dinámica de las relaciones autor-lector, confesado-confesor es crucial para la construcción de la escritura. Aunque sus escritos nunca fueron publicados durante su vida, a sólo cinco años de su muerte la importancia de la vida de María de San José se hizo clara debido a la proliferación de publicaciones relacionadas con su vida y obras. Primero, un sermón panegírico (ca. 1720) y dos ediciones de la biografía hagiográfica de Sebastián Santander y Torres (1723, 1725) documentaron el modelo de conducta de María de San José. Estos fueron pronto seguidos por una petición oficial del Obispo Ángel Maldonado proponiendo su canonización. En estos mismos años, se publicaron las dos primeras ediciones de las Estaciones de María, una obra que se reimprimiría por lo menos dos veces más durante el siglo XVIII.

Cuando María comenzó a escribir la historia de su vida, estaba muy consciente de su papel como escritora por obediencia. Su aparente estilo coloquial, a menudo mal interpretado por los lectores del siglo XX como un estilo espontáneo y no educado, disfraza una codificación de casi todos los aspectos de su experiencia44. En el centro de los diarios de María, y especialmente de aquellos que reflejan géneros más formales como la Vida y las Estaciones, yace una narrativa cuidadosamente construida con pasajes que siguen fielmente las reglas y directivas para la ortodoxia y la santidad. El Volumen I, la historia de vida confesional más formal de María de San José, provee la clave para comprender este   —80→   proceso. Comienza el volumen con una historia de su labor como escritora desde 1691 a 1705, y una lista de quién ordenó, leyó y registró oficialmente sus cuadernos. La lista incluye los eclesiásticos más notables de Puebla. Este relato es, a la vez de informativo, una estrategia para establecer la autoridad de sus escritos previos y sugiere el mismo trae consigo cierto peso oficial.

En un volumen posterior, María se vale de otros mecanismos para establecer su autoridad. Primero, presenta una guía para comprender la naturaleza de las visiones. Utilizando la tipología prescrita de las tres categorías de visiones (corporal, interior e imaginativa) y sus efectos en la religiosa, el relato prueba que las propias visiones de María de San José están conscientemente inscritas dentro de esas categorías. Segundo, María invoca directamente la protección de Santa Teresa de Ávila y del Autor Divino. En una ocasión, refiere la monja que la propia Santa le prometió cuidar de sus escritos. En muchos otros casos, Dios mismo se le aparece a María de San José y los autoriza.

La invocación y transcripción de las palabras de Dios revela una codificación y proceso textual más profundos en las obras de María de San José: la tríada mística. Basada en una relación triangular entre Dios, el clero y las monjas que era a menudo ambigua, cambiante, y fácilmente manipulada y mal interpretada. Esta asociación caracterizó a casi todos los relatos autobiográficos de las religiosas del periodo, en ella Dios como autor divino de toda forma de vida (y por lo tanto de textos), ponía al clero como intercesor en la tierra. Sacerdotes, clérigos, obispos y frailes hacían votos de guiar almas hacia Dios y eran reconocidos como los intérpretes, oficialmente ordenados, de la voluntad del Señor. Ya que los sacramentos, en particular la confesión, habían llegado a ser de suma importancia en la implementación de la Contrarreforma después de mediados del siglo XVI, los confesores tenían más acceso y autoridad para juzgar la vida de una persona para pedir relatos orales o escritos o una confesión general de toda la vida.

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Por su parte en esta tríada, las monjas tomaban votos de obediencia a sus confesores y, por lo tanto, tenían la obligación de cumplir con todas sus órdenes. No obstante, la propia naturaleza de la experiencia visionaria significaba que Dios hablaba directamente al individuo, sin la necesidad de un intermediario. Ya que las mujeres eran consideradas más propensas a las visiones, la situación más típica que se daba era una en la cual Dios hablaba directamente a una mujer como María de San José, quien actuaba como un instrumento a través del cual enviaba mensajes a otros. Sor María era su escribana visionaria: «Escríbelo, que todo es de mí y nada de ti». El confesor de María de San José, a su vez, ordenaba relatos escritos de sus experiencias y llevaba control de ellos con la esperanza de guiarla por un camino espiritual seguro. En este sistema, la monja era una escritora por obediencia. Sin embargo, dependiendo de sus propias necesidades narrativas, María de San José y sus hermanas en religión a veces negociaban sus posiciones como escribanas, ya fuera entretejiendo los mandatos de Dios o contraponiendo los del confesor. La interacción entre Dios como sumo autor, el confesor como intermediario oficial, y María de San José como escribana visionaria, enmarca casi todos los relatos en sus diarios. El acto de escritura se convierte en un acto de balance: una confesión y apología pro vita sua ante Dios y su intercesor, un vehículo para revelar las misericordias de Dios y una vía creativa para la representación del yo.

Dentro de este cambiante marco narrativo de autoridad y autoría, María de San José usó la hagiografía y la didáctica espiritual como un medio a través del cual recordaba su vida. El relato de su vida secular, por ejemplo, incorpora por lo menos dos fuentes identificables, una vida y un conjunto de reglas conventuales y ecos de muchas otras45. Una vida basada en la imitatio Christi y la vida de los santos se convirtió posteriormente en la imitación textual de aquellos libros que la habían influenciado. La vida de Sor María, como otras de este tipo, revela   —82→   un «yo» moldeado por la interacción de la jerarquía institucional de la Iglesia, los códigos doctrinales y patrones de la literatura religiosa con la experiencia individual y espiritual.

El texto de María de San José revela cómo el género de la autobiografía espiritual para las visionarias de la Contrarreforma toma como modelo una teoría de imitatio y se caracteriza por una tríada dinámica que entrelazaba autoridad, obediencia y la experiencia espiritual entre Dios, el confesor y la monja. El resultado es frecuentemente un texto autobiográfico altamente codificado, lleno de metáforas convencionales, giros de palabras y temas que reflejan el enfrentamiento del individuo con las demandas a menudo conflictivas de un relato personal y confesional que dependía del lenguaje de una literatura devocional ideal y prescriptiva para su expresión. Los diarios de la Madre María nos brindan una ventana a través de la cual podemos comprender mejor el rol central de las monjas para la sociedad colonial mexicana en general, así como la vida diaria y espiritual, y los escritos de una mujer en particular.





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