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Lección 61.ª

Sobre la Eucaristía o Comunión


P.- ¿Qué es la Santísima Eucaristía?

R.- El sacrificio y sacramento del altar, que Jesu-Cristo instituyó la noche antes de morir.

M.- En el primer precepto de la Iglesia hablamos del sacrificio de la Misa.

La voz Eucaristía viene del griego, y quiere decir acción de gracias, y ciertamente que por nada se las debemos mayores a Dios Nuestro Señor como por haber instituido el augustísimo sacrificio y sacramento de nuestros altares; y con nada se las podemos dar mejor, que ofreciéndole ese mismo sacrificio y la sagrada Comunión. En los otros Sacramentos se nos da gracia, en este además al Autor de la gracia, y por eso es el más excelente de los siete, y el centro de los demás y de todo el culto católico y de la misma Iglesia militante. Se llama absolutamente el Santísimo; también Sacramento del altar, porque en el altar cristiano se consagra, y porque se conserva en el sagrario del altar; Pan de ángeles, porque, bajo las especies de pan, está el mismo Señor que hace bienaventurados a los ángeles, y porque para recibirlo habríamos de llegar con pureza de ángeles, y a los que bien comulgan hace como ángeles; Pan de los hijos de Dios, porque sólo éstos, que son los fieles que están en gracia, lo han de recibir, alimentando sus almas con el   -323-   manjar divino, y por esto mismo se llama sagrada Mesa, banquete eucarístico; llámase comunión, esto es, común unión, pues sin distinción de categorías ni de raza, participamos de un alimento espiritual, común a todos, que nos une a Cristo y en Cristo; Hostia sagrada que se ofrece en la Eucaristía, como hostia o víctima propiciatoria, por los pecados del mundo; y pasando por alto otros nombres, como sacramento de amor, misterio del altar, tiene varias denominaciones que se toman de las figuras con que Dios lo anunció desde el principio de los siglos.

En el paraíso terrenal plantó Dios el árbol de la vida para preservar al hombre inocente de la muerte del cuerpo; y en el paraíso espiritual de la Iglesia militante puso el Santísimo Sacramento, cual nuevo árbol de vida, que nos conserve la vida de la gracia, y a su tiempo nos dé la resurrección del cuerpo y la gloria. Melquisedec ofreció a Dios en sacrificio pan y vino, y en la sagrada Eucaristía se ofrece el cuerpo y sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino. En Egipto, con la sangre del cordero pascual, libró el ángel del Señor a los hebreos del tirano Faraón, quedando expeditos para caminar hacia la tierra prometida; y en la Iglesia, la sangre de Jesu-Cristo Sacramentado, a quien se llama Cordero de Dios, amansa la justa cólera del Juez divino, y nos da vigor para dirigirnos al cielo prometido. En el desierto, sustentó Dios a su pueblo con el maná que caía del cielo, y con el maná, más milagroso aún, de la Comunión sustenta nuestras almas en este mundo, que cual desierto atravesamos en dirección a nuestra patria.

Al tratar del precepto de la Misa vimos cuándo y cómo fue instituida por Nuestro Señor Jesu-Cristo, la víspera de morir por nosotros en la Cruz; pues entonces mismo quedó instituido el Santísimo Sacramento, que permanece en la hostia u hostias consagradas en la Misa, y que en vez de consumirse, se guardan para el culto y para bien de los fieles.

  -324-  

P.- Decidme ahora: ¿para qué es el Santísimo Sacramento de la Comunión?

R.- Para que recibiéndole dignamente, sea mantenimiento de nuestras almas y nos aumente la gracia.

P.- ¿Por qué decís dignamente?

R.- Porque no sustenta nuestras almas, si no le recibimos con la disposición necesaria de alma y cuerpo.

De los fines excelentísimos por que Nuestro Señor instituyó el Sacramento del altar, el más propio es el que pone aquí el Catecismo, a saber: alimentar nuestras almas, y acrecentarnos la gracia o vida sobrenatural.

La Comunión es manjar del justo; la Confesión, medicina del pecador; por eso muchos doctores tratan antes de la Comunión que de la Confesión; pero Ripalda, Astete y otros ponen primero la Confesión, porque, como todos, quien más quien menos, somos pecadores, y adolecemos de alguna enfermedad en el alma; nos disponemos con la medicina de la confesión para que nos entre en provecho el manjar divino.

Para el cuerpo nos da Dios alimento corporal, y para el alma alimento espiritual; y como para el cuerpo nos proporciona el mundo material varias substancias nutritivas, así la Iglesia nos suministra varios manjares para el alma, según quedó explicado en la cuarta petición del Padre nuestro; mas como el principal sustento del cuerpo es el pan, el del alma lo es el cuerpo sagrado de Cristo, que recibimos bajo las especies de pan, y que llamamos Pan Eucarístico. Nuestro divino Salvador ofreció al Padre en la Cruz su cuerpo y sangre para merecernos la gracia y la gloria, y en la mesa eucarística nos da ese mismo cuerpo y sangre para comunicarnos con abundancia aquella gracia, con la que vayamos a la gloria. De esa gracia eran figura los milagros que por su humanidad santísima hizo el Señor, mientras en forma natural y visible predicaba por la Judea; y nos dan a entender los efectos, más estupendos aún, que sigue   -325-   obrando en forma invisible con los que dignamente comulgan, siendo de notar que con cuanto mejor disposición recibimos el Cuerpo de nuestro Señor Jesu-Cristo, tanto más abundantes y preciosos son esos frutos.

P.- Pues ¿qué disposición es necesaria de parte del alma?

R.- Estar en gracia de Dios.

P.- Y el que cayó en pecado mortal, ¿cómo se ha de disponer para comulgar?

R.- Confesándose.

P.- Y el que después de confesado recuerda algún pecado grave que dejó por olvido, ¿qué ha de hacer?

R.- Confesarlo antes, o en la primera confesión que haga después.

El pan no aprovecha a un muerto, ni el Cuerpo de Cristo a quien lo recibe en pecado mortal. ¡Qué desacato presentarse en un convite, quien odia de muerte al amo de la casa! Pues ¿qué agravio tan atroz no hará al Rey del cielo, el que en pecado mortal se pone a la mesa, en que el mismo Señor nos alimenta nada menos que con su propia carne y sangre? El que en gracia de Dios se acerca a comulgar, recibe una prenda de la gloria; mas quien a sabiendas llega en pecado mortal, él mismo, imitando al traidor Judas, se traga su propia condenación, de modo que si a tiempo no hace verdadera penitencia de tan horrendo sacrilegio, va irremisiblemente al infierno. A muchos, dice el Apóstol, castiga el Señor con enfermedades y muerte imprevista por haber comulgado mal. En Judas entró furiosamente Satanás, en cuanto con mala conciencia recibió del divino Maestro el bocado misterioso.

Pudiera suceder que pensando uno hallarse en gracia, tuviese algún pecado mortal, y sin reparar en él recibiese el Cuerpo del Señor; este tal, ¿comulga sacrílegamente? No, señor; antes, supuesto que haya empleado la debida diligencia para llegarse bien dispuesto,   -326-   y si está por lo menos atrito de todos sus pecados, puede esperar que con la misma comunión se le dará la gracia; doctrina de gran consuelo para ciertas almas sobradamente acongojadas o escrupulosas, a quienes el confesor manda se tranquilicen. Repare el cristiano en lo que añade el Catecismo, porque es verdad que quien peca mortalmente, recobra la gracia con un acto de contrición perfecta, aunque deje la confesión para el tiempo en que obliga; pero no es menos verdad, pues lo enseña el Concilio de Trento, que ese acto de contrición no le basta para comulgar, sino que es necesario confesarse antes, a no ser que no haya confesor y sea preciso comulgar.

Esta excepción la ignoran generalmente los fieles, y en más de un caso puede aprovechar a las almas.

Sépase, ante todo, que un diácono, por más que no puede confesar, puede, a falta de sacerdote, dar el Santo Viático o la Comunión; además, fuera del artículo de la muerte, no todo sacerdote goza de la jurisdicción necesaria para confesar; y en fin, que puede por varias causas haber quien administre la sagrada comunión, y no haber ni allí ni bastante cerca, con quien podernos confesar, sin grave daño nuestro o ajeno139. En esos casos se puede con verdad decir que falta confesor; y en los siguientes, que hay precisión de comulgar: 1.º En peligro de muerte, sea cual quiera la causa que lo origine. 2.º Cuando urge el precepto pascual. 3:º Si de no comulgar se sigue grave escándalo o injuria. 4.º Para librar las hostias consagradas de perecer en un incendio o terremoto, o de ser profanadas de gente impía140.

En esos casos, faltando el confesor, comulga bien el pecador contrito. En el cuarto caso, no habiendo clérigo que lo haga, cualquier lego o seglar, hombre o mujer, ha de salvar, si puede, el Santísimo, y si es   -327-   preciso, tomarlo él mismo por sus propias manos. Esto mismo puede hacer en el primer caso, máxime si el enfermo se muere sin quien lo confiese ni dé la Extrema Unción141.

Fresco está hoy en la memoria de todos el hermosísimo ejemplo de un Capitán de nuestro ejército, señor Merry, cuando en Cuba acaba de sacar de entre las llamas no sólo las imágenes sagradas, sino el Copón con las Sagradas Formas, de una iglesia incendiada por los insurrectos, entregando por sus propias manos el divinísimo Sacramento al capellán castrense. El papa León XIII ha enviado a tan católico militar un Breve pontificio, condecorándole con la Cruz de Pío IX142.

Dedúcese de lo antes dicho, que si uno, arrodillado ya al pie del altar para recibir la comunión, advierte en sí pecado mortal, o que no está en ayunas, no peca si, arrepintiéndose lo mejor que pueda, comulga; y mucho menos peca quien, después de confesado, recuerda habérsele olvidado algún pecado mortal, y comulga, dejando el acusar aquel pecado para la primera vez que vuelva a confesarse, pues aunque es mejor confesarlo antes de comulgar si hay fácil ocasión, no es esto de precepto. Ese pecado ya se perdonó en la confesión, y si bien es preciso confesarlo, pero no urge.




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Lección 62.ª

Disposición corporal


P.- Y de parte del cuerpo, ¿qué disposición se requiere?

R.- Llegar, no siendo la comunión por Viático, en ayunas, sin haber comido ni bebido cosa alguna, ni aun por medicina, desde las doce de la noche antecedente.

  -328-  

P.- El enfermo crónico, a quien, sin estar de peligro, daña el permanecer en ayunas, ¿puede comulgar?

R.- Siendo la comunión Pascual, puede; mas siendo por devoción, el párroco verá de consultar al Obispo.

P.- ¿Es bueno, estando enfermo, recibir a menudo en casa la comunión?

R.- Sí, padre; y donde no hay esa costumbre, desea la Iglesia que se introduzca.

La respuesta del Catecismo a la primera pregunta no puede ser más clara; sin embargo, suelen ocurrir muchas dudas y temores, que aunque proceden de ignorancia, muestran el profundo respeto de los fieles a la sagrada Comunión. Ojalá que ese respeto no hiciera a todos disponer con más cuidado el alma, porque la disposición corporal es fácil, y también lo es, cuando falta, diferir la comunión para otro día.

Vamos, sin embargo, a explicarla, porque pecaría mortalmente quien a sabiendas, fuera de ciertos casos que diremos, comulgase sin estar en ayunas.

El ayuno que para comulgar se exige por precepto eclesiástico, se llama ayuno natural, cual aquí lo pone el Catecismo; y no el eclesiástico que se explica en los Mandamientos de la Iglesia.

Para no poder comulgar basta la más pequeña cantidad que se coma o se beba después de media noche; pero nótese primero, que no cuenta por comida ni bebida lo que no entra de fuera de la boca y pasa al estómago; segundo, ni lo que se traga a modo de saliva o con la respiración; ni tercero, lo que no sea digerible. Esto supuesto, no impide la comunión el pasar, aunque es mejor echarlas fuera, las briznas que de la cena quedan tal vez entre los dientes y encías; ni el polvo, nieve o algún insectillo que al respirar se cuela; ni algunas gotas que sin querer pasan al lavarse la boca a probar el caldo; ni el humo del tabaco o alcanfor; ni algún poco de rapé que de las narices cayera en el estómago; y menos si uno se muerde las   -329-   uñas o traga alguna piedrecilla, papel u otra materia semejante y que no se digiere.

¿Y el que no está cierto si comió o bebió algo después de media noche? No hay dificultad en que comulgue. ¿Y si los relojes no van acordes? Es lícito atenerse al último que da, como no conste que anda o que suele andar mal. ¿Y el que toma algo oída la primera campanada, pero antes de que dé la duodécima? Deje la comunión para otro día, a no ser que tenga grave motivo para no diferirla, pues entonces podría comulgar, siguiendo la opinión de varios doctores de peso.

Los casos en que se puede comulgar sin estar en ayunas, son éstos: primero, en peligro de muerte; y así puede hacerlo no sólo un enfermo de gravedad, sino un reo en capilla; segundo, por cumplir el precepto pascual cuando la enfermedad o debilidad no le permite hacerlo en ayunas; tercero, algunos teólogos añaden que a quien por enfermo o débil nunca puede comulgar en ayunas, se le puede administrar no sólo por Pascua, sino algunas veces entre año, pero los más niegan que eso sea lícito, pues se salva la dificultad comulgando a media noche143. Este medio no sería conveniente tratándose de una religiosa, por lo cual aconseja el Catecismo el recurso al Obispo, quien acaso prefiera impetrar licencia de Roma, lo cual no es tan raro como algunos piensan; cuarto, cuando fuera preciso para salvar de algún peligro o profanación inminente el Sacramento, como arriba se dijo, y también por evitar algún grave escándalo o infamia144.

Una vez recibido el Santo Viático, para lo cual basta que el peligro de muerte sea probable, mientras éste dura, puede el enfermo que lo desee, recibir sin estar ayuno, la sagrada Comunión cada semana y aun con más frecuencia.

En algunos pueblos no hay costumbre de llevar, el   -330-   Señor a los enfermos que no están de peligro, si no es por cumplimiento de Iglesia; pero esos pueblos suelen ser los mismos en que tampoco las personas sanas frecuentan los Santos Sacramentos. Nuestra Santa Madre la Iglesia encarga que se introduzca la costumbre contraria, y que sanos y enfermos frecuenten, si así lo desean, la Confesión y Comunión145.

Yo he conocido enfermos habituales que comulgaban en sus casas cada ocho días; y si alguna vez no pueden comulgar, sepan que no hay obligación de comulgar siempre que uno se confiesa; y que es un dolor privarse de los bienes de la confesión, por no poder conseguir siempre los de la comunión. En algunas partes ponen dificultad en preparar tantas veces la casa y avisar a los vecinos o cofrades. ¡Cuán poca fe por un lado, y por otro cuánta ignorancia! Poca fe, porque si se tratara de un personaje terreno que se dignase venir a menudo a visitarnos, todo lo allanaríamos; ignorancia, porque no exige el Rey celestial esos preparativos. Verdad es que todo es poco para tal huésped, y que es muy laudable el ornato y acompañamiento posibles, cuando se lleva el Señor por la calle; pero basta que, avisado el pueblo con algunas campanadas, esté aseada la habitación del enfermo, con una mesa, mantel limpio, dos velas de cera y un vaso; y que al sacerdote acompañe un monaguillo con campanilla y farol.

En esas comuniones de devoción no se usa el rito del Santo Viático, sino el sencillo con que se comulga en la Iglesia, sólo que se da al fin la bendición al enfermo con el mismo Santísimo Sacramento. De todo abusamos: muy buena es la mayor pompa en los Sagrados Viáticos, pero es un error creerla necesaria, y peor aún dejar por esto los enfermos la comunión frecuente, cuando la Iglesia, por facilitarla, exige tan poco. ¿Querrá alguno saber si en seguida de comulgar   -331-   es pecado tomar alimento o bebida? Antiguamente había que continuar ayuno hasta las tres de la tarde, pero hoy no existe tal precepto, y se puede comer pasado un rato; con menor causa se permite beber agua o vino en seguida, principalmente si es para pasar más fácilmente la Sagrada Forma; tanto, que al enfermo que por sequedad de la boca no pudiera tragarla, se le da la comunión en la misma bebida. ¿Es lícito comulgar al que padece de tos? Sí por cierto, como no sea tan continua que no le deje espacio para tragar la Sagrada Hostia. Otra cosa sería si sufriera de vómitos, porque éstos, a diferencia de las flemas, suben del estómago; por lo cual, si el vómito lo excita el alimento, puede el enfermo grave probar si arroja una hostia pequeñita no consagrada, y si no la arroja, comulgar; pero si el vómito no proviene del alimento, no comulgue hasta que cesen los vómitos, al menos por seis horas. También al enfermo que delira puede darse una Forma sin consagrar, y si la recibe decentemente, darle luego la Consagrada.

El saber esta doctrina es verdad que toca más a los párrocos que a los simples fieles, pero se pone aquí para evitar dos escollos: porque unos hay que no se atreven a comulgar por la tos, y otros que se empeñan en comulgar a pesar de los frecuentes vómitos.

¿Y si por algún accidente imprevisto vomitase uno la hostia consagrada? Si no hay sacerdote ni clérigo a quien avisar, una de dos: o la hostia aparece entera, y entonces con la reverencia posible se reserva en algún sitio o vaso decente para llevarla a la iglesia; o si está la Hostia mezclada con otras substancias, se empapa todo junto en estopas, y éstas se queman para llevar las cenizas a la piscina de la iglesia.

Como hay que comulgar en ayunas, no se suele comulgar sino por la mañana; sépase, con todo, que ninguna ley veda hacerlo por la tarde. Yo vi en una misión que el párroco dio la comunión a las cuatro de   -332-   la tarde a personas que aguardaban en ayunas desde la media noche; y sé de un coronel que, pasadas noche y mañana sobre las armas contra un motín, comulgó por la tarde.




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Lección 63.ª

Del dogma de la Eucaristía


P.- ¿Qué recibís en la Sagrada Comunión?

R.- A Cristo, verdadero Dios y hombre, que está realmente en el Santísimo Sacramento del altar.

P.- Según esto, ¿qué hay en la hostia consagrada?

R.- El cuerpo de Jesu-Cristo, juntamente con su sangre, alma y divinidad.

P.- ¿Y en el cáliz?

R.- La sangre de Jesu-Cristo, juntamente con su cuerpo, alma y divinidad.

P.- Entonces, ¿todo Jesu-Cristo está en la hostia y en el cáliz?

R.- Todo Jesu-Cristo está en toda la hostia, y todo en cualquiera parte de ella, y lo mismo en el cáliz.

P.- Y después de la consagración, ¿hay en la hostia pan, o en el cáliz vino?

R.- No, padre, sino los accidentes de pan y vino, como olor, color, sabor, y los demás, que se llaman especies sacramentales.

P.- ¿Con qué poder se hace esto?

R.- Con el divino, comunicado a los sacerdotes.

P.- Y si se parte la hostia o divide lo que hay en el cáliz, ¿se parte o divide Jesu-Cristo?

R.- No, padre; todo entero queda en todas y cada una de las partes.

Jesu-Cristo está tan real y verdaderamente en el Santísimo Sacramento del altar, como estuvo en el portalito de Belén, o en el Calvario, y como ahora reina en el cielo.

  -333-  

No hay en la Sagrada Escritura verdad más claramente expresada, ni verdad de fe más constante y universalmente creída y profesada en la Iglesia católica. En sus cuatro Evangelios nos dice el divino Maestro que el pan consagrado es su Cuerpo, y el vino consagrado su Sangre146; y puesto que Jesu-Cristo lo dice, exclama san Cirilo, Obispo de Jerusalén en el siglo IV: ¿Quién se atreverá a ponerlo en duda?147 «Confesamos, dicen los padres del Concilio Tridentino, que en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y el vino, está contenido Nuestro Señor Jesu-Cristo, verdadera, real y substancialmente bajo las especies de pan y vino»148. No cree el católico que el pan sea carne de Cristo y el vino sangre de Cristo, lo cual sería absurdo; lo que cree, porque lo dice Cristo, es lo que declara el Concilio de Trento, y antes enseñaron los de Florencia, Constancia y el Lateranense cuarto, a saber: «que por la consagración del pan y el vino se convierte toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo Señor Nuestro, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre; la cual conversión, convenientemente y con propiedad, llama transubstanciación la Santa Iglesia Católica»149.

En virtud de la consagración del pan está en la hostia consagrada solamente el Cuerpo de Cristo; pero como ese cuerpo vivo está unido a la sangre y alma de Cristo, y también a su Persona y naturaleza divinas, de ahí que en la hostia sagrada esté el Cuerpo de Cristo, juntamente con su sangre, alma y Divinidad. Lo mismo en virtud de la consagración del cáliz, o sea del vino, está en el cáliz consagrado solamente la sangre de Cristo; pero como esa sangre   -334-   viva está unida al cuerpo y alma de Cristo y también a su Persona y naturaleza divinas, de ahí que en el cáliz consagrado esté la Sangre de Cristo juntamente con su cuerpo, alma y Divinidad.

Mas como la naturaleza divina es la misma en las tres divinas Personas, que por eso son inseparables y un solo Dios, resulta que estando en la hostia y en el cáliz consagrados todo Cristo, Dios y hombre verdadero, están también el Padre y el Espíritu Santo. Con razón dijo santa Teresa desde el cielo a una religiosa, hija suya: «Los de acá del cielo y los de allá de la tierra hemos de ser unos en el amor y pureza; los de acá viendo la esencia divina, y los de allá adorando al Santísimo Sacramento, con el cual habéis de hacer vosotros lo que nosotros con la esencia divina: nosotros gozando, y vosotros padeciendo, que en esto nos diferenciamos»150.

En el cielo se ve a Jesu-Cristo, su humanidad santísima y su Divinidad; y en la tierra lo creemos con la fe, y lo contemplamos encubierto bajo los accidentes o especies sacramentales.

Ahora bien: olor, color, sabor, cantidad, peso, figura de la hostia y vino consagrados, no son accidentes de Cristo, sino los que el pan y vino tenían antes de la consagración; entonces los sustentaba naturalmente la substancia del pan y del vino, ahora los sostiene, milagrosamente separados, el poder divino; entonces viendo esos accidentes argüíamos que allí estaba la substancia de que son propios; ahora, aunque en lo exterior nada se ha cambiado y seguimos viendo y sintiendo los mismos accidentes, sabemos y creemos que es otra la substancia que ocultan.

Algunos dicen que en este misterio creemos lo contrario de lo que vemos; pero, propiamente hablando,   -335-   no hay tal; porque ni antes, ni después de la consagración, vemos sino los accidentes del pan y del vino.

Imaginemos un sacerdote revestido de sus ornamentos sagrados, y que despojándose de ellos se los pone a escondidas un lego que en lo de fuera se presentase idéntico al sacerdote. Quien no supiese el cambio, tomaría al lego, así vestido, por sacerdote, hasta que fuera avisado de que sólo el exterior era el mismo. Pues una cosa parecida sucede con la consagración: se cambia lo de dentro; y Jesu-Cristo, para que no nos engañemos, nos avisa de la milagrosa transubstanciación, y de que sólo los accidentes son los de antes.

Los rústicos piensan ver otro sol, o bien una estatua de bulto, cuando lo que se les presenta delante es un simple juego, natural o artificial, de los rayos de luz; pues respecto del poder divino, los más sabios son rústicos y menos que rústicos.

De lo dicho se sigue, que lo mismo recibe quien toma una hostia que quien tomase varias; y lo mismo el sacerdote que comulga en la Misa bajo de ambas especies, que el lego que sólo comulga con la hostia.

Por mucho tiempo comulgaban los fieles, aunque no siempre ni todos, bajo las dos especies; pero por evitar abusos e irreverencias, los Concilios constanciense y tridentino, prohibieron, fuera de la Misa, comulgar con el cáliz; ni por eso deja el pueblo cristiano de recibir a Cristo todo entero. Lo mismo si la hostia es pequeña que si es grande, Jesu-Cristo está en cualquiera hostia consagrada, y aun en cualquiera parte de ella, antes y después de dividirse; ni cuando ella se parte, se parte Cristo.

Todos éstos son milagros del Todopoderoso, obrados en provecho de nuestras almas. Al modo con que la substancia de pan o la del vino se halla lo mismo en un fragmento o porción, que en todo un pan o en un vaso de vino, así el cuerpo y sangre de Cristo en que aquéllas se convirtieron; y como el alma y persona nuestra existe en todo el cuerpo y en cada parte,   -336-   así el alma de Cristo y su persona o Divinidad están en la hostia y cáliz consagrados, y en cada una de las partes.

Un espejo representa a un hombre, y si el espejo se rompe, no se rompe la imagen, sino aparece entera en cada parte; símiles son estos que no llegan a explicar el misterio, pero lo hacen menos dificultoso a la razón o a la imaginación.

Confesemos, dice el sapientísimo doctor san Agustín, que Dios puede hacer lo que nosotros no podemos investigar151; de lo contrario, Dios no sería Dios, o lo que equivale a lo mismo, el hombre sabría tanto como Dios.

Jesu-Cristo, que, como arriba se dijo, obró el primero tan augustos misterios, mandó a sus Apóstoles y a cuantos, por ellos y sus sucesores los obispos, recibiesen de Dios igual poder, que hasta el fin del mundo celebraran ese gran sacrificio de nuestros altares y administraran el Santísimo Sacramento; así lo cree y practica siempre, van para veinte siglos, la Iglesia católica.




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Lección 64.ª

Permanencia de Jesu-Cristo en la Sagrada Hostia


P.- ¿Está Jesu-Cristo sacramentado en todos los altares?

R.- Está donde se dice Misa, desde la consagración hasta que el sacerdote comulga con el cáliz.

P.- ¿Y en qué otro altar?

R.- Está, día y noche, en el Sagrario o tabernáculo, donde se reservan hostias consagradas.

P.- ¿Por qué se esconde Jesu-Cristo en el sagrario?

R.- Para vivir oculto entre los suyos, y que le adoremos, visitemos y recibamos.

P.- ¿Para qué más? R.- Para ser llevado a los enfermos.

  -337-  

Las dos primeras preguntas no necesitan más explicación que lo que responde el Catecismo; pero fíjese en ello el cristiano, y doble reverentemente hasta el suelo la rodilla derecha al pasar delante del altar en que está Jesu-Cristo sacramentado, adorando profundamente a nuestro Criador y Salvador; y permanezca, mientras pueda, hincadas las rodillas, ante esos altares con preferencia a otros, en que sólo veneramos las sagradas imágenes. La Iglesia enseña a sus hijos esa especial devoción hacia el altar del Sacramento, mandando que arda ante él, día y noche, por lo menos una lámpara, por pobre que esté aquel templo o capilla. Esa lámpara encendida es imagen de la luz de la fe y fuego de la caridad, que nunca se han de apagar en el corazón del cristiano; y de las fervientes oraciones que, como la llama y el humo del santuario hemos de elevar al cielo.

Grande amor nos hubiera mostrado el Corazón de Jesús quedándose con nosotros en un solo templo del mundo, o si en todos, únicamente durante la santa Misa, o a lo más en las horas del día; pero nada de eso bastó a su infinita caridad para con nosotros. En cualquier sagrado lugar donde le pone un sacerdote, por pobre que aquél sea y pocos los fieles adoradores, allí se está lo mismo de noche que de día. ¡Oh amor de Jesús, que hace al Rey de la gloria tener sus delicias en vivir en medio de los hombres, como uno de los vecinos de cada pueblo y cada parroquia! ¡Qué ingratos somos a padre tan amante la mayor parte de los hombres! ¡Qué pocos visitan diariamente a Jesu-Cristo sacramentado! En el sagrario ruega constantemente por nosotros al Padre celestial, y aguarda que acudamos a unir nuestras preces a las suyas para remediarnos en todas nuestras necesidades. Una de las causas por que esconde su Majestad con apariencias tan humildes, como son las especies de una hostia, es para que nadie tema acercarse al altar; por más que también desde nuestras mismas casas hemos   -338-   de dirigir al sagrario adoraciones y súplicas, sobre todo cuando la enfermedad nos impide ir a la iglesia.

Ya vimos con qué facilidad se deja el Señor de la gloria llevar a los enfermos e imposibilitados para que alimenten sus almas con el manjar divino. Hasta a los niños, si tienen uso de razón, manda que se les dé por Viático, aunque hasta entonces no hubiesen recibido la primera comunión. ¡Qué dolor que los enfermos o los que les rodean, muestren tanta dificultad en que vaya el Señor a sus casas! ¡Pésima costumbre la de aguardar a que el médico desahucie al enfermo! Es verdad que quien pocos días antes ha comulgado, puede excusarse de recibir el Santo Viático; pero, ¡cuánto mejor obran los que, asaltados de grave enfermedad, reciben al Señor por Viático, por más que en la mañana del mismo día hayan recibido la Sagrada Comunión!

Basta, para poder recibir la Comunión en forma de Viático, que sea probable el peligro de la vida, aun cuando el médico no diga que se muere el enfermo; y, por fin, si tanto afectara a éste la ceremonia del Viático, podía, por tal que no muera sin recibir al Señor, ocultársele que lo toma por Viático, y omitirse esta palabra al administrar el cuerpo del Señor152.

Éste es un medio de que no conviene abusar, y que podría dañar al que no conociese su peligro, y no se dispusiera como para morir; pero aprovecha en más de un caso.

Cuando el Señor es llevado por nuestras calles, o en procesión o a un enfermo, hemos de mostrar nuestra fe arrodillándonos cuando pasa el Santísimo, o alumbrándole, si nos es posible, y acompañándole con gran modestia, silencio y devoción.

Cuantas más irreverencias se ven en las procesiones del Corpus, tanto más recogimiento ha de mostrar en ellas el buen cristiano. Precisamente en desagravio   -339-   de esos sacrílegos insultos se ha establecido, por revelación divina, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el viernes siguiente a la octava del Corpus.




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Lección 65.ª

Sagradas especies y milagros eucarísticos


P.- ¿Por qué eligió esconderse bajo especies de pan y vino?

R.- Entre otras razones, para significar que la Comunión es banquete espiritual de las almas.

P.- ¿Cómo está Cristo en una hostia tan pequeña y en tantas partes a un tiempo?

R.- A eso responderán los doctores de la Iglesia.

M.- Éstas y otras dificultades se explican para quien quiera, en las aulas y libros católicos. Aquí basta notar que Jesu-Cristo está en la Eucaristía sustancialmente; pero no en su modo y aspecto natural, como le veían los Apóstoles y se le ve en el cielo, sino de un modo sacramental y milagroso. Tampoco entendemos cómo los alimentos se convierten, con las fuerzas que Dios nos ha dado, en nuestra carne y sangre, ni otros muchos fenómenos de la naturaleza.

La Eucaristía es el banquete de las almas, y como el pan y vino son los principales y comunes constitutivos de un convite, por eso el Señor se nos presenta en el altar bajo las especies de pan y vino, en las cuales comulga el sacerdote cuando celebra Misa; si bien, por justas causas, los demás sólo participan del celestial convite en la especie de pan. Así se nos da a entender sensiblemente que los buenos efectos que el pan y el vino producen en nuestra carne, esos mismos espiritualmente produce la Sagrada Comunión en el alma: la alimenta, la esfuerza, vigoriza, consuela y anima para amar y servir mejor a Dios Nuestro Señor. Hasta en el mismo cuerpo redunda la eficacia del divino manjar; porque, como dicen los santos, es un remedio eficacísimo para vencer las tentaciones de la   -340-   carne, y conservar la castidad y aun la virginidad. A más de que el contacto del Cuerpo divinísimo de Cristo, mediante los accidentes sacramentales, nos da un título, si morimos en gracia, a la resurrección gloriosa para reinar en cuerpo y alma eternamente en el cielo.

Sólo con pan de trigo y vino de vid puede consagrarse.

El pan con que Jesu-Cristo instituyó la Eucaristía fue sin fermento, o sea pan cenceño, al que llamaban entonces ácimo; y por eso lo usamos en la Misa y Comunión. Con todo, si un sacerdote al consumir la Hostia notase que no era de trigo o que estaba corrompida, no habiendo a mano hostia de pan cenceño en buen estado, debería consagrar en pan usual o fermentado, como lo hacen siempre los que siguen el rito griego u oriental. No importaría que la hostia o pan se hiciese con agua marina. San Wenceslao, Rey de Bohemia, sembraba por sí mismo el trigo para el altar y exprimía las uvas. ¡Tanta reverencia le merecían el pan y el vino que habían de convertirse en el Cuerpo y sangre de Cristo! Del respeto a la Eucaristía nace la buena costumbre de besar el pan, sobre todo cuando lo recogemos del suelo. ¡Cuánto más esmero se habría de poner en preparar la materia de este divino banquete, que la de otro terreno! En muchas partes hacen las hostias personas consagradas a Dios, y es uso muy loable. Mayor cuidado aún se necesita respecto del vino: que no esté falsificado, que no sea licor, ni vino hecho de uvas en agraz, ni mosto, ni esté acedo ni aguado, si bien, donde no hay uvas frescas, puede hacerse con pasas, con tal que no se cueza, ni se mezcle mucha agua153.

Entienda el cristiano que cuando naturalmente se descomponen los accidentes eucarísticos, o sea cuando el pan y el vino, si allí estuviesen, se corrompieran,   -341-   deja de estar bajo aquellas especies el cuerpo y sangre de Cristo, sustituyéndosele la substancia del pan y vino en el estado natural, en que entonces se hallarían si no hubiesen sido consagrados.

Los milagros invisibles de la Eucaristía son tantos y tan asombrosos, que por eso lo llama el Apóstol misterio de fe, en el cual se encierran todos los demás, y de ello tratan los libros de los santos y doctores. La ciencia humana, como tan inferior a la divina, no los penetra ni demuestra, pero llega a ver que nada hay en ellos contradictorio ni absurdo, y aun saca de la fe mucha luz para estudiar a fondo la naturaleza de la substancia y de los accidentes, con otras propiedades de los cuerpos.

La ciencia tendría por imposible, v. gr., que un mismo ser u hombre estuviese a la vez en varios sitios y posturas; pero el filósofo cristiano, que sabe ha hecho Dios y hace ese milagro, llega a entender y demostrar que nada hay en ello de absurdo, aunque no alcancen a ejecutarlo nuestras fuerzas. Así, sería absurdo decir que el Cuerpo de Cristo en su tamaño, color, peso, figura y exterior naturales, está en una hostia o en el cáliz; pero no dice eso la fe, sino lo contrario, a saber: que el exterior, o sea los accidentes, son de pan y vino, mientras que lo interior es substancialmente el mismo Cristo. Cristo está entero en la hostia sagrada, pero no está en su forma exterior natural, sino en otra milagrosa que no entendemos, como ni tantas otras cosas aun de las naturales, v. gr.: cómo nuestra alma, una y simplicísima, está toda en cada parte del cuerpo; cómo mi pensamiento, que es único, se transmite por la palabra oral o escrita, para surgir y multiplicarse en tantas almas cuantas son las personas que me oyen o leen; cada día se van arrancando secretos a la naturaleza. Ya se abandona el petróleo por la electricidad, y ésta acaso por el acetileno, la fotografía común ya no asombra en vista de los rayos X. Llegará el fin del mundo sin que la   -342-   razón humana haya llegado, no digo a comprender, sino a ver los arcanos que Dios depositó en este mundo visible, y que, sin embargo, se descubren a los moradores del cielo. Allí, y sólo allí veremos también los misterios de nuestra santa fe que ahora el Señor exige que acatemos y creamos.

P.- Además de los motivos de la fe católica, ¿hay otros indicios de que Jesu-Cristo vive en la hostia consagrada?

R.- Sí, padre; la santidad de los que comulgan bien y a menudo; y los milagros que muchas veces obra el Señor en el Santísimo Sacramento.

Los motivos que se llaman de credibilidad, y son otras tantas razones que prueban el hecho de la revelación católica, y demuestran nuestra obligación de creer cuanto la Iglesia nos propone, como doctrina del cielo, obran con toda su eficacia respecto de cada uno de los dogmas de nuestra santa fe, entre los cuales descuella la presencia real de Jesu-Cristo en el Santísimo Sacramento, ni había necesidad de más motivos. Con todo, porque el misterio del altar es el centro de la vida cristiana, e importa tanto el adorarlo y recibirlo con fe grande y muy viva, ha querido el Señor rodearlo de especiales incentivos de nuestra fe. No vemos a Jesu-Cristo en la hostia consagrada, pero sentimos a menudo efectos celestiales de su presencia, de su comunicación, y del hospedaje que le damos en nuestro pecho. Libros enteros han escrito los santos, donde el cristiano lee con gozo y con asombro los frutos de extraordinaria virtud, que ellos mismos y otros fieles sacan del continuo trato con Jesús sacramentado y de la comunión frecuente. De ahí ejércitos innumerables de mártires sacaron su fortaleza sobrehumana; de ahí los coros de vírgenes de uno y otro sexo, su angelical pureza; de ahí los santos confesores, su constancia inquebrantable en el ejercicio heroico de todas las virtudes. Quien quiera probarlo en sí mismo, entable el confesarse y comulgar a menudo   -343-   con buenas disposiciones. Los cristianos piadosos hallan sus delicias al pie del Sagrario, y tratan con el Señor como un hijo con su padre, y hasta como un amigo con su amigo, ofreciéndole obsequios y recibiendo en cambio beneficios del cielo; pero esto no lo entienden los que no se resuelven a probarlo.

¡Y los milagros que visiblemente obra el Señor en el Sacramento del altar! Son muchísimos los que atestigua la historia, y no menos los que suceden en nuestros días, y algunos permanecen siglos. Nadie ignora cuántos hace Dios por intercesión de su Madre Santísima en el santuario de Lourdes; pues bien, hace algunos años que allí mismo se están obrando iguales, adorando en la procesión e invocando en público a Jesús Sacramentado. En varias naciones se veneran una o más Hostias consagradas que Dios conserva incorruptas hace siglos. En España tenemos no pocos de estos milagros, patentes a quien quiera verlos. Yo he visto, contemplado y adorado la hostia sagrada del Escorial y las veinticuatro de Alcalá de Henares.

De éstas acaba en mayo último (1897) de celebrarse con extraordinario concurso y solemnísimo Triduo el tercer centenario, pues robadas por los moriscos fueron entregadas por un cristiano viejo, al P. Juan Suárez, en 1597. Después de más de veinte años de permanecer incorruptas, sujetas a varios exámenes jurídicos y científicos, se expusieron a la pública adoración, con decretos reiterados en cuatro ocasiones distintas, por la autoridad competente, en un viril al que está soldado el cristal de roca que las deja ver a los fieles. Cada año se celebra fiesta por tan gran beneficio, siendo testigos del perenne milagro y de varios otros que se han verificado por estas Santas Formas, toda la ciudad complutense154.

  -344-  

La del Escorial, hollada sacrílegamente por unos herejes protestantes en Alemania, brotó sangre. Convirtiose al milagro uno de ellos y dio parte al Obispo. Éste, llevada la Hostia milagrosa a la catedral, celebró solemnes desagravios. Por entonces acababa nuestro rey Felipe II San Lorenzo del Escorial, y pareciéndole que con ningún tesoro podía ennoblecer templo tan suntuoso como con aquella sagrada Hostia, y de ningún modo reparar mejor el sacrilegio, que con adorarla perennemente en tan rico santuario, logró que se la remitiesen. Recibiola con religiosísima piedad y procesión solemne, y desde entonces se venera incorrupta, y aún se ven tres agujeros que con sus tachuelas le hicieron aquellos fanáticos, y alrededor la marca de la sangre milagrosa. Cuando la que vulgarmente llamamos la francesada, un monje, queriendo librar la Sagrada Forma del impío vandalismo de Napoleón, la colocó en la custodia y con una lámpara, en el hueco de la pared, y mandó a un albañil que lo tapiase. Cayó el ejército del tirano sobre el Escorial robando y destrozando cuanto pudo, hasta que pasado el turbión, volvieron los monjes. El que había ocultado la sagrada Hostia, hizo que el mismo albañil deshiciera el tabique, y se halló la Hostia como antes, sin corrupción, y la lámpara ardiendo. Hasta entonces se había celebrado cada año fiesta conmemorativa de la traslación desde Alemania, y ahora se añadió otra, aniversario de esta segunda. Fernando VII señaló una pensión al albañil, la cual, muerto éste, pasó al monje que salvó la Hostia milagrosa.




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Lección 66.ª

Modo de comulgar


P.- Y el que llega a la comunión sin las disposiciones dichas, ¿recibe también a Jesu-Cristo?

  -345-  

R.- Sí, padre; mas sin provecho alguno, porque comete un gravísimo pecado.

P.- Y el que tiene pecado mortal no confesado, ¿deberá confesarse?

R.- Será lo mejor, pero no es necesario.

P.- ¿Cómo se ha de comulgar?

R.- Con devoción, humildad y reverencia.

El pecho de quien comulga sin la debida disposición es más inmundo a los ojos de Dios que un muladar, por donde se colige el gran pecado de quien recibe el cuerpo de Cristo sacrílegamente. Gran pecado es tener el Santísimo Sacramento en un sagrario indecente o en un copón sucio, pero mucho más peca quien lo introduce en su propio cuerpo estando en pecado mortal. En cuanto a los veniales, que, como vimos, se perdonan por otros medios, fuera de la confesión, no hacen sacrílego al que con ellos comulga, pero le privan del mayor fruto. Si no es en algún caso imprevisto, nadie debe comulgar sin permiso del confesor, al cual toca señalar al penitente la regla que le conviene seguir en la recepción de los Santos Sacramentos.

P.- ¿Qué debemos pensar antes de comulgar?

R.- Quién viene en el Sacramento, a quién, cómo y con qué fines.

P.- ¿Para qué ordenó el Señor tan alto Sacramento?

R.- Para honrarnos, obligarnos y enriquecernos.

P.- ¿Y para qué más?

R.- Para que nos acordemos de cuánto nos amó y ama, y esperemos y deseemos verle en el cielo.

Si queremos que nos aproveche mucho la comunión, hemos de despertar en el alma afectos devotos de fe, esperanza y caridad, para lo cual sirve el considerar atentamente las cosas que aquí insinúa el Catecismo, sobre lo cual, a más de lo dicho, léanse los libros de Comunión. Hermosísima es la antífona que repite el sacerdote después de administrar el Santísimo Sacramento, y es ésta: «¡Oh sagrado convite, en   -346-   que se toma a Cristo, se conmemora su sagrada Pasión, el alma se hinche de gracia, y se nos da una prenda de la gloria futura».

Humildad y reverencia, no puede menos de abrigarla en lo más profundo de su ser, quien se acerca bien dispuesto a la sagrada Mesa; y más que recomendarla en lo exterior, parece habría de avisársenos el evitar demostraciones inconvenientes.

Hagamos, sin embargo, alguna observación de cosas en que algunos no reparan. Cuando el sacerdote abre el sagrario o se prepara para darnos la comunión, dígase el Yo pecador, arrepintiéndonos en general, no sólo de los pecados confesados, sino de cualquier venial en que luego hubiéramos acaso incurrido.

Con esa confesión general y la general absolución que desde el altar da el ministro del Señor, nos acabamos de purificar, al modo que Jesu-Cristo lavó los pies a sus Apóstoles antes de comulgarlos. Aquí es el tiempo de llegarse con modestia, y arrodillarse en el comulgatorio, o cerca, si está ya ocupado. En banquete tan divino es donde muestra Cristo de un modo singular su amor, que a todos, pobres y ricos, nos profesa, y la verdadera hermandad con que nos hemos de amar unos a otros, sin que lo estorbe la distinta categoría o patria. A la mesa Eucarística, símbolo de la del cielo, se ponen indistintamente el pordiosero y el magnate; aquél muestra su reverencia en el aseo, éste en dejar a un lado la altivez y el lujo. Es costumbre laudable comulgar los militares sin las armas, y los ricos sin guantes. Las señoras debieran avergonzarse, siquiera en ese acto, de llamar la atención por cosa alguna.

El sacerdote, mostrando la Hostia en la mano, dice: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo; y luego por tres veces: Señor mío Jesu-Cristo, yo no soy digno que vuestra divina Majestad entre en mi pobre morada; mas decid una sola palabra, y mi alma quedará sana y salva. Eso mismo,   -347-   con viva fe, profunda humildad y filial confianza, es bueno diga el que va a comulgar.

P.- ¿Qué debemos de hacer después de la Comunión?

R.- Dar gracias a Dios despacio, y ofrecérnosle como muy obligados a su servicio.

P.- ¿A qué nos exhorta nuestra Madre la Iglesia?

R.- A comulgar con frecuencia, con la debida disposición y consejo del confesor.

P.- ¿Qué es Comunión espiritual?

R.- Desear con ansias la sacramental.

P.- ¿Es pecado escupir después de comulgar?

R.- Después de bien tragada la Forma, no es pecado; pero mejor es no escupir hasta pasado un rato.

M.- Enseñe el catequista el modo de recibir con reverencia la sagrada Hostia, y que se pase pronto, sin dejarla deshacer en la boca. También enseñe a dar gracias, repitiendo despacio las oraciones del Catecismo o del Devocionario.

La Comunión es el acto mayor que un fiel cristiano ejecuta en su vida. En tan solemnes momentos habríamos de estar absortos al considerar la propia vileza y la infinita Majestad del Señor que se nos entra, no ya por las puertas de nuestra casa, sino por nuestra misma boca para alimento del alma. Sáquese moderadamente la lengua, y téngase quieta, para que el sacerdote deje en ella cómodamente la Forma consagrada, sin riesgo de caerse; y en seguida que se recibe, métase dentro y tráguese pronto sin mascarla, y sin que se deshaga o se pegue en la boca, pues si no pasa al estómago, a modo de manjar, no se comulga. Al retirarnos pausadamente del altar, hemos de ir todos concentrados en nosotros mismos, como que, mejor que el copón o custodia, llevamos dentro de nuestro cuerpo y unido a nuestro corazón al mismo Jesu-Cristo, nuestro Criador, nuestro Salvador, nuestro Juez, nuestro Padre, nuestro todo. ¡Qué más nos queda que desear! ¡No poseen tesoro más rico los ángeles del cielo! El de nuestra guarda y otros cortesanos de la gloria   -348-   adoran atónitos a nuestro alrededor al Señor de los cielos y de la tierra. Sólo nos falta perseverar en gracia de Dios hasta que, despojados de este cuerpo mortal y corriéndose los velos que aquí nos ocultan a nuestro sumo Bien, lo veamos cara a cara, y lo gocemos de lleno en la gloria. Que nos quepa esta suprema dicha le hemos de pedir, después de adorarle y darle gracias por tanto como le debemos, por habernos criado y hecho cristianos, por haber muerto por nosotros en una cruz, por dársenos ahora en alimento espiritual, y prometernos el cielo, si por nosotros no queda.

Los santos pasaban horas enteras con Jesu-Cristo, después de recibirle en la Comunión. El mismo Señor, la noche en que instituyó la Eucaristía, dio gracias muy despacio con sus Apóstoles. Sólo el traidor se retiró en seguida; y al pérfido Judas imitan los que, apenas comulgan, vuelven las espaldas al divino Huésped sin hacerle amorosa compañía. ¡Qué monstruosidad! ¡No se comete tal desatención sino con Dios! ¿Dónde tienen la fe los que tal hacen? Cristiano, no imites ese mal ejemplo aunque lo vieras en un mal apóstol como Judas. Goza a tus solas largo rato de la conversación de Jesús, la más dulce y provechosa. Si no te ocurren palabras, hable tu corazón y escucha en silencio lo que dice el Corazón de Jesús. Válete del devocionario o de las oraciones que sabes, dilas una y más veces, saboreando cada palabra, hablando con Jesu-Cristo y con su Madre. Reza una estación por las intenciones del Papa y una parte del rosario, uniendo tu oración a la de la Virgen y los santos, renovando los propósitos de la confesión y pidiendo para ti y los tuyos el remedio de las necesidades. Lo menos que ha de emplearse en dar gracias es un cuarto de hora, y a poderlo hacer, en la misma iglesia. Un hombre se fue de la iglesia apenas comulgado. El beato Juan de Ávila que lo notó, mandó dos monaguillos con luz y campanilla que le acompañasen. La gente se asombraba,   -349-   y el hombre, avergonzado, se volvió a la iglesia. ¡Con cuántos estaría bien igual escarmiento!

Pero con ser cosa tan grande la comunión, se engañan los que no se atreven a recibirla sino de tarde en tarde. No consideran que si infinita es la Majestad de Dios, infinito es también el amor que nos tiene e infinita el ansia de estar con nosotros. Si nos fijáramos únicamente en cotejar la grandeza de Dios con nuestra miseria, ni una vez siquiera habríamos de comulgar. No se comulga mejor comulgando pocas veces. Nada ayuda a comulgar muy bien, como comulgar bien y con frecuencia. Cuanto más de cerca se trata con este Señor, más se le conoce, y se le estima, y se le reverencia y se le ama. Jesu-Cristo desea que comulguemos a menudo, y para que así lo entendamos, se quedó bajo especies de pan y vino, alimento ordinario del hombre. Eso sí, que para comulgar es preciso renunciar a los pecados; por eso muchos no comulgan. ¡Tristes de ellos! Hagan una buena confesión, y pregunten al confesor con qué frecuencia les aconseja que comulguen.

Almas hay que ansían comulgar todos los días y no pueden, o no se lo deja el confesor; ofrezcan a Jesu-Cristo ese vivo deseo de recibirle con buenas disposiciones, y con esto hacen una comunión espiritual.

El Concilio de Trento recomienda esta devoción tan provechosa, y que con tal fervor de caridad puede practicarse, que produzca más fruto que la misma comunión sacramental hecha con tibieza.

El que por flojedad y pereza, no se acerca a comulgar cuando puede, en vano hace la comunión espiritual, pues no tiene verdadero deseo de recibir a Nuestro Señor Jesu-Cristo.

La comunión sacramental a lo más se hace una vez al día; la espiritual puede hacerse varias, y aun sin ir a la iglesia y sin estar ayuno. Siquiera cuando se oye Misa, el que no comulgue y esté arrepentido de sus pecados habría de hacer una comunión espiritual, al tiempo que el sacerdote recibe al Señor o lo administra   -350-   a los fieles. En las Visitas al Santísimo Sacramento, librito preciosísimo escrito por san Alfonso María de Ligorio, y en otros de devoción, hay oraciones para la comunión espiritual.




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Lección 67.ª

Sobre la Extrema Unción


P.- ¿Para qué es el Sacramento de la Extrema Unción?

R.- Para tres cosas.

P.- ¿Cuáles son?

R.- La primera, para quitar las reliquias de los pecados, y aun los pecados que, por ignorancia o impotencia de confesarlos, queden; la segunda, para esforzar el alma contra las tentaciones y contra las angustias de la muerte; la tercera, para dar salud al cuerpo, si conviene al enfermo.

Llámase Extrema la Unción de los enfermos, no tanto porque se haya de dar a los últimos de la vida, cuanto porque es la última o extrema de las que da la Santa Iglesia a sus hijos, a quienes unge en el Bautismo solemne, en la Confirmación y en el Orden; y también cuando consagra los reyes, que se llaman, en lenguaje cristiano, los ungidos del Señor.

Aprecien este Sacramento los fieles por los efectos provechosísimos que produce, de los que tantas veces depende nuestra eternidad, feliz o desgraciada; y sepan para su consuelo que es probable, aunque no cosa cierta, que al enfermo que alcanza vivo una siquiera de las unciones que se usan, confiere la gracia, si le coge con suficiente disposición.

Esa gracia de la Extrema Unción, 1.º, quita los pecados veniales, y aun los mortales que el enfermo no pueda ya quitar por la confesión o contrición perfecta; también las reliquias de los pecados, las cuales son, no sólo la pena por ellos debida, sino la ansiedad y temor   -351-   grande de la cuenta, el entorpecimiento y languidez para los actos virtuosos entonces tan necesarios; 2.º, consuela y reanima el espíritu para vencer en los últimos y decisivos embates del enemigo, y para llevar en paciencia los dolores y agonías de la muerte; 3.º, da salud al enfermo, si le conviene vivir aun para salvarse.

Considere el cristiano esta doctrina de la Iglesia católica, y aprenda de una vez, que no obran ni sienten como católicos, los que temen la Extrema Unción como si matara al enfermo. Varios conozco que han sanado, no una, sino más veces, después de oleados; y en otros, que recibida a tiempo murieron, he visto palpablemente el esfuerzo y tranquilidad que les dio.

Una de las personas que lo probó en sí misma, me lo escribió después, de su puño y letra, en carta que conservo.

Si los fieles, tanto los enfermos, como los que asisten a su cabecera, creyesen esta doctrina, que la Iglesia, fundándose en la palabra de Dios, enseña en sus Concilios155, lejos de mirar con horror la Extrema Unción, se darían prisa a procurársela.

Es un remedio universal de alma y cuerpo. Suple a la confesión cuando ésta no puede hacerse, y a la falta o ineficacia de los médicos y medicinas.

¡Qué crueldad dejar morir al padre, al hermano, sin los auxilios del arte! ¿Pero acaso será menor no cuidar de que reciba a tiempo la Extrema Unción, o tal vez impedirlo? Esto hacen los que no avisan al párroco, sino cuando el enfermo se muere, y no puede curar sino por milagro. En este caso la Extrema Unción no sana al enfermo. ¡Qué consuelo para una familia cristiana, por más que el enfermo muera, cuando por haber recibido, a tiempo la Extrema Unción, están ciertos que no le convenía vivir más para salvarse! Y por el contrario, ¡qué dolor y qué remordimiento, si   -352-   por haber estorbado que le administren con tiempo, se ha muerto el padre o el esposo, cuando no les convenía morir, y están por ello sufriendo más sensible y largo purgatorio, o acaso, acaso se han condenado para siempre! ¡Cuántos mueren inquietos, aterrados, impacientes, desesperados por no haber recibido bien los Santos Sacramentos! ¡Cuánto menos sufrieran, aun en este mundo, el enfermo y los suyos, si se hubiera aquél armado con los auxilios, que el misericordiosísimo Jesús nos ha dejado en su Iglesia!

P.- ¿Y para quién es este Sacramento?

R.- Para el cristiano que, llegado al uso de la razón, está enfermo de peligro.

P.- ¿Cuándo lo ha de recibir?

R.- A ser posible, cuando aún tiene sentido cabal.

P.- ¿Qué disposición se requiere?

R.- Antes de la Extrema Unción es preciso confesarse; y si esto no es posible, téngase contrición, procurándola perfecta.

P.- Y si el enfermo no conoce, ni da muestras de vida, ¿ha de llamarse al sacerdote?

R.- A toda prisa.

P.- ¿Y entre tanto?

R.- Sugiéranse al moribundo blandamente actos de contrición y amor de Dios, y, aplicándole el Santo Cristo u otra devota imagen, repítansele los santísimos nombres de Jesús, María y José.

M.- Esto ha de hacerse, por más que parezca que no oye; y nótese que el no avisar con tiempo a la parroquia, por no asustar al enfermo, es pecado mortal y horrible crueldad, inventada por Satanás para que se condenen muchas almas.

La Extrema Unción no sirve ni debe darse a los niños que no han llegado al uso de la razón, ni a los adultos que nunca lo han tenido, por ser completa y perpetuamente fatuos o locos; pero por poco que en esto se dude, avísese al párroco. Tampoco es para los que entran en batalla o están en capilla, sino únicamente para los enfermos, y éstos cuando están graves.

  -353-  

En siendo la enfermedad grave, y ofreciendo probable peligro de ser mortal, se puede, sin más aguardar, recibir la Extrema Unción; de modo que el enfermo que está para recibir el Santo Viático, lo está para la Extrema Unción, tanto, que antiguamente se daba antes del Santo Viático. Lo mejor es, en estando enfermo de gravedad, pedir ambos Sacramentos.

Ahora es costumbre de la Iglesia dar primero, si es posible, el Viático; pero por cualquiera causa razonable, puede anticiparse la Extrema Unción.

Ésta se da, aun al enfermo que nunca ha comulgado, v. gr., a un niño de siete años, o de menos si tiene malicia; a quien peligra en un parto difícil, o por herida, veneno, o simplemente por decrepitud; a los enfermos mudos, sordos y ciegos, aunque hayan nacido tales; a los locos que han tenido lúcidos intervalos, y a los que deliran o están sin sentido, si han pedido o se supone que hubieran pedido el Santo Óleo, y mientras no se arriesgue la reverencia debida al Sacramento.

En la misma enfermedad y peligro no puede repetirse la Extrema Unción; pero si la enfermedad es larga y es probable que cesó el peligro y que ha vuelto, puede recibirse de nuevo, y siendo ciertamente nuevo el peligro, debe repetirse la Extrema Unción156.

Para recibirla se ha de estar en gracia de Dios, y por esto ha de haber confesado el enfermo, o si no puede, procurar hacer un acto de contrición perfecta; pero si ni uno ni otro logra, la Extrema Unción surte su efecto y perdona todos los pecados a quien esté siquiera atrito, como al principio dijimos; ni se requiere que actualmente haga actos de atrición, basta que los haya hecho antes, y que no los haya revocado con algún nuevo pecado mortal.

Doctrina es ésta de gran consuelo para cuando a quien tiene alguna cuenta con su alma, sorprende un accidente y no llega la Extrema Unción, sino estando   -354-   sin ningún conocimiento; porque esperanza queda de que, si había cometido algún pecado mortal, se arrepintió de él, y así le aprovechó el Santo Óleo. Ese enfermo, si el arrepentimiento no fue sino atrición, muriendo sin Sacramentos, se condenaba sin remedio; y recibiendo siquiera la Extrema Unción, por no poder más, se salva.

¡Pero qué amargo desengaño, si ese moribundo vivía completamente olvidado de Dios! No habiéndose arrepentido antes por su culpa, y no arrepintiéndose al ser oleado, porque ya no está en sí, la Extrema Unción no le aprovecha, y esa alma se va al infierno.

Reflexione el cristiano en estas cosas: evite el pecado más que la muerte; si peca, arrepiéntase pronto pidiendo perdón a Dios, y tenga dicho en su casa que, en un caso, avisen cuanto antes a la parroquia, y si no da tiempo, al sacerdote más cercano.

Lo que aquí añade el Catecismo es de suma importancia, como todo lo que atañe a momentos tan críticos. Hay enfermos que parecen muertos y no lo están. De varios que pudiera citar, ninguno tan raro y tan auténtico como éste:

Un caballero refirió al Señor Obispo de quien yo lo oí, que él había nacido después de haber sido enterrada su madre; no recuerdo la ocasión con que la hallaron viva.

Otros hay, que aunque den señales de vida, parecen unos troncos; y sin embargo oyen, o cuando no, interiormente se encomiendan a Dios, y suspiran por el sacerdote, y porque les ayuden los suyos en tan duro trance. ¡Qué pecado el no hacerlo!

Por los años de 1888 sucedió en Algarinejo, diócesis de Granada, el hecho siguiente:

Casó una mujer con un espiritista, y vino a caer enferma de peligro. Los cristianos padres y demás familia emplearon ruegos, lágrimas, oraciones para reducir a la enferma a que recibiera los Santos Sacramentos; el señor cura batalló tres días, pero todo en   -355-   vano. Pues se condenará V., le dijo al despedirse, y arrojaremos el cadáver a un muladar. Ella lo despreció y cubrió de insultos. A otro día acababa el cura de alzar, y le avisan que vaya, que quiere confesarse. Consumió el Sacramento, y sin concluir la Misa, voló, llorando de consuelo, a la moribunda.

Se estaba confesando con el teniente cura. Perdón, dijo al ver al párroco, perdón. Vivió aún seis días, comulgó otras dos veces, y murió como una santa, reparando públicamente sus escándalos. Una devota mujer le había metido ocultamente debajo de la almohada un escapulario del Apostolado de la Oración, al despertar empezó a pedir confesión: que venga el señor cura.

De lo dicho se colige el grave pecado de quien, estándole confiada el alma o el cuerpo de un enfermo, no le proporciona al debido tiempo la Extrema Unción, que en ciertos casos será causa de que el enfermo se salve; con todo, si éste, confesado y comulgado, no sintiese en sí necesidad de la Extrema Unción, sin que por esto la desprecie, enseñan los doctores católicos que, de no seguirse escándalo, no es pecado mortal no recibirla.

Mas ¡quién por su voluntad querrá privarse de tanto bien, y morir sin tan notable auxilio!

De una señorita sé yo, por un sacerdote a quien ella misma lo refirió, que ha recibido en siete ocasiones distintas la Extrema Unción. Al presente es religiosa Reparadora, y en cambio una hermana suya, que en aquella enfermedad le asistía y deseaba entrar religiosa, murió sin lograrlo.



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Lección 68.ª

Sobre el Sacramento del Orden


P.- ¿Qué obra el Sacramento del Orden?

R.- Da la facultad aneja al Orden que se recibe, y gracia para hacer bien su oficio.

P.- ¿Qué han de hacer los que intentan ordenarse?

R.- Ver si los llama Dios al estado de la Iglesia, y siendo así, prepararse debidamente.

M.- Incúlquese el respeto a los ministros del altar.

Parco es el Catecismo en este punto, porque los que reciben este Sacramento y ejercen las funciones del Orden o dignidad que con él se comunica, se instruyen en otros libros, y a los simples fieles basta reparar en las tres cosas que se apuntan, y que aquí explicaremos: 1.º, cuán excelso y benéfico es este Sacramento; 2.º la vocación que para tratar de recibirlo se requiere, y 3.º, la veneración que al sacerdote deben los fieles.

Pero antes conviene dar alguna idea de los diversos grados que incluye en sí el Sacramento del Orden y constituyen la jerarquía eclesiástica, que consta por institución divina, de obispos, sacerdotes y ministros. 1.º Los obispos son sucesores de los santos Apóstoles, y entre ellos la cabeza es el de Roma, sucesor de san Pedro, y a quien llamamos Papa, por ser padre espiritual de todos los hijos de la Iglesia y Vicario de Jesu-Cristo en todo el mundo. Con dependencia del Papa, los demás obispos le ayudan en el gobierno de la Iglesia, y los más rigen y pastorean cada cual las ovejas de sus diócesis. 2.º Los simples sacerdotes, esto es, los sacerdotes que no son obispos, dependen también del Papa, y además de su propio obispo o prelado, que señala a cada uno los cargos y funciones que le tocan. 3.º Los ministros son diáconos, subdiáconos,   -357-   acólitos, lectores, exorcistas y hostiarios, todos los cuales sirven a los sacerdotes y obispos en los oficios eclesiásticos. Los dos primeros son órdenes mayores o sacros, y obligan en la Iglesia latina a la continencia perpetua, haciendo imposibles las nupcias; los demás son órdenes menores y a quien renuncia a las mayores, no estorban que, con justa causa, contraiga matrimonio.

La primera tonsura no es orden, pero sí una disposición que la Iglesia exige en quien ha de recibir el Orden, con cuya ceremonia queda el tonsurado hecho clérigo, y dejado el estado laical, es destinado al servicio de Dios y de su Iglesia.

Para llegar al sacerdocio ha de ir recibiendo el nuevo clérigo, a su debido tiempo, y uno por uno, primero los órdenes menores y luego los mayores.

Digamos ya de las tres cosas arriba propuestas.

1.ª La dignidad, o potestad del sacerdote cristiano es la más sublime de los cielos abajo, y más que la de ningún rey o emperador de la tierra.

A éstos da Dios autoridad para las cosas exteriores y humanas, al sacerdote para las espirituales y divinas; el rey pierde, al menos con la muerte, su dignidad; el carácter del sacerdote es indeleble, y no se borra de su alma ni con la muerte.

Sólo quien no tenga fe ni Religión desestima el Sacramento del Orden, por cuyo medio y el del Obispo recibe el sacerdote sus poderes. Con ellos consagra el cuerpo y sangre de Jesu-Cristo y ofrece a Dios el tremendo sacrificio; juzga las conciencias, perdona o retiene los pecados, abre o cierra las puertas del cielo; reparte el tesoro de la gracia y de la divina palabra, enseña y guía las almas por el camino del cielo; como ministro del Salvador aboga por los pecadores ante el divino Juez y hace visiblemente los oficios de Cristo. Tanto ha querido el Señor honrar a los hombres y acomodarse a nuestra condición, que en su amorosa y sapientísima providencia, ha dispuesto que, no sólo   -358-   en lo corporal y humano, sino en lo espiritual y divino, unos hombres nos ayudásemos a otros: unos con el oficio de pastores, otros como ovejas y corderos.

No se necesita más para entender que no hay en el mundo institución ni clase más benéfica que el sacerdocio. Esos mismos cargos y ministerios que tanto subliman al sacerdote, lo hacen principal cooperador de Cristo en la salvación de las almas. Más debemos a Dios por haber dado su sangre para redimirnos y salvarnos, que por habernos dado el ser natural y tenernos en el mundo; pues así, mucho más debemos a los que hacen veces de Dios en orden a esa misma salvación, que son los sacerdotes, que a nuestros demás superiores que las hacen en orden a la vida del cuerpo y bienes terrenos. Cuanto debemos a la Iglesia, lo debemos al sacerdote por cuya boca y manos aquella Santa Madre nos enseña, y reparte los dones del cielo. No hablo aquí de los bienes que el clero, con su ciencia, consejo y liberalidad, ha traído a los pueblos, formando y conservando y defendiendo la verdadera civilización, de lo cual hay mucho escrito en las historias y apologías de la Iglesia; hablo sólo de los bienes, mayores aún, del sacerdocio, atendido lo que por cargo propio nos procura. La oración es la llave de todos los bienes, que los impetra del Todopoderoso, pues la oración del sacerdote, como ministro de Dios y de la Iglesia, tiene por más que fuese indigno, una eficacia particular, sobre todo cuando en el altar pide a Dios, con la víctima de propiciación en las manos, por la Iglesia, por el Papa, por el Obispo, por los reyes, gobernantes y cristianos en general, rogando que vivan todos en gracia de Dios, que se conviertan los pecadores, que el Señor se aplaque y use de misericordia con los vivos y los difuntos. Aunque el sacerdote no tuviese más cargo que orar, como ministro público, y ofrecer la víctima divina, no habría en la sociedad clase ninguna tan benéfica.

Pero, ¡y de cuántos otros bienes no es instrumento!   -359-   En el Tribunal de la Penitencia, ¿cuántos pecadores no saca de la muerte de la culpa a la vida de la gracia? ¿Cuántas ignorancias no destierra? ¿Cuántos errores no destruye? ¿Cuántas injusticias, cuántas deshonestidades, cuántos odios? Y por el contrario ¿cuántos matrimonios no pacifica? ¿Cuántas obras de misericordia no promueve? ¿A cuántos no levanta a un alto grado de virtud? ¿A cuántos no saca del abismo de la desesperación? La enseñanza de la fe y la moral católicas, el culto verdadero, la solemnidad de las fiestas, la administración de los Sacramentos, el alivio de los menesterosos, la asistencia espiritual de los enfermos, toda la obra, en fin, de la salvación está en sus manos. El sacerdote predica a los hijos y súbditos sumisión, a los superiores prudencia, a los criados fidelidad, a los amos caridad, a los casados unión, a los solteros continencia, a los ricos misericordia, a los pobres paciencia, y a todos justicia, y caridad de Dios y del prójimo.

2.ª Esto supuesto, lo benéfico del sacerdocio atrae hacia sí al varón generoso, pero lo sublime de la dignidad retrae al humilde. Así debe ser, y por eso dice el Apóstol que nadie ha de osar subir a tanta altura, si no es llamado por Dios con vocación semejante a la que tuvo Aarón157.

El que pone la mira en la dignidad y no en la virtud que exige, en los honores y no en la precisa humildad, en los bienes temporales propios y no en los que el sacerdote ha de procurar con su trabajo a los fieles, ése no es llamado de Dios, sino levantado en alto por el demonio. Entre los diez y seis requisitos que para ordenarse bien prescribe la Iglesia, el primero es la vocación divina y la vida cristiana158. En gran peligro pone su salvación quien a sabiendas escoge un estado en que Dios no le quiere; pero si ese estado es   -360-   el de sacerdote, por una parte tan alto y por otra lleno de obligaciones y peligros, ¡mucho ha de temer quien lo toma sin vocación de Dios!, siendo de notar que como el buen sacerdote lleva consigo muchas al mas al cielo, así el malo arrastra muchísimas al infierno. Se quejan algunos de que haya malos sacerdotes; pero ¿cuántos han tenido ellos mismos no poca culpa en haberlos impelido a que lo sean, o en no haber informado con sinceridad al Obispo de la poca piedad y vida libre y perezosa del seminarista! Incomparable honra a los ojos de Dios y del pueblo católico tener un hijo o un hermano sacerdote; pero de grandísimo castigo es reo quien se ordena sin vocación verdadera, o en esa ordenación influye. La vocación se conoce, no en sólo el deseo de abrazar el estado eclesiástico, sino en la vida casta, piadosa y estudiosa del aspirante, y en el propósito de sacrificarse por la gloria de Dios y salvación de las almas, y no de lucir, holgar y enriquecerse. En la oración y ejercicios espirituales, y consultándolo con un sacerdote docto y ejemplar, ha de considerar su vocación, quien no quiere errar en cosa de tan inmensa trascendencia. Sepa que el sacerdocio no hace santo a quien lo recibe sin vocación y sin la preparación debida, antes le echa al cuello una gravísima cadena que lo arrastrará casi irresistiblemente a su ruina.

De cuando en cuando se ve ordenarse a quien está ligado con el vínculo del Matrimonio. Sépase que sin licencia de su mujer no le es lícito ni siquiera tonsurarse; pero si, con justa causa y sentencia del Juez eclesiástico, está perpetuamente divorciado, puede ordenarse; como también si la mujer le da licencia expresa y completamente espontánea, y hace voto de castidad159.

3.ª Fácil es entender, después de lo dicho, la suma veneración y gratitud que deben los fieles al   -361-   sacerdote, y generalmente a todo el clero. No es éste una casta vil, como dicen los impíos, sino una clase la más favorecida, honrada y privilegiada por el mismo Dios y a la que mayores beneficios debe el género humano. Esa dignidad no es mundana, por lo que no exige títulos pomposos de nobleza, ni aparato de lujo y servidumbre; antes, como Jesu-Cristo, Sacerdote de sacerdotes, mora lo mismo en suntuosas basílicas que en humildes capillas, y no es menos digno de veneración en éstas que en aquéllas; así sus sacerdotes igual respeto se merecen aunque sean pobres y de humilde linaje. ¡Qué educación cristiana muestra, por ejemplo, un lego que, alargando la mano a un sacerdote en vez de besar la del ungido del Señor, se la aprieta como lo hiciera a un camarada! ¡Cuántos soldados hay que, por miedo de parecer cristianos, faltan también a la ordenanza, que les manda hacer la venia al sacerdote!

En el quinto precepto de la Iglesia se explica la obligación de socorrer al clero, y en el Apéndice, la de no despreciar nunca al sacerdote, aunque no fuese el que debe; aquí sólo quiero añadir que el mal sacerdote es castigo que el justísimo Señor suele dar a un pueblo porque no ha respetado al bueno, ni obedecido a su voz; sino más bien despreciado al ministro de la Iglesia y entregádose a toda clase de escándalos y vicios, verificándose entonces la terrible maldición del cielo: Para tal pueblo, tal sacerdote. En cambio, bien aventurado el pueblo que, educándose en piedad y buenas costumbres sus jóvenes, envía constantemente algunos a servir a Dios en el sacerdocio. Dalias, pueblo muy cristiano en la diócesis de Granada, contaba en 1880 veinticuatro hijos suyos sacerdotes, y otros tantos que se disponían a serlo.



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Lección 69.ª

Sobre el Matrimonio cristiano


El Catecismo del Concilio de Trento encarga que se explique al pueblo con claridad, aunque de un modo digno, la doctrina católica acerca del Matrimonio cristiano.

«Sería, dice, muy de desear, como quería san Pablo, que todos guardasen estado de perfecta continencia»160; porque en esta vida, no podía acaecer a los fieles, cosa más feliz, como que, desasido el corazón de todos los cuidados del mundo, serenado y reprimido todo el bullicio de la carne, descansen en solos ejercicios de virtud y en la meditación de las cosas divinas. Mas como, según el mismo Apóstol, cada uno tiene su propio don de Dios, y los casados reciben también los suyos, importa mucho conocer la santidad del Matrimonio, y los deberes que impone, ya que el ignorarlo ocasiona torpezas abominables y espantosas desventuras en la familia, y por consecuencia, en toda la sociedad.

Dios Nuestro Señor nos avisa que no queramos descender a la condición de los brutos, los cuales, careciendo de entendimiento, no son capaces, ni ellos ni sus crías, de educación moral y cristiana; pero los sectarios del siglo actual, comunistas y racionalistas, esparcen sobre esto máximas que, a ser capaces de vergüenza, la daría a los mismos irracionales; y lo más vergonzoso es, que el sistema liberal, en vez de amarrarlos y amordazarlos, les suelta la cadena y deja libres. Razón de más para enseñar aquí la doctrina acerca del matrimonio cristiano, en lo propio de un   -363-   Catecismo explicado, y no con la extensión que se le da en las cátedras de moral o en los libros científicos.

El matrimonio principió en el paraíso terrenal, cuando, viendo Adán a Eva, formada de su costilla por el mismo Dios, que se la dio por compañera, dijo: «Éste es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta se llamará varona porque de varón ha sido formada; por lo cual dejará el hombre a su padre y su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne; lo que Dios juntó no lo separe el hombre»161. Así el Criador estableció el matrimonio, esa junta maridable del hombre con la mujer entre personas legítimas, que se obligan a vivir en inseparable consorcio.

Mandó a los hombres en general que se propagasen por ese medio, pero este precepto no lo impuso a cada individuo; y si bien, hasta que se pobló la tierra, no se publicó el consejo de la virginidad perpetua, siempre empero fue ésta de suyo más apta para asemejarnos a Dios, como que consiste en no querer acto alguno carnal consumado162. Ni faltaron, antes de la venida del Salvador, algunos santos que, aunque sin voto, conservaron virginidad perpetua, como Josué, María, hermana de Moisés, Jeremías y otros. Es verdad que generalmente, olvidada o pervertida la religión, tan lejos estuvo el linaje humano de practicar la virginidad, que ni siquiera conservó el Matrimonio, en el ser que Dios había establecido; antes bien se generalizó la poligamia y el divorcio, tan opuestos a la paz de la familia, a la educación de los hijos, y a la igualdad del derecho matrimonial entre ambos consortes.

Entonces, como ahora, debían los casados vivir unidos en mutua caridad y enseñar a los hijos el santo temor de Dios, para lo cual no les faltaba el auxilio   -364-   del cielo; mas no recibían gracia en virtud del mismo matrimonio, pues esto estaba reservado al matrimonio cristiano.

En efecto, Jesu-Cristo Nuestro Señor, que vino a perfeccionar la Ley, por una parte aconsejó a todos por sí mismo y por sus Apóstoles, la virginidad perpetua y aun el ofrecerla con voto; y por otra santificó el matrimonio, para los que quisieran casarse, elevándolo a la dignidad de Sacramento, y restituyéndolo a la unidad e indisolubilidad primitivas163.

Desde entonces, el que antes era un mero contrato natural, aunque revestido de cierto carácter religioso, que en todos tiempos conservó, es ya en los cristianos uno de los siete Sacramentos, de modo que si un cristiano no contrae el Matrimonio con las condiciones que para la validez del Sacramento exige la Iglesia, no queda de verdad casado.

P.- ¿Para qué es el Sacramento del Matrimonio?

R.- Para casar, y dar gracia con la cual vivan los casados pacíficamente entre sí, y críen hijos para el cielo.

Con lo antes dicho, queda casi explicada esta respuesta. Un cristiano no puede casarse sino recibiendo el Sacramento del Matrimonio, sin el cual no le es lícito lo que sólo a los casados se permite. El Matrimonio les da entre sí mutuo derecho a procurar tener hijos, y como es Sacramento, les comunica gracia divina para que la vida conyugal, mientras vivan en gracia de Dios, les sea meritoria ante Dios, para que conserven en ella la paz y caridad, y para que, si Dios bendice la unión, dándoles fruto, reciban con piadoso agradecimiento los hijos y los eduquen santamente.

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P.- ¿A quién da esa gracia?

R.- Al que se casa en gracia de Dios, sin conocer impedimento, y con buena intención.

Quien se casa conociendo que está en pecado mortal, comete un grave sacrilegio, porque recibe un Sacramento sin la disposición debida, que es en el Matrimonio el hallarse en gracia de Dios; y aunque reciba el Sacramento y quede casado, no recibe la gracia y auxilios propios del estado que abraza. Esto explica cómo algunos cónyuges no sienten fuerzas para llenar sus deberes; que se duelan de sus pecados y hagan una buena confesión, y el Señor se las concederá.

El Catecismo añade, sin conocer impedimento y con buena intención, porque quien pretende casarse con impedimento, peca mortalmente, y también quien lleva un fin opuesto a la naturaleza del Matrimonio; ambas cosas reclaman aclaración.




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Lección 70.ª

Impedimentos del Matrimonio


Los que se casan, mediando cualquier impedimento que de cierto sea dirimente, no están casados, y esto, por más que ignoren el impedimento; los que se casan, sabiendo que media impedimento prohibitivo, pecan mortalmente al casarse, pero quedan casados.

Digamos en asunto tan práctico, lo que nos parece útil de saberse y suficiente a la generalidad de los fieles.

Los prohibitivos son cuatro, a saber: 1.º Esponsales, o sea promesa, subsistente aún, de matrimonio con otra persona. 2.º Voto de castidad, o el de no casarse o de entrar en Religión, o de ordenarse in sacris. 3.º Prohibición de la Iglesia, la cual prohíbe casarse con persona bautizada, sí, pero que no es católica;   -366-   también sin que precedan proclamas, o sin consentimiento de los padres, mientras no lo nieguen sin razón bastante; o, por fin, contra la orden expresa del Obispo o del párroco, que por razones justas pueden también oponerse, como padres espirituales que son, a ciertos matrimonios. 4.º Época del año: porque desde la primera Dominica de Adviento hasta la Epifanía, y desde el día de Ceniza hasta la octava de Pascua inclusive, se cierran las velaciones; y pecan los que en ese tiempo se casan con solemnidad y fiesta, aunque generalmente no está prohibido el casarse.

Esas dos épocas del año son de más penitencia y oración, y por eso en ellas se vedan esos festejos, y aun se aconseja la continencia a los casados. Ocurrirá a alguno preguntar, ¿cómo teniendo voto de castidad contrajo María Santísima matrimonio con san José? A lo cual se responde que lo hizo por especial revelación, en que Dios así se lo ordenó, declarándole que en aquel matrimonio no corría ningún riesgo su más que angélica pureza, ni su inmaculada virginidad.

Los impedimentos dirimentes pueden reducirse a catorce: unos que el derecho natural o divino reclama, otros que la Iglesia ha puesto, no para dificultar los enlaces matrimoniales, sino para que sean éstos más felices, y las costumbres más puras y santas en las familias.

Cinco de ellos afectan al contrato y nueve a los contrayentes.

Hacen nulo el contrato: 1.º El error acerca de la persona. 2.º El error de creer libre a la otra parte, siendo esclava. 3.º La violencia. 4.º El rapto. 5.º La clandestinidad. Inhabilitan al contrayente, y por ende hacen también nulo el contrato y matrimonio. 6.º La impotencia. 7.º La falta de edad. 8.º El orden sacro. 9.º Ciertos votos. 10.º El estar casado con otra persona. 11.º El no ser cristiana una de las partes. 12.º El parentesco. 13.º La pública honestidad. 14.º El llamado impedimento de crimen.

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Fuerza es decir de cada impedimento, lo que baste, para que los fieles eviten innumerables pecados y consulten en casos dudosos a un confesor docto o al párroco.

1.º El error acerca de la persona existe cuando uno de los contrayentes no es aquella persona que el otro creía que era. 2.º El segundo impedimento puede ocurrir en países donde hay esclavos. 3.º La violencia consiste en que alguien intimide grave e injustamente, al uno o a los dos contrayentes, para que consientan en casarse. 4.º El rapto es arrebatar a la mujer el que quiere casarse con ella, y es nulo el matrimonio, mientras aquélla esté en poder del raptor. 5.º La clandestinidad hace inválido, no el matrimonio que llaman de conciencia u oculto, y que en ciertos casos puede autorizar el Obispo, sino el que se contrae sin la presencia del párroco de uno de los dos contrayentes o del sacerdote que él delegue, y de dos cualesquiera testigos, sean hombres o mujeres, con tal que tengan uso de razón. Con todo, cuando por alguna causa general, como acaece, v. gr., en una revolución que arrojase al párroco, no pueden los fieles comunicarse con él, o con el Obispo, por espacio siquiera de un mes, entonces pueden casarse con dos testigos sin que asista párroco ni sacerdote alguno. También es válido el Matrimonio así celebrado, si bien pecan los que pudiendo no llaman al párroco, en los países donde no rige el decreto que sobre esta materia dio el Concilio Tridentino, con tal que no hayan ido los novios a ese país precisamente para esquivar el dicho decreto. 6.º Impotencia quiere decir, ineptitud para consumar aquel matrimonio, la cual, si existía antes de contraerlo y es perpetua, lo anula. 7.º La falta de edad, pues el Derecho canónico, y también el español, exigen por regla general doce años cumplidos en la mujer, y catorce en el varón. 8.º El orden sacro, por lo cual, como ya se dijo al tratar del Sacramento del Orden, es nulo el matrimonio de quien ha recibido el subdiaconado.   -368-   9.º Ciertos votos, a saber, los de la profesión solemne religiosa, y también los simples en la Compañía de Jesús. 10.º Es nulo otro matrimonio mientras vive la persona con quien se está casado; con todo, si su muerte consta con certeza moral, es lícito casarse de nuevo. 11.º Este impedimento suele llamarse disparidad de culto, pero para que anule el matrimonio, es preciso que uno de los contrayentes no esté bautizado. 12.º El parentesco puede ser de consanguinidad o de afinidad, y también espiritual o legal. El de consanguinidad, legítima o ilegítima, dirime el matrimonio en cualquier grado siendo por línea recta; y siendo por la colateral, hasta el cuarto inclusive; así, v. gr., es nulo el matrimonio entre dos primos terceros porque son consanguíneos en cuarto grado; o entre un tío con su sobrina segunda, porque lo son en tercero. El de afinidad lo contrae con los consanguíneos de una persona, quien con ella ha tenido, aunque no sea sino una vez, unión carnal; si ésta es lícita, como sucede en el matrimonio, el impedimento se extiende hasta el cuarto grado inclusive; pero si es ilícita, sólo se extiende hasta el segundo grado, también inclusive. Por tanto puede, v. gr., casarse un viudo con la viuda de su cuñado, y muerta ésta, con la viuda de otro hermano de aquél; pero el adúltero con persona afín en primero o segundo grado contraería afinidad hasta con su propia consorte, cuya afinidad, aunque no deshace el matrimonio, impide al que sabedor de esta pena cometa voluntariamente aquel delito, el de mandar el débito conyugal, mientras no se lo autorice un confesor164. El parentesco espiritual es el que se dijo explicando el Bautismo y la Confirmación. El legal se contrae por la adopción perfecta, cual, según el Código español, se celebra ante el público magistrado; y anula el matrimonio entre el adoptante y adoptado, entre ellos y la consorte respectiva, o los   -369-   hijos, mientras permanecen bajo la potestad paterna. 13.º El de honestidad pública, es decir, que quien prometió válidamente matrimonio a una persona, está perpetuamente inhabilitado para contraerlo con los consanguíneos de ella en primer grado, y esto aunque aquellos esponsales se disuelvan legítimamente; además, con cualquiera matrimonio, por más que no llegue a consumarse, y aunque sea nulo por mediar impedimento dirimente, se hace inhábil cada contrayente para casarse con ningún consanguíneo del otro hasta el cuarto grado inclusive. 14.º El de crimen hace nulo el matrimonio entre los cómplices o de adulterio o de conyugicidio, si tenían noticia de que a su crimen correspondía la tal pena, y si median ciertas circunstancias que no me parece enumerar aquí.




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Lección 71.ª

Esencia, bienes y fines del Matrimonio


Vistos los impedimentos, prohibitivos y dirimentes, con ninguno de los cuales, a no obtener dispensa, puede el cristiano casarse, vamos ahora a explicar la esencia del Matrimonio, los bienes que encierra, y los fines que los contrayentes han de proponerse, notando que únicamente hablamos a los cristianos.

Dijimos ya con el Catecismo Tridentino, que el matrimonio es la junta maridable del hombre con la mujer entre personas legítimas, que se obligan a vivir en inseparable consorcio.

Ahora bien, en el mero hecho de no existir impedimento dirimente, las personas son legítimas, y sólo resta explicar cuál ha de ser el consentimiento que produce aquella junta o vínculo, y en qué consiste el mismo vínculo.

El consentimiento ha de ser: primero, de presente, no de futuro, que este último sería esponsales o promesa   -370-   de matrimonio; segundo, verdadero, no fingido; tercero, deliberado; y por eso no vale el asentimiento de quien no esté en sus cabales, y lo invalidan, como dijimos, la violencia o miedo y el rapto; cuarto, mutuo, y esto es evidente; quinto, exteriorizado por alguna señal, que, no habiendo motivo que excuse, deben ser palabras que expresen el consentimiento.

El contraer por medio de procurador es peligroso, y no debe hacerse sin permiso del Obispo, quien no lo da sino por causa muy grave.

El objeto en que debe consentir cada contrayente es en el matrimonio, vínculo o lazo conyugal, que se forma con el mutuo derecho que se dan para la vida maridable, y esto, hasta la muerte del uno de los dos, al modo que lo entiende la Santa Iglesia, y ahora diremos. Sería, pues, nulo el matrimonio de quien lo contrajera con ánimo de impedir positivamente la prole, o de disolver en vida el matrimonio consumado.

Tres bienes asignan los santos al matrimonio, y con ellos se compensan los trabajos que insinúa el Apóstol, cuando dice: «Tribulación de carne tendrán los casados»165.

Esos bienes son: la sucesión, la fidelidad y el sacramento.

La sucesión, esto es, los hijos habidos en la legítima mujer, y no tanto el haberlos, cuanto el educarlos cristianamente.

La fidelidad, sobre la cual dice el Apóstol: «No tiene la mujer dominio de su cuerpo, sino el marido; y así mismo no tiene el marido dominio de su cuerpo, sino la mujer»166; dominio que se extiende sólo al uso racional del mismo matrimonio, y que exige en ambos un amor santo y singular. El Sacramento, o sea la indisolubilidad del matrimonio cristiano, que es absoluta si llega a consumarse.

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Todo matrimonio, aún en la Ley antigua y entre los gentiles, ha sido indisoluble por su naturaleza, por más que no en todas las naciones se respetara esa ley; pero el matrimonio de los cristianos, por lo mismo que es más perfecto, y verdadero Sacramento, no puede ser disuelto, una vez que se consuma, sino por la muerte del marido o de la mujer.

Cuando el divino Maestro predicó esta doctrina, le dijeron sus discípulos: «Maestro, si tal es el matrimonio, mejor es no casarse»167. Y el Señor que aconsejaba la virginidad, pero conocía que no todos se animan a guardarla, se ratificó en lo dicho; que la ley cristiana es, o permanecer virgen, o ligarse de por vida con su mujer.

Y el Apóstol explicando esta misma doctrina, dice: «Mandó el Señor a la mujer que no se aparte de su marido, y que si se aparta, se esté sin casar, o que se reconcilie con él; y lo mismo se entiende del marido. La mujer y el marido están atados a la ley, mientras vive su consorte»168. Yugo duro a la flaqueza humana, pero suave con la gracia del Sacramento, y que es el mayor bien y más esencial del matrimonio. Puede haber buen matrimonio sin prole, o porque Dios no la dé169, o porque los cónyuges, de común acuerdo y por buen fin, guarden continencia; pero no es buen matrimonio en el que se falta a la fe o palabra, dada ante Dios, de tenerse fidelidad y vivir en amoroso consorcio. En la fidelidad e inseparabilidad, y no en la mera procreación, aventaja el matrimonio a la unión de los irracionales; y el matrimonio cristiano al que no lo es, en ser absolutamente indisoluble, y en la gracia divina que comunica.

Así los fieles han de mirar al casarse como una obra,   -372-   no meramente humana, sino divina, dice el Catecismo Tridentino; y se han de fijar más en la virtud y semejanza de costumbres, que en la hermosura y las riquezas; así se dificultan las discordias, y se resuelven los cónyuges a sufrirse con amor y a reconciliarse y perdonarse, lo cual ¿quién no ve cuán útil es a la familia y al bienestar común? ¿A la honestidad y seguridad de la mujer, a la conveniente educación de los hijos, y al mutuo amparo de padres e hijos en la vejez y enfermedades?

Por eso el adulterio es tan horrible pecado, no sólo contra la castidad, sino contra la justicia. En la ley de Moisés mandó Dios que los adúlteros murieran apedreados por el pueblo, y así también los castigan los moros; la ley romana les imponía la pena de muerte; la griega, la misma que a los parricidas; la germánica, la de morir quemados; y en España, antes se imponía al adúltero la pena capital, y la de azotes y reclusión a la adúltera.

Las penas en los códigos de la sociedad liberal son menores; pero no lo es el pecado, ni el castigo que Dios le señala.

El adulterio, a más de ofender a Dios, envenena el matrimonio, mancha el honor de la familia, daña a la educación y herencia de la prole legítima. Para el casado no ha de haber otra mujer que la suya, ni para la casada otro varón que su marido. Ni sus palabras, ni sus obras, ni sus miradas, ni sus pensamientos y deseos han de salir, dice muy bien el señor Mazo, de ese recinto. Ahora se entenderá la intención y causas por que es lícito a un cristiano el casarse.

Las pondremos como las trae el Catecismo Romano.

La primera es el deseo natural de vivir juntos el esposo y la esposa, para mutuo consuelo y para auxilio en los trabajos de la vida y en la flaqueza de la vejez. La segunda el deseo de la sucesión, no tanto en los bienes naturales, como en las virtudes cristianas. La tercera, que se añadió como efecto del pecado original,   -373-   es hallar un remedio contra la deshonestidad la persona que, para evitar ese pecado, no quiere emplear medios más perfectos. El arcángel san Rafael enseñó al joven Tobías cómo rechazar al demonio: «recibirás, le dijo, a la doncella, tu esposa, con temor de Dios, por amor de los hijos, más que llevado de la liviandad»170. A alguna de estas causas no peca quien añade otras, en la elección de consorte, como las riquezas, la hermosura, la nobleza y otras honestas.

Querrá saberse si no es nunca lícito el divorcio. Responderemos, después de sentar la doctrina sobre el matrimonio que llaman rato; quiere decir, matrimonio cristiano sin consumarse con el acto conyugal. Habrá notado el lector que al asegurar que sólo la muerte rompe el lazo matrimonial, añadimos, si el matrimonio llega a consumarse; y en efecto, el rato se disuelve en dos casos: 1.º Cuando por grave causa dispensa el Papa y deja en libertad a dichos cónyuges. 2.º Si uno de ellos hace profesión solemne en alguna orden religiosa, y también entonces queda libre la otra parte. Es de saber lo que muchos se alegrarían de no haber ignorado, que la Iglesia concede, a los cristianos que se casan, dos meses de prueba o pudiéramos decir de noviciado; de modo que, en el primer bimestre, ninguno de los recién casados tiene obligación de consumar el matrimonio, y cada uno debe respetar en el otro ese derecho, mientras no ceda de él voluntariamente.

Esto supuesto, aunque pecaría quien se casase con ánimo de hacerse religioso sin haber antes avisado de ello al otro, no peca quien no quiere en ese bimestre usar del matrimonio, ni quien, sin haberlo consumado, entrase en religión y profesase solemnemente.

Esto extrañará a quien no tiene ideas cristianas, ni del matrimonio ni del estado de perfección; pero es   -374-   doctrina cierta y católica, y que hace más aceptable la absoluta indisolubilidad del matrimonio consumado.

Ahora responderemos a la pregunta acerca del divorcio, y pues acabamos de exponer el que puede hacerse en el matrimonio rato, nos concretaremos ahora al consumado. De éste, conforme lo arriba dicho, no es posible el divorcio perfecto que rompa el vínculo y permita otro enlace, ni la ley civil tiene para ello valor alguno; pero hay casos en que la Iglesia permite el divorcio en cuanto al lecho nupcial, o en cuanto a separar vivienda y comunidad de bienes los casados. La primera causa es el mutuo consentimiento con tal que no sea ocasión de pecados, ni de escándalo. Así pueden en ciertas circunstancias, por negocios que ocurran, separarse por más o menos tiempo, y también, aún en la misma casa, por darse a más oración y vida más perfecta, lo cual aconseja san Pablo que se haga, y hay quienes lo practican de por vida y aun entrándose en religión. Tres casos conozco muy edificantes en la actualidad en que el marido es religioso y religiosa la mujer. Ninguna de estas maneras de separación suele llamarse divorcio, nombre que se aplica más bien al separarse por algún delito o perpetua discordia.

Los que justifican este divorcio son: el adulterio, el hacerse hereje uno de los cónyuges, u otro grave peligro de alma a cuerpo, v. gr., si no deja el uno vivir cristianamente al otro, o pervierte a la prole, y por el trato habitualmente cruel. En estos casos es lícito al inocente separarse, y también acudir al tribunal eclesiástico y después al civil, que castigue al reo y provea al que no lo es, y a la educación y mantenimiento de la prole; pero comúnmente es mejor perdonar, sufrir y evitar el daño por otros medios. Aun en caso de adulterio, que da evidente derecho a perpetuo divorcio, exhorta san Agustín a que el inocente perdone y admita de nuevo al criminal si está arrepentido   -375-   y enmendado171. Y aunque se le sorprendiera en flagrante delito, es pecado atroz vengar la injuria por mano propia el otro consorte, quitándole allí mismo la vida y lanzando a aquella alma al infierno. Acúdase a un buen confesor por consejo antes de determinarse a nada en asuntos de tantas consecuencias y en que es tan fácil alucinarse.



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