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ArribaAbajoLibro sexto

Beatificación de San Javier, y muerte del hermano Marcos García. Piden el bautismo los chinipas y otras muchas naciones. División de las misiones de Sinaloa y San Ignacio. De los comicaris, tepahues y sisibotaris. Renovación del Señor de Ixmiquilpan. Muerte del padre Francisco Ramírez, y misión de Michoacán. Resolución de despoblar a Granada, y nuevas instancias de los vecinos. Principios de fundación en el Realejo. Visita del padre Luis de Molina. Peste en Yucatán. Muerte del padre Vidal. Del padre Agustín Cano. Del padre Agustín de Quiroz. Del señor obispo de Michoacán. Sucesos de misiones. Muerte de los padres Joaquín Serrano y Nicolás de Arnaya. Otros en Puebla. Principios de fundación en San Luis Potosí. Sucesos de Sinaloa. De Tepehuanes. Origen de esta advocación. Tumulto grande en México. Destierro del ilustrísimo. Entredicho. Calumnia refutada. Establecimiento de la Compañía en Potosí. Sucesos de misiones. Pretensión del señor obispo de Ciudad Real. Fundación de San Ildefonso de Puebla. Refútase una calumnia acerca de esta fundación. Enfermedad del ilustrísimo. Su muerte. Beatificación de San Francisco de Borja. Muerte del hermano Juan de Aldana. Principios de fundación en Querétaro. Posesión de casa e iglesia. Descripción del país. Santa Cruz y fundación del colegio apostólico. Donación al colegio de Potosí. Inténtase fundar noviciado en México. Dotación para este   —120→   efecto. Muerte de los padres Pedro de Hortigoza y Juan de Tobar. Del padre Martín Pérez. Del capitán Diego Martínez de Hurdaide, e inquietud de los nebomes. Misiones en Michoacán. Cédula del rey. Muerte del padre José Vides. Pretensión del colegio de Tehuacán. Reducción de los chinipas. Muerte del hermano Juan Castro. Carta del padre Pedro Méndez. Sucesos de los guazaves. Visita del señor Hermosillo y su muerte. Pretensión del obispo de Comayagua. Muerte del hermano Pedro de Ovalle. Canonización de San Felipe de Jesús. Inundación grande. Servicios de los jesuitas en la ocasión. Providencias del virrey. Quejas contra la Compañía y su satisfacción. Muerte del padre Francisco Ramírez. Pretensión de los indios de Topía. Sucesos de los tarahumares. Entrada a los aybinos y batucos. Carta del padre Martín de Azpilcueta. Muertes de varios sujetos. Undécima congregación provincial. Minas del Parral. Inquietud de los guazaparis. Conspiración contra los padres. Muerte de los dos misioneros. Consecuencias de este alzamiento. Transacción del pleito de San Ildefonso de Puebla. Dotación del colegio de Guadiana. Muerte del padre Cristóbal Ángel. Del padre Juan Laurencio, y padre Pedro Gutiérrez. Reducción de los hinas. De los humis. Muerte del padre Pedro Gravina. Frutos de Sinaloa y muerte del padre Hernando de Villafañe. Del padre Alonso Gómez de Cervantes. Del padre Lorenzo de Ayala. Frutos de Oaxaca. Peste en varias ciudades y muerte del padre Juan de Ledesma. Fundación del colegio real de Cristo. Muerte de varios sujetos. Duodécima congregación provincial. Inquietud de los tepehuanes. Principios de la reducción de Sonora. Descripción del país. De los ríos Colorado y Gila. De sus yerbas y raíces medicinales. De sus supersticiones. De sus guerras. Conversión de los tarahumares septentrionales. Sucesos de misiones. Fundación del nuevo rectorado de San Javier. Donación del colegio de Veracruz. Donación de don Juan de Nava y contradicción. Muerte de los padres Alonso Guerrero y Bernardino de Llanos. Sucesos de los demás colegios.


[Beatificación de San Javier y muerte del hermano Marcos García] A principios del año de 1620, o a fines del año antecedente había llegado a México la feliz noticia de la beatificación de San Francisco Javier, cuyas selectas fiestas ocuparon la mayor parte del año en los colegios de esta provincia, experimentando en todas partes el favor de los ilustrísimos prelados de los cabildos y religiones que en todas las ciudades   —121→   donde había casa o colegio, quisieron tomarse una gran parte en ocasión de tanto júbilo para la Compañía. Entre todas se singularizó grandemente la Puebla de los Ángeles y su ilustrísimo prelado don Ildefonso de la Mota y Escobar. En este colegio murió algunos meses después el fervoroso hermano Marcos García, que juntó en un grado eminente todas las virtudes propias de su estado, una grande sinceridad, una humildad profunda, una perfecta pobreza, un trabajo incansable, en treinta años que sirvió las haciendas, en que sin embargo de la soledad y libertad que ofrece el campo, fue siempre observantísimo de la distribución religiosa. Probole nuestro Señor con nueve años de continuas enfermedades, que toleradas con admirable paciencia, lo sacaron de esta vida el día 14 de diciembre. Por este mismo tiempo se concedió licencia para una cátedra de moral en Mérida a petición del señor obispo.

[Piden el bautismo los chinipas y otras naciones] En los países del Norte la tranquilidad y fervor de los neófitos abría más puerta al Evangelio cada día. Los chinipas, pueblos situados en lo más alto del río del Fuerte, sabiendo la grande hambre que afligió por este tiempo a los sinaloas, y otros pueblos vecinos, recogieron una gran cantidad de maíz, frijol y otras semillas que vinieron a ofrecer gustosamente a los misioneros para el socorro de aquella necesidad, pidiendo que en recompensa fuesen a sus tierras a doctrinarlos en la fe. Con la esperanza de que en pasando las aguas se les daría gusto, partieron llenos de consuelo. Dieron aviso al resto de la nación, y de común acuerdo, resolvieron abrir y allanar los caminos: redujéronse a cuatro pueblos, edificaron casa e iglesia, levantaron cruces por todas partes, y lo que no se había visto en otro alguno de los pueblos, ellos espontáneamente vedaron, bajo de graves penas, que ninguno hiciese ni vendiese algún licor que embriagase. A los chinipas se juntaron para esperar al padre otras rancherías de gentiles vecinos, que llamaban huites, y que ya de antes habían pretendido ansiosamente lo mismo. Los guazaparis, nación numerosa y que por dos ocasiones había bajado a tratar de su doctrina, repitió la misma diligencia aun con más vivas instancias por este mismo tiempo. La misión de los nebomes crecía cada día con nuevas gentes. «No parece, (escribe el padre Diego de Guzmán) sino que Dios, por la intercesión de nuestro padre San Francisco Javier va dilatando esta misión, porque fuera de los muchos indios que tenemos, supe de un cristiano que la gente del río Sisibotari, le recibió con grande alegría, poniendo cruces y pidiendo padres.   —122→   Dice, que contó setenta rancherías, y que era tanta la gente como la de Mayo, muy dócil y que prometieron juntarse en cinco pueblos todos en tierra llana y cercanos, que puedan visitarse en un día. El cacique principal vino de allí a diez días a esta villa a verse con el padre y con el capitán. Vínome luego a visitar y presentome tres águilas. También me vinieron a ver los caciques de los batucos y me contaron cien rancherías pobladas a orillas, y continúan en visitarme a menudo». Hasta aquí el padre Diego de Guzmán, por donde se ve con cuantas ventajas restauraba el Señor en estos países, cuanto había perdido la religión entre los tepehuanes. En la provincia de Sinaloa se habían bautizado en el año, siete mil y quinientos entre párvulos y adultos.

[División de las misiones de Sinaloa y San Ignacio] Con los nuevos aumentos de la misión en estos últimos años, siendo ya veinticuatro los sacerdotes, que la piedad del rey sustentaba en aquellos países, y habiéndose avanzado las espirituales conquistas más de sesenta leguas adelante de la villa de Sinaloa, parecía necesario señalar en Mayo la cabecera de otra misión, donde residiese un superior, distinto del que resistía en la villa, y que a la ordinaria administración de los indios juntase también el cuidado de los nuestros. Se señaló por superior al padre Cristóbal Vallalta, antiguo misionero de los sinaloas. En sola esta misión, que comprendía los mayos, yaquis y nebomes, había once misioneros, a cayo cargo estaban, según el padrón que por mayor habían firmado los padres, más de veintiún mil almas en Mayo, treinta mil en Yaqui y nueve mil en lo poco que hasta entonces se había penetrado de los nebomes. El partido más antiguo de los mayos se dividió en otros tres, de tres pueblos cada uno. El más oriental y más cercano, compuesto de mayos y tepahues, se dio al padre Miguel Godines, el de en medio y cabecera de la misión cupo en suerte al padre Diego de la Cruz, y el más occidental y más vecino a la costa del golfo californio, tuvieron los dos padres Juan Varela y Juan Ángel. Éstos y los demás ministros, tenían siempre un utilísimo ejercicio o en perfeccionar la imagen de Jesucristo en los ya bautizados, o en formarla en las muchas naciones vecinas de gentiles, que de todas partes pedían el bautismo. A instancias de los chinipas que de nuevo habían enviado cien indios principales al pueblo de Toro, hubo de pasar a sus tierras el padre Pedro Juan Castini. Habíanse juntado en el mismo pueblo y con el mismo piadoso designio, siete u ocho caciques guazuparis. Pareciole ésta buena ocasión al padre   —123→   para concluir un trato de alianza entre los guazaparis y los chinipas, cuya división y discordia podía ser un grande obstáculo para la promulgación del Evangelio. Convidó a los de una y otra nación para un mismo día, en que les dio un solemne banquete, tratándolos igualmente como a sus comunes hijos en Jesucristo, y exhortándolos a la paz, si querían recibir la ley del Dios verdadero. Ellos se abrazaron y prometieron guardar una constante amistad.

[Reducción de otras naciones] Del río de Mayo se pasó también a la nación de los comicaris, que tomó a su cargo el padre Miguel Godines, ministro de los tepahues. Ésta era una puerta muy franca para la conversión de los hios, nación un poco hacia el Este, a ocho leguas de Tepahue, y cinco de Comicari, cuyo ejemplo seguirían fácilmente los huvagueres y los tehuisos sus vecinos más hacia el centro de la sierra. Logró también el fervoroso padre Godines a costa de no pocas fatigas, que los basiroas y tehatas, que poco antes por quererlos sacar de sus pueblos habían huido a los montes, volviesen de sus descarríos, y se alojasen en otros pueblos de cristianos. En Yaqui trabajaban por este tiempo cinco misioneros. El padre Cristóbal de Villalta, superior de aquella misión y residente en Torin, había entrado a suceder al padre Andrés Pérez de Rivas, que desde fines del año antecedente, después de diez y seis años de misiones, había llamado la obediencia a México para confiar a su prudencia y religiosidad los más importantes empleos de la provincia. A los nebomes se destinaron los padres Francisco de Oliñano y Diego de Vandersipe. Esta nación, por mayor seguridad había dado con todas las formalidades la paz y la obediencia al capitán de Sinaloa y confirmó este año la sinceridad de su palabra, enviando al seminario de indios de la villa once de los hijos de los principales caciques. El padre Pedro Méndez, aunque no de asiento, dio también feliz principio a la misión de los sisibotaris. El padre Andrés Pérez de Rivas señala esta entrada del padre Pedro Méndez al año de 1628, citando una carta del mismo padre; y aunque cita al fin del mismo capítulo otra entrada el año de 1621, la atribuye a otro misionero. Nosotros la hemos restituido a su verdadero autor el padre Méndez, guiados de un testimonio tan auténtico, como es la carta anua original del año de 1621 en que el padre Nicolás de Arnaya, dice así: «Daré fin a esta misión con una que recibí del padre Pedro Méndez, grande apóstol de toda aquella gentilidad, el cual, habiendo estado muchos años entre aquellos bárbaros, convirtiendo muchas almas a nuestra santa fe, me   —124→   pareció traerle a México, donde descansase de sus muchos y gloriosos trabajos y nos edificase a todos, y habiendo estado algún tiempo, después por un año entero, me importunó para que le volviese antes sus gentiles e hijos convertidos, y hube de condescender con sus ruegos: llegando allá recibí una suya de este tenor, etc.». Luego pone la carta que cita el padre Pérez en su historia, la cual se convence no ser del año de 28, pues se halla en la anua de 21 firmada por el padre Nicolás de Arnaya, que murió luego el año de 23. Sea de esto lo que fuere, los sisibotaris se halló ser la nación más dócil y más culta de todas las que hasta allí se habían descubierto. Habitan en unos valles de bello cielo y saludable temple, cercados de montes no muy altos. En el traje, dice la citada carta, son muy diferentes de los yaquis y mayos. Los hombres se cubren con una pequeña manta pintada de la cintura a la rodilla, y cuando hace frío usan unas mantas grandes de algodón y pita. Las mujeres van cargadas de vestidos, y al entrar en la iglesia hacen tanto ruido como si fueran españolas. Los faldellines que usan llegan hasta el suelo, de pieles bruñidas y blandas como una seda, con pinturas de colores o de algodón y pita, que tienen en abundancia. Se ponen a más de eso un delantal de la cintura abajo, que en muchas suele ser negro, y parece escapulario de monjas. Las doncellas especialmente usan una especie de jubones o corpiños muy bien labrados; a todo esto añaden en el invierno unos como roquetes, y así todas son honestísimas. Son estos indios muy sobrios en el comer, y por eso gozan de muy buena salud. Sus casas son de barro y de terrado, a modo de las que se hacen de adobes, y mejores, porque aunque el barro es sin mezcla de paja, lo pisan y disponen de manera que queda como una piedra, y luego lo cubren con maderas fuertes y bien labradas. En las danzas que hacían en muestra de alegría, fue muy de notar que aunque danzaban juntos hombres y mujeres, ni se hablaban ni se tocaban inmediatamente las manos, sino asidos a los cabos de mantas o paños de algodón, y las mujeres con los ojos en el suelo con grande compostura y recato. Así afrentaban unos indios gentiles la poca circunspección de los cristianos muy antiguos. Todas las misiones recibieron grandes esperanzas de nuevos aumentos con la protección del ilustrísimo señor don fray Gonzalo de Hermosillo, primer obispo de Guadiana, catedral nuevamente erigida por bulas apostólicas de Paulo V y cédula de Su Majestad de 14 de junio de este mismo año.

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[Renovación del Señor de Ixmiquilpan, llamado de Santa Teresa la antigua de México] A la ciudad de México fue este año felicísimo (1621) por la milagrosa renovación del Santo Cristo de Ixmiquilpan, uno de los prodigios más constantes y averiguados en esta Nueva-España, y que perteneciendo en parte a la memoria del señor don Alonso de Villaseca, insigne fundador de nuestro colegio máximo, no creemos ser fuera de propósito adornar esta narración con la de un suceso tan ruidoso. Este piadoso caballero había por los años de 1545 mandado traer de los reinos de Castilla diversas sagradas imágenes, de las cuales una del Santo Ecce Homo donó a su colegio de San Pedro y San Pablo, y se venera aun en aquella iglesia, otra de Cristo crucificado mandó colocar en el templo del Real y minas de Ixmiquilpan, que llamaban del plomo pobre, y que entonces le pertenecían. Estuvo por muchos años la estatua en un ángulo del altar al lado de la Epístola, hasta que por los de 1615 visitando aquel partido el Ilustrísimo señor don Juan Pérez de la Serna, y considerando el grande estrago que el tiempo y el descuido habían hecho en la sagrada imagen, y que apenas conservaba ya semblante humano, proveyó auto para que en primera ocasión se enterrase. En más de cinco altos no se cumplió con lo mandado, disponiéndolo así la Providencia que preparaba ya el camino a la admirable renovación. Por todo este tiempo se oyeron varias noches en la iglesia tristes gemidos, horroroso estruendo, y aun tal vez repique de las campanas, con espanto de los vecinos y aun de los ministros, que llegaban a desamparar la vecindad. Oíanse en el aire músicas de voces e instrumentos, y veíanse también salir de la iglesia, como procesiones de penitentes, que luego repentinamente desaparecían. Duró esto hasta el día 5 de marzo, segundo viernes de cuaresma del año de 1621, en que habiendo un recio huracán arruinado la mitad del techo de la iglesia y concurrido en tropa los vecinos a examinar el estrago, vieron por una reja de las huertas que la santa imagen desprendida de la cruz caminaba por el aire, y detrás de ella, como a doce pasos, la Santa Cruz. Arrebatados de la admiración descerrajaron las puertas por no hallarse a mano las llaves, y vieron como retrocediendo la cruz y la imagen en la misma forma volvía a colocarse en su antiguo sitio. No estaba entonces en el Real el vicario de aquel partido, y aunque informado después, nunca dio   —126→   crédito, teniendo ésta como todas las antecedentes cosas que habían acontecido, por ilusión de los vecinos. Entre tanto, por la suma esterilidad de aquel año, determinó el mismo vicario sacar en procesión una devota imagen de Nuestra Señora que se veneraba en su iglesia. Rogáronle los vecinos que sacase la estatua del Santo Cristo, y aunque lo resistió mucho tiempo diciendo que estaba indecente, denegrido, y casi sin cabeza, hubo al fin de condescender con tan feliz suceso, que antes de llegar al medio del camino comenzó a entoldarse el cielo en grandes y densas nubes. Al volver la procesión comenzó la lluvia, que se continuó por diez y siete días en el Real, y dos leguas en contorno, experimentándose la misma esterilidad que antes en los pueblos vecinos.

Pasó lo dicho hasta el día 19 de mayo, víspera de la Ascensión, en que el mismo vicario oyó diversas ocasiones entre las tres y cuatro de la tarde tan ruidosos golpes y gemidos, que a pesar de su incredulidad, le obligaron a llamar gente y registrar la iglesia, aunque no hallando causa se corrió de haberse (como decía) dejado asustar sin fundamento. Cerraba ya la puerta del templo cuando oyó comenzarse a repicar las campanas aprisa y reciamente. Con este motivo volvió a registrar detrás y por los lados del altar mayor, y llegando hacia el lugar del Santo Cristo, le cayó de lo alto una gota de agua en la oreja derecha. Con esta ocasión uno del concurso reconoció que sudaba la imagen, y llegándose muchos otros a certificarse reconocieron que se había enteramente renovado. A vista de tan grande prodigio, comenzó el vicario a enjugar con lienzos el sudor, que sin embargo procedió tan copioso, que mojó muchos hasta el día siguiente a las ocho de la mañana. Hiciéronse muchas diligencias desde este día 20 de mayo para asegurarse cuanto humanamente fuese posible de lo sobrenatural del suceso. Estos sudores se repitieron distintas ocasiones con otros espantosos sucesos de temblores y extraordinarios movimientos, que por grandes precauciones que tomó el vicario no pudieron ocultarse al señor Arzobispo. Éste, conforme a la gravedad del negocio, envió al licenciado don Juan de Aguado, provisor de los indios, y visitador general de la diócesis, acompañado de un notario, receptor y un fiscal, para que hiciese una exacta información, y en caso de no hallar cosa cierta trajese preso al vicario. Entre tanto, a las seis de la mañana el día 1.º de junio, había sudado otra vez la santa imagen, primero agua, después agua y sangre, que brotándole también por la frente le formó una cinta   —127→   o faja al derredor como la conserva hasta hoy en día. El provisor, promulgados algunos edictos, determinó llevar a su casa la imagen para ponerla a cubierto de todo fraude o engaño. Vieron las piedras con que habían acuñado la cruz sobre el altar matizadas todas de sangre fresca, que reconocieron, y comprobaron dicho visitador y notario con veinticinco testigos. En la casa del visitador se obraron tan frecuentes prodigios, ya de clarísimo resplandor en la obscuridad de la noche, ya de movimientos, ya de sudores y sanidades repentinas, que depusieron más de setenta y cinco testigos, que el ilustrísimo señor Serna dio orden para que se trajese a México en una arca cerrada. Al cargarla, aunque no era la estatua sino de cartón, sintieron un exorbitante peso, que haciendo los circunstantes varias promesas piadosas, pareció disminuirse, y se pudo emprender la conducción la mañana del día 14 de julio. Comenzada la marcha fue tan viva la oposición de los indios y vecinos de aquellas minas, que arrancaron la estatua de las manos del visitador y vicario, quedando por entonces depositada en el convento de religiosos agustinos. Aquí, sacándola en procesión todos los días, se experimentaron y, se autenticaron admirables prodigios, singularmente un día, que con espanto de todos los circunstantes, se le vio abrir los ojos y volver el rostro hacia atrás. Con la noticia que cada día crecía de cosas tan raras, se dio más apretada orden para su remisión a esta ciudad, de parte del señor Arzobispo y del reverendísimo fray Agustín de Ardui, provincial de San Agustín, con lo cual hubieron de condescender aquellos vecinos, y se trajo a México la sagrada imagen, que el piadoso Arzobispo depositó en su palacio, y algunos años después, habiendo de partirse a los reinos de Castilla, la dejó en el convento de San José de religiosas carmelitas descalzas, donde después acá ha sido venerada con singular devoción de toda la ciudad, principalmente después que el ilustrísimo señor don Francisco de Agiar y Seijas, según lo dispuesto por el Santo Concilio de Trento, visto el proceso e informaciones jurídicas, pronunció sentencia de ser milagrosa aquella renovación con todos los sucesos antecedentes y consiguientes a ella, el día 18 de mayo de 1689 años7.

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[Muerte del padre Gerónimo Ramírez y misión a Michoacán] En el colegio de Pátzcuaro muy a los principios del año llevó el Señor para sí al padre Gerónimo Ramírez, natural de Sevilla, hombre de mucha oración y de un celo ardiente de la salvación de las almas, en cuya conversión empleó la mayor parte de su vida, primero con los tarascos, luego en la gran laguna de San Pedro, a cuya doctrina dio principio   —129→   con excursiones que hacía desde el colegio de Zacatecas. Fundó la famosa misión de Tepehuanes, y luego el colegio de Guatemala, en que manifestó bastantemente la celestial prudencia que sacaba del continuo trato con Dios. Su pobreza fue suma, hermana de la grande humildad con que escondía sus singulares talentos, y por la cual se mereció la estimación y confianza del señor obispo de Guatemala, no muy propicio a los principios. Volviendo de la congregación provincial a su colegio de Pátzcuaro, no le permitió su fervor pasar infructuosamente aquellos días. Fue haciendo misión por todos los pueblos del camino, en que se detuvo hasta algunos días después de la cuaresma. Llegado al colegio tuvo unos fervorosos ejercicios, y aunque con no sé qué interiores prenuncios de su cercana muerte, salió en misión por los pueblos de la tierra caliente, a que ninguno de la compañía había entrado después de la muerte del apostólico padre Juan Ferro. En esta ocupación le sobrecogió la enfermedad última, de que murió a los 12 de enero de 1621. El padre Gerónimo de Santiago, misionero formado al grande ejemplar de los padres Ferro y Ramírez, prosiguió aquel evangélico empleo, y después de la cuaresma recorrió los partidos de Teremendo, Banique, Puruándiro, Pénjamo e Irapuato. Uno de aquellos beneficiados, poco instruido en la conducta de nuestros misioneros, y observando que la mayor parte del día empleaban en oír confesiones, preguntó a uno de los españoles vecinos de aquel partido: ¿Qué anda haciendo este padre que confiesa tanto? ¿Por ventura viene a juntar alguna limosna? Se le respondió, como aun espontáneamente ofrecidas no había querido admitirlas, de que quedó muy edificado y deseoso de que pasase también el padre a su partido. De zacatecas se hizo una provechosa misión al Fresnillo y a las minas del Potosí, aunque distantes. Aquí se conoció tan sensiblemente el fruto, en la reforma de las costumbres, que se comenzó a tratar de la fundación de un colegio entra algunas piadosas personas que efectivamente lograron poco después sus deseos.

[Resolución de despoblar Granada y nuevas instancias de los vecinos] Las esperanzas que se les dieron por entonces causaron tanto consuelo a los vecinos de aquel real de minas, cuanto fue el dolor que tuvo la ciudad de Granada en Nicaragua de ver desvanecidas las que hasta entonces había tenido de la fundación de una casa de la Compañía. Desde fines del año antecedente había recibido el padre Pedro de Cabrera, orden cerrada del padre provincial Nicolás de Arnaya, en que le mandaba restituirse con el hermano Blas Hernández al colegio de   —130→   Guatemala. No faltaron al prudente superior razones para una determinación al parecer tan violenta. El padre Florián de Ayerve, a quien el año de 18 se había enviado por visitador de aquella residencia y del colegio de Guatemala, había sido de dictamen que no podía fundarse ni gobernarse bien un colegio tan distante. El padre Sebastián Chieca, el padre Hernando Mejía, que habían estado allí, el padre Carbajal, rector del colegio de Guatemala, y otros varios habían sido del mismo parecer. Por otra parte los jesuitas no habían ido allí sino por vía de misión, y habían estado ya más de tres años. Sabida la resolución del padre provincial se conmovió notablemente toda la ciudad. Se juntó cabildo el día 10 de enero, en que el procurador de la ciudad presentó una petición del tenor siguiente.

«Francisco López de Castro, procurador general de esta ciudad de Granada, provincia de Nicaragua, digo: que habrá cuatro años, poco más o menos, que la Compañía de Jesús está fundada en esta ciudad, con grande fruto de toda esta tierra, y muy grande aprovechamiento de todo género de gentes, y que los religiosos de ella han acudido acuden al bien de las almas en confesiones, sermones, enseñanza de los niños e ignorantes, dando estudios a los que han de ser sacerdotes, y haciendo paces, y componiendo a los que están enemistados, y edificando toda la tierra con la buena vida y ejemplo, y deseo de que todos se aprovechen y salven, como lo suele hacer la Compañía de Jesús en todas las partes del mundo; y aunque es verdad, y de parte de los superiores de la dicha Compañía ha habido alguna dificultad por estar esto tan apartado de México; pero últimamente con la fundación que el año pasado el padre Antonio de Grijalva ofreció del Realejo, trajo el padre Blas Hernández carta a V. S. de su reverendísimo padre provincial en que ofrecía a V. S. favorecer esta fundación de Granada, y ser intercesor con su general para que esta fundación de tanto servicio de Dios fuese adelante; y ahora de nuevo, cuando toda la tierra estaba más contenta con las buenas esperanzas que el dicho padre provincial le había dado, ahora de repente el padre Pedro de Cabrera, superior de la dicha casa, ha dicho que tiene orden de dicho padre provincial para irse y despoblar esta casa, lo que ha sido de tanta pena y dolor para toda la tierra, que no pudiendo muchos declarar con palabras, lo lloran y sienten como es razón.

A V. S. pido y suplico, que mirando lo mucho que importa la estada de la Compañía de Jesús en esta ciudad, al servicio de Dios N. Señor y de   —131→   S. M., pues con ella descarga tanto su conciencia del bien y provecho de estas almas, que pida encarecidamente a los dichos padres en un cabildo abierto, no salgan de esta ciudad, y que V. S. y todo el cabildo abierto escriban apretada y encarecidamente al dicho padre provincial, representándole la gran necesidad que hay en toda aquesta tierra de la Compañía de Jesús, el mucho fruto que hace, y el mucho daño que se ha de seguir de su salida, y juntamente se le suplique que espere a la segunda resolución de su generalísimo, para aquesto se despache una persona de autoridad que no solamente lleve las cartas, sino también dé razón de todo, y negocie lo que tanto nos importa, que para su viaje ofrecen algunos de los vecinos, y yo en su nombre, todo el gasto necesario. Y en esto V. S. acudirá al servicio de Dios y de S. M., y al provecho, edificación, y necesidad de toda aquesta tierra. Francisco López de Castro».



En consecuencia de esta petición se mandó juntar cabildo abierto el día 17, en que a la pasada petición añadió el procurador general lo siguiente: «Que dado caso que los dichos padres se determinen a irse, se les pida que la dicha casa e iglesia con todos los ornamentos y cosas pertenecientes a ella, no se deshaga ni se venda nada, sino que se quede como se está, porque el deshacerse sería gran desconsuelo y dolor para todos los vecinos que han ayudado, y no quieren que se les devuelva cosa alguna sino que todo se quede como está hasta que se escriba encarecidamente al dicho padre provincial, representándole lo mucho que ha hecho la Compañía, y la mucha voluntad y amor que todos le tienen; y otro sí, se le envíe un testimonio de los muchos vecinos que son en esta ciudad, y de la mucha gente forastera que va y viene por aquestos puertos, y de los muchos pueblos de indios necesitados de doctrina, etc.». Y vista la petición, se acordó que sean los padres de la Compañía llamados para que les conste lo que pide el procurador general, y para ello fueron el capitán don Pedro de Villa Real alcalde ordinario, y el capitán Cristóbal de Villagra a traer a los padres, a los cuales se les refirió lo pedido por el procurador y la voluntad de esta ciudad, y venidos dijeron, que conforme al orden del padre provincial ya se habían de haber ido; mas por dar gusto a esta ciudad y al Señor Gobernador y a todos los vecinos, les dejaron todas las cosas y la iglesia, mandas y ornamentos en la forma y manera que está hasta dar cuenta personalmente al padre provincial, y que están en mucha obligación, y lo está y estará toda la Compañía de Jesús al amor que todos   —132→   han mostrado y deseo de su compañía. Con lo cual, los dichos, justicia, cabildo y regimiento de esta ciudad, y los vecinos que a este cabildo se hallaron, han venido y vienen en lo que el procurador general ha pedido por ser tan útil y provechoso a todos. Y para que conste lo firmaron, etc. A estas diligencias añadieron algunas mandas, que por todas llegarían a seiscientos pesos; pero lo que más peso dio a todo, fue la súplica del ilustrísimo señor don fray Benito Gerónimo Waltodano, que aun antes de llegar a su obispado escribió al padre provincial desde Cartago de Costa Rica con fecha de 20 de agosto de 1621.

[Principios de la fundación en el Realejo] Unas instancias tan grandes, tan vivas y tan sinceras, tenían ya bastante inclinado el ánimo del padre provincial, y acabó del todo de inclinarlo la fundación que entonces se proporcionó de la villa del Realejo. De este puerto se había escrito desde el año antecedente a nuestro padre general, que en efecto aceptó la dicha fundación que se proponía muy ventajosa en fecha de 3 de enero de 1621, cuasi al mismo tiempo que se trataba de desamparar a Granada. Los vecinos del Realejo en vez de resfriarse con este ejemplar, tomaron más ánimo y determinaron informar a Su Majestad para que se interesase en el asunto. En orden a esto, el procurador general presentó una petición de este tenor.

«En la villa y puerto del Realejo, provincia de Nicaragua, a 13 días del mes de febrero de 1621 ante el capitán Cristóbal de Salazar, corregidor de esta villa por S. M. fue leída esta petición.

Felipe de Agüero procurador general de esta villa, en nombre de ella y en virtud de lo acordado por el cabildo de 12 de éste, digo: Que al bien común y provecho universal de esta villa y de los estantes y habitantes en ella, conviene hacer información ad perpetuam, o como más haya lugar en derecho, para enviar a S. M. en su real consejo de las indias de los capítulos y cosas siguientes.

Lo primero, que esta villa es puerto de mar, y corresponde al mar del Sur, a donde vienen navíos y fragatas así del Perú, como de Panamá, Nueva-España, Sonsonate y otras partes, y que de aquí se suelen despachar bajeles de aviso, y para otros efectos del servicio de S. M. a las islas Filipinas; y mediante lo dicho hay en esta villa mucho trato y comercio de los frutos de la tierra y otras mercaderías, y acude a ella mucha gente de diferentes partes al dicho comercio.

Item: que hasta ahora no ha habido ni hay convento alguno fundado con licencia de S. M., y que ha carecido y carece de quien le predique   —133→   la palabra evangélica y acuda a la crianza de buenas costumbres de los niños que en ella nacen. Por lo cual todos generalmente son ignorantes de lo que les conviene saber para su salvación: de tal manera que solo tienen el nombre de cristianos.

Item: Que el padre Antonio de Grijalva cura y vicario que ha sido en esta villa, constándole de lo dicho con celo del servicio de Dios y bien de las almas, ha hecho instancia en traer a esta villa un colegio de la Compañía de Jesús, y para su fundación y dotación ha hecho donación y gracia de unas poderosas haciendas en el término de este corregimiento, llamada la Cosubina que tienen para su servicio treinta piezas de esclavos varones y hembras, donde hay dos obrajes de hacer tinta de añil, y que con la industria de los dichos esclavos se cogen cada año de sesenta quintales para arriba, y tienen en dichas haciendas una grande estancia de ganado vacuno de mil cabezas para arriba, y tienen una cría de mulas en que se hierran de cincuenta a sesenta cada año, y es capaz de criar más de quinientas cada año, y saben los testigos que con mediana industria que en ella se ponga, las dichas haciendas valdrán más de seis mil pesos de renta cada año, lo cual es muy bastante para fundar y sustentar dicho colegio, y les sobrará para hacer mucha limosna como lo acostumbran los dichos padres.

Item: Que con la venida de los padres de la Compañía a la ciudad de Granada de esta provincia a cierta misión, en que han estado dos o tres años, toda esta provincia de Nicaragua recibió y ha tenido mucho bien y utilidad para su salvación y buenas costumbres; de tal manera, que lo que hasta estos tiempos nunca se había hecho, los vecinos de ellos frecuentaban los sacramentos de confesión y comunión, de quince en quince días, y algunos más a menudo. Y los hijos de los españoles que en ella nacen, que su ejercicio era en sabiendo andar ser vaqueros y hombres de campo, sin ninguna doctrina ni policía, después que vinieron dichos padres se había visto tan grande enmienda y mejoría aunque no ha tenido colegio ni casa fundada, que unos eran ya muy buenos gramáticos y latinos, y los pequeños todos a una, políticos, bien criados y doctrinados en el catecismo, de manera que ya se podía esperar de ellos grandes letras y virtud. Y por haber enviado a llamar a los dichos padres el provincial de la Compañía, toda esta provincia queda huérfana y desamparada de toda esta doctrina cristiana y buenas costumbres, y lo que algunos han aprendido es fuerza se les ha de olvidar, y los que nacieron es fuerza hayan de quedar en la misma ignorancia.   —134→   Y otra ninguna religión es la que conviene en esta provincia tanto como la Compañía, cuyo instinto es enseñar y predicar como es público.

Item: Que si S. M. fuese servido de mandar que la dicha fundación tuviese efecto, en ello haría a Dios nuestro Señor un grato servicio y a esta provincia, y particularmente a esta villa muy gran bien y merced. Por tanto, para que a S. M. conste, a V. pido y suplico, etc.».



En el mismo día 13 se presentaron por testigos el padre Antonio de Grijalva, cura y vicario de la dicha villa, don Gerónimo Ponce de León, juez reformador de aquel corregimiento, a Pedro de Rivera escribano de cabildo, y a Lázaro Isidro de Quevedo y don Manuel de Sosa, que todos bajo la religión del juramento convinieron en los cinco capítulos propuestos. A esta información acompañó una carta firmada de todo el regimiento el mismo día 13 de febrero de 1621.

[Visita del padre Luis de Molina] El padre provincial Nicolás de Arnaya cometió al padre Luis de Molina, destinado visitador del colegio de Guatemala, que pasase a Granada y Realejo, que examinase los fondos de una y otra fundación, y proveyese en ínterin lo que juzgase más conveniente al servicio de Dios. Para Granada se mandó volver al padre Pedro de Cabrera, a quien señaladamente pedía la ciudad, y el ilustrísimo Waltodano. Para el Realejo se señaló al padre Alonso de Valencia con facultad in scriptis del padre provincial fecha en 1.º de octubre para que precediendo la licencia de S. M. admitiese en nombre del padre general la fundación de aquel colegio, y diese a don Antonio de Grijalva la patente de fundador. El padre Luis de Molina, aunque contra el juicio y dictamen de cuasi todos los padres de Guatemala, recibida a mitad del año siguiente la licencia de S. M. para la fundación de un colegio en el Realejo, y una residencia en Granada, admitió lo uno y lo otro a lo que podemos juzgar por el suceso, no con la más madura circunspección. El mismo padre en la relación que hace de su visita, conoció los inconvenientes que podían tener aquellas dos casas, los pocos fondos de una y otra, y sobre todo, la suma distancia de que era forzosa consecuencia la mala administración en un gobierno no tan dependiente y subordinado a la unidad como el de la Compañía. A lo que parece se admitieron estas dos fundaciones con la lisonjera esperanza de que se podría poner en Guatemala la cabeza de una viceprovincia si llegaban a fundarse algunos otros colegios en Chiapas, Comayagua y Costa Rica a que podían agregarse las misiones de gentiles de que   —135→   había mucho aun en las vecindades de Cartago, como pretendía el conde de Gomera presidente de Guatemala, y el recién fundado colegio en Mérida de Yucatán. La experiencia ha mostrado cuán poco fundamento había para esta imaginaria viceprovincia. Las casas de Granada y el Realejo no pudieron subsistir largo tiempo. El colegio más cercano a Guatemala que es el de Ciudad Real, no vino a fundarse sino muchos años después. La pretendida fundación de San Salvador a fines del siglo pasado, y la de Valladolid, capital de Comayagua, a los principios de éste se han con más prudencia desechado en mi tiempo en que ya la provincia mexicana trabaja demasiadamente con su misma grandeza. El poco tiempo que duró la Compañía en el Realejo no dejó de hacer considerable fruto. El padre Pedro de Valencia vino a descubrir entre los indios de Suchaba mucha y muy disimulada idolatría. Con aviso que dio al ilustrísimo salió éste luego a la visita. Halló en efecto en diferentes pueblos grandes adoratorios, y en ellos más de cuatrocientos ídolos de diversas figuras. Llamó al padre, que con un fervoroso sermón excitó en el pueblo piadosísimo llanto. El señor Arzobispo lo avivó más bañado en lágrimas al dar la bendición. Los sacerdotes de los ídolos asistían a este espectáculo en traje de penitencia, y se había luego de proceder a sentencia de azotes. Los españoles que se hallaban presentes instaron tanto por el perdón, que no pudo negarse el prelado, pero el cielo manifestó que no le era agradable semejante súplica. Cuasi repentinamente se cubrió de nubes que arrojaron gran cantidad de rayos, con tanto temor de los intercesores, que volvieron a pedir el castigo de los infames apóstatas, y dentro de poco volvió el cielo a su primera serenidad.

El mismo efecto de piedad y compunción que causó en los vecinos de Suchaba la tempestad, causó y con mucha más razón en Guatemala una erupción del volcán muy a los principios del año. Habíanse oído algunos días antes ruidos sordos que tenían ya no poco asustado al pueblo. El día 20 de enero, dedicado a San Sebastián, que algunos años antes se había jurado patrón de la ciudad, muy cerca de la noche salían dos de los padres llamados a auxiliar a una señora de la primera nobleza. En la plaza encontraron dos mozos con extraordinaria prisa. Preguntados qué tenían, y si iban fugitivos de la justicia: «De la de Dios, respondieron, y vamos a los monasterios a rogar a los religiosos hagan plegarias a nuestro Señor para que no se arruine la ciudad». Inmediatamente comenzaron a oírse espantosos bramidos del   —136→   Las llamas subían más de diez varas sobre la cumbre, y alumbraban hasta una gran distancia. Mucho humo negro y espeso acompañaba de cuando en cuando a una copiosa lluvia de ceniza y poca piedra menuda. El espanto natural en semejantes lances tenía bastantemente preparados los ánimos para las exhortaciones de los padres, que lograron maravillosas conversiones. Juntáronseles algunos más piadosos eclesiásticos congregantes de la Anunciata, que hicieron con esta ocasión dar su nombre a otros muchos a quienes el mismo año hizo partícipes de todas las indulgencias y gracias, agregándolos a la primera de Roma el padre general Mucio Witellechi.

[Peste en Yucatán y misión a Valladolid] En estos países se ejercitaban las obras de espiritual misericordia. En Yucatán con muy diverso género de calamidad fue preciso a los espirituales ministerios añadir otros no menos meritorios de caridad corporal. En toda la península se hizo sentir una grande hambre. Los indios, dejando la ciudad y las doctrinas, eran obligados a discurrir por los montes y las selvas en busca de raíces y yerbas con que alimentarse. No bastando el campo a la necesidad de tantos pobres, se les veía venir a vender sus pobres alhajuelas para comprar un poco de maíz, y acabándose éstas muy breve se encontraban de puerta en puerta por la ciudad enjambres de pobres. Los señores obispo y gobernador aun repartiendo largas limosnas, y tomando las providencias más cristianas en la provisión y venta de los granos no podían poner entero remedio a tanto mal. En el colegio se daba de comer diariamente a más de cuatrocientos pobres, y por medio de seculares piadosos se sustentaban muchos más con limosnas que recogían los padres para este mismo efecto. Este motivo llevó también a la villa de Valladolid al padre Melchor Maldonado. Juntamente con hacer allí la causa de los pobres hizo la de Dios, predicando algunos sermones, reconciliando enemistades en que ha sido siempre muy desgraciado aquel país, visitando las cárceles, e introduciendo la frecuencia de sacramentos. Agradecido el cura y vicario, y todo el cabildo secular a tantos buenos oficios, le suplicaron volviese a predicar allí la cuaresma, escribiendo para esta causa al padre rector Tomás Domínguez. Trataron antes de acomodar algún hospedaje y alojamiento fijo a arbitrio del mismo padre Maldonado, que con edificación de todos, no quiso otro que una pieza del hospital donde él se había mantenido todo el tiempo de su peregrinación. Uno de los más ricos vecinos se obligó a dar al misionero el necesario sustento aquella y las demás cuaresmas que quisiesen ir a   —137→   Valladolid. Tanto era el buen olor de edificación que había podido dejar un solo sujeto en pocos meses de detención.

[Muerte del padre Pedro Vidal] En el colegio de Tepotzotlán murió el padre Pedro Vidal, insigne operario de indios, en cuya instrucción empleó cuarenta años con un tenor invariable. Todo cuanto pudiéramos decir de sus religiosas virtudes, no haría formar de ellas tan alta idea como la carta que vamos a referir del gobernador y caciques de Tepotzotlán escrita al padre provincial, que traducida fielmente, dice así: «En ente punto de la media noche supimos cómo nuestro señor llevó para sí al ciudadano del cielo, a nuestro amado padre Pedro Vidal, al que con su sombra nos cubría. Lo cual nos fue de grande pena a todos sus hijos, alcaldes, regidores y demás vecinos de este pueblo, que quedan llorando tristes y afligidos de que nuestro Señor nos haya sacado del mundo al abogado de los pobres. ¿Pero qué podemos decir? Él era el báculo y arrimo de todos los de este pueblo. Mas consolámonos los que quedamos huérfanos sin nuestro padre, con que el haberle llevado nuestro gran Señor al cielo, habrá sido para que mucho mejor allá pueda abogar por nosotros delante de su divina Majestad. Luego que amaneció, todos sus hijos y cofrades de las dos cofradías rogamos encarecidamente a nuestro padre rector nos diese licencia para mandar decir una misa cantada por nuestro padre difunto. La cual se dirá luego para que se acuerde de nosotros delante de Dios y de su santísima Madre. El mismo Señor, Hacedor y Criador nuestro te guarde. Tu pueblo Tepotzotlán mayo 2 de 1622».

[Muerte del padre Agustín Cano] Siguió al padre Agustín Cano, rector del colegio de Valladolid, y uno de los primeros que se recibieron en esta provincia; excelente en las letras humanas y de un gran talento de púlpito, en que se ejercitó por muchos años en conocida utilidad de los que le oían. Llamado después a la cátedra, leyó escritura cuasi veinte años, en que expuso doctísimamente los profetas mayores, las Epístolas de San Pablo y los cánticos del nuevo y viejo Testamento. Noticiosos los padres generales Claudio Acuaviva y Mucio Witelleschi de la solidez y sabiduría de sus exposiciones, mandaron orden de que se imprimieran. Pero no habiendo el padre por su grande humildad querido mientras vivió procurarlo por ningún camino, después de su muerte lo intentaron algunas personas que sabían dar a sus escritos la estimación correspondiente a su mérito, obligándose a costear la impresión. Sin embargo, ni impresos ni manuscritos se han conservado, y carece la provincia   —138→   con dolor de éstos como de otros muchos documentos de la excelente sabiduría y piedad de nuestros mayores. Hace memoria de este insigne varón la Biblioteca de la Compañía en la edición de Roma añadida, y el doctor don Juan José de Eguiara y Eguren en su Biblioteca Mexicana. En una y otra parte solo se hace mención de los comentarios sobre los cánticos de uno y otro Testamento y las Epístolas de San Pablo, y omitieron los profetas, de los cuales singularmente el Isaías fue una de sus obras más aplaudidas. Murió el padre Agustín Cano a 23 de setiembre de 1622.

[Muerte del padre Agustín de Quiroz] A los doce días del mismo mes de setiembre había llegado felizmente a Veracruz la flota, y en ella destinado provincial el padre Juan Laurencio. Venía también como visitador el padre Agustín Quiroz. Este gran sujeto solo vino a dejar a la provincia un gran deseo de sí, y a ver marchitar tan presto como nacieron las esperanzas que se podía prometer de su prudencia. A los tres meses de llegado murió el 13 de diciembre, de una enfermedad contraída en la navegación. Había nacido en Andúxar de muy noble familia y tenido en su provincia de Andalucía los más distinguidos cargos. En el poco tiempo que estuvo en México se tuvo tan alto concepto de su santidad, que el excelentísimo señor don Diego Carrillo de Mendoza, marqués de Gelves, le visitó cuatro días antes de morir, y todo el tiempo que estuvo en su presencia fue hincado de rodillas junto a su pobre lecho suplicándole se acordase de él en el cielo, y pidiéndole su bendición, que después mucha resistencia le hubo de dar para su consuelo. Lo mismo hicieron a ejemplo del señor virrey el marqués del Valle, el conde de Santiago, el marqués de Villamayor y otras personas de la primera nobleza. Tanto es cierto, que no hay honor más bien merecido ni más sincera estimación que la que concilia la santidad.

[Muerte del señor obispo de Michoacán] No fue menos sentida en la provincia que las dos antecedentes la muerte del ilustrísimo señor don fray Baltazar de Covarrubias, dignísimo obispo de Michoacán. Este prelado amó muy tiernamente a la Compañía, y se miró siempre como uno de ella. Los cuatro, cinco y más días solía permanecer en el colegio con solo dos pajes, comiendo en nuestro refectorio, y edificándose, como decía, del recogimiento, estudio y trabajo de los padres, y puntualidad en sus religiosas distribuciones. Murió a los 27 de julio de 1622. El colegio, como tan obligado, tomó la mayor parte en las honras que le hizo su catedral. Predicó uno de los padres, otro hizo la oración fúnebre, y otros las poesías   —139→   y epitafios que adornaron el túmulo. Repartiéronse sus alhajas entre los eclesiásticos pobres como limosna de misas. Los señores capitulares hicieron el honor de reservar las más preciosas a la Compañía, y aunque se daban sin aquel gravamen con que se habían distribuido las demás, sin embargo no se hubieron de admitir porque no se creyera que se recibían tonto estipendio, de que quedó muy edificada toda la ciudad. La protección y sombra que perdía la Compañía de Jesús en el ilustrísimo de Michoacán, la recompensó el Señor con el aprecio de otro del mismo carácter y de la misma religión de San Agustín en el ilustrísimo señor don fray Gonzalo de Hermosillo, obispo de Durango. El año antecedente o poco antes había tomado posesión de su dignidad, y estando lo más de su rebaño a cargo de los misioneros jesuitas de Paras, Tepehuanes y Sinaloa, determinó ir luego a reconocer sus ovejas en compañía del padre Francisco de Arista, superior de la residencia de Guadiana. En esta visita quedó su señoría sumamente propicio al ministerio y trabajo de aquellos misioneros, de que habló en cartas al padre provincial con las palabras de mayor veneración, llamándolos varones santos, varones apostólicos, verdaderos hijos de la Compañía. Confirmó toda la cristiandad de la Laguna de San Pedro de Parras y del Río de las Nassas, dejando para otro año la visita de Sinaloa. Singularmente se agradó de una especie de seminario o convictorio de indizuelos, que a semejanza del de San Martín de Tepotzotlán, se había hecho en Parras, donde aprendían a leer y escribir, a tocar algunos instrumentos, y canto para el servicio de la iglesia. Estando allí murieron dos jóvenes de aquel seminario. El uno después de haber recibido la santa Comunión, que había podido con grande instancia, y para la que se había preparado confesándose cinco veces en aquella misma mañana. El otro, hablando con una imagen de Nuestra Señora, le decía: «Madre de Dios, pagadme ahora todas las misas que os he cantado los sábados y vuestras fiestas toda mi vida; no me dejéis, que ya veo que me muero y no he hecho penitencia de mis culpas». Este tierno coloquio oía el ilustrísimo y los presentes bañados en lágrimas, viendo cómo la divina gracia previene con bendiciones de dulzura algunas almas en las regiones más bárbaras del mundo. Los dos jóvenes eran de muchas leguas de allí, de los que llamaban serranos de Suavila, acaso lo mismo que llamamos Coahuila al presente.

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