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1

Establecidos allí los negros acabaron con los indios, de quienes son enemigos naturales. (N. del A.)

 

2

¡Tanta era la riqueza y piedad de los mexicanos en aquella época! (N. del A.)

 

3

¡Ah! ¡Cuánto dicen estas palabras! Meditémoslas... (N. del A.)

 

4

Esta justa disposición no se observa con gravamen de los niños pobres y sus padres y protectores, me consta por experiencia propia. (N. del A.)

 

5

Así se hizo cuando el conde del Venadito repuso a los jesuitas de orden de Fernando VII por el padre provincial Castaniza. Véase mi historia de los Tres siglos de México, tomo I, página 176. (N. del A.)

 

6

El actual gobierno ha nombrado hoy una junta que entiende en lo económico y literario de este colegio, dignísimo de toda protección: es el monumento más digno erigido a Minerva, y desde cuyo atrio respira y se dilata el corazón del viajero curioso. Pasa otro tanto con el colegio de San Gregorio regentado por el señor licenciado don Juan Rodríguez Puebla, el hombre más a propósito que pudiera buscarse para semejante destino. Este colegio ha hecho su revolución literaria como la hacen los astros, es decir, en silencio, sin estrépito, y hoy está en el apogeo de su esplendor. Su junta directiva es digna de todo elogio que me lo hará la posteridad justa e imparcial. El excelentísimo señor ministro de la guerra don José María Tornel es el actual presidente de la junta de San Ildefonso. (N. del A.)

 

7

Esta relación (son palabras del manuscrito del padre Alegre) está copiada del manuscrito con notas del autor, que se conserva en el archivo del virreinato de Nueva-España.

También se ve consignada en el tomo 3.º, página 254 de la Monarquía de España, historia de la vida y hechos del rey Felipe III, obra póstuma del maestre Gil González Dávila, cronista de dicho rey y de Felipe IV el Grande, asegurando este escritor que había leído original el proceso que mandó formar el señor arzobispo La Serna... Hasta de este documento precioso nos privaron les españoles, y luego nos admiramos de la falta de los apuntes que pudo formar el señor Zumárraga sobre la Aparición de nuestra señora de Guadalupe, habiendo tanta diferencia entre la época de 1831 en que se verificó, a la del año en que existió el señor La Serna, cuanto va de un estado de horribles guerras en que gobernó el señor Zumárraga, al de un estado de profunda paz y quietud del reinado de Felipe III. La invasión de España por los franceses en 1808 hizo que éstos se apoderasen de sus principales archivos, como el de Simancas, de donde han sacado los más importantes documentos relativos a las Américas, y cuya compilación, formada por H. Hernaux Compans, que hasta hoy llega a veinte tomos, leemos lo que pasó original por los primeros conquistadores, de que no teníamos noticia, y también leemos las relaciones de los primeros obispos dirigidas al rey, aunque con la desgracia de hallarlas vertidas al idioma francés, privándonos del dulce sabor que nos proporcionaría su lectura en el puro y castizo idioma español en que se escribieron por aquellos prelados.

Esta asombrosa renovación del Señor de Santa Teresa, no solo ha sido creída hasta nuestros días por todos los mexicanos, sino confirmada con prodigios singulares, experimentando su alta protección en todas las calamidades públicas, y últimamente en la terrible epidemia del cholera morbus que comenzó a ceder largo que se sacó en magnífica procesión. Los ascéticos creen que en su renovación sufrió el Señor las mismas congojas que en el triduo de la cruz en el calvario, y que su misericordia hacia este pueblo mexicano ha sido tanta, que por remediarlo y extinguir la abominable idolatría, sufrió una nueva pasión. Sea de esto lo que se quiera, su magnífico templo da testimonio de sus bondades y de la gran piedad de nuestros fieles; es de bellísima arquitectura, y su cimborrio campea sobre los más augustos edificios, señalándose, aquí como pudiera el de San Pedro en Roma. Es un farol redondo sostenido sobre dos hileras de columnas, que llama singularmente la admiración de todo viajero que lo visita con entusiasmo. Excítalo también con un santo temor, la imagen misma del Señor, que nadie osa verlo sino abrumado de un profundo respeto y confusión: habla sin duda al corazón y excita al arrepentimiento y al dolor. ¡Ah! ¡plegue a su bondad que yo la tenga presente al tiempo que exhale el último suspiro!... Seguro estoy de tener una buena acogida humillado a sus pies, y de [sanar] de la dolencia de mis iniquidades, como los israelitas cuando veían el símbolo de esta figura en la serpiente de bronce que Moisés les presentó en el desierto. Escrito está... El que viere mi rostro no morirá. Vultum tuum deprecabuntur omnes gentes. (N. del E.)

 

8

Reflexiones de esta naturaleza apenas las hacen los políticos más consumados de Europa. ¡Ojalá se tengan presentes en los Estados Unidos con respecto a la pretendida agregación de Tejas! (N. del A.)

 

9

He aquí un modo escandaloso de burlarse de la autoridad real a la sombra del Augusto Sacramento del altar. Tales procedimientos han traído muy funestas con consecuencias a la religión y ministros que hoy deploramos. (N. del A.)

 

10

¡Viva la Iglesia, y viva la rapiña!... ¡Qué contraste! (N. del A.)

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