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[Fruto de Sinaloa y muerte del padre Hernando Villafañe] Aunque habían faltado ya las nuevas conquistas en el partido de la villa de Sinaloa, sin embargo, no trabajaban poco los misioneros en formar aquellos pueblos a la política cristiana, enseñarles los oficios mecánicos, fabricar iglesias más decentes, y desarraigar la cizaña que tal vez prendía por medio de algunos gentiles de pueblos distantes que por allí pasaban, y a los que luego se procuraba traer al redil de la Iglesia. Los neófitos se hacían maestros de estos nuevos catecúmenos, y los persuadían y doctrinaban con tanta mayor facilidad, cuanta añade a las palabras el ejemplo. Se vio un niño de los que cantaban diariamente la doctrina en la iglesia hacerse apóstol, y catequista de otro de su edad, persuadirlo al bautismo, e instruirlo perfectamente bien en la creencia y obligaciones de cristiano. A este tiempo, aunque no se sabe el mes y el día, faltó a la sinaloa el padre Fernando de Villafañe, grande ejemplar y patrón de estas misiones, en que ocupó más de treinta años. Habiéndolo enviado la provincia de procurador a Roma en la congregación celebrada el año de 1619, tanto en la capital del mundo con su Santidad y con el general de la Compañía, como en Madrid con el Señor don Felipe III, hizo siempre la causa de los indios con mayor aplicación. Vuelto de su viaje sin poderlo detener, la expectación que sentía de su grande prudencia para los empleos de más lustre, pidió encarecidamente a los superiores lo volviesen a Sinaloa, donde edificando siempre con su vida observante, y aprovechando a los indios con sus continuas fatigas, acabó su carrera en buena vejez, con la actividad y fervor de un nuevo misionero.

[Muerte del padre Alonso Gómez de Cervantes] No fue menos sensible en la casa profesa la muerte del padre Alonso Gómez de Cervantes, ilustre por su origen de una de las más nobles y antiguas familias de México, y mucho más por sus religiosas virtudes. Su propio abatimiento y humillación parece haber sido la ocupación y continuo estudio de su vida. Ésta le hizo en medio de gravísimas enfermedades que padeció muchos años, huir siempre de aquellos colegios en que podía tener alguna estimación. Llamado de las misiones para el colegio de Oaxaca a petición del ilustrísimo señor don Juan Gómez de Cervantes, su tío, a pesar de su rendida obediencia se opuso con tal vigor y energía de razones, que el ilustrísimo, y los superiores no menos edificados que satisfechos, hubieron de conservarlo entre sus amados indios. Lo mismo hizo después de algunos años destinado al colegio de Guadalajara a petición de su ilustrísimo hermano don Leonel de Cervantes.   —202→   Su vida fue un continuo ejercicio de paciencia en los últimos años en que lo ejercitó el Señor con agudísimos dolores ocasionados de haberlo despeñado una mula en una de las más profundas y fragosas barrancas de la sierra de Topía. Predicando a las religiosas del real convento de Jesús María sobre aquellas palabras: Ecce sponsus venit, exite obviam ei, repentinamente enmudeció, y habiendo quedado algún rato como fuera de sí con los ojos fijos en el cielo, cayó de la silla, de donde llevado a casa, dentro de pocas horas expiró el día 7 de diciembre de 1634.

[Muerte del padre Lorenzo de Ayala] Al mes siguiente murió en el colegio de México, donde actualmente ejercía el cargo de ministro el padre Lorenzo Ayala, de quien arriba dejamos hecha mención por el singular desengaño, conque renunciando la dignidad de maestre escuela de la santa iglesia catedral de Guatemala, y muchas otras esperanzas con que lo lisonjeaba su edad, su caudal, su literatura y su nobleza, se consagró a Dios en la humilde y trabajosa vida de la religión. Consumó dentro de pocos años su sacrificio el día 14 de enero de 1635. Este mismo año se acabó en el colegio de Sinaloa un hermoso templo de tres naves, con grande regocijo, y no poca edificación de aquella nueva cristiandad. Don Tomás Pérez, rico labrador de aquella provincia, contribuyó con gruesas limosnas. En los demás pueblos se animaban los misioneros a pesar de su pobreza, a edificar decentes iglesias, y mucho más a formar en las almas dignos templos del Espíritu Santo, instruyéndolos cada día más a fondo en la religión, y en toda cristiana virtud. No se adelantaron menos las fábricas en la casa profesa, a cuidado del padre prepósito Luis Bonifaz, y en el colegio máximo por el padre Andrés Pérez de Rivas, y en el colegio de Oaxaca que respiró algún tanto de los grandes trabajos que a causa de la pobreza suma, se habían padecido los años antecedentes, con la piadosa liberalidad de don Juan Franco de Utuite, que dio catorce mil pesos para la compra de una hacienda, y ofrecía hasta veinte mil para el edificio de la iglesia, aunque esto no llegó a tener efecto como veremos adelante.

[Frutos en Oaxaca] Aunque ya por estos años había dejado la Compañía la administración del pueblo de Xalatlaco, no dejaban de hacer nuestros operarios copioso fruto en los indios con frecuentes misiones. Este ejercicio fue mucho más provechoso y necesario el año de 1636 por la epidemia que cuasi generalmente corrió entre los indios de una maligna calentura, que ellos llaman cocolixtli. En lo interior de la ciudad se practicaban los demás ministerios con fervor y aceptación. Se tuvo entre   —203→   otras grandes utilidades el sólido consuelo de componer un ruidoso pleito entre el ilustrísimo señor don fray Juan de Bohórquez. Había puesto su señoría entredicho a aquellos religiosísimos padres15, y prohibido bajo gravísimas censuras que ningún ciudadano entrara en su iglesia, y así se había observado por más de un año con grande consternación de los ánimos, en que aquella observantísima religión se ha granjeado cuasi desde su fundación, singularísimo aprecio. El señor obispo, inflexible a las más fuertes representaciones, se dejó rendir de un padre de los nuestros, alzó el entredicho, se compuso toda aquella diferencia a satisfacción de entrambas partes, y volvió a toda la ciudad la alegría, con el edificativo trato y comunicación de aquella religiosa comunidad.

[Peste en varias ciudades y muerte del padre Juan de Ledesma] En Tepotzotlán, Páztcuaro, y los demás colegios en que los pueblos de indios son la principal ocupación, dio el contagio abundante pábulo a las ciudades y muerte del celo y caridad de los padres que sin interrupción se entregaban al corporal y espiritual alivio de los enfermos. Esta constante aplicación en Tepotzotlán, donde por razón de párrocos era más continua la fatiga, costó la vida a los padres Juan Manuel y Pedro Marcos, que acabaron víctimas de su caridad en agradable holocausto, según podemos esperar de sus religiosas virtudes. En estas circunstancias en que tantos indios morían de desamparados aun dentro de las ciudades y en el mismo centro de México, hizo una gran falta el sabio y observantísimo padre Juan de Ledesma, que por muchos años en medio de los aplausos de todo el reino y ocupaciones de la cátedra, en que es tenido generalmente por el segundo de la provincia después del padre Pedro de Hortigoza, hizo siempre un gran lugar al ministerio de indios en el seminario de San Gregorio, cuyo templo reedificó cuasi enteramente, y cuidaba por sí mismo como el más humilde coadjutor. Su religiosa vida escribió el padre Juan Eusebio Nieremberg en sus claros varones y de él hacen honrosa mención muchos de nuestros autores. Murió el día 12 de octubre.

[Muertes de varios sujetos] A la muerte de este grande hombre siguieron otras muchas que pusieron en gran consternación a la provincia. En Sinaloa faltaron dos insignes hermanos, padre Juan y Gaspar Varela, tan semejantes en la sangre como en la regular observancia y espíritu apostólico. El primero fue misionero de los mayos, luego rector de Sinaloa, de donde volvió a suceder a los venerables padres Julio Pascual y Manuel Martínez en el partido de chinipas. Lo imitó en esto su hermano   —204→   que sacado de la misión para el rectorado de Zacatecas, instó tanto, que hubo de restituirlo la obediencia a su trabajoso partido de Mocoritu, donde acabó gloriosamente ocupado. Murió también el padre Martín de Azpilcueta, hombre de rara expedición y actividad parar emprender asuntos de la gloria de Dios entre las naciones bárbaras. Fue primer misionero de los batucas, de la nobilísima familia de San Francisco Javier, y grande imitador de sus trabajos en la conversión de los gentiles, y no menos en la pureza virginal, que según el testimonio de sus confesores conservó hasta la muerte. Muy semejantes a los antecedentes, fue el cuarto misionero difunto padre Blas de Paredes, que después de haber cultivado algunos años los pueblos de Ocoroiri, y otros cercanos a la villa de Sinaloa, partió con nuevos bríos a los tepahues y comicaris, y sucesivamente a otras nuevas naciones donde son siempre mayores los trabajos. Esto en Sinaloa. No fue menor el estrago de la muerte en otros colegios. En el colegio máximo a 28 de febrero de 1637 murió el padre Diego de Sancti Estevan, insigne maestro y sucesor en la cátedra del padre Pedro de Hortigoza. Fue en la filosofía discípulo del venerable padre Gonzalo de Tapia. El excelentísimo señor marqués de Guadalcázar lo tomó por su director, luego que vino a Nueva-España, y habiendo de partir de aquí para los reinos del Perú con licencia que había pretendido de nuestro padre general, lo llevó consigo a Lima y luego a Sevilla. En todas partes fue reconocido por uno de los grandes teólogos que tenía la Compañía en aquel tiempo. A pesar de los años y del natural amor a aquella provincia en que había vestido la sonata, volvió a México donde los señores virreyes don Rodrigo Pacheco marqués de Cerralvo y don Lope Díez de Armendaris marqués de Cadereita, lo tuvieron por confesor y guía en los importantes negocios de su gobierno. Aun fue mayor, que por todo esto, por una constante observancia de las más menudas reglas, por una profunda humildad y recogimiento, y por una suma pobreza de que el ilustrísimo señor obispo de Córdova y otras personas graves de España, quedaron bastantemente edificados.

Por junio del mismo año murió en el mismo colegio de México el hermano Pedro Nieto, que llamado de Dios a la Compañía en la edad de 78 años después de haber militado en la Florida bajo el comando del adelantado don Pedro Méndez de Avilés, y rehusado algunos de los consultores admitirlo por su avanzada edad, fue admitido por el padre provincial Antonio de Mendoza, sin duda con particular inspiración   —205→   del cielo. En ella después del noviciado fue enviado a las haciendas de Santa Lucía que sirvió veinte años, con la actividad y diligencia de un joven, y con el fervor y edificación de un novicio. Al fin de estos años en que contaba ya los 102 de su edad, se le encomendó la portería del colegio real de San Ildefonso, y señalándole para este efecto un aposentillo bastantemente estrecho bajo de la escalera, entró muy contento en el oficio diciendo: En este aposentico he de estar los años de San Alejo, y fue así, que vivió en aquella ocupación treinta años, entregado siempre a la oración y a otros piadosos ejercicios, hasta el día 3 de junio de 1627 en que murió, a los 132 de su edad. Poco antes el día 27 de marzo había muerto en una hacienda junto al pueblo de Malinalco, el padre Pedro de Egurrola. Fue algunos años misionero en la sierra de Topía, llamado después para el gobierno de algunos colegios, en que manifestó singular prudencia sacada del fondo de su continua y fervorosa oración, singularmente en la fundación y gobierno del colegio de Querétaro de que fue primer rector. Al cabo de este tiempo, y ya aquejado de algunas enfermedades, obedeció sin la menor muestra de repugnancia a la orden de los superiores que lo destinaron a las misiones de Parras. De allí vuelto a Tepotzotlán a pesar de sus años y sus achaques, emprendió el trabajoso estudio de la lengua otomí para ayudar a dos naturales que le debieron siempre un paternal amor. Murió lleno de consuelo y de celestial alegría a vista de una imagen de la Santísima Virgen, que por una misteriosa casualidad llevaron unos indios al aposento del enfermo, y los padres agustinos de Malinalco lo sepultaron con gran solemnidad en su iglesia.

[Duodécima congregación provincial] Había ya según parece desde principios de este año tomado a su cargo el gobierno de la provincia el padre Luis Bonifaz, habiendo dado a toda ella un ilustre ejemplar de moderación, y de cuan lejos deben estar de toda ambición mundana los hijos de la Compañía. Fue el caso que conforme al postulado de la antecedente congregación nuestro muy reverendo padre general Mucio Witelleschi, luego que se cumplieron los tres años del provincialato del padre Florián de Ayerve señalado en Roma a principios del año de 632, mandó patente de provincial al padre Luis Bonifaz. El humilde padre sin dar a persona alguna noticia de su patente, dejó correr todo el año de 35 y 36, y hubiera dejado pasar el de 37, si con otro motivo no se hubiera sabido de Roma su asignación. Descubierto, hubo de rendir el cuello a yugo tan pesado con notable edificación de toda la provincia. Cumplidos los seis años de la última   —206→   congregación provincial, juntó los padres en el colegio máximo el día primero de noviembre, y fue elegido secretario el padre Andrés de Valencia, y el día 4 por procuradores los padres Andrés Pérez de Rivas, rector del colegio de México, y Pedro de Velasco rector y maestro de novicios en Tepotzotlán. En esta congregación, entre otras cosas conducentes al doméstico, hallamos haberse pretendido de nuestro muy reverendo padre general, que fuera del provincial nombrado, señalase su padre maestro reverendo otro que hubiese de gobernar en caso de muerte o absoluta inhabilidad del primero como después acá se ha practicado constantemente. También que se extendiese a esta provincia el rezo y misa con rito doble a los santos mártires Cosme y Damián, en cuyo día fue confirmada nuestra religión: se instó así mismo sobre la pretensión de que se impetrase de su Santidad privilegio para alguno de los simples sacerdotes, de confirmar en las partes más remotas donde no podían llegar en sus visitas los señores obispos. A estas peticiones se añadieron otras dos de mucho honor a la provincia. La primera que se tratara con Su Beatífica Majestad de la declaración de mártires a los padres venerables Gonzalo de Tapia, y los otros diez que en Tepehuanes y Chinipas habían muerto por Jesucristo a manos de los bárbaros, como también a los padres Pedro Martínez, Juan Bautista de Segura y sus compañeros muertos por la misma causa en la Florida. Debent namque, añadieron los padres, inter huius nostrae provincias filios computari. La segunda que su padre maestro reverendo enviase facultad para imprimir las obras filosóficas y teológicas del padre Juan de Ledesma, que sus discípulos dentro y fuera de la Compañía habían deseado con ansia y nunca conseguido de la profunda humildad de su autor.

Volvían los padres a sus respectivos colegios acabada la congregación, y fue cosa muy singular y testificada, separadamente por muchos sacerdotes, y algunos testigos de vista, que habiendo salido algunos padres de Tepotzotlán a recibir a su rector, el padre Pedro de Velasco, y dándole el parabién de su elección; pidan, (les dijo), vuestras reverencias al Señor, que nos traiga con bien de Roma. Pues ¿cómo? replicaron, ¿no está nombrado en primer lugar el padre Andrés Pérez? Es así, respondió el padre avergonzado, es así; pero puede que nos toque la suerte. El suceso mostró bien que no había dicho el padre aquellas palabras sin luz particular del cielo. Dentro de poco llegó pliego de Roma, en que venía señalado provincial el padre Andrés Pérez de Rivas, con lo cual hubo de partir a Roma el padre Velasco en compañía   —207→   del padre Diego Salazar. Es muy digna de memoria para común edificación, la competencia que hubo en estas circunstancias entre el padre Luis Bonifaz y el padre Andrés Pérez de Rivas. El uno con la misma humildad con que había dejado correr dos años sin declarar su patente de provincial, luego que llegó el nuevo gobierno, aunque de su trienio no había aun cumplido el primer año, dejó gustosamente el oficio. El padre Andrés Pérez, que veía no haber cumplido su antecesor el tiempo, y que estaba tan lejos como él de semejantes pretensiones, pretendía que se mantuviese en el gobierno hasta cumplir sus tres años. No dándose alguno de los dos por vencido, se hubo de remitir el asunto al juicio de la consulta. Ésta determinó que el padre Andrés Pérez tomase el cargo de la provincia, y que se diese a nuestro muy reverendo padre general noticia de lo sucedido, para que en otro trienio pudiese lograr el acertado gobierno del padre Luis de Bonifaz. [Muerte de los padres Ambrosio de los Ríos, Hernando Mejía y Melchor Márquez] En el corto intervalo que restaba del año después de la congregación, murieron en Pátzcuaro el padre Ambrosio de los Ríos a 18, en la casa profesa a 23 el padre Hernando Mejía, y en el colegio máximo el padre Melchor de Mejía y Melchor Márquez a 28 del mismo mes de diciembre. Todos tres sujetos de probada virtud, especialmente el primero, infatigable operario por más de cuarenta años del colegio de Pátzcuaro, y formado al grande ejemplar de los padres Gonzalo de Tapia, Juan Ferro y Gerónimo Ramírez.

De este mismo carácter de misioneros circulares fue el padre Cristóbal Gómez, que ejercitó este oficio con mucha gloria de la Compañía y provecho de las almas por más de treinta años. Es verdad que a la universal y constante fama de su elocuencia, lo pretendían a porfía las ciudades todas de Nueva-España. La naturaleza había juntado en él todas las cualidades de un grande orador. Un genio fecundo de sólidos y juiciosos pensamientos, una fantasía muy rica de vivas imágenes que ponía cuasi a los ojos de los oyentes, una expresión pura, sencilla y hermosa, una presencia venerable, una voz sonora, mucha excelencia en las bellas letras, y más que todo una no interrumpida oración y celo ardiente de aprovechar a su auditorio. Este le hacía huir los aplausos de las ciudades y predicar con más gusto a los indios y gente ruda conforme al espíritu de la Compañía. Su religiosa humildad y paciencia insensible lució bien en la dura persecución que de parte de un gran prelado tuvo que padecer sin culpa alguna de su parte, de que dejamos hecha mención en otro lugar. Murió a los 10 de febrero de   —208→   1638. En los demás colegios de la provincia se ejercitaban con la ordinaria tranquilidad y fervor los ministerios.

[Inquietud de los tepehuanes] No pasaba así en las misiones de tepehuanes. Algunas reliquias del pasado incendio brotaban tal vez debajo de las cenizas, y ponían en bastante consternación a aquella cristiandad y sus pastores. Un cacique principal del pueblo del Zape llamado don Felipe, se había retirado al monte sentido del vigor y entereza con que el misionero le reprendía sus desórdenes. En este retiro se le juntó un hermano suyo llamado don Pedro, hombre inquieto y popular, muy inclinado a la superstición de sus mayores, y entre los suyos corría por famoso hechicero. Este, con varios engaños y sediciosas arengas engrosaba cada día más el partido de los mal contentos. Por diligencia del padre. Gaspar de Contreras, superior de aquellas misiones, resolvió el capitán don Juan de Barasa enviarles una embajada de indios amigos, diciéndoles cómo estaba noticioso de sus designios; pero sin embargo, pronto a perdonarlos y recibirlos en su amistad si seguían su consejo y se restituían voluntariamente a su pueblo. Ínterin que el piadoso capitán por estos medios suaves pretendía apagar la sedición, permitió Dios que ella se desvaneciese haciendo que se descargase la tempestad sobre la cabeza del infeliz don Pedro. Un indio del pueblo de Santa Catarina, persuadido a que este con sus hechizos había causado la enfermedad de una hermana suya le dio muerte mientras dormía. Los demás cómplices, sorprendidos a la mañana, y creyendo que aquel golpe venía de mano de los españoles, se esparcieron sin saber unos de otros por diferentes rumbos. El don Felipe, que era el principal caudillo, tomando el camino por el valle de San Pablo, fue al Parral a arrojarse a los pies del gobernador que estaba allí acaso.

Examinado sobre las causas de su descontento y de su fuga, culpó gravemente a su ministro que actualmente era el padre Martín Suárez. Unas calumnias de este género aunque tan sensibles al decoro de la Compañía, eran sin embargo mucho más tolerables que el alzamiento que se temía de toda la nación, y la ruina de aquella cristiandad. Acusaba el pérfido al padre Martín Suárez de ser un hombre duro e inflexible, poco a propósito para aquella ocupación, y de haberle usurpado sus tierras para sembrar en ellas. El gobernador maduramente informado en el negocio, halló que el indio se había huido de su pueblo el día 2 de abril, y que la corta parte de tierra no la había sembrado el misionero hasta el mes de junio, y eso en las mismas tierras de siempre.   —209→   No fundó mejor la acusación sobre el rigor de su trato y aspereza de su genio. Todo el partido depuso que no reconocía en el padre Martín Suárez, sino una madre amorosísima, que acudía con grande caridad a todas sus necesidades, que sin interés alguno les prestaba rejas arados y todos los aperos necesarios para la labor de sus campos, y que el cacique no podía quejarse sino de la mala disposición de su ánimo y de su indocilidad a las suaves amonestaciones del padre. Así triunfó la fe de la irreligión, y la inocencia de la perfidia.

Mientras que así fluctuaban entre persecuciones y temores los misioneros de tepehuanes, no parece sino que dilatando la tierra sus senos al Norte de Sinaloa, ofrecía a cada paso nuevos campos a las hoces de nuestros operarios. Desde fines del año de 635, o principios de 36, había salido de las misiones por su grande ancianidad y quebrantos en más de cuarenta años de apostólicas fatigas el padre Pedro Méndez. Este grande hombre, así por la dulzura y suavidad de sus costumbres, como por la larga experiencia que había cobrado con el largo trato de aquellas gentes, era el más a propósito del mundo para añadir al aprisco de la Santa Iglesia nuevas naciones, atrayendo a unas, mientras instruía a otras en la creencia y obligaciones cristianas. La última nación que doctrinó fue la de los sisibotaris y sahuaripas; confinaba con los habitadores del vallo de Sonora. [Principios de la reducción de Sonora] Con el amable trato del varón de Dios y regularidad que observaban cuidadosamente en los cristianos sus vecinos comenzaron a aficionarse a la religión y a los ministros que les inspiraban tan sabias y prudentes máximas. Entró a suceder al padre Méndez en la misión de los sisibotaris el padre Bartolomé Castaño, sujeto muy apto para llevar adelante las espirituales conquistas de algún antiguo misionero. Algún tiempo después comenzaron a ser tan vivas y tan urgentes las instancias de los sonoras, de que había ya muchos bautizados en los pueblos vecinos, que el padre Castaño con facultad de los superiores, se halló precisado a entrar a sus tierras a principios del año de que vamos tratando.

[Descripción del país] Esta vasta región, una de las más fértiles, de las más ricas y de las más bien pobladas de la Nueva-España, que ha dado después acá tan gloriosa materia a las fatigas de los jesuitas, siendo por otra parte la última región hacia el Norte de la América, y en que terminan los dominios de la monarquía española; por tanto poco conocida aun de los sabios, merece bien que hagamos de ella una más prolija descripción, especialmente habiendo de ocupar en lo de adelante mucho lugar en   —210→   nuestra historia. Del valle de Sonora tuvieron noticia los antiguos, aunque muy imperfecta, y de él hace mención don Antonio de Herrera en el capítulo 11, libro 9, década 6, aunque allí le da aquel cronista el nombre de Valle de Señora, sea porque así le pusieron los españoles, y sufrió después alguna variación, sea porque oyeron mal el nombre que a aquella región daban sus naturales, sea por el nombre de algún principal cacique que pudieron confundir con otro de este nombre famoso en la entrada que hizo Hernando de Soto a la Florida. Está situada la provincia como a cuatrocientas leguas de México, y ciento y treinta de la villa de Sinaloa. Al Oriente tiene una larga cordillera de montes, que la divide de la Taraumara: al Poniente el seno de Cortés o mar de California, que baña sus costas desde la embocadura del Yaqui hasta la del famoso río Colorado. La junta del río Xila con el Colorado ponemos por su último término hacia el Norte, aunque algunos la estrechan más por esta parte, y hacia el Sur el río Yaqui, que la separa de Ostimuri y Sinaloa. Del curso del río Yaqui, cuyo conocimiento pudo mucho más contribuir a la inteligencia de este país, escribimos largamente en el libro antecedente, cuando tratamos de la conversión de aquellas naciones, y poniendo su embocadura de este en 28 grados, poco menos, según los más modernos mapas, y la junta de los ríos Xila y Colorado a los 34 y 30, damos a la Sonora seis grados y medio de latitud septentrional, que vienen a ser ciento y treinta leguas de largo, y desde 260 y 30 hasta 265 y 42 grados de longitud, aunque en los mapas manuscritos hay mucha variación, así en el número de los grados como en el modo de computarlos. Los ríos que riegan esta provincia son el citado Yaqui, el de San Pedro, el Xila, el Colorado, fuera de otros pequeños, y mucho antes de llegar al mar pierden sus aguas y sus nombres en la arena, y son el de Matape, el de los Hures que nace junto al real de Cananea, y a poca distancia del pueblo de Opodepe se junta con otro que nace en Zaracatzi. El de Coscopera, que de allí toma su origen y se pierde en los llanos de Santa Rosa. El de Tubutama que nace cerca de Arizona, y cerca de Bizani, veintidós leguas antes de llegar al mar se consume en las playas. El de Tubac, cuya fuente es una legua al Norte de Santa María Soamea, y junto al mismo presidio de Tubac acaba su carrera, si no es en tiempo de aguas muy abundantes, que suelen llevarlo más al Norte hasta San Francisco Javier del Bac. El río de San Pedro, que llaman también de los Sobahipuris tiene su fuente como dos leguas al sudeste del presidio de   —211→   Terrenate, y desagua en el río Xila, a poco más de 33 grados de altura. El Xila nace en los 36 en la parte que mira al sur de la sierra de Mogollon, tierra de apaches, en un lugar llamado de Todos Santos, atraviesa el valle de Santa Lucía, donde engruesa con algunos arroyos. Su dirección en la fuente es al sudoeste, aunque después sigue por lo general al Poniente, formando fertilísimos valles como el de la Florida, a cuya entrada como a 46 leguas de su origen se enriquece con las aguas del río de San Francisco, que nace en la misma sierra de Mogollon, por la parte del norte. Después de haber regado las tierras de los pimas y cocomaricopas, y recibido las aguas del río Verde y del Salado, que nacen de las serranías de los apaches, corre al Poniente un despoblado de cuarenta leguas hasta juntarse con el río Colorado.

[De los ríos Colorado y Xila] Este río es el más caudaloso de cuantos hasta ahora se han descubierto en la América Septentrional. El padre Francisco Eusebio Kino, que lo pasó a instancias de los naturales de aquel país, afirma que en aquel sitio, que era como a seis u ocho leguas del mar tiene más de doscientas varas de ancho, sin encontrársele fondo si no es en las orillas, y que todo él es muy abundante de peje, aunque no individúa sus especies. Por su grandeza, anchura y profundidad, se conoce que viene allí de muy lejos, aunque no se sabe hasta ahora cosa cierta acerca de su origen. Su corriente hasta hoy conocida es Norte a Sur: ni falta quien crea que nace en la cañada de aquellas grandes lagunas a cuyas orillas vive la nación Mosemlec, donde viene a desaguar el río Muerto. Por el célebre viaje del varón de la Hontam se sabe que aquellos grandes lagos no están muy distantes del Nuevo-México, según el informe que de estas gentes le dieron sus habitadores, como afirma también en su relación don Gabriel de Cárdenas que habla alarga y ventajosamente del asiento, costumbres y política de aquellas gentes, poco diversas a las naciones de Europa. Después que el Colorado recibe al Xila como a doce leguas de su junta, entra regando las tierras de los Yumas y otras naciones de Quiquimas, Cuanas, que según la relación del padre Sedelmair, antiguo y diligente misionero, serán más de treinta mil almas a la ribera izquierda, todas de la misma lengua de los pimas, aunque algo diferentes en el dialecto. No faltan a las riberas de estos ríos y en toda la provincia cosas que pueden interesar bastantemente la curiosidad de los hombres de letras. Como a una legua del río Xila a la izquierda, a los 34 grados y cerca de 30 minutos   —212→   de latitud se ve la que llaman casa grande de Moctezuma. Es un edificio cuadrilongo de cuatro altos, que a pesar de su antigüedad permanece aun en pie. Los techos son de vigas de cedro, y las paredes de materia muy sólida que parece la mejor argamasa. Está dividida en muchos compartimientos, piezas y recámaras de bastante capacidad para alojarse en ella una corte andante. Se le ha dado el nombre de Moctezuma por la tradición constante de aquel país, de que la fabricaron los mexicanos en su famoso viaje del Septentrión en busca de las regiones más meridionales que ocuparon después. A distancia de tres leguas de esta casa, y a la derecha del río, se ven las ruinas de otro edificio, que parece mucho más suntuoso y grande que el que acabamos de decir. Cuantos han visto aquellas ruinas dicen haberles parecido, no de un palacio solo, sino de una entera ciudad dividida en muchas cuadras iguales todas, y de tres y cuatro altos, según afirma como testigo ocular el padre Ignacio Javier Keler de algunas fábricas que había visto en Sonora, y que se creen ser estas mismas que se hallan a las riberas del Xila. Los pimas más septentrionales refieren constantemente a los misioneros, de otros palacios magníficos que se hallan en lo interior del país, de maravillosa disposición y simetría. Entre ellos uno en forma de laberinto que parece haber sido casa de placer de algún gran príncipe. Su plan, según los indios lo pintan en la arena, es del modo que sa ve en la margen16. Se conoce que no fue muy corta la detención que en estas tierras hicieron los mexicanos, por otras varias señas de antigua y durable población. En todas las inmediaciones de estos grandes edificios aun a algunas leguas de distancia, donde quiera que se cava la tierra se hallan fragmentos de losa bastantemente fina y de varios colores. Dos leguas río arriba de la casa grande de Moctezuma, se halla una acequia ancha y profunda, capaz de abastecer de agua una populosa ciudad, y de regar muchas leguas de aquellos pingües llanos. Media legua del dicho edificio, al Poniente, se ve una laguna que desagua en el río por un angosto vertedero. Su pequeñez y la regularidad de su figura cuasi circular pudiera hacer juzgar que era obra de hombres, si no lo desmintiera su profundidad hasta ahora insondable aunque con varios cordeles añadidos se ha procurado examinar su   —213→   fondo. A la banda del Norte de la sierra de Mogollon cerca de las fuentes del río de San Francisco, se encuentran unos pozos de bastante profundidad cavados en roca viva, y según descubrió el campo español el de 1737, servían de trojes a los apaches en que guardaban sus granos, que sirvieron no poca en aquella ocasión a nuestras gentes. Toda la región por lo general es muy fértil, y singularmente la Primeria alta, en que tal vea de ocho almudes de siembra se han cogido quinientas anegas de maíz. Las legumbres se cojan en abundancia. El frijol a la tercera o cuarta siembra degenera en otra especie que los naturales llaman tepari, de menos sustancia, y no tan deliciosa al gusto.

El temple de la tierra es más caliente que templado, especialmente en las cercanías de la costa del mar de California. En lo más oriental se siente bastantemente el invierno, y nieva en muchos llanos aunque se disipa muy breve. El partido de Santa María Soamca es el más frío de toda la provincia. El padre Ignacio Keler, fundador de esta misión, solía decir que el verano de su pueblo comenzaba a las once, y acababa a las tres del día de San Juan Bautista. Aquellas gentes y sus ministros gozan por lo general de buena salud: entre los naturales pasan muchos de cien años, excepto los pimas altos que según se cree por razón de las aguas y sombrío cauce de sus arroyos, son expuestos a diversos achaques. El más temible entre ellos es el que llaman saguaidodo o vómito amarillo. La cría de ganados caballar y vacuno sería muy abundante como lo era antiguamente, si las continuas invasiones de los seris y apaches dieran lugar a su cría. Animales silvestres hay muchísimos, tigres, osos, venados de varias especies, lobos, gatos monteses, carneros que llaman cimarrones, berrendos de la figura y tamaño de las cabras monteses, conejos y liebres en increíble abundancia, ardillas y otros más comunes. Lo particular es una especie de leones o leopardos extremamente tímidos, que gimen en viéndose acosados y huyen de la gente. Los jabalís, no son enteramente semejantes a los cerdos domésticos, sino que tienen el ombligo en lo superior del lomo: los que quieren aprovecharse de su carne, luego que muere el jabalí le hincan por el ombligo un carrizo o caiga hueca para que por allí evapore cierto almizcle, que de otra suerte inficiona muy en breve e inutiliza enteramente la caza. Hállanse en los montes diversos géneros de víboras y culebras. La que los opatas llaman tiene cascabel y su picadura es mortal. Tienen los naturales para su ponzoña un remedio bastantemente extraordinario: cogen entre dos palos la cabeza   —214→   de la víbora, y con la otra mano extienden la cola y le dan por lo largo del cuerpo varias mordidas. Es cosa maravillosa que el herido no se hincha, y el animal comienza luego a hincharse monstruosamente hasta que revienta. Otro género de víbora también de cascabel es el sadaco, su remedio es el ajengibre mascado y puesto sobre la herida. Otro género de víbora llaman tevecó más temible que las otras dos porque no tiene cascabel que avise para prevenir la picada. Hay otras pintas de colorado y negro, pequeñas y muy ponzoñosas, que cayendo de lo alto se quiebran en pedazos como si fueran de vidrio. Entre las culebras que no hacen daño al hombre hay una no muy larga, pero de una grosura disforme que se dice atraer con su aliento la presa. Llámanse coros en lengua opata, y parece ser las mismas que en la isla de Cuba llaman majaes, y buyos en el nuevo reino. Los naturales usan de ellas en lugar de gatos para cazar los ratones. De pájaros tienen todos cuantos se conocen en la América, y parece no ser allí tan escasas las águilas de dos cabezas, pues tienen en su lengua nombre particular que les distingue de las otras águilas. Llámanlas scipipiraigue y las de una cabeza pagüe. Guegue llaman a un pájaro a quien tenían por anuncio de una próxima guerra, y a esta causa le daban también el nombre de sumagua. Las relaciones que hemos visto de los padres misioneros no nos dan la descripción de esta ave, ni dicen tampoco el fundamento que podían tener los naturales para semejante persuasión.

[De sus yerbas y raíces medicinales] No podemos dejar de añadir una palabra de las yerbas y raíces medicinales de Sonora. Fuera de los comunes simples que conoce ya todo el mundo, y de que es tan fecunda y tan aplaudida la América, hay aquí muchos otros poco o nada conocidos que merecen particular atención. La raíz de la tominagua tomada en cocimiento por algunos días es un específico contra las calenturas tan eficaz como la quina. Lo mismo hace la raíz de conaguat o yerba de víbora, que tomando su cocimiento hace prorrumpir al doliente en un sudor copioso. Para los pasmos así interiores como externos, de tumores, etc., usan el cocimiento de la yerba que llaman paroqui en efecto tan pronto, que dándola en el camino a una bestia de carga se ha visto luego levantarse y proseguir con el aliento que antes la jornada. La que llaman guaguaí es un remedio prontísimo contra el dolor de muelas. Para los dolores de vientre, de costado y cólicos, usan de la raíz del tairago, especie de lechuga silvestre. Para el sarampión, viruelas y demás calenturas pestilenciales toman el cocimiento de la yerba que llaman vivinaro. El   —215→   cocolmecate es un simple de extraordinaria virtud en Opata le llaman cocomeca, como si dijéramos, fuera el dolor. Crece en las sierras aun sobre las peñas, echa unas guías largas que se arrastran por el suelo y su raíz es colorada. Su cocimiento se da por bebida ordinaria y por lo común con felicidad en cuasi todo género de enfermedades. Del san, la raíz es un purgante fuerte, bueno para los gálicos, si no están ya muy débiles; la hoja para los ficus y varias otras dolencias. La gomilla y la jojova son ya bastantemente conocidas en todo el reino. La corteza interior del matze es muy a propósito para limpiar y purificar las llagas y hacerlas encarnar con brevedad. La leche de las ramas del caguiraguo es excelente para los gálicos. La misma virtud tiene el tepuru y la de deshinchar todo género de llagas y tumores. El cocimiento de la yerba que llaman tabuquit, según el testimonio y experiencia de las mujeres del país, sirve para hacer fecundas las mujeres estériles. El cumemé es un eficacísimo y prontísimo cáustico. La yerba chupi la usan reducida a polvos como de tabaco para descargarla cabeza y aliviar su sudor. El magot es un árbol pequeño muy lozano y muy hermoso a la vista; pero a corta incisión de la corteza brota una leche mortal que les servía en su gentilidad para emponzoñar sus flechas. El antídoto de este veneno y de otro cualquiera tienen muy pronto en la taramatraca o caramatraca. Observó el padre Francisco Pimentel, que en calidad de capitán siguió el campo español en la expedición del año de 1750, que ninguno murió de cuantos o la comieron, o mascada la pusieron sobre la herida. Un antiguo misionero de la misma provincia afirma haber visto a un baquero tan maltratado a coces de un potro indómito, en el semblante y la cabeza, que en algunas heridas se le veían los huesos, y que sin más remedio que esta yerba quebrantada y puesta con aguardiente de mescal por modo de emplastro, lo había visto al día siguiente, cicatrizadas las llagas, montar a caballo y proseguir en su ejercicio. Él mismo asegura haberla visto usar con felicidad para preservarse de rabia, y concluye su relación diciendo: «Tanto he oído decir de esta poderosa raíz, que por mi voto a ninguna sino a ella debiera darse el nombre de panacea». La escoba amarga que ellos llaman sisico, suelda con mucha prontitud los huesos quebrados: la raíz del yusi les sirve para las obstrucciones de orina. Para concluir con las cosas medicinales de esta región, añadiremos la agradable producción de un gusano que podemos llamar de olor, como al otro llaman de seda. Este en las tierras más calientes de la   —216→   provincia, pegado a las rocas tajadas en los cajones de las sierras, labra un ovillo de un humor glutinoso y aromático que se endurece y viene a quedar como el incienso. El industrioso artífice no sobrevive a su trabajo. Los naturales se aprovechan de él y lo usan contra el aire sahumando con dicho aroma a los que padecen de este peligroso accidente.

Las naciones que pueblan en esta provincia pueden reducirse a cuatro: pimas, opatas, apaches y seris. A los pimas se pueden reducir los opas cocomaricopas, hudcoacanes, yumas, quiquimas y otros pueblos a una y otra orilla de los ríos Xila y Colorado, que hablan la misma lengua de los pimas. Éstos se parten en altos y bajos. Los segundos fueron los primeros que con el nombre de nevomes bajos, recibieron el bautismo, de quienes dejamos ya escrito, y parte de sus pueblos, como Nure y Onabas, pertenecen a las misiones de Sinaloa. Los altos ocupan desde Curcupe hasta Coborca del Este a Oeste, y de Sur a Norte, desde allí hasta los ríos Xila y Colorado, aunque de la otra banda de este hay muchos que hablan todavía el mismo idioma. A los seris que habitan la costa del seno Californio, desde algunas leguas al Norte de la embocadura del Yaqui hasta la bahía de San Juan Bautista, pueden reducirse los guarimas, pocos en número, y de la misma lengua. A los opatas se reducen los tovas y eudeves, poco diferentes en el idioma y las costumbres. Las serranías al contorno de estas regiones ocupan generalmente los apaches, nación numerosísima y que se extiende hasta el Nuevo-México, los cuales como los seris, más que entre los pobladores, debían contarse como el azote y ruina de la provincia de Sonora. En ninguna de estas naciones se han hallado letras, ni otra alguna invención que pudiese instruir a la posteridad de los sucesos pasados, como los jeroglíficos egipcios y mexicanos. Solo hay entre ellos algunas confusas y desfiguradas tradiciones, cuyo misterioso secreto no revelan sino con suma dificultad, aunque su contenido es siempre de muy poca importancia. Hasta el presente, jamás se les ha podido averiguar sacrificio, religión, ni algún género de culto, ni ninguna adoración, ni ningún ídolo, aunque no han faltado hechiceros o engañadores que con nombre de tales vivan a expensas del miedo y credulidad de los más sencillos. Las supersticiones y abusos gentílicos que tenían son muy raros para dejarlos de referir. Los niños recién nacidos, sin distinción de sexos, padecen el tormento de picarles con una espina la parte superior o inferior de los párpados, en forma semicircular.   —217→   Las pequeñas picaduras llenan luego de un color negro, que tienen por cosa de singular hermosura. Cada niño tiene un peri, que es una especie de padrino, que convidan sus padres. Este, después de haberle hecho un largo discurso al recién nacido sobre las obligaciones propias de su sexo, le va tentando por todo el cuerpo, estirándole los brazos y piernas, y luego le impone un apellido o nombre de su lengua, no significativo. Después de la ceremonia, el peri y el niño se reputan en lo civil como una misma persona, y tienen con sus respectivos parientes la misma relación. Lo mismo hacen las mujeres en su proporción con las niñas. Con los muertos suelen enterrar todo el ajuar de su casa, como ha sido costumbre de otras naciones. Los apaches tienen esto de particular, que a nadie entierran sino a los que mueren en guerra contra los cristianos y a los niños recién nacidos. Con los primeros lo hacen por ocultar su pérdida en las batallas y no dará sus enemigos ese motivo de vanagloria. Con los niños usan otra ceremonia bastantemente extraordinaria, y es que la madre del muerto por unos pocos días lleva de la propia leche de sus pechos alguna jícara o pequeño vaso con que riega la sepultura de su hijo.

[De sus supersticiones] Tenían varios géneros de adivinaciones o agüeros, muy semejantes a los de los antiguos gentiles de Grecia y de Roma. La más particular era por las langostas. Tomaban sus agoreros en las manos uno de estos animalejos: preguntábanle por donde habían de acometer los apaches. Para que respondiera el mudo Oráculo, lo asían por la cabeza, y se observaba cuidadosamente la mano o pie que movía primero la langosta, persuadidos a que por allí convenía esperar al enemigo. Aun era más conforme a los antiguos ritos del paganismo lo que hacían en los caminos reales, en los eclipses y en los rayos. A la manera de las estatuas de Mercurio, que los griegos y romanos ponían en los caminos, se sabe que en Sonora formaban también sus montes de piedras, de palos, de huesos de animales. Todos los pasajeros estaban obligados a contribuir de su parte con alguna de aquellas cosas. Los de a caballo arrojaban allí las varas que llevaban para azotar sus bestias. Los de a pie recogían algún tronco o piedra con que hacían crecer más aquel cúmulo. Cuando el sol o la luna padecían algún eclipse, salían todos los nombres y mujeres de sus casas dando los más fuertes alaridos y haciendo cuanto estruendo podían. Esto se supo porque estando ausente de uno de los pueblos el padre misionero en ocasión de uno de estos eclipses, quisieron repicar las campanas, y lo hubieran   —218→   hecho a no haberlo impedido un español que procuró desengañarlos y avisó luego al padre. En levantándose algún aire impetuoso creían firmemente que venían los apaches sobre sus tierras. El que moría picado de alguna víbora, decían que sin duda hubiera muerto de rayo. En las tempestades cuando más asusta el estruendo de los truenos y rayos a las personas cuerdas, ellos se regocijaban con bailes y daban saltos de placer; bien que por otra parte temerosísimos de este género de muerte. El tocado de rayo era para ellos como para los antiguos romanos una persona contaminada, cuyo trato y comunicación se evitaba con el mayor cuidado. Si vivía, se desnudaba de todo cuanto tenía en el cuerpo, y sus parientes jamás consentían que volviese a pisar su casa. En el campo había de estar y allí se le llevaba el sustento, la bebida y todo lo demás necesario. Y para que en otro tiempo no los mate el rayo, hacen cabo de año con una olla de agua que arrojan sobre aquel infeliz y con que lo bañan desde la cabeza hasta los pies. Si muere, lo tienen tres o cuatro días sentado, esperando que vuelva la alma, y dicen andar atemorizada volando al rededor del cuerpo. Después de este tiempo, si no vuelve en sí, lo llevan a enterrar sentado y con sus mejores vestidos, poniendo a su lado competente porción de sus ordinarios alimentos.

[De sus guerras] Dejadas otras muchas ridículas creencias y ceremonias en sus entierros y sus matrimonios, que no son todas para escribirse, diremos solamente alguna cosa de sus guerras. El joven que desea valer por las armas, antes de ser admitido en toda forma a esta profesión, debe hacer méritos en algunas campañas, ya siguiendo el alcance a los enemigos, ya escoltando algunos pasajeros por tierras y pasos peligrosos; después de probado algún tiempo en estas experiencias y tenida la aprobación de los ancianos, citan al pretendiente para algún día en que deba dar la última prueba de su valor. Los antiguos guerreros armados de arco y flecha, de picas, de adargas, forman un grande círculo, cuyo centro ocupa el joven pretendiente, con uno de los más distinguidos soldados, que le sirve de padrino y se pone a sus espaldas con las manos sobre los hombros de su ahijado. El capitán, que es siempre alguno de los más bravos y que ha conseguido más famosas victorias, le hace un largo discurso, ponderándole los grandes trabajos que debe sufrir en la campaña: que la hambre, los fríos, las calores, las vigilias, el sudor y la fatiga, son los pasos por donde se logran las victorias y se eterniza la memoria. Dicho esto, saca de su carcax algunos   —219→   pies y uñas de águila secos y endurecidos, con los cuales comienza a sajarle desde los hombros hasta las muñecas, no derechamente sino con algunas ondulaciones que aumenten más el dolor. Luego pasa a ejercitar la misma operación en el pecho, en los muslos y en las piernas. Todo esto sufren con una constancia increíble, sin un quejido ni un suspiro, aunque por todas las partes de su cuerpo corre a hilos la sangre; pero no tienen por desdoro que el grave dolor saque al pretendiente a los ojos algunas lágrimas y que aun corran por sus mejillas, mientras por otra parte conserva en el semblante el decoro y la serenidad de un ánimo despreciador de los tormentos. Aun no acaba aquí el duro noviciado de estas gentes. Mientras es el menos antiguo de aquel gremio, no debe pretender alivio alguno. En todos los lances que se ofrecen ha de llevar siempre lo peor. Él ha de pasar toda la noche en vela, guardando los caballos. En todo este tiempo por intolerable que sea el frío, no ha de acercarse a alguna de las hogueras a calentarse como los demás. Si tal vez muestra alguno mortificarse con el excesivo frío, no pierden los antiguos guerreros la ocasión de enseñarlo a trabajos, como ellos dicen, arrojándolo como de burla en algún charco, o bañándolo con algún cántaro de agua. A la guerra preceden siempre, como en las naciones de Sinaloa, las arengas de los viejos. El modo de celebrar sus victorias, sus bailes, los cantares de sus viejas y demás barbaridades, son enteramente semejantes. Solo son distintos de los de Sinaloa, y muy semejantes a los habitadores de Canadá, en los insultos y vejaciones que hacen a los prisioneros de guerra. Aun entre los opatas, que son los más racionales y de genio más suave, usaban salir algunas viejas más autorizadas con tizones ardientes y quemarles en varias partes del cuerpo, singularmente en los muslos. Esto hacían aun con los niños más tiernos de cuatro y cinco años. Cuando no era tanta la crueldad, por lo menos les obligaban a acompañar el baile, que solía durar a veces dos y tres días, remudándose los vencedores, y bailando siempre los cautivas, que en siendo niños y mujeres tiernas morían tal vez de la fatiga. En las guerras que hacían antes de ser cristianos, no tomaban para sí cosa alguna del botín, sino que lo repartían todo entre los viejos que no podían ya salir a campaña. Esto era porque creían que si vestían alguna ropa de sus enemigos habían de caer en sus manos. Ya en este punto no son tan escrupulosos. El modo de curar las heridas es con peyote, que ellos llaman peyori hecho polvo, de que rellenan la llaga, limpiándola y renovándola   —220→   tres veces en cada dos días, o con una especie de bálsamo, compuesto de pencas de maguey, mescal, lechuguilla y palma de dátil, de que hay mucho en el país, y también de hecho, que llaman tepó, el cual les sirve también para refrigerar la sed, habiéndose experimentado muy nociva la agua para los heridos de flecha.

[Conversión de los tarahumares septentrionales] Tales eran las nuevas naciones que de nuevo pretendían el bautismo, y que comenzaba a cultivar el padre Bartolomé Castaño. No poco podía contribuir a esta gloriosa empresa la puerta que al mismo tiempo se abría al Sur de la misma provincia para la conversión de los taraumares. Hemos ya hablado varias veces de esta nación, y poco ha vimos como a sus instancias entraron por los años de 1630 el padre Juan de Heredia, y el padre Gabriel Díaz, reduciéndose muchas familias al pueblo que entonces se formó de San Miguel de las Bocas. Los demás taraumares, cuyas tierras avanzan mucho hacia al Norte, y vienen, como dijimos, a confinar con la provincia de Sonora, se aficionaban más cada día a la vida quieta y tranquila de los ya doctrinados. Por otra parte, con la población del real de San José del Parral, al cultivo de cuyas minas se dio principio por los años de 1631, ofrecía mayor comodidad para el asiento de estas misiones y seguridad de sus ministros. Solicitaron, pues, un español de aquel real, que les escribiese una carta y la trajese a México al padre Andrés Pérez de Rivas. No podían los taraumares desear que gobernase sujeto más a propósito para conseguirlo. El padre que había empleado gustosamente los años de su juventud en el servicio de los indios, y que sabía apreciar cuanto es justo este ministerio importantísimo, destinó luego para Taraumara a los padres Gerónimo de Figueroa que antes estaba en Tepehuanes, y al padre José Pascual Valenciano, que concluía entonces sus estudios. Llegaron al Parral por junio de 1639. El gobernador don Francisco Bravo de la Serna, que se hallaba en aquel Real, mandó venir allí los caciques de los taraumares, y teniéndolos presentes les encargó mucho el cuidado y veneración debida a los ministros del Altísimo, cuyas manos besó hincado de rodillas para darles ejemplo: El padre Gerónimo de Figueroa penetró hasta el real de San Felipe, hoy Chihuahua. El padre José Pascual quedó en San Miguel de las Bocas para aprender el idioma. Este partido doctrinaba, como dijimos, el padre Gabriel Díaz, de quien habla así el padre Gaspar de Contreras, visitador de la provincia de Tepehuana y Taraumara, escribiendo al padre provincial a principios de esto mismo año. «Verdaderamente,   —221→   dice, no sé de qué vine más admirado, si de su ansia de ganar almas a Cristo, si de su humildad en sujetarse a cosas de niño un venerable anciano, si de su paciencia en tolerar impertinencias y boberías de gente salvaje, si de su caridad en socorrer a pobres y pasajeros, si del retiro de su oración y ejercicios espirituales, si del esmero y cuidado en el culto divino. Finalmente, allí vi a Pablo Apóstol en la vida activa, y a Pablo Ermitaño en la contemplativa. Este fervoroso misionero aumentaba cada día su rebaño con el socorro de un cacique principal, a quien puso por nombre Nicolás, y a quien destinó Dios para apóstol de su nación. Éste como ocho meses antes había bajado con más de sesenta personas de sus hijos y parientes a pedir el bautismo. Conseguido después de muchas pruebas, fue un medio eficacísimo, y un fidelísimo coadjutor del padre Gabriel Díaz en la labor de aquella viña. Los taraumares recibían con hambre tan piadosa la palabra divina, que dentro de dos meses tuvo el padre Figueroa dispuesto para el bautismo un gran número de adultos. Señalose para esta gloriosa función el día 15 de agosto. Apenas se había dado principio cuando una negra nube, casi repentinamente ofuscó el cielo. Los truenos eran incesantes y cuasi muy continuos los rayos. El padre conoció la turbación e inquietud que esto causaba en los ánimos de sus catecúmenos. Los animó diciéndoles, que el común enemigo mostraba así inútilmente el sentimiento y rabia de verlos salir de la obscuridad a la admirable luz de la fe santa, que a la iglesia de Jesucristo no le faltaban armas para ponerlos en fuga. Diciendo esto comenzó a rezar en alta voz los exorcismos, y con ellos a disiparse la nube y restituirse la serenidad al día. No fue éste el único modo con que el demonio intentó combatir, y con que quiso Dios probar la fe de aquellos nuevos cristianos. El día 28 de setiembre, a fuerza de una copiosa lluvia, creció extraordinariamente un río vecino. Lo que causó más honor fue un animal de grandeza y figura hasta entonces nunca vista en el país, que llevado de la corriente bramaba con espanto y consternación de todo el pueblo y de los padres mismos que fueron testigos del suceso. A este terrible azote siguió la hambre, por haber barrido el río furioso con todas las siembras. Los padres, como ordinariamente acontece en las nuevas conversiones, tuvieron el trabajo de buscarles alimentos, para que oprimidos de la calamidad no desfalleciesen en la fe».

[Sucesos de misiones] Esta fuerza de las aguas, inundación de los ríos, hambre y sus otras   —222→   tristes consecuencias se hicieron sentir por este mismo tiempo en todos los partidos de Sinaloa, con mucho trabajo y mérito de los ministros. Fue mayor que en otras partes en el partido de Guazave, en que se temió arruinase el río la nueva y vistosa iglesia de tres naves, que a costa de inmensas fatigas acababa de fabricar en Tamazula el padre Juan Romero. Quiso Dios que la misma corriente llevó hacia aquella parte, por donde peligraba el templo, un grueso tronco que agregada la mucha broza le cerró el paso y puso a cubierto el edificio. Con esta ocasión uno de los más antiguos y más fervorosos cristianos vino a dar aviso al misionero que cierto embustero que preciaba de encantador y adivino había andado haciendo juntas secretas con algunos del pueblo. No se pudo haber a las manos al pretendido encantador; pero los caciques, en abominación de tan grave impiedad, después de haber castigado a algunos de los delincuentes, pusieron fuego a las casas en que se habían celebrado aquellas sacrílegas asambleas. Esto pasaba en el partido de la villa; por donde se ve que la mala cizaña que procuraba sembrar el enemigo común, nunca llegaba a sofocar enteramente la buena semilla que antes rendía más colmados y apreciables frutos en el corazón de los nuevos cristianos. Esto se vio bien en que habiendo ido algunos de los nevomes del pueblo de Bamoa a visitar a otros gentiles de su nación, que habitaban muchas leguas de allí en los confines de Sonora, celebraron éstos su venida con un convite magnífico a su modo, y en que conforme a su costumbre se debía beber largamente. Los nevomes cristianos, en medio del placer y de la común alegría, instados vivamente de sus amigos y parientes, no creyeron serles permitido aun el probar aquellos licores, antes reprendieron en los suyos, que estando ya los padres en otros pueblos cercanos, y pretendiendo ellos bautizarse, hiciesen cosa tan ajena de la severidad y pureza de costumbres que demanda la ley de Jesucristo.

[Fundación del nuevo rectorado de San Javier] Por el mes de abril de este mismo año, habiendo ya crecido notablemente el número de los misioneros y de los partidos, pareció necesario añadir otro nuevo superior a los dos que antes había en Sinaloa. El nuevo rectorado se llamó de San Francisco Javier, a cuya jurisdicción permanecían los partidos de Comoripas, Ayvinos, Vatucos, Ures y Sonoras. Los ríos de Yaqui y Mayo con las naciones de Tepahues, Conicaris, Onabas y Moras, quedaron como antes bajo la advocación de nuestro padre San Ignacio, y las demás misiones hacia el Sur al rectorado   —223→   de la villa de Sinaloa. Esta división hallamos en algunos manuscritos atrasada hasta el provincialato del padre Francisco Calderón; pero no concuerda esto con la razón de los tiempos. Consta por una carta del padre Diego de Vandersipe, firmada a 24 de abril de 1639 haberse hecho en aquel mismo mes y año con la autoridad del padre Leonardo Xatino, visitador de aquellas misiones, en nombre del padre provincial, que era entonces el padre Andrés Pérez de Ricas. En solo el valle de Sonora se habían formado cuatro pueblos a diligencia de las padres Bartolomé Castaño y Pedro Pantoja, que a principios de enero había entrado a acompañarlo. Con la docilidad y buena disposición de los sonoras se pudo este año dar principio a los bautismos de los adultos en los cuatro pueblos, que eran el de San Pedro de Acontzi, la Concepción de Babiacora, los Remedios de Banamitzi, y San Ignacio de Sinoquipe, a que debe añadirse el Rosario de Hacameri, población más antigua, y en que desde el año antes se había dado principio a los bautismos, según el catálogo de misiones y partidos que el año de 685 hizo y autorizó en toda forma el padre Diego de Almonazid, visitador de aquellas naciones. El número de los bautizados adultos subía ya a 2819, el de párvulos a 1527. Tan rápidos progresos en poco más de un año no se habían visto hasta entonces en otra alguna de aquellas naciones. Es verdad que en ninguna otra se había hecho tan sensible la virtud de aquel baño sacrosanto. Los indios, con la repetida experiencia, llegaron a tener tal confianza de que en bautizándose habían de sanar, no solo de las espirituales pero aun de las corporales dolencias, que en sintiendo algún leve principio de enfermedad, llamaban luego al padre para que los instruyese y bautizase; esta persuasión llegó a poner a los misioneros en no poco cuidado. Lo primero, de que no formasen alguna falsa idea del efecto del sacramento, y lo segundo de no rebautizar a algunos, especialmente párvulos, porque tal vez enfermando después de bautizados venían sus padres, gentiles aun, diciendo al misionero... Aquí te traigo a mi hijo para que lo vuelvas a bautizar y sane de su mal.

[Dotación del colegio de Veracruz] Bendijo el Señor los trabajos de toda la provincia, ofreciendo al mismo tiempo ventajosas dotaciones para dos colegios igualmente necesitados que provechosos. En la ciudad de la Puebla, la noble señora doña Constanza Prieto, y su hijo el doctor don Fernando de la Serna, racionero de la santa iglesia catedral, dieron una hacienda avaluada en cuarenta y cinco mil pesos para fundación y dotación del colegio   —224→   de Veracruz, obligándose asimismo dicho señor a dar también después de su fallecimiento una gruesa librería. So otorgó y aceptó la escritura en 22 de febrero de 1639, presentes los padres Pedro de Velasco y Pedro de la Serna, hermano del fundador, por particular comisión, que para el efecto tuvieron del padre Andrés Pérez, dada en 15 días del mismo mes y año; se añadieron luego al colegio algunos sujetos, y se puso clase de gramática y escuela de niños, con grande satisfacción de aquellos republicanos que escribieron como interesados, dando las gracias a los insignes fundadores. Lo mismo hizo el ilustrísimo señor don Juan de Palafox y Mendoza, que vino de allí a poco al obispado de la Puebla. Para que fuese más universal el fruto de aquel colegio, suplicó su Señoría Ilustrísima al padre provincial Andrés Pérez, pusiese allí un sujeto que leyese a los clérigos teología moral, como luego se ejecutó, fomentando el ilustrísimo de su parte a esta institución, con precepto que impuso a los eclesiásticos de que hubiesen de asistir a aquella utilísima lección; bien es verdad que mudadas luego las cosas, como no hay cosa más variable que las opiniones y afectos humanos, tuvo que sufrir este colegio y su fundador una cruda persecución, principio de males y de dolores que afligieron por algunos años la provincia.

[Donación de don Juan de Nava y contradicción] El otro insigne benefactor fue el capitán don Gaspar de Nava, noble y poderoso vecino de Durango, capital de la Nueva-Vizcaya. Éste en el testamento, bajo cuya disposición falleció por el mes de mayo, dejó por heredera a su alma, y su caudal para que se distribuyese en obras pías a arbitrio del padre Andrés Pérez, o del que por tiempo fuese provincial de la Compañía, y señaladamente para que se fundase un colegio nuevo de la Compañía, o se diese cierta y fija dotación a alguno de los colegios ya establecidos que no la tuviese, con condición que le hubiese de reconocer por fundador y hacerle como a tal todos los honores y sufragios que acostumbra nuestra religión. No careció de contradicciones la liberalidad de este piadoso caballero de parte de la fábrica de la santa iglesia catedral; pero cediendo la Compañía con noble desinterés cuatro mil pesos por vía de limosna a dicha fábrica, cesó la contradicción, la ciudad quedó edificada del modesto corte que se tomó en aquel lance, y el Señor obispo dio al padre Francisco de Ibarra, rector de aquel colegio, las gracias por instrumento firmado de su mano, del tenor siguiente: «En la ciudad de Durango en 19 días del mes de agosto de 1639 años.- Ante su señoría Illma. el señor doctor don Alonso Franco y Luna, obispo de Durango, del consejo de   —225→   Su Majestad etc. El reverendo padre Francisco de Ibarra, rector del colegio de la Compañía de Jesús y visitador de las misiones de Tepehuanes, pareció y dijo: que habrá como tres meses, poco más o menos, que falleció en esta dicha ciudad el capitán Gaspar de Nava, vecino de ella, y por su testamento y última voluntad, deja por heredera en el remaniente de sus bienes a su alma a disposición de sus albaceas, y del M. R. P. Andrés Pérez, provincial de la dicha Compañía de Jesús. Y teniendo noticia de la pobreza y necesidad de esta Santa Iglesia Catedral, y atendiendo a la vecindad y domicilio del dicho difunto, en la manera que mejor haya lugar de derecho, en nombre de la dicha Compañía de Jesús, y dicho M. R. P. provincial, daba y dio libre y espontáneamente por vía de limosna en favor de la alma del dicho difunto a la dicha Santa Iglesia Catedral cuatro mil pesos en reales, especial y señaladamente para la obra y edificio material de ella, que se va haciendo, y no para otra cosa: dichos cuatro mil pesos en reales, realmente los trajo y exhibió, y su señoría Illma. los recibió y se dio por entregado de ellos para el dicho efecto, y se otorgó depositario en tanto que se disponga lo que convenga, y mandaba y mandó quede este recaudo en el archivo de la Santa Iglesia, y al dicho R. P. rector se le dé un tanto de él, en manera que haga fe, y lo firmó, siendo testigos el señor arcediano D. Francisco Rojas de Ayora, y Marcos de Villafranca, vecinos de esta ciudad.- Alonso, obispo de Durango».

[Muerte de los padres Alonso Guerrero y Bernardino de Llanos] En México murieron dos sujetos de conocida virtud y constante fama de santidad. A 18 de marzo murió el padre Alonso Guerrero y Villaseca, nieto del insigne fundador del colegio máximo y sucesor de su patronato, de cuya entrada en nuestra religión hicimos memoria en otra parte. Al desengaño de su vocación, correspondió constantemente su vida religiosa. En el bullicio de la ciudad, a vista de sus nobilísimos deudos, y en el colegio más numeroso de toda la provincia, guardó siempre un retiro, una abstracción y un silencio como en las soledades de la Tebaida. Varón de sencillísima obediencia y profunda humildad, de admirable pobreza y familiar trato con Nuestro Señor por una continua y fervorosa oración, en que tal vez lo hallaron arrobado. Vivió veintiocho años en la Compañía, y respiran hasta hoy fragrancia sus raros ejemplos. Poco después le siguió el padre Bernardino de Llanos, que por espacio de cuarenta años leyó las ínfimas clases de gramática en el colegio máximo proporcionado a ésta aunque oscura, importante ocupación, no tanto por su excelencia en latinidad   —226→   y letras humanas, cuanto por la singular dulzura de su genio, por su paciencia invencible, por su caridad para con los niños huérfanos, y singularmente por su tierna devoción para con la Virgen Santísima, prenda más apreciable a quien ha de formar a la virtud los ánimos aun tiernos, y que apenas pueden criarse con leche más suave, que con la piedad y afecto de hijas para con la Madre de Dios. Con este dulce nombre en los labios, acabó su carrera el padre Bernardino de Llanos el día 22 de octubre. Su aposento quedó lleno de una celestial fragrancia, que percibieron por muchos días todos los sujetos de casa. La Santísima Señora, según es constante tradición, apareciendo a un amante siervo suyo de la religión de San Francisco, le dijo ser aquel jesuita el que más ardientemente la amaba en este mundo. La santidad de su siervo, declaró el Señor en vida, y después de su muerte con algunos extraordinarios sucesos, a que daremos lugar en otra parte.

[Sucesos de los demás colegios] Las cartas anuas de los demás colegios en todo el año de 39, y el siguiente de 640, no ofrecen cosa alguna que sea de contar, fuera de los ordinarios ministerios que en todas partes se ejercitaban con tranquilidad y con fervor, singularmente en Pátzcuaro, en San Luis de la Paz y nuevo colegio de Querétaro. Solo en Tepotzotlán y en Veracruz había comenzado a turbarse la constante serenidad con ocasión de varios pleitos. La santa iglesia catedral de Puebla intentó que don Fernando de la Serna revocase la donación que había hecho a la Compañía de una hacienda de campo, mandándole bajo pena de excomunión que no diese a los religiosos posesión de dicha hacienda, y aun llegado a embargarle la renta de su prebenda. Por otra parte, en virtud de una cédula de Su Majestad expedida en 11 de agosto de 637, se había reconvenido al padre rector de Tepotzotlán sobre varios puntos en que los antecedentes señores arzobispos y virreyes no habían juzgado deberse comprender el partido de Tepotzotlán, único curato de gentes no recién convertidas que administraba la Compañía. Hallábase la sede arzobispal vacante por muerte del ilustrísimo señor don Francisco Verdugo, y en expectación del ilustrísimo señor don Feliciano de la Vega, obispo de la Paz. Su Majestad, informado por el padre Pedro de Velasco cuando estuvo de procurador en aquella corte, despachó en 25 de octubre de 640 cédula al excelentísimo señor don Diego López Pacheco, duque de Escalona ya virrey de México, desde 28 de agosto de 1640 para que le informase en el asunto. Los puntos de la real cédula eran sobre que los religiosos que hubiesen de ejercitar el oficio de   —227→   párrocos, fuesen examinados por personas nombradas por el ordinario, en cuanto a la suficiencia y doctrina e idioma; punto a que como nada contrario a las constituciones y privilegios de la Compañía, no podía nuestra religión dejar de sujetarse, como las demás; no así en otros en que la ejecución hubiera sido contraria al instituto de la Compañía, como era la provisión, colación, institución canónica, visita, corrección del ordinario y facultad de removerlo a su arbitrio. Uno y otro negocio parecían haber tomado buen semblante. El Excelentísimo informó muy a favor de la Compañía, que hasta después de algunos años permaneció en pacífica posesión del curato de Tepotzotlán, aunque ofreciéndose nuevos disturbios sobre otra nueva cédula, hubo de dejar la administración de aquel partido, como veremos a su tiempo.


 
 
FIN DEL LIBRO SEXTO
 
 


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