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Manuel Gahete Jurado

Semblanza crítica de Manuel Gahete Jurado

Nacido en 1957 en Fuente Obejuna (Córdoba), licenciado en Filología Románica por la Universidad de Granada y doctor por la de Córdoba, reside desde hace años en esta capital, donde ha ejercido sucesivamente de catedrático de lengua y literatura, asesor cultural de la Presidencia de Cajasur y director de la Fundación Miguel Castillejo. Es académico numerario de la Real Academia de Córdoba (a la que también representa como director del Instituto de Estudios Gongorinos) y correspondiente de la de Écija, además de colaborador de prensa, conferenciante, articulista, traductor, autor teatral y crítico literario. A este último campo pertenecen muy numerosos artículos y los volúmenes Poesía medieval. Antología (1991), La oscuridad luminosa: Góngora, Lorca y Aleixandre (1998), Cuatro poetas recordando a Dámaso (2000) o Fuente que mana y corre (2002), entre otros.

Nacimiento al amor, su primer libro de poemas, data de 1986, y con él consiguió el Premio Ricardo Molina. El amor, que Manuel Gahete concibe como un volcán vigoroso e inagotable capaz de transformar la vida del ser humano -lo que en El legado de arcilla le ha llevado a decir: «Y yo, que por amor entregaría / mi cuerpo, / mi razón, / mi fe, / mi sueño»-, es, sin lugar a dudas, el sentimiento germinal y recurrente en toda su poesía, y constituye una constante que da ilación a poemarios como Los días de la lluvia (1987), Capítulo de fuego (1989), Íntimo cuerpo sin luz (1990) o La región encendida (2000). En otros posteriores continúa siendo tema fundamental, pero virado a la vez hacia otras preocupaciones, como el deseo de sustituir cuanto cause dolor o sufrimiento por sentimientos esperanzadores e ilusiones inquebrantables (Elegía plural, 2001), o entendiéndolo como pasión que al tiempo que da plenitud al amante lo marca también con el sufrimiento y la inseguridad (Mapa físico, 2002), o centrándose en las inquietudes del hombre para analizar sus necesidades e interpretar su sentimiento amoroso como una mezcla de dolor y placer, de urgencia y locura, de felicidad e incertidumbre (El legado de arcilla, 2004). Que el amor es la preocupación esencial, constante y unificadora de sus poemarios debe aceptarse si en uno de ellos confiesa: «Quiero decir / ahora tu nombre, pronunciarlo / como vocal espuma, como lava o ventalle»; o en otro añade: «Ella es madera y flor, es toda sueño / y toda leche y mar. Su ser es vida. / Y es ala. Y es clamor. Sin ella nada / tiene sentido ya. Basta su vientre»; y en otro confirma, por fin: «Un hombre está mirando a una mujer que toca / con sus manos la lumbre. / Ella ríe y no cesa de beber en la sal que deja el beso / con un río de plata por la sangre». El amor y la cordialidad expandidos a sus posibles variantes se encuentran por doquier en la obra lírica de Gahete, y paralelamente se constatan en muchos de sus artículos periodísticos, según refleja esta cita perteneciente a Después del paraíso (1999): «El día vivido es un día ganado si hemos encendido una sonrisa o iluminado un labio con una flor, un beso o una palabra dulce».

Por haber fraguado ya una extensa obra poética, vitalista, apasionada, sincera, de franco humanismo y exquisito lenguaje, ha merecido, además, los premios Miguel Hernández, Barro, Villa de Martorell, San Juan de la Cruz, Mario López, Ángaro y Mariano Roldán. Una primera muestra de su sentir lírico ha quedado arracimada en la recopilación El cristal en la llama. Antología abierta (1980-1995), si bien son posibles otras lecturas en traducciones al italiano (Carne e cenere, 1992) o al francés (L´abîme de la lumière, 2004). Su inmensa capacidad creativa, su verso siempre suntuoso y candente y su prosa de revitalizada cultura y emoción han tenido reconocimiento en el estudio de carácter misceláneo El universo luminoso de Manuel Gahete (2005). Por otro lado, una de las asunciones que Gahete comparte con sus propios críticos es la vinculación estilística con la poesía reflexiva y exultante de Quevedo y de Góngora, si bien es el segundo el referente proclamado más unánimemente; así, en Casida de Trassierra (1999) la admiración de Gahete hacia Góngora es palmaria al declararle: «en tu voz la palabra sabe a ciencia, / cíngulo que desata si vincula, / posesión que en su entrega nos despoja». Añadamos, por fin, que este enraizamiento en la mejor tradición literaria española explica otros dos rasgos lingüísticos que en la escritura de Gahete se muestran inmutables: uno es la sonoridad inherente a numerosos vocablos que el poeta elige con máxima meticulosidad para buscarles una especial disposición dentro de la frase y conseguir así efectos auditivos de tanto rendimiento como los de la aliteración, que Gahete maneja insuperablemente; el otro es la búsqueda de un lenguaje selecto que cuaja en ancestrales cultismos y bellos neologismos cuyo fin último es enaltecer la recepción.

Antonio Moreno Ayora

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