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José Joaquín Fernández de Lizardi

Apunte biobibliográfico de Joaquín Fernández de Lizardi

El autor y su obra

José Joaquín Fernández de Lizardi nació el 15 de noviembre de 1776 en la ciudad de México y fue bautizado ese mismo día en la parroquia de Santa Cruz y Soledad. En la copia del acta de bautizo que sacó N. Rangel se lee que la partida se encuentra «en el libro número 2 (dos) de partidas de bautismo de españoles» (Rangel 1914: 43) y que en el margen se lee «Joseph Joachin Eugenio, Español» (Ibidem). El texto precisa que era hijo de:

Manuel Fernández Lizalde y de Bárbara Gutiérrez, española de México, nieto por línea paterna de Juan Hernández Lizalde y de Francisca Peña, originarios de México, y por la materna de Agustín Gutiérrez Dávila y de Teresa Malpartida, originarios de Puebla.

(Ibidem)

Así, Lizardi pertenecía al grupo criollo1, pero nació en una familia de pocos recursos económicos. Según las investigaciones de Rangel, queda claro que su padre era tan pobre que no podía pagar la matrícula universitaria, por lo que, habiendo empezado sus estudios de medicina en 1753, sólo los acabó en 1778 (Ibidem: 42), y concluye Rangel: «los primeros años de "El Pensador" deben de haber sido bien precarios» (Ibidem). Y así fue toda su vida, como lo afirmó en la Primera carta del Pensador al papista:

No heredé ningún patrimonio de mis padres, ni he malversado ningún caudal ajeno, ni he disipado en vicios la dote de mi mujer. Soy pobre porque mis padres lo fueron, y porque no me he arrastrado nunca a bajezas ni picardías para salir de tan miserable estado.

(Obras XI: 540)

Habiendo el padre conseguido su título de médico, la familia se trasladó a Tepotzotlán donde el padre desempeñó el cargo de médico del Real Colegio. Fue allí donde Lizardi «entró a la escuela a los seis años de edad, y al punto que supo leer y escribir, vino a México a casa de un profesor de latín, llamado Manuel Enríquez» (González Obregón 1938: 17). Terminados los estudios de latín, Lizardi ingresó en el Colegio de San Ildefonso «seguramente por San Lucas de 1793» (Rangel 1914: 47) para estudiar «lógica, metafísica y física» (Ibidem). Entre este momento y 1797 no sabemos lo que estudió. En enero de 1797 se matriculó en un curso de retórica y acabó el curso en abril de 1798, matriculándose inmediatamente en un curso de artes. Después, según Rangel, ya no aparece ningún documento con el nombre de Lizardi. Parece que dejó la universidad, sea a causa de la enfermedad de su padre, sea a causa de su fallecimiento, y no sacó ningún grado académico. Como Spell (1971: 102) señala, Lizardi nunca pretendió tal cosa. Hasta 1808 muy pocos datos se conocen.

No pudiendo continuar carrera alguna, dice este escrito, por fallecimiento de su padre y falta de auxilios, tuvo que dedicarse solamente a ganar algún salario escribiendo a mano; se dedicó a lo curial, y logró que el gobierno español lo nombrara juez interino o encargado de justicia de Tasco; igualmente lo fue de una de las cabeceras de partido de la costa del Sur, jurisdicción de Acapulco, de donde volvió a esta ciudad (México).

(A. F. A., 1827, en González Obregón 1938: 19)

En 1805 o 1806 Lizardi casó con Dolores Orendain que le trajo una pequeña dote. El matrimonio sólo tuvo una hija que nació probablemente en 1812, ya que Spell (1971: 140) dice que tenía quince años al morir su padre.

En 1808 se publicó la primera obra conocida de Lizardi: un poema escrito para celebrar el ascenso al trono de Fernando VII. El título exacto del poema es: Polaca que en honor de nuestro católico Monarca el señor don Fernando Séptimo cantó J. J. Fernández de Lizardi. Esta primera aparición en el mundillo literario de la corte virreinal se hacía de manera muy convencional ya que era habitual que se publicasen juntas las obras de este tipo que celebraban un acontecimiento más o menos importante y relativo a la familia real.

Por las mismas fechas Lizardi publicó esporádicamente textos más bien polémicos en el Diario de México (Wold 1970: 76-77).

Según Ignacio M. Altamirano, hacia 1808, Lizardi «tenía la costumbre de visitar la casa de Doña Josefa Ortiz de Domínguez, que por esa época vivía en México con su esposo» (González Obregón 1938: 24). En una nota a pie de página, González Obregón comenta: «Esta tradición se la comunicó al Sr. Altamirano el Sr. Lic. D. José Emilio Durán nieto de Doña Josefa Ortiz de Domínguez» (Ibidem). Así, parece que Altamirano quería dejar sentado que ya en temprana fecha estaba relacionado Lizardi con los que, con el padre Hidalgo, iban a conspirar a favor de la Independencia, lo que está en conformidad con lo que dice Altamirano del papel que debería tener la literatura: formar la conciencia nacional, pero no con lo que se sabe de la vida del Pensador Mexicano.

No se sabe exactamente en qué fecha Lizardi llegó a Taxco donde ejerció de teniente de Justicia, o sea de juez interino. Estaba probablemente en Taxco cuando, en 1810, Hidalgo lanzó el Grito de Dolores y cuando un grupo de insurgentes que iba a reunirse con Hidalgo se acercó a la ciudad. El alcalde titular, español, huyó y Lizardi tuvo que desempeñar el cargo de subdelegado. Avisó directamente al virrey, el 11 de noviembre de 1810, le informó de la situación y de lo que pensaba hacer con otros criollos: evitar el saqueo de la ciudad y la matanza de sus habitantes acogiendo a los insurgentes hasta que salieran y volver a jurar a Fernando VII. Lizardi daba como argumentos que no tenía mucha confianza en las pocas tropas disponibles, que todos temían tanto a los insurgentes como a los indios que habían adoptado una actitud altiva e incluso habían hecho prisioneros a algunos de los más importantes ciudadanos, que eran españoles (Spell 1971: 103). El virrey dio su visto bueno.

Cuando llegaron los insurgentes, se hizo lo previsto y además se les entregó las armas y municiones. Parece ser que ya habían salido cuando llegaron las tropas realistas cuyo jefe, el capitán Nicolás Cosío, en enero de 1811, mandó que se hiciera prisionero a Lizardi, se le despojara de todos sus bienes y trasladara a la capital. En su Carta primera del Pensador al papista (1822)2, recordó Lizardi cómo soltaron a todos los demás prisioneros, salvo a él.

[...] el año de [18]11, habiendo sido conducido preso en compañía de cien encuerados que llamaron prisioneros de guerra, a todos éstos les levantó la excomunión en la cárcel un padre dieguino, con sus correspondientes varazos; a pesar de que no habían incurrido en el fuero externo, pues no estaban fijados en parte alguna con sus nombres y apellidos, menos a mí. Yo entonces pensé que me habían distinguido por ser el más decente de ropa; pero seguramente sería porque para mí nulla est redemptio.

(Obras XI: 545)

En cuanto pudo escribió al virrey recordándole que había actuado con su permiso y poco después recobró su libertad. Lizardi tuvo que buscar medios para sobrevivir. Por las listas trimestrales que los libreros remitían a la censura se sabe que escribía poemas y artículos y vivía en la capital. Describió así su situación:

[...] el autor es un hombre honrado, a quien la suerte (siempre cruel con los buenos) después de haberle quitado sus bienecillos lo ha reducido al doloroso estado de escribir para mal comer.

(Diario de México 1811: número 2266)

Fue un periodo en el que escribió bastantes poemas y fábulas (Spell 1971: 105-107), aunque de las listas trimestrales que se publicaron entre abril y octubre de 1812 se puede deducir que escribió poco. Sin embargo procuraba ganarse la vida con sus publicaciones para mantener a su familia que según Spell (1971: 108) se componía de seis personas, sin que indique quiénes eran. La posibilidad de mejorar sus ingresos se iba a presentar en octubre de 1812.

La Constitución de Cádiz (19 de marzo de 1812) concedía la libertad de prensa, pero el virrey Venegas sólo la dio a conocer el 5 de octubre de 1812. El 9 de octubre salió el primer número de El Pensador Mexicano, primer periódico de Lizardi, cuyo título pasó a ser su seudónimo.

En los primeros números de El Pensador Mexicano, Lizardi defendía la libertad de prensa -y la Constitución- porque gracias a ella, muchos males podrían remediarse, sobre todo si los ciudadanos estaban al tanto de sus derechos. Ya en estos primeros números su posición política aparecía claramente. En el número 7 achacaba la rebelión a la injusticia con la que se había tratado a los criollos, al negarles los empleos que hubieran podido ocupar: «en México ha habido 27 arzobispos europeos y sólo dos americanos; 56 virreyes de los primeros y sólo tres de los segundos» (Lizardi 1812: 71).

Después de reiterar su cariño por sus «hermanos insurgentes» (Ibidem: 72) y su pena por los muertos, añadía: «no puedo hallar disculpa a vuestro yerro» (Ibidem) y explicaba que «no todos los gachupines que estaban en el reino podían haber agraviado a todos los criollos» (Ibidem). A la violencia prefería la reforma del orden establecido.

En el número 9 del 3 de diciembre de 1812, cambió de tono. Por ser día del santo de Venegas, le regaló un ejemplar de este número de El Pensador Mexicano en el que pedía que se revocase un edicto de junio de 1812 que autorizaba el juicio de los curas insurgentes por tribunales militares y no según el fuero eclesiástico como era normal cuando un sacerdote incurría en un delito. Aunque empezaba encontrándole excusas al virrey por recién llegado, intentaba convencerle, prometiéndole la gloria venidera:

Revoque vuestra excelencia ese bando que ha sido la piedra del escándalo en nuestros días y lloverá sobre vuestra excelencia las bendiciones de Dios, el pueblo le colmará de elogios y su nombre será grande en el futuro.

(Lizardi 1812: 87)

Este artículo resumía bien las contradicciones de la sociedad mexicana criolla de la capital, la conciencia que tenía de no estar gobernada como debiera y su deseo de proceder por reformas.

La reacción del virrey no se hizo esperar. El 4 de diciembre suspendió la libertad de prensa y convocó al responsable de la imprenta Jáuregui quien declaró que Lizardi era el autor del artículo. El 5 de diciembre el virrey hizo lanzar una orden de arresto contra Lizardi, pero éste permaneció escondido hasta el 7 de diciembre.

Lizardi contó detalladamente lo ocurrido en la Segunda y Tercera carta del Pensador al papista (Spell 1971: 110-111), en 1822. Escribió varias veces a Venegas tanto para explicarse como para pedir que se le juzgara, sin obtener respuesta (Ibidem: 112-113).

En marzo de 1813 Félix María Calleja fue nombrado virrey y Lizardi le escribió en seguida, obtuvo el permiso de salir de la cárcel a ciertas horas para visitar a su familia, y después Calleja activó el asunto. El 1 de julio de 1813 salió Lizardi de la cárcel, después de pasar siete meses encerrado, lo que resumió así: «Pasé entre sustos y prisiones siete meses, tiempo muy suficiente para arruinarme, como me arruiné, con mi familia» (Obras XI: 569).

Durante este periodo no había quedado ocioso, habiendo publicado cuatro números de El Pensador Mexicano y «papeles» sueltos, con un perceptible cambio de tono. En uno alabó al virrey y en otro titulado Propuestas benéficas en obsequio a la humanidad, proponía remedios contra la «peste» que asolaba la ciudad de México. En los Avisos del Pensador, casi seguramente escritos en la cárcel, se lamentaba de que la revolución asolase el país. Su temperamento reformador no se avenía bien con aquellos tiempos de radicalización de las posturas.

El episodio del encarcelamiento de Lizardi suscitó varias reacciones. Los partidarios a ultranza de la monarquía, al dejarle siete meses en la cárcel, mostraron el odio que sentían por él y los papeles que escribía. Mientras tanto, los mismos papeles eran bien recibidos por quienes adherían a la nueva constitución y por quienes estaban en abierta rebelión contra el gobierno. La actitud de Carlos María Bustamante fue muy significativa al respecto. Primero aplaudió la publicación de El Pensador Mexicano, aunque le aconsejó prudencia a Lizardi. Refugiado ya entre los insurgentes, Bustamante siguió defendiendo a Lizardi, al considerar que su arresto demostraba el proceder tiránico del gobierno. Más tarde le alabó por haber sido el primero que hablara libre y abiertamente de las injusticias que prevalecían. Otros insurgentes que habían simpatizado con Lizardi cambiaron de opinión: consideraban que había vuelto casaca porque «había escrito varios papeles adulando á este maldito gobierno y perjudicó a algunos individuos con bajeza» (Spell 1971: 116).

A lo largo de 1813 salieron otros números de El Pensador Mexicano, y en el suplemento del 13 de diciembre Lizardi anunciaba que el texto de su obra teatral Auto Mariano para recordar la milagrosa aparición de Nuestra Madre y Señora de Guadalupe estaba a la venta en la imprenta de Jáuregui o en los puestos del Portal, por 3,5 reales. La fecha no era gratuitamente elegida por el autor: del 12 al 14 de diciembre se celebraban, como ahora, las apariciones de la Virgen de Guadalupe, y 1813 era el año del apogeo del movimiento encabezado por Morelos que, como Hidalgo, había encomendado sus fuerzas a la Virgen símbolo de América y de su Independencia.

A partir del 2 de septiembre de 1813 Lizardi había empezado a publicar la segunda serie de El Pensador Mexicano: su atención se centraba entonces en los progresos civiles y las reformas sociales necesarias; en 1814 salió la tercera serie de su periódico. Sea a propósito de sus artículos en el periódico, sea por otros publicados en los Suplementos, Lizardi se enfrentó con polémicas más o menos violentas.

Entre los más hostiles a las opiniones del Pensador se encontraba el clero, y sobre todo el de la capital: Lizardi se había alegrado públicamente de la desaparición de la Inquisición, abolida por la Constitución de Cádiz. Para él, la Inquisición era sinónimo de oscurantismo y de represión incompatibles con el espíritu ilustrado. Cuando volvió Fernando VII que restableció el absolutismo y por consiguiente la Inquisición (30-12-1814), los enemigos del Pensador le denunciaron por un artículo publicado en el número 5 de la segunda serie de El Pensador Mexicano del 30 de septiembre de 1813. Aunque la causa no prosperó, Lizardi moderó el tono de sus folletos.

El 2 de mayo de 1815 salió el primer número de Alacena de Frioleras y luego publicó diez números de Caxoncito de la Alacena. Esta serie de publicaciones fue irregular y no prosperó a causa de la censura. En el número 21 del 29 de agosto de 1815 de Alacena de Frioleras se encuentra el único autorretrato que Lizardi dio de sí mismo:

En esto llegó al puesto un hombre como de treinta y siete a treinta y ocho años de edad, con levita azul bastante traída, y todo el resto del vestido igual en la decencia a la dichosa levita. Su genio era afable y cortesano; pero sus facciones harto duras, pues su semblante manifestaba su hipocondría en lo moreno, su compás de cara era elíptico o largucho, sus ojos negros, tristes y un poco desiguales en simetría, su barba poca, sus dientes menos, su nariz regular, y todo él un verdadero retrato de sí mismo.

(Lizardi 1815: 120)

Como la situación se hacía cada vez más difícil para la prensa Lizardi buscó otro modo de expresión.

En diciembre de 1815, Lizardi publicó el Prospecto de la vida é aventuras de Periquillo Sarniento en el que presentaba su obra por venir y las condiciones económicas: 4 pesos para la ciudad y 4 pesos 4 reales para fuera, y por tomo. Anunciaba cuatro tomos con doce capítulos cada uno. Lizardi preveía también una publicación por capítulos sueltos, a razón de dos por semana, a 3 o 4 reales por capítulo, según su tamaño, lo que resultaba mucho más caro que por suscripción (4,5 o 6 pesos).

Entre febrero y julio de 1816 se publicaron los tres primeros tomos de Periquillo Sarniento. El 3 de octubre de 1816 Lizardi solicitó el permiso definitivo para publicar el cuarto tomo. El 19 de octubre el censor Felipe Martínez dio la siguiente sentencia:

Excmo. Sr. He visto y reconocido el cuarto tomo del PERIQUILLO SARNIENTO: Todo lo rayado al margen en el capítulo primero en que habla sobre los negros, me parece sobre muy repetido, inoportuno, perjudicial en las circunstancias e impolítico por dirigirse contra un comercio permitido por el rey: igualmente las palabras rayadas al margen y subrayadas en el capítulo tercero deberán suprimirse: por lo demás no hallo cosa que se oponga a las regalías de S. M. para que se imprima -México, 19 de octubre de 1816- Martínez3.

La sentencia definitiva cayó el 29 de noviembre:

No siendo necesaria la impresión de este papel; archívese el original y hágase saber al autor, que no ha lugar la impresión que solicita -Una rúbrica -Fecha -Una rúbrica4.

Así la prohibición se debía, oficialmente, a la posición de Lizardi contra la esclavitud. De hecho, este tomo contenía el relato de la estancia del protagonista en una isla «ideal» y abundaban las críticas -indirectas- a la Nueva España. El libro nunca se publicó entero en vida del autor, aunque el público lo había acogido favorablemente y aunque en 1825 preparó Lizardi una segunda edición.

En 1817 se publicaron las Fábulas, género popular porque se memorizaba fácilmente. Lizardi supo aprovechar las características del género para expresar sus deseos de reforma (Obras I: 1963).

1818 fue un año de muchos «papeles» y de otra novela titulada Noches tristes y día alegre. Esta obra que se suele calificar de prerromántica era una imitación de las Noches lúgubres de Cadalso, pero el mexicano añadió un final optimista. El mismo año empezó a publicar La Quijotita y su prima, cuya publicación acabó en 1819. Pendiente femenino de Periquillo Sarniento, Lizardi expresaba sus ideas sobre la educación de las jóvenes, pero dedicó tanto espacio a las partes didácticas y moralizantes que resulta de más difícil lectura a pesar de amenos capítulos, casi costumbristas.

En 1819 pudo Lizardi reanudar sus actividades periodísticas y publicó los papeles titulados Ratos entretenidos. Fue probablemente la época en que redactó su cuarta y última novela Don Catrín de la Fachenda, que recibió la aprobación de la censura el 22 de febrero de 1820. A esta novela aludió Lizardi en la Segunda carta del Pensador al papista:

En el año de 1820, aprobando usted un librito que quise dar a luz, titulado Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda, con fecha del 22 de febrero, dice usted a este señor provisor lo que sigue: «La vida y hechos de don Catrín de la Fachenda, con las notas de El Pensador Mexicano, es un jocoserio con que se ridiculiza a los viciosos merecedores de este epíteto por su vida libertina, deduciendo una sana moral con que arreglen sus sentimientos y deberes a los de la religión. Trae usted un trozo de erudición y casi me compara con el ilustrísimo Fléchier y con el ingenioso Cervantes», y concluye diciendo: «Semejantes ideas (a las de los autores nombrados) adopta El Pensador, las que promueve con destreza, sin contener cosa contraria al dogma y moral».

(Obras XI: 560)

Sin embargo no la publicó como si fuese mucho más urgente volver a la prensa y la novela sólo se publicó póstumamente, en 1832.

El 31 de mayo de 1820 se había restablecido la Constitución y la libertad de prensa, si no fue total, permitía volver al género periodístico. Así Lizardi empezó a publicar El Conductor Eléctrico. En este periódico, Lizardi se propuso explicar todo lo bueno que se podía esperar de la Constitución. En el número 2 se lee un título que da la tonalidad del periódico: «En el que se destruyen las más comunes preocupaciones que sordamente minan nuestra Constitución al menos entre los ignorantes» (1820: 273). Tal postura le granjeó la enemistad de los privilegiados y del clero porque, según Lizardi, la Constitución hacía imposible la existencia de la Inquisición.

Cinco días después de la proclamación del Plan de Iguala, el 1.° de marzo de 1821 en Chamorro y Dominiquín, Lizardi expresó la idea de que sería provechoso que las Cortes concedieran la Independencia de España a la Nueva España. En mayo de 1821 dio un paso más ya que en la segunda parte de Chamorro y Dominiquín, proponía una acción de las facciones opuestas para resolver los problemas del país y obtener la Independencia. La tercera etapa de su evolución apareció en Ni están todos los que son ni son todos los que están (1821). En este impreso escribía:

Verdad es que si no nos hacemos independientes con las armas, nuestra libertad no se nos concediera en fuerza de la razón y la justicia.

Lógico consigo mismo y aunque tardíamente, Lizardi se reunió con los insurgentes y se encargó de la prensa insurgente, instalada en Tepotzotlán. Llegó a la capital el día de la entrada triunfal de Iturbide con el Ejército Trigarante (27 de septiembre de 1821).

Como se puede saber al leer los folletos que Lizardi escribió en la época, su entusiasmo por Iturbide disminuyó rápidamente: el 18 de noviembre publicó Cincuenta preguntas a quien quiera responderlas. Protestaba porque no se habían abolido los privilegios, porque el Congreso había sido elegido por sufragio restringido y no representaba verdaderamente toda la sociedad. Además de las enemistades que ya se había ganado, ya tenía la de Iturbide y su Corte.

Durante todo el periodo imperial Lizardi publicó esencialmente papeles sueltos y destacan las cuatro Cartas del Pensador al papista.

A principios de 1822 las autoridades eclesiásticas mexicanas habían dado a conocer las bulas papales que condenaban la francmasonería. El 13 de febrero, Lizardi publicó su Defensa de los Francmasones; nueve días después se publicó el edicto de excomunicación contra el Pensador Mexicano. Era una sentencia terrible en el México de aquella época y significaba la marginación casi total como lo indica el texto publicado el 24 de diciembre de 1822 por Félix Alatorre en la Gaceta Imperial de México. Atacado por quien firmaba el papista, Lizardi contestó con las Cartas del Pensador al Papista, y dejaba entender que no se excomulgaba con los mismos criterios según a quien se juzgaba:

El grito que dio en Iguala el señor Iturbide el año de [18]21, no fue sino el eco fiel del que dio en Dolores el señor Hidalgo en [18]10. El objeto fue el mismo, las circunstancias y los medios diversos. ¿Por qué, pues, excomulgaron al señor Hidalgo y sus contemporáneos, y no se hizo así con el señor Iturbide y nuestros héroes?

(Obras XI: 542-543)

Las consecuencias las evocó en la Segunda carta del Pensador al papista: «Me han arruinado ustedes, han hecho resentir males incalculables a mi larga, pobre e inocente familia; me han hecho daños irreparables» (Obras XI: 555). Luego resumió sus conflictivas relaciones con las autoridades de la época que le tocó vivir: «Ultrajes, dicterios, pobrezas, sacrificios costosos, cárceles, sonrojos, amenazas de horcas y presidios, tengo sufridos, y no me pesa, lograda la independencia de mi patria» (Ibidem: 563). Pese a todo, podía expresarse con sorna cuando no ironía:

Ha de saber usted que después que me excomulgaron y prohibieron a los fieles que tuviesen trato y comunicación conmigo, mis fieles amigos han doblado su amistad; jamás faltan visitas en mi casa y me han honrado con ellas muchas personas distinguidas; y cuando he salido a la calle, nadie escrupuliza de saludarme y unirse en sociedad conmigo. ¿En qué estará esto? ¿Si será porque conociendo lo injusto de la censura, la desprecian como nula? ¿Qué dice usted?

¿Quién será responsable de las misas que no he oído ni oiga en días de precepto, el señor provisor o yo?

(Tercera carta..., en Obras XI: 581)

A pesar de las dificultades del momento, Lizardi siguió publicando algunos papeles sueltos y el 31 de marzo, en A unos los mata el valor a otros les defiende el miedo, analizaba la caótica situación que conocía el país.

En los Sueños del Pensador Mexicano Lizardi expresó su desconfianza e incluso su desprecio por el personaje del emperador, pero le aconsejaba, para que mejorase la situación, que alejase de él a los lisonjeros aduladores, la pompa vana, etc. (Segundo Sueño).

El 26 de octubre de 1822 Lizardi dio a conocer el Unipersonal del Arcabuceado de hoy 26 de octubre de 1822, que ocupa un sitio aparte en la producción del Pensador durante este periodo. Se trata de una obra teatral «ejemplar», apartada de las urgentes consideraciones políticas, y que condenaba el sistema judicial que permitía a los criminales reincidir en sus delitos.

En marzo de 1823 cayó Iturbide y el 18 de abril Lizardi publicó su Unipersonal de don Agustín de Iturbide, emperador que fue de México. La obra fue del agrado de Carlos María Bustamante que, en su Diario Histórico (1822-1823: 225-231), la reprodujo integralmente.

Todavía en 1823, después de la caída de Iturbide, el Congreso se reunió y en junio Lizardi escribió Si dura más el Congreso, nos quedamos sin camisa, lo que le valió estar encarcelado. Algunos meses después se explicó:

El mes de junio estuve preso por un papel inocente que puse titulado Si dura más el Congreso, nos quedamos sin camisa, en el que fingí un sueño y que había visto un congreso de ladrones cuchareros que discutían sobre el modo de robarnos. No fue menester más para que me denunciaran el papel sólo por el título, para que se me impusiera arresto y para hacerme trabajar en mi defensa.

(El Sol 1824: número 256)

Además de seguir publicando papeles, Lizardi invirtió mucho tiempo para su defensa contra la excomunión. Apeló al Congreso, sin éxito, y tuvo que responder a muchos ataques. Según el Boletín del Archivo General de la Nación, tomo IV, 1933, p. 287, parece que Lizardi dio los pasos necesarios para reconciliarse con la Iglesia, y se publica un documento titulado «Toca al Expedte. formado sobre recurso de fuerza interpuesto por D. Joaq. Fernandz. de Lizardi, (à) el Pensador Mexicano, por Excomunión» y sigue el texto siguiente:

En virtud de haber ocurrido a esta Exma. Auda. por medio de Escrito, D. Joaquín Fernand.z de Lizardi, conocido por el Pensador Mejicano, desistiéndose del recurso de fuerza q.e se le formaron por el Papel q.e dio al Público con el título de Defensa de los Francmasones, y pidiendo en consecuencia se devuelvan a V.S. dhos autos; ha acordado el Tribunal se verifique su remision como lo hago en cuatro cuadernos con #33-38-12 y 53 (y el Memorial ajustado en #12) p.a.q. en su vista, tome V.S. las providencias que estime conducentes, sirviéndose acusarme el correspondte recibo.

Dios gue. á V.S. mh.s.a.s.
Mejico 2 de enero de 1824
Sr. Prov. L. y Gov.r. de
la Mitra de este Arzobispado.
Dr. D. Felipe Flores Alatorre

(Boletín del AGN 1933: tomo IV, 287)

Terminado el periodo de marginación, Lizardi sólo comentó una vez el asunto en el número 20 de las Conversaciones del payo y el sacristán (1824):

El Pensador jamás se confesó delincuente, ni pidió absolución, ni se retractó de errores no cometidos; todo lo que Vd. ha visto fue prudencia y generosidad del Pensador, que quiso cortar este asunto odioso sin degradarse.

(Lizardi 1824: 220)

Las Conversaciones del payo y el sacristán forman dos tomos de 25 números cada uno y salieron a partir de agosto de 1824, finalizando en julio de 1825. En todos, Lizardi dejaba entrever los problemas y las mayores preocupaciones de su época. Hablaba lo mismo de la carestía de los víveres, de los abusos de los monopolistas, como de la mala calidad de las representaciones teatrales o del peligro que representaba España para la nueva nación. En el número 10 del 29 de septiembre de 1824 Lizardi evocó otra obra teatral suya: El grito de libertad en el pueblo de Dolores, que se volvió a publicar por primera vez en 19725.

El tema de la Independencia era una obsesión. Temía que España declarase la guerra a México y la ganase. Los dos protagonistas que dialogan en las Conversaciones... lamentan que no se tomen medidas necesarias y sobre todo que no se cree un ejército disciplinado, bien pertrechado y entrenado. Para ellos, los españoles peninsulares que seguían ocupando puestos importantes podían traicionar en cualquier momento.

A pesar de haberse reconciliado con la Iglesia, el clero metropolitano era uno de los blancos favoritos de la crítica de Lizardi: habían quitado de la fachada principal de la catedral de la ciudad de México el escudo de armas de la monarquía pero no habían puesto el de la República. Lizardi volvía sin parar sobre este asunto ya que para él significaba que la Iglesia no acataba las leyes republicanas y por consiguiente no era de fiar.

Estos temas perduraron hasta la muerte del Pensador, lo que da una idea de la importancia que adquiría el «problema español». Durante el año de 1825, además de Conversaciones..., Lizardi dio a conocer su obra teatral El negro sensible, segunda parte. Esta obra es la continuación de una «petipieza» de Comella, de 1798, que llevaba el mismo título, que ya se daba en México en 1805 (Wold 1970: 98), y que había sido condenada in totum por la Inquisición en 1809. En octubre de 1823, el Teatro Provisional había vuelto a incluir la obra de Comella en su repertorio.

Según Spell, la obra de Lizardi:

It was to have been performed in the Coliseo, but, although the parts had been distributed and memorized and it had been agreed that he was to receive the proceeds of the second night's performance, the manager of the Coliseo, at the last minute, refused to permit its representation.

(Spell 1971: 136)

Lizardi expresó su desilusión y sacó la conclusión de que la obra no se había representado sólo por ser suya y que era una lástima que nunca se ofreciera al público obras nuevas y «totalmente americanas y originales» (Spell 1971: 157).

El mismo año de 1825, Lizardi preparó una segunda edición de Periquillo Sarniento. En un «Aviso» publicado en El Sol el 11 de febrero de 1825 se justificaba aludiendo al éxito que había tenido la novela en 1816, no sólo porque lo prohibido, incluso sólo en parte, atrae, sino porque era «la única obra romancezca propia del país, que se ha escrito en su clase por un americano en trescientos años» (El Sol, 11 de enero de 1825). Todavía en 1825 fue nombrado Lizardi editor de la Gaceta del Gobierno, en recompensa a sus servicios a la causa insurgente, lo que le daba 100 pesos mensuales. Además recibió el sueldo de capitán retirado, por las mismas razones.

1826 fue un año de muchos papeles polémicos: Lizardi siempre contestaba a quienes le atacaban y no eran pocos. En noviembre de 1826 empezó a editar lo que sería su último periódico: El Correo Semanario de México, cuyo número final lleva la fecha de 4 de mayo de 1827. En este periódico se nota que la relación de Lizardi con la Iglesia seguía algo conflictiva. En cada número dedicaba ciertas páginas a la historia de los papas y no dudaba en proferir violentas críticas cuando le parecía que estos altos personajes no habían actuado de manera conveniente. A partir del 24 de enero de 1827, gran parte de la atención del Pensador se concentró en el «caso Arenas» y en las conspiraciones que se descubrieron un poco por todas partes en el territorio de la República. Dedicó feroces páginas al/contra el obispo de Sonora que encabezaba un complot español.

El 27 de abril, Lizardi publicó la primera parte de su Testamento y despedida, documento muy revelador de su estado de espíritu, así como la segunda parte del 29 de abril. No pudo dejar en el tintero los reproches, las críticas que tenía, en contra de la nueva República que no supo castigar como debiera: «dejo al padre Arenas en quieta y tranquila posesión de su vida en la que Dios lo conserve muchos años para ejemplo de criminales con fortuna» (Lizardi 1827: 16), que no supo hacer una ley buena en cuanto a los empleos: Lizardi la consideraba hecha «a medias» (Ibidem: 20). Pasaba revista a todo lo que le preocupaba: la Iglesia, los fanáticos, los clérigos, los borbonistas, los españoles y España.

El 2 de mayo es la fecha del último número de El Correo Semanario de México, y el 25 de mayo salió su último texto: Tragedia del padre Arenas.

El Pensador Mexicano murió el 21 de junio de 1827, de tuberculosis. En su Testamento y despedida, había especificado que su epitafio tenía que ser «Aquí yacen las cenizas del Pensador Mexicano quien hizo lo que pudo por su patria» (Lizardi 1827: 28). González Obregón (1939: 61) publicó un documento que da una idea no sólo del ambiente sino también de quién había sido Lizardi (ver Anexo). El cuerpo de Lizardi fue sepultado en el cementerio de San Lázaro. Spell precisa que dicho cementerio después de estar descuidado fue olvidado e, incluso, pasado un tiempo fue el lugar de un criadero de cerdos (Spell 1971: 140). Ahora se desconoce el paradero de sus huesos. Una placa señala la casa, hoy casi en ruinas, donde murió (calle República del Salvador, esquina calle de Aldaco).

La prensa se conformó con algunas líneas para anunciar el fallecimiento de uno de sus máximos representantes:

El jueves 21 falleció en esta capital el ciudadano José Joaquín Fernández de Lizardi conocido por el Pensador Mexicano, cuyo cadáver fue enterrado en la tarde del 22, acompañando al féretro muchos de sus amigos. Dios le tenga en su santa gloria.

(El Sol, domingo 24 de junio de 1827: número 1479, 3060c)

Cuatro meses más tarde moría su esposa. En diciembre de 1827 se zanjó la espinosa cuestión de los españoles, la que tanto le había preocupado. Su hija le sobrevivió poco tiempo y sólo se sabe que murió algún tiempo después en Veracruz, de fiebre amarilla (Spell 1971: 140).

Fernández de Lizardi fue el primer mexicano que consiguió vivir (más bien) mal que bien, de su pluma, participó en la implantación definitiva de la prensa de opinión; escribió la primera novela que vio la luz en Nueva España y cultivó todos los géneros literarios: poemas, fábulas, diálogos, novelas y teatro -a todo lo largo de su vida, con una constancia que no fue recompensada por un estreno mientras vivía-, sin renunciar nunca a sus ideas -libertad política y religiosa y educación para todos, incluso las mujeres-, a su reformismo que le alejaba de todo radicalismo6.

1 Criollos eran los españoles nacidos en América.

2 Las Cartas del Pensador al papista son cuatro, la primera, la segunda y la tercera están en el volumen XI de las Obras, pp. 537-581, y la cuarta está en el volumen XII, pp. 119-133.

3 Publicado en la edición de Periquillo Sarniento, Buenos Aires, México, La Habana por Maucci Hermanos e Hijos, Maucci Hermanos, José López Rodríguez, y Barcelona, Sopena, 1901, tomo II, p. 5.

4 Ibidem, p. 6.

5 Cf. James McKegney, «Dos obras recién descubiertas de Fernández de Lizardi», en Historiografía, vol. XVI, n.º 2, 1971, pp. 203-220.

6 Al esbozar esta biografía de Fernández de Lizardi, intentamos citar sus principales obras, los acontecimientos históricos, y dejarle la palabra.

ANEXO

Sr. D. Jacobo M. Barquera

La casa en que murió el Pensador, fue la núm. 27 de la calle del Puente Quebrado. Su cadáver fue exhibido públicamente para desmentir la absurda conseja que hicieron circular los fanáticos, de que había muerto endemoniado. Fue velado el cuerpo por D. Pablo Villavicencio (El Payo del Rosario); por D. José Guillen, por un español Aza que había sido su encarnizado enemigo, y por D. Anastasio Zerecero, quien fue encargado del entierro y presidió los funerales. Acompañaron el cadáver del Pensador a su última morada, multitud de curiosos y muchos de sus partidarios, siendo sepultado el día 22 de Junio del propio año de 1827, con todos los honores de ordenanza que se consagran a un capitán retirado.

El Pensador contrajo matrimonio por los años 1805 a 1806, con D.ª Dolores Orenday [sic], de la que sólo tuvo una hija que llevó el nombre de su madre. Esta falleció cuatro meses después de la muerte de su esposo y la Srita. Fernández de Lizardi quedó a cargo de la Sra. Juliana Guevara de Ceballos, pero después la joven se incorporó a otra familia y murió en Veracruz de vómito al lado del General Don Ignacio Mora y Villamil.

Entre los huérfanos que protegió Fernández de Lizardi, se debe mencionar al General D. Joaquín Rangel, quien perdió a su madre en un incendio, y al hijo de un carpintero llamado Marcelo, a quien maltrataba mucho el padre, por lo que fue recogido y educado por el Pensador, y tomó en agradecimiento el apellido de éste.

(González Obregón, 1938: 62)

Catherine Raffi-Béroud
Universidad de Groningen

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