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Afortunadamente, todos los chicos escuchan cuentos, más o menos ingeniosos, narrados por su familiares o personas que les rodean. Y decimos afortunadamente, porque el relato oral de cuentos significa un factor de importancia decisiva para la educación de los niños y que no puede ser sustituido por las historias retransmitidas por la radio, la televisión, o grabadas en discos de gramófono. En todas estas formas mecánicas de la reproducción de la voz humana, hay algo que des humaniza, que perturba. En la directa narración oral, el misterio de la creación de un mundo por medio de la palabra se está haciendo ante la presencia de los niños, sin trampa ni cartón, y ellos se dan plena cuenta de esta maravilla.
Aún antes de que sepan hablar, ya comienzan a oír los niños el sonsonete de alguna historia ingenua que, en su constante repetición, les invita a imitar esos ruidos, a pronunciar esas mismas palabras, cuyo significado ni siquiera comprenden todavía.
Una vez iniciado el niño en el uso de la palabra, el cuento comienza por familiarizar al niño con su propio ambiente, explicando o fantaseando sobre las cosas que le rodean, para ir ensanchando después el estrecho círculo de su experiencia vital, muy limitada todavía, con nuevas sugerencias e imágenes, preparándole para que pueda realizar un fácil contacto con la sociedad.
En el momento de elegir una historia apropiada para la narración oral ante un auditorio de pequeños, menores de cinco años, hemos de procurar no sólo que el argumento señalado se acomode a los posibles gustos de los niños, sino también que el texto elegido cumpla perfectamente la función propia que se le puede asignar en este momento de la vida.
Nada nos parece más claro, para señalar las características de un óptimo cuento infantil, que recoger aquí como ejemplo, estudiándola después en sus distintos elementos, una de esas historias populares de transmisión oral, muy simples y esquematizadas, pero con una perfecta adaptación a la edad mental de los oyentes a que se destina, que oímos contar en los primeros años de nuestra vida y hemos repetido después con frecuencia, siempre con los mismos resultados de atención e interés por parte de los pequeños oyentes.
-14-Hemos dicho más arriba que los cuentos comienzan por iniciar al niño en el uso de la palabra, relacionando la historia imaginaria que relatan con la inmediata realidad que les rodea, y estableciendo siempre contacto entre lo conocido y lo des conocido. Así, el sueño se convierte en Fernandito, ese ser misterioso que se monta en los párpados de los niños cansados obligándoles a cerrar los ojos.
No es de extrañar, por tanto, que sean las manos del niño los protagonistas y los actores de los primeros cuentos y escenificaciones infantiles. El niño conoce sus manos, las ve, desde los primeros meses de su vida, pero seguirá considerándolas como algo extraño a sí mismo, hasta que logre hacerse obedecer por ellas, imponerlas su voluntad y dominar su torpeza. En una palabra, hasta que consiga adueñarse de sus manos y usarlas a su antojo. Entre tanto, y aún después, las manos son para él una fuente inagotable de diversión y de espectáculo.
Son muy numerosos los breves recitados y canciones, los relatos infantiles que deben ir acompañados de movimientos de manos bien sean palmadas, como en el «Tortas, tortitas, que viene papá, que sean calentitas, que pronto vendrá». O rítmicos golpecitos como: «Date, date, date, con esta porrita; date, date, date, en la calabacita»
En este grupo de recitados encontramos uno que constituye un verdadero cuento, con su presentación de personajes, iniciación del argumento, desarrollo y desenlace. Completa su narración en un elemental ensayo de representación, la costumbre de ir señalando cada uno de los dedos de una mano del niño, mientras se cuenta, empezando por el meñique hasta llegar al pulgar, que se termina por acercar a la boca del niño en un rápido movimiento cuando la acción del relato lo señala.
Dice así la historia:
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En esta sencillísima historia se hallan reunidos todos los elementos necesarios que forman un buen cuento para pequeños. Se dan en él las tres unidades clásicas -unidad de lugar, unidad de tiempo, unidad de acción- que facilitan grandemente la comprensión del argumento, donde se enlaza lo cotidiano con lo dramático.
Repasando el cuento, veremos que toda la acción se desarrolla en el mismo lugar, ante los ojos del niño, y en el escenario de su propia mano. Dejando aparte la escenificación, todos los acontecimiento pueden producirse en la cocina de casa.
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Durante el desarrollo del argumento no se señala ninguna referencia de duración. Se presenta la historia y se supone de ella que transcurre en el mismo espacio de tiempo que se tarda en contarla. La acción es rápida y se encadena muy sencillamente.
En el transcurso de la historia intervienen una serie de personajes. Cinco. Podrían parecer demasiados para una acción tan simple. Pero estos cinco, lejos de producir confusión ninguna, sirven para aclarar aún más el argumento, ya que no aportan nuevos problemas, sino que todos ellos concurren al desarrollo del tema central del cuento. La acción permanece única, y libre de cualquier otro acontecimiento posible, sin relacionarse con nada, como si el argumento narrado fuese el único hecho interesante ocurrido en el mundo y en el transcurso de todos los tiempos.
Además de las tres unidades, necesarias en los cuentos para pequeños y muy convenientes en todas las narraciones orales, esta historia presenta otras ventajas.
Es de señalar que el cuento carece por completo de introducción Comienza entrando directamente en la presentación de personajes. «Ese dedito». Sin ninguna explicación previa como: «Había una vez un dedo que podía andar, hablar, salir a la calle, hacer recados y comprar lo que quería». Todo esto es innecesario. El niño está dispuesto a aceptar cualquier comienzo de cuento, por inverosímil que sea. No es preciso aportar ninguna clase de razonamientos en defensa de la teoría expuesta, que su dedo meñique, tan diminuto y bien pegado a la mano, haya sido capaz de independizarse por unos momentos, andar, hablar y hasta comprar un huevo. Dará por buena cualquier proposición por maravillosa e imposible que sea, con tal de que se la presentemos relacionada con un objeto, un hecho que pertenezca a su experiencia diaria. En este caso, el dedo, el huevo frito, la sal y el glotón.
Si bien no es preciso extenderse en la introducción, sí es conveniente hacerlo en el relato de los acontecimientos. A esta edad, se concede aún más importancia a la forma en que pasan las cosas que al hecho mismo de lo que pasa. El desarrollo de la acción presenta mayor interés que el fondo del argumento. Es la época en la que el niño gusta de modo especial de las repeticiones encadenadas, que le permiten asegurarse de haber entendido bien el cuento, ya que lo que haya podido pasar desapercibido en la primera vez se descubrirá en la segunda o tercera repetición de la serie. Esto le evita el trabajo de relacionar unos hechos con otros, facilita la comprensión -16- y produce en el niño una gran confianza, al sentirse dominando el cuento, lo que le permite gozarlo plenamente y aun llegar hasta aventurarse imaginándose lo que pasará después. En muchos cuentos populares encontramos estas series de repeticiones encadenadas, como en la historia del Gallo Quirico o en el relato de la Cucarachita Martina, que barriendo el portal encontró un centimito. Aquí, el narrador puede amontonar una lista larguísima de planes, en el momento en que la cucarachita piensa en qué se gastará el centimito, sin temor de cansar al auditorio, como después, en este mismo relato, al comenzar el desfile de pretendientes añadirá, a todos los animales conocidos por los niños, otros que tal vez no hayan visto nunca, pero que pertenecen al mundo de los cuentos, como el león, el lobo, el águila.
Si mucho gustan a los pequeños las repeticiones de palabras, más aún gozan el uso de la onomatopeya en el transcurso de las narraciones. El ¡jam! para significar la acción de comer, acompaña y subraya el elemento mímico y (nos atrevemos a decir) constituye una aportación musical al cuento. Es también la presencia de un sonido nuevo que subraya y revaloriza el elemento dramático de la acción. Las voces onomatopéyicas permiten la intervención de los niños en el relato oral de un cuento ya varias veces recitado y, por tanto, bien conocido del auditorio. Es ésta la edad propicia a las historias protagonizadas por animales, cuyos característicos sonidos conoce e imita el niño y que considera, en esta época, casi tan expresivos como las palabras. De aquí a que los animales hablen no hay más que un paso, paso que el auditorio infantil dará sin dificultad, encontrando muy natural e interesante el diálogo entre un borrico y un perro.
Después del estancamiento de las repeticiones, la acción se acelera y el desenlace se precipita con gran rapidez. El niño, que se ha ido familiarizando con la situación, aprehendiéndola en su totalidad a lo largo de una serie de repeticiones hasta saborearla en sus más pequeños detalles (-Uno lo compró -otro lo frió -otro le echó la sal -otro lo probó-) gusta ahora de la sorpresa del desenlace, rápido y, sobre todo, muy concreto. No puede quedar ninguna duda sobre él, y no queda en éste, así como tampoco en los finales tradicionalmente usados en las narraciones populares. «Fueron felices y comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron», o «Colorín, colorado, este cuento se ha acabado».
Hemos de admitir que las historias capaces de producir miedo en los niños deben desterrarse por completo de «La Hora del Cuento». Aquellas en las que el final suponga una victoria sobre el personaje terrorífico, pueden admitirse, siempre que el narrador tenga cuidado de dosificar convenientemente las descripciones -17- de dicho personaje, tomándolas como una excepción dentro de los programas habituales. Hay que recordar que, en esta edad, el niño difícilmente considera el cuento como unidad, sino más bien como un conjunto de acontecimientos más o menos relacionados. Por eso, un final feliz no basta para borrar de su memoria el miedo despertado anteriormente.
Un cuento en el que concurran todas o, al menos, la mayoría de las notas aquí señaladas, tiene grandes probabilidades de ser bien entendido y, por tanto, gustado por un público compuesto en su mayoría por niños de tres a cinco años.
Una vez elegido el cuento, trataremos ahora de algunos detalles sobre una sesión de «La Hora del Cuento» exclusivamente dedicada a niños de esta edad.
Los niños se sentarán en corro, en torno al narrador, y si la asistencia de niños fuese muy numerosa, el narrador permanecerá de pie, paseando entre las filas de sillas, de forma que todos los niños estén en contacto directo con el narrador, viéndole y oyéndole perfectamente, tanto los de primera fila como los de la última.
Hemos dicho que los cuentos no necesitan de ninguna clase de introducción, más aún, que ciertas aclaraciones previas sobre los personajes o el argumento pueden estropear el efecto de una magnífica narración. Eso es cierto en lo que se refiere a las historias en sí mismas, pero no con respecto a «La Hora del Cuento» en general.
Al comienzo de la sesión no sólo es conveniente decir unas palabras previas sobre el programa que se va a desarrollar en la misma, sino que esta introducción es muy conveniente para crear el clima apropiado.
Muchas son las formas de empezar, tantas como surjan en la imaginación del narrador, a la vista del programa elegido, y que la práctica vaya dictando como más convenientes.
Unas veces se podrá incluir en la introducción el resumen de otras sesiones anteriores, o los planes para las siguientes, o cualquier circunstancia relacionada con la vida propia de la biblioteca. Se siga la sugerencia que se considere más apropiada, hemos de tener presente que los fines de esta breve charla son:
1.º Informar a los asistentes sobre el programa que sigue.
2.º Crear un clima de expectación.
Ejemplo de introducción para «La Hora del Cuento» en la que se vayan a narrar «El labrador y su hijo» y «El jalmeso» (página 59).
«Hoy vamos a contar dos cuentos nuevos. En el primer cuento sale un borriquito igualito, igualito a uno que he visto yo por la calle cuando venía para aquí.
El segundo cuento lo he sacado de una carta que venía de muy lejos. ¿Qué dentro de una carta no puede haber un cuento? ¡ Ya lo creo que sí! Y no sólo dentro de una carta, sino en otros muchos sitios. Yo, a veces, me encuentro un cuento colgado en las ramas de un árbol, o dentro de un vaso de agua, o en el bolsillo del abrigo o ¡qué sé yo! Los recojo todos para vosotros. Hay cuentos por todas partes.
¡Tú misma! (se elige a una niña de las más pequeñitas) tienes un cuento guardadito en la mano. Dame la mano y lo verás: (El narrador coloca a la niña en el centro del corro y le recita el cuento antes citado: «Este dedito compró un -18- huevo...» o cualquier otro parecido, hasta el final). ¿Ves?, tenías un cuento en la mano y tú ¡sin saberlo siquiera!
Vamos a buscar ahora más historias para pasarlo muy divertido en «La Hora del Cuento» que ahora empieza.
Y tú (a la niña otra vez), ¡cierra bien la mano, no se te vaya a perder! ¿Lo sigues teniendo ahí? (Los niños pueden repetir a coro hasta aprenderlo de memoria). Sí. Ahora guárdalo y después se lo cuentas a tu madre y a una vecinita chiquitita, y ya verás cómo les gusta.
Lo mismo que nos va a gustar a todos la historia de...»
La niña se mira la mano, maravillada. Un clima de fantasía se acaba de crear en el corro de oyentes. Ahora, ya, todo es posible. El auditorio está propicio a la narración.
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De los seis a los ocho años, los niños comienzan a leer. «La Hora del Cuento» de la biblioteca, que para los más pequeños sólo había tenido el efecto de ensanchar su estrecho círculo infantil y despertar su fantasía, adquirirá ahora toda su importancia y debe encaminarse muy concretamente hacia su fin primordial: iniciar a los niños en el mundo de los libros, ofreciéndoles, con la narración oral de cuentos, un avance de los que pueden encontrar en las lecturas.
«La Hora del Cuento» adquiere, por tanto, su más característica función, convirtiéndose en el portavoz oficial de los libros que permanecen mudos y cerrados en las estanterías.
En las sesiones dedicadas a este grupo, es preciso destacar, con una insistencia que llegue hasta la machaconería y con toda claridad, la relación que existe entre la narración oral, que se efectúa en ese momento, y los libros impresos, que se les ofrecen diariamente en la biblioteca.
Esta relación, evidente para el bibliotecario, puede pasar desapercibida para los niños, si no se la hacemos notar de modo expreso.
Disociando uno y otro concepto, conseguiríamos seguramente una asistencia muy numerosa y hasta entusiástica a «La Hora del Cuento», pero ningún resultado práctico en el fomento de la lectura. Nos quedaríamos en el camino, un sendero lleno de flores y bellos panoramas, es cierto, pero sin llegar al término propuesto: animar a los niños a la lectura, ayudándoles a vencer las dificultades iniciales.
El proceso que seguiremos para conseguirlo será:
1º Narración oral de un cuento, ante un numeroso auditorio.
2º Incitar a cada uno de los oyentes a convertirse en lector de otros cuentos, o del mismo ya narrado, en una lectura privada e individual.
Para conseguir el fin propuesto es preciso que, en cada una de las partes del proceso, el niño encuentre plena satisfacción. Procuraremos primero que el cuento narrado se escuche con gusto por el niño y que la lectura siguiente, realizada por su cuenta, no le defraude las esperanzas de diversión y gozo que le llevaron a iniciarla, y que le fueron prometidas durante «La Hora del Cuento».
Lograremos la primera parte, realizando una cuidadosa selección de los cuentos para ser narrados.
A esta edad los niños gustan de los relatos fantásticos, poblados de héroes valientes y seres maravillosos. La fantasía desborda ya del estrecho círculo de -20- su experiencia cotidiana, y les permite viajar en sueños por países lejanos y gozar con el relato de imposibles hazañas.
Cuentos fantásticos donde príncipes, hadas, gigantes y ogros tengan su cabida, pero también, donde las aventuras y los poderes, incluso de los héroes más prodigiosos, estén limitados por unas reglas y ordenados con una cierta lógica.
No hay que olvidar que el sentido de la realidad está muy desarrollado en el niño español, y ni siquiera en esta época de su vida, en la que la imaginación parece imponerse, está dispuesto a aceptar la fantasía desbordante.
Gustará de cuentos prodigiosos, sí, pero con los prodigios sujetos siempre a unas normas preestablecidas, héroes poseedores de estupendas prerrogativas, pero limitados por otra parte con una debilidad que los haga humanos y posibles. Gustan de conocer la invulnerabilidad del héroe Aquiles, al que ninguna flecha, espada, ni lanza pueden herir y gozan con el relato de su valor y sus hazañas. Pero, precisamente este valor será digno de estima porque el héroe tiene un único punto vulnerable, el talón, que no fue bañado en las prodigiosas aguas de la laguna Estigia.
Y esa nota de debilidad, ese saber la limitación del héroe, es lo que hace heroico el comportamiento de Aquiles, lo que nos permite apreciar su valor e interesarnos por su suerte.
El niño exige esta limitación en los poderes extraordinarios de que gozan los protagonistas de sus cuentos, incluso de los más fantásticos.
Lo contrario decepciona al niño, que reflejará su desencanto con esa frase tan característica «Así, ¡ya podrá!» con que suele manifestar su repulsa ante cualquier abuso, el del héroe que jamás encuentra sus límites o el de los mayorzotes que compiten con los pequeños en los juegos, con evidente e injusta superioridad.
Para que un juego sea divertido es preciso respetar las reglas que tienden a hacerlo difícil. En el hecho de vencer la dificultad estriba precisamente la diversión que proporciona el juego. No es simplemente el meter una pelota entre dos palos lo que caracteriza al fútbol, sino marcar un gol a pesar de los obstáculos que presenta la oposición del equipo contrario.
Lo mismo pasa con los cuentos. El niño gozará con la victoria del héroe, pero siempre que esta victoria suponga el vencimiento de unas dificultades superadas con esfuerzo.
Este respeto a las reglas del juego está presente en todos los cuentos clásicos y entre los textos de Perrault, hermanos Grimm, Andersen y Oscar Wilde, encontraremos los más convenientes relatos de fantasía, apropiados para la edad que nos ocupa.
Recomendamos al narrador que utilice siempre las versiones originales de los cuentos, para su preparación personal de «La Hora del Cuento», aunque después considere oportuno poner adaptaciones de los mismos en la biblioteca para la directa lectura de los niños.
Las versiones originales tienen siempre mayor riqueza de expresión y detalles argumentales de gran interés para la narración oral.
Como ejemplo, estudiaremos «El patito feo», de Andersen, del que damos a continuación un breve resumen:
-21-Mamá-pata está incubando sus huevos. Los patitos rompen el cascarón.
-Clac, clac.
Y mamá-pata les saluda:
-¡Cuac, cuac!
Falta un huevo por romper:
-Será un huevo de pava -dice la pata más vieja del corral-. Una vez me engañaron a mí con un huevo de pava y fue una lata. Los pavos tienen miedo al agua y por más que le di picotazos, no conseguí enseñarle a nadar.
Mamá-pata sigue incubando hasta que, por fin, sale el pollito. Es grande y muy feo, pero se tira al agua sin protestar y nada estupendamente.
-No es un pavo -piensa mamá-pata, satisfecha.
Pero los patos, las gallinas y los gallos empiezan a burlarse.
-Todos los patitos son muy guapos, menos ése.
-Es demasiado grandote.
-¡Y muy feo!
-¡Ojalá le arañe el gato!
Los patos le daban picotazos, las gallinas le empujaban, y hasta la mujer que les echaba el grano, le apartaba con el pie.
-¡Vete de aquí, patito feo!
El patito feo, muy triste, huyó volando.
***
Llega a un estanque donde viven los patos salvajes. Se hace amigo de ellos, pero todos siguen recordándole su fealdad.
De pronto, se oyen disparos. Son los cazadores. El patito feo consigue escapar, escondido entre las hierbas de la orilla.
-Soy tan feo que ni el perro ha querido morderme -piensa.
Y cuando se van los cazadores, se aleja del estanque.
***
Llega a una casita, donde vive una vieja con un gato y una gallina.
-¿Sabes poner huevos? -le pregunta la gallina.
-¿Sabes arquear el lomo, maullar, ronronear y despedir chispas?-dice el gato.
El patito feo habla de la vida en el estanque, de lo delicioso que es nadar, pero la gallina dice:
-Si aprendieras a poner huevos o a ronronear, no pensarías en esas tonterías.
No le comprenden y el patito feo se marcha otra vez.
***
Era invierno y el agua del estanque comenzaba a helarse. El patito feo movía las patas muy deprisa, pero el agua se heló, dejándole aprisionado, hasta que un campesino lo encontró, rompió el hielo con sus zuecos y se llevó el patito feo a su casa.
-22-Los niños se acercaron para jugar con él, pero el pobre patito pensó que iban a pegarle e intentó huir. Volcó la lechera, y la leche cayó por el suelo; se metió en la mantequilla y después en una artesa de harina. La labradora chillaba, los niños le perseguían y el patito feo consiguió huir.
***
En medio de un jardín había un estanque con tres preciosos cisnes. El patito feo se acercó y los cisnes acudieron a recibirle con las plumas erizadas.
-¡Matadme, si queréis! -dijo el patito-. Inclinó la cabeza y... vio su propia imagen reflejada en el agua del estanque. Y ya no era un gris, torpe y feo pato, sino un precioso cisne. Acordándose de lo pasado, apreció aún más su felicidad.
En este cuento se dan las siguientes características:
Desaparece la unidad de lugar (el patito feo cambia continuamente de sitio de residencia y es precisamente esta inestabilidad una de las notas definidoras de su tristeza) que ya puede ser fácilmente superada por los niños, y el tiempo no adquiere en la narración demasiada importancia. En cambio la unidad de acción se acusa de modo especial. Todo cuanto acontece en el cuento, desde ese primer retraso en la salida del polluelo, sirve para marcar la diferencia existente entre el protagonista y los demás seres que le rodean. Esta diferencia la llaman los otros fealdad y es la causa de todas sus desdichas primeras.
La enseñanza de esta historia se destaca con tan clara evidencia, que resulta innecesario expresarla con palabras. El niño busca una razón, un valor de lo que oye aplicar en su propia vida y, en este relato, lo encontrará fácilmente, al observar que el motivo de la tristeza del protagonista es más tarde la razón de su felicidad. Todo el relato constituye una clara lección de esperanza frente a la enfermedad, al dolor o, simplemente, al esfuerzo que la vida de estudio supone para el niño, proporcionándole el estímulo necesario para superar dichas pruebas.
Hemos dicho más arriba que «La Hora del Cuento» debía tender a conseguir un doble resultado. El de adelantar a los niños lo que para ellos guardan los libros y conseguir que, a continuación, vayan ellos mismos a buscarlo en la letra impresa.
Un modo de conseguirlo es poner, en lugar destacado de la biblioteca, los libros que se tengan en el fondo del mismo autor de que se ha narrado el cuento y animar a los niños a que los lean.
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Se colocarán los niños en círculo, cuando su número lo permita, y siempre de forma que todos puedan ver fácilmente al narrador. Alguno dirá que «prefiere quedarse de pie» apoyado contra las estanterías en la pared. Favorecerá al orden insistir hasta que se siente, pues el que permanece en pie termina por causar algún ruido, al cambiar de postura, cuando no tropieza o provoca la caída de una silla al intentar sentarse durante la narración.
Es preciso que todos estén cómodamente sentados.
El narrador comienza entonces:
«Tengo unos amigos que el otro día hablaban entre sí. Estaban discutiendo sobre un chico, un alumno nuevo que acababa de entrar en su clase.
-Es simpatiquísimo -decía uno-. Yo quiero hacerme amigo suyo.
-¡Qué va! -respondía el otro-. Es muy soso y aburrido.
Ya estaban empezando a discutir cuando yo me acerqué a ver lo que pasaba. Me lo dijeron, y yo estaba extrañada de tan diferentes opiniones.
-¿Cuántas veces has hablado con él? -pregunté al chico que tachaba de soso al nuevo compañero.
-¡Ninguna! -me respondió.
Y así se terminó la discusión.
A muchos chicos que yo conozco les pasa eso. Dicen que un libro es muy aburrido y después resulta que ni siquiera lo conocen, que no se han parado un momento a hablar con él, que no han empezado a leerlo.
Y así no pueden nunca conocerlos. No son jamás amigos de los libros.
Hoy os quiero presentar a un amigo de mi pandilla, con el que yo he pasado grandes ratos de grata lectura. Precisamente, en esta estantería hay muchos libros suyos.
Y este cuento, «El patito feo», es el que vais a oír a continuación»:
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Sea lectura o narración de viva voz, la atención del público responde siempre al interés del relato y a los acentos de voz que escucha
(«Lectura española», dibujo y grabado de J. Beauvarlet sobre cuadro de Charles André Vanloo.)
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Una nueva etapa, de los nueve a los doce años, corresponde con gustos distintos frente a los libros. Esta edad tiene nuevas exigencias que deberán ser consideradas y atendidas en «La Hora del Cuento».
Nos encontramos ya frente a lectores hechos. Desde hace años, estos niños acuden asiduamente a la biblioteca infantil y, gracias a los estímulos y las informaciones recibidas a través de las sesiones de «La Hora del Cuento» y al contacto con el bibliotecario, se han ido formando un hábito de lectura. Ya saben elegir sus libros, gozarlos en una lectura individual y hasta juzgarlos y comentarlos con acierto. Puede decirse que tienen una cierta experiencia como lectores, por lo me nos con respecto a una determinada clase de libros, y esta experiencia los hace más interesados y también más exigentes en la elección y el juicio de sus lecturas.
Este interés se va desviando poco a poco del mundo de la fantasía, que meses antes colmaba sus aspiraciones literarias. Comienzan a desdeñar las imposibles hazañas de los héroes portentosos, permanecen indiferentes ante las maravillas que les emocionaban y se vuelven, en cambio, hacia lo real y concreto, al mundo que les rodea, en un ávido deseo de realidad.
Al hacer la elección de sus lecturas, ya no busca aquellos libros ilustrados en la portada con la figura del protagonista, vistiendo reluciente armadura y cabalgando con su caballo blanco sobre las nubes. Por el contrario, el héroe predilecto de los niños de esta edad será el que cuenta aproximadamente sus mismos años, que viste pantalones cortos, jersey de lana y botas, y cuya historia arranque de idéntico marco escolar, familiar y ambiental que el del niño-lector.
Parece que el niño siente, en esta época de su vida, la necesidad imperiosa de sustituir la experiencia directa y personal que le falta, con la lectura de una serie de historias donde se narran los acontecimientos vividos por los demás y, mejor aún, por chicos de su edad.
Ya no se busca tanto un héroe al que admirar sin condiciones, como un compañero de juegos con quien compartir la vida, un amigo al que confiar los propios pensamientos, de un modo indirecto, en la lectura de los suyos, o un jefe de pandilla al que seguir en sus planes y aventuras. De su anterior actitud pasiva frente a las lecturas, frente a los libros y también frente a la vida, pasa ahora el niño a sentir un deseo muy vivo de acción.
Las historias sacadas de la vida real, las novelas de aventuras, las descripciones de viajes y países exóticos y también los relatos de acontecimientos históricos -26- serán las lecturas preferidas por los niños de la edad que ahora nos ocupa sobre todo si están protagonizadas por niños o adolescentes.
Muchos son los libros que proporcionarán lectura apropiada para ellos, y algunos muy popularmente conocidos. Entre los títulos más famosos citaremos «A través del desierto», de Sienkiewicz; «Dos años de vacaciones», de Julio Verne, y «Heidi», de Juana Spyri, especialmente indicado este último para las niñas.
En el momento de la elección del tema que deberá presentarse en «La Hora del Cuento» se tendrá siempre en cuenta el público a que va destinado, procurando atender a sus gustos y aficiones más destacados.
Así sabremos de antemano que los lectores de nueve a doce años están ya acostumbrados a buscar y encontrar en los libros, en una lectura individual y constante, sustanciosos argumentos, basados en la vida real, ya sea dentro del marco de lo cotidiano, ya en el relato de apasionantes aventuras de viajes o descubrimientos. Será inútil, por tanto, el intento de atraer su atención de forma continuada con el relato de cuentos de hadas, pobres en su simplicidad o excesivamente fantásticos.
Más interesantes temas necesita ahora su inteligencia, entreabierta ya al mundo que le rodea, y otras sugerencias apetecen sus despiertos sentimientos. El niño busca en las lecturas unas vivencias de las que carece y más que la simple emoción del relato, busca una enseñanza, una fórmula de actuación válida en la vida real.
Quiere aprender a mantenerse firme ante las dificultades, valiente en medio del peligro, leal con sus compañeros, capitán intrépido entre sus amigos.
Sabrá aguantar la sed o el calor, porque así supieron hacerlo los protagonistas de «A través del desierto»; sentirá interés por los trabajos manuales, porque en «Dos años de vacaciones» un grupo de muchachos de su edad construyeron por sí mismos todo lo necesario para sobrevivir en una isla desierta; se inclinarán cariñosos hacia los enfermos, siguiendo el ejemplo de Heidi, la niña de los Alpes.
Novelas de aventuras, relatos de la vida real, siempre que estén abiertos a la fantasía y la aventura, serán temas apropiados para lectores de nueve a doce años.
Junto con, los argumentos de imaginación, los niños gustarán también de los hechos históricos, de los relatos que «se pueden creer porque son del todo verdad», sobre todo si se presentan en forma de relato biográfico del personaje protagonista principal de dicho acontecimiento, procurando tratar con la máxima extensión la parte correspondiente a su infancia y adolescencia.
Encontraremos gran abundancia de detalles pintorescos o de recuerdos emocionados de esta primera parte de la vida de los personajes célebres en sus autobiografías, pues el autor, desde el pináculo de su vida y de su obra, gusta de asomarse con ternura hacia sus años infantiles. Así, en los primeros capítulos de «páginas de mi vida», Ramón y Cajal nos cuenta su niñez movida y aventurera mientras que «El cuento de mi vida», de Andersen, está lleno de nostalgia y melancolía, evocando su infancia solitaria y su juventud soñadora.
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Destacaremos como relato apropiado para narrar oralmente a los niños y niñas de esta edad el titulado «Emilio y los detectives», de Erich Kaestner, del que sigue un breve resumen que publicamos con la autorización de la Editorial Juventud, S. A.
«Emilio es un chico de vuestra edad. Estudia en el Instituto, se divierte con los amigos y, en ocasiones, ayuda a su madre. Porque la madre de Emilio es peluquera y trabaja mucho, para que Emilio pueda estudiar el bachillerato y se haga un hombre de provecho. Y el chico, que lo sabe, procura gastar lo menos posible y, algunas veces, hasta echa una mano en la peluquería, trayendo agua caliente o cosas por el estilo.
Hoy, Emilio y su madre están un tanto emocionados porque han de separarse por primera vez. Emilio va a pasar unos días de vacaciones a Berlín, donde viven sus tíos y su abuela. Está muy ilusionado con el viaje, pero su madre, preocupada, no deja de hacerle recomendaciones y de darle consejos: «Que escribas en seguida, nada más llegar; que guardes el traje nuevo para los domingos y que lo cepilles antes de colgarlo, que te portes bien, que visites el Museo de Pinturas...»
Emilio dice a todo que sí con la cabeza.
Pero lo que más le recomienda su madre es que no vaya a perder los ciento cuarenta marcos que lleva, para dárselos a la abuela. Ese dinero lo ha ido ahorrando con mucho esfuerzo, durante los últimos meses, céntimo a céntimo. Por eso antes de que salga Emilio, le pregunta:
-¿Dónde te vas a llevar el dinero?
Emilio lo mete en un sobre y se lo guarda en el bolsillo interior de la chaqueta. Después, para estar más seguro de no perderlo, lo prende todo por dentro con un alfiler.
-Así no se me escapará -dice.
Y una vez bien guardado el dinero, Emilio coge su maleta y sale con su madre hacia la estación.
***
Emilio entra en un departamento donde hay varias personas. Saluda y se sienta. Uno de los viajeros lleva un sombrero hongo. La conversación se generaliza y, mientras los viajeros hablan, Emilio de vez en cuando se toca con disimulo el bolsillo de la chaqueta, para asegurarse de que sigue allí el dinero.
Los viajeros se van bajando durante el trayecto hasta que no quedan en el departamento nada más que Emilio y el señor del hongo. El del hongo saca unas chocolatinas y le ofrece al chico, que las acepta, después de dar las gracias, muy fino. Algo raro tenía el chocolate porque en seguida empieza a entrarle sueño a Emilio y, por más que hace para mantenerse despierto, no lo consigue y termina por quedarse profundamente dormido.
Al poco, Emilio se despierta sobresaltado. ¿Cuánto tiempo llevará dormido? Ahora está solo en el departamento. El del hongo ha desaparecido. Emilio, pensando en el dinero, mete la mano en el bolsillo de la chaqueta y lo encuentra vacío. ¡El dinero ha desaparecido! Sólo encuentra en el fondo, el alfiler con el que había sujetado el sobre para no perderlo.
Emilio lo pensó un momento. ¡El señor del hongo le había robado! ¡Seguro! En ese momento, el tren se detuvo y Emilio cree ver al del hongo entre la multitud -28- que llena el andén. Ya están en Berlín, pero no en la estación en la que debería bajarse Emilio que, sin pensarlo más, desciende y empieza la persecución del sospechoso.
***
Persiguiendo a su compañero de viaje, Emilio recorre varias calles, se monta en un tranvía, desciende después en la misma parada que el del hongo y se queda en la puerta de un restaurante espiando al ladrón. Por más que piensa no se le ocurre ninguna idea para desenmascarar al ladrón y obligarle a devolver el dinero. Sólo de una cosa estaba bien seguro: No debía perderle la pista.
Emilio está a punto de pelearse con un muchacho berlinés que le llama paleto, pero lo piensa mejor y dice:
-No tengo tiempo para pelear, ahora estoy persiguiendo a un ladrón.
El chico se siente interesado y después de oír la historia promete ayudarle. En seguida reúne a su pandilla y todos juntos proyectan el plan a seguir.
***
Divertidas y emocionantes aventuras vivieron Emilio y sus amigos persiguiendo al del hongo, y todas están muy bien contadas en el libro, que seguramente os gustará leer. El caso es que no le dejaron ni un momento, vigilándole incluso dentro del hotel donde pasó la noche, persiguiéndole constantemente. A la mañana siguiente, y siempre siguiendo al ladrón, Emilio y sus amigos van a un Banco. El del hongo se dirige a la ventanilla de caja y entrega un billete de cien marcos para que se lo cambien.
Ya le iba a dar el cambio el cajero, cuando se oye un grito.
-¡Un momento! ¡Ese dinero es robado!
El del hongo protesta enfadado, pero el cajero pregunta a Emilio si podría probar la veracidad de sus palabras.
Emilio contó su viaje en tren, la chocolatina y su profundo sueño y, por último, la desaparición del dinero. Pero todo eso no probaba nada. Lo mismo podía ser verdad que mentira.
Entonces Emilio se acordó del alfiler. Él había asegurado el sobre atravesándolo con un alfiler y prendiéndolo después en el forro de su chaqueta. Seguramente se notarían todavía en el dinero los pinchazos del alfiler.
El cajero mira el billete al trasluz y, ¡efectivamente!, ahí está la señal. Entonces llama a un guardia, que acompaña al del hongo y a los niños a la comisaría.
Y todo se arregla estupendamente. Emilio recobra su billete y hasta recibe un premio de mil marcos por haber capturado al del hongo, que resulta ser un ladrón famoso.
Y así termina la historia de «Emilio y los detectives».
La elección del texto apropiado no ofrecerá al narrador grandes dificultades, pues encontrará literatura abundante para esta edad. En cambio, la adaptación del libro elegido exige una cuidadosa atención y un minucioso trabajo, pues no encontrará ya relatos breves, el estilo de cuentos que puede ofrecerse, por -29- su brevedad y esquematización en forma oral, sin que medie más preparación que la de un simple aprendizaje memorístico.
Ahora se enfrenta el narrador con auténticas novelas, de extensión considerable e imposible de resumir en su totalidad, de modo que puedan ofrecerse en relato de pocos minutos. Para utilizarlas en «La Hora del Cuento» será preciso realizar una previa y muy cuidadosa adaptación, dividiéndolas en partes que se irán narrando en las sucesivas sesiones de «La Hora del Cuento» y suprimiendo todos los detalles superfluos o confusos, sustituyendo los diálogos por el extracto de la conversación y aligerando las descripciones excesivamente literarias, hasta conseguir la sencillez que exige una narración oral.
Pero hemos de tener en cuenta que adaptación no quiere decir, de ninguna manera, modificación.
Debe el narrador abstenerse de presentar aquellas obras que, por su mismo argumento, no se consideren apropiadas para los asistentes. Es preferible que sigan ignorándolas durante unos años que ofrecérselas modificadas en sus partes esenciales. La adaptación supone simplificación, pero en ningún caso mutilación y menos aún modificación, fórmulas éstas dos que suponen un engaño, una doble estafa, con respecto al autor del libro, cuya obra se desvirtúa, y a los oyentes del relato, que tendrán para siempre de ella una idea deformada, errónea.
El número de argumentos que pueden ser gozados por los chicos es lo suficientemente amplio como para que en ningún caso se justifiquen estas adaptaciones deformantes.
La presentación, por capítulos o partes, de una misma novela, a lo largo de dos o más sesiones de «La Hora del Cuento», puede sustituirse en ocasiones por otra fórmula que consiste en iniciar la narración contando oralmente tan sólo la primera parte y remitiendo a los oyentes al libro de que se trata, invitándoles a una posterior lectura individual.
Pero el narrador deberá tener prevista la demanda de la obra iniciada en «La Hora del Cuento», por varios o muchos lectores al tiempo de terminar ésta.
En el caso de que se disponga de un único ejemplar no es recomendable seguir este método, pues el hecho de que sólo un lector pueda saciar su curiosidad provocará, seguramente, el disgusto de los otros, e incluso protestas y discusiones.
No es conveniente probar la paciencia de los lectores, bastante escasa por otra parte, con una larga espera de días y aun de semanas, antes de que el libro solicitado pueda llegar a sus manos. Cuanto mayor sea la curiosidad y el deseo de leer dicho libro, suscitado por el conocimiento del primer capítulo, mayor será su decepción al no poder aclarar, calmar inmediatamente esa curiosidad, en una rápida e inmediata lectura. Sólo en el caso de que se disponga de varios ejemplares de un mismo libro será recomendable interrumpir la narración oral de dicho texto con la seguridad de estar en disposición de complacer a la mayoría de los solicitantes.
También se utilizará este método para introducir la lectura de un autor determinado, del que la biblioteca tenga numerosos títulos. Así, en el momento en que un lector solicite la obra que ya haya sido presentada anteriormente se le puede ofrecer un extenso surtido de obras de ese mismo autor, entre las que se le animará a elegir la que más le interese.
Entre los temas propios de esta edad hemos destacado las biografías; atendiendo ahora al modo más conveniente de adaptarlas para su narración oral -30- indicaremos que las biografías se prestan de modo óptimo a su presentación en forma personalizada (véase, en pág. 53, «La narración personalizada»). Así, se puede ofrecer a los niños incluso las frases textuales del personaje biografiado, encuadrándolas en su propio ambiente.
Se ampliará el relato de los acontecimientos de su vida, con una exposición de sus obras, ofreciendo a los niños una breve lectura antológica, si se tratase de un escritor; la detenida contemplación de un buen libro de reproducciones o la proyección de fotografías de sus cuadros, en caso de ser un pintor, o unos discos con lo más representativo o popular de su obra, si se tratase un músico.
Procurará ponerse en relieve aquellas virtudes del biografiado más dignas de admiración y que mejor se presten para ser imitadas, resaltando sobre todo la importancia que suponen para el posterior triunfo de tales personajes, la preparación, el estudio y el trabajo realizados en su infancia.
Considerando la avidez de realidad que tienen los niños, unos datos verídicos, históricos o geográficos, con relación al relato que siga, serán el mejor medio de iniciar «La Hora del Cuento».
Así, por ejemplo, para proceder a la biografía de la infancia y juventud de Andersen, diremos:
«Dinamarca es un pequeño país del Norte de Europa, situado en el mar del Norte, entre Alemania y Suecia. Está formado por una península y numerosas islas, y por eso la navegación tiene allí una gran importancia. Hay barcos de pesca, lanchas de recreo y buques de carga y pasajeros. Todas las ciudades importantes se asoman al mar, como Copenhague, la capital.
Si alguna vez viajáis por Dinamarca, encontraréis el recuerdo de dos personajes, presentes en todas las circunstancias y lugares. Sus nombres son los de las calles más importantes de las ciudades y pueblos, sus estatuas adornan los parques y jardines y hasta en el ambiente parecen presentes.
Son las dos glorias nacionales de Dinamarca. Uno de ellos es Tycho Brahe, un astrónomo del siglo XVI, que estudió el curso del sol y la posición de las estrellas.
El otro es Hans Christian Andersen, el escritor de cuentos infantiles».
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Hacia los doce años, el niño comienza a sentir un profundo interés hacia su propia intimidad. Quisiera afirmar su naciente personalidad, tan desdibujada e insegura aún, y para conseguirlo busca en el exterior cuanto pueda enriquecerla. En esta edad los compañeros, los amigos, el ambiente donde se desarrolla su vida, los conocimientos científicos, apenas entrevistos, la vida y los pensamientos de los demás, adquieren para él enorme importancia. Comienza a interesarse por las hazañas deportivas o los progresos de la ciencia, aprende la marca de los automóviles o sigue con curiosidad los viajes espaciales, y también se interesa por el trabajo manual, por la mecánica o la carpintería, intentando realizar alguna obra con sus manos.
Esta sed de conocer y asimilarse al ambiente que le rodea, procurando y buscando un contacto directo con la realidad, tiene como consecuencia una considerable disminución en el tiempo dedicado a la lectura. Lo vital resulta tan apasionante, que apenas deja alguna capacidad de atención para lo escrito, y cuando en algún momento el muchacho se entregue a la lectura buscará aquellos libros que le ofrezcan una respuesta fiel a sus ávidas preguntas.
En este momento, también, se acusa con más claridad la diferencia de gustos en los distintos sexos, pues mientras que los varones buscan libros con los que saciar su curiosidad y nutrir su inteligencia, las niñas muestran su preferencia por todos aquellos en que se exalte el sentimiento.
Después de leer un libro de guerra, por ejemplo, si preguntamos a un grupo mixto de lectores qué detalles les han interesado de modo especial, nos encontraremos con que las respuestas de los varones destacan la parte técnica del relato, describiendo el armamento utilizado en la batalla, o la táctica desplegada en el combate, mientras que las niñas pondrán de manifiesto en sus contestaciones un mayor interés por la parte sentimental, ponderando los sufrimientos de los heridos o la alegría de los vencedores.
Estas diferencias servirán como norma orientadora, pero no se aplicarán con un criterio exclusivo, ofreciendo a los muchachos únicamente relatos técnicos y a las niñas sólo obras sentimentales, sino que, por el contrario, recordemos que el libro puede y debe servir en esta edad como un estabilizador de gustos, como un punto de conciliación, capaz de despertar en los varones un aprecio por los valores humanos que afine su sensibilidad, suavizando sus tendencias brutales, mientras que en las muchachas tenga él poder de interesarlas por la realidad, evitándolas caer en el sentimentalismo exagerado.
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Dentro de las obras de imaginación se elegirán aquéllas que reflejan la realidad, aunque no pertenezca esta realidad la inmediata y directa experiencia de la vida cotidiana de los lectores, coma los relatos de viajes, novelas de guerra, reportajes sobre proezas deportivas, escaladas o exploraciones en las que se exalte además de la aventura en sí misma, la lealtad y el compañerismo, el espíritu de equipo de los montañeros y la necesidad que hay de una constante y generosa ayuda mutua para conseguir la victoria.
También los hechos históricos, la vida heroica y aventurera de los descubridores de tierras, de los conquistadores y guerreros de tiempos pasados atraerán su atención. Cantera inagotable de relatos del mayor interés la constituyen las hazañas inigualables de los exploradores españoles en tierras americanas.
En cuanto a los libros que tengan como fundamento la explicación de un tema científico, serán más fácilmente asimilables para el niño si se presentan en forma biográfica, ofreciendo la vida y vicisitudes de los sabios y estudiosos que los descubrieron o investigaron, añadiéndose de esta forma al interés científico, el calor y el ejemplo humano de unas vidas dedicadas al estudio y al servicio de los demás.
Seleccionamos como relato-tipo para lectores de más de doce años el titulado «Toomai, el de los elefantes», de Rudyard Kipling, que forma parte de su conocida obra «Libro de la selva», y del que incluimos a continuación un breve resumen, con la autorización de la Editorial Gustavo Gili, S. A.
«Toomai el de los elefantes».
Toomai el chico era indio y pertenecía a una familia de conductores de elefantes. Su padre se enorgullecía de guiar a Kala Nag, un elefante muy fuerte y de gran tamaño.
-Sí -decía Toomai, el padre, ponderando el valor y la fortaleza de su elefante-. No hay nada que cause miedo a Kala Nag, excepto yo.
-También a mí me teme -decía Toomai el chico, poniéndose de pie frente al elefante.
Toomai el chico no tenía más que diez años de edad y medía poco más de un metro, pero sus palabras eran ciertas. A la sombra de Kala Nag había nacido, con el extremo de su trompa jugaba ya antes de dar los primeros pasos, le llevó al abrevadero en cuanto pudo andar y era imposible que al elefante se le ocurriese desobedecer sus chillonas voces de mando.
-Sí -repetía Toomai el chico- me teme.
Y dirigiéndose a Kala Nag le hacía levantar las patas y arrodillarse. Después empezó a hablarle.
-Cuando seas viejo, Kala Nag, vendrá algún rajá rico y te comprará por lo grande que eres y lo bien que te hemos educado, y entonces no tendrás nada que hacer. Llevarás aretes de oro en las orejas, una tienda sobre la espalda y una tela roja a los lados. Entonces, yo me sentaré en tu cuello y los hombres correrán delante de nosotros gritando: ¡Paso al elefante del rey!
Toomai el chico sonrió imaginándose la escena:
-Será muy divertido, Kala Nag, peto no tanto como nuestras correrías por la selva.
-33-Porque lo que más le gustaba a Toomai el chico era la caza de los elefantes salvajes y presenciar las carreras locas, las llamaradas y el barullo de la última noche, cuando los elefantes, acorralados y perseguidos, se precipitaban dentro de la empalizada y, al ver que no pueden salir, se arrojan contra las paredes de troncos para no apartarse de ellas más que a fuerza de gritos, de blandir de antorchas llameantes y de disparar cartuchos cargados de pólvora.
Pero el momento más emocionante de todos era aquel en que empezaban a sacarse fuera los elefantes salvajes, atados ya con cadenas, obligándoles a obedecer a fuerza de gritos, con la ayuda de los domesticados.
Se podían oír entonces los gritos de Toomai el chico, animando a Kala Nag.
-¡Sigue, Kala Nag! ¡Dale con el colmillo! ¡Duro! ¡Cuidado!
Pero todo esto lo decía Toomai el chico, encaramado en uno de los postes de la empalizada, pues no le dejaban entrar, como hacían los verdaderos cazadores de elefantes.
Petersen Sahib, el cazador blanco que dirigía la cacería, dijo:
-Las empalizadas llenas de elefantes salvajes no son el sitio más apropiado para que los niños jueguen.
Toomai respondió:
-Yo no juego. Quiero ser cazador.
-Lo serás -respondió Peterson Sahib- cuando hayas visto el baile de los elefantes. Entonces será el momento oportuno.
Todos los cazadores que estaban escuchando se rieron. Porque aquella era una de las bromas que usan los cazadores de elefantes y que equivale a «nunca». Escondidos en los bosques, se encuentran a veces unos claros grandes que llaman «salones de baile de los elefantes», pero ningún hombre los ha visto bailar.
Toomai el chico lanzó un hondo suspiro.
***
Aquella noche los cazadores ataron los elefantes por las patas traseras con gruesas cadenas fijas a unas estacas, clavadas en el suelo.
Toomai el chico se acostó en la hierba, al lado de Kala Nag, pero el elefante seguía en pie con las orejas levantadas. Entonces se oyó el grito, parecido a un cuerno de caza, que lanzaba en la selva un elefante salvaje.
Kala Nag arrancó de un fuerte tirón la estaca que le sujetaba y avanzó silenciosamente. Corrió Toomai el chico detrás de él y en voz baja le dijo:
-¡Llévame contigo, Kala Nag!
Volviose entonces el elefante, bajó la trompa hacia el chico, se lo montó en el cuello y, antes de que Toomai tuviese el tiempo necesario para asegurar las piernas, se internó en el bosque.
Kala Nag atravesó la selva, llegando a un claro donde se habían congregado muchos elefantes. Toomai el chico intentó contarlos, pero como no sabia más que hasta diez, pronto perdió la cuenta.
-Todo el pueblo de los elefantes se ha citado aquí esta noche -dijo Toomai a media voz y dando diente con diente-. Realmente va a haber baile.
Entonces barritó un elefante y todos se pusieron a imitarle durante cinco o diez terribles segundos. Comenzó a oírse un ruido sordo, muy bajo al principio, -34- que creció y creció. Los elefantes pateaban, apisonando la tierra y el ruido que hacían sonaba como tambores de guerra. Así pasaron la noche y, al rayar el alba, cesó el estruendo como por un mandato y los elefantes desaparecieron en la espesura de la selva.
Toomai el chico, sintiendo que los ojos se le cerraban de cansancio dijo al oído de su elefante:
-Kala Nag, volvamos al campamento.
***
Dos horas más tarde, Kala Nag entró bamboleándose de cansancio en el campamento. Toomai el chico, pálido de cansancio, con el pelo lleno de hojas y empapado de rocío, gritó:
-¡El baile! ¡El baile de los elefantes...! ¡Yo lo he visto...¡ -y contó todo lo que tenía que contar.
Aquella noche se celebró una fiesta en el campamento, y el más viejo de los cazadores habló así:
-Oídme, hermanos. Y oídme también vosotros, señores elefantes que estáis ahí en fila. Este niño ya no se llamará Toomai el chico, sino «Toomai el de los elefantes». Lo que jamás vio hombre alguno lo ha visto él durante una noche, porque es el favorito del pueblo de los elefantes. Toomai sabrá seguir en la selva la pista reciente y la medio borrada. Ningún daño recibirá en las cacerías, y si alguna vez resbalara y cayera delante de un elefante feroz, éste no se atreverá y aplastarlo. Vosotros, señores míos, que estáis allí, entre cadenas, ¡saludad a «Toomai el de los elefantes»!
La fila entera de elefantes levantó al aire las trompas y lanzó un gran saludo.
Con respecto a «La Hora del Cuento», el narrador tendrá que enfrentarse en este grupo con las mayores dificultades y superarlas hasta lograr ofrecer un relato que sea capaz de despertar el interés del grupo y ser escuchado con agrado por la mayoría de los asistentes.
La dificultad no estriba en «La Hora del Cuento» en sí misma, pues la narración oral sigue conservando su atractivo como el medio más normal, directo y claro de comunicación entre los seres humanos, sino en la especial psicología de los oyentes y en su exacerbado sentido crítico.
Un titubeo en la dicción, una fuga del argumento durante el relato, que pasaría inadvertido en los otros grupos, aquí será inmediatamente notado por los oyentes y acusado en un descenso de su atención.
Además de procurar una mejor y más intensa preparación previa, el narrador puede hacer uso de otros medios de estimular y mantener la atención de los oyentes durante el transcurso del relato. El más eficaz de todos ellos, será hacer una referencia cualquiera que se relacione directamente con la actualidad. Una alusión a la estatua del personaje célebre y conciudadano de los lectores que se levanta en el centro de la plaza próxima, o a las noticias del periódico sobre los últimos viajes espaciales tendrán, como inmediata respuesta, un aumento en el interés del auditorio.
-35-En la Sección de Grabados y Estampas de la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva esta litografía de Goya, en la que el célebre pintor ha sabido captar magistralmente la atención de los oyentes. En nada se diferencia de la de los niños que siguen «La Hora del Cuento» en cualquier biblioteca.
Con frecuencia será una película, presentada en la sala de cine más próxima y habitualmente frecuentada por los lectores de la biblioteca infantil, lo que servirá de base a una «Hora del Cuento». Tenemos como ejemplo un film basado en una novela, y en una novela que se encuentra en los estantes de la biblioteca, como «Veinte mil leguas de viaje submarino» o «Ben-Hur». El libro está allí, atrayendo la atención de los lectores con la identidad del título. Pero lo que se van a encontrar entre las páginas, poca relación tiene con lo que vieron durante la proyección de la película. Dejando aparte la mayor o menor fidelidad del guión cinematográfico con respecto a la obra literaria, adaptada casi siempre con excesiva libertad, queda aún la diferencia, más profunda todavía, que existe entre libro y cine. Entre leer y contemplar. Es preciso prevenir al lector curioso de esta diferencia, para que no haga una comparación irreflexiva en la que precisamente la lectura salga mal parada.
Advertiremos al lector que en las páginas del libro encontrará precisamente la parte más importante de la novela, en conocimientos científicos, históricos o -36- geográficos, en ambientación y también en profundidad psicológica y en interés humano.
Otro medio de despertar el interés de sus oyentes será el presentar el relato, o al menos la introducción del tema que se trate a continuación, en primera persona. El narrador hará uso de sus propias vivencias en materia de viajes, estudios, lecturas o aficiones, explicando a los oyentes de la biblioteca su personal iniciación a la lectura, el enriquecimiento que los libros han aportado a su vida, el interés de los viajes por él realizados o la satisfacción que sus aficiones predilectas le han proporcionado. Todo relato presentado en parte o en su totalidad en primera persona, tiene asegurado de antemano el interés de los oyentes. Es la fuerza irresistible de la realidad, el interés de las vivencias lo que tanto atrae a los muchachos.
Además de ofrecer los más apropiados relatos, el narrador procurará atraer la atención de los oyentes por otros medios. Es el momento apropiado para invitarles a que abandonen su actitud meramente pasiva de oyentes maravillados, para adoptar otra más interesante, de colaboradores activos de la sesión.
Se le animará a tomar parte en las lecturas colectivas y en las narraciones personalizadas que se hagan (véase, en pág. 51, «Otras formas de la narración oral») dentro de la sesión dedicada a su mismo grupo, o como ayuda del narrador en las que se celebren para los demás pequeños, entre los que es muy difícil, e incluso imposible, encontrar colaboración.
Realizar una misión personal dentro de la biblioteca, pensar que el mismo narrador solicita y aprecia su ayuda, prestarla con alegría y acierto, contribuirá a aumentar el interés de los lectores por la biblioteca, responsabilizándoles en una tarea divertida y útil al mismo tiempo.