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La hora del cuento


Monserrat del Amo



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Prólogo

La autora de este interesante libro no necesita presentación. Desde muy joven viene dedicando toda su actividad a los niños, consagrándoles lo mejor de su espíritu, por lo que a todos los que de un modo u otro estamos relacionados con la literatura infantil, nos es muy familiar Montserrat del Amo.

Tanto editores y libreros como bibliotecarios, y sobre todo niños aficionados a la lectura, han tenido ocasión de conocerla al menos en una de sus dos facetas principales: excelente y amena escritora o habilísima narradora.

Sus publicaciones son ya numerosas y varias están galardonadas con importantes premios literarios. ¿Qué niño no se ha deleitado con la tierna poesía de «Rastro de Dios», premio Lazarillo 1960? O con la gracia castiza de «Se ha perdido el 'Sentao'», finalista del premio C. C. E. I., de 1963?» «"El Sentao" y los Reyes», el «Osito Niky», «Misión diplomática», «Montaña de luz», «Gustavo el grumete», «Cuando florezcan los rosales», etc., son títulos corrientes en cualquier biblioteca infantil; así como «Fin de carrera», «Hombres de hoy, ciudades de siglo», «Patio de corredor», premio Abril y Mayo 1956 (Escelicer), y «Todo un joven» -precursor de las Bibliotecas viajeras-, figuran sin duda en las colecciones de muchos adolescentes.

La relación de esta serie de títulos es más que suficiente para acreditar a un autor, pero no es de la escritora de la que deseamos tratar, nos interesa más bien en esta ocasión la narradora, que aunque tal vez no sea tan conocida del público en general, no es por ello menos importante su labor, ni mayor el entusiasmo de sus habituales lectores, que el que despierta en los pequeños oyentes que han tenido la suerte de escucharla.

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Los niños de las barriadas de Prosperidad, de Embajadores, de Cuatro Caminos, que acuden regularmente a las Bibliotecas Populares de Madrid, han tenido ocasión -gracias a Montserrat-, de entusiasmarse con las «Hazaña del rey don Pedro», de emocionarse con alguno de los conmovedores cuentos de Andersen, de estimularse con el relato de la propia vida de Hans Christian e, incluso, de tomar parte activa en lecturas colectivas, como las de los «Salmos»; que, sin previa preparación, improvisaron con gran éxito.

Y no solamente son los niños los que vibran con las narraciones de Montserrat; los mayores que por una u otra razón tenemos ocasión de escucharla, quedamos prendidos de su palabra, aunque lo que cuente sea tan pueril como «El patito feo»; admirando su habilidad para captar la atención de sus oyentes, su forma tan natural de introducirles en el mundo de la fantasía, su amenidad inagotable, su delicada manera -tan levemente insinuada- de destacar algún hecho que haga pensar al niño, que cale muy hondo en su corazón, que le impulse a admirar y desear las virtudes que adornan al protagonista, o menospreciar sus defectos y sobre todo, que siempre trata el tema que logra sembrar un deseo, un afán de superación, que estimula a los pequeños.

¿Quién sería capaz de sostener la atención de 200 chiquillos más de una hora, sin el menor signo de cansancio o distracción, sino esta maravillosa narradora que es Montse? ¿Quién puede dar tal emoción, e interés al relato, que, con sólo observar los rostros de los pequeños, pueda seguir los incidentes de la narración hasta ver reflejado en ellos el estupor, la pena, la intriga, o la radiante alegría, si todo acaba con el triunfo del héroe? Sólo una persona que conozca profundamente al niño, que le ame y desee por ello hacerle partícipe del goce, del inmenso beneficio que proporciona la lectura, iniciándole en tan hermosa afición.

Y esto es lo que resuelve magníficamente este libro sobre «La Hora del Cuento», editado tan acertadamente por el Servicio Nacional de Lectura. Manual práctico y útil sobremanera que, exento de teorías y divagaciones, se ciñe concretamente a su único objetivo, transmitir unas experiencias vivas, fruto de muchas jornadas de trabajo, en contacto   -VII-   directo con los lectores de nuestras Secciones Infantiles y, por cierto, de una manera tan altruista que en estos tiempos materializados casi resulta anacrónica.

Por eso estas líneas expresan simplemente el justo reconocimiento de las Bibliotecas Populares de Madrid a la magnífica labor de narradora que en ellas viene realizando la autora de este libro y el deseo de que tanto padres, como educadores y encargados de bibliotecas infantiles y juveniles; sepan que cuanto se contiene en él, lo que la autora aconseja y sugiere, y todas las normas que expresa, han dado óptimos resultados y por ello considero al citado Manual el mejor lazarillo para los que deseen dedicarse al mínimo y maravilloso arte de hacer feliz a los niños, lo que la autora ha logrado plenamente según lo corrobora el entusiasmo del público infantil cuya opinión en esta materia es la única que cuenta a la hora de la verdad.

Elena Amat Calderón,

Directora de las Bibliotecas Populares de Madrid.

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La autora de este libro

La autora de este libro durante una de sus intervenciones como narradora en las Bibliotecas Populares de Madrid.





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La lectura como afición infantil

Los libros ofrecen al niño, además de una serie extensísima de conocimientos científicos, unas posibilidades inagotables de goce y enriquecimiento vital, desde el punto en que aprenda a leer y haga de la lectura su más querida y practicada afición.

Cierto es que las familias suelen interesarse, en una inmensa mayoría, por el aprendizaje de lo que podríamos llamar la mecánica de la lectura. Es un deseo muy extendido el de conseguir que un niño aprenda pronto a leer, e incluso antes de su ingreso en la escuela, ya la madre o un hermano mayor procura enseñarle a distinguir las letras. Avanza el proceso y el niño empieza ya a juntarlas, formando sílabas y, en seguida, palabras. Un buen día, el nuevo lector sorprende a los suyos leyendo de corrido la cabecera del periódico matinal. La familia comenta alborozada: «El niño ya sabe leer». Se le considera, por tanto, apto para aprovechar las enseñanzas de la escuela y tranquilizada ya a este respecto, la familia no vuelve a ocuparse de la lectura del niño, contentándose a lo sumo con vigilar su trabajo escolar, como si no hubiera en el mundo más libros que los de texto.

El niño se encuentra abandonado, sin dirección ni apoyo en este momento en que debería iniciarse su afición a la lectura.

Conoce, es cierto, la mecánica de la lectura, se le ha entregado el instrumento, pero nadie le anima a usarlo para su goce y satisfacción personal, ofreciéndole libros apropiados a su edad, que afinen sus sentimientos, y le permitan el cultivo libre de su inteligencia, para facilitar de este modo su apertura al mundo que les rodea, y su plena incorporación a la vida social.

Insistimos en lo pernicioso de esta actitud de indiferencia con respecto a la lectura de los niños. Ninguna familia, cuidadosa del bien de sus hijos, deja de procurar a éstos la alimentación apropiada durante su infancia, bajo el pretexto de que, habiendo ya aprendido los más pequeños a usar la cuchara y manejar convenientemente los cubiertos, pueden elegir por sí mismos su comida y alimentarse siguiendo los dictados de su capricho. Esta actitud, que todos rechazamos para el alimento material del niño, se adopta para su nutrición espiritual, administrándole todo lo más unos comprimidos de vitaminas -libros de texto- de toma obligatoria.

Es preciso tener en cuenta que el acto de la lectura constituye para el principiante un difícil y trabajoso ejercicio, que sólo la práctica llegará a facilitar.

Tiene que distinguir las letras, unirlas entre sí, emitir en voz alta su equivalencia en sonidos, y asimilar la idea que expresan dichas palabras.

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El proceso de la lectura presenta, por tanto, el siguiente encadenamiento:

1.º Conversión de signos en sonidos.

2.º Conversión de sonidos en ideas.

3.º Comprensión y asimilación de dichas ideas.

Este triple juego de transformaciones exige del principiante mucha atención y esfuerzo. Para medirlo con toda su importancia, basta hacer una sencilla prueba. Después de la lectura en voz alta realizada por un niño que empieza a leer ante un grupo de compañeros de su misma edad, preguntaremos a éstos sobre el texto, para medir su comprensión. De sus respuestas deducimos claramente que los oyentes han asimilado mejor la narración y pueden dar más detalles sobre ella que el lector, apenas capacitado para explicar el asunto. ¿Cuál es la razón de esta diferencia? No puede negarse que ha sido precisamente este último quien más atención y esfuerzo ha aportado al acto de la lectura en común. ¿Cómo se explica ahora que a ese mayor esfuerzo no corresponda una más profunda asimilación del texto leído? Muy sencillo. Los oyentes se han limitado a traducir los sonidos en ideas (tercera fase del proceso de la lectura, común a las conversaciones y a toda relación oral entre los seres humanos) mientras que el lector, absorbido por el trabajo de convertir los signos en sonidos (primera parte del proceso), no ha podido intentar siquiera lo demás. Por tanto, nada, o muy poco, ha logrado asimilar de la lectura.

La dificultad de la lectura se agrava, además, por las palabras desconocidas que el niño encuentra en los libros continuamente, a causa de la mayor riqueza de vocabulario de la palabra escrita en relación con la hablada, al uso de giros poco corrientes o distintos a los empleados en las conversaciones cotidianas, y a la alusión de temas que le son poco familiares o por completo desconocidos

No es de extrañar que tantas dificultades desanimen al incipiente lector. Apenas logra asimilar sus lecturas y por esta razón, el mundo de los libros, aunque le es accesible, todavía se le presenta hermético. Rechaza la lectura, por las dificultades que encierra para él, y porque no encuentra quien le ayude y anime a superarlas. Cierto que los deberes escolares le obligarán a aceptar la forzada compañía de los libros de texto, pero durante sus ratos de descanso, en los que libremente puede elegir sus propias diversiones, parece ignorar la existencia de libros de imaginación. Nadie le ha dicho cuánta riqueza encontraría en su lectura, sólo al precio de un pequeño esfuerzo inicial.

Pasan los años y el niño, muchacho ya, que hace mucho tiempo ha superado por completo las dificultades mecánicas del proceso de la lectura, sigue de espaldas al mundo de los libros, negándose a sí mismo una fuente inagotable de goce y de cultura. Mantiene su despego simplemente por el recuerdo de esa dificultad primera, ya que, una vez superada, no ha vuelto a plantearse el tema de la lectura como diversión.

Y es que el niño necesita un impulso inicial que le conduzca hasta los libros, y una asistencia que, durante cierto tiempo, dirija su atención hacia ellos.

La afición a la lectura se transmite de un modo directo, personal.

Resultarían inútiles cuantos esfuerzos se hicieran para fomentarla y extenderla a través de los grandes medios de difusión que nos ofrece la técnica, como la radio, el cine, la televisión y la prensa diaria, y utilizando los más depurados medios de la propaganda moderna.

Así podría despertarse el interés de un determinado sector de público (formado   -3-   por los que ya eran lectores habituales) hacia un determinado género literario o un título concreto, pero no se conseguiría extender la afición a la lectura.

H. C. Andersen leyendo a un niño enfermo

H. C. Andersen leyendo a un niño enfermo. Pintura de Elisabeth Jerichau-Baumann en 1882, conservada en el Odensee Bys Museer.

Es que las cosas verdaderamente importantes de la vida necesitan el calor y la atención humanas, del esfuerzo personal y la dedicación de un individuo, para que vivan, se transmitan y crezcan.

Por eso, en la memoria de todos los aficionados a la lectura se guarda con agradecimiento el nombre concreto de la persona que les inició en el mundo de los libros.

Esa persona, necesaria y determinada, puede encontrarse en ocasiones dentro del ambiente familiar. Así ocurre cuando en la casa se respira un ambiente de elevado nivel cultural, donde los hijos acostumbran a ver desde muy pequeños el interés que despierta la lectura en sus padres y hermanos mayores, y donde, dentro de la misma casa, existe un número más o menos elevado de libros, que guardados en lugar y modo apropiado, forman la biblioteca familiar. En una familia así, los niños, más tarde o más temprano, y de un modo espontáneo y natural, se irán influyendo por la tónica del ambiente, tan favorable a la lectura, hasta llegar a ser ellos mismos grandes lectores.

La iniciación a la lectura más eficaz, fácil y segura es la que se recibe, por tanto, dentro de la misma familia.

Pero todos sabemos que, por ahora, no son tan numerosas como serían de desear las casas que cuentan con una biblioteca a tono con su nivel económico, formada por títulos suficientes como para que puedan encontrar en ellas obras de interés y debidamente apropiadas a su edad y conocimientos todos los miembros de la familia y con un fondo que se vaya ampliando constantemente.

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Al no darse estas circunstancias familiares los niños quedan, con respecto a la lectura, a la expectativa de lo que puedan recibir en la Escuela. El maestro les enseñará, es seguro, la mecánica, obligándoles a familiarizarse con ella. Pero ¿podrá llegar más lejos en su influencia, que a la simple enseñanza material? Muchas son las causas que se lo obstaculizan, hasta llegar a impedírselo en ocasiones. La falta de tiempo, la dificultad material de procurarse los libros necesarios para formar una biblioteca escolar e incluso un concepto demasiado estricto de la instrucción, que le hace rechazar como falto de interés a todo libro que no esté dedicado directamente a la enseñanza de una disciplina científica.

Omitida la acción de la familia y dificultada la del maestro por diversas causas, sólo queda una esperanza: la actuación de los bibliotecarios que, a través de las secciones infantiles de las bibliotecas públicas, pueden y deben ser los más directos encargados de iniciar a los niños en el mundo de los libros, fomentando la lectura, y logrando de este modo la introducción de una fuente incalculable de vida y de cultura en todos los ambientes de la sociedad española.



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La narración como incentivo de la lectura


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«La Hora del Cuento»

El método más apropiado de que puede servirse un bibliotecario para extender la afición a la lectura entre los niños y comunicar una intensa vida a la marcha de la biblioteca infantil es la organización de «La Hora del Cuento».

Llamamos «Hora del Cuento» en una biblioteca infantil al espacio de tiempo que se dedique periódicamente y dentro del mismo edificio destinado a la lectura, a las narraciones orales a cargo del bibliotecario o persona por él designada, ante un auditorio más o menos numeroso y homogéneo, formado por lectores habituales de la biblioteca, o por otros niños que hayan sido especialmente invitados al acto.

«La Hora del Cuento» tendrá distintos efectos en los niños que asisten a ella: En los más pequeños servirá para abrir nuevos cauces a su fantasía, en los medianos actuará como un estímulo inmediato a la lectura, mientras que ayudará a los mayores a definir sus propios gustos y aficiones, afinando su sensibilidad y madurando su juicio, pero en todas las edades servirá de enlace entre la vida personal de cada niño y el contenido de los libros.

Organizándola debidamente y manteniéndola con constancia, pronto vendrá a ser «La Hora del Cuento» el alma que vivifique la marcha de una biblioteca infantil.




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Espacio de tiempo

Fundamentalmente, «La Hora del Cuento» es un espacio de tiempo. Espacio que es preciso dedicarle, contando no sólo con la duración material de las sesiones, sino también con el necesario para la previa preparación de cada una de ellas.

La duración de las sesiones depende de las actividades que se incluyan dentro de la misma. Habremos de calcular una media hora aproximadamente para la narración de un cuento principal, base y fundamento del programa. Otra media hora para una recitación o historia escenificada y una media hora más para juegos y concursos.

Estas tres partes formarán «La Hora del Cuento», pero no se deben implantar en su totalidad desde las primeras sesiones, sino simplemente comenzar por el primer espacio, esperando a que los otros dos -escenificación y juegos- surjan de modo casi espontáneo, en sucesivas sesiones.

Fijaremos, por tanto, como en hora y media, el espacio máximo de tiempo conveniente para una sesión.

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A esto deberá añadir el narrador el que calcule para la necesaria preparación previa, más laboriosa y lenta en un principio, hasta que la práctica vaya facilitando progresivamente la tarea, sin que pueda llegar a suprimirse en ningún caso, ya que «La Hora del Cuento», en sus sucesivas realizaciones, afinará y ampliará el gusto de los niños asistentes haciéndoles más exigentes en sus juicios. Será preciso, por esta razón, ir elevando al mismo tiempo el tono literario y la presentación oral de las narraciones, procurando crear nuevos temas de interés, para que se mantenga el efecto estimulante que debe representar para los pequeños lectores.




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Periodicidad

Si deseamos conseguir con «La Hora del Cuento» los ambiciosos fines que nos proponemos, hemos de concederle también sus premisas necesarias. Una de ellas, y no la menos importante, es la periodicidad. «La Hora del Cuento» ha de tener su hora fija, en un día previsto y conocido de antemano por todos los asistentes a la biblioteca, y cuya realización no se cambie, sino por muy graves razones.

Su frecuencia se marcará únicamente atendiendo a las posibilidades materiales del narrador, desde un máximo de una vez por semana, el término ideal, hasta un mínimo de una vez al mes.




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Lugar

«La Hora del Cuento» tendrá lugar dentro del recinto dé la biblioteca.

De antemano rechazamos la posibilidad de reunir a los niños en algún edificio distinto y separado de la biblioteca infantil, para celebrar allí las sesiones habituales de «La Hora del Cuento», aduciendo el motivo de poder disponer así de un sitio más amplio, o mejor acondicionado para el acomodo del auditorio y la actuación del narrador.

Con mucha frecuencia se presentará este caso: un salón en el Ayuntamiento, un aula en la vecina escuela o un cine próximo nos tentarán con sus ventajas materiales, en comparación con el local de la biblioteca infantil, pequeño e incluso insuficiente en ocasiones.

A pesar de todas las ventajas que estos locales extraños parecen ofrecer, su aceptación y uso no presentan en la práctica más que inconvenientes.

La diferencia de sitio material entre el elegido para efectuar la narración oral y el destinado a guardar el libro impreso, hará que los niños consideren «La Hora del Cuento» como un espacio de diversión, sí, pero separado y aparte de sus posibles ratos de lectura. Los esfuerzos del narrador para establecer la relación entre palabra escrita e impresa serán inútiles. Las referencias concretas a un libro, o libros determinados que se encuentran en las estanterías de la biblioteca, imposibles.

Si el fin de «La Hora del Cuento» es atraer a los niños hacia la lectura que pueden gustar en los libros de la biblioteca, la evidencia nos aconseja conducirlos allí mismo, y no a la acera de enfrente o dos calles más abajo.

Las sesiones se celebrarán, por tanto, dentro del recinto de la biblioteca, en un local apropiado para tales actos, si acaso se dispusiera de él, o en la misma habitación destinada a la lectura.

En este último caso, el más frecuente, bastará apartar las mesas, cuando la   -7-   afluencia de niños lo aconseje, y colocar al auditorio lo más cómodamente posible sentado en sillas y bancos, e incluso en el suelo.

Los mismos lectores se prestarán, de buen grado, a ayudar a los preparativos necesarios, aportando su colaboración material a «La Hora del Cuento».




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Narración oral

Es preciso tener presente en todo momento que el elemento primordial y básico de «La Hora del Cuento» lo constituye la narración oral de historias fantásticas o reales ante un grupo de niños lectores.

El contacto directo entre el narrador y su auditorio, a través de la palabra, realizado en un ambiente de cordial familiaridad y lejos de todo elemento que pueda distraer esta directa relación humana, produce unos efectos que sería difícil conseguir por otros medios.

Por una parte, el niño se siente acompañado, seguido en sus lecturas, siempre que el narrador haga referencia a algún dato concreto de los libros que se encuentran en las estanterías, o al ambiente y a la marcha de la biblioteca. Además, la narración oral se presta al diálogo que, por breve y dirigido que sea, servirá para despertar en el niño el interés hacia una serie de temas o libros que se citen. No será ya la referencia general, impresa en un libro y dirigida a muchos, sino una llamada de atención individual y, por tanto, mucho más eficaz.

La fluidez de la palabra hablada produce en los niños la sensación de que están asistiendo a la creación del cuento, lo que ocurre realmente con mucha frecuencia, pues el narrador, bajo la influencia inmediata del ambiente, modifica, de talla, o simplifica la historia, apartándose de la línea trazada en una previa preparación, e incluso llega hasta inventar otra nueva, que le parezca más apropiada a su auditorio.

La narración oral aproxima al niño en cierto modo al misterio de la creación literaria, por medio de la palabra hablada, con una viveza que ningún otro sistema de comunicación -libro impreso, proyección fija o animada, disco o cinta magnetofónica- sería capaz de producirle.

No se trata de desterrar de «La Hora del Cuento» estas formas de comunicación del pensamiento, sino, sencillamente, de dosificar su uso, pues existe el peligro de que la mayor comodidad en la utilización que presentan los medios audiovisuales, llevase al organizador de «La Hora del Cuento» a preparar con ellos la totalidad de las sesiones.

Se procurará, en todo caso, elegir aquellas películas o proyecciones que estén íntimamente relacionadas con la lectura, el libro y la biblioteca, y su uso se aconseja, de modo especial, como medio de propaganda y captación de nuevos asistentes a la biblioteca, a los que serás más fácil atraer con el anuncio de unas proyecciones, que con el de una simple charla.

La labor del bibliotecario o narrador seguirá a esta primera labor de captación, hasta conseguir transformarles de simples y pasivos espectadores, en asiduos lectores y concurrentes habituales a la biblioteca, por medio de la narración oral, íntimamente relacionada con el libro y la lectura, y medio eficacísimo de iniciación y estímulo de principiantes.

«La Hora del Cuento» se viene celebrando en numerosas bibliotecas infantiles del mundo entero, y su perfecta adecuación al fin propuesto está suficientemente probada.



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El narrador

Hemos dicho más arriba que «La Hora del Cuento» estará protagonizada y realizada por el mismo bibliotecario o persona por él designada.

Uno y otro caso presentará sus ventajas e inconvenientes.

Cuando el narrador es el mismo bibliotecario, las ventajas son:

Posibilidad de conocer mejor a los niños, pues tiene la experiencia que le ofrece su trato diario con ellos. Está al corriente de cuáles son los libros preferidos y aquéllos que a nadie interesan. Conoce el nivel cultural de los lectores habituales y, por tanto, puede orientar mejor y aconsejar con mayores probabilidades de acierto cuáles son los libros más convenientes para cada uno.

Entre los inconvenientes, es el primero y principal que el bibliotecario «se gasta» necesariamente en el roce diario con los niños, a los que deberá hablar en muchas ocasiones no sólo de libros, sino de mil detalles prácticos, relativos al buen orden de la biblioteca, perdiendo así ese hálito misterioso que presenta el narrador desconocido. A esto se une una resistencia por parte del auditorio a recibir sus orientaciones o sugerencias. Los niños son muy dados a interpretar, con razón o sin ella, las palabras de los mayores achacándoles las más diversas razones. Por eso rechazan una frase cualquiera pensando: «¡Claro! Eso lo dice porque el otro día...»

Estos inconvenientes desaparecerán en el caso de ser el narrador una persona ajena a la biblioteca, que presentará a su vez los defectos contrarios: actuación ineficaz por falta de información sobre la marcha de la biblioteca, gustos y aficiones de los lectores, etc.

En cualquier caso, el narrador será una persona que, además de sentirse interesada por las lecturas, sepa comprender a los niños y gozar en su compañía.

El narrador será capaz de divertirse él mismo por las historias que narra, interesarse por los juegos y concursos que en «La Hora del Cuento» se propongan, y en general, de sentir una alegre inclinación por los niños.

La técnica de la narración oral, la facilidad de palabra precisa para el correcto desarrollo de una narración, el cálculo del tiempo oportuno que debe durar y el mantenimiento del interés hasta el desenlace, son cosas que se pueden aprender, pero de nada valdrían los esfuerzos realizados para superarlas, si faltase esa alegre inclinación hacia los niños ya mencionada.




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Auditorio

En algún caso, «La Hora del Cuento» será precisamente el punto de partida para una biblioteca infantil recién inaugurada. Será necesario entonces hacer llegar a los niños, posibles lectores de la biblioteca, una invitación de asistencia a la sesión que se les dedica, a través de los maestros de las escuelas más próximas, por medio de circulares dirigidas a los padres de familia, o utilizando cualquier otra forma de difusión que se considere eficaz.

En la mayoría de los casos, se tratará de implantar «La Hora del Cuento» en una biblioteca infantil en plena marcha y funcionamiento. La asistencia a la sesión que se prepara queda ya asegurada entre los mismos lectores habituales, sin que sea necesario más que fijar un letrero en el tablón de anuncios de la biblioteca, indicando con claridad el día y la hora en que tendrá lugar, y colocándolo en sitio bien destacado para que todos lo lean.

Se trata ahora de estudiar los gustos y aficiones de ese público infantil, para preparar «La Hora del Cuento» con las mayores probabilidades de éxito.





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Preparación de «La Hora del Cuento»


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El público

Detengámonos unos instantes a estudiar el público de una biblioteca infantil, lectores asiduos o simples curiosos, que formarán también el auditorio de «La Hora del Cuento».

Ya está abierto el local y poco a poco va llenándose de lectores. Los habituales entran decididos, con la seguridad que produce pisar terreno familiar, buscan el libro deseado en los estantes y por sí mismos se distribuyen en las mesas, formando grupos muy concretos y bien diferenciados unos de otros por características constantes:

Distinguimos, en primer lugar, al grupo de los mayores, de doce a catorce años, avanzados en la escuela o dentro ya de los estudios del bachillerato, que acuden a la biblioteca muchas veces con el propósito de buscar la ampliación de datos que les son necesarios para el desarrollo de temas y deberes escolares. Es preciso, por tanto, contar en la biblioteca infantil, aparte del extenso fondo de libros de distracción, deseados y solicitados por la mayoría, con obras de tipo enciclopédico donde puedan buscar con facilidad los asuntos que les interesa, así como algunas colecciones sobre divulgación científica y adaptaciones de la literatura universal apropiadas para la edad de los lectores.

Los niños no sólo buscan esta clase de libros obligados por sus deberes escolares, sino, en muchas ocasiones, simplemente empujados por el deseo de conocer la realidad, deseo vivo en determinado momento de la adolescencia. Recordamos aquí la gráfica expresión de una niña de once años a la que encontramos una tarde absorbida en la lectura de un grueso tomo de «El tesoro de la juventud», una de las más conocidas obras de tipo enciclopédico, compuesta por catorce volúmenes.

-¿Te gusta? -le preguntamos.

-Mucho -fue la respuesta-. Ya voy por el tomo segundo y pienso leerlos todos. Así, cuando los termine, me sabré «toda la vida».

El deseo de saber «toda la vida» puede muy bien ser un comienzo en el camino de la sabiduría.

Aparte de los libros de consulta, los lectores de esta edad gustan de leer biografías de hombres célebres, relatos de viajes o descubrimientos científicos y entre las obras de imaginación, con preferencia aquéllas que narran vidas y acciones aventureras y están localizadas en la época actual.

Las niñas, por el contrario, señalan con sus preferencias las narraciones en las que predomina el sentimiento sobre la acción.

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Entre los medianos, de nueve a once años, los gustos se presentan con mayor uniformidad. Tanto los niños como las niñas gustan de los relatos protagonizados por héroes de su misma edad y, con preferencia, los que se basan en hechos de la vida real y están ambientados en nuestra época.

Hemos de tener en cuenta que la exigencia de la realidad es muy fuerte en el niño español, que considera el elemento fantástico como una puerilidad propia sólo de los más pequeños.

Únicamente entre los niños y niñas que están aún por debajo de los ocho años, encontraremos los ánimos dispuestos a aceptar e interesarse por la presencia de un lobo que habla, o unas botas de siete leguas capaces de hacer caminar a quien las calza por encima de los montes más escarpados. De los cinco a los ocho años, es por tanto, la edad de la fantasía, el momento apropiado para hacerles gustar los cuentos clásicos, en sus numerosas adaptaciones, y en general, todos los relatos en los que lo maravilloso tiene su cabida, ambientados en el marco de países lejanos o imaginarios y datados en épocas remotas.

Aparte de los lectores propiamente dichos, es frecuente contar también, entre los habituales concurrentes a una biblioteca infantil, con un grupo más o menos numeroso de niños que todavía no saben leer. Acuden de la mano de sus hermanos mayores, que han sido encargados de su vigilancia por sus familias, y que sólo llevándoles en su compañía constantemente pueden aprovecharse de los beneficios que supone un rato diario de grata lectura en la biblioteca infantil. El motivo es digno del mayor respeto y, por tanto, no se puede resolver el problema de la posible molestia que causen con su presencia en la biblioteca prohibiendo la entrada de los pequeños. Esto supondría tanto como negársela también a los hermanos mayores, sus obligados acompañantes y cuidadores.

No se trata, por tanto, de suprimirles, sino de organizar convenientemente su estancia en la biblioteca.

Es necesario, como primera medida, situar este grupo de pequeños en un lugar determinado, próximo a la entrada, procurándoles sillas y mesas apropiadas a su tamaño y cuidando queden algo apartados de los demás lectores, para que no puedan estorbarles en su lectura. Una vez marcado el sitio que se les destine, se colocará allí el material apropiado para su distracción y recreo: colecciones de revistas infantiles seleccionadas, libros profusamente ilustrados en que los dibujos sustituyen parcial o totalmente al texto, cuadernos de cromos y cuantos elementos de entretenimiento puedan proporcionárseles.

Así, confortablemente instalados, y bien surtidos de material apropiado para su edad, dejarán de ser un elemento perturbador en el buen orden de la biblioteca, para convertirse en una esperanzadora cantera de futuros lectores.

En estos cuatro grupos, atendiendo a sus gustos de lectores y orientándolos por sus edades y conocimientos, podemos clasificar de modo general a los asistentes de una biblioteca infantil. Estas notas, además de servir como referencia y orientación a la hora de ofrecerles los libros que les agraden, nos servirán para organizar debidamente «La Hora del Cuento».




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Distintas sesiones de «La Hora del Cuento»

Ya hemos visto los gustos tan distintos -y aun opuestos en ocasiones- que demuestran los lectores de una biblioteca infantil en la libre elección de sus lecturas. Estas diferencias serán dignas de tenerse en cuenta, no sólo en el momento   -11-   de seleccionar los libros que habrán de constituir el fondo de la biblioteca, sino también, y de un modo especial, al preparar una sesión de «La Hora del Cuento».

Lo ideal sería poder celebrar varias sesiones de «La Hora del Cuento» preparando un programa distinto para cada uno de los cuatro grupos de lectores, después de dividirlos según sus edades y conocimientos. Un público homogéneo facilita extraordinariamente la tarea del narrador, ya que se asegura la atención y el interés de su auditorio, de antemano, al poder elegir los temas concretos que sabe interesarán a un determinado grupo de lectores, cuidándose tan solo de atender a los gustos comunes a todo su auditorio, sin correr el riesgo de que un relato demasiado pueril decepcione a los mayores, o un tema para el que sea preciso tener ciertos conocimientos: culturales, aburra a los pequeños.

Es preciso tener en cuenta al hacer estas clasificaciones más que a la edad, al grado de conocimientos del niño, y más concretamente todavía a su experiencia como lector, que si es muy intensa, produce en poco tiempo, rápidos cambios en el gusto y en los temas de interés.




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División por edades

Reduciendo a un esquema los distintos grupos y sus gustos comunes, se pueden formar los cuatro siguientes:

Primer grupo: (De los tres a los cinco años.) Interés por lo fantástico siempre que se relacione de alguna manera con su más inmediata y muy limitada experiencia infantil.

Segundo grupo: (De los seis a los ocho años). Aceptación y gusto por lo fantástico.

Tercer grupo: (De los nueve a los doce años). Interés por la realidad relacionada con su experiencia.

Cuarto grupo: (De los doce años en adelante). Gusto por la realidad total. Sería preferible poder dedicar una sesión a cada uno de estos grupos, pero cuando las dificultades se presentan insuperables, es muy conveniente hacer el esfuerzo necesario para organizar al menos dos sesiones distintas de «La Hora del Cuento», dedicadas a dos grupos divididos ahora de la siguiente forma:

Primer grupo: Hasta los ocho años. Con predominio de la fantasía.

Segundo grupo: De los nueve años en adelante. Con predominio de lo real.




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Normas generales

En caso de celebrarse dos o más sesiones distintas de «La Hora del Cuento» es preciso tener en cuenta los siguientes detalles de orden práctico:

1º Cuídese de avisar con la debida anticipación el día y la hora en que se ha de celebrar «La Hora del Cuento», utilizando para ello el tablón de anuncios de la biblioteca, y redactando el aviso con la claridad necesaria para que no puedan producirse confusiones. Una vez anunciada la sesión se celebrará puntualmente a la hora marcada, y procurando que dure el tiempo previsto y ya fijado igualmente en el anuncio.

Hay que dar al niño en todo momento la sensación de que se le considera y respeta. No hay que olvidar que su asistencia es completamente voluntaria y   -12-   tiene derecho a saber de antemano cuándo va a leer y cuándo a escuchar la narración oral de un cuento, sin que en ningún caso se vea sorprendido con cambios imprevistos en el programa.

2º La biblioteca deberá permanecer abierta a los demás lectores mientras dure la sesión de «La Hora del Cuento», dedicada a un grupo determinado. Es preciso recordar que esta actividad tiene por fin alentar y facilitar la lectura de los niños, pero en ningún modo puede servirles de estorbo y menos aún de impedimento.

Ya hemos hablado de los niños pequeños que vienen con sus hermanos mayores. Unos y otros dejarían de acudir a la biblioteca en caso de que los mayores no vieran garantizado su rato habitual de grata lectura durante «La Hora del Cuento» dedicada a los pequeños, y tampoco podrían asistir éstos a la que les fuera especialmente dedicada, si no pudiesen dejar a los pequeños en la biblioteca, mientras durase su propia sesión.

3º Se debe permitir la entrada a cualquiera de las sesiones a los niños que lo deseen, aunque no pertenezcan, según criterio de la bibliotecaria, al grupo de que se trata, siempre que guarden la debida atención y silencio durante el desarrollo de la misma. Los niños podrán elegir el grupo que más les interese, entre real y fantástico, entre pequeños y mayores, sin que en ningún caso se considere la clasificación por edades más que como una orientación de tipo general.

No hay que confundir la biblioteca con la escuela. A la biblioteca asiste el niño por su propio gusto, elige según su criterio el tema que más le interesa entre todos los libros que se le ofrecen en las estanterías de libre acceso y se sienta a leer en el lugar que mejor le acomoda.

Esta libertad de acción no puede verse coartada precisamente con motivo del acto más propio y peculiar de la biblioteca: «La Hora del Cuento».





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