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Transcribimos a continuación uno de los pasajes característicos del tono y del estilo de Rosario de Acuña cuyos textos reflejan, mediante la densidad de su ritmo y de las interpelaciones, el vigor, la determinación e incluso la ira de una mujer más preocupada por la verdad que por el beneplácito de sus lectores: «¿De qué está formada esta atmósfera que alimenta nuestro Estado? ¿Qué es esto que nos rodea, que todo lo ruin, lo bajo, lo impío, lo podrido, lo anti-humano, encuentra calor para desarrollarse y fuerzas para sostenerse? ¿Dónde está el poder gubernamental de La Coruña, de este pueblo que se queda sin agua con que deje de llover un mes seguido; de este pueblo de pestilencias insufribles por su alcantarillado antihigiénico y defectuoso, que estando rodeado por el mar no tiene una gota de agua para apagar sus incendios; de ese pueblo al que no se le puede llamar «ciudad», que con sus ínfulas de cultura y sus atrevimientos de civilizado en sus clases superiores que a diez kilómetros de su radio se revuelquen en dolorosas convulsiones algunos pobres enfermos que no cometieron otro delito que pagar contribuciones abrumadoras para vivir sumidos en la ignorancia más completa de los fundamentales preceptos de la salud? ¿O es acaso que, a pesar de esta centralización absorbente, estéril y viciosa, que domina en todas las provincias de España, las autoridades de La Coruña no tienen poder sobre las aldeas? ¿Y en éstas no hay médicos?», «Los endemoniados de Arteijo y el santuario de Pastoriza» (Acuña, Obras reunidas II, 1171).

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«Me vais a permitir, en esta jornada, exponer a vuestra consideración particularidades de mi vida, pues, aunque soy refractaria al estilo subjetivo [...], no es posible en un trabajo didáctico que se desarrolla en términos casi familiares, desentenderse en absoluto de la personalidad del autor» (Acuña, «Conversaciones... Los enfermos», 1485).

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Al evocar los largos paseos por montes y sierras con su padre, Rosario de Acuña recuerda cómo aprendió a comprender las «sublimes bellezas del planeta»: «Allí, en aquellas inolvidables horas, mi espíritu se fue desposando con la naturaleza, y desde entonces el culto de mi vida, los afines de mi voluntad, las energías de mi carácter, mi ambición, mi pasión, mi entendimiento y mis sentidos, todo mi ser entero ha luchado y vivido por y para la naturaleza» («Avicultura femenina», 1382).

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El concepto de proto-ecología, con el prefijo griego «prôtos» que expresa un estado de anterioridad, ha sido acuñado por investigadores en el ámbito de las ciencias sociales. Merecen citarse Camille Limoges y Pascal Acot que, al estudiar El origen de las especies de Darwin, han puesto de relieve su papel en la historia de la constitución de la ecología. También habría que mencionar la introducción por Haeckel en 1866 del término «oecologie» en el vocabulario científico.

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«¡La Montaña está de luto! Don Augusto G. Uñares ha muerto y al lado de su cadáver debe llorar con desconsuelo inagotable, toda alma que sienta el amor infinito de la Naturaleza...» (Acuña, «Duelo. Augusto G. Linares», Obras reunidas, III, 797-798).

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En sus contribuciones sobre la avicultura, Rosario de Acuña expone su proyecto de selección de «una selecta raza de avecillas que rindan a la masa general del pueblo aldeano mayores productos que los acostumbrados» («Avicultura femenina», 1385).

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Recuerda López Pinero que «el reinado de Isabel II ha de ser considerado como una "etapa intermedia" entre el hundimiento anterior y la modesta pero efectiva recuperación de las décadas finales del siglo XIX» (665).

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Pedro Felipe Monlau fue comisionado como delegado médico español en la primera Conferencia sanitaria internacional de 1851 y estuvo asociado al Consejo de Sanidad del Reino de 1847 a 1855. Francisco Méndez Álvaro, presidió la Sociedad Española de Higiene en 1882. La década de 1880 se caracterizó por una intensa labor de difusión de las corrientes higienistas con la aportación de Luis Comenge, director del Instituto de higiene urbana de Barcelona, de Juan Giné y Partagás y de Rafael Rodríguez Méndez, continuadores de la escuela de Felipe Monlau y que «desarrollaron su intensa e influyente actividad en el campo de las ciencias médicas» (Alcaide Rodríguez, «La introducción y el desarrollo del higienismo»).

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Remitimos una vez más al trabajo de tesis de Marta Cuñat Romero que nos proporciona una esclarecedora y apasionante síntesis de la obra y de las aportaciones de Pedro Felipe Monlau. El exhaustivo trabajo de Alcaide sobre revistas y publicaciones higienistas en el siglo XIX ofrece un detallado panorama de los medios y espacios dedicados a la higiene.

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En uno de sus más líricos y vibrantes textos dedicados a las mujeres, «A las mujeres del siglo XIX», Rosario de Acuña las exhorta a enfrentarse con todas las pesadumbres y todos los poderes dominantes: «La libertad es nuestra redención. Este siglo XIX, servido por las ciencias físico-químicas, alentado por el gran principio de equidad, sintiendo el amor, no en paraíso de alucinados, sino en las supremas leyes de la Naturaleza; caminando con plena conciencia de que avanza a suprimir el dolor y a eternizar la vida, ha levantado a la mujer desde los linderos de la bestia a las fronteras del ángel» («A las mujeres del siglo XIX», 1230).

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