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[Decimaquinta congregación provincial, año de 1651] A fines de este año se determinó juntar congregación provincial, que era la decimaquinta que se celebraba en la provincia, aunque apenas habían pasado tres años desde la última; pero no habiendo tenido aquella todo su efecto por la muerte de uno y otro procurador, no pareció esperar a los seis años. Añadíase que habiendo por la corta vida   —406→   de los generales, mudádose tres veces en poco menos de tres años el gobierno de la Compañía, era necesario enviar quienes informasen al nuevo general padre Goswino Nikel del estado de la provincia. Había poco antes el padre Francisco Calderón pospuesto con tan vivas instancias el oficio de provincial que no se pudo resistir a sus razones y ruegos. Le sucedió en el cargo, y presidió la congregación el padre Diego de Molina. En la junta que se tuvo el día 4 de noviembre, salieron elegidos procuradores los padres Diego de Monroy y Francisco de Ibarra. Entre otros postulados que se hicieron a Roma en esta congregación, dos fueron los más considerables, que se pretendiese en Roma un nuevo asistente de las provincias de Indias por haber ya crecido extraordinariamente y dilatarse mucho el curso de los negocios al cuidado de un solo asistente, encargado también de las provincias de España: había, fuera de las razones, el ejemplar de la provincia de Francia, a quienes por la misma razón se había concedido nuevo asistente distinto del de Alemania por la sexta congregación general, decreto primero, año de 1608. Se pretendía también se obtuviese de nuestro Santísimo Padre Inocencio X, a lo menos para estas provincias tan distantes de Roma, alguna moderación del decreto expedido el año de 1646 en la constitución, que comienza: Próspero, etc., en cuanto a poderse nombrar provinciales de los que hubiesen sido rectores o prepósitos el trienio antecedente, como lo había ya su Santidad benignamente concedido a algunas otras religiones en las Indias; lo cual, aunque no se pudo conseguir en el pontificado del señor Inocencio; pero muerto en breve este Papa, se obtuvo luego del señor Alejandro VII, primero suspensión por algunos años, y finalmente el de 1663 entera revocación de la dicha constitución Inocenciana en esta parte.

[1654] El padre Diego de Monroy partió para Europa a la primavera del año siguiente con el padre Gerónimo de Lovera, que murió en la Habana. En la ciudad de Mérida se publicó este año en la misma forma que se había hecho en México por un solemne edicto el jubileo de las misiones, señalándose para sus funciones la iglesia de la catedral, la de nuestro colegio y el convento de religiosas de la Concepción. A los operarios de casa se añadieron siete fervorosos sacerdotes que señaló el cabildo para oír confesiones. No bastaban éstos y hubieron de llevar gustosamente una gran parte de esta carga los dos conventos del seráfico padre San Francisco. Se destinó por el ordinario para la comunión general el día del Patriarca señor San José. Por   —407→   relación del doctor don Antonio de Orta, cura de catedral, se supo que habían pasado de diez mil las comuniones en aquella iglesia, y fue cuasi igual el número de nuestro colegio. Aun es mayor prueba del fervor y ansia piadosa de aquellos ciudadanos, que pasando poco antes de anochecer por el cementerio de la catedral dos de nuestros religiosos hallaron a una señora sumamente afligida de no haberse podido confesar aquel día, y temerosa de no poderlo hacer tan poco el día siguiente, en que sería mayor el concurso, cuanto se estrechaba más el tiempo. Estaban ya cerradas las puertas de la iglesia, y no había entonces los decretos y edictos que ha promulgado después en esta materia el santo tribunal de la Inquisición. Mandó el padre sacar un confesonario al cementerio mismo, y sucediéndose sin interrupción unos a otros de los que pasaban por la calle, perseveró en aquel santo ejercicio hasta más de la medianoche en que hubo menester valerse del orden de los superiores para retirarse al colegio.

[Establécese el jubileo circular de las cuarenta horas en México] El día 4 de julio, cumplidos los ocho meses del gobierno del padre Diego de Molina, le sucedió en el cargo de provincial el padre Juan del Real. Este año no ofrece alguna otra cosa particular en nuestra provincia; es sin embargo muy memorable para todo el reino por haberse en él obtenido la facultad del romano Pontífice para el jubileo perpetuo de cuarenta horas en todas las iglesias de esta ciudad. El día 6 de diciembre juntó en su palacio el duque de Alburquerque al cabildo eclesiástico y prelados de las religiones, en cuya presencia, leídas las bulas y cédulas de Su Majestad, se dio el orden para que comenzando la catedral siguiesen luego las parroquias y conventos de religiosos y religiosas por su antigüedad, y las demás iglesias en que hubiese depósito a tener descubierto cuarenta horas en tres días al Augustísimo Sacramento con la debida decencia. Consintieron gustosísimamente todos los miembros de la junta, y se resolvió comenzar con tan feliz principio el siguiente año de 1655.

[Muerte del padre Juan Montemayor] En 25 de marzo de 1655 falleció en el colegio de Zacatecas, en que había trabajado muchos años, el padre Juan de Montemayor, dejando un gran deseo de sí en aquella ciudad y en aquella comunidad, en que era un espejo de religiosa observancia. Fuera del constante recogimiento, silencio, modestia y aplicación a los ministerios y demás virtudes que en él resplandecieron, se esmeró siempre en una continua mortificación con que las fomentaba todas. Observaron los padres a pesar de su recato, que en aquella cuaresma habían sido más ásperos   —408→   y más continuos sus ejercicios de penitencia, como quien prevenía el poco tiempo que le quedaba de merecer. Avisado del padre que lo asistía en su enfermedad que se dispusiese para morir, respondió con admirable serenidad: Las cosas del alma ya están dispuestas, y en lo temporal, nada tengo que disponer, sino que se restituyan a sus dueños esos tres libros, que tenía prestados de fuera. Con tal despego de todo lo terreno y tranquilidad de conciencia, pasó de esta vida la mañana misma del jueves santo, día de la Anunciación de la Santísima Virgen, a cuyo admirable misterio había servido en la congregación muchos años.

[Desiste la Compañía de la fundación de un colegio en Tehuacán por la oposición del cabildo] Había por este tiempo el capitán don Juan del Castillo, vecino de la antigua pretensión de fundar en aquella ciudad un colegio de la Compañía. Hiciéronse en este año nuevas escrituras, y aun se habían entregado al cuidado de un hermano coadjutor las haciendas que dicho fundador había querido ceder, mientras se diligenciaba de Roma la aceptación del padre general. La dotación era más que suficiente, como dejamos escrito por los años de 1625, en que se mandaron reconocer por el excelentísimo señor marqués de Cerralvo, virrey de estos reinos. El lugar, así por su temperamento, como por las demás proporciones, parecía muy a propósito; razones todas que habían movido al padre provincial a admitir la donación. Sin embargo, en medio de tan bellas esperanzas se le notificó al dicho capitán de parte del cabildo de la Puebla, que, asegurase los diezmos de las haciendas o retractase la donación que había hecho injustamente, como decían, a la Compañía. Pasó esto tan adelante, que llegaron a ejecutar en él sentencia de prisión el día 18 de octubre. Éste era puntualmente el mismo caso del doctor don Fernando de la Serna, fundador del colegio de Veracruz, y por donde en semejante ocasión de sede vacante, habían comenzado los disturbios que prosiguió después con tanto ardor el señor don Juan de Palafox. Consultada la sagrada congregación había confirmado el privilegio de la Compañía acerca de los diezmos, como se ve por lo que escribe Próspero Fagnano, uno de los miembros de aquella junta sobre el capítulo final de off. et Pot. deleg. al número 20, donde demuestra que los dos concilios alegados por la santa ide la Puebla, tienen muy diverso sentido y en nada favorecían a su pretensión en la causa del doctor don Fernando de la Serna; sin embargo, por el bien de la paz, y por no ver padecer al inocente fundador las incomodidades de una prisión y las continuas amenazas de censuras,   —409→   se convino en chancelar las escrituras y desistir la Compañía de todos sus derechos, a lo menos hasta la definitiva que se esperaba del pleito de diezmos pendiente en el real consejo de las Indias.

[1656. Dedicación de la santa iglesia catedral de México] Al siguiente año de 1656 no ofrece cosa alguna digna de consideración particular a nuestra provincia. Es sin embargo, este año una época muy distinguida en esta ciudad, por la solemne dedicación de la iglesia catedral, el más bello edificio del reino, y uno de los más hermosos templos de toda la monarquía de España. Por encargo del excelentísimo Duque de Alburquerque se repartieron a todas las religiones sitios para otros tantos altares con quince días de término para el adorno correspondiente a una función de las mayores que ha visto el reino. Se publicó solemnemente con carteles la dedicación para el día 2 de febrero, dedicado a la Purificación de nuestra Señora, y se promulgó cuando para que ningún coche o caballo anduviese por las calles que debía pasear la procesión, desde la mañana del 31 de enero hasta la tarde del 3 de febrero. A la Compañía de Jesús se le destinó para su altar la esquina de la calle de Tacuba que desemboca a la plaza del Marqués, y en los diez días de la dedicación obtuvo el día sétimo en que ocupando siempre el altar los señores del cabildo, predicó el padre Damián Aguilar a petición de los excelentísimos señores virrey y virreina, que le tenían encomendada la educación de sus hijos en su mismo palacio. De buena gana dejaríamos correr la narración por todas las circunstancias que hicieron plausible esta solemnidad; pero esto nos llevaría muy fuera del asunto, y habría menester cuasi un justo volumen, como se formó efectivamente y corre entre las manos de todos. Singularmente encanto a todo el numerosísimo concurso la admirable armonía con que en las cuatro frentes y altares del Sagrario se cantaron a un mismo tiempo otras tantas misas diferentes, con otros tantos coros de música, sin confundirse ni desigualarse unos de otros en sus operaciones y ceremonias. El lugar principal que mira al coro, ocupó el ilustrísimo señor don Alonso de Cuevas, entonces deán de esta santa iglesia, y cantó la misa de dedicación del templo. A su mano derecha, en la frente que mira a la capilla del Señor crucificado, dijo la misa del Santísimo Sacramento el señor arcedeano don Juan de Poblete. En el altar frente del de los Reyes, cantó misa de la Purificación de nuestra Señora el doctor don Pedro Barrientos, chantre de la santa iglesia y obispo electo de Guadiana. Frente de la capilla de San Felipe de Jesús, cantó misa de la Asunción de nuestra Señora don Nicolás de Sobremonte, tesorero.   —410→   Esta disposición no esperada del concurso, y que parecía no prometer muy feliz éxito, prevenida con el mejor orden y ejecutada con el mayor decoro, simetría y majestad que es posible, hizo decir a muchos sujetos gravísimos, y entre ellos al mismo excelentísimo, que había sido uno de los actos más grandes, más devotos y más graves que podían verse en la Iglesia de Dios30.

[1657. Misión a la Habana] Por la primavera del año de 57, con ocasión de componer ciertos intereses entre la madre y hermanos de uno de nuestros sacerdotes, cuyo padre había muerto poco antes en la Habana, se hubieron de enviar a aquella ciudad un padre y un hermano coadjutor. Como los operarios evangélicos saben valerse tan diestramente de toda ocasión para promover la gloria del Señor, y como en la Compañía jamás se encomiendan estos negocios temporales sin subordinación al fin principal de su glorioso instituto, que es la salvación de las almas; siéndole forzosa al padre alguna detención por lo enmarañado de los intereses, determinó aprovechar el tiempo, ejercitando los ministerios de la Compañía con grande utilidad de toda aquella república. Oportunamente para hacer más fructuosos sus trabajos, dispuso Dios que en otro de los puertos de aquella isla se hallase en la actualidad otro jesuita náufrago que tenía encantada la gente de aquella población, y aun llena   —411→   de edificación a toda la isla. No podían ver sin grande admiración cómo un solo hombre después de haber dicho misa y confesado hasta muy tarde de la mañana, juntaba los niños y se entraba por las escuelas para enseñarles la doctrina. Predicaba todos los domingos y días de fiesta: visitaba el hospital y la cárcel, y al caer de la tarde, sin interrumpir día alguno, explicaba a todo el pueblo la doctrina cristiana, añadía una breve exhortación moral, un ejemplo de la Santísima Virgen, a cuyo obsequio rezaba después con toda la gente el rosario. Todo esto con un fervor, con una aplicación, y al mismo tiempo con un decoro, con un desinterés, con una modestia y circunspección, que les parecía no haber visto cosa semejante. Efectivamente, fue tanto el amor que le cobró toda la ciudad, que aun habiéndose ofrecido ocasiones para seguir su viaje, no lo pudo conseguir en muchos meses. Teniendo noticia mutua de sí los dos padres, determinaron luego juntarse en la Habana, donde por el mayor concurso se podía prometer más copioso fruto. Aquí prosiguieron entre los dos la misma distribución de tiempo y ministerios. Fue esto en ocasión en que con el motivo de la guerra con la Francia e Inglaterra, y de la invasión que habían hecho estas naciones en Santo Domingo y en Jamaica, había en la Habana una porción de prisioneros, los más de ellos calvinistas. Entre otras bendiciones con que colmó el cielo las apostólicas fatigas de los padres, no fue la menor la conversión de más de veinte de estos herejes atraídos primero de la caridad con que les visitaban los jesuitas, y con que procuraban aliviarles la pena de su prisión, y convencidos después de la eficacia de sus razones. A éstos se agregaron poco después un moro y un judío, triunfos tan difíciles, como saben los que tienen algún conocimiento de la obstinación de estos sectarios. La abjuración y el solemne bautismo de éstos fue un testimonio público de la sabiduría, del fervor y del celo de los operarios que les atrajo la estimación de toda la ciudad. En consecuencia de este general aprecio y fama común de piedad, comenzó a comunicarlos con familiaridad y confianza una de las personas más distinguidas de la república. Era un hombre de sana intención; pero de un genio fiero, orgulloso enemigo de todo consejo, y que acostumbrado hasta entonces solamente a las armas, quería trasladar al oficio público que ejercitaba toda aquella prontitud y resolución que había aprendido en los reales. Sus más favorecidos y familiares no se atrevían a desengañarle en muchos asuntos, y entretanto, gemían muchas familias oprimidas del peso de   —412→   su despótica autoridad. Los padres, después de algunas pruebas que parecía exigir la prudencia, se le declararon abiertamente en una u otra materia, le hicieron ver las peligrosas consecuencias de su intrepidez y falta de consejo. Se admiró todo el pueblo de verlo sujetarse después, no solo a las amonestaciones de los padres pero aun a los dictámenes de los religiosos y letrados en los negocios más obvios y frecuentes de su empleo. Con tan extraordinario medio disponía la misteriosa Providencia del Señor a este caballero a su cercana muerte. En efecto, a pocos meses de esta maravillosa mudanza, se sintió herido de un mortal accidente: llamó a uno de los padres, y después de hecha una confesión general de toda su vida... Yo, les dijo, y todas mis cosas están en manos de Vuestra Reverencia. Quiero salvarme, y todos mis bienes están a la disposición de Vuestra Reverencia, para que vea si con ellos puedo resarcir los daños que acaso habrá cansado la violencia de mi genio. Con tan bella disposición, pasó de esta vida dentro de pocos días, con edificación de toda la ciudad, en que se decía vulgarmente que Dios había llevado allí los jesuitas para la salvación de aquella alma, y para el consuelo de muchos pobres. Esta alta idea que habían formado del instituto y conducta de los jesuitas, los movió a escribir a Su Majestad pidiendo licencia para la fundación de un colegio, y con esta ocasión detuvieron mucho tiempo a los padres esperando la respuesta. La revolución de aquellos tiempos en que hervían en escuadras enemigas los mares de la América, o impidió que llegasen a manos de Su Majestad estos informes, o sofocó la revolución el gran tropel de cuidados en que se hallaba entonces la monarquía. Los dos padres, después de haber esperado más de un año, partieron, para sus respectivos destinos. Harto sentimos que la modestia del que escribía en su nombre la relación de estos sucesos no la firmase con su nombre. Del estilo latino y la letra se conoce que el autor era italiano; pero no podemos deducir quién fuese en aquellos tiempos. Los dos sacerdotes que allí juntó la Providencia, poseían, fuera del castellano y latino, algunos otros idiomas de la Europa, como escribe, el mismo autor de estas noticias, cosa no muy vulgar a la mitad del siglo pasado en los sujetos de esta provincia.

[Transacción sobre un pleito del colegio de San Andrés] En ésta había muchos años que seguía la Compañía de Jesús un ruidoso pleito con la señora doña Mariana Niño de Aguilar, fundadora del colegio de Santa Ana, que después de 18 años, quiso revocar con pretextos poco decorosos a la Compañía, la donación que en compañía de su esposo don Andrés de Cuéllar había hecho, y viuda después había   —413→   muchas veces ratificado con repetidos actos de patronato sobre aquella casa de probación. Este pleito seguido en esta real audiencia y luego en el consejo de Indias con varios incidentes, y a prósperos, ya adversos, que no son de nuestro asunto, jamás pudo componerse en vida de la dicha señora; pero habiendo quedado después de sus días por sus herederos los reverendos padres del Carmen, como religiosos, como sabios y como singularmente afectos a nuestra religión, fue fácil avenirse en una hermanable composición, sin que quedase perjudicada notablemente alguna de las partes, y sin que quedase expuesta a las opiniones del vulgo la religiosa caridad. La transacción se firmó con el consentimiento de los prelados y sujetos más distinguidos de entrambas partes el día 12 de junio, y el 30 del mismo la confirmó y autorizó con su decreto la real chancillería.

A principios del mes siguiente, suspendida por el señor Alejandro VII la constitución inocenciana del año de 46, en cuanto al trienio de vacante de los superiores de la Compañía, tomó el gobierno de la provincia el padre Alonso Bonifacio, cumplidos los tres años del padre Juan del Real: éste, después de un trienio pacífico y feliz, cargado de años y de enfermedades, no pensó sino en retirarse a morir. Es verdad que el grande aprecio que se hacía de su persona en palacio, donde era confesor de la excelentísima señora duquesa de Alburquerque, no le dejó gozar tan cumplidamente como deseaba las dulzuras de la soledad. En esta ocupación, como en la antecedente de provincial, manifestó siempre un fondo de prudencia y de equidad admirable, que junto con una suma lisura e ingenuidad y religiosa circunspección, le granjearon las voluntades de los de casa y los de afuera. Poco más de un año sobrevivió a su provincialato y murió el día 30 de abril del siguiente año de 1658. La excelentísima virreina manifestó la grande estimación que hacía de su difunto confesor, mandando suspender una lucida máscara que en celebración del nacimiento del príncipe Próspero, heredero de la corona se había dispuesto para el día 3 de mayo, en el colegio de San Pedro y Pablo, y con este motivo se detuvo hasta el día 5.

Entre otras muchas ocasiones con que los excelentísimos Duques de Alburquerque manifestaron su grande afecto a la Compañía, fue una de las más señaladas la de la congregación de San Francisco Javier, que en este mismo año se fundó en la parroquia de la Santa Veracruz, y hasta ahora permanece con tan buen olor de edificación. El grande apóstol de la India en la Nueva-España, tanto como en las demás regiones   —414→   del mundo, se había dado a conocer a costa de muchos y ruidosos prodigios. Esto movió el ánimo del bachiller don Cristóbal Vidal, uno de los más edificativos sacerdotes que frecuentaban, entonces la congregación de la Purísima, y digno hermano del apostólico padre José Vidal, para formar de algunos otros pocos eclesiásticos una congregación o hermandad de San Francisco Javier, que a imitación y honor del santo, se ocupase en trabajar seriamente por la salvación de las almas con todos los medios que les sugería su caridad. El piadoso celo de estos eclesiásticos se comunicó bien presto a otros muchos que llenaron toda la ciudad del buen ejemplo de su piadosa conducta. Hasta allí solo se habían conservado en aquel edificativo género de vida en fuerza de su unión y conformidad de dictámenes nacidos de un mismo espíritu. Les pareció dar mayor firmeza a este establecimiento, formando reglas y constituciones proporcionadas a tan santos fines, y erigiendo en toda forma la congregación de venerables sacerdotes y de algunos seglares distinguidos que estuviesen a la dirección de un primiciero que elegirían cada año. El bachiller Cristóbal Vidal, con la dirección de su apostólico hermano, y del padre Pedro Julián Castini, prefecto de la congregación de la Purísima en el colegio máximo, lo dispuso todo muy conforme a las piadosas intenciones de los congregados, y con la licencia y aprobación del ilustrísimo señor don Mateo Segue de Burgueiros, quedó formada en la parroquia de la Santa Veracruz. Nuestro Santísimo Padre Alejandro VII la enriqueció después con singulares gracias y privilegios, queriendo su Santidad ser contado en el número de sus congregantes. Este raro ejemplo de dignación y de piedad siguieron prontamente los Duques de Alburquerque con toda su familia ennoblecida con el deudo y parentesco de San Francisco Javier, más ilustre aun por este título, que por la descendencia de los antiguos reyes de Navarra. Las visitas de cárceles y hospitales, los fervorosos actos de contrición por las calles públicas, el socorro de doncellas desvalidas, cuya honestidad peligra en la pobreza, sacerdotes enfermos y pobres, explicación de doctrina cristiana y otras semejantes obras de piedad, son los ministerios con que esta ilustre congregación, siguiendo las huellas de su santo titular, procura el remedio de las almas. Su fiesta titular es el día 17 de agosto, en memoria de la traslación del incorrupto y virginal cuerpo de San Francisco Javier de Malaca a Goa. La segunda es de la Asunción gloriosa de nuestra Señora, misterio tiernamente venerado del mismo santo, a que por estar ocupado el mes de   —415→   diciembre, añaden en enero segunda fiesta de San Francisco Javier; dotación de don Fernando de Castilla y Velasco, conde de Santiago. El venerable padre Diego Luis de Sanvitores, primer apóstol de las islas Marinas, y celosísimo imitador del apóstol de las Indias el tiempo que estuvo en México esperando ocasión para pasar a Manila, promovió singularmente esta ilustre congregación, como diremos en lugar más oportuno.

[Sucesos de las misiones] Entre tanto, en todas las misiones del Norte se hacía sentir la mano del Señor con una rigorosa epidemia y de la hambre que se había las misiones comenzado a padecer desde el año antecedente. Esta calamidad ahora, como en otras muchas ocasiones, la experimentan los fervorosos operarios de la Compañía, sirvió maravillosamente a los designios de Dios para la predestinación de innumerables neófitos, tanto párvulos que morían sin haber tenido la desgracia de manchar la estola del bautismo, como de adultos que, o inmediatamente después de recibido este sacramento, o atraídos de un temor saludable pasaban de esta vida con disposiciones muy cristianas. En este tiempo de aflicción con que el Señor probaba la paciencia y la caridad de sus ministros no les faltaban motivos de mucho consuelo, tanto en cooperar a la salvación de aquellas almas, como en otros singulares sucesos en que se mostraba la sincera fe de aquellas pobres gentes. En la misión de San Francisco de Borja, de los nebomes, pretendieron dos indias hechiceras, o que querían correr por tales, engañar a los pueblos haciéndose autores del contagio que asolaba sus pueblos, y prometiendo hacerlo cesar con no sé qué supersticiosas ceremonias. Los nures, aunque muy recientes en la fe, se mantuvieron sin dar crédito alguno a las promesas y amenazas de las dos embusteras; y viendo que porfiaban con escándalo y ruina de algunos incautos, de su propio motivo por no hallarse el misionero en aquel pueblo, hicieron en las dos indias un ejemplar castigo, y las encerraron hasta avisar a su ministro. Quiso el cielo recompensarles su fidelidad inspirándoles hiciesen una devota procesión en honra de los santísimos patriarcas Joaquín y Ana, y experimentaron tan pronto alivio, que desde aquel día ni murió alguno de los enfermos, ni enfermó algún otro de su pueblo. En Cumurira, contraponiendo a la maldita astucia de los infames hechiceros la inocente sencillez de los nuevos cristianos que se hacían juntar en la iglesia para cantar las oraciones e implorar la Divina clemencia, se consiguieron copiosas lluvias, cuya falta tenía todo el partido en la más triste situación.

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[Donación al colegio de Guadalajara] El colegio de Guadalajara logró en este año un considerable alivio por la piadosa liberalidad de su insigne benefactor don Juan Cao de Saavedra. Este ilustre caballero después de otras muchas limosnas con que en vida había favorecido aquel colegio, dejó en su testamento doce mil pesos para la fábrica de nuestra iglesia con orden a sus albaceas para que si no considerasen suficientes estas cantidades, aplicasen al mismo fin del remanente de sus bienes otros trece mil pesos, como efectivamente se aplicaron el siguiente año de 1659. [1659] A esto añadió otros diez mil doscientos pesos para dotación de las misas de nuestra Señora en los sábados de todo el año y en sus nueve principales festividades. Estos alivios que consiguió el colegio de Guadalajara, faltaban tan del todo al colegio de Mérida, capital de Yucatán, que por más de una vez se había ya pensado desamparar aquel colegio. [Representación del cabildo de Mérida para impedir que los padres abandonasen el colegio] Esta noticia fue de un extremo dolor para toda aquella ciudad en que fueron siempre, y son hasta ahora generalmente todos muy apreciadores de nuestra Compañía. La causa se juzgó tan interesante, que el procurador el general de la ciudad representó al cabildo para que se tomasen todos los medios de prevenir un golpe tan sensible, informando al rey nuestro señor de la utilidad y de la pobreza de aquella casa. Para mayor solemnidad quiso el cabildo que el gobernador y capitán general, que era entonces don Francisco Bazán, se sirviese de admitir una información jurídica de ello en que presentaron los testigos más distinguidos y beneméritos de toda la ciudad, en cuya consecuencia el mismo señor gobernador, escribió a Su Majestad la carta siguiente:

«Señor: en otras ocasiones he representado a V. M. el provecho grande que se recibe en todas estas provincias con la asistencia de los religiosos de la Compañía, pues en ella hallan enseñanza para la juventud, medios espirituales para la subsistencia de las costumbres, y camino seguro para la salvación. El colegio único que hay en esta tierra se fundó con mediano caudal para poder conservarse, por estar la provincia en el primitivo estado que tuvo con muchos vecinos españoles, sobra de frutos y frecuencia de comercio. Los edificios era la parte principal donde se podía afianzar hacienda perpetua y fundar censos; siendo así, que en toda esta tierra no hay ni ha habido otra finca sobre que poner renta permanente por no haber dehesas ni otro género sobre que poder cargar un real. Los padres de la Compañía pusieron en casas el corto caudal que les dio su fundador, con que aunque con estrechez se sustentaban, dando desde el primer día el olor de sus costumbres, tal que a ellos se debe cuanto hay   —417→   que desear para lo divino y lo humano; pero la estrechez de los tiempos y la falta de los habitadores de esta provincia, así por las dos pestes generales que ha habido, como por haberse ido a otras tierras a mejorar fortuna muchas familias de españoles, ha sido causa no solo de disminuirse, sino de arruinarse enteramente las posesiones, y de haber faltado a estos varones apostólicos casi el sustento necesario a la vida humana; pues no teniendo, doctrina ninguna y no pudiendo sustentarse de limosnas, han venido a la última necesidad, y cuasi a estado de desamparar el colegio, lo que si sucediese, no solo sería de mayor desconsuelo de toda esta tierra, sino el único trabajo que pudiera venirle; pues no tiene otro abrigo la crianza de la juventud, la enseñanza de las mayores letras, el pasto espiritual de las almas, la frecuencia de sacramentos y la predicación del Evangelio en que ellos incesantemente trabajan con grandísimo fervor. Y puedo asegurar a Vuestra Majestad que pocos sacerdotes hubiera en esta provincia si no estuviera aquí la Compañía de Jesús que le enseñe latinidad, ceremonias y moralidad necesaria para la administración de los sacramentos, pues son raros los vecinos que con su caudal puedan enviar sus hijos a México, y aquí no hay otros maestros ni preceptores, sino estos religiosos, con que aun las primeras letras del romance no conocieran. Sin embarazarse con este trabajo para enseñar el camino de la salvación en los púlpitos, para asistir incesantemente en el confesionario sin negarse de día ni de noche a la necesidad de sus prójimos, sin dejarlos hasta el último tránsito, componiendo las discordias y enconos que se ofrecen; y en fin, no tratando estos apostólicos padres sino del mayor bien de todos en lo espiritual y temporal.

Estas causas, señor, han obligado al procurador general a representarlas a la ciudad, y a ésta a remitirlas a la gran clemencia de V. M. para que se sirva dar licencia que sobre las primeras encomiendas vacantes se sitúen hasta mil y quinientos ducados de pensión, que siendo los interesados los más beneméritos de esta provincia, todos lo abrazarán conociendo que el mayor caudal es conservar esta religión en ella. Y yo, como ministro de V. M., aseguro que si faltase, faltaría el todo para el gobierno, para la enseñanza, para la enmienda de las costumbres, conversión de las almas, paz y sosiego de los vecinos. Y si V. M. no se sirve de concederles esta gracia, será imposible que se conserven en esta tierra ministros tan importantes. V. M. ordenará lo que fuere de su mayor servicio. Mérida y enero 5 de 1659.- D. Francisco Bazán».



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A este informe del gobernador y capitán general, añadieron otros igualmente ventajosos el cabildo eclesiástico y oficiales reales de aquella ciudad con fecha de 14 de enero de este mismo año, los cuales todos por resumirse en breves palabras en el del cabildo secular, nos ha parecido insertarlo aquí como un monumento de la benevolencia de esta ciudad para con la Compañía, y de nuestro eterno agradecimiento.

«Señor: este cabildo, atendiendo a la petición del procurador general, pidió a vuestro gobernador y capitán general recibiese información presentando para ello los testigos más calificados. Todos muestran el gran deseo que tienen de que se conserve en esta provincia la Compañía de Jesús, como una columna principal en que estriba toda ella, y que si faltase, faltaría todo como ellos lo dicen y deponen. Y es esto tan general, que no solo este caballero y los vecinos lo confiesan, sino también el venerable deán y cabildo de esta santa iglesia, y los oficiales de la hacienda real de V. M. Y pues a V. M. se le ha informado por nuestro gobernador y capitán general muy latamente, y por los referidos, el celo grande de estos operarios, la frecuencia en los púlpitos, confesonarios, cátedras y escuelas, su caridad y amor, y la pobreza suma que pasan, sin que esta ciudad tenga posible para poderla remediar; rendidos humildemente suplicamos a V. M. que nos socorra en este aprieto y calamidad que nos amenaza, situando a este colegio mil y quinientos ducados de renta en cada un año sobre las primeras encomiendas vacantes. En esto, señor, esta ciudad y toda la provincia, recibirá un gran beneficio, y cada uno lo estimará como si a él personalmente le hiciera V. M. la merced que suplicamos. Guarde Dios nuestro Señor a V. M. con próspera salud, como su reino, lo ha menester, y nosotros sus criados le deseamos. De este cabildo de la ciudad de Mérida de Yucatán y enero 14 de 1659.- D. Tomás Bernardo Casanova.- D. Manuel Rodríguez de Sosa.- Andrés Rojo de Ruiloba.- Pedro Pacheco.- Gabriel de Evia.- D. Gaspar Pacheco de Benavides.- D. Nicolás del Puerto.- Por mandato de la ciudad de Mérida.- Tomás Gutiérrez Páramo, escribano real público y de cabildo».



[Dotación del colegio de Valladolid] Mientras que en la ciudad de Mérida con tan vivas representaciones se pretendía de la real benignidad el fomento de aquel colegio, en Valladolid de Michoacán movió el Señor el ánimo de un ejemplar sacerdote para tomar en sí el patronato de aquella iglesia por medio de la liberal donación que hacía de treinta mil pesos. Era éste el bachiller don   —419→   Roque Rodríguez Torrezo, beneficiado del partido de Puruándiro y secretario del ilustrísimo señor don fray Marcos de Prado, de quien había recibido aquel singular aprecio de la Compañía, que este prelado manifestó en todas ocasiones. Comunicado su designio con el padre Pedro Pantoja, rector de Valladolid, éste pasó la noticia al padre provincial Alonso Bonifacio, quien estando visitando aquel colegio, firmó las escrituras el día 17 de abril de 1660. [1660] Se le mandaron hacer luego en la provincia los sufragios acostumbrados a los fundadores vivos, aun antes de avisar a nuestro muy reverendo padre general, a quien se escribió luego, y escribió también el señor obispo de Michoacán, fomentando y patrocinando con el mayor empeño la piadosa intención de su secretario. Entre tanto, acabó su gobierno el padre Alonso Bonifacio y le sucedió el padre Pedro Antonio Díaz. Con su confirmación y licencia, prevenida ya mucha copia de materiales, y formado el plan de un suntuoso templo, y tal, que a juicio de los conocedores, no podría acabarse con cien mil pesos, hizo el licenciado don Roque Rodríguez un solemne convite de lo más noble y florido de la ciudad para la tarde, víspera de San Francisco Javier, a la bendición y colocación de la primera piedra. Hizo esta ceremonia revestido de pontifical el ilustrísimo señor don fray Marcos Ramírez, como quien tomaba tanta parte en los aumentos de aquel colegio, y en las obras de su ilustre secretario.

[1661. Muerte del fundador del colegio de Valladolid] La obra se prosiguió con tanto calor, que en pocos meses ya estaban echados por igual los cimientos de todo aquel magnífico edificio con increíble consuelo del piadoso fundador, que con mucha frecuencia visitaba por sí mismo la fábrica y animaba a los trabajadores. Se contentó el Señor con el sacrificio de su buena voluntad, de que quiso darle muy pronta y copiosa recompensa. Efectivamente, el día 9 de abril del año próximo de 1661 se sintió herido de una fiebre que no descubriendo desde el principio mucha malignidad, le dio tiempo para prevenirse muy cristianamente a la muerte, que le sobrevino el día 19 de julio. Se enterró en nuestra iglesia con toda la solemnidad y en el lugar mismo que se suele dar a los fundadores, y bien que después por varios accidentes no llegase a tener efecto la donación; sin embargo, la Compañía agradecida siempre a sus buenos deseos le hizo por algunos años los sufragios y aniversario a que se había obligado en las escrituras, y conserva hasta hoy su retrato en el colegio de Valladolid, como de insigne benefactor. Con su muerte se interrumpió por algún tiempo la fábrica; pero muy breve volvió a proseguirse con mayor fervor.   —420→   Su albacea y ejecutor testamentario, que lo fue el mismo ilustrísimo señor don fray Marcos ilustrísimo señor don fray Marcos Ramírez otorgó nueva escritura en que insertando el poder para testar que le había dejado el difunto, y la escritura hecha en favor del colegio el año antecedente, la ratifica y se obliga a contribuir con tres mil pesos cada año hasta completar la dicha cantidad a que se había obligado el fundador; añadiendo que «por ser cosa tocante a la Compañía de Jesús y al colegio de Valladolid, a quien S. S. I. ha tenido y tiene particular veneración, y por el particular afecto que tuvo a su secretario, aunque no alcancen los bienes de dicho difunto, S. S. I. quiere suplir todo lo que faltare de los suyos propios, haciendo, como desde luego hace a la dicha Compañía y a este colegio gracia y donación pura, mera, perfecta e irrevocable que el derecho llama inter vivos, de todo lo que montare, lo que suple y ha de suplir para que tenga su entero cumplimiento la dicha escritura de patronato». Hasta aquí el ilustrísimo señor obispo de Michoacán, con fecha de 24 de julio de aquel mismo año de 61.

[Muerte del padre Gonzalo Dávalos] En el colegio máximo de México pasó de esta vida a los 21 de mayo padre Gonzalo Dávalos, fervoroso operario por algunos años de la misión de los xiximes, en que hubiera acabado gustosamente sus días si una prolija enfermedad ocasionada de la caída de un caballo en aquel fragoso terreno, no lo hubiera imposibilitado para continuar entre sus amados indios. Retirado a la provincia, contribuyó a la salvación de las almas con un singular talento de púlpito, de que le dotó el cielo. En los últimos años lo probó el Señor con gravísimos dolores que toleró siempre con un rostro sereno y con una constancia admirable en la religiosa distribución, de que jamás se dio por dispensado. Fue singularmente devota de la Santísima Virgen, a cuya honra ayunó constantemente a pan y agua las vísperas de sus festividades y todos los sábados del año. El día antes de morir, sin algunas previas disposiciones del insulto aplopético, que le acabó la vida al día siguiente, había hecho una confesión general de toda su vida, entre muchas otras que había acostumbrado hacer en su prolija enfermedad. [Muerte del padre Francisco Calderón] Por estos mismos días falleció en la casa profesa el padre Francisco Calderón, que después de haber obtenido los primeros cargos de la provincia, hasta dos veces el de provincial, lo había renunciado la última vez para retirarse totalmente de todo trato humano, como efectivamente lo practicó por ocho años que le duró después la vida, sin más oficio que el de la continua meditación y lección de libros santos. En sesenta años de   —421→   vida rigurosa, y en la grande variedad de ocupaciones, así de letras como de gobierno, en que le ocupó la obediencia, fue muy singular su cuidado en ver por el buen nombre de la Compañía, su celo en corregir su acepción de personas, aun los menores descuidos en la observancia regular, su diligencia y actividad para el alivio de las casas y de los sujetos, y su constante amor a los pobres; tan pobre él mismo, que en su última enfermedad, considerando como alhajas ya superfluas para él los breviarios y el manteo, que era lo único que había en su aposento, se deshizo de ello con licencia de los superiores, para no tener prenda alguna en este mundo. Así murió como hijo verdadero de la pobreza, el 13 de julio de 1661.

Hallábase por este tiempo en México de paso para las islas Filipinas el venerable padre Diego Luis de Sanvitores, primer apóstol de las misiones, y el primero que las regó también con su sangre. Este grande hombre, llamado de Dios a la Compañía, como otro San Luis Gonzaga, por medio de la Santísima Virgen y de San Francisco Javier, como otro Marcelo Mastrilli a las misiones de Indias y a la palma del martirio, buscando algún desahogo a su celo, hacía en México continuas y fervorosas misiones con grande provecho de las almas. Para perpetuarlo, se aplicó singularmente a promover la congregación de San Francisco Javier, a quien en prendas de su amor dio el mismo cáliz en que solía celebrar el santo, y que hoy se conserva con singular veneración. Este cuerpo ilustre pagó al padre sus buenos oficios, tomando, a su cargo proveerle de los medios necesarios para su apostólica empresa de la conversión de las Marianas. En ornamentos y otras alhajas necesarias le dieron más de tres mil pesos, y mucho más gruesa cantidad en reales, entrando así a la parte de sus evangélicos trabajos, y contribuyendo a la salvación de las almas y dilatación del apostolado de Javier en persona éste su fidelísimo imitador. A los aumentos que dio con su fervor a esta insigne congregación el padre Luis de Sanvitores, concurrió también el cielo con un caso bastante singular, y mucho más por haber sido en la nobilísima persona de don Fernando de Velasco, conde de Santiago, cuya ilustre casa es el espejo de estos reinos. [Caso raro ocurrido al conde de Santiago de Calima ya en México] Había este caballero alistándose entre los congregantes de San Francisco Javier, y aun para mayor protestación de su afecto puéstose al cuello una medalla del santo. Aquella misma noche muy a deshoras, lo llamó a la puerta de su casa un enemigo poderoso, fiado más que en su valor, en la autoridad y cargo de su excelentísimo padre.   —422→   (El virrey conde de Baños). Eran ya muy conocidas del conde las cualidades de los cuatro que le buscaban, y así bajaba armado para reprimir su osadía, cuando al golpe de una pistola cayó a su lado un criado fiel que le quiso seguir a todo trance. Los agresores, creyendo muerto al conde, a quien habían dirigido el tiro, se pusieron en arma para defenderse del que juzgaban criado de la casa. Presto reconocieron en el valor con que los puso en fuga, que habían errado el golpe. El conde, no menos noble que piadoso, volvió a su casa, carga sobre sus hombros al criado, le procura la salud del alma por medio de un confesor, y dejándolo abastecido de todo lo que parecía necesario, vuelve a salir valerosamente en busca de sus enemigos con todo el ánimo que le inspiraba su juventud y su dolor. Con sola su espada acomete al mismo tiempo y se defiende de cuatro hombres armados, y dejándolos cobardemente encerados, vuelve a los suyos sin la menor lesión. Su piedad y las circunstancias de aquel día, le hicieron atribuir a la protección del santo apóstol un suceso tan singular, a que reconocido el resto de su vida tomó a cargo de su ilustre casa celebrar cada año la solemnidad de que arriba hicimos memoria.

[Caso raro de un indio en la misión de Piaztla] Aunque de línea muy diversa, es sin embargo de mayor edificación un indio en lo que sucedió por este mismo tiempo en la misión del río de Piaztla. Enfermó gravemente en el pueblo de Guarizame un indio que hacía oficio de músico en las funciones de iglesia. Habiéndosele administrado los últimos sacramentos, le fue forzoso al padre Cristóbal de Robles, su ministro, partirse a otro lugar vecino, donde le llamaba la necesidad de otros enfermos. Después de cuatro días que volvió a Guarizame, supo que el indio estaba ya sin habla y agonizando desde dos días antes. Al día siguiente, mientras iba a decir misa, rogó a un español vecino del real de Guapyupe, por nombre Juan de Olivas, que pasase a ver al enfermo. Fue y quedó extremamente sorprendido de hallarlo cantando después de tres días que había pasado sin alimento y sin sentido. Volvió atónito, diciendo que el indio estaba poseído del demonio. «Yo le he oído, decía, cantar en tarasco y en otras lenguas que nadie le entiende, y tan recio que se oye a más de una cuadra de su casa. Mueve los dientes y muelas como si fueran postizos o estuviesen pendientes de un hilo. Con este informe, luego que acabó la misa, partió en diligencia el misionero a su casa, donde había ya concurrido a la novedad la mayor parte del pueblo. En presencia de todos salió a recibirlo su afligida mujer, diciendo en alta voz: Padre, mi   —423→   marido está así porque él me ha dicho que nunca se confiesa bien. Con esta noticia comenzó el ministro a exhortarle a que se confesase, y siendo así, (dice el mismo padre) que a nadie respondía, a mí me respondió que no quería confesarse, que ya estaba en los infiernos, y luego proseguía con voz espantosa: Ya me arrojan en las llamas: ¡ay! ¡ay! ya me quebrantan todo el cuerpo: nada veo, ¡qué oscuridad, que congojas padezco! Aunque más le persuadía a que dejase estos delirios: él, impelido del demonio, o no me oía, o no me quería responder. Dispuse que cuatro indios de los más robustos lo tuviesen de pies y manos, y en esta forma dije sobre él oraciones de la Iglesia. Quiso Dios que se sosegase, y sentándose en la cama, dijo: ¡Bendito sea Dios que ya veo la luz! Pude persuadirle a que se confesase, y me prometió que lo haría. Entonces, dándole tiempo y modo de examinarse, junté la demás gente y los llevé a la iglesia a dar gracias al Señor, y exhortarlos a una buena confesión, si no querían sujetarse a un castigo semejante. En esto estaba, cuando vinieron a avisarme que estaba peor el enfermo, y que a una hija suya quería arrojarla en el fuego. Acudimos todos allá. Volví a conjurar al demonio que obedeció segunda vez a la Santa Iglesia. El indio vuelto en sí, comenzó luego una confesión general, que según la forma que yo le iba dando, continuó por ocho días, y persevera hasta hoy bueno y sano y con bastante edificación en el pueblo. Este suceso ha sido para otros muchos de grande utilidad». Hasta aquí el padre Cristóbal Robles, en carta fecha a 15 de febrero de 1663.

[Llegada del padre Hernando Cavero, visitador de la provincia el año de 1661] En el de 61 que vamos tratando, llegó de visitador de la provincia el padre Hernando Cavero, varón de grande prudencia y singular dulzura, que supo apreciar justamente las gloriosas fatigas de los jesuitas de Nueva-España, como lo significó en varias cartas el muy reverendo padre a Juan Pablo Oliva, que a fines de este año por muerte del padre Nikel entró al gobierno de la universal Compañía.

[1662. Principio del jubileo de las doctrinas] El siguiente año de 1662 es muy memorable para la Compañía por haberse en él dado principio al fijo anual establecimiento del jubileo de las doctrinas en la tercera semana de cuaresma. Aunque el glorioso y utilísimo ministerio de cantar con los niños la doctrina cristiana por las calles y plazas, había sido usado desde los principios de la provincia, como hemos notado en otras partes, y singularmente en los advientos y cuaresma; sin embargo, pareció señalar un día fijo en que anualmente se ganase el jubileo e indulgencias vinculadas a este saludable   —424→   ejercicio. Gobernaba entonces el arzobispado por ausencia del señor ilustrísimo don Mateo Segue de Burgueiros, que desde el 2 de abril del año antecedente había sido llamado por Su Majestad a los reinos de Castilla, el licenciado don Alonso Ortiz de Oraa, que vino en ello gustosamente destinando para la comunión general el cuarto domingo de cuaresma, que fue en aquel año día del gloriosísimo patriarca señor San José. El excelentísimo señor conde de Baños, virrey entonces de estos reinos, y muchos señores prebendados quisieron autorizar con su presencia esta primera función. Siguiendo un ejemplo tan ilustre los ministros reales y personas más distinguidas de la república, confundidos con la misma plebe cantaban por las calles sin vergüenza alguna los misterios de nuestra fe santísima. Era un espectáculo de mucha edificación y que sacaba piadosas lágrimas a los hombres cuerdos y devotos, ver el orgullo y grandeza del mundo, convertido en la infancia y simplicidad evangélica. Acabada esta devota procesión, desde el colegio máximo hasta la casa profesa, seguía la explicación de la doctrina en aquella iglesia y en muchas otras que señaló el ordinario. La semilla de la palabra divina, que cuando se oye con sinceridad, y se predica con pureza y fervor, jamás deja de producir frutos dignos de penitencia, fue en esta ocasión en que estaba el terreno bien dispuesto, infinitamente más fecunda. Atendiendo a la innumerable multitud de los que oían las pláticas, y se confesaban para ganar el jubileo, se hubo de extender la comunión a trece iglesias, que fueron la catedral, Santa Catarina Mártir, la Santa Veracruz, la Santísima Trinidad, y los conventos de religiosas de la Concepción, Regina, la Encarnación, San Lorenzo, San Bernardo, San José de Gracia y Jesús María, fuera de nuestra casa profesa y el colegio máximo. En todas estas iglesias, según el cómputo que se pudo hacer por las formas, pasó el número de comuniones de cuarenta y ocho mil y quinientas.

Y ya que con la ocasión de este jubileo hemos hablado del fervor y cristiana piedad del excelentísimo señor don Juan de Leiba, conde de Baños, no debemos pasar en silencio los grandes ejemplos con que por estos mismos tiempos autorizaba y promovía la venerable congregación de la Purísima. En 15 de enero, en que se celebró este año la fiesta principal de la congregación, habiendo Su Excelencia comulgado en la iglesia con los demás congregantes, recibió su patente con singular veneración. Asistía (dice un papel de aquellos tiempos) a los ejercicios de la Purísima con indispensable puntualidad. Aun estando fuera de México, en San   —425→   Agustín de las Cuevas o algún otro lugar de la comarca, venía puntualmente todos los martes. Había ido Su Excelencia por algunos días al santuario de los Remedios, más de tres leguas distante de la ciudad de México31. Estando en la mesa, cerca de las dos de la tarde, se acordó que era martes, y al punto mandó poner el coche para asistir a congregación. Por mucha prisa que se dieron los cocheros, llegó cuando el padre prefecto estaba ya haciendo la acostumbrada plática. Por no interrumpirle ni inquietar el devoto concurso, quiso quedarse junto a la puerta y sentarse en una de las últimas bancas, y lo hubiera hecho si el padre con una cortesana violencia no le hubiera obligado a subir a la silla que siempre tenía preparada conforme a su carácter. Aun fue mayor el ejemplo de su moderación en otro lance. Entraba un día a la capilla de la congregación hablando con el padre provincial que había bajado a recibirle. El celador, con más sencillez que discreción, le advirtió, como lo hace con los demás cuando faltan a esta regla, y el piadosísimo virrey sin hablar más palabra ni mostrar aun en el semblante la más ligera indisposición, se apartó de los padres y tomó su lugar. Era singular la edificación con que asistía a los hospitales y servía la vianda a los enfermos besando el pan antes de dárselos, y si el enfermo era sacerdote, hincando también la rodilla, y besándoles la mano. A los ordinarios platos que costeaba la congregación, añadía siempre una o dos grandes fuentes de cajas de dulce y otras cosas exquisitas de su repostería que se daba al fin de la cena, y considerable suma de reales para repartirse entre los pobres. Partiendo después a los reinos de Castilla, se despidió con ternura de su amada congregación, encomendándose a sus oraciones, y lo mismo desde Madrid en cartas de grande familiaridad y confianza, escritas al padre Antonio Núñez de Miranda, ya entonces prefecto, que se guardan con singular aprecio en el archivo de la Purísima. Ejemplos de moderación y de piedad que hemos escrito con gusto, para desvanecer las preocupaciones que acaso se tienen contra la persona de un virrey de los más ejemplares y justos que han venido a las Indias. Ni el éxito de su gobierno deberá hacer alguna fuerza a quien supiere, como debe atribuirlo más a la inconsiderada juventud de don Pedro de Leiba, su hijo, que a la notoria piedad y justificada conducta de su excelentísimo padre.   —426→   Aun en esta ocasión se manifestó bastantemente su cristiana moderación, su grandeza de alma y su generosidad, de espíritu superior a la fortuna, y mucho más después que en Madrid, en medio de la prosperidad y de la honra, lo renunció todo por consagrarse a Dios en el estado religioso entre los Carmelitas descalzos.

Por el mes de noviembre, cumplidos ya los nueve años de la última congregación, no pareció poderse diferir por más tiempo enviar a Roma procuradores que informasen del estado de la provincia; tanto más, cuanto elevado poco antes al supremo cargo de la Compañía el padre Juan Pablo Oliva, y criados nuevos asistentes, eran más necesarios estos informes. Por otra parte, las graves necesidades en que se veía la provincia, obligaba a excusar cuanto fuese posible de gastos a los colegios distantes. [Congregación provincial] En esta consideración, el padre provincial Pedro Antonio Díaz, tomado antes el dictamen de los padres consultores, se determinó a celebrar una congregación abreviada, digámoslo así, y compuesta solamente de los vocales que se hallaban en México y en los colegios vecinos de Puebla y Tepotzotlán. Se destinó para principio de la congregación el día 12 de noviembre, en que fue elegido secretario el padre Francisco Jiménez, y luego al 14, procuradores los padres Lorenzo de Alvarado y Bernardo Pardo.

[Muerte del padre Horacio Carocci] Pocos meses antes había muerto en el colegio de Tepotzotlán, en que vivía retirado casi toda su vida el padre Horacio Carocci, natural de Florencia, de sesenta años de religión y ochenta y dos de edad, uno de los sujetos más grandes que ha tenido esta provincia, tanto en virtud, como en todo género de literatura. Excelente en las lenguas latina, griega y hebrea, no menos que en la otomí, mazagua y mexicana, en que dejó mucho escrito de grande alivio para los ministros de indios. Era de los sujetos de mayores esperanzas en la provincia romana en que en las letras humanas se miraban como sus discípulos los mejores y más floridos ingenios de aquel tiempo: León Sancti, Alejandro Donato, Constancio Pulchareli, y otros muchos cuyas obras se ven en el Parnaso Jesuítico. Esta misma cultura poseía en la historia geométrica, música y filosofía, y en la teología muy singularmente. Estas brillantes cualidades solo sirvieron en la Nueva-España de realzar su humildad y su celo, sofocándolas todas en el retiro y soledad de un pueblo despreciable, y sacrificándolas al trato y grosera comunión de los indios otomites y mexicanos de Tepotzotlán y sus contornos. Constantísimo en la distribución religiosa, y grande apreciador   —427→   del tiempo, de que no dejaba pasar la menor partícula. Entregado a estos ministerios de caridad, y al cultivo de los indios le sobrevino la última enfermedad, de que murió dejando llena la provincia del suave olor de su religiosa vida. El padre Pedro de Valencia, rector del colegio de Tepotzotlán, escribió una larga carta de sus virtudes; pero en que refiriéndose a otra antecedente nos deja ignorantes del mes y día de su muerte. La carta es de 17 de setiembre de 1662.

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