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[Introducción de la causa en la curia de Roma] En la misma flota que llegó a Veracruz a principios de setiembre volvió de Roma el licenciado don Silverio Pinelo, a quien el señor Palafox había enviado a aquella corte, trayendo una copia del Breve del señor Inocencio, autorizada por el señor obispo de Cádiz, por haberse llevado el original al real consejo. Esta negociación se introdujo en Roma sin citación ni noticia alguna de la provincia de México. El agente enviado del señor Palafox partió con pretexto de ir a visitar en nombre de su Ilustrísima el sepulcro de los Santos Apóstoles. El procurador general de la Compañía se halló repentinamente atacado con cinco procesos del señor obispo de la Puebla, y sin los documentos necesarios para su defensa, por no haberse podido remitir de esta provincia ignorante de tal recurso. Por otra parte, una de las cosas en que más había padecido la Compañía, era en no hallar notarios o escribanos que quisiesen autorizar los instrumentos, por el temor que habían concebido de las censuras y de la indignación del señor obispo. Sin embargo, con las noticias vagas y generales que pudo contestó en el negocio, mientras le llegaban los documentos más auténticos.

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[Junta instituida para el conocimiento de esta causa] Su santidad cometió el conocimiento de esta causa a una junta de junta cinco eminentísimos cardenales y cuatro monseñores. Los cardenales fueron Spada, Sacheti, Ginetti, Carpeña y Franchioli. Los monseñores Fagnano, Maraldo, Paulucci y Furnesio. Lo primero que se vio en esta congregación, fue una carta del señor obispo de Puebla escrita a su santidad con fecha 25 de mayo de 1647, que cuasi toda se reducía al pleito de diezmos, y a ponderar las exorbitantes riquezas de la Compañía en Nueva-España, fundando su derecho en el concilio Moguntino inserto en el capítulo: Si quis laicus 16 cuestión 1.ª y en el Lateranense citado en el capítulo in aliquibus de decimis. Qué haya juzgado la congregación de esta primera carta, se ve por lo que el mismo Próspero Fagnano, uno de los miembros de la junta, escribió después sobre el capítulo de officio et postestate Jud. Deleg. al número 20, donde muestra que los dos concilios no favorecen a la pretensión del señor Palafox en el caso del doctor don Hernando de la Cerna, que fue como él mismo dice al número 19, toda la manzana de la discordia. Se trató después sobre las licencias de predicar y confesar. La sacra congregación, oídas las alegaciones de una y otra parte, respondió: Que los jesuitas en la ciudad y obispado de la Puebla no podían oír confesiones de seculares sin aprobación del obispo diocesano: que no podían predicar en iglesias propias sin su bendición, ni en las ajenas sin su licencia, ni en las propias contradiciéndolo el diocesano: que contraviniendo a esto, podía el señor obispo proceder como delegado de la sede apostólica, con censuras en fuerza de la constitución de Gregorio XV, que comienza inscrutabili: que mostrándose que dichos religiosos no tenían dicha licencia ni aprobación, pudo el señor obispo o su provisor mandarles que se abstuviesen de confesar y predicar: que por esta causa no pudieron proceder dichos jesuitas al nombramiento y elección de conservadores, y por consiguiente fueron nulas las censuras contra el señor obispo y su provisor, por ellos fulminadas. Pero la misma sagrada congregación, seriamente en el Señor, exhorta y amonesta al obispo, que acordándose de la cristiana mansedumbre, mire con paternal afecto a la Compañía de Jesús, que con su laudable instituto tan provechosamente ha trabajado e incesantemente trabaja en la Iglesia de Dios; y que reconociéndola como su coadjutura muy útil en el gobierno de su iglesia, la fomente con benignidad y la restituya a su antigua benevolencia, como confía y se promete que lo hará, constándole de su celo, piedad y puntual solicitud. Ésta es puntualmente la respuesta de la   —342→   congregación dada en Roma en 16 de abril de 648, e inserta en el breve del señor Inocencio, expedido el día 14 de mayo del mismo año.

[Subrepciones de la narrativa] Del contexto mismo de esta sentencia se ve como los agentes del señor obispo en su narrativa habían suprimido todas las circunstancias que podían figurar la causa a favor de los jesuitas. Callaron el privilegio concedido a la Compañía en Indias, callaron la violencia con que antes de saber si tenían tal privilegio o tales licencias, se les suspendió del ejercicio de sus ministerios, callaron las injuriosas palabras de los edictos fulminados antes de responder quien únicamente era parte legítima. Callaron que la bula inscrutabili del señor Gregorio XV, estaba mandada suspender en España por breve del señor Urbano VIII, cum sicut accepimus, expedido el día 7 de febrero de 625. Por el contrario, se dio a entender aquí como antes se había hecho en Madrid, que el nombramiento de conservadores había sido porque se expidieron las licencias de confesar y predicar, aunque de muchos modos se había manifestado lo contrario. Esto se convencerá mejor por las preguntas sueltas y abstraídas que sin aligarse a las circunstancias del hecho propusieron a la congregación los agentes del Ilustrísimo, cuyas respuestas se insertaron también en dicho breve, y pondremos aquí a la letra, no disimulando cosa alguna en contra ni en favor, en la sencilla exposición que de ello hiciéremos.

[Consultas del señor obispo a la sagrada congregación] Primeramente: ¿Si caso que el obispo mande observar o ejecutar algunos decretos del concilio Tridentino, puedan los regulares aun de la Compañía elegir conservadores, pretendiendo ser contra sus privilegios semejante precepto? Respuesta: Si el obispo manda a los regulares aun de la Compañía observar o ejecutar algunos decretos del concilio Tridentino, en aquellos casos en que por el mismo concilio o por constituciones apostólicas los regulares exentos están sujetos a la jurisdicción y corrección del obispo, no pueden por esta causa nombrar conservadores.

Nótese que en el caso presente no se mandaba observar ningún decreto del concilio de Trento. Porque en el capítulo 15 de la sesión 23 solo se manda lo que estaba prevenido por derecho común en el capítulo siquis episcopus de paenit. y 6, y en la clementina dudum de sepultur. § ac deinde, y es que ninguno confiese ni predique sin aprobación del obispo, a lo cual jamás habían contravenido los jesuitas. Lo segundo, que el concilio Tridentino no pudo derogar a un privilegio concedido, renovado y confirmado muchas veces, años después, como el   —343→   de la Compañía, que el año de 606 había confirmado Paulo VIII. Finalmente, que aun cuando algún religioso delinquiese confesando sin licencias, no es éste alguno de aquellos casos en que por las constituciones apostólicas, o por el concilio, pueda el obispo ingerirse a corregirlo o castigarlo, mucho menos con censuras y con escándalo.

Segundo: ¿Si cuando el obispo procede según el orden del derecho contra regulares exentos, en aquellos casos en que por el concilio o constituciones apostólicas le están sujetos, puedan nombrar conservadores? Respuesta: No pueden.

Esta pregunta no es del asunto. Lo primero porque el caso no es de aquellos en que los regulares exentos a la jurisdicción del obispo por el concilio Tridentino, ni por constituciones apostólicas como hemos dicho y haremos constar más en otra parte. Lo segundo, porque no es guardar el orden del derecho despojar primero y luego reconocer los títulos, sino al contrario, reconocer los títulos, y no los habiendo, o no siendo bastantes, quitar la posesión.

Tercero: ¿Si cuando los regulares aun de la Compañía, afirman tener algún privilegio para no obedecer al obispo en la ejecución de los decretos del derecho común, del concilio de Trento, o constituciones apostólicas, se les hay a de dar fe sin mostrarlo? Respuesta: No está obligado el ordinario a dar fe sin la entera exhibición de dichos privilegios.

Esta pregunta supone que los padres no quisieron mostrar el privilegio, y que respondieron tener privilegio para no mostrarlo, cosa que el mismo señor obispo dijo a los mismos padres por modo de irrisión26, y que se atribuyó y nunca se probó dicho por ellos. Por el contrario, consta que se presentaron al ilustrísimo señor don Juan de Mañozca, arzobispo de México, que se presentaron al señor don fray Marcos Ramírez de Prado, obispo de Michoacán, que autorizó con su firma una de las copias. Consta que se presentaron al cabildo de la Puebla como se ve por su edicto de 19 de julio de 1647. Consta que se presentaron al mismo señor don Juan de Palafox, como se ve por carta suya de 9 de noviembre de 1648, que se conserva en el archivo de nuestra casa profesa, y si no se le presentaron antes, fue porque no debieron presentársele antes de estar restituidos en la pacífica posesión de que habían sido despojados.

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Cuarto. ¿Si caso que dichos regulares presenten algún privilegio, y los ordinarios juzguen no favorecerles en el asunto de que se trata, puedan y deban recurrir al Sumo Pontífice, o en las Indias por la suma distancia al metropolitano o al ordinario más vecino, o puedas elegir para esto jueces conservadores? Respuesta: Cuando las palabras del privilegio fueren obscuras y ambiguas, no es lícito ocurrir al metropolitano, ni al obispo más vecino, ni tampoco nombrar conservadores, sino que precisamente se ha de consultar al Sumo Pontífice.

Esta resolución no hace contra la Compañía, como hemos ya notado en otra parte, porque ella no eligió conservadores para que interpretaran sus privilegios, y solo milita contra el ordinario, pues estando la interpretación de los privilegios de regulares tan apretadamente reservada a su Santidad, y siendo justamente el caso en que se hallaba la Compañía, el señor obispo de la Puebla, antes de consultar a la silla apostólica, y sin esperar su resolución, procedió a condenar a sus religiosos por sacrílegos y contraventores del concilio Tridentino.

Quinto. ¿Si la constitución de Gregorio XV cerca de los conservadores de regulares comprende igualmente a los religiosos de la Compañía que a los de las otras órdenes, de suerte que todos sus privilegios, en orden a esto vengas a reducirse a los términos de dicha constitución, y no puedan en lo venidero elegir conservadores, sino según la forma de dicha constitución? Respuesta: La dicha constitución comprende a la Compañía de Jesús, como a las demás religiones, y así se deben elegir conservadores conforme a su tenor, sin embargo de cualesquiera privilegios por estar todos reducidos a los términos de dicha constitución.

Conviene notar que aunque después de esta declaración, ya no sea lícito elegir de otra forma conservadores, pero antes de ella, cuando los nombró la Compañía, pudo usar de sus privilegios, no obstante la constitución de Gregorio XV, que comienza, Sanctissimus publicada el año de 1621. La razón es porque esta bula no estaba pasada por el consejo ni promulgada en las Indias suficientemente, y antes se estaba en la posesión y práctica contraria ejecutoriada por la real audiencia de México que pocos años antes había auxiliado a un reverendísimo guardián de San Francisco, nombrado conservador contra el señor obispo de Oaxaca, y al reverendísimo padre maestro fray Lázaro de Prado, provincial que entonces era de Santo Domingo, y que siendo rector de Porta-Coeli, había sido nombrado conservador por la religión de San Agustín, contra el   —345→   doctor don Andrés Fernández, juez de testamentos y capellanías, y provisor de los naturales del arzobispado de México.

La sexta pregunta es fuera del caso de este pleito, y a la sétima. ¿Si los conservadores nombrados debían ser obligados a dar caución y fianza de estar a derecho y pagar costas, caso que fuesen vencidos en el pleito? Se respondió negativamente.

Octavo. ¿Si cuando los obispos defendiendo ante jueces competen los derechos y diezmos de sus catedrales contra dichos religiosos que despojan de su dote a las iglesias, publican alegatos, libros o memoriales a favor de ellas, refiriendo las posesiones y rentas de dichos religiosos, puedan éstos nombrar conservadores con pretexto de que se les hace injuria haciendo patentes sus exorbitantes réditos y haciendas? Respuesta: Si los obispos por defender los derechos de sus iglesias ante juez competente publican semejantes escritos refiriendo con modestia y con verdad las grandes rentas de los religiosos, no pueden por esto proceder a nombrar conservadores.

Pero si en el escrito que promulgó la santa iglesia catedral de la Puebla se guardaron estas dos condiciones, constó a la misma congregación, que bien informada de lo contrario, confirmó a la Compañía en el antiguo privilegio como consta del mismo Fagnano miembro de esta junta.

Noveno. ¿Si algunos de dichos religiosos aprobado en una diócesis, puede oír confesiones de seculares en otra cualquiera aunque no esté allí aprobado por su obispo? Respuesta: No pueden.

Esta resolución abrogó enteramente el privilegio de que gozaban los jesuitas en las Indias, pero no improbó lo que habían obrado cuando tenían o creían tener dicho privilegio, y así no responde la sagrada congregación que no pudieron: non potuisse, sino que no pueden: non posse27.

Décimo. ¿Si el obispo contra dichos regulares que predican sin su licencia y confiesan seculares en su diócesis pueda proceder suspendiéndolos de tales ministerios, y reprimiéndolos con edictos y otros remedios y penas del derecho? Respuesta: A los regulares que oyen confesiones de seculares sin licencia y aprobación del obispo de aquel lugar o que predican en sus propias iglesias, sin pedir su bendición para en las ajenas sin su licencia, o también en las propias contradiciéndolo el dicho obispo, puede éste en virtud de la constitución de Gregorio XV, que comienza: Inscrutabili Dei providencis, como delegado   —346→   de la sede apostólica, suspenderlos de dichos ministerios de confesar y predicar, y proceder contra ellos con otros remedios y penas del derecho.

Se debe advertir aquello que ya hemos notado en otra parte, que la constitución que comienza: inscrutabili de Gregorio XV, estaba y está mandada suspender en España por breve del señor Urbano VIII, expedido a petición del señor don Felipe IV, por medio de su embajador don Rodrigo de Silva, duque de Pastrana, en 7 de febrero de 1625 que pusimos arriba. A la sagrada congregación se le propuso de parte de la Compañía que dicha bula estaba mandada suspender; pero no habiendo podido constar auténticamente de dicho breve del señor Urbano VIII, como dice Fagnano en el lugar citado al número 27, se procedió a la resolución antecedente. Después de tres meses se vino a encontrar el breve auténtico, y se presentó a dicha congregación, como refiere Juan Naldo, abogado de la curia romana, que formó sobre ello un doctísimo alegato. Véase la real cédula despachada el año de 1705 por el señor don Felipe V, cuyas palabras hemos antes citado.

Undécimo. ¿Si cuando al obispo le consta que dichos regulares no tienen licencias, pueda mandarles que se abstengan de los tales ministerios hasta que las muestren en el término señalado? ¿Y si para esto se ha de requerir al provincial que reside muy lejos de allí, o en otra diócesis, o a los mismos confesores, o a los superiores de aquellos lugares de la diócesis en que ejercían dichos ministerios? Respuesta: Puede el obispo mandarlo así, ni para esto es menester requerir al provincial, sino a los mismos religiosos o a los superiores de aquellos lugares de la diócesis.

No hay duda que constándole a los obispos que los regulares no tienen licencias de confesar y predicar, puede proceder desde luego, como aquí declara la sagrada congregación; pero el caso en que se hallaba el Ilustrísimo de la Puebla era absolutamente muy diverso. No le constaba que los jesuitas no tenían licencias, y antes podía constarle de lo contrario. Es ciertísimo, y declaró después la misma congregación a la quinta y sexta duda propuesta de parte de la Compañía, que para tales licencias no son menester letras patentes de la secretaría del obispo, sino que pueden concederse por cartas misivas y aun de viva voz. Esto supuesto, veinticuatro sacerdotes había entonces en los tres colegios del Espíritu Santo, San Ildefonso y seminario de San Gregorio. De estos veinticuatro, por el hecho concordado en Roma al número 43,   —347→   consta que los padres Gerónimo de Lobera, Salvador de Morales, Francisco de Uribe y Diego de Aguilar, tenían y presentaron licencias del mismo ilustrísimo señor don Juan de Palafox. Del mismo edicto del provisor consta que dos años y medio antes se había presentado y obtenido licencias de su excelencia ilustrísima el padre Juan de Velázquez. A los padres Juan Dávalos, Pedro de Ordaz, Mateo de Urroz y Lorenzo López, dio su señoría patentes de misioneros para todo su obispado, y comunicó todas sus veces. El padre Luis de Legaspi, tenía carta de Su Excelencia Ilustrísima en que le manda predicar desde Tototepec con fecha 24 de febrero de 1646. A los padres Andrés de Valencia y Luis Suárez, señaló Su Excelencia Ilustrísima con otros de la Compañía y de otras sagradas religiones para que confesasen en los conventos de religiosas de la ciudad de los Ángeles, y permitió lo mismo al padre Juan de Figueroa. A los padres Juan de Vallecillo, rector del colegio del Espíritu Santo, y Diego de Monroy, rector del colegio de San Ildefonso, convidó su señoría con sermones, al primero con el de la Purísima Concepción en el monasterio de religiosas del mismo título, y al segundo con el de San Miguel en su santa iglesia catedral. A los padres Agustín de Leiba y Matías de Bocanegra, había convidado también Su Excelencia Ilustrísima con muchos sermones, y señalado por confesores en los conventos de religiosas. Favorecía singularmente el señor obispo a estos dos padres: los tenía frecuentemente consigo, y los honraba muchas veces con su carroza y con su mesa. De suerte que de veinticuatro sacerdotes, diez y seis tenían expresas licencias del ilustrísimo señor don Juan de Palafox, las más de ellas in criptis, a las cuales si añadimos los padres Diego de Velasco, Juan Méndez y Luis de Sosa, que las mostraron de su antecesor el ilustrísimo señor don Bernardo de Quiroz, hallaremos que eran 19 los que sin privilegio alguno tenían en la ciudad de la Puebla todas las licencias de derecho necesarias para predicar y confesar; luego no estaba el señor obispo en caso en que le constase que los jesuitas no tenían licencias, sino antes en caso en que ciertamente le constaba, o a lo menos podía constarle con suma facilidad que las tenían. La segunda parte de aquella consulta es también ajena del asunto. Los padres rectores de los colegios de la Puebla nunca respondieron que no podían ser requeridos ni que se requiriese al padre provincial residente en otra diócesis. Lo que únicamente respondieron, fue, que no podían ni mostrar las licencias ni contestar en asuntos de nuestros privilegios, sin consentimiento ni orden del padre provincial, pidiendo término para dar parte   —348→   a su reverencia, como consta del hecho concordado número 6, que es cosa muy distinta de lo que con dicha pregunta se quiso dar a entender a su señoría y a la sagrada congregación.

Las demás consultas hasta 18, todas ruedan sobre diferentes hechos ajenos de esta controversia, y que no habiéndose probado ni pensado probar jamás, no pertenecen a esta historia. De parte de la Compañía, su procurador general con lo poco que pudo adquirir de noticias por los mismos procesos del señor Palafox, propuso también a la saltada congregación algunas dudas. Primeramente: ¿Si los obispos de Indias pueden suspender a todo un monasterio o colegio las licencias de confesar? Respuesta: Por la suma distancia pueden hacerlo en Indias los obispos; pero apenas pudiéndose proceder a esta general suspensión, sin escándalo y detrimento de las almas, deben abstenerse de ellos los obispos, si no fuere con gravísimas causas, en lo cual se les encarga gravemente la conciencia.

Segunda. ¿Si estando un regular aprobado para oír confesiones, puede el obispo, sin nueva causa, suspenderle la licencia? Respuesta: No puede sin nueva causa, y que sea perteneciente al mismo tribunal de la confesión.

Tercera. ¿Si la bula de la santidad de Pío V, 34 en el orden del bulario, concedida a instancias del rey católico, no a petición de los regulares, esté revocada en las bulas de los Sumos Pontífices en que se mitigan las excepciones de los regulares? Respuesta: La declaración de eso pertenece al Sumo Pontífice; pero dicha bula solo puede ser de utilidad en lugares donde hay defecto de párrocos.

Cuarta. ¿Si el obispo puede los proceder con censuras contra los regulares exentos, caso que sean inobedientes en oír confesiones? ¿Y si esto pueden en virtud del concilio de Trento, por cuál canon? Respuesta: Pueden, no en fuerza del concilio, sino de la constitución de Gregorio XV, que comienza: Inscrustabili.

Por esta resolución se ve que la inobediencia en oír confesiones (aun cuando la hubiese) no es alguna de aquellas causas por donde los regulares exentos estén en fuerza del concilio de Trento sujetos a la jurisdicción y corrección de los ordinarios, y así caen las tres primeras consultas que de parte del señor obispo se propusieron a su Santidad, de que arriba hablamos. Donde es muy de notar que el señor Palafox, habiendo en la consulta quinta hecho mención de la constitución del señor Gregorio XV, que comienza: Smus, y trata de los conservadores, nunca   —349→   hizo mención de la bula inscrustabili del mismo Pontífice, porque como a ministro tan antiguo del consejo le constaba muy bien que esta bula estaba mandada suspender, como arriba se ha demostrado, y que no podía proceder en virtud de ella; pero por otra parte, tampoco pudo proceder en virtud del concilio de Trento, como aquí expresamente se decide; luego no pudo en fuerza de ninguna constitución o canon proceder a tales censuras, ni estas pudieron ser de algún valor. Dijimos aun cuando la hubiese, porque el que no la hubo, consta por cuatro testigos examinados en el proceso primero del mismo señor Palafox, cuya deposición se cita en el hecho concordado en estos términos: «Por lo cual sabe este testigo, por haberle visto, que sin embargo de que los dichos religiosos de la Compañía en la cuaresma de este presente año de 47, cesaron en la administración espiritual de predicar y confesar, etc.».

Quinta. ¿Si la licencia de predicar y confesar se puede conceder por cartas misivas, o son necesarias letras patentes de la secretaría del obispo? Respuesta: Se pueden conceder por cartas misivas y aun de viva voz, si al obispo le pereciere. Lo mismo se responde a la sexta.

Sétima. ¿Si la facultad de elegir conservadores dada a la Compañía por Gregorio XIII, le favorece en aquellos lugares en que no hay jueces sinodales? Respuesta: Les sufraga en cuanto a no elegir conservadores entre dichos jueces, como en los demás se guarde la forma de la constitución de Gregorio XV.

Octava. ¿Si los conservadores de la Compañía pueden proceder con censuras contra los vicarios generales de los obispos en fuerza de la constitución de Gregorio XIII, que comienza: AEquum reputamus dada en lo último de febrero de 1573? Respuesta: Pueden con censuras y penas eclesiásticas prohibirles las injurias y agravios manifiestos.

[Da el señor obispo a los padres noticia extrajudicial del breve, y presentan las licencias] Estas son las respuestas de la sagrada congregación, insertas y confirmadas por el breve del señor Inocencio X, con que creyó haber triunfado de la Compañía el señor don Juan de Palafox. Vino, como decíamos, a principios de setiembre una copia de dicho breve autorizada por el señor obispo de Cádiz, la cual el señor obispo de la Puebla, después de presentarla al señor obispo gobernador, pasó a los padres rectores de los colegios de la Puebla, juntamente con una carta fecha en 10 de octubre. Los padres, consultado el provincial, respondieron estar prontos a manifestar sus licencias y privilegios, las cuales sin ser necesario dicho breve de su   —350→   Santidad, habrían también manifestado desde el principio de aquellas controversias, si se hubiesen pedido en los términos que ahora se pedían. Efectivamente, el día 23 del mismo octubre se presentaron los tres padres rectores, Juan de Figueroa, Diego de Monroy y Pedro de Valencia con las licencias de todos sus súbditos. Leídas y reconocidas por el señor obispo, confirmó todas las que había suyas y de sus antecesores, concedió muchas otras de nuevo, y con fecha de 8 de diciembre promulgó un edicto del tenor siguiente: «Nos D. Juan de Palafox y Mendoza, etc. Habiendo dado noticia de dicha resolución y breve de nuestro Santísimo Padre Inocencio X a los dichos religiosos de la Compañía de Jesús, resultó que dichos regulares exhibieron y presentaron las licencias que tenían de otros obispos fuera de nuestra diócesis y algunas nuestras y de nuestros predecesores el día 23 del mes de octubre de este presente año, por mano de los padres Diego de Monroy, Juan de Figueroa y Pedro de Valencia, rectores de los colegios de esta ciudad, pidiéndonos que concediéramos licencias a los que las tenían de otros obispos, y confirmáramos las dadas por Nos y nuestros antecesores. Y Nos a los dichos religiosos concedimos dichas licencias como lo pedían, con lo cual cesaron los efectos del primer edicto publicado el día 8 de marzo de 1647, mediante el cual prohibimos a todos los fieles de nuestra jurisdicción, que no se confesasen, ni oyesen sermones de dichos religiosos, etc. Y hacemos notorio que dichos religiosos tienen nuestra licencia, en virtud de la cual pueden predicar la palabra de Dios, y administrar el Sacramento de la Penitencia, y que es lícito a cualesquiera fieles de nuestra diócesis confesarse con dichos regulares, oír sus sermones, etc. Dado en la ciudad de los Ángeles a 8 días del mes de diciembre de 1648.- Juan, obispo de la Puebla de los Ángeles.- Por mandado del obispo mi señor, Lucas de Perea, notario».

[Circunstancias de esta acción y su éxito] Esta demostración quiso hacer el padre provincial Pedro de Velasco del rendimiento y profunda veneración con que la Compañía sacrifica y ha sacrificado siempre todos sus sentimientos e intereses a la obediencia de la sede apostólica en sus menores insinuaciones; sin embargo, se protestó que dicho breve no estaba en estado de observarse en los dominios de España, mientras no venía el pase del consejo real de las Indias. Lo segundo, que no era obtenido sino en fuerza de los cinco procesos que había remitido a Roma Su Señoría Ilustrísima, sin que hubiesen llegado los autos de los reverendos conservadores, ni otras algunas escrituras de parte de la Compañía, que no había sido citada para la curia   —351→   romana, y sin cuya contestación no podía haber juicio contradictorio. Añadíase que el dicho breve no contenía sentencia definitiva, así por la razón dicha, como porque el mismo Sumo Pontífice dejaba todavía salvo su derecho a las partes para recurrir a la dicha congregación, como efectivamente se iba prosiguiendo en Roma la causa, por lo cual se había quedado en aquella corte el licenciado Juan Magano, uno de los agentes de Su Ilustrísima. Fuera de eso, aun cuando dicho breve estuviese pasado por el real consejo, y contuviese sentencia definitiva en juicio contradictorio, era menester que se presentase a la real audiencia, y se hiciese constar a las partes el breve original, o con citación suya se sacase una copia; pero esto ni se había hecho hasta entonces, ni se hizo después, ni se ha hecho hasta ahora, porque según el testimonio auténtico sacado de la secretaría del señor nuncio de España, el original estaba notablemente viciado, rayado, borrado y enmendado de letra posterior en algunas partes, como veremos en el año siguiente, en que con ocasión del pase volvieron a excitarse algunas controversias. Entre tanto el señor don Juan de Palafox, concedidas las demás licencias, o confirmadas, había retenido en su poder cinco de otros tantos padres más mozos, diciendo que quería compareciesen a examen, no menos para mostrar el reconocimiento debido a la dignidad y jurisdicción episcopal, que para darles esta ocasión de lucir su literatura, y tenerla su señoría de honrarlos y aplaudirlos en público. Los padres, que no sospechaban cosa alguna de su desdoro estaban ya para comparecer en el día señalado por Su Ilustrísima, cuando repentina y extraordinariamente llegó de México orden de que no se presentasen a examen los padres. Moviose a esto el padre provincial Pedro de Velasco por noticias que tuvo de que se trataba hacer dicho examen con modo poco decoroso a la constante opinión y crédito de la Compañía de Jesús. Sin manifestar a Su Excelencia Ilustrísima estos ocultos motivos se le hizo decir por medio del padre Pedro de Valencia, que estando a disposición del padre provincial presentar para confesores los sujetos que quisiese, no era su voluntad se presentasen a examen los cinco dichos religiosos. Así se evitó prudentemente un golpe muy sensible a todo el cuerpo de la religión, y acabó en paz el año de 1648.

[1649. Gobierno del padre Andrés de Rada, y su respuesta al señor obispo de la Puebla] Los principios del siguiente de 1649, fueron bastantemente quietos. El 16 de febrero, cumplidos los tres años de gobierno del padre Pedro de Velasco, se abrió el pliego en que venía nombrado provincial el padre Andrés de Rada, maestro que era de novicios en Tepotzotlán, rector   —352→   del colegio máximo el padre Horacio Carocci, y propósito de la casa profesa el padre Andrés Pérez de Rivas. Un mes después llegó aviso de España, y en él el breve del señor Inocencio con el pase del real y supremo consejo, y cédula de Su Majestad para su ejecución; pero al mismo tiempo llegó noticia, cómo aunque había pasado por gobierno en la forma ordinaria, sin embargo, a petición de la Compañía de Jesús y de otras religiones se había mandado retener y entregar los autos al fiscal del consejo. No obstante, el señor don Juan de Palafox en carta escrita al padre provincial Andrés de Rada a 7 de abril, le requiere para que sean públicamente absueltos los religiosos que Su Ilustrísima había excomulgado. Respondió esta carta el padre provincial con otra fecha a 19 del mismo mes, en que representa modestamente a Su Excelencia Ilustrísima, que dicho breve no estaba todavía en estado de observarse, pues se hallaba mandado retener en el real consejo, como a Su Ilustrísima le constaba. Lo segundo, que ni por el breve ni por algún otro instrumento constaba que los dichos religiosos hubiesen sido declarados incursos en las pretendidas censuras, y aun cuando lo estuviesen, pretender que fuesen pública y ruidosamente absueltos, era expresamente contra el decoro de la Compañía, y un gran motivo de turbación y de escándalo al pueblo, por lo cual, la majestad del señor don Felipe IV en cédula dirigida a su señoría en 12 de diciembre del año antecedente le decía estas palabras: «Ha parecido advertiros miréis a las religiones con afecto y benevolencia de padre y pastor, sin mostraros con ellos desabrido, sino grato y benigno y liberal en todo lo que os tocare, teniéndolas en el ejercicio de la predicación y confesión por coadjutores de nuestra propia obligación, que como a obispo os toca; de suerte, que entre ellos y vos se conserve la paz y conformidad que he deseado haya, sin que estas diferencias de jurisdicción sean causa que a las ovejas y feligreses de vuestro obispado les falte el pasto espiritual, que es el que las hace conservar en paz. Y así os ruego y encargo, que con estas atenciones ejecutéis el dicho breve. Y espero de vuestro celo, al servicio de Dios y mío, que si esta carta os alcanzare allá, lo haréis así por vuestra persona, y que cuando os vengáis dejaréis tales órdenes y preceptos, que en ausencia vuestra haya la misma conformidad, unión y paz y quietud entre las religiones y vuestros provisores, oficiales y súbditos, como os lo vuelvo a encargar con todo afecto. Porque si de aquí resultasen nuevas diferencias o alguna inquietud, no podría admitir fácilmente la disculpa estando tan en vuestra mano; mas de hacerlo   —353→   como aquí os advierto, de más de ser tan conforme a vuestra obligación, me daré por servido de ello». Así cesó por entonces esta pretensión, ocupado por la presente el señor obispo de la Puebla en otros mayores empeños.

[Muerte del señor obispo gobernador] Entre tanto, falleció el 22 del mismo mes de abril el ilustrísimo y excelentísimo señor don Marcos de Torres y Rueda, y tanto por cédula de Su Majestad como por particular recomendación y poder del mismo señor obispo gobernador, entró en el gobierno la real audiencia. [Marcha a España el señor Palafox en 12 de junio de 1649] Esto movió últimamente al ilustrísimo señor don Juan de Palafox a disponer su partida a los reinos de Castilla, conforme a las apretadas órdenes que tenía de la corte. Efectivamente, en la flota que estaba surta en el puerto de Veracruz, se hizo a la vela el día 12 de junio, dejando por gobernador de su obispado al doctor don Juan de Merlo. A instancias de éste se había presentado en la real audiencia el breve del señor Inocencio y remitídose los autos al señor fiscal, quien alegó no poderse remitir la ejecución. Sin embargo, proveyó auto la real audiencia en 1.º de julio en estos términos: «Cumplase y ejecútese el dicho breve y cédulas de S. M. tocantes a él»: para lo cual inmediatamente se despachó una real provisión. El padre Juan de Barrientos, procurador de la Compañía, representó eficazmente en varios escritos que no se debía dar crédito a dicho breve, mientras no se manifestase el original con las rúbricas de los señores del consejo, pues sería lo mismo que fiarse la real audiencia de la certificación de un escribano o notario que buscó la parte contraria. Esta razón, fuera de otras muchas que había antecedentemente representado el señor fiscal fue de tanto peso, que se mandó sobreseer en la ejecución del auto y provisión real despachada por decreto del día 8 de julio concebido en estos términos: «Preséntese el breve original que se refiere, y llévese con esta petición al señor fiscal, y en el ínterin se suspenda la real provincia mandada despachar». Así quedó con la respuesta fiscal suspenso en las Indias, como mandado retener en el supremo consejo dicho breve, a quien sin embargo en cuanto induce nuevo derecho, obedeció y ha obedecido después constantemente la Compañía de Jesús sin reclamar a sus antiguos privilegios.

[Prosecución del pleito en Roma y última resolución] En Roma, aun duró más largo tiempo el pleito por la resistencia que hacia la parte contraria a la comunicación de las escrituras y hecho concordado, que no vino a presentarse hasta la última sesión tenida el 17 de diciembre del año de 1652. De esta combinación de escrituras y hecho concordado se dedujeron trece resoluciones favorables todas a la   —354→   Compañía en los puntos principales de esta controversia, como puede verse en el cuaderno que se intitula: Procesus et finis causae angelopolitanae, impreso en Roma en la imprenta de la reverenda cámara apostólica en 5 de noviembre de 1653. Y aunque después de recibido el breve escribió el señor Palafox a la Santidad de Inocencio X su prolija carta de 8 de enero de 1649, en que acusa tan gravemente a los religiosos de la Compañía, y aun propone al Sumo Pontífice las reformaciones o extinción total de esta religión, no juzgó su Santidad por conveniente responderle; y cometida a la sagrada congregación su lectura, sin contestarle a sus acusaciones ni a sus propuestas, se concluyó poniendo perpetuo silencio a petición de la Compañía, y sin declarar cosa alguna en el punto de censuras que hubiese incurrido alguno de los padres. [Carta del cardenal Spada al señor Palafox] La misma congregación encomendó al cardenal Spada escribiese al señor obispo de la Puebla el modo con que en esto debía portarse, como lo hizo en la siguiente carta: «Ilustre y reverendísimo Sr., y como hermano. Habiendo la particular congregación (a quien su Santidad cometió la decisión de las controversias entre V. S. I. y la Compañía de Jesús) madura y seriamente examinando los procesos y autos enviados por V. S. I., ha querido por mi medio significarle, que en cuanto a las censuras que acaso alguno de los religiosos pudiere haber incurrido, dé V. S. I. privadamente y sin algún testigo facultad a los superiores de sus colegios, para que absuelvan a cualquiera que se creyere o recelare incurso en ellas, en todos los puntos de cualquier modo pertenecientes a esta causa. De modo que para conservar más la cristiana caridad, ni se haga público este mandato, ni se permita que llegue a noticia de otro alguno, comunicando a V. S. la necesaria y oportuna facultad en cuanto sea conducente a este fin. Pero así como la misma congregación amonesta seriamente a dichos religiosos de la Compañía de Jesús para que con todo obsequio y veneración se esfuercen en reconocer vuestra dignidad y vuestros méritos, sin lo cual no podrán, conforme a su instituto, ocuparse en el bien de las almas que están a cargo de V. S. I.; así también exhorta una y otra vez a V. S. I. para que con aquella estimación conveniente a un tan laudable y provechoso orden, fomente y abrase con paternal amor a esta religiosa familia que con tanta utilidad y fatiga ha ayudado y suda en cultivar la viña del Señor, para que así con el mutuo consentimiento de los ánimos, la santa fe católica y la mayor gloria de Dios, se propague y promueva toda prosperidad. Fecha en Roma el día 17 de diciembre   —355→   de 1652. De V. S. I. muy afecto, y como hermano.- B. Card. Spada.- M. Alberico, secretario».

[Terminación de las diferencias del señor Palafox con los padres jesuitas] Este éxito tuvieron las famosas controversias entre el ilustrísimo y excelentísimo señor don Juan de Palafox y la religión de la Compañía, y habiéndose esparcido contra el honor de esta provincia tantos papeles, y publicado singularmente veinte años después un libro sin nombre de autor con este título: Historia de don Juan de Palafox, obispo de la Puebla, y después de Osma, y de las diferencias que tuvo con los jesuitas, parecía razón que aquella historia fundada solamente sobre lo que dejó escrito el señor don Juan de Palafox, así en su vida interior, como en sus cartas al Sumo Pontífice y otros lugares de sus obras, se respondiese de parte de la Compañía con otra en que hallasen por sí mismos los instrumentos y no se oyera la voz de la pasión, que es la que únicamente habla en aquella pseudo historia, compuesta por algunos herejes de Francia. Por lo que mira a las cartas del ilustrísimo señor don Juan de Palafox, singularmente la que escribió al señor Inocencio con fecha 8 de enero de 1649, en que resume y compendia cuanto había escrito contra la Compañía y sus religiosos en todas las demás cartas y papeles suyos, podemos responder con innumerables testimonios de no menor autoridad que la del señor Palafox, y que no tenían el mismo interés en la causa para escribir un poco enfadados, como el señor obispo de la Puebla confiesa de sí mismo en carta escrita al reverendísimo padre general de los carmelitas, fecha en Osma a 18 de diciembre de 1657. Las piezas justificativas que vamos a añadir de las muchas que dejamos citadas en la misma serie de la narración, harán formar a nuestros lectores un juicio completo, así de la verdad de cuanto hemos referido, como de dichas cartas.

Informe que hace a Su Majestad el doctor don Pedro Melián, fiscal de la real audiencia de México. Señor: apenas acababa de componerse, o templarse, etc.

Segunda carta del mismo señor fiscal. En carta de 19 de agosto dije a Vuestra Majestad, etc.

Carta del excelentísimo señor don García de Sarmiento, conde de Salvatierra, al muy reverendo padre Vincencio Carraffa, general de la Compañía de Jesús. Hubiera estimado mucho que el primer conocimiento, etc.- Rivas.

Carta del ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Marcos Ramírez de Prado, obispo de Michoacán y después arzobispo de México, al mismo reverendo padre general. La distancia grande de aqueste reino, no me ha etc.- Rivas.

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Carta del ilustrísimo señor don Juan de Mañozca, arzobispo de México a nuestro Santísimo Padre Inocencio X. Beatísimo Padre: ante los ojos de Vuestra Señoría, etc.- Rivas.

Declaración que en el mismo día en que recibió el sagrado Viático hizo el ilustrísimo y excelentísimo señor don Marcos de Torres y Rueda, obispo de Yucatán y gobernador de estos reinos.

Protesta hecha por las dos esclarecidas religiones de Santo Domingo y San Francisco, con ocasión de haberse publicado la residencia del señor Palafox el tiempo que fue virrey. Las sagradas religiones mendicantes de esta Nueva España, etc.

Respuestas de veinte señores obispos de España sobre la carta al señor Inocencio X.

Respuesta del eminentísimo cardenal Belluga consultado sobre la publicación de la carta del señor Inocencio.

Carta del señor don Felipe IV a don Juan de Palafox, cuyo original se guarda em el real archivo de Simancas.

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[Muerte del padre Tomás Chacón] Volviendo a tomar el hilo de nuestra narración, en el año de 1649 todo lo demás corría con prosperidad, que solo pudieron interrumpir las muertes de algunos sujetos insignes. En Pátzcuaro, el padre Tomás Chacón, fervoroso operario que por espacio de más de 20 años cultivó la nación de los tarascos. Jamás usó sábana de lino sino en la última enfermedad obligado de la obediencia. Trajo siempre sobre   —358→   el pecho una cruz con agudas puntas de hierro, fuera de otras mortificaciones con que se afligía ordinariamente. Por muchos años tomó para sí el oficio de leer en el refectorio, el cual no permitió que otro ejercitase aun en el tiempo que fue rector de aquel colegio. Destinado segunda vez al mismo empleo, propuso con tan vivas instancias, que por no mortificarlo hubieron de condescender los superiores. La muerte se le ocasionó de las fatigas de una misión, que por cinco o más meses había hecho en compañía del padre Andrés Cobián el año antecedente por todo el obispado de Valladolid. Murió el día 1.º de mayo, en que honra su memoria nuestro menologio, aunque en él se pone su fallecimiento el año de 1644, con un conocido equívoco, pues el año de 48 había hecho la misión de que hablamos, y cuya relación enviada por su compañero, se conserva en el archivo de provincia. La carta anua de 49, es donde se refiere su muerte, y el mismo autor del menologio se vería precisado a corregirlo, si hubiese advertido que viniendo de España el año de 1628, y habiendo muerto el de 44 no podía haber estado 22 años entre los tarascos, como allí mismo se dice.

[Muerte del padre Francisco de Arista] En el colegio de Guatemala murió el padre Francisco de Arista de edad de 84 años, los más de ellos empleados en la conversión de los gentiles en Parras y laguna de San Pedro. Fundó con inmensos trabajos aquella cristiandad, en que estuvo solo algún tiempo, rodeado de gravísimos peligros de la vida: después de 16 años de este apostólico ejercicio, pasó a Guatemala muy a los principios de la fundación de aquel colegio. Su fervor y la suavidad de sus religiosas costumbres le atrajeron bien presto la estimación de toda la ciudad. Fue muy singular la que tuvieron de su persona los ilustrísimos señores don fray Juan de Sandoval y don Bartolomé González Soltero, obispo de Guatemala. El primero quiso tenerlo a su cabecera hasta el último aliento, y solía decir que moriría gustoso si el Señor le concedía esa fortuna. El segundo,   —359→   no contento con asistir personalmente a sus exequias, hizo convidar para ellas a entrambos cabildos, y los más distinguidos ciudadanos. Uno de los padres que lo había confesado generalmente catorce años antes, a los setenta de su edad, depuso con juramento sin ser preguntado, que hasta aquel tiempo no había perdido la gracia bautismal.

[Muerte del padre Baltazar Cervantes] En México, falleció en el colegio máximo el padre Baltazar Cervantes. Después de haber empleado los primeros años de su sacerdocio en las misiones de Sinaloa, fue llamado a leer filosofía en el colegio de México, de donde pasó a Oaxaca, su patria, no sin gran repugnancia suya, que propuso muy eficazmente, aunque con mucha resignación a los superiores. Aquí, renunciando los grandes aplausos que le seguían en el púlpito, en que tenía singular gracia, se resolvió a no predicar sino en mexicano a los indios de Jalatlaco, pequeño pueblo, que aunque sin título de curas, había tomado la Compañía a su cargo. En este trabajoso y obscuro ministerio, perseveró algunos años hasta que vino a México, donde Dios le quería poner a nuestra juventud como un espejo clarísimo de observancia religiosa. Fue de una nimia escrupulosidad en todo cuanto podía amancillar la pureza evangélica que prescriben nuestras reglas: estrechísimo en la pobreza; constante en la penitencia y distribuciones; muy abstinente, y de tanto retiro, que muchos no le conocían en la casa. Le probó el Señor cerca de tres años con muchas y gravísimas enfermedades, que toleradas con una penitencia y alegría edificativa, le llevaron al descanso el día 2 de julio.

[Ídem del padre Pedro de Velasco] El siguiente mes experimentó la provincia mayor pérdida en el padre Pedro de Velasco28, uno de los sujetos de primer orden que ha tenido la Compañía en estas partes. Consumido de los trabajos y fatigas Velasco de su antecedente gobierno, acabó en el colegio máximo, donde se había retirado. Sus nobilísimas cunas, su eminente literatura y profundísima humildad, su celo por la salvación de las almas, que le hizo trabajar catorce años entre los gentiles, su continua mortificación, su frecuente trato con Dios, acompañado de algunas singulares gracias con que el Señor se dignó manifestar cuanto se agradaba en la alma de su siervo, le merecieron la estimación y aprecio de las primeras personas del reino y de muchos gravísimos sujetos de Europa, donde había ido de procurador de la provincia. Es buena prueba de la constante opinión de su virtud, que en tantos ruidos maliciosos, y en tantos escritos y papeles, como en el tiempo en qué fue provincial se divulgaron contra   —360→   la Compañía y contra muchísimos sujetos en particular, nunca hablaron señaladamente del padre Pedro de Velasco en cosa que mirase o pudiese manchar su persona, siendo el que por razón de su oficio estaba a la frente de los negocios. Murió el día 26 de agosto. Honró su entierro el ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Marcos Ramírez de Prado, obispo de Michoacán, que se hallaba en México en la visita del tribunal de Cruzada. Llevaron en hombros el cuerpo los prelados de las religiones, e hizo el oficio sepulcral el señor doctor don Nicolás de la Torre, catedrático de prima de cánones de la real Universidad, deán de la santa iglesia metropolitana y obispo electo de Cuba. En el diario de Gregorio Martín del Guijo hallamos apuntado este día con estas palabras: «Murió a 26 de agosto el padre Pedro de Velasco con señales de perfecto religioso y ver dadero amigo de Dios». La relación de sus virtudes tendrá más oportuno lugar en otra parte.

[Misión en México y su diócesis] En el próximo adviento, el ilustrísimo señor don Juan de Mañozca, deseando ver brotar en su diócesis los mismos frutos de penitencia que con la fervorosa misión de la Compañía se habían cogido tan copiosamente en la de Toledo, instó al padre provincial Andrés de Rada destinase algunos sujetos para este importante ministerio. Para este efecto y juntamente para borrar de los ánimos menos cuerdos las impresiones que acaso habrían hecho en ellos tantos rumores y tantos libelos infamatorios, resolvió predicar un solemne edicto el día 21 de noviembre, cosa no acostumbrada hasta entonces, proponiendo las gracias o indulgencias concedidas a aquellos piadosos ejercicios, y añadiendo otras Su Señoría Ilustrísima. Señaló para la misión tres semanas en tres diferentes iglesias; que fueron la de la Santísima Trinidad y las dos parroquias de Santa Catarina Mártir y de la Santa Veracruz. Para el solemne jubileo de las doctrinas destinó la catedral y las iglesias de la Compañía, fijando el día de la comunión general para la festividad del apóstol San Andrés. Su ilustrísima, asistiendo personalmente a las explicaciones de doctrina en su iglesia catedral, y a varios ejercicios de la misión en otras diferentes iglesias, animaba el fervor de los operarios, e incitaba con el ejemplo a sus rebaños para aprovecharse de aquel tiempo tan precioso en que todo respiraba religión, devoción y espíritu de penitencia. Esta misma diligencia había hecho al mismo tiempo el ilustrísimo en cuasi todas las parroquias de su diócesis, despachando por todas partes misioneros de la Compañía, y previniendo a todos los beneficiados con el edicto y cartas cordilleras. En el arzobispado duró la misión por más   —361→   de cinco meses hasta la cuaresma de 1650. El fruto, tanto en la ciudad como en su jurisdicción, fue muy proporcionado a las piadosas intenciones del pastor, y al fervor, actividad y celo de los ministros evangélicos. Lo mismo se hizo en el obispado de Michoacán con tantas bendiciones del cielo, que en solo la villa de Zamora, fueron más de ochocientas las confesiones, donde por la poca concordia que reinaba entre los ciudadanos, no se tenía esperanza de fruto alguno considerable.

[Muerte del señor obispo de Guatemala] Los principios de este año fueron funestos al colegio de Guatemala por la muerte del ilustrísimo señor don Bartolomé González Soltero, obispo de aquella iglesia catedral, y singular apreciador de la Compañía, que aconteció a los 25 de enero. En tiempos tan calamitosos y en que combatido de tantas maneras zozobraba el honor y buen nombre de los jesuitas, se esforzó su ilustrísima a dar las pruebas más sinceras, no solo de estimación, sino de una tierna familiaridad. Tuvo siempre por confesor a alguno de los padres: consultaba con ellos los negocios más graves; honraba por lo común las fiestas de nuestra iglesia con su presencia y frecuentemente con su mesa a los padres, a quienes también especialmente a los maestros, procuraba algunos extraordinarios asuetos y llevaba al campo con singular dignación y muestras de confianza. Finalmente, amó a la Compañía hasta el fin de sus días llamando a sus religiosos para que le asistiesen, y entregando a Dios el alma en sus manos. Dejó al colegio algunas de sus más estimadas alhajas y una librería con poco menos de dos mil cuerpos de libros. Fue natural de la ciudad de México, rector de su Universidad, e inquisidor en su tribunal, hombre de grandes letras, y uno de los más aplaudidos oradores que tuvo esta ciudad.

[Caso raro del cacique Alonso Theicul] La provincia de Sinaloa nos ofrece por este tiempo un suceso muy edificativo y de aquellos con que Dios ha manifestado en todos tiempos que no está abreviada su diestra poderosa. Había entre los zuaques un indio anciano y de los primeros que el padre Andrés Pérez había bautizado de su nación. La nobleza de su origen y hazañas hechas en sus guerras, le habían merecido un lugar muy distinguido entre los gentiles, y su fervor y celo le hizo distinguir muy presto entre los cristianos. Llamose en el bautismo don Alonso Theicul. Era bien formado de talle, de un entendimiento claro, de un genio suave, amantísimo del bien de sus naturales, que sabía colocar prudentemente en la debida fidelidad a Dios y al rey. Estas prendas le merecieron la   —362→   estimación del capitán don Diego Martínez de Hurdaide, que por tanto le honró con el título de gobernador de todo el río de Zuaque. En este oficio correspondió enteramente a la expectación del capitán gobernando los pueblos con dulzura, atrayéndolos con su ejemplo al culto de Dios, y manteniéndolos en la obediencia de Su Majestad y de los capitanes de la provincia, que todos sucesivamente lo continuaron en el empleo. Así pasó hasta el año de 48, que ya rendido al peso de la edad, pidió licencia para renunciar aquel cargo y vivir solo a sí mismo, preparándose para salir en paz de este mundo. Dos años, poco menos, pasó en su quietud, entregado a ejercicios de devoción, y disponiéndose a morir. Comulgaba todas las fiestas del Señor y de la Virgen Santísima, y otras solemnidades entre año, y altamente penetrado del saludable pensamiento de su próxima muerte, repetía esta diligencia siempre que sabía que el misionero había de hacer ausencia a otros pueblos, como era muy frecuente y necesario, para que en aquel corto intervalo no le sobreviniese la muerte sin esta cristiana preparación. Aconteció, pues, que sin noticia suya salió el padre de Mochicaui, su ordinaria residencia, para Charay, pueblo de su visita. A pocos días, muy de mañana, le avisaron cómo el buen anciano se había hecho llevar allí, y que deseaba verlo. El padre le reprendió amorosamente que en una edad tan avanzada hubiese tomado aquel trabajo, exponiéndose a peligro de morir en el camino, cuando sabía la puntualidad y el gusto con que corren los misioneros a la menor insinuación de los enfermos. Padre mío, respondió don Alonso, los fiscales, a cuyo cargo está el avisarte de los enfermos, estaban en sus labranzas a una legua del pueblo. No me pareció molestarlos, ni tuve corazón para esperar tanto tiempo. Has de saber que ha muchos años que incesantemente me fatiga el pensamiento de la cuenta que he de dar a Dios, y en estos últimos tiempos sin el cuidado de otras ocupaciones, ha sido más continuo el tormento. ¡Ay de mí!, me decía, ¿en qué he de parar? ¿qué será de mí después de la muerte?... Estas congojas, el día de ayer fueron tales, que sin poderme contener en presencia de mis hijos y familia, prorrumpí en unos sollozos y llanto amarguísimo. Los de casa, sabido el motivo de mis lágrimas procuraron cuanto les fue posible consolarme y animar mi confianza en la misericordia de Dios e intercesión de nuestra Madre la Virgen María. Ofreciéronme alimento que no pude pasar. Entonces mis pobres gentes llevando algunas piadosas ofrendas de flores y otras cosas, se fueron a la iglesia a implorar   —363→   por su padre el socorro de la Virgen María nuestra Madre. Rezaron el rosario, y juntos con los muchachos de la doctrina, cantaron algunas coplas en alabanza de nuestra Señora, de las que para este fin han compuesto los padres. Quiso Dios, padre mío, condescender con los piadosos ruegos de mi familia y consolarme. La Virgen Santísima se me dejó ver como está en la iglesia, acompañada de San Ignacio y San Francisco Javier, y me dieron prendas seguras de mi salvación. Cuando volvieron a mi casa mis hijos, me hallaron bañado en lágrimas de consuelo, y les pedí que me trajesen a darte esta noticia.

El prudente misionero que oía este discurso, aunque satisfecho de la piedad y edificativa conducta de don Alonso, creyó que había soñado el buen anciano, o que la edad decrépita, junta con una leve indisposición le hacían vacilar el juicio. Presto salió de su turbación, cuando el viejo don Alonso prosiguió diciendo: «La Virgen Santísima nuestra Madre, me dijo: Alonso, hijo, no te dé pena por los pecados que cometiste en tu gentilidad cuando no conocías a Dios, que ésos por el bautismo se borraron y consumieron. Por las faltas que cometiste siendo cristiano, estarás tres días en el purgatorio, y morirás el sábado». Quedé atónito, dice en su relación el misionero, oyendo semejantes razones de boca de un hombre simple y sencillo, que lo era, y de un natural muy apacible y sin algún artificio. Díjele entonces: Pues hoy es sábado, ¿haste de morir hoy?, a que respondió levantando, la mano: a hora no; el otro sábado tengo de morir, y añadió: Yo no he hecho mal a nadie, ni he levantado falso testimonio, ni he tenido más de una mujer, ni he cometido homicidio, ni he hurtado cosa ajena. Esto de tomar vadeas, melones y elotes, es usanza nuestra, que no defendemos la comida, sino que con liberalidad nos socorremos y nos comunicamos hermanablemente nuestras cosas, sin reparar en mío ni tuyo. He padecido mucho por defender a mis súbditos; pero todo lo he llevado en paciencia. He acudido a las cosas de la Iglesia con mucho cuidado, sirviendo a los padres y respetándolos, y procurando que todos los respeten y amen como deben, y así San Ignacio y San Francisco Javier me lo agradecieron, y prometen que me ayudarán a la hora de mi muerte. Dicho esto se reconcilió y se fue a la iglesia; donde recibido el Viático y la Extremaunción, volvió al pueblo de Mochicaui. Yo quedé (dice el padre Villanuño) lleno de admiración y de grandísimo consuelo, y dentro de pocos días volví al pueblo con la curiosidad y deseo de ver si aquello se cumplía, y confirmar la relación que la Virgen había hecho   —364→   a su devoto y publicarla. Luego que llegué a Mochicaui con la precisión de acudir a otros enfermos, de algunos bautismos, de esperar a recoger la gente de sus milpas y otros embarazos caseros, se me pasó de la memoria todo hasta el viernes a medio día, que acordándome del viejo le envié de mi casa el alimento y a preguntarle cómo estaba: Respondió que agradecía mucho lo que le había enviado; pero que gustaría más de la comida celestial del alma, pidiéndome le diese la comunión el día siguiente que deseaba salir de esta vida con ese nuevo refuerzo. El padre, viendo que permanecía constantemente en la misma persuasión, pasó a verlo a la tarde, le preguntó si quería confesarse. Respondió que solo le afligían los pecados de su gentilidad que había confesado muchas veces. Al siguiente día sábado, partió muy temprano a la iglesia vestido a lo español con espada y daga y sombrero de pluma, que le había regalado por favor el capitán Hurdaide. Comulgó hincado de rodillas haciendo antes fervorosísimos actos de fe, esperanza y caridad, y perseveró más de dos horas en acción de gracias. Después de este tiempo habiendo asistido al santo sacrificio que pidió al padre ofreciese por él, siendo ya las nueve de la mañana y sintiéndose muy debilitado, se retiró a su casa. Todos los indios y los que había españoles en el pueblo donde ya se había publicado el caso, le seguían en tropas de su casa a la iglesia, y de vuelta a su casa. De allí a poco le siguió también el padre cuidadoso del éxito, y en cuya presencia a las once del día entre afectos muy cristianos, sin más enfermedad que la de los años y una ligera indisposición, pasó tranquilamente de esta vida, dejando tan firmes esperanzas de su salvación, y encendida en aquella nueva cristiandad una tierna confianza en la Santísima Virgen. Al siguiente día domingo se le hizo el más solemne funeral que se había visto en aquellos países. El padre Villanuño predicó de sus honras refiriendo el caso que ya se había hecho público, y tomando de allí ocasión para animarlos a la devoción y tierna confianza en la Santísima Virgen, y al cumplimiento de las obligaciones de la vida cristiana.

[Muerte de Benito Bayacegui] Pocos meses después le siguió otro de los principales caciques, que habiéndolo imitado en el fervor e inocencia de vida, consiguió en su muerte la misma tranquilidad. Llamábase Benito Bayacegui, cristiano antiguo y diligente catequista, por cuyo medio muchos habían sido instruidos en las verdades de la religión, y preparados al bautismo y a la participación de los sagrados misterios. En muchos años jamás   —365→   dejó de oír misa cada día, ni de emplear en la iglesia muchos ratos de oración. Añadía los viernes y sábados una recia disciplina, de que quedaban regados con sangre el suelo y las paredes. Con tan piadosas disposiciones, conociendo que llegaba el fin de sus días, se apresuró a llenar aquel último tiempo con más frecuentes ejercicios de piedad. Confesaba una y aun dos veces cada día. Y aunque parecía al misionero que no era peligrosa la indisposición; sin embargo, no se atrevía a negar este consuelo a las afectuosas instancias del enfermo. Un viernes, cerca de la medianoche, mandó llamar al padre; volvió éste a su casa y lo halló lavándose el rostro, pies y manos. Preguntado cómo estando enfermo hacía semejante cosa en una hora tan importuna, respondió con una boca de risa: Estoy aseando mi cuerpo, para recibir el Santo Oleo que ahora me has de dar, y mañana el Santísimo Sacramento, porque ha llegado ya mi hora, como te he dicho muchas veces. El misionero, aunque no hallaba indicios algunos de muerte tan próxima, le administró la Extremaunción, y al día siguiente el Santo Viático. Perseveró un largo rato en acción de gracias, después de lo cual, mandó llamar a los niños y niñas que aprendían la doctrina, y habiéndolos convidado para que le cantasen las oraciones de la Iglesia, y algunas otras piadosas letras que en su lengua les habían compuesto los padres en alabanza del Señor y de su Madre Santísima, sobrecogido como de un apacible sueño entregó su alma a Dios. Un soldado español del presidio de Sinaloa que acompañó en esta ocasión al padre y fue testigo de lo referido, quedó tan lleno de asombro y de una saludable compunción, que sin poder contener las lágrimas partió luego de allí a hacer una confesión general, cuya sinceridad probó poniéndose en estado con la que había sido ocasión de sus culpas, y perseverando después en una cristiana regularidad de costumbres.

[Principio de la inquietud de los taraumares] Éstos eran algunos de los preciosos frutos que en la viña de Sinaloa Principio caían ya de maduros por sí mismos sin fatiga, antes con sumo consuelo de los obreros evangélicos. No pasaba así en la misión de Taraumara. Este terreno, ingrato al sudor de sus operarios no producía por estos años sino abrojos y espinas, que por poco llegan a sofocar enteramente la semilla de la divina palabra. Desde la mitad del año de 48, cuatro de los principales caciques habían comenzado a amotinar los pueblos. Llámanse, Sopigiori, Tepox, Ochavari, y don Bartolomé. Noticiosos los padres de las pláticas sediciosas de estos forajidos, pasaron aviso al gobernador de la Vizcaya que aun era don Luis Valdés. La   —366→   diligencia de este caballero, si no impidió del todo la conspiración, a lo menos con la muerte del cacique de San Pablo, tepehuan de nación, estorbó que a los taraumares se agregase el socorro de una gente ladina, industriosa, aguerrida y abundante de todo lo necesario para mantenerse largo tiempo en campaña. Perdida la esperanza de este auxilio, los taraumares comenzaron a obrar por sí solos. El primer golpe cayó sobre el pueblo de San Francisco de Borja, lugar que por la abundancia de pastos y fertilidad de sus tierras, era el granero de donde sacaban los misioneros el necesario sustento. Cinco españoles y algunos indios que se habían enviado a defender este puesto, murieron a manos de los bárbaros que los cercaron, y pusieron fuego a las casas donde se habían retirado. A los taraumares de San Felipe de Chihuahua que habían también ocurrido a la defensa, no hicieron daño alguno, queriendo tenerlos gratos para hacerlos entrar en su partido. El capitán Juan Fernández de Carrión, justicia mayor del Parral, con la poca gente que pudo juntar de mercaderes y vecinos de los pueblos, entró algunas leguas en busca de los agresores. Ésta especie de aventureros no era muy propia para una expedición arriesgada y que pedía algún tiempo. Así, después de algunas ligeras escaramuzas con algunas cuadrillas desbandadas, sin haber podido encontrar con el grueso de los enemigos, hubo de volverse al Parral, donde a cada uno lo llamaban sus negocios domésticos. Informado el gobernador de Nueva-Vizcaya, hizo entrar en las tierras de los alzados al capitán Juan de Barrasa, a cuyo cargo estaba el presidio de Cerrogordo, hombre de mucho valor y de una grande experiencia en guerras de este género. Dos eclesiásticos que crecían tener para con los indios mayor autoridad de la que efectivamente tenían, pidieron licencia al mismo gobernador para entrar con el capitán Barrasa. A pocos días de marcha, no solo pretendían tener parte en todos los consejos, sino que a su arbitrio despachaban tropas de indios amigos, tomaban puestos, disponían las jornadas, y causaban en el ejército una división siempre perniciosa. El gobernador instruido de lo que pasaba, mandó retirar del campo a aquellos dos eclesiásticos, y en su lugar quiso que fuese el padre Vigilio Maez, ministro de Satevo.

[Castiga el gobernador a los alzados] Con este nuevo orden marchó a largas jornadas hacia el valle del Águila, donde se sabía haberse acogido los alzados. Por muchos días no se pudo llegar a las manos, hasta que habiendo enviado al capitán Diego del Castillo a reconocer el campo de los enemigos, encontró éste   —367→   con una tropa de ellos, de que hirió a muchos y mató algunos. Conocido por medio de algunos prisioneros el número de los contrarios, y los ventajosos puestos que ocupaban, determinó el capitán Barrasa dar aviso al gobernador de la Vizcaya, que ya era entonces don Diego Fajardo, pidiéndole juntamente víveres y algún mayor número de soldados. El nuevo gobernador, recibida esta noticia, marchó en persona al Parral, de donde a la frente de trescientos sesenta hombres entre españoles e indios amigos, partió a juntarse con el capitán Barrasa, como lo ejecutó el 18 de enero de 1649 con extraordinaria diligencia. Logró su señoría que atemorizados los indios con varios acometimientos felices, y con muchas partidas de españoles que por todas partes los seguían, quemadas más de trescientas de sus pequeñas poblaciones y taladas sus sementeras, y muertos o prisioneros muchos de los suyos, viniesen rendidos a sometersele y a pedir la paz. Se les concedió con la condición de que habían de entregar a los cuatro caciques autores de la sedición. El principal agente de esta negociación, que fue un cacique llamado don Pablo, juntos luego muchos de los suyos partió en busca de los alzados y volvió al campo con la cabeza de don Bartolomé y con la presa de sus hijos y mujer. La misma fortuna corrió poco después el cacique Tepox, que cayó en manos de una tropa de fieles taraumares. La conciencia de su delito le hizo pelear con desesperación hasta morir erizado todo el cuerpo, de innumerables flechas. Sopigiosi y Ochavari solitarios y errantes de bosques en bosques, presos ya sus hijos y mujeres, y la mayor parte de su séquito, se hubieron de rendir por fuerza, poco después de la partida del gobernador. Éste, antes de volverse al Parral, dejó en el mismo valle del Águila una población nueva, a que dio por nombre la villa de Aguilar. El sitio era muy propio por la abundancia de agua y fertilidad de los campos, y por otra parte en bella situación para servir de freno a la inquietud de aquellas naciones. Estaba muy cercano el valle Papigochi muy poblado de taraumares, y donde le pareció podía establecerse una florida misión, cuyo ministro atendiese juntamente a los españoles de la villa. Quiso que se encargase la Compañía de este cuidado, efectivamente se envió luego al padre Cornelio Bendin, fervoroso flamenco que poco tiempo antes, animado de este espíritu apostólico, había venido de Europa.

[Principios de la misión de Papigochi] El celoso misionero avanzó mucho en poco tiempo. Era dotado de un natural muy blando con que le fue fácil hacerse amar de los indios,   —368→   que presto se congregaron en grande número. Fabricó casa e iglesia en lugar algo apartado de la villa, enseñando el mismo padre a los indios, y ayudándolos personalmente en el trabajo aun de sus propias chozas. Su caridad le traía de rancho en rancho por todos los contornos, halagando a los naturales, y rara vez volvía sin mucho acompañamiento; de los que dejaban las breñas y los bosques, venían a establecerse cerca de la iglesia. Comenzó luego a instruirlos, y en poco tiempo había ya conferido el bautismo a la mayor parte de los adultos. En medio de unos progresos que llenaban de consuelo no le faltaba al santo hombre mucha materia de mortificación por las vejaciones que hacían a los neófitos muchos vecinos de la villa, más atentos a sus temporales intereses, que a la propagación del reino de Dios. En vano se quejó el misionero a la justicia y aun al gobernador del Parral. Nada valió sino para atraerle nuevos enemigos entre los mismos españoles, de quienes no faltó un malvado que intentase poner sus manos sacrílegas en el Cristo del Señor. Los indios, que hallándose afligidos y cuasi reducidos a esclavitud se creían engañados, procuraron deshacerse de unos vecinos tan incómodos. No estaban aun bien apagadas las cenizas del pasado alzamiento. La nueva villa la miraban como freno que había querido imponérseles, y a los moradores como otros tantos tiranos de su libertad. Don Diego de Lara, gobernador de la nueva villa, con esta noticia avisó al padre que no tenía segura la vida, y que se retirase. El bendito hombre respondió que no podía resolverse a desamparar a sus amados hijos: que él no les había hecho mal alguno, ni tenía por qué temer, y que en todo trance estaba dispuesto a morir por su rebaño. Era esto a fines del año de 49, y presos por entonces algunos sediciosos, pareció serenarse un tanto la borrasca.

[Renuévase la sedición y muere el padre Cornelio Bendin a manos de los bárbaros] Esta fingida paz no duró sino mientras fortificaban más su partido. Los principales autores eran don Diego Barrasa, cacique de San Diego Iguachinipa, don Luis Cacique de Yagunaque y Teporaca, otro bravo cacique que en el motín antecedente había sido muy fiel a los españoles, y ahora había vuelto las armas contra ellos. Aconteció que el día 15 de mayo de este año de 50, fuese el padre Cornelio a dar la extremaunción a una india joven, que luego murió antes de dos horas. La madre, penetrada del más vivo dolor, salió como furiosa gritando por el pueblo que el padre con aquellos aceites había muerto a su hija. En los ánimos ya conmovidos, hizo una grande impresión esta calumnia. Ya cuasi corrían a las armas; y no sin grande fatiga del misionero vinieron   —369→   a sosegarse por entonces. Sin embargo, así los tres caciques nombrados, como algunos hechiceros, que nunca faltan entre estas gentes, tomaron de aquí ocasión para avivar más sus pláticas sediciosas. El cacique de Yagunaque era un declarado apóstata. Decía públicamente que no había de volver a ver padre ninguno sino para darle la muerte: que no quería oírlos ni aprender más de su ley, que él no tenía más Dios que su carne, su mujer y sus hijos. El Teporaca era un indio de bastantes luces y de una persuasión natural, que apenas dejaba libertad para resistir a sus discursos. Por otra parte, se le creía tanto más, cuanto habiendo sido antes muy amigo de los españoles, no se persuadían a que se hubiese vuelto contra ellos sin razones muy justificadas. Añadíase el crédito de su valor y astucia militar con que había hecho tanto estrago en los mismos de su nación en la guerra pasada, y que había tantos motivos de creer emplearía mejor en los extraños por la defensa de sus naturales. Convocados muchos pueblos y dispuesto todo lo necesario, la madrugada del sábado 4 de junio, víspera de Pascua de Pentecostés, prendieron fuego a la casa del padre, dos horas antes de amanecer. La algazara de los enemigos que rodeaban por todas partes la casa, el calor y el humo, avisó luego al misionero y a un soldado que se le había enviado de escolta, llamado Fabián Vázquez. Uno y otro corrieron bien presto a sus armas: el padre, a un devoto crucifijo, el soldado al arcabuz y la espada para defenderse y defender al misionero. Éste, como se supo después por unos muchachos que le asistían, vuelto con admirable serenidad a Fabián Vázquez. No estamos (le dijo) en estado de defendernos, ni de ofender con esas armas. Es llegada la hora de Dios, y no nos toca sino disponernos para ella. La casa está cercada de innumerables bárbaros, y el fuego nos hará salir de ella bien presto para entregarnos en sus manos. Aprovechaos de este corto tiempo, y de un sacerdote que tenéis a vuestro lado. Dicho esto, se sentó a confesarlo cuanto permitía la ocasión, y luego con un valor intrépido abrió la puerta que conducía a la iglesia; los judíos lo siguieron con grande alarido flechándolo incesantemente hasta el pie del altar mayor, donde se postró ya desangrado. Aquí, uno a quien pocos días antes había el padre bautizado, le echó un cordel al cuello, y arrastrándole por toda la iglesia, lo sacó hasta una cruz que estaba en el cementerio. Entre tanto, unos le tiraban flechas, otros le herían con gruesas macanas, hasta que llegando a la cruz expiró al golpe de una piedra en forma de macana con que lo dieron en   —370→   el cerebro. Con la misma crueldad dieron la muerte a su compañero Fabián Vázquez. Conseguida esta bárbara victoria, corrieron otra vez a la iglesia, despedazaron los altares, arrojaron por tierra y pisaron con escarnio las estatuas sagradas, buscaron con grandes ansias el vaso de los santos óleos y los derramaron, diciendo: aquí están los aceites con que éste nos mataba. Lo mismo hicieron con las sagradas formas, profanando los vasos y vestiduras santas que repartieron entre sí. Hicieron todo esto con tanta aceleración, que antes de salir el sol habían ya desamparado todos el pueblo de Papigochi y retirádose a los montes.

[Diligencias practicadas después de este suceso] Tal fue el éxito glorioso del padre Cornelio Bendin, varón dotado de todas las cualidades necesarias para el ministerio evangélico: de una mansedumbre y dulzura inalterable; de una grande fortaleza de espíritu para emprender cualesquier trabajos por la gloria de Dios; de un celo ardiente por la salvación de las almas; pretendió con ansia desde estudiante en Flandes la misión del Japón. No habiendo podido conseguirla por la revolución de Portugal, tuvo por un singular favor ser nombrado para las de Nueva-Vizcaya, y aun se creyó haber tenido noticia del género de muerte que lo esperaba por medio de una alma favorecida de Dios. Lo que hemos escrito y escribiremos de él y de otro compañero que le siguió presto, se ha tomado de las informaciones que por mandado del ordinario y a petición del padre provincial Andrés de Rada se hicieron en la villa de Aguilar, en el Parral y en Durango, para remitirse a la curia romana. Luego que en la villa se tuvo la noticia, pasó a Papigochi el capitán Diego de Lara y Trujillo, justicia mayor, y con algunos soldados. Hallaron los cuerpos desnudos al pie de la cruz. El del padre tenía cinco flechas de la cintura arriba, y dos en los dos brazos: tres golpes de macanas en la cabeza hacia a la frente, y otro en el cerebro, fuera de algunas otras contusiones. Se observó que al padre no habían cortado parte alguna de su cuerpo, como es costumbre general de estas naciones para celebrar sus bailes. Al soldado le habían quitado la cabellera con todo el casco. Recogidos todos los pocos restos de cosas tocantes al servicio de la iglesia, dieron vuelta a la villa llevando los cuerpos, y depone con juramento el mismo don Diego de Lara que habiendo tenido el cuerpo del padre en las casas de su vivienda por casi treinta horas, se enterró día de Pascua de Espíritu Santo, que fue a cinco de junio, estando tan blando y tratable, que parecía estar vivo. De la villa de Aguilar, pasó   —371→   luego la noticia al gobernador, que estaba en el Parral. Se dio orden luego al capitán Juan de Barrasa que pasase a la villa, y mientras éste venía, marchó con toda la gente que pudo juntar de españoles e indios amigos del capitán Juan Fernández de Morales. Son muy dignas de notarse las palabras que este piadoso caballero escribió al padre Nicolás Zepeda con fecha 15 de junio. Yo (dice) me tengo por muy dichoso en haber sido el primero que vino a esta averiguación y a hacer guerra en desagravio del vilipendio con que trataron estos bárbaros a este santo religioso que tanto bien les había venido a hacer, y desacato al altar y santos colocados en él. Confío en Dios que antes que yo vuelva a poblado he de ver el castigo de éstos, y la misión ocupada por otro padre de la misma religión, y esa villa y su distrito muy aumentada por los méritos y sangre con que está regada de este protomártir de ella, etc. Juntos los dos campos, determinaron marchar en seguimiento del enemigo, conforme a la orden que tenían del gobernador. Los rebeldes ocupaban un sitio muy defendido por naturaleza. Era un peñol bastantemente alto, aislado de dos arroyos, cuyos altos bordes del lado del monte hacían difícil la subida. Enseñados por lo que habían visto obrar a los españoles en semejantes lances, habían añadido la industria a la naturaleza, impidiendo los pasos, y formando de trecho en trecho una especie de trincheras con grandes piedras y gruesos troncos, a que agregaron algunas cortaduras donde lo permitía el terreno.

[Vigorosa resistencia de los tarauma y éxito infeliz de la jornada] Quizá jamás, desde los tiempos de la conquista se había visto en los indios más regular y más vigorosa resistencia. Es verdad que les favoreció no poco la vanidad y la imprudencia del capitán que había venido del Parral. Estando ya en las cercanías de este puesto que convenía atacar, mudó repentinamente el orden de la marcha, dijo que a él le tocaba la vanguardia, y que el capitán Barrasa debía quedarse en la retaguardia a cuidar del bagaje mientras que él asaltaba el peñol. No duró largo tiempo la contienda. El capitán Barrasa, hombre de mucho seso y prudencia, condescendió con su vanidad, y se quedó con algunos pocos soldados al asiento y disposición de los reales en que debían alojarse. El capitán Fernández marchó con los demás al asalto; bien que fuese igual el valor, era muy desigual el número y la naturaleza del terreno. De nuestro campo apenas eran trescientos hombres entre españoles e indios aliados; los rebeldes eran cerca de dos mil, y colocados en lo alto apenas perdían flecha. Los nuestros habían   —372→   de luchar al mismo tiempo con la dificultad de la subida, habían de abrirse camino apartando las piedras, troncos y broza con que lo habían cerrado los enemigos, tenían que defenderse de las flechas y de las piedras y árboles que rodaban sobre ellos de lo superior del monte. En vencer estas dificultades inútilmente todo el día, el capitán Fernández, amenazando ya la noche y fatigada la gente, hubo de retirarse avergonzado a los reales, que lo mejor que pudo había fortificado el capitán Barrasa. La noche se pasó con bastante cuidado, y a la mañana después de haber dicho misa el padre Vigilio Maez, que acompañaba el campo, se juntó consejo. Se determinó que no se debía asaltar el peñol antes de enviar por socorro de más gente: que solo se debía procurar atraer a los enemigos al llano, no siendo posible sitiarlos por la poquedad de nuestros soldados. Efectivamente, se contuvieron los nuestros en su campo. Los enemigos, engreídos del suceso del día anterior, lo atribuyeron a temor, y bajaron a insultarlos. Lo mismo hicieron consecutivamente seis días sin considerable ventaja de una ni otra parte. En el sétimo, en un recodo que hacía uno de los ríos cubierto de espesa arboleda, dispusieron una emboscada de más de cien hombres, y no dejando sino los precisos en la altura, bajaron los demás con grande alarido hacia el real. Se trabó muy en breve la batalla. Los indios, con una fuga maliciosa se retiraban todos hacia aquella parte donde tenían apostada su gente. Esta traza les salió tan felizmente como pensaban. El capitán Fernández viéndolos huir precipitadamente y no sospechando que en gente tan inculta cupiese semejante astucia, los siguió con ardor acompañado de algunos españoles. Su temeridad estuvo para costarle muy caro. Empeñados ya en el bosque, vuelven los fugitivos la frente y comienzan a llover flechas de todas partes; al mismo tiempo se muestran a la espalda los que estaban de refresco, y los envuelven de todos lados. Un español cayó vivo en manos de los rebeldes. El capitán y los demás se vieron en gravísimo peligro, y a no haber enviado el capitán Barrasa algunos de a caballo que sostuviesen a los de a pie, hubieran quedado todos en el campo. Con el nuevo socorro, los enemigos ganaron las alturas y les dejaron tiempo para una quieta retirada. Al prisionero que habían llevado consigo, quitaron la vida poco después a vista de los demás españoles. Se supo al día siguiente que había llegado a los alzados un socorro de mil hombres. En el campo español, por el contrario, cada día era menos el número; el socorro pretendido no se podía esperar ni tan   —373→   numeroso ni tan breve, como se había menester. Las provisiones de guerra y de boca, comenzaban ya a faltarles, después de una resistencia no imaginada. No se pensó, pues, sino en retirarse a la villa; pero apenas podrían hacerlo sin pérdida, si lo sentían los enemigos. En este conflicto, quiso Dios que amaneciese un día llovioso y nublado que prometía una oscurísima noche. Desde la mitad de la tarde se comenzaron a disponer las cosas para la marcha con el mayor recato y silencio, porque no se diese indicio alguno de turbación a los enemigos. Se dio orden a los indios confederados que encendiesen las luminarias ordinarias y que permaneciesen en su canto acostumbrado hasta muy tarde de la noche. Luego que oscureció, comenzó a marchar la gente y el bagaje que al amanecer estaban fuera de todo riesgo en el valle de Papigochi. Los indios aliados, después de haber tenido engañados a los rebeldes con la candelada y con el canto; partieron también, y caminadas más de diez leguas, se habían ya a la mañana juntado con la tropa.

[Sigue la empresa el gobernador y castiga a los rebeldes] No pudo el gobernador don Diego Fajardo saber el éxito de esta jornada sin una grande indignación. Le dolía mucho que los enemigos se hubiesen quedado no solo sin castigo, pero aun vanagloriosos de una retirada que tenía tantas apariencias de fuga. Dispuesto con suma diligencia todo lo necesario, aunque ya estaban muy entradas las aguas, marchó a grandes jornadas hacia el peñol, en que aun permanecían los alzados. Él era el primero en el paso de los ríos y en la subida de los cerros con el fusil al hombro. Al primer asalto, los rebeldes, aunque por entonces no era muy grande el número, resistieron valerosamente sin que se les pudiese ganar trinchera alguna. No desmayó el gobernador, y a la mañana siguiente mandó acometer por dos partes para divertir las fuerzas del enemigo: Éste se defendía con valor, pero no con la misma fortuna que otras veces. Murieron en ambos ataques muchos de los suyos, y los más valerosos, entre ellos el que gobernaba a los demás y había sido el principal agresor en la muerte del misionero. De los nuestros se echaron menos tres de los más valerosos soldados, y algunos de los indios amigos. El gobernador recibió algunas heridas, aunque ninguna de flecha emponzoñada. Los rebeldes, privados de su capitán y favorecidos de la oscuridad de la noche, desampararon el puesto. A pesar de las grandes y continuas lluvias, se les siguió hasta Tomochic, cuyo río que no ofrecía vado alguno, detuvo al gobernador y le hizo tener algunas juntas. En ellas se le instó   —374→   siempre a que se retirase a curar a la villa. No condescendió sino con mucha dificultad a las vivas representaciones del padre José Pascual, superior de aquellas misiones, que lo acompañaba en esta expedición. En efecto, su natural ardiente y deseoso de la gloria de las armas no era muy a propósito para tratar con los indios y para reducirlos a los medios de paz, que era el principal intento, y que ausente él se consiguió con facilidad, como veremos adelante.

[Decimacuarta congregación provincial] Entre tanto, en México por orden del padre provincial Andrés de Rada, se había juntado la congregación provincial para el día 12 de junio, en que fue elegido secretario el padre Marcos de Irala, y el 14 nombrados procuradores los padres Baltazar López y Diego de Salazar. Fue ésta la decimacuarta congregación que se había celebrado en la provincia. En ella se leyó a los padres congregados una cédula de Su Majestad en que encargaba al padre provincial y a toda la provincia la especial asistencia a la persona del excelentísimo señor don Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alva de Liste, que acababa de llegar a estos reinos, y tomó posesión del virreinato en 3 del siguiente mes de julio. Favoreció Su Excelencia con muestras de particular estimación a la Compañía en todas las resultas del pasado litigio. A los tres días del mes de julio asistió a una secreta audiencia, en que mandó determinar la causa de los prebendados, presos o desterrados de Puebla. Se despachó el mismo día real provisión para que las justicias de dicha ciudad y obispado, auxiliasen al juez que enviase el señor arzobispo a la ejecución de su auto proveído en 6 del antecedente mes de junio, en que mandó fuesen libres de la cárcel y restituidos a sus prebendas con sus bienes y emolumentos, y declaró que no hacía fuerza dicho señor arzobispo, a quien como a metropolitano se había apelado de la causa en no conceder la apelación, que el promotor fiscal de dicho obispado de la Puebla había interpuesto para ante el señor obispo de Oaxaca. En consecuencia de esta real provisión, el señor arzobispo despachó por ejecutor de ella al licenciado don Juan de Racinas, clérigo presbítero, su mayordomo, y por notario a Melchor Suárez, secretario de provincia, y que lo había sido del ilustrísimo señor don Juan de Palafox en el tiempo de su visita.

[Aviso del cielo a un calumniador de la Compañía] No podemos, ya que hemos vuelto a tratar de este asunto, pasar en silencio un caso muy autorizado, y con que Dios quiso volver por el honor de la Compañía. Habían quedado muchos ánimos muy enajenados, y aun muy mal impresionados desde el pleito con el señor obispo de la Puebla. Entre éstos, el bachiller José López de Olivas, clérigo   —375→   subdiácono de la ciudad de México, no perdía ocasión de hablar contra la Compañía y sus religiosos, con una libertad que causaba escándalo. Quiso el cielo amonestarlo del modo que refiere él mismo por las palabras siguientes: «El Br. José López de Olivas etc.»29. Esta firma, por auto del señor provisor don Pedro Barrientos, proveído en el día 14 de octubre del mismo año de 50 ante Francisco Bermeo, notario receptor, se mandó reconocer bajo de la religión del juramento; y efectivamente, habiendo el (vicario) notario Pedro de Sa leído la dicha certificación de dicho bachiller José de Olivas en 16 del mismo mes, se ratificó con juramento en ser verdad cuanto en ella se contiene, y ser aquella su firma, como consta de instrumento original que se guarda en el archivo de provincia.

[Sudores de la imagen de la Concepción de Xalmolonga] Por éste mismo tiempo fueron celebrados y notorios los repetidos sudores de la estatua de la Concepción de nuestra Señora, que se veneraba en la capilla del Ingenio de Xalmolonga, perteneciente al colegio de San Pedro y San Pablo de México, en la jurisdicción de Malinalco. Este prodigio había comenzado desde el mes de diciembre del año antecedente en presencia del reverendísimo padre fray García Baca, vicario provincial del orden de la Merced, y del licenciado don Gerónimo de Soria y Mendoza, vecino de las minas de Temascaltepec, que lo atestiguaron con juramento ante el escribano Juan de Soria Villegas, que a más de eso dio fe y testimonio de otras tres ocasiones en que él mismo fue testigo ocular de la maravilla. [Año de 1650] Las dos últimas fueron en los días 31 de octubre y 1.º de noviembre del año que tratamos, y porque este testimonio hace relación de los otros dos, nos ha parecido ponerlo aquí solamente, y dice así: «Juan Soria de Villegas, escribano público por S. M. del pueblo, provincia y jurisdicción de Malinalco y Tenantzingo, certifico, doy fe y verdadero testimonio, a los que el presente vieren como hoy 1.º de noviembre de este presente año, estando asistiendo al padre Gaspar Varela, religioso coadjutor de la Compañía en una enfermedad de que está en cama en este Ingenio de Xalmolonga, perteneciente al colegio de San Pedro y San Pablo de México, que el dicho padre administra; hoy dicho día como a las cuatro de la tarde, yendo a barrer la iglesia un mozo español llamado Juan Bautista, que sirve en dicho Ingenio, halló sudando el rostro de la imagen de nuestra Señora, la misma de que de haber sudado en mi presencia   —376→   a 11 de diciembre de 1649 y ayer 31 de octubre de este presente año, tengo dado testimonio; y llamado hoy dicho día el dicho Juan Bautista a mí, el presente escribano, y a los testigos de suso, bajamos a dicha capilla, y vi que todo el rostro de la dicha imagen le estaba brotando sudor, y de la niña del ojo izquierdo le salía una gota gruesa como lágrima; e yo, el escribano, bajé la dicha imagen para limpiarle el sudor por no haber sacerdote que lo hiciera, y habiéndole limpiado, quedó con una hermosura que causaba al mismo tiempo gozo y respeto a todos los presentes. Y para que conste de tan raros milagros, como Dios obra en esta imagen, retrato de su verdadera y pura Madre, de oficio lo asiento por testimonio, que es fecho en este Ingenio de Xalmolonga, jurisdicción de Malinalco, hoy 1.º de noviembre de 1650 años, siendo testigos a lo ver dar, y a este milagro D. Juan de Hermosilla y Córdova, encomendero de Malinalco, D. Nicolás Aragonés, su hermano, D. Nicolás de Lescano, D. Nicolás de Santa María, Pedro Bautista, Lucas de Robles, Juan de Ugarte, Miguel Pérez, José Felipe Carbajal, Sebastián de Palacios, Juan Correa, y el dicho Juan Bautista, españoles, y otras personas, vecinos y estantes en el pueblo de Malinalco, e hago mi signo en testimonio de verdad.- Juan Soria de Villegas, escribano público».


 
 
FIN DEL LIBRO SÉPTIMO
 
 


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