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ArribaAbajo Policéfalo y señora23

Ramón Gómez de la Serna



JRSS OTLXNS

La curiosidad de aquel baile era que el salón iba a estar iluminado con potentes rayos X e infraverdes con los cuales se conseguiría el espectáculo más divertido del mundo, viendo a todos convertidos en esqueletos bailantes.

Estaba prohibido ir a aquel baile con objetos de metal, relojes, monedas, llaves, botones, lentejuelas metálicas o broches, pues haría muy feo ver las manchas flotantes de los intraspasables objetos metálicos.

Perfecto se había puesto su esmokin con cierta aprensión, pues la verdad es que iba a ser muerto vivo dentro de una hora.

«El salón estará rodeado de espejos para que los mismos esqueletizados se vean a sí mismos por dentro».

Perfecto tardó en depositar su gabán en el vestíbulo del Salón Persa, temeroso de entrar allí, como si un nuevo rubor desconocido, el rubor de sus huesos, le acudiese de pronto.

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Por fin se decidió a entrar como quien se lanza a un suicidio provisional, en que bajo su apariencia de suicida su vida se movería enloquecida en un baile más raudo que todos los bailes.

Al levantar la pesada cortina del salón le pareció que se presentaba a sus ojos un espectáculo de escenario de circo.

Pero cuando estuvo más dentro de la sala se miró en un espejo con esa sensación justa e incambiable de que se es el que está delante, porque hay un tacto especial para distinguir la propia imagen en los mares de mayor con fusión.

«¡Qué esqueleto más raro tengo! Dos o tres huesos parece que han ido a romperse una vez y ese brazo ha sido recompuesto sin duda, quizás antes de nacer yo, porque si no lo hubiera notado o me lo habrían dicho».

Le sorprendía no conocer nada a sus huesos y sobre todo lo que más le chocaba era tener aquella especie de asiento ancho y aludo, con dos agujeros como ojos de caretón, solemne hueso que era la base de su cuerpo y que tenía algo de careta macabróntica.

No se parecía a las danzas de la muerte aquella danza frenética, porque todos se sabían vivos y la sonrisa de las calaveras era verdaderamente alegre.

Resultaba que ante aquella apariencia de huesos en   —93→   medio de la farsa de la vida, nadie la reputaba como interior o verdadera, sino como una especie de disfraz que llevaban encima, creyendo asistir a un nuevo baile de trajes, más extravagante que todos los conocidos.

«Ese no soy yo» -acabó por decirse Perfecto, no queriendo seguir mirándose en los espejos.

Nadie sentía la responsabilidad. Eso era cosa de los órganos macizos y colgantes. Convertidos en perchas vacías de aquellas adherencias responsabilizadoras, la desaprensión era máxima y el escepticismo absoluto.

Se sentían tan sinvergüenzas que les parecía que lo habían empeñado todo para ir al baile, corazón, hígado, un par de riñones, un bisoñé que podría servir para otros en el teatro de la vida y otros mil pequeños objetos cariñosos y extraños.

Por la posición de los esqueletos se veía que algunos llevaban las mujeres subidas al cuello, como trofeos, a horcajadas de la nuca, observándolas del revés, paladeándolas con una porosidad occipital, reposando la desesperación de las cabezas en la entraña del vivir, en la almohada codiciada, en la tibieza infantil.

Bien sabía Perfecto que aquel desperezo supremo de la cabeza echada hacia atrás y encontrando el calor femenino era el único apretón que daba calma al anhelo soterrado en la cabeza con veleidades de reblandecimiento.

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Perfecto quiso atrapar una mujer y echando mano a un hombro desnudo que correspondía a un esqueleto pequeño, dijo:

-Mademoiselle...

-Monsieur... Monsieur... -contestó una voz varonil. Aquello le hizo replegarse en un rincón y dejar pasar a aquellos esqueletos que parecían irle a atropellar como ciclistas ciegos. Sólo la suerte podía hacer que se encontrase una mujer entre los esqueletos, pues todos parecían de un mismo sexo.

«Si contase las costillas -pensó Perfecto- quizás no volviera a cometer una pifia como la que acabo de hacer... Si una costilla menos es hombre, una costilla más será mujer, con seguridad».

Intentó contar las costillas pero era tan rauda la movilidad de aquellos cestillos desmimbrados, que no pudo contar las clavijas de ninguno.

Dos o tres veces más se equivocó en la captura al azar de los esqueletos, pero por fin le contestó una dulcísima voz de mujer desde dentro del último.

Perfecto quiso subírsela sobre el cuello como ciñéndose la más dulce coyunda, pero encontró que era demasiado   —95→   pesada. ¡Quién lo hubiera dicho, ante su pequeño esqueleto! ¡Había pillado una jamona!

Entonces optó por bailar con ella el baile paradójico en que sintiéndose mullida la pareja para el que la abrazaba, el espectador sólo contemplaba los huesos que rebullían y se juntaban.

-De las caderas nos va a salir una chispa -dijo ella removida en la contorsión del «charleston».

La pesadilla era terrible, pero de una novedad inolvidable. Iban llegando a una comprensión del cuerpo huma no a la que no se habían asomado nunca.

-Parecen monos de hueso, dijo la desconocida.

-Parecemos, parecemos -dijo con sorna Perfecto, que ya había combatido en él varias veces la idea de escaparse a la comparación, como queriendo creerse fuera del espectáculo.

Sólo se pensaba que llevaban algo sobre sí aquellos esqueletos cuando no tenían toda la ligereza que hubieran tenido de no tener nada encima.

-Mira aquel esqueleto de un majadero... ¡Pues no lleva una condecoración al pecho!

-Graciosa presunción... Será algún diplomático.

-¿Quién se fía de gente así, que lleva dentro esqueleto? Las compañías de seguros debían quebrar esta noche.

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-Lo que más me encanta es que tengamos esa cinturita.

-Hoy todos han hecho el régimen ideal de adelgazamiento.

Les atravesaban escalofríos raros, pues aunque jugaban y hacían corros y se ponían en cuclillas y saltaban como futbolistas que cogiesen en el aire el balón, todo aquello había resultado lo que menos se esperaba que resultase: macabro, verdaderamente macabro. Era una de esas bromas de las que no se sale nunca. De pronto Perfecto soltó a su pareja, que un momento se quedó con los brazos en cruz como queriendo hacer nuevo contacto con él, desolada de quedarse sola. «Es hermoso -pensó- poder huir de la mujer que nos resulta pesada y que no nos podrá reconocer nunca».

Perfecto se había soltado porque había visto un esqueleto esbeltísimo, pimpante, entregado a la pirueta de un baile ruso, quizás a la danza del verdadero «espectro de la rosa...»

Huía aquel esqueleto como escabulléndose de las manos que lo perseguían, pero Perfecto estaba tan dispuesto a atraparlo, que sentía en sus huesos como un verdadero cepo.

Su única inquietud es que después resultase un caballero.   —97→   Pero no debía serlo porque hacia un juego de la cabeza sobre el cuello que sólo podía ser femenino.

Por fin le echó mano.

-¡Ay! ¡Ay! -chilló una voz de mujer que respingo muy asustada como sólo siendo muy hermosa se grita y se salta.

Perfecto encontró muy agradable el ligero traje de seda que llevaba sobre carnes resbaladizas, y en eso encontró que era la mujer honesta, con honestidad inútil, porque todos los asistentes al baile habían sido traspasados y desvelados hasta lo más íntimo.

Tiene usted el esqueleto más bello que he conocido... Hoy comprendo que puede haber hasta Venus de la belleza de los huesos.

-Pues a mí me gusta más su voz que su esqueleto... Tiene usted uno de los esqueletos de tienda de ortopedia que son los más desgalichados.

-Pero por lo menos es un esqueleto con gracia, -repuso Perfecto y comenzó a mover como un miembro muerto un brazo, resultando como un muñeco de prestidigitador.

Perfecto, en el baile descoyuntado a que estaban lanzados, la iba reconociendo sobre los huesos.

Ella decía.

-Espere quieto. Lo importante son los huesos... Lo   —98→   otro es como si no existiese... Apure usted la nueva voluptuosidad y no se ocupe de la antigua.

El conjunto del espectáculo parecía un dibujo trazado en la oscura pared con un lápiz fosfórico.

En los momentos lentos del baile era cuando más dramática resultaba la escena y todos los esqueletos tenían aire sigiloso de ir a sorprender a sus carnes infieles.

Los músicos eran incansables y repetían pieza tras pieza. Parecían obsesionados por el espectáculo, ansiosos de que no se parasen las parejas, como si entonces, en el desconcierto del pararse, pudieran irse todos a la quietud del osario.

El hongo de las calaveras, su propio occipucio que tomaba aire de bombín, resultaba más gracioso cuando la cabeza tenía movimientos de martillo.

Por fin sonaron los timbrazos del final, pues podían resultar todos con quemaduras si era excesiva la duración de los rayos X e infraverdes.

Sobresaltada la mujer del bello y finísimo esqueleto le dio un fuerte encontronazo y se le escapó, perdiéndose entre los esqueletos que se confundían.

Perfecto, como sabueso que cree poder reconocer un hueso que sólo una vez tuvo cerca, comenzó a correr tras la posible estela, empujando a los esqueletos que encontraba a su paso, sorprendido de que no cayesen como un   —99→   varillaje fracasado y que estuviesen envueltos en tan sólidas bases contra el empujón.

Aquella mujer había vengado a la otra. Hasta entre esqueletos femeninos se daba esa compensación de venganzas que tanto sucede en la vida y la del bello esqueleto se había escapado, vengando a la que fue abandonada sin aviso.

Las luces se fueron encendiendo poco a poco y los rayos X y los infraverdes se fueron disipando.

Todos se miraron como después de una resurrección.

A todos les había quedado una greña sobre la sien, y la continuación de los ojos se enconaba en una larga guía azul, como la que quedaba en los ojos de los egipcios. ¿Quizá porque se habían fijado mucho en la muerte?

Ya para siempre habían quedado confundidos y ahora al mirarse unos a otros no acababan de creer en lo que veían, porque no sabían acoplar la idea de los esqueletos vistos a sus verdaderos o posibles dueños.

«¿Es posible -se decía Perfecto mirando a la dama de los hombros bellísimos, que sea ella la propietaria de aquel esqueleto único?

Todos se restregaban los ojos y a manos llenas se despejaban de pelambres imaginarias.

Ansiosamente los danzantes revestidos pedían bebidas fuertes, como queriendo calentar la impresión fría que   —100→   habían sufrido y sonreían con una sonrisa inédita a las piernas orgullosas que mostraban sus carrillitos temblantes.

Comenzó la música a tocar una locura para ver de hacerles reaccionar, pero nadie se levantaba a bailar.

El dueño se dirigió entonces a los bailarines contratados y les exigió que salieran al ruedo.

Los dos se abrazaron con abnegación de bañeros que dan ejemplo en un mar muy frío y salieron en medio sufriendo la impresión de que eran en aquel momento ridículos esqueletos que danzaban, cuando los demás ya habían dejado de serlo.

Ella se sentía más flaca por sus malas digestiones y él desgarbado y como en pleno fracaso.

¿Pero es que no sabían ya todos que el ser humano descansa sobre un esqueleto?

Sí, todo se sabe y todo está como olvidado y embotado en el saberlo. Todos sabían eso, pero al verlo realizado su impresión había sido desbaratadora.

Había el sentimiento de haber faltado a una honestidad íntima, con falta más grave que la que cometían presentándose ahora desnudas, como Dafnes arraigadas en las mesas.

Todos se iban a arruinar pidiendo una copa de champagne   —101→   para convidar a mujeres que les tenían medio desengañados por tener todas esqueletos de varón.

Perfecto estaba nervioso por haber tenido que elegir cualquier pareja, como desengañado de todas las mujeres que no tendrían aquel esqueleto divino, la Venus de Milo de los esqueletos, ya imposible encontrar.

No oía, no hablaba, bebía champagne. Acabó con los ojos vidriados, manchados por el corrido tinte de lo que en él había de portugués angolense.

Fue de los borrachos que se llevaron los taxis de la basura, los taxis de las ocho de la mañana.




LSLSLSLS

La fábrica de girls era como un inmenso palomar, con hornacinas en que rebullían blancas mujeres, hechas carne como no bien recocida por la vida, carnes inacabadas como todo lo hecho «grosso modo» y muy al por mayor.

Perfecto se dio cuenta de que aquel debía ser el mejor negocio del mundo, mucho mejor que las vacas de mil kilos de su país.

«Tú, haz que eres un comprador, porque si no el dueño   —102→   no me perdonaría nunca el haberte traído» -le había dicho Gina antes de entrar.

El director de aquel maravilloso establecimiento lleno de ventanas de las que descendían escaleras, era un caballero con chaquet de gran peluquero.

-Vea... Llega en la hora de ponerse las medias -dijo señalando a las ventanas por las que salían piernas aviónicas en el momento de calzarse las medias y estirarlas, como si cazasen con mariposero las mariposales piernas.

-Sólo las girls son capaces de ponerse así las medias, todas al mismo tiempo con esa disciplina de gestos -dijo Perfecto.

-Yo digo -dijo el director sonriendo- que son como cocheros de sus piernas cuando se ponen las medias.

-Además -dijo la girl ya lanzada, que iba con Perfecto- al ponernos las medias nos desperezamos para todo el día.

-¿Cuántas girls habrá usted lanzado al mundo?

-Lo menos cuatro millones.

Las hornacinadas comenzaron a salir de sus ventanas de arco apuntado y como en ejercicio mañanero de bomberos comenzaron a bajar corriendo sus escalas.

-¿Y qué es lo primero que hacen?

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-Desayunan y salen con sus grandes aros de tubo dorado a jugar por los jardines.

Todas saludaron cogiéndose por la cintura para que pareciese su saludo el de un ciempiés multiplicado.

-Pero, ¿emplea usted la goma en su confección?

-No, señor; aquí se las fabrica de carne blanca.

-Las hacen ustedes demasiado blancas... Ya había yo notado en eso que eran producto de fabricación al por mayor.

-¡Ah, si hubiésemos podido encontrar el secreto de la carne cruda y sonrosada hubiéramos tenido que hacer diez millones más! Ahora, pase usted a los salones complementarios.

Iban detrás de las girls que les mostraban sus espaldas de esclavas desangradas. Colegialas perdidas en todos los internados.

En el comedor sonreían todas a la par y se sentaron levantando sus falditas sobre los taburetes de piano que eran sus alegres asientos.

Grandes letreros y mapas colgados de las paredes eran el apoyo de su cultura.

-No aprenden más que lo que buenamente coligen leyendo mientras comen... Su frescura y ligereza de girls hemos notado que se aja con la mucha cultura.

En la sonrisa con que metían el pico en los tazones se   —104→   veía que todas eran un poco chatas y con la nariz respingona.

-¿Así que todas las girls que vemos por el mundo salen de aquí?

-No, señor, no... El ochenta por ciento sólo... Pues el mayor éxito de una troupe de girls es que se mezclen que hayan salido con tipo de girls.

La compañera de Perfecto se puso a hablar con las girls que se bebían los tazones blancos.

-Le diré a usted en secreto -dijo el director a Perfecto- que por eso de que son hijas de fabricación no tienen senos muchas veces y desde luego sus corazones son chicos como los de las barajas francesas... Cómprenos usted la que quiera, pero no se le ocurra enamorarse nunca de ninguna.

-¿Y por qué brillan tanto sus ojos, con más expresión de malicia que los de las mujeres actuales?

-Porque en sus ojos empleamos el cristal.

Las girls habían acabado su desayuno y comenzaron a hacer gestos de gracia antes de salir al jardín haciendo ángulos altos y rectos con sus piernas, mientras que con las manos hacían esos gestos de desempañar espejos, a que son tan aficionadas, como quitándose la niebla de delante, como desentelando su destino de las telas de arañas del pesimismo o de la preocupación.

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En un periquete salieron corriendo, dejando detrás de ellas pedazos de niña a la que se ha dado alegres azotes, recogiendo todas en el vestíbulo que daba al jardín sus aros enormes, que eran como meridianos de su belleza, ágiles círculos de sus bailes, ondas de su gracia.

Perfecto estaba sorprendido de aquel nidal de agilidades que poemizaba la mañana en el jardín de una experimentación perfecta.

-Hasta se les pone la vacuna antituberculosa... Para lo único que no encontramos defensa es contra el cáncer... Si no fuera por el cáncer todas vivirían cien años.

-¡Ahora me explico que no se disgreguen nunca y sean los coros que más resisten juntos! Si fuesen mujeres corrientes aguantarían muy poco reunidas.

En aquel momento bajaba por la escalinata la cascada de aguas luminosas que simulaban las girls lanzadas escalones abajo.

-El principal ejercicio es ese -dijo el director-, subir y bajar escaleras, enfocando el mundo con sus rodillas... Mas que estudios de salón, estudios en escaleras... Bajarán y subirán esa escalinata con aire de circo lo menos sesenta o cien veces al día.

-Yo me llevaría una de prueba -dijo Perfecto- y si me resulta pediré hasta media docena.

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-Quedará encantado... Refrescan la vida... No quieren sacar partido de su facilidad.

-¿Pero son perversas?

-Lo son de nacimiento... Obtenidas en incubadoras que no conceden la racionalidad precisa son, por naturaleza, perversas... La única que no es perversa es la mujer obtenida en trámite de amor leal... Sólo ante una aproximación como ésta se puede calcular lo que vale la naturaleza humana... Ya ve que no quiero engañarle.

-Pues primero tenga mi tarjeta y prepare con el Banco del Río de la Plata la operación de crédito -dijo apresurado Perfecto, que sentía el deseo de salir de allí donde estaba como mosca caída en una masa blanca y sensual, muy apetitosa pero de la que era terrible no poder escapar.

Llamó a su irlandesa, y la pobre girl que estaba como devuelta a su niñez acudió presurosa a su llamada, pero con un gesto de contrariedad dolorosa.

Tomaron el primer taxi que pasaba camino de una terraza de café, ansiosos de sorberse la bebida amarga de las reconfortaciones, después de haber descubierto aquella falsificación de la vida.