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ArribaAbajo Un poema vivo

Celestino Gorostiza


No sé si al dar a su libro el título de Línea32 Gilberto Owen pensó, además de la imagen gráfica, en cierto sentido ideológico de la palabra. Porque este libro de poemas tan puramente poéticos es eso apenas: una línea, un renglón rezumado de la poesía total de Owen.

De nadie, como de él, llegó a apoderarse tan completamente la poesía hasta convertirlo, más que en poeta, en un verdadero poema vivo. Esta forma, la más bella de los vicios... dice en su Poética. Siente la intoxicación de la droga que lo ha ido penetrando, que se ha adueñado de las más recónditas aristas de su sensibilidad inventándole un mundo artificial que se mueve para él y dentro del cual él se mueve sin ningún contacto con la realidad llamada humana, pero que es cuando mucho cotidiana.

Lo falso, lo irreal para Owen es precisamente esa realidad, aunque por instante la finja, como en el momento en que posó para la ilustración de su libro. Posó con su máscara de bachiller austero, como después de inventar su geometría tan bella como inverosímil se posa la golondrina dejando ver una realidad apenas digna de ser bordada en un biombo del siglo diecinueve. Porque la irrealidad, o la verdadera realidad de Owen, empieza en la figura que se ha ido amoldando a su mundo, a su poesía. No existe el poeta -el poema- sin esa pierna dieciocho veces enroscada a la otra, sin esos brazos siempre en ademán de vuelo, menos cuando las manos han de cubrir, con actitud decididamente pierrotesca, uno de sus frecuentes pudores que se resuelven en risa con apariencia de llanto entrecortado.

Esa ambigüedad, ese choque de emociones, sentimientos y actitudes encontradas no es raro en Gilberto Owen; por lo contrario, es uno de los aspectos característicos de su personalidad. Niño precoz -niño viejo-, bibliotecario, en la adolescencia, de la biblioteca de su Estado, inicia al entrar en la juventud un despojo de la pesada sabiduría que lo avejentaba, una escapatoria de la erudita adustez provinciana; y a medida que las envolturas van cayendo empieza a surgir   —174→   nuevamente el niño, pero ya sazonado ahora en una madura infantilidad: Desde entonces era ya demasiado joven para no asombrarme de nada.

Dotado de la virginidad infantil y estimulado por el tóxico poético empieza a descubrir, más que un sentido oculto, uno nuevo en todas las cosas, a crear su mundo particular del que no ha de salir más. Aquí toda sensación de tiempo se pierde lo mismo que la de espacio y la de todo orden establecido. La geografía, la ciencia, las artes, los personajes históricos y contemporáneos y hasta los lugares comunes de forma y de fondo se dan cita en él en un inmenso tiempo único donde sólo son materia poética limpia de cualquier otro significado. Porque Owen no trabaja, como casi todos los poetas, con material determinado ni encuentra obstáculos en ninguna clase de tabúes. Cuando toca, como si lo hiciera con una varita de virtud, se apresta a entrar en juego, a representar el papel que él le asigna sin recurrir, salvo en raros casos, a las metáforas. Barba Azul, la Osa Mayor, Proust, son lo que son, pero jugando distinto juego, al igual que el saxofón y el arpa. Esta, por ejemplo, no llega a dejar oír sus trinos porque nada más alargamos hacia ella dedos de miradas. A las mujeres, a veces, el viento las convierte en Victorias de Samotracia y en otras, ellas mismas prenden banderillas de lujo al camino. Y cuando todas las que tiene a su disposición llegan a hastiarlo, se inventa una flamante miss Hannah sacada de un disco de música negra, que tiene sobre las demás la ventaja de ser capicúa, forma de gran prestigio en la magia que Owen practica regida por el código caleidoscópico de la borraja, según el cual los milagros están prohibidos no obstante que impera la injusticia de la divinidad. Las cosas que suceden en el mundo de Owen no son justas, pero son divinas. Esto lo recuerdan él mismo o alguno de sus compañeros, Esopo quizá o tal vez Herr Hanz Horbigers cuando algo o alguien quiere hacer por su cuenta milagros inconvenientes. Por ejemplo, cuando un hombre gordo a quien mal llamamos Chesterton exige que Owen sepa escribir con unos signos nombrados taquigrafía, ya cuando algún ángel malo quiere hacerle creer que el traje que lleva puesto lo debe pagar a la «High-Life», o bien cuando él pide a Nuestra Señora de la Aviación que lo sople hacia arriba. Ella, el hombre gordo y el ángel malo acabarán siempre en concierto con el poeta.

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Como miss Hannah, todas las mujeres de sus sueños, o de sus realidades, tienen atributos especiales y nunca les habla si no es en su propio idioma, ese idioma del eco de las voces que no suenan. Sucede que ellas, naturalmente, no encuentran un sentido lógico en lo que se les dice pero, sin saberlo, se dejan aprisionar por el encanto poético y gustosas se prestan al juego. Otro tanto, por lo demás, sucede a los hombres, aun a los más adustos, entre quienes Gilberto se ha inventado su familia, sus amigos y sus oyentes. Ya dije al principio que Owen es un poema vivo que se realiza en todos los instantes ante cualquier auditorio o sin él y que por eso su libro es cuando mucho una selección de los fragmentos más felices de la poesía total que es su vida misma; pero no es eso lo raro, sino que tal fenómeno se realice ahora y en México, donde el arte se ha convertido en una práctica de catacumbas y donde la palabra «poeta» ha llegado a ser un simple mote. Antes de que Owen publicara ningún libro, ya su fama se había extendido; sus «excentricidades», no sólo se toleraban, sino que eran autorizadas y buscadas aún por aquellos que siguen protestando no entenderlas y por los que, no entendiéndolas ni sintiéndolas, aseguran que las comprenden y tratan de reducirlas a un orden lógico ordinario. Después de editar una Novela como nube y un libro de poemas, la situación sigue siendo la misma porque la realidad de la novela, que es la edición, la guardo yo en espera de que Owen se acuerde de ella, mientras que para él la única realidad fue la nube, una nube inaprehensible y pasajera. Los poemas que lanzó a la publicidad dejando los originales aparentemente olvidados en un automóvil de alquiler se imprimen gracias a la recolección hecha de los que conservaban sus amigos, y hasta hoy no se reciben en México, un año después de la edición, sino tres o cuatro ejemplares. Y sin embargo, para todos aquellos que tuvieron algún contacto con el poema Owen, persiste, a pesar de sus tres años de ausencia, todo el enjambre poético por él urdido. Apenas sabemos que Owen está en Lima, que antes estuvo en Detroit; pero seguimos encontrándonos con personas que formaron parte de su familia imaginaria, marcadas, tal vez a su pesar, por la huella del encanto con que él las señaló, seguimos visitando lugares en los que todavía no ha sido posible destruir el hechizo, nos salen al paso imágenes y palabras a las que él dio un   —176→   sentido especial, y llegamos a creer que desde su escritorio burocrático de Perú sigue Gilberto Owen en tratos con todos sus personajes misteriosos, inclusive con uno que nunca se atrevió a nombrar, así como evitó la palabra amor en uno de sus poemas lleno de lo mismo.

México, 1931