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Los episodios de la invasión Week-end en Guatemala


La historia de Guatemala entra en un momento particularmente crítico hacia la mitad de 1954, poco después de haber publicado Asturias El Papa Verde. La reforma agraria, iniciada en mayo de 1952 -una tímida reforma para las exigencias del país, según la generalidad de los estudiosos que de ella se han ocupado232-, había tocado, como ya he dicho, los intereses de la United Fruit Co., los de las otras empresas extranjeras y los de los latifundistas locales. Aunque la reforma se había limitado a expropiar las tierras no cultivadas, la oposición de estos grupos, que se coalizaron contra el gobierno Árbenz, fue muy fuerte. Inmediatamente se lanzó contra el presidente y su gobierno la acusación de ser comunistas.

Era el período de la «guerra fría» y aunque el comunismo de Árbenz y su gobierno no fuera algo probado233, la ocasión se presentó propicia para que hubiera una decidida reacción. George Pendle pone justamente de relieve el hecho de que el presidente guatemalteco y su gobierno, debido a la virulencia cada día creciente   —92→   de la oposición, se encontraron en la necesidad de apoyarse progresivamente en la que él llama «a small but well-organized and hardworking band of communists», y que además no habían tenido en cuenta suficiente la fuerza de las sociedades extranjeras, apoyadas por los Estados Unidos234.

Para tener una idea de los intereses que la política de Árbenz perjudicaba, más allá de la reforma agraria, baste pensar que pretendía obligar a la compañía monopolizadora de los ferrocarriles de Guatemala a pagarle al estado el impuesto de «beneficio» sobre los billetes ferroviarios, que nunca había sido pagado. El monto ascendía en 1953 a 12 millones de dólares235, suma notable, y el capital norteamericano debió ejercer fuertes presiones sobre el gobierno de los Estados Unidos para que interviniese en la política del país centroamericano.

Por otra parte, que el Departamento de Estado, dirigido entonces por John Foster Dulles, hubiese decidido pasar a la acción, resultó claro a quienes se interesaban por la política latinoamericana a fines de diciembre de 1953, cuando fue improvisamente nombrado embajador en Guatemala John Peurifoy, un «diplomático de choque»236, que ya había tenido una importante participación, en 1947, en el éxito final de la guerra civil en Grecia. Aún no está claro si el Departamento de Estado se decidió a intervenir para apoyar los intereses patrocinados por el mismo Foster Dulles237, o si realmente le alarmaron las perspectivas de la creación en Guatemala de un foco comunista permanente. Probablemente las dos cosas, como se ha visto años más tarde, tras la victoria sandinista en Nicaragua y durante la guerra civil en El Salvador.

Lo cierto es que, pasando por Honduras y Nicaragua, los Estados Unidos proporcionaron al coronel Carlos Castillo Armas en el exilio, los medios necesarios para la invasión: armas, aviones DC 3 y Thunderbolt, debidamente camuflados,   —93→   y los pilotos que debían bombardear los objetivos guatemaltecos238. Posteriormente, la administración Kennedy, inaugurando una nueva política hacia Latinoamérica, admitió el plan Dulles de intervención.

La invasión de Guatemala se inició el 17 de junio de 1954 y después de algunos combates y bombardeos aéreos, estragos y saqueos, la tarde del 27 Árbenz se vio obligado a capitular, cuando todavía las tropas mercenarias de Castillo Armas se encontraban a algunos centenares de kilómetros de la capital239. No cabe duda de que la victoria del coronel rebelde se debió, más que a sus tropas, al efecto psicológico de los bombardeos aéreos y, sobre todo, a la defección de los altos mandos del ejército. Abandonado pronto por todos, el presidente cedió, desalentado, a las presiones de los militares240.

A distancia de tiempo, parece claro que la caída de Árbenz fue determinada por amigos y enemigos, sus opositores en buena o en mala fe, esto es, aquellos que encontraban demasiado tímidas sus reformas y los que las encontraban demasiado peligrosas y revolucionarias, sin olvidar la oposición de la iglesia local. Recuerda Coccioli que el 10 de abril de 1954, el arzobispo de Ciudad de Guatemala había invitado al pueblo a sublevarse contra el gobierno241, cosa que no representaba una novedad en las repúblicas latinoamericanas.

La victoria de Castillo Armas dio inicio a una época de cuartelazos en la vida política del país, con el retorno a una serie de regímenes dictatoriales242. Los   —94→   únicos que obtuvieron ventajas de la situación, y que todavía gozan de ella, fueron los que se habían unido contra Árbenz, en primer lugar las empresas estadounidenses243. En cuanto al gobierno de los Estados Unidos, la intervención en Guatemala representó un momento bastante crítico de sus relaciones con el resto de los estados latinoamericanos. La oleada de indignación que se manifestó en toda América significó el acentuarse de una adversión ya fuerte por los métodos de la política estadounidense, que ni siquiera la sucesiva política de Kennedy, más respetuosa formalmente de las soberanías nacionales, ni su plan de la «Alianza para el Progreso» han podido eliminar.

Del sentimiento general entonces suscitado, se hicieron intérpretes numerosos escritores e intelectuales. Entre los guatemaltecos tienen todavía vigencia los libros de Luis Cardoza y Aragón dedicados a la situación de su país: La revolución guatemalteca y Guatemala, las líneas de su mano, evocación apasionada, este último libro, de una historia y de una cultura. «Guatemala, apuñalada en junio de 1954»244: para él el país centroamericano se transforma en el símbolo de la libertad brutalmente conculcada, una libertad política perdida que implicaba también la pérdida de la libertad económica. Por eso Cardoza y Aragón apelaba a la parte más sana del pueblo estadounidense:

¡Si el pueblo, el verdadero pueblo de los Estados Unidos, supiera algo de la miseria, las condiciones de vida, el atraso y la espantosa discriminación económica en que viven más de las dos terceras partes de la población latinoamericana!245



Una voz de resonancia mundial, Pablo Neruda, cantará al pequeño país, que en la hora oscura se convertía en «el honor, el orgullo, / la dignidad de América»246.

Frente al drama de su patria, Miguel Ángel Asturias reaccionó exaltando el momento trágico y heroico de su gente en un libro apasionado, Week-end en Guatemala. Se trata de ocho «relatos de la invasión», como él mismo los definió247, no de una novela, conectados los unos a los otros por un motivo central, la invasión precisamente. El nuevo libro interrumpe improvisamente, con la denuncia   —95→   de una realidad brutal, la trilogía bananera, antes de su conclusión con Los ojos de los enterrados.

El empeoramiento de la situación en su país sorprende a Asturias en París, donde en 1952 había sido nombrado ministro consejero de la embajada de Guatemala y en octubre de 1953 Árbenz lo envía como embajador a la república de El Salvador para evitar que el estado limítrofe entre en el conflicto que ya se anunciaba. La misión fue coronada por el éxito y Castillo Armas, una vez en el poder, se vengó del escritor quitándole la ciudadanía guatemalteca248.

Caído Árbenz, Asturias renuncia a su cargo, en señal de protesta, y se va al exilio. Cierto tiempo lo pasa en Chile, huésped de Neruda, donde inicia la redacción de Week-end en Guatemala, que luego continúa en Buenos Aires, donde se editó en 1956249. En la misma ciudad había publicado en 1951 los Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de Horacio, en 1954 el segundo tomo de la trilogía, El Papa Verde, en 1955 el volumen que reunía su Teatro (Chantaje, Dique seco, Soluna), al que seguirá en 1957 La Audiencia de los Confines.

Week-end en Guatemala es un libro ardiente de pasión civil, donde el compromiso del escritor se manifiesta en su espontaneidad generosa, con una violencia verbal plenamente justificada contra la política de los Estados Unidos y su expresión latinoamericana, el «coronel-gobierno». Quien lee por primera vez este libro y no está al tanto de los acontecimientos políticos del país centroamericano, puede tener la impresión de que el novelista carga demasiado las tintas, cayendo en un tono demasiado propagandístico, insistiendo en truculencias exageradas. La realidad histórica, sin embargo, no tanto la de los acontecimientos bélicos propiamente dichos como la de las fechorías de las tropas invasoras, fácilmente imaginables, hace creíble todo lo que este libro denuncia.

Asturias no ha tratado con frecuencia de Week-end en Guatemala, pero ha dejado constancia en sus conversaciones con Luis López Álvarez de que el libro respondía a un proyecto colectivo de denuncia: «Partió de la idea que tuvimos todos los que participamos en el equipo de Árbenz de escribir cada uno un libro para dar a conocer al mundo lo sucedido en nuestro país»250. La intención programática no sofoca al artista; partiendo de una realidad tan apremiante, el libro no se transforma en un documento árido, sino que todo deviene arte y si de cuando   —96→   en cuando se notan desequilibrios, los justifica y ennoblece siempre una legítima pasión.

No muchos críticos han tratado de Week-end en Guatemala. Quien consideró el nuevo libro de Asturias con atención fue, en su tiempo, Seymour Menton, el cual le reprochó a su autor la falta de unidad, la imposibilidad de poderlo definir como novela, la ausencia de protagonistas que intervinieran en más de un episodio251, el abuso de recursos estilísticos, que a veces parecen degenerar252. La conclusión era que Week-end en Guatemala se presentaba como la más débil de todas las novelas de Asturias, el cual, a pesar de ser un estilista muy fino, la había escrito «muy a la ligera, porque le correspondió reaccionar frente a un suceso particular»253.

El juicio del crítico norteamericano se funda en un presupuesto equivocado, esto es que Asturias tuviese la intención, en Week-end en Guatemala, de escribir una novela, cuando él mismo define el libro una colección de narraciones sobre el tema de la invasión. Por otra parte el texto no lleva la indicación de «novela», sino sólo un epígrafe en el frontispicio que sirve para introducir al lector en el clima más íntimo de estas páginas:

¿No ve las cosas que pasan?...

¡Mejor llamarlas novelas!...



En el evidente juego de palabras se transparenta la opinión que Asturias se había hecho de los sucesos trágicos ocurridos en su país, que a primera vista más tenían de novela que de verdad. En tal sentido él quería justificar, desde el principio, lo que el lector encontraría casi increíble en sus narraciones.

Los ocho episodios, de diversa extensión, que componen Week-end en Guatemala -el que da título al libro, «¡Americanos todos!», «Ocelotle 33», «La Galla», «El Bueyón», «Cadáveres para la publicidad», «Los agrarios», «Torotumbo»-, introducen vigorosamente en el drama guatemalteco, animados como están por la inmediatez y la fuerza expresiva que les comunica la pasión. El libro está dedicado sentimentalmente a Blanca, su esposa254, y a su patria, al sacrificio de su gente, a los estudiantes, los campesinos, los trabajadores, a todo el pueblo en lucha. Ya en esta dedicatoria -la primera- se percibe claramente que el escritor considera el momento político infeliz un accidente transitorio, aunque doloroso, de la lucha de su pueblo por la libertad y la justicia.

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Los distintos episodios presentan situaciones alternas de esta lucha. Algunos se refieren al tiempo de la reforma agraria, como «La Galla» y «Los agrarios», para desarrollar después el tema de la invasión; otros inciden en el momento preparatorio de esa invasión, como el episodio que presta el título a todo el libro y el mismo de «Los agrarios»; otros, en cambio, entran de lleno en el drama de la invasión mercenaria y documentan sus trágicas consecuencias, como «Ocelotle 33», «¡Americanos todos!», «El Bueyón», «Cadáveres para la publicidad» y, nuevamente «Los agrarios» y «La Galla». El último episodio, «Torotumbo», no presenta referencias cronológicas concretas, sino más bien tiene la función de símbolo de la situación guatemalteca en general, y concluye el libro con un mensaje de esperanza.

El entrecruzarse de tantas situaciones temporales contribuye a dar a la realidad que Asturias prospecta, elaborándola a través de la fantasía, ese distanciamiento necesario que la aleja del frío documento. Debido al continuo mezclarse de planos temporales, Week-end en Guatemala alcanza una fuerte unidad: cada episodio, cada página, vive en función de una única construcción que intenta fijar a través del arte un momento doloroso e inolvidable de la historia patria, aliciente para que no se apague la lucha.

Distinta es la opinión de otros críticos, entre ellos Harss, que define el libro «escrito con dolor y ultraje, prácticamente en el ardor de la batalla y lo encuentra de «poco relieve» como obra de ficción, justificando esto por el hecho de que «en ese momento de catástrofe nacional los acontecimientos le dejaban al autor escasa distancia y perspectiva»255. Opinión parecida expresa Panebianco, quien echa la culpa a la «affievolita capacità creativa» del escritor y a la debilidad del proyecto ideológico y político de la burguesía guatemalteca iluminada a la que pertenecía Asturias256.

Naturalmente no todo está igualmente logrado en este libro, aunque en su conjunto es, sin duda, una de las obras más interesantes de Asturias, sea por lo que significa a nivel humano, sea por la pericia de la narración, la originalidad de la expresión, que en estas páginas se manifiesta en una nota intensamente afectiva, tratando de la desventura de su país y de su gente. El habla guatemalteca parece oponerse programáticamente a la bastardización del idioma y, en el contraste con los numerosos anglicismos, marcar los confines de un mundo de distinta espiritualidad, frente al maléfico mundo norteamericano, al cual se oponen las fuerza incontaminadas de la tierra guatemalteca.

Creador excepcional de metáforas, maestro en el manejo de las imágenes, habilísimo en el uso de una paleta rica en los más variados colores, Miguel Ángel Asturias alterna, en las páginas de Week-end en Guatemala, claroscuros intensos, en los que se insinúan relámpagos imprevistos de luz, o colores diamantinos y acentuadas sombras. A veces, es cierto, el escritor abusa de sus excepcionales facultades   —98→   lingüísticas y se excede en comparaciones, en juegos de palabras, en la repetición, en el recurso a lo grotesco, pero se trata de momentos pasajeros, mínimos en sí, en la economía del libro, pronto rescatados por otras cualidades positivas, expresión del mejor Asturias. Entre ellas podemos destacar la interpretación del paisaje, las alusiones a la antigua cosmogonía, la controlada ternura.

La primera narración, «Week-end en Guatemala», por ejemplo, presenta, no cabe duda, ciertos defectos de estructura en su parte final, pierde interés en la conclusión, donde Átala Menocal, estudiante universitaria, narra cómo ha logrado despojar de su cargamento de armas, a lo largo de la carretera, al camión del sargento norteamericano Peter Harkins, que las llevaba en secreto a ciertos latifundistas, en vista de la inminente ofensiva. Pero lo que más cuenta y lo que se imprime en la sensibilidad del lector a través de todo lo narrado es la caracterización extraordinariamente eficaz del sargento estadounidense, llegado a Guatemala para un week-end y que de repente se encuentra actor de un episodio de la invasión. Borracho perdido, agarrado a la barra del mostrador de un bar, va confusamente reflexionando sobre su aventura; una aventura que para él está todavía sumida en el misterio y de la cual no logra encontrar el motivo. La elaboración de la figura del militar introduce desde las primeras páginas en la peculiaridad de Asturias, maestro en caracterizar a los personajes; la figura del sargento se graba profundamente en la imaginación del lector, representando al tipo de soldado norteamericano que se ha estandarizado caricaturalmente en ciertos países: grandote, un poco ingenuo o casi tonto, instrumento inconsciente y peligroso de una política de agresión. Sin necesidad de intervención directa en la denuncia, el narrador logra un claro resultado de condena:

Recogía del piso la parte de la persona que se llama pie, tan olvidada siempre, lo prendía con ayuda del tacón a uno de los travesaños del taburete que giraba con todo y su persona, como un satélite, frente al bar y echándose de espaldas sobre la barra del mostrador, horizonte infinito sobado y resobado por infinitas manos de borrachos, ensayaba fruncidos de risa con los labios y sus desiguales dientes amarillos, paseaba los ojos por los gaznates de los otros bebedores, las ganas de ahorcarlos que tenía, y mientras el barman le servía whisky y cerveza en proporción aritmética, descargaba un manotazo sobre el testuz sin cuernos de su rodilla257.



La desigualdad de la lucha entre la gran nación norteamericana y el pequeño país de Centroamérica la expresa hábilmente Asturias a través de las exclamaciones de incredulidad del sargento, veterano de la campaña de Normandía, en el momento en que el terrible embajador de su país -evidentemente Peurifoy- le comunica que los Estados Unidos están en guerra con Guatemala. En el estupor del soldado resalta el trágico alcance de la injusticia:

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Me desplomé en la silla. Estaba borracho. Sólo borracho podía creer que mi país, el país más poderoso del mundo, pudiera estar en guerra con un país tan pequeño, tan inofensivo... ¡ja... ja... ja!..., era una vergüenza y había que estar total, absoluta, completamente borracho, y seguir así, para creerlo... borracho... borracho de caerse258.



La narración, rica en motivos interesantes, se desarrolla en un suspense que le da vida hasta casi al final, a través del misterio que rodea a una mujer atropellada por el camión del sargento borracho y parece que ha desaparecido, aunque en realidad ha sido proyectada sobre el camión mismo, cargado de municiones, que ella va tirando al suelo, siendo así útil a la causa nacional. Lo que mayormente llama la atención en este primer episodio de Week-end en Guatemala es la eficacísima caracterización del personaje central, el sargento.

La narración sucesiva, «¡Americanos todos!», introduce directamente en el drama guatemalteco: bombardeos, ametrallamientos de aviones norteamericanos en apoyo a la invasión, estragos del ejército formado por rebeldes y mercenarios que, como expresa con inquietante humorismo el coronel Ponciano Puertas, están «pacificando» y «pancificando». -«A los hombres bala para que se pacifiquen, y a las hembras "panza" para que se tranquilicen»259-, sembrando muerte y violencia. El cinismo del oficial, su humorismo macabro y soez delatan la repugnancia de Asturias por una oficialidad moralmente negativa y siempre dispuesta a la traición.

Protagonista del relato es, en primer lugar, un guía de turistas, Milocho, que se ocupa de las comitivas de norteamericanos que visitan Guatemala. La nacionalidad estadounidense por la que ha optado, al fin de poder desarrollar mejor su trabajo en el país vasallo, ahora le repugna a la vista de las destrucciones que cumplen sus «compatriotas» adoptivos. Por ello, «pacificado» rápidamente el país, cuando vuelven los turistas norteamericanos toma la decisión de vengar tantas vejaciones y delitos, como la matanza de Nagualcachita, orgullo del coronel Ponciano. Es así como un día, en una loca carrera, lleva al precipicio un autobús de turistas que transportaba el mismo número de los fusilados de Nagualcachita. La escena, por sí espeluznante, cobra el significado de un acto de justicia; la ternura del pasaje final rescata, con la intervención de una naturaleza que se diría maternal, los cuerpos de las nuevas víctimas inocentes:

Las ramas de los árboles recibieron con sus manos piadosas los cuerpos lanzados al vacío y de sus ramas, al choque, desprendiéronse como muñecos, cayendo a más de sesenta metros de profundidad en roca viva260.



«Americanos todos» es una narración rica en tonos dramáticos, bien estructurada en sus partes, animada por frecuentes y bien mesuradas notas líricas, que   —100→   derivan de la belleza del paisaje. Asturias denuncia la abyección moral de los militares invasores acudiendo a numerosos detalles, que revelan su crueldad hasta en el deseo sexual. Milocho, al contrario, es una figura limpia, símbolo de una dignidad moral reconquistada. Su determinación es producto de una rebelión humana que se impone por encima de todo sentimiento personal, del amor mismo por la bella norteamericana que le ofrecía la perspectiva de una vida acomodada en los Estados Unidos.

De gran interés en el relato es el uso que Asturias hace de la imagen y del sonido, como en el pasaje en que Milocho está conduciendo el autobús hacia el barranco; las ruedas del vehículo asumen en su imaginación formas espantosas, entre un repetirse obsesionante de sonidos y ecos de frases truncas de su mujer:

El timón en sus manos era la evidencia de que no servía para nada... para nada... sí... sí..., ya lo sé... pero no quiero, no quiero oírlo... «... eso era antes, darling, ... eso era antes...»

Sí... sí... ya lo sé... pero no quiero oírlo, no quiero oírlo... -bocinaba... bocinaba... bocinaba... Sí, no era posible arrancar de sus oídos la risa y las palabras de Miss Powel... bocinaba contra las gigantes ruedas, caras de negro con sólo bocas... bocas en forma de bocadillos de labios negros... bocas negras... bocas con filo de dientes negros... bocas... bocas... bocas que al morder la tierra yesosa del camino que descendía por colgadas cornisas entre paredones y abismos, repetían: para nada... para nada... para nada... «... eso era antes, darling... eso era antes...»

Y él llevaba el timón en las manos entre cientos de bocas negras... para nada... para nada... para nada...

Las ruedas giraban en torno de sus ojos, como ojeras de goma, y las miraba pasar, rodar como noches que en lugar de estrellas llevaban bocas y bocas negras repitiendo para nada... para nada... para nada...

Y él llevaba el timón en las manos...261



No es un procedimiento nuevo en la escritura de Asturias, pero tiene aquí una fuerza singular, expresa la íntima agitación del hombre, y el texto deviene una suerte de sinfonía obsesiva262.

En uno de los dramas recurrentes de los países centroamericanos, representado por la disposición de los altos cargos del ejército al doble juego y a la traición, introduce el relato titulado «Ocelotle 33». El coronel Prinani de León, comandante de las fuerzas armadas que deberían oponerse a la invasión, forma ya parte, en secreto, de las fuerzas que invaden el país, con el nombre de Ocelotle 33.

Asturias presenta al coronel Prinani cuidando particularmente los detalles que definen su carácter abyecto y desleal, de hombre que desea sólo ventajas y   —101→   honores, del todo indiferente a la tragedia de la patria, sensual y jactancioso, transformista hábil, repugnante en su figura achaparrada y regordeta, íntimamente afeminada. El oficial aprovecha su posición de fuerza para alcanzar fines nefandos: salva del fusilamiento al marido de la mujer en cuya casa ha puesto su cuartel general para obtener como recompensa su cuerpo. En nada superior es el marido; obligado a esconderse y a vivir bajo el mismo techo con el coronel, lo atormentan los celos, pero cuando se verifica el bombardeo de la capital y el coronel se le revela como el afiliado secreto Ocelotle 33, los celos desaparecen, en cuanto ambos participan de la misma aventura que, a la victoria de los invasores, los llevará a ocupar altos cargos en el nuevo gobierno.

Nunca como en este relato, Asturias ha logrado representar con más evidencia la doblez de los hombres en cuyas manos está la suerte del país. Es un acto de denuncia sin piedad, que el escritor formula acudiendo a una ironía amarga. Alrededor de estos hombres existe un mundo doliente de vencidos al que los protagonistas de la execrable aventura permanecen totalmente indiferentes, porque no perciben la indignidad de sus acciones.

«Ocelotle 33» es uno de los episodios de mayor interés de Week-end en Guatemala. La figura que más se impone a la sensibilidad del lector es la de Valeria, mujer dividida entre el amor, la fidelidad a su marido y la necesidad de salvarlo, aunque sea al precio de su propia virtud, porque lo piensa movido en su acción por el amor a la patria, y luego decepcionada cuando se da cuenta de que ya está relacionado con los invasores. La gran derrotada del relato es ella, símbolo convincente de Guatemala; su situación dramática representa la de todo un mundo en el cual los valores morales han sido pisoteados, destruidos. La gran elegía de Guatemala se construye sobre esta figura de mujer.

La narración titulada «La Galla» se desarrolla en la época de la distribución de la tierra por la reforma agraria. Entre los indígenas existe todavía cierta desconfianza hacia las decisiones del gobierno, porque de éste nada bueno han recibido en el pasado. Asturias representa, en la solemnidad ritual con que el «Cabildo» y los consejeros indígenas reciben el decreto de reforma, el sentido sagrado que para los naturales tiene la tierra. Es en esta ocasión cuando el indio Diego Hun Ig es entrevistado arteramente por elementos enemigos; sus palabras, que manifiestan su orgullo de dueño por fin de una porción de tierra, a la llegada de los «libertadores» serán presentadas como declaraciones comunistas y le valdrán la muerte y la destrucción de toda su familia.

El relato evoca eficazmente el clima de las antiguas formas de vida entre las comunidades indias. Con la reforma agraria parecería abrirse una época feliz; sin embargo, ante la iniciativa del gobierno el más anciano del pueblo había anunciado desventuras: «Habrá una guerra rara, muy rara. Se nos hará la guerra y no sabremos nunca quién. Y si se sabe no se dirá. Todos lo callarán [...]»263. El resultado final es la destrucción de un mundo que estaba renaciendo a la esperanza.

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Al momento de la victoria de los mercenarios, La Galla guía los «libertadores» a la venganza, desahogando sus propios rencores reprimidos. Hija de uno de los más inhumanos explotadores de los indígenas, muerto por éstos durante una revuelta, su sed de venganza termina por perturbarle el cerebro. Obsesionada durante tanto tiempo por el sonido de los tambores con los que los indios celebraron la reforma, tambores que le recordaban la noche en que fue matado su padre, acaba por confundir con el mismo sonido el zumbido de los aviones que vienen a bombardear, y enloquece.

Asturias concluye la narración con una nota conmovida, insistiendo en la ruina de este mundo inocente; obligados al trabajo forzado los hijos del viejo Diego Hun Ig, una de las niñas es violada por el teniente. La palabra «comunista» es razón suficiente para legitimar la venganza y el estupro es justicia según el jefe. La atrocidad del acto resalta en el contraste entre la muchacha indefensa, una mínima cosa, y el hombre, poderoso por sus armas: «La india apenas si luchó. Se dejó hacer. Era un animalito. El teniente era una persona. Tenía galones. Tenía dos pistolas. Tenía una espada. Era valiente. Distinguido, héroe»264. Como siempre, la ironía al servicio de una amarga denuncia.

El relato, sin embargo, no termina con la sensación de una irremediable derrota; la esperanza se renueva ante la certeza de la feliz llegada del «Joyoso Señor de las Plumas de Quetzal que, una mañana de estas nuevas mañanas, repartirá definitivamente la tierra entre los indios tamboreros...»265. De nuevo el clima mítico actúa positivamente. La realidad dolorosa se transforma en espejismo del día de justicia. La magia se esparce sobre tantos desastres como un bálsamo, que permite resistir a la desesperanza.

La narración titulada «El Bueyón» presenta el clima en que se anuncia la avanzada de los invasores. El Bueyón es eliminado en el camino, ante los ojos de su mujer, por una bomba de avión, que destruye un puente. Frente a la tragedia humana, la indiferencia de las cosas: el agua del río sigue «cantando su cantar alegre» sobre la rueda del molino266. La desolación de la mujer que ha quedado sola la representa Asturias en su drama con una frase sencilla: «Sólo la casa vacía y ella»267.

La «nana Caiduna», pasado el tiempo, comprueba en la nietecita que el recuerdo de los muertos no desaparece, y es un acto de fe en el futuro:

Otros pensamientos la devoraban. Los hombres también regresan de la muerte. Un incendio que lo queme todo y haga volver la tierra a las manos de sus dueños más legítimos, los hijos del país, señalará el regreso de los que como Naiqué Bueyón Cuyqué murieron o desaparecieron víctimas de   —103→   los gringos que los bombardearon desde el cielo, y entonces se verá, entre la alegría del pueblo, el símbolo de sus penachos de plumajes humeantes268.



Otra vez el clima mítico, refugio ante la desgracia del presente.

La narración más extensa y más dramática de Week-end en Guatemala es ciertamente «Cadáveres para la publicidad». La resistencia de hombres de todas las categorías -soldados, campesinos, trabajadores de las plantaciones, estudiantes- es vencida por la potencia de las armas de los invasores. Según la acostumbrada técnica de guerra, los numerosos prisioneros son reunidos en un único sitio y obligados a cavar su fosa. El comandante de las fuerzas invasoras, sin embargo, promete salvar la vida a quienes renieguen de su propia fe política, y como nadie acepta, todos los prisioneros son abatidos y después cubiertos sumariamente de tierra en la fosa común.

Otros episodios denuncian, en el mismo relato, la bajeza moral y la corrupción de los invasores. Dramático es el caso de la Quinancha, una prostituta a la que no falta humanidad: infectada por el fango podrido de la fosa de los fusilados, muere invocando el nombre de su amante, el comandante del pelotón que realizó la matanza y que la dejó abandonada a su suerte. El oficial permanece insensible ante el drama; su única contrariedad es ver que se le está frustrando la tan esperada noche de amor. La consideración en que el militar tiene a la mujer la demuestra en la orden que le da al médico para eliminarla, orden a la que éste obedece enterrándola viva, libre sólo la cabeza, al fin de evitarle las convulsiones violentas de la agonía.

Asturias acude a estas escenas y mascarones trágicos para mover en lo más profundo la sensibilidad del lector. De quienes forman parte del ejército invasor denuncia no solamente la bestialidad, sino su categoría de seres infernales. El clima evoca, con una nota más lóbrega aún, el del comienzo de El Señor Presidente, las bartolinas donde están los pordioseros sometidos al tormento.

Lo grotesco se acentúa, luego, con la decisión del «coronel-gobierno» de utilizar los cadáveres de los fusilados a fines de propaganda, para ofrecer la prueba de los delitos y las crueldades de los «comunistas». A ello responde la orden de desenterrar los cuerpos ya en descomposición, fotografiarlos y difundir por el mundo la prueba de la «barbarie roja». La mistificación la organiza un experto americano, y el episodio asume notas macabras y grotescas al mismo tiempo. La repetición de la palabra Corpses, acentúa el sentido lúgubre de la escena preparatoria, donde aparece también el dictador de opereta, con su bigotillo hitleriano, un hombre desconfiado, «con jeringuilla, risa de espumita de saliva saliéndole de entre los dientes»269.

En más de un caso el elemento grotesco subraya la atmósfera dramática de la situación guatemalteca. La insistencia en esta nota, a veces llevada a sus extremas   —104→   consecuencias, obtiene el resultado de dar relieve singular a una realidad espantosa, sobre la que el lector está llamado a expresar su condena. Al coronel victorioso el experto norteamericano le aconseja: «Su gobierno, Coronel, anúncielo con cadáveres...»270, frase que vale por sí misma para representar la situación de terror que, con la victoria de los invasores, pesa sobre el país. Una denuncia que implica directamente la responsabilidad de los Estados Unidos y que induce el lector a pensar en otros gobiernos dominados por dictaduras militares.

En «¡Cadáveres para la publicidad!» Asturias no acusa individuos reales y sólo localiza las acciones geográficamente. La fantasía, por consiguiente, goza de la más completa libertad. Lo que interesa no es el documento, sino el cuadro convincente, la impresión que suscita, y la brutalidad humana queda denunciada en su desconcertante criminalidad. Es suficiente este relato para marcar para siempre, de modo infamante, la acción de cualquier gobierno. Acusar de sectarismo a Miguel Ángel Asturias es del todo injustificado, a pesar de su orientación política, porque hechos de parecida barbarie siempre los han ofrecido las guerras, especialmente cuando son guerras civiles. En Week-end en Guatemala el escritor se siente ciertamente hombre de izquierdas y no hay que maravillarse, puesto que Guatemala debía defenderse contra las fuerzas del imperialismo.

Una de las narraciones de mayor mesura y serenidad, más impregnada de poesía, es «Los agrarios». El título no es en sí llamativo, pero el relato es interesante y vivo por su significado. Los agrarios son los trabajadores del campo, apenas beneficiados por la reforma, contra los que se dirige la insidia de los latifundistas para restaurar las antiguas formas de explotación.

Asturias presenta en su más escuálida mezquindad a quienes considera ramas ya secas de la nación guatemalteca, gente encerrada en una concepción obstinadamente feudal y esclavista del mundo. Por contraste, adquiere dimensión la figura de Tocho, latifundista iluminado, que se pone, al final, de la parte de los campesinos. Cuando se produce la victoria de los invasores, el hombre escoge morir: asediado por la tropa, se quita la vida, después de una extrema resistencia.

Del mismo temple es su sobrina Coralia, rama viva de un viejo tronco ahora sordo a las aspiraciones humanas. La muchacha ha sido educada en los Estados Unidos y pierde improvisamente la vista por causas nerviosas cuando en la clase oye que el profesor acusa injustamente a su país. De vuelta en Guatemala, la ceguera le ahorra ver los males que destruyen la nación, y solamente a la muerte de su tío, por la fuerte emoción, recupera la vista. Tocho, expirando, se da cuenta de ello y sus últimas palabras expresan una íntima pena por su sobrina, destinada a ver consumarse el sacrificio de su patria: «-¡Cierra los ojos!... -se le oyó balbucir, y fueron sus últimas palabras-. ¡Cierra los ojos!... ¡No veas... espera que tu país vuelva a ser libre!...»271.

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El trazo vigoroso con que Asturias define los caracteres que aparecen en esta narración, hace de ella una obra maestra dentro de Week-end en Guatemala. La falta de dimensión humana en la parte más retrógrada de la nación es representada, sin cargar demasiado las tintas, a través de la debilidad de los hombres, tiranizados por sus mujeres, las cuales razonan solamente en términos de dinero. En un mundo tan mezquino toma relieve la poesía dé la que es expresión Coralia. Tocho, por su parte, es un personaje que inspira simpatía: amante de su país, pero pasivo por tanto tiempo, lo mueve a la acción la lucha de la gente humilde contra los invasores.

En la figura de este personaje Asturias entiende rehabilitar la parte más abierta de los terratenientes; un día, en efecto, algunos de ellos terminan por comprender el verdadero significado de su propia vida, la razón de su presencia en el mundo. El escritor no permanece ligado a posiciones sectarias; como ya en la trilogía bananera, sabe distinguir entre los mismos norteamericanos: en efecto, los compañeros de Coralia, frente a la mala fe de su profesor lo habían echado del aula indignados gritando: «¡Afuera!... ¡Afuera!... ¡Afuera!... ¡Afuera!... ¡ Farsante!... ¡Canalla!...»272.

La muerte de los «agrarios», Sotoj y los que están de su parte, tiene un significado especial en el relato: sobre su sacrificio se funda la esperanza en el futuro. «Los agrarios» termina con una derrota total; una atmósfera de tristeza lo envuelve todo, acentuada por las palabras de Tocho agonizante a Coralia, pero, la muerte de este personaje lleva en sí las señales que anuncian el rescate. Coralia y Tocho, igual que Sotoj y los suyos, entran en el mito: la nueva revolución contra la servidumbre se inspirará en ellos.

«Los agrarios» es una narración de amplias dimensiones, perfectamente estructurada, aguda en el estudio de los caracteres, realizado con mesura y concisión, interesante por las divagaciones, que permiten pausas útiles, antes de volver al argumento principal. Válido ejemplo es la narración que Tocho hace de su vida y de sus experiencias juveniles, y lo son las bellezas que Asturias sabe crear a lo largo del texto: la sabrosura del lenguaje, la sugestión del paisaje, el milagro artístico que el escritor realiza con los más impensados objetos, como cuando describe la cantidad singular de botellas que ocupa el caserón de Tocho, donde se ve también el entusiasmo de un experto en la materia:

Tocho, el menor de «Los Tártaros», habitaba un caserón que era una selva de botellas vacías, botellas de todos colores, botellas de todos tamaños, tamaños y formas, con nombres de bebidas en idiomas conocidos y desconocidos, pues no faltaban las etiquetas de vinos húngaros, de licores árabes, turcos, escandinavos, de aguardientes de arroz, de ásperos y trementinosos vinos griegos, de vodkas rusos, puros y luciferinos, «acuavitas» fermentadas con cabezas humanas que en los caldos se reían con dientes descarnados de   —106→   calaveras borrachas... selva de botellas a la que se sumaban garrafones, barriles, tinacos, ollas de chicha, todo sonando a hueco, pues en interminables noches de fiestas se había apurado hasta la última gota de su contenido... selva de botellas de cerveza, alemana y del país, de roñes, mezcales, ajenjos, ginebras, espumantes dorados y espumantes rojos, y el arcoiris en digestivos de colores del verde de la menta al lila del «perfecto amor»... selva de botellas en que el polvo se iba quedando ciego...273



Week-end en Guatemala se cierra con «Torotumbo». La conexión de este relato con los acontecimientos guatemaltecos es muy frágil; el episodio, en efecto, traslada el plano temporal a una época futura, cuando el dictador y los que lo sostienen habrán caído bajo el ímpetu de un pueblo que, reencontrados los lazos profundos con su pasado, marcha hacia la victoria final. En esta narración el escritor denuncia la coalición de las fuerzas retrógradas del país contra el pueblo, cuando la palabra «comunismo» se convierte en puro pretexto para eliminar a los que aspiran a la justicia y a la libertad.

Domina «Torotumbo» la figura inquietante de don Estanislao, viejo y repugnante ropavejero, avariento, supersticioso, cruel y beato; el texto comienza con la violencia que el obsceno personaje ejerce sobre la pequeña Natividad Quintuche, que se ha perdido entre las máscaras y los trapos viejos de su tienda. La niña muere y el viejo logra salir de las dificultades aprovechando la superstición de los parientes de la víctima, a los que hace creer que el autor del estupro y de la muerte de la muchacha fue el «Diablo Colorado», un fantoche enorme y espantoso que domina en su almacén.

Inútil es decir que don Estanislao, figura siniestra, es hombre de confianza del «Comité contra el comunismo», que está dirigido por un poderoso sacerdote. De la situación se aprovecha el hortelano calabrés Tizonelli274: chantajeando al viejo, lo obliga a pasarle las listas de los condenados por el Comité, a quienes advierte y pone a salvo. Un día, en proximidad del «Torotumbo», fiesta indígena con contaminaciones españolas, Tizonelli logra eliminar a los que representan el mal, el presidente de la república, el Nuncio y los miembros del Comité, volando la casa de don Estanislao275. La victoria del pueblo cierra el relato, y el libro, con un mensaje positivo:

El pueblo subía a la conquista de las montañas, de sus montañas, al compás del Torotumbo. En la cabeza, las plumas que el huracán no domó. En   —107→   sus ojos, ya no la sombra de la noche, sino la luz del nuevo día. Y a sus espaldas, prietas y desnudas, un manto de sudor de siglos. Su andar de piedra, de raíz, de árbol, de torrente de agua, dejaba atrás, como basura, todos los disfraces con que se vistió la ciudad para engañarlo. El pueblo ascendía hacia sus montañas bajo banderas de plumas azules de quetzal bailando el Torotumbo276.



Asturias no podía dejar a su pueblo bajo el peso de la derrota. En este momento difícil, con Week-end en Guatemala interpreta mejor que nunca, como Neruda, el significado de su misión de «pueblo y canto». De aquí el sentido profundamente humano del libro. Ciertamente «Torotumbo» está, al igual que las demás narraciones, cargado de pasión política y debido a ello es posible señalar puntos por lo menos discutibles. Pero el texto se impone, además de por la espontaneidad de la protesta, por su belleza intrínseca y por la eficacia de la penetración en la miseria humana. Ilumina especialmente el relato la figura de la pequeña Natividad Quintuche, personaje en apariencia insignificante; en ella se cifra, al contrario, la pasión de todo un país. De la niña Asturias ha hecho el símbolo vivo de Guatemala, un símbolo que a la nota humana añade la sugestión propia del mito. En torno a la muchachita se manifiesta la espiritualidad india, la nota humana, en mesurado dolor y ternura, en finísima poesía, durante la ceremonia fúnebre:

Las comadres recibieron el cuerpecito de Natividad Quintuche, con los ojos de frijol negro fritos en lágrimas brillantes, lagrimones que se tragaban, no había por qué acabar de enfriarle la carne al angelito, antes de que se le pusieran las alas para que volara al cielo. Y, además, en lugar de lágrimas la estaban bañando en agua de sal. Después de este primer baño que repitieron, el agua salía sanguinolenta, la secaron con algodón vidrioso de nopal caliente, arrancado de los candelabros verdes de las nopaladas con azahares de naranjo dulce. La secaron con algodón silvestre. Luego vino el peinarla con aceite y ámbar y el regar sobre su cuerpecito esencias aromáticas y pimienta negra, lo único de luto, para conservarla. Ya le ponen la camisita, los calzoncillos, ya la túnica cerrada por detrás, color de perla vieja, ya las sandalias plateadas que de poco le servirán, hizo su tránsito por la tierra sin conocer zapatos, con los pies descalzos, y ya tiene a la espalda el esplendor de las alas de cartón plateado para volar al cielo luciendo en la frente una corona de flores de papel, en las manos cruzadas una hoja de palma y en los labios, una flor natural, el saludo de su boca de criatura terrestre para los ángeles de Dios277.



La ternura de Asturias transforma al angelito inocente en algo inmaterial; el peso de la tierra, la pobreza de su vida, se mudan en esplendor, en la metáfora   —108→   preciosa con que el escritor alude a la flor de su boca. La descripción prosigue, cada vez más depurada del peso de la materia, hasta adquirir un halo mítico, ritmada la celebración por las invocaciones de los presentes:

Del techo, entre mazorcas de maíz agarradas de las hojas como serafines del Maíz-dios y humo de incienso y pom quemados en braseros, simulando nubes, pendía Natividad Quintuche, que ya no era ella sino un angelito, sin que su madre la pudiera llorar por temor a volverle agua las alas, ni su padre y su padrino dejaran de rociar el rancho, machete en mano, dispuestos a medirse con el Diablo donde lo encontraran.

-¡Venado de cristal del aire -invocaban-, ayúdanos, pobrecita la muchachita, el diablo le fue a quitar su plorcita!

-¡Venado de cristal del aire, ayúdanos, pobrecita la muchachita, el diablo le fue a quitar su plorcita.!

-¡Di, por qué, Colibrí, no la perforaste tú con tu dardo de amor, de chupamiel, de picaflor? ¡Di, por qué, Colibrí?

-¡Di, por qué, Zarespino, no la perforaste tú con una de tus espinas calcinantes? ¡Di, por qué, Zarespino?278



Asturias vuelve a ser aquí el poeta finísimo de su gente, el «Gran Lengua» que canta su historia íntima. Son suficientes pasajes como éste para redimir de toda falla la narración.

Week-end en Guatemala lo terminó el autor en el verano de 1955. Como libro brotado de la indignación se explica la virulencia de ciertos pasajes, la insistencia polémica. El examen que he llevado a cabo por episodios, acaso dé una idea fragmentaria de la obra, pero la multiplicidad de los cuadros que Week-end en Guatemala presenta responde a una idea unitaria, que se funda sobre la denuncia. Por su origen y el significado que adquiere como representación de un momento trágico de la historia patria, me parece legítimo acercar Week-end en Guatemala no tanto a los «Episodios nacionales» de Galdós, sino más bien a los cantos indignados y solidarios que la guerra civil española arrancó a Neruda, en España en el corazón, y a Vallejo, en España, aparta de mí este cáliz. Si existen en este libro de Asturias notas estridentes, las redime la sinceridad de su pasión; lo que no bastaría a transformar Week-end en Guatemala en lograda obra de arte, si no encontráramos en ella las altas cualidades del escritor.

Artista verdadero, Asturias capta con sensibilidad alerta las notas más sutiles del mundo en el que vive y las expresa en un lenguaje que atesora todas las sugestiones de las que vive en Guatemala el idioma castellano y que definen en profundidad un mundo que bien merecería otra suerte.



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