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El liberalismo de Ortega

Antonio Rodríguez Huéscar



Los actos de homenaje a José Ortega y Gasset finalizaron con la celebración de una mesa redonda presidida por Antonio Garrigues, quien agradeció la colaboración de todos los participantes y rindió tributo al liberalismo de Ortega.

Recogemos a continuación las intervenciones de Antonio Rodríguez Huesear, Eduardo Merigó y Soledad Ortega.






Intervención de Antonio Rodríguez Huéscar

Catedrático y escritor


Yo encuentro, por una parte, que el liberalismo (que es una de mis grandes esperanzas: es una confesión personal) no está teniendo en las sociedades actuales el influjo, la aceptación que a mi juicio merecería, dada su importancia, como idea política; pero no sólo como idea política, sino también como algo más profundo que una idea política, que es como en definitiva consideraba Ortega el liberalismo.

Usualmente, o por lo menos con bastante frecuencia, cuando se juzga a Ortega en torno a sus ideas o actividades políticas, se tiende a considerarlo, es decir, a medirlo con el mismo rasero con que se juzga a los políticos, como si Ortega hubiera sido un político. No hay tal cosa. Ortega jamás fue un político, ni siquiera en la breve etapa en que se dedicó a la política activa, aparentemente con aquellas actividades que son propias de un político profesional, es decir, propaganda política, mítines, presentación de candidatos, diputados en unas Cortes constituyentes, etc.

Yo diría que Ortega actuó en política sólo en la medida en que no pudo evitarlo. Ya lo dice en el primer tomo de El espectador. Viene a decir: es éste un tiempo de hervores sociales y políticos al que no podemos sustraernos, al que nadie puede sustraerse; por eso yo quiero acotar un campo, «una parte de mí mismo», para la contemplación y reflexión personal, para ocuparme de temas totalmente ajenos a la política. Entonces no se puede juzgar a Ortega como a un político profesional.

Cuando se habla del liberalismo en Ortega, no se debe entender, a mi juicio, la palabra liberalismo en el sentido estricto de una ideología política, porque el liberalismo es mucho más, y Ortega lo dejó explícitamente expresado en una serie de textos suyos. El primero de ellos es un artículo en la revista Faro (a cuya fundación contribuyó él), no sé si en febrero o en marzo de 1908, que constituye por otra parte un documento de importancia para la posición política de Ortega, porque en ese artículo está ya el embrión de lo que va a ser el contenido de su famosa conferencia «Vieja y nueva política», que en 1914 pronuncia como parte de la fundación de la Liga de Educación Política Española en ese mismo año. No están todas las ideas, naturalmente, pero están las fundamentales, entre ellas las siguientes, que van a ser unas constantes en el pensamiento político de Ortega: la idea de nación o de nacionalización, como él dice, entendiendo la palabra «nacionalización» en un sentido que no es el usual y que habría que explicar; la idea de liberalismo y la idea de europeización, que creo que son las tres grandes ideas que han orientado el pensamiento político de Ortega a lo largo de toda su vida -sobre todo las dos primeras.

Y digo a lo largo de toda su vida, y no sólo a lo largo de su vida política, porque tengo razones personales para pensar que fue así. Ya después de haberse retirado de la política activa, todavía en tiempos de la República, unos cuantos jóvenes de distintas tendencias ideológicas, entre los cuales me contaba yo -algunos éramos discípulos de Ortega, otros no lo eran, al menos directamente-, acudimos a Ortega en busca de orientación precisamente política. Entonces se formó un pequeño grupo del que no se ha hablado nada y del que alguna vez habrá que hablar. Nos reuníamos, recuerdo, en Gambrinus y aquello acabó un poco como el rosario de la aurora. Fue en el año 35 y quizá ya, incluso, a comienzos del 36, no recuerdo exactamente las fechas. Y las directrices que Ortega nos dio coincidían perfectamente con esas ideas políticas que ya aparecen en su primer escrito. Y siempre, con unas y otras reflexiones, se atuvo a ellas.

Pero vamos a limitarnos ahora al liberalismo. Digo que en Ortega hay toda una etapa de su vida en que cuando habla de liberalismo suele emplear una palabra que asocia con este término: es la palabra «emoción». Dice: el liberalismo, más que una ideología, más que una idea política, es una emoción; y después, no sé si en ese texto o en otro próximo -no estoy citando literalmente-, agrega lo siguiente: si se quiere decir que es una idea, habrá que entenderla como una actitud, una idea radical sobre la vida.

Entonces ese liberalismo es como todo lo humano, y creo que hay que entenderlo desde este punto de vista: tiene una entidad de carácter histórico, está afectado esencialmente por la historicidad-, está afectado, también esencialmente, por la circunstancialidad, que son las dos condiciones de todo lo que podemos considerar específicamente humano.

Por consiguiente, Ortega habla de un liberalismo no estático, no de una ideología más o menos petrificada o congelada y, en efecto, ese liberalismo puede haber existido con otras formas históricas e incluso antes de que en Europa se empiece a hablar del liberalismo como una actitud política corriente: antes de la segunda mitad del siglo XVIII y a lo largo del XIX y del XX.

Sentí mucho no poder oír la intervención de Aranguren, pero leí en la prensa una recensión cuyo título era algo así como «Ortega, liberal conservador». Pero no hay que fiarse de las recensiones, que suelen desfigurar lo que el autor dijo. Yo creo que el liberalismo de Ortega no tiene nada de conservador; más bien es un liberalismo innovador, es decir, es todo lo contrario. Siento que no esté aquí mi buen amigo Aranguren para poder hablar sobre este punto, pues estoy seguro de que nos pondríamos de acuerdo. Por eso no voy a insistir sobre ello.

El liberalismo está sometido a esa ley histórica de renovación, esa ley de la misma vida humana y, por tanto, de todo lo que emprende o hace el ser humano. El liberalismo debe ir orientado en cada una de sus etapas históricas, en una serie de ideas, en una especie de arsenal de ideas, que naturalmente varía de unas épocas a otras, y estar siempre dispuesto cuando los tiempos lo exijan «a remudar sus tiendas»; nada más lejos de una idea rígida, de una idea racionalista (aunque el liberalismo comenzase con la expansión del racionalismo) que este liberalismo orteguiano.

Lo que es indudable es que Ortega ha sido fiel a esa concepción renovada del liberalismo, tanto cuando ha actuado en política como cuando ha dejado de actuar en ella, y repito que tengo de ello testimonios personales. Dice Ortega que el liberalismo actual, el que él asumiría -y asume-, no es ya el del siglo XIX. Hoy el liberalismo tiene que ir de la mano del socialismo y del sindicalismo, en lo que estas posiciones tienen de positivo y de constructor; y hace una serie de aclaraciones para demostrarnos que no se trata del socialismo marxista ni del sindicalismo con un color político determinado. Lo que quiere mostrar Ortega al hacer estas afirmaciones es que el liberalismo lo concibe él sin que éste pueda olvidar las relaciones sociales y económicas; no está, pues, divorciado el liberalismo orteguiano de la economía (aunque no acepte el economicismo), de las relaciones económicas que, naturalmente, en una sociedad moderna tienen una importancia que no se puede ignorar, donde juegan un papel, no de primer plano (que eso Ortega jamás lo ha pensado: nunca ha pensado que las relaciones económicas ocupasen un primer plano en la jerarquía de las funciones sociales), pero sí ocupan un plano importante.

En lo que respecta a liberalismo y democracia, Ortega se ha expresado de una manera muy concreta. Ha dicho: el liberalismo y la democracia son dos actitudes que responden a problemas completamente distintos, incluso cuando nos limitamos a un liberalismo político. La democracia responde a la cuestión de quién debe ejercer el poder público; la respuesta es que el poder público deben ejercerlo todos, es decir, la colectividad. El liberalismo, en cambio, responde a esta otra cuestión: ejérzalo quien lo ejerza (el poder público), ¿hasta dónde debe llegar ese poder, cuáles son sus límites, es decir, cómo cuantitativa y cualitativamente se va a ejercer ese poder? Es una cuestión completamente distinta. Y entonces, dice, es perfectamente compatible una democracia, un sistema democrático, que en definitiva afecta a las estructuras, a las instituciones, a las formas de una sociedad organizada que pudiéramos llamar periféricas, es perfectamente compatible con una actitud no liberal, y viceversa. Una forma de gobierno no democrática puede ser liberal si responde a la cuestión esencial que según Ortega es a la que responde el liberalismo, la actitud liberal. Hay democracias, y cita de forma concreta a la soviética, en las que el liberalismo brilla totalmente por su ausencia, y hay, o ha habido por lo menos, o puede haber, regímenes que sin ser estrictamente democráticos se desarrollen dentro de un ámbito, de un ambiente, de una dimensión liberal. Y viene a decir (en una de esas frases suyas en que quiere remachar algo y por eso usa expresiones un poco exageradas; eso entra dentro de la estilística de Ortega), y viene a decir algo así como «no hay tiranía más terrible cuando se impone que la del demos»; hasta este punto hay una diferencia esencial entre liberalismo y democracia.

Pero, puesto que vamos a abrir una conversación o debate, basta con esto, más o menos, como una primera vista de lo que para mí representa el liberalismo de Ortega.




Intervención de Eduardo Merigó

Presidente de la Federación de Clubs Liberales


Como éste es el inicio de una discusión en mesa redonda y como las personas que hablaron el lunes y el martes son personas de una gran profundidad en sus análisis, yo no me atrevería aquí a resumir lo que dijeron esas personas. Pero sí me atrevería, a guisa de introducción a la discusión en la mesa redonda, a subrayar lo que a mí personalmente me pareció que fueron los temas que salieron de una forma casi unánime en el coloquio que subsiguió a las intervenciones.

Me da la impresión de que hubo tres cuestiones principales respecto, no solamente al pensamiento de Ortega, sino a las implicaciones del pensamiento de Ortega sobre la actualidad, e, incluso, con un cierto ejercicio de ciencia ficción de lo que hubiera sido Ortega en este momento. Dicho sea de paso, creo que este último aspecto es muy importante, porque en el fondo lo que pervive en un pensador es su pensamiento, y ese pensamiento no puede ser inamovible, tiene que tener una capacidad de evolución en función de la realidad histórica.

La primera cuestión fue lo que se podría llamar la ausencia de economicismo en el liberalismo de Ortega, algo de lo que habló José Luis Aranguren y lo mencionó como una laguna en su pensamiento en cierto modo, como si desde ese punto de vista Ortega no fuera completamente liberal. Creo que ahí reflejó Aranguren una concepción muy generalizada de lo que es el liberalismo. En este momento, en la España de hoy, personas con una capacidad tan grande de análisis filosófico como Aranguren interpretan el liberalismo de una forma que muchos liberales españoles no aceptamos, y lo que yo quisiera sugerir es que probablemente correspondía mejor el pensamiento liberal de Ortega -precisamente con esa ausencia de economicismo- a lo que es el liberalismo de hoy, por lo menos lo que nosotros calificaríamos de liberalismo progresista, que la idea que algunos se hacen del liberalismo en la sociedad actual.

Me explico: desde el punto de vista de muchos liberales actuales, la obsesión liberal por la propiedad privada no es producto de una obsesión economicista, sino absolutamente todo lo contrario: es producto de una obsesión política. Ortega hizo alusión, y de ello hablaron también los oradores el lunes y el martes, al hecho de que el feudalismo tenía algo o incluso bastante de liberal, y eso es probablemente algo que choca a muchas personas, porque parece muy conservador decir que el feudalismo pueda ser liberal. Pues bien, precisamente los liberales en sus inicios buscan la propiedad privada porque la propiedad privada es lo que permite la libertad política. En realidad, prácticamente en todos los sistemas en los cuales se inicia una forma de democracia, quien tiene acceso a la democracia, quien tiene derecho al voto, quien goza de las libertades públicas, es quien tiene la propiedad. En el fondo, efectivamente, en la época feudal había un liberalismo limitado a los señores feudales. En el momento en que se pasa a una generalización de la propiedad -y todos sabemos que en la época feudal existe una difuminación de la propiedad en el sentido en que lo que hay es un derecho de usufructo sobre tierras, pero al final la soberanía casi se confunde con la propiedad-, lo que ocurre es que el acceso a la propiedad por parte de los ciudadanos que no eran señores feudales es lo que les da acceso a la libertad. Y por esa razón, para los liberales, la propiedad es una cosa extremadamente importante, pero no es un objetivo en la vida. Porque en realidad el objetivo que todos definimos siempre como liberales es el de la libertad individual.

Algunos de nosotros vamos un poquito más lejos, consideramos que la libertad no es ni siquiera el objetivo principal del liberalismo, sino que es un corolario de un objetivo aún más importante, que es la felicidad individual. Como el ser humano no es feliz si no es libre, las dos cosas están íntimamente ligadas. El derecho a la felicidad, el derecho a escoger sus propias formas de felicidad, está íntimamente ligado a la libertad y a su vez íntimamente ligado a la propiedad. Por lo tanto, creo necesario denunciar el simplismo excesivo de algunos análisis motivados en gran parte por el hecho de que al tener la literatura anglosajona una difusión muchísimo mayor en el mundo en el momento actual que muchas otras, parece a veces como si Friedman hubiese inventado el liberalismo -cosa que todos sabemos que no es verdad- y desde luego Ortega ni siquiera conocía a Friedman.

Esa es una cuestión que creo que salió bastante claramente de los debates de estos dos días anteriores. Una segunda cuestión, muy importante también, fue la del concepto de libertad individual respecto al papel del Estado como forma organizativa de la sociedad. Ortega insiste mucho en la sociedad, le interesa muy poco el Estado, lo que evidentemente es un enfoque muy liberal. Pero no podemos ignorar que el Estado es una forma de organización de la sociedad -yo tengo tendencia a definirlo como una forma coercitiva de organización de la sociedad. Hayek define la ausencia de la libertad como la posibilidad de coacción por parte de otros. Pues bien, una forma coercitiva de organización de la sociedad como es el Estado implica posibilidad de coacción por parte de otros y es algo que los liberales no aceptan con facilidad.

Pero quisiera resaltar un aspecto de esta cuestión que tiene un enorme interés y que se menciona poco en las discusiones actuales sobre el papel del Estado. Lo que no podemos hacer los liberales es simplemente contraponer el Estado tal como existe en la actualidad, por un parte, a la absoluta libertad individual, a la economía de mercado en toda su extensión, por otra. Los liberales creemos en la capacidad asociativa de los seres humanos y de eso también se habló muy seriamente, incluso en términos de capacidad biológica de asociación de los seres humanos. Ese concepto es muy relevante, porque la contraposición que se hace constantemente entre la ley del más fuerte, la ley de la jungla que sería el concepto liberal, es decir el individualismo exacerbado, y por otra parte el Estado, es una contraposición falsa que esconde toda la enorme riqueza de capacidad asociativa que tienen los seres humanos si se le da a la sociedad la importancia que se merece y menos importancia al Estado. Creo que vivimos en una época de confusión intelectual porque hemos estado durante demasiado tiempo dando demasiada importancia al Estado y ahora, como reacción, estamos a lo mejor dando demasiada importancia al individuo aislado y no al individuo libremente asociado, cosa que está muy clara en el pensamiento de Ortega.

Una tercera cuestión, muy interesante en el debate, fue la de la relación entre liberalismo y democracia. A Ortega en los debates se le tachó en un momento casi de fascista, en otro momento de socialista, en otro momento de conservador y de vez en cuando también de liberal. Y bien, quizá resulte que todos esos calificativos son posibles si se miran ciertos aspectos del pensamiento de una persona rica en matices, porque cuando hay una gran riqueza de matices siempre se pueden encontrar cosas que pueden tener una cierta relación con otros pensamientos. Es evidente que solamente las personas absolutamente estereotipadas, que se clasifican en una línea muy determinada y concreta, no son acusables de ninguna relación con ninguna otra ideología. Pero una cosa que debe quedar muy clara, creo yo, en esta discusión, es que efectivamente el liberalismo no puede vivir sin democracia, pero puede también ser atentado, disminuido, por el funcionamiento de ciertas formas de democracia.

Ahí de nuevo no debemos limitarnos en los análisis, porque si consideramos, por ejemplo, como democracia los sistemas que se autocalifican de tales, estaremos equivocados, ya que muchísimos regímenes antidemocráticos, tales como las «democracias populares», se atribuyen ese calificativo.

Pero debemos ir más lejos. Debemos tener en cuenta que las democracias actuales se basan en constituciones que datan casi todas ellas de principios del siglo XIX y finales del XVIII, es decir, partiendo de situaciones de nivel económico, de nivel tecnológico, de relaciones sociales radicalmente distintas de las actuales. Se podía decir que había democracia en Estados Unidos en el siglo XIX, cuando un Senador de California pasaba cuatro años viviendo en Washington con una capacidad absoluta de representación de la población de California y sin ningún contacto con ella, porque en aquella época ir de California a Washington era toda una odisea. En aquella época era perfectamente admisible que durante esos cuatro años hubiera democracia por delegación, y democracia por delegación es, la que se sigue en todas nuestras constituciones.

Los liberales creemos en la democracia participativa. No es que digamos que la democracia actual no es importante, no, pero afirmamos que el liberalismo es compatible con una forma de democracia más perfecta que las formas actuales de democracia. Queremos la democracia participativa, no estamos dispuestos a admitir la democracia por delegación exclusivamente. Y por eso, cuando pensadores como Ortega y como Hayek afirman que el liberalismo es más importante que la democracia, lo que están queriendo decir es que con el nombre de la democracia se pueden reducir muchas libertades, lo que como liberales no podemos admitir.

Nada más estas tres ideas, en lugar de un resumen, para motivar el debate entre mis compañeros.




Intervención de Soledad Ortega




Coincido plenamente con mi amigo y condiscípulo Antonio Rodríguez Huéscar cuando subraya lo difícil que es encasillar a mi padre en ninguna determinada tendencia o ideología política considerada como credo político o como partido político en acción.

En efecto, su aparición en la escena política no sólo fue breve, como ha dicho Huéscar, sino que tuvo un carácter lo menos político posible. Aunque con grandes esfuerzos, cumplía con la práctica parlamentaria que le imponía su condición de jefe de la Agrupación al Servicio de la República. Pero todos sus discursos, toda su actuación y, desde luego, el manifiesto de creación de la Agrupación estaban animados por el mismo espíritu que había inspirado todos sus escritos, todas sus conferencias, toda su actuación política: el afán educador orientado a elevar el nivel cultural e histórico de España. En definitiva, a esta misión había dedicado su vida entera y con ese espíritu se entregó a la actividad política. Y cuando vio que el influjo que en tal sentido él quería ejercer en la política era imposible, dadas las circunstancias en que ésta se desarrollaba en aquellos momentos, se retiró totalmente de la política para dedicarse exclusivamente a la labor de pensamiento y de divulgación de sus ideas.

Por otro lado, en cuando a encasillamientos políticos, al estar aquí, en Miguel Ángel, 8, me viene al recuerdo una escena infantil que voy a referirles. Tenía aquí su sede el Instituto Escuela, donde yo recibí lo que entonces se llamaba la primera y la segunda enseñanza. En el Instituto se hablaba mucho de política. Mis compañeros y compañeras clasificaban a sus padres como «socialistas», «republicanos», «monárquicos»... Tendría yo unos 7 años - estábamos en mil novecientos veintitantos- cuando una tarde, al llegar a casa muy intrigada porque no tenía la menor idea de lo que podía ser mi padre, le pregunté: «¿Tú que eres en política?». Y él me contestó: «Yo soy socialista, lo que pasa es que no puedo entrar en ningún partido político como otros padres de tus compañeros, porque ninguna idea política me convence suficientemente y yo necesito ser absolutamente libre».

Esto responde a lo que recordaba Huéscar de cómo en un momento dado, para aquella generación de intelectuales, y no solamente para mi padre, el socialismo del Partido Socialista de Pablo Iglesias representaba la mayor esperanza de desarrollo, la posibilidad de un liberalismo con proyección internacional, que era lo que ellos buscaban con la incorporación de España al concierto internacional.

He querido contar esta anécdota, que se me había olvidado por completo, pero que he recordado al rememorar mis tiempos en este edificio en que nos encontramos, y que ilustra bien lo que dije al principio sobre la dificultad de encasillar a mi padre en ningún grupo político determinado.





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