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Abajo

Zozobra

Poemas

Ramón López Velarde



Portada

Dedicatoria



  —10→  

Abajo    Ramón López Velarde: está franca la puerta
para tu audacia lírica. Pasa y siéntate. Un
bello sitial de púrpura deseara. En liza abierta
has burlado al solemne dios, el lugar común.

    La Academia está insomne, pues cual un maleficio  5
la enloquece, a sus años, tu embrujado café.
Tu adjetivo tendría, si hubiera Santo Oficio,
coroza y vela verde en un auto de fe.

    Imagino tu sensualidad de católico
en la misa del Arte. Sutilmente diabólico  10
distraes a los fieles con tu ambigua actitud.

    Diácono que con manos perfumadas de sándalo,
en tu cáliz elevas hostias rojas, escándalo
de Sancho, que comulga lívido de inquietud.

RAFAEL LÓPEZ1

1917





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ArribaAbajoHoy como nunca...


A Enrique González Martínez



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ArribaAbajo    Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
    Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida  5
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
    Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo,  10
—14→
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
    Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:  15
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de esas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
    Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;  20
es un paño de ánimas goteado de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
    No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite  25
sacar el ataúd a las calles rurales.
    Fuera de mí, la lluvia; dentro de mí, el clamor
cavernoso y creciente de un salmista;
mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
ciprés que en una huerta conventual se contrista.  30
    Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sobre mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardan mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;  35
mi vida sólo es una prolongación de exequias
bajo las cataratas enemigas.

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ArribaAbajoTransmútase mi alma...


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ArribaAbajo    Transmútase mi alma en tu presencia
como un florecimiento
que se vuelve cosecha.
    Los amados espectros de mi rito
para siempre me dejan;  5
mi alma se desazona
como pobre chicuela
a quien prohíben en el mes de mayo
que vaya a ofrecer flores en la iglesia.
    Mas contemplo en tu rostro  10
la redecilla de medrosas venas,
—18→
como una azul sospecha
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas.  15
    Mis lirios van muriendo, y me dan pena;
pero tu mano pródiga acumula
sobre mí sus bondades veraniegas,
y te respiro como a un ambiente
frutal; como en la fiesta  20
del Corpus, respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.
    Yo desdoblé mi facultad de amor
en liviana aspereza
y suave suspirar de monaguillo;  25
pero tú me revelas
el apetito indivisible, y cruzas
con tu antorcha inefable
incendiando mi pingüe sementera.

  —[19]→     —20→  


ArribaAbajoEl viejo pozo

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ArribaAbajo    El viejo pozo de mi vieja casa
sobre cuyo brocal mi infancia tantas veces
se clavaba de codos, buscando el vaticinio
de la tortuga, o bien el iris de los peces,
es un compendio de ilusión  5
y de históricas pequeñeces.

    Ni tortuga, ni pez: sólo el venero
que mantiene su estrofa concéntrica en el agua
y que dio fe del ósculo primero
que por 1850 unió las bocas  10
—22→
de mi abuelo y mi abuela... ¡Recurso lisonjero
con que los generosos hados
dejan caer un galardón fragante
encima de los desposados!
Besarse, en un remedo bíblico, junto al pozo,  15
y que la boca amada trascienda a fresco gozo
de manantial, y que el amor se profundice,
en la pareja que lo siente,
como el hondo venero providente...
    En la pupila líquida del pozo  20
espejábanse, en años remotos, los claveles
de una maceta; más la arquitectura
ágil de las cabezas de dos o tres corceles,
prófugos del corral; más la rama encorvada
de un durazno; y en época de mayor lejanía,  25
también se retrataban en el pozo
aquellas adorables señoras en que ardía
la devoción católica y la brasa de Eros;
suaves antepasadas, cuyo pecho lucía
descotado, y que iban, con tiesura y remilgo,  30
a entrecerrar los ojos a un palco a la zarzuela,
con peinados de torre y con vertiginosas
peinetas de carey. Del teatro a la Vela
Perpetua, ya muy lisas y muy arrebujadas
en la negrura de sus mantos.  35
Evoco, todo trémulo, a estas antepasadas
porque heredé de ellas el afán temerario
de mezclar tierra y cielo, afán que me ha metido
en tan graves aprietos en el confesonario.

    En una mala noche de saqueo y de política  40
que los beligerantes tuvieron como norma
—23→
equivocar la fe con la rapiña, al grito
de «¡Religión y Fueros!» y «¡Viva la Reforma!»,
una de mis geniales tías
que tenía sus ideas prácticas sobre aquellas  45
intempestivas griterías,
y que en aquella lucha no siguió otro partido
que el de cuidar los cortos ahorros de mi abuelo,
tomó cuatro talegas y con un decidido
brazo, las arrojó en el pozo, perturbando  50
la expectación de la hora ingrata
con un estrépito de plata.

    Hoy cuentan que mi tía se aparece a las once
y que cumpliendo su destino
de tesorera fiel, arroja sus talegas  55
con un ahogado estrépito argentino.

    Las paredes del pozo, con un tapiz de lama
y con un centelleo de gotas cristalinas,
eran como el camino de esperanza en que todos
hemos llorado un poco... Y aquellas peregrinas  60
veladas de mayo y de junio
mostráronme del pozo el secreto de amor:
preguntaba el durazno: «¿Quién es Ella?»,
y el pozo, que todo lo copiaba, respondía
no copiando más que una sola estrella.  65

    El pozo me quería senilmente; aquel pozo
abundaba en lecciones de fortaleza, de alta
discreción, y de plenitud...
pero hoy, que su enseñanza de otros tiempos me falta,
—24→
comprendo que fui apenas un alumno vulgar  70
con aquel taciturno catedrático,
porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarse a mí, pierda pisada.

  —[25]→     —26→  


ArribaAbajoTu palabra más fútil...


—27→
ArribaAbajo    Magdalena, conozco que te amo
en que la más trivial de tus acciones
es pasto para mí, como la miga
es la felicidad de los gorriones.
    Tu palabra más fútil  5
es combustible de mi fantasía
y pasa por mi espíritu feudal
como un rayo de sol por una umbría.
    Una mañana (en que la misma prosa
del vivir se tornaba melodiosa)  10
—28→
te daban un periódico en el tren
y rehusaste, diciendo con voz cálida:
«¿Para qué me das esto?». Y estas cinco
breves palabras de tu boca pálida
fueron como un joyel que todo el día  15
en mi capilla estuvo manifiesto;
y en la noche, sonaba tu pregunta:
«¿Para qué me das esto?».
Y la tarde fugaz que en el teatro
repasaban tus dedos, Magdalena,  20
la dorada melena
de un chiquillo... Y el prócer ademán
con que diste limosna a aquel anciano...
Y tus dientes que van
en sonrisa ondulante, cual resúmenes  25
del sol, encandilando la insegura
pupila de los viejos y los párvulos...
Tus dientes, en que están la travesura
y el relámpago de un pueril espejo
que aprisiona del sol una saeta  30
y clava el rayo férvido en los ojos
del infante embobado
que en su cuna vegeta...
    También yo, Magdalena, me deslumbro
en tu sonrisa férvida; y mis horas  35
van a tu zaga, hambrientas y canoras,
como va tras el ama, por la holgura
de un patio regional, el cortesano
séquito de palomas que codicia
la gota de agua azul y el rubio grano.  40

  —[29]→     —30→  


ArribaAbajoPara el zenzontle impávido...


—31→
ArribaAbajo    He vuelto a media noche a mi casa, y un canto
como vena de agua que solloza, me acoge...
Es el músico célibe, es el solista dócil
y experto, es el zenzontle que mece los cansancios
seniles y la incauta ilusión con que sueñan  5
las damitas... No cabe duda que el prisionero
sabe cantar. Su lengua es como aquellas otras
que el candor de los clásicos llamó lenguas harpadas.
No serían los clásicos minuciosos psicólogos,
—32→
pero atinaban con el mundo elemental  10
y daban a las cosas sus nombres... Sigo oyendo
la musical tarea del zenzontle, y lo admiro
por impávido y fuerte, porque no se amilana
en el caos de las lóbregas vigilias, y no teme
despertar a los monstruos de la noche. Su pico  15
repasa el cuerpo de la noche, como el de una
amante; el valeroso pico de este zenzontle
va recorriendo el cuerpo de la noche: las cejas,
la nuca, y el bozo. Súbitamente, irrumpe
arpegio animoso que reta en su guarida  20
a todas las hostiles reservas de la amante...
¿Hay acaso otro solo poeta que, como éste,
desafíe a las incógnitas potestades, y hiera
con su venablo lírico el silencio despótico?
Respondamos nosotros, los necios y cobardes  25
que en la noche tememos aventurar la mano
afuera de las sábanas...
    El zenzontle me lleva
hasta los corredores del patio solariego
en que había canarios, con el buche teñido  30
con un verde inicial de lechuga, y las alas
como onzas acabadas de troquelar. También
había por aquellos corredores, las roncas
palomas que se visten de canela y se ajustan
los collares de luto... Corredores propicios  35
en que José Manuel y Berta platicaban
y en que la misma Berta, con un gentil descoco,
me dijo alguna vez: «Si estos corredores
como tumbas, hablaran ¡qué cosas no dirían!».
    Mas en estos momentos el zenzontle repite  40
un silbo montaraz, como un pastor llamando
—33→
a una pastora; y caigo en la lúgubre cuenta
de que el zenzontle vive castamente, y su limpia
virtud no ha de obtener un premio en Josafat.
Es seguro que al pobre cantor, que da su música  45
a la erótica letra de las lunas de miel,
lo aprisionaron virgen en su monte; y me apena
que ignore que la dicha de amar es un galope
del corazón sin brida, por el desfiladero
de la muerte. Deploro su castidad reclusa  50
y hasta le cedería uno de mis placeres.
    Mas ya el sueño me vence... El zenzontle prolonga
su confesión melódica frente a las potestades
enemigas, y corto aquí mi panegírico
para el zenzontle impávido, virgen y confesor.  55

  —[34]→     —35→  


ArribaAbajoQue sea para bien...

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ArribaAbajo    Ya no puedo dudar... Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien...

    Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio  5
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas... Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.

    Me revelas la síntesis de mi propio Zodíaco:
el León y la Virgen. Y mis ojos te ven  10
—38→
apretar en los dedos -como un haz de centellas-
éxtasis y placeres. Que sea para bien...

    Tu palidez denuncia que en tu rostro
se ha posado el incendio y ha corrido la lava...
Día último de marzo; emoción; aves; sol...  15
Tu palidez volcánica me agrava.

    ¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia
al huir, con un viento de ceniza,
de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia
revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá,  20
te quedaste dormida en la vertiente
de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca
y calcinó tu frente?

    ¡Oh tú, reveladora, que traes un sabor
cabal para mi vida, y la entusiasmas:  25
tu triunfo es sobre un motín de satiresas
y un coro plañidero de fantasmas!

    Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando
las lavas repentinas que me den
un fulgurante goce. Tu victorial y pálido  30
prestigio ya me invade... ¡Que sea para bien!

  —[39]→     —40→  


ArribaAbajoEl minuto cobarde


A Saturnino Herrán



—41→
ArribaAbajo    En estos hiperbólicos minutos
en que la vida sube por mi pecho
como una marca de tributos
onerosos, la plétora de vida
se resuelve en renuncia capital  5
y en miedo se liquida.
    Mi sufrimiento es como un gravamen
de rencor, y mi dicha como cera
que se derrite siempre en jubileos,
y hasta mi mismo amor es como un tósigo  10
que en la raíz del corazón prospera.
—42→
    Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas,
a mi parroquia, al ave moderada,
a la flor quieta y a las aguas vivas.  15
    Yo quisiera acogerme a la mesura,
a la estricta conciencia y al recato
de aquellas cosas que me hicieron bien...
    Anticuados relojes del Curato
cuyas pesas de cobre  20
se retardaban, con intención pura,
por aplazarme indefinidamente
la primera amargura.
    Obesidad de aquellas lunas que iban
rodando, dormilonas y coquetas,  25
por un absorto azul
sobre los árboles de las banquetas.
    Fatiga incierta de un incierto piano
en que un tema llorón se decantaba,
con insomnio y desgano,  30
en favor del obtuso centinela
y contra la salud del hortelano.
    Santos de piedra que en el atrio exponen
su casulla de piedra a la herejía
del recio temporal.  35
    Garganta criolla de Carmen García
que mandaba su canto hasta las calles
envueltas en perfume vegetal.
    Cromos bobalicones,
colgados por estímulo a la mesa,  40
y que muestran sandías y viandas
con exageraciones
pictóricas; exánimes gallinas,
—43→
y conejos en quienes no hizo sangre
lo comedido de los perdigones.  45
    Canteras cuyo vértice poroso
destila el agua, con paciente escrúpulo,
en el monjil reposo,
del comedor, a cada golpe neto
con que las gotas, simples y tardías,  50
acrecen el caudal noches y días.
    Acudo a la justicia original
de todas estas cosas;
mas en mi pecho siguen germinando
las plantas venenosas,  55
y mi violento espíritu se halla
nostálgico de sus jaculatorias
y del pío metal de su medalla.

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