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1

[Esta edición presenta las siguientes enmiendas y correcciones respecto a la paginación del original.

Tras la página número 208 del original se produce un salto de paginación al número 201 continuando la numeración errónea hasta el final de la obra. Rectificamos este intervalo. (N. del E.)]

 

2

En 1839 la cuarta episcopal de Chiapas solo llegó a quinientos pesos, ha sido necesario que el gobierno republicano asigne al señor Becerra, obispo electo, seis mil para que acepte la mitra que no podía admitir por indotado. (N. del E.)

 

3

[Ilegible en el original (N. del E.)]

 

4

El padre jesuita Cabo, data este suceso en el mismo día que el padre Alegre; yo solo debo advertir que en el antecoro de San Agustín se conserva un cuadro de San Nicolás de Tolentino, en el que se lee que aquella imagen se vio andar por las cornisas de la iglesia apagando el fuego, lo que creo falso porque todo lo consumió. Témome igual desgracia en la iglesia de la Merced de México muy vieja y cubierta de plomo. (N. del E.)

 

5

[Ilegible en el original (N. del E.)]

 

6

Creo debe decir la provincia de jesuitas de Nueva-España. (N. del E.)

 

7

Puede decirse que se fue sin la carga que venía a llevar, pues dinero y frutos preciosos que se habían acopiado, todo se lo llevaron los piratas. (N. del E.)

 

8

Debe añadirse el fetor asquerosísimo que despiden los cuerpos en Veracruz, como en toda tierra caliente, principalmente los negros. Yo creí morirme una noche en Veracruz asistiendo a la parroquia llena de ellos a un acto piadoso. (N. del E.)

 

9

En una relación de este suceso que he leído en Veracruz, consta que les dieron tortura en los compañones, cosa tan horrible como vergonzosa y propia de piratas destituidos de todo sentimiento de humanidad. (N. del E.)

 

10

La precedente relación de la invasión de Veracruz está exactísimamente referida; porque a los conocimientos de la historia, ha añadido el padre Alegre los de veracruzano, es decir, los de un hombre que sabe muy bien lo que ha pasado en su casa, y está en sus interioridades. Más tarde nos dice con respecto a la sensación que causó en México la noticia de Veracruz, y de ello es preciso dar alguna idea para satisfacer la impaciente curiosidad de los lectores. He aquí lo que he podido extractar de un diario antiguo que no tiene ni principio ni fin, porque es un manuscrito que existe de los pertenecientes a los padres jesuitas en la biblioteca de esta Universidad, corre con el núm. 36, que me franqueó su bibliotecario el señor doctor don Basilio Arrillaga.

Por su contexto, que he leído con sumo trabajo por ser de pésima letra, he podido entender que lo formó don Juan Antonio Rivera, capellán del hospital de Jesús Nazareno, y en lo que se lee contiene desde el año de 1676, hasta últimos de febrero de 1696, es decir, el espacio de veinte años durante el gobierno de los virreyes don fray Payo Enríquez de Rivera, arzobispo de México, el del marqués de la Laguna, y el de los condes de la Monclova y de Galve.

Este manuscrito está lleno de vaciedades, pero semejante a las poesías del viejo Enio, de las que decía Cicerón que entre mucha paja y ripio se solía encontrar uno que otro grano; suele referir hechos muy importantes, y a lo que entiendo es exacto. He aquí lo que he podido extractar con gran trabajo.

Mes de mayo de 1682, invasión de Veracruz

El viernes 21 de este mes a las ocho de la mañana entraron tres correos avisando que los filiburstiers habían entrado en Veracruz. A las tres horas se publicó bando para que dentro de dos horas se juntasen los que fuesen en estado de tomar las armas. Formose una junta de guerra en Palacio, y se mandó estuviesen a punto la compañía de a caballo del mando de Urrutia, y que se formasen otras doce de infantería.

En este mismo día salieron de México dos oidores, don Martín de Solís y don Frutos, con el fin de levantar gente para Veracruz, y marcharon con cincuenta hombres; al conde de Santiguo lo hizo el virrey maestro de campo.

El domingo 23, se presentó un enviado del comandante enemigo para el virrey que le pedía 150000 pesos por rescate de la gente que había hecha prisionera en Veracruz. Mandose que toda la gente que estuviera reunida, se hallase a las dos de la tarde en Palacio para salir a dicho punto de Veracruz: reservose para el siguiente día nombrar capitanes de negros y mulatos. (Debía de haber gran porción de estas castas en México, pues hasta muchos años después de estas ocurrencias subsistió en esta capital un batallón llamado de pardos, que se extinguió en el arreglo que después se hizo de milicias urbanas y provinciales).

El 24 de este mismo mes de mayo, fue día de confusiones en México: cerráronse las tiendas, y las que quedaron abiertas eran servidas por mujeres.

En este día salieron a las cinco de la tarde ocho compañías de la casa del conde de Santiago, quien llevó por maestre de campo (o segundo) al mariscal de Castilla, al tesorero de casa de moneda, don Domingo de Cantabrana, y al fin las compañías de negros y mulatos en cuatro carros de basura. Fueron muchos soldados a pie, y como dos mil hombres. Todos pasaron por delante de Palacio, en cuyo balcón estaba el virrey cubierto con un quitasol. Esta tropa fue a dormir a la villa de Guadalupe.

El martes, día 25, llegó correo del obispo de la Puebla avisando que había llegado a Tepeaca el gentilhombre, de la flota que se esperaba del general Saldívar, con cuya noticia se alborotó México. En la tarde llegó correo a Veracruz, avisando que el enemigo permanecía allí.

El miércoles 26 llegó otro correo de Veracruz, avisando la retirada del enemigo, y que se llevó cuanto había en la ciudad, y que esperaba rescate de los hombres ricos que dejaba en la isla del Sacrificio.

El viernes 28 de mayo llegó correo avisando que el enemigo había dejado a Veracruz sin un real, saqueando las principales casas, y que dejó cuatro hombres para recibir el rescate que pide. Díjose que había salido un beneficiado con cien hombres a batirse, y que le mataron diez y siete; mas sabiendo que le iba refuerzo, procuró salirse presto el enemigo. (Es tradición constante en Puebla, que luego que se supo allí la invasión del enemigo, todo el clero se reunió en junta en la Catedral, en la que se acordó que todo él saliera a engrosar el ejército, resolución que no tuvo su verificativo porque a poco se supo la retirada del enemigo... ¡Y se han escandalizado los españoles de que Hidalgo, Morelos, Matamoros, Balleza y otra porción de eclesiásticos se hubiesen puesto a la cabeza de los llamados insurgentes para salvar a su nación de la invasión francesa que temían por la que había hecho Napoleón en España! El amor a la patria es común a todos los hombres, y es mucho más enérgico en los eclesiásticos, porque como más instruidos, conocen mejor sus derechos. Este amor circula con nuestra sangre y está en la médula de los huesos partiendo del corazón, y lo anima tanto al clérigo como al secular, al noble como al plebeyo. Bien lo conocían los españoles; mas para ellos era un crimen porque temían perder el señorío de la tierra).

El lunes 30 se recibió correo de Veracruz que avisaba que el enemigo instaba por el rescate pedido. Que Lorencillo había reñido con el general Agramont, y que ofrecía al virrey entregar lo robado con algunas condiciones. (¡A tanto había llegado su atrevimiento!).

Salida del virrey a Veracruz

El 17 de julio a las tres de la tarde salió este jefe para Veracruz por la calle del Relox, acompañado de la real audiencia y durmió en San Juan Teotihuacán.

El 19 se tuvo noticia de haber salido seis embarcaciones de Veracruz con seis cientos hombres para Goazacoalcos en demanda de los piratas; pero regresó por un temporal. El día 29 llegó el virrey a Veracruz.

El 16 de agosto se avisó de Veracruz que el virrey, conde de la Laguna, con dictamen de asesor, condenó al gobernador a ser degollado por la entrada de los piratas; mas apeló de la sentencia, y se le mandó a España en la flota, bajo partida de registro. La flota salió de Veracruz el 8 de setiembre, y a las veinticuatro horas regresó de arribada por un fuerte temporal. El 11 de setiembre regresó el virrey a las cuatro de la tarde a México, estando fuera de esta capital cincuenta y cinco días, y luego fue a cumplimentarlo por su llegada el arzobispo.

He aquí el modo con que los virreyes cuidaban de esta colonia. Si la misma eficacia hubiera tenido el presidente Bustamante, la defensa de Ulúa habría sido más sostenida y honrosa, y la paz con los franceses habría sido más decorosa y ventajosa para la nación.

En el libro antiquísimo de entierros de negros y mulatos de Veracruz, que hube a las manos por una casualidad, existe una relación muy circunstanciada de esta invasión, la que yo hice imprimir en el Juguetillo núm. 9 en aquella ciudad el año de 1821. Entonces casi se había allí perdido la memoria de este suceso y los documentos en que se refería por haberse quemado el archivo, la parroquia estaba donde estaba ahora la iglesia de nuestra Señora de la Merced, templo magnífico.



(N. del A.)

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