La Feria del Libro de Frankfurt
Sergio Ramírez
Antes del momento de abrirse los portones de las instalaciones del parque de ferias de Frankfurt, las colas de gente esperan pacientes bajo la fría llovizna otoñal de esta mañana de octubre. ¿Qué vienen a ver? ¿Automóviles de último modelo, quizá, o aparatos electrodomésticos, una exhibición de modas? No: libros, vienen a ver libros. Al ser las nueve de la mañana, la multitud irrumpe en las salas gigantescas para perderse entre los infinitos laberintos -sí, recordemos al viejo Borges- de libros traídos de todas partes del mundo a la Feria del Libro.
Libros.
¿Quién lee libros en estos tiempos? La pregunta es repetida
por los escépticos que ven con asombro la magnitud de esta
feria: 400000 títulos expuestos, de ellos 80000 nuevos,
es decir, producidos en el espacio de un año, desde la feria
anterior. Y uno, al encontrarse perdido también en estos
laberintos polícromos, y asaltado por la infinidad de títulos
no puede menos que repetir parafraseando: ¿quién se va a
leer todo esto? Filosofía zen, budismo, electromecánica,
hágalo usted mismo, biografías de biografías, artes visuales,
educación sexual, pornografía exquisitamente impresa, literatura
de todas las especies y tamaños, la arrinconada poesía de
nuestros tiempos, enciclopedias monumentales, libros de cocina
como incunables -un libro de Salvador Dalí con sus cenas
predilectas en restaurantes famosos del mundo, es como un
cofre recamado en oro- diccionarios de todas las especies,
libros de arte que pesarán una tonelada. Y los libros de
bolsillo en todos los idiomas del universo, por doquier.
¡Alguien tendrá que leerse todo esto, sino, no lo hubieran
impreso!, puede uno consolarse diciendo. Y recordar a Marcel
Proust: «¡Pero Celeste, hay que leer!»
.
Aquí están las grandes, poderosas editoriales norteamericanas (Mc Millan, Doubleday, Harper & Row, Avon), inglesas (la Penguin Books Company y todas sus filiales), alemanas (Luchterhand, Rowohlt, dtv, Fischer); las editoriales rusas, húngaras, checas; las de Filipinas y Nicosia, Viet Nam y Turquía; las de España que cubren un área enorme y traficada, las de Brasil, Argentina y México, más pobremente representadas, a pesar de que estos dos últimos países son los grandes productores editoriales de América Latina. No está Venezuela, ni Colombia, no está Cuba que son países de producción respetable. Pero está ¡Oh Dios Santo, Nicaragua! Pero esa lágrima la verteremos otro día.
Entre el público que solo llega a ver, circulan, febriles y profesionales en sus ademanes, quienes acuden a la Feria para tratar negocios: editores, especialistas, agentes; andan armados de sellos de hule en los bolsillos, que estampan en el lomo de los libros expuestos, para asegurar los derechos de traducción, o de distribución; a la vista pública se hacen las pujanzas y transacciones, las reuniones de negocios se sostienen ininterrumpidamente en las mesas acondicionadas para cada stand; este parecería ser el negocio más espléndido de la época, por la forma en que es tratado. Los editores se cortejan unos a otros. Los agentes norteamericanos corretean como si estuvieran en el recinto de la bolsa de Wall Street; los ingleses se concentran, impertérritos, en sus mesas de trabajo y atienden las proposiciones. Los tratos se cierran. ¿Y la crisis? Porque el coro unánime de los suplementos de los diarios alemanes, dedicados a la Feria, es el de la crisis mundial del libro.
Las perspectivas de alzas considerables en los precios del papel, la energía eléctrica, la mano de obra, para los próximos años, han provocado desde ya una alza considerable en el precio de los libros al público -un empastado cuesta en Alemania entre 30 y 60 marcos, que es mucha plata- y las editoriales han comenzado por licenciar departamentos enteros de asesores, lectores y traductores, bajo la consigna de no editar en el futuro sino lo estrictamente necesario, con lo cual la literatura extranjera será sin duda, la menos favorecida. Pero además de tener un carácter económico, el fenómeno parece ser también de saturación. ¿Quién no se ha sentido impotente al entrar a una de esas grandes librerías, y ver lo que ya no podrá leer en el resto de su vida? La lectura se vuelve un problema material, de disposición de tiempo. Cada día se publican en el mundo, como la Feria de Frankfurt lo demuestra, cientos de nuevos títulos.
¿Está entonces destinado a morir el libro, como producto industrial? ¿Puede sobrevivir a esta época televisada? De eso hablamos en el próximo artículo.
En un reportaje de la televisión alemana sobre la producción editorial, se interrogaba al jefe de mercado de una gran firma productora de novelas policíacas (el tipo de literatura llamada afectuosamente krimi), sobre sus métodos para vender libros en un mercado tan grande y tan complejo como el de la República Federal, en donde la competencia es multitudinaria. Respondía que la propaganda para vender libros no se diferencia en cuanto a técnicas publicitarias, de la usada para vender jabones detergentes. ¿Qué se pide a un detergente? Que limpie bien, que dé blancura, que deje olorosa la ropa, que no la dañe. Pues de igual manera el público pide de un libro que tenga intriga, sexo, aventura, violencia; que no sea complicado de leer y por lo tanto, aunque grueso, no cargue al lector con dificultades de lenguaje, y que brinde esparcimiento.
El libro, hoy en día, no es pues otra cosa que un producto de consumo y así se le maneja, en gran escala. Pero uno se preguntaría si estos libracos gruesos y costosos, morbosos y mediocres, que encabezan siempre las listas semanales de best sellers -La salamandra de Morris West, El espía que vino del hielo de Le Carré, (para muestra dos botones de sangre); o los libros de memorias (la mamá de los Kennedy, la infancia de Lili Palmer), gloriosa literatura aquí llamada de «arco iris» ¿importan desde un punto de vista cultural? Claro. Y Corín Tellado, y las fotonovelas mexicanas, se compran y se leen, y se promueven, aunque sean sub literatura. Y para vender los libros de calidad literaria, las editoriales no tienen otro remedio que usar esos mismos métodos de promoción: cuántas veces no se encuentra uno un libro de Joseph Conrad, con una portada de palmeras, como una guía turística. O siempre que se traduce a un autor latinoamericano, por muy García Márquez que sea, la tendencia es colocarle en la portada una cabeza de bananos. La trampa es lo exótico.
Conspiran contra el libro los altos costos de producción, la saturación del mercado, pero también tiene otros enemigos. Y este enemigo número uno, unánimemente declarado, es la televisión: hay gente que puede pasar un año sin abrir un libro, pero no un solo día sin encender el televisor. Sin embargo, Isaac Asimov, autor de ciencia-ficción y profesor de la Universidad de Boston responde: la fantasía del lector es capaz de producir sus propias imágenes, la televisión se las da hechas, he allí la gran virtud que hará eterna la permanencia del libro. Pero no se duda que el libro necesite medios de defensa para el futuro. Luigi Colani, un diseñador de artículos de consumo, advierte: en las próximas décadas el libro solo podrá sobrevivir siendo más colorido y mejor presentado: papel más liviano, refractario a la luz, magnetizado, de colores especiales; tipos de letras más grandes, nuevo tamaño de la línea, nueva numeración de páginas; libros diurnos y nocturnos, según su volumen; anteojos especiales para quienes no padecen de la vista, pero deben leer mucho. Y sobre todo, mucho más baratos. (Colani es diseñador de artículos de lujo en Alemania y entiende que una de las cuchilladas mortales para el libro, es su precio).
Pero si hay crisis, la feria no parece acusarlo. Allí están con sus grandes y vistosos stands las editoriales, profesionalmente decoradas, compitiendo en cuanto al tamaño de las fotos de sus autores, en despliegue frente al público: Entre Günter Grass, Gabriele Wohlmann, Per Härtling, Christa Wolf, que le disputan el lugar de best seller a Solzhenitsyn con su arrasador Archipiélago Gulag (a él y a Le Carré y a Morris West, inevitablemente) está el gran Neruda, cuyas memorias Confieso que he vivido, están ya ofreciéndose en esta feria, en alemán y en muchas otras lenguas. Y que el libro no morirá parecen asegurarlo los inventos también aquí mostrados en la feria, para hacerlo más novedoso: el fono libro, por ejemplo. Aplicando un pequeño aparato a las páginas, se puede oír cantar a los pájaros en un libro de ornitología, o canciones, en un libro de folclor, la voz de un poeta en un libro de poesía; o la microficha, todo un libro en el pequeño espacio de un slide, las páginas microfilmadas para ser pasadas, a la hora de leer, en un proyector. El libro se prepara pues, para sobrevivir. A la televisión, a la sub literatura. Y a las llamas de las hogueras.
Las fotos murales de Neruda, el volumen de sus memorias recién salido a la venta, en los anaqueles de la Luchterhand. Eso es todo. Por lo demás, América Latina parece estar ausente de esta feria, en lo que se refiere a los libros de autores de nuestro continente traducidos a otras lenguas europeas. Alguien podrá decir que se debe al receso del boom; pero este famosísimo boom nunca tuvo proporciones tan espectaculares, digamos en Alemania o en Francia, en lo que se refiere a librerías. ¿Cuáles autores latinoamericanos alcanzan al grueso del público en la República Federal? Jorge Amado con sus novelas picarescas y coloridas, que atraen por exóticas, ha alcanzado los 50000 ejemplares, una marca ya apreciable. Cortázar y compañía se quedan muy a menudo en las bodegas, quizás porque sus novedosas técnicas de narrar, monólogos interiores y flash-backs, ya estaban de moda en Europa desde los viejos tiempos del Ulises de James Joyce, allá por 1922. Aunque, por supuesto, la gran crítica europea no ha escatimado aplausos para el boom.
Pero en esta gran feria -vamos a lo que vamos- con más de 2000 editores diferentes representados, con su tráfago y su ebullición, hay un lugar para los autores centroamericanos: el stand de las dos editoriales gemelas de Wuppertal, la Peter Hammer y la Jugenddienst, cuyo director, Hermann Schulz es una especie de gran procurador de los autores de la región: él lanzó el nombre de Ernesto Cardenal en los países de habla alemana y bajo el sello de la Peter Hammer, Los salmos se convirtieron en un apreciable éxito de librería; desde entonces ha publicado todos sus libros, es agente voluntario de las cerámicas de Solentiname y agente literario de Cardenal para otras lenguas, también voluntariamente. Ha publicado la traducción de mi novela Tiempos de fulgor, y se prepara el próximo año para lanzar Los monos de San Telmo de Lizandro Chávez Alfaro -el cuento que le da nombre al libro lo colocó ya Schulz para una película de la televisión, un logro estupendo-; un volumen con las piezas de teatro del guatemalteco Manuel José Arce -que serán puestas en escena por un grupo profesional de Düsseldorf- y un libro documental sobre el general Sandino, por primera vez en lengua alemana, libro éste último cuya aparición será concertada también en inglés, italiano y francés.
Incansable, cordial, Schulz hace todo esto y más; a raíz de la visita de Cardenal a la República Federal el año pasado, la gran firma de grabaciones de Düsseldorf Schwamm Studio, ha sacado un disco con el título de Sacro Pop Festival, que con música del joven compositor Peter Janssens reproduce la misa ecuménica celebrada por Cardenal, la misma que la televisión pública puso para sus programas de noche buena.
Por supuesto que estas dos editoriales no viven de publicar libros de autores centroamericanos; pero estos títulos, enriquecen sus catálogos que varían desde la teología moderna a los problemas del tercer mundo, y abren muchísimas posibilidades a los escritores de una región que como la nuestra, necesita ser conocida en cuanto a sus valores culturales. Para lograr eso, y darse cuenta de las características de lo que Schulz juzga su propio terreno (ha aprendido ya español con asombrosa rapidez) ha emprendido dos viajes a Centroamérica, y ha estado en Costa Rica y en Nicaragua. De su última visita en el año 1972, ha resultado un hermoso libro de viajes que va a llamarse simplemente En Nicaragua cuando se publique en la primavera del año próximo (se está arreglando una edición simultánea en Alemania y Nicaragua). Llevará fotos, tomadas por él mismo, y una breve antología de la poesía nicaragüense como apéndice.
En este libro recoge experiencias de su recorrido durante los meses de mayo, junio y julio, por la costa atlántica -Bluefields, Puerto Cabezas, Cabo Gracias, por el gran Lago y el Río San Juan -Solentiname, San Carlos, San Rafael del Norte- y algunos lugares del Pacífico. Sus impresiones sobre el país sorprenden no solo por su riqueza, sino también por la intención con que están escritas, dar un recuento profundamente humano sobre las gentes encontradas: marineros, grumetes, pastores, prostitutas, una plática sobre literatura con un limpiabotas en Corinto, una fiesta familiar con estudiantes en León, un paseo con muchachas de Granada, una fiesta con los poetas en Managua. Un libro que tendrá mucho que agregar a la ya rica tradición de testimonios de viajeros extranjeros en Nicaragua.
Con perdón de la palabra, porque Hermann Schulz no es tan extranjero en Nicaragua.
Frankfurt, octubre 1974.