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Defensa de los francmasones1

O sea observaciones críticas sobre la Bula del señor Clemente XII y Benedicto XIV contra los francmasones, dada la primera a 28 de abril de 1738, la segunda en 18 de mayo de 1751, y publicadas en esta capital en el presente de 18222

José Joaquín Fernández de Lizardi





El Pensador Mexicano

Si yo no fuera tan ignorante no me chocaran tantas cosas que no me pudieran caber, aunque tuviese un gaznate más ancho que el de la ballena que se tragó a Jonás3.

Por esto hago mis observaciones, sobre todo, por ver si los sabios me sacan de mis confusiones.

Entre lo que me ha chocado han lugar estas dos Bulas respetables4, y sobre las que haré unas superficiales reflexiones, dejando a los eruditos editores de El Sol5, el cuidado de que las hagan con la solidez que acostumbran para los más instruidos, mientras yo las hago así para las viejas y gentes de capote rabón, que son con quienes quiero entendérmelas.

La Bula del señor Clemente XII, y del señor Benedicto XIV, se reducen a prohibir, bajo graves censuras, las reuniones de los francmasones; pero en ellas no se da una razón sólida, bastante y justificada para prohibirlas, ni se les prueba de delito, convencimiento, herejía ni pertinacia, y sólo se prohíben por sospechosos, por razón de su secreto. Véase.

El señor Clemente XII dice:

«A la verdad, ha llegado a nuestros oídos por varios conductos, y aun por el mismo rumor del pueblo, que hacían grandes progresos por todas partes6, ciertas sociedades [...] de francmasones [...], en donde se reúnen hombres de cualquier religión y secta, dándose por contentos de cierta apariencia de virtud natural que afectan, ligados con un vínculo tan estrecho como impenetrable en observancia de las leyes y estatutos que ellos mismos se han impuesto; obligándose, ya con el religioso7 juramento que se les exige sobre los sagrados libros8, ya con amenazas exageradas de graves penas, a cubrir con un profundo silencio aquellas cosas9 que hacen todos los días en secreto10.

Mas siendo tal este delito11 que él mismo se descubra12 y dé la cara, se han hecho13 sospechosas a los fieles semejantes sociedades o juntas que, a juicio de hombres prudentes14 y buenos, es lo mismo entrar en ellas que incurrir en la nota de malos y pervertidos; porque a la verdad, si no hiciesen cosas malas, no se ocultarían tanto»15 16.



De todo lo dicho y de lo que añadió el sabio Benedicto XIV, que se reduce a lo mismo, sacamos que ha habido y hay francmasones que tienen unas reglas o constitución particular que observan, y que lo que tratan en sus juntas todos lo ignoran por el impenetrable secreto que guardan, caucionado observar con religioso juramento, que prestan sobre la Santa Biblia. ¡Por Dios que deseo ser francmasón!, porque, no puede menos que ser santa una religión, secta o comunidad donde el fundamento: es la beneficencia, el amor al género humano, la hospitalidad y el desinterés; y en la que se guardan sus preceptos (entre éstos el secreto), bajo la sagrada religión del juramento prestado sobre los libros canónicos que veneramos; y esto, con tanta religiosidad, que no ha podido encontrar un perjuro toda la maliciosa y cruel astucia de la nunca bien maldita Inquisición. O los francmasones son los mejores hombres de bien del mundo, o los católicos que yo conozco son los hipócritas más pícaros que existen sobre la tierra; porque un tribunal que era Argos en valerse de la religión para cometer sus picardías, y que al que no le sabía le levantaba, no encontró un francmasón perjuro; y yo, sin ser inquisidor, he visto perjurar a los católicos privada y públicamente a cada paso. Públicamente, con toda solemnidad, a vuelta de esquila y con salvas de artillería, he visto perjurarse, en quince años siete veces, a los virreyes, obispos y arzobispos, cabildos de clérigos, prelados de frailes y toda clase de corporaciones, entrando las tropas, ya reales, ya constitucionales, etcétera. A Carlos IV juraron obedecerlo hasta la muerte. Después de lo de Bayona, a Fernando VII se juró como monarca absoluto en [1]808; después se perjuraron, y lo hicieron rey constitucional. Volvió con las bayonetas y echó enhoramala la soberanía de la nación, se volvió a jurar en México monarca absoluto. El gran Quiroga restableció la libertad en su trono; y México, pues, los santos católicos que se espantan de los francmasones, volvieron a perjurarse y lo hicieron constitucional; últimamente, no les agradó así, lo despojaron del trono y juraron la independencia, único juramento que yo tengo prestado al Dios de la verdad, y que sostendré con mi sangre.

Conque, ¿qué tenemos que escandalizarnos de los francmasones, cuando ni sabemos de qué tratan, ni podemos imputarles por culpa un secreto que guardan religiosamente, por no ultrajar a Dios perjurándose?

Sepamos primero los errores de los francmasones, y entonces podremos rebatirlos y condenarlos; mientras no, todo será acreditarnos de necios y temerarios en condenar como malo aquello mismo que ignoramos.

Yo no entiendo cómo admitiéndose en los clubs o asociaciones de los libres albañiles17, individuos de todas sectas, juran todos sobre los Evangelios; no entiendo, vuelvo a decir, cómo el pagano, el moro y el judío podrán jurar, y con tanta religiosidad, sobre lo mismo que no creen. Es claro que, en tal caso, no se tendrían por obligados a la observancia del secreto por el vínculo de una ritualidad que para ellos era despreciable. No ha sido así, luego es preciso creer o que también en esto engañaron al sumo pontífice, o que inmediatamente que los sectarios de otras comuniones se reciben en las logias masonas, creen en los misterios de nuestra fe, y se convierten en católicos. El lector se decidirá a creer lo que quisiere.

Asimismo me es incomprensible lo que dice la Bula, de que algunos se han arrepentido18. Si así es, ¿cómo no han descubierto los errores de estos malvados albañiles? Luego, o no notaron entre ellos ningún error contra la fe, o jamás se ha arrepentido ninguno.

Yo no entiendo estas cosas; sólo entiendo que por desgracia somos más escrupulosos que buenos católicos. Tengamos fe, cumplamos con nuestras obligaciones, no hipócrita, sino sinceramente, y riámonos de los jacobinos, jansenistas, francmasones, y de cuantos enemigos tenga nuestra religión, seguros de que el Fundador de ella ha prometido que su Iglesia permanecerá hasta el fin del mundo, y que jamás prevalecerán contra ella las puertas del infierno.

A pesar de que muchos, por ignorancia o malicia, dudan de mi catolicismo, porque no soy preocupado en materias religiosas, no me aterran sus temerarios juicios. No cabe comparación en lo que voy a decir, pero Jesucristo fue tenido por samaritano, es decir, por cismático, entre los judíos, porque exigía el cumplimiento de la ley, y les echaba en cara sus transgresiones, supersticiones e hipocresías. Éstos, decía Su Majestad, con los labios me honran, pero su corazón está lejos de mí. ¡Oh, y no diga lo mismo de muchos de nuestros celosos defensores de la fe!

Los santos pontífices que impugnaron la masonería, obraron de buena fe, según las luces de su siglo. Ahora luce el sol mejor; es menester ver bien para aprobar o condenar. Éste es mi sentir.

Febrero 13 de 1822.

[José] Joaquín Fernánez [de] Lizardi.





 
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