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Acerca del número y aprovechamiento de los rebaños de la tierra, domesticación de aves y uso de la moneda en el Perú, dice Las Casas en el cap. 43 de la Apologética, dedicado a la prudencia económica de los indios, esto que sigue:

«En los reinos del Perú, donde proveyó Dios de haber muchos ganados, allí los domesticaron. con grande industria, y tuvieron grandes y numerosas greyes o manadas de ovejas y carneros de diez mill cabezas y quince mill y más millares. Destos ganados se servían y aprovechaban de la lana para vestirse, de que hacían sus mantas muy finas y dellas sus camisas o manera de vestidos que usaban; y de llevar con los carneros, por ser muy grandes, sus cargas de tres y cuatro y cinco arrobas, y de ir en ellos por los caminos cavalgando, y al cabo también de comer su carne. Aves que habían hecho y tenían domésticas, muchas abundaban en muchas partes, como ya parece haberlos llevado de acá en España y aun en Francia. Usaban por moneda cierta yerba llamada coca».

 

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No son grandes comedores, sino, por el contrario, muy sobrios y más que nuestros burros. Su carne tampoco es sabrosa y más sana que la de los carneros de nuestra tierra. Los primeros españoles que la comieron, por necesidad, antes de la introducción en el Perú de los ganados castellanos, la encontraron fastidiosa, dulzona y de poca sustancia.

 

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Por el tamaño del animal parece referirse a la Viscacha; por la extrema blandura del pelo, a la Chinchilla. También las hacían de pelo de cierto murciélago bermejillo (Noctilio leporinus?).

 

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No tanto como eso, pero algo parecido dice Antonio de Herrera sobre estas curiosísimas vasijas, al referir uno de los episodios de la conquista de Quito por Belalcázar: «y llegando a un lugar llamado Quioché [Quinché] junto a Puritaco... halláronse diez cántaros de fina plata, dos de oro de subida ley, cinco de barro esmaltado y entremetido en ellos algún metal con gran perfección» (Dec. V, lib. VI, cap. V.)

En la selecta y copiosa colección de antigüedades quiteñas del Museo de Bruselas, no he visto ningún vaso de esta especie.

En las americanas de nuestro Museo Arqueológico, existe alguno que otro con huecos o calados (por supuesto vacíos) que parecen denunciar la misma labor que los de Quinché, aunque su procedencia creo ha de ser de la costa Yunca del Perú.

 

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Los antiguos peruanos no conocieron los criaderos argentíferos de Potosí. Las minas de donde principalmente sacaban la plata por el procedimiento que describe Las Casas, copiando a Cieza, llamado huairas, eran las no menos famosas de Porco.

 

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Entre ellos su correligionario y amigo fray Domingo de Santo Tomás, autor del arte primero y vocabulario que de la lengua quíchua se han impreso, y de quien Cieza de León aprendió muchas cosas acerca de las costumbres de los yuncas costeños, según declara en el cap. LXI de la Primera parte de la Crón. del Perú.

 

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En lengua de Haití; Cactlis, en la mexicana; uxutas u ojotas en quíchua.

 

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Así el periodo, que no hace sentida. Tiene muchas tachas y enmiendas y el autor olvidó, sin duda, la forma definitiva en que había de quedar. Este caso no es único sino frecuente en el voluminoso original de la Apologética.

 

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También se servían de las porras como armas arrojadizas.

 

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Las Casas cita equivocadamente el cap. 23. El texto de Plinio reza: Fanesiorum... in quibus nudas alioquin corpora proegrandes ipsorum aures tota contegant.