Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —141→  

ArribaAbajoCapítulo XVII

Que continua el reinado y sucesión de los Ingas, con los hechos y obras memorables de Pachacútec


Aquí ocurre buena materia de considerar el modo por qué los Reyes Ingas que a este Pachacuticapacingayupangi sucedieron, fueron tan grandes Señores y tuvieron tan dilatados reinos como se dirá. Fue el mismo (al menos en cierto tiempo) con que los romanos, según cuenta San Agustín en los libros de la Ciudad de Dios, alcanzaron la monarquía del mundo viejo de por acá, conviene a saber: que puesto que a los principios los romanos algunas guerras injustas movieron, o fueron causa que contra ellos e otros justamente las moviesen, como fue la de los Sabinos, por la maldad y engaño que les hicieron, fingiendo ciertas fiestas, para que fuesen las hijas dellos a festejallas a Roma, y después alzáronse con ellas, tomándolas por mujeres contra su voluntad, como cuenta Titulivio, libro I.º de la déc. I.ª, y después de ya ser poderosos la codicia y ambición de dilatar su Imperio, como toca San Agustín, lib. I.º, capítulo   —142→   32.º de la Ciudad de Dios, y en otras partes hicieron hartas injustas guerras, y dello también testifica Paulo Orosio y otros muchos historiadores; pero, en el tiempo del medio, las guerras injustas que algunas naciones contra ellos movieron, fueron causa que ellos, por su defensión peleando, los venciesen y subjectasen, porque desde adelante no presumiesen a se levantar. Así lo testifica el mismo sancto, lib. 4.º, cap. 15º, diciendo: «Iniquitas, n. eorum cum quibus justa bella gesta sunt, regnum adjuvit ut cresceret; y más abajo: Multum. n. ad istam latitudinem imperii, eam scilicet iniquitatem alienam cooperatum videmus, que faciebat injuriosos ut essent cum quibus justa bella gererentur et augeretur imperium». Hec ille. Los cuales, vencidas algunas batallas de los enemigos, que sin razón movían guerras contra ellos, volaba la fama de su valentía y esfuerzo y buen gobierno, de donde muchos se les vinieron a ofrecer por amigos y otros por subjectos, y así fueron mucho cresciendo como hizo éste. Desto hace mención el lib. I.º y cap 8.º de los Machabeos, donde se dice que Judas Machabeo, oídas las nuevas de las virtudes de los romanos y su gran esfuerzo, envió embajadores para confederarse   —143→   en amistad con el pueblo romano.

De lo dicho parece cuanto más justo y recto fue el imperio y reinado y dilatación de la monarquía que tuvo este Rey Pachaquticapacyngayupangi81, al menos en todo su tiempo, que el de los romanos; pues hasta este tiempo que rescibió en sí el reino, no se ha visto que sus predecesores lo hubiesen augmentado por injustas guerras, según lo que habernos podido entender con verdad.

¡Tornando a la historia de la excelencia del Estado Real, dilatado imperio, suave y felice gobernación del Rey Pachaquti, lo primero en que, rescibido el reino en sí por la renunciación de su padre, se ocupó, fue en ordenar y proveer las cosas de la religión, obra digna de Príncipe óptimo, prudente y devoto, y que no puede no ser felice y bienaventurado, haciendo principio en su gobernación de lo divino, ques lo mejor; y cuanto más cierto estará de la felicidad espiritual y temporal cuando el Príncipe, habiendo profesado la verdadera religión, las cosas concernientes a ella entre todos sus cuidados tuviere ante los ojos! Ejemplo singular imitable da este   —144→   Príncipe infiel guiado por sola lumbre natural, a los Reyes y Emperadores católicos, cómo se deban haber en las cosas de Dios, y cuán gratos hayan de serle a quien en tan soberano estado los sublimó, pues éste tan agradecido se monstró al Sol, que según su errónea opinión le ayudó a conseguir tan maravillosa victoria, y por ella tan temprano al Estado Real subió.

En el cap. 7 queda largamente dicho, cómo al principio de su reinado trató de introducir en todos sus reinos el cultu y religión del Sol, y mandó que todos le constituyesen templos en los lugares más eminentes, y como para por su ejemplo animarlos, sus Palacios y Casas Reales, donde los Reyes, sus antecesores, habían morado, y su padre y él actualmente habitaban, saliéndose dellos, los dedicó para templo del Sol, el cual fue uno, y quizá único, el más rico de oro y plata y proveído de servicio que hobo en el mundo, y lo adornó de grandes y admirables vasos de oro y plata y riquezas otras; inextimables (sic), y de aquellas monjas doncellas, hijas de Señores, para que siempre vacasen al servicio y ministerio del Sol, Con otras cosas admirables que allí referimos.

  —145→  

Ordenadas las cosas espirituales del cultu divino y todo lo que concernía a la religión, diose luego este bueno y prudentísimo Rey a ordenar lo que convenía a la gobernación y común utilidad de sus reinos, a polir y a esmerar todas sus repúblicas con hermosa y perfecta (cuanto sin fe de Dios verdadero fue posible) y nueva manera de policía. Esta comenzó a fundar en su Real ciudad del Cuzco, para que todos los Señores que le obedecían, en sus ciudades y pueblos, y todos sus gobernadores que en su lugar en las provincias y pueblos grandes ponía, tomasen de allí el ejemplo y forma cómo habían de ordenar las repúblicas, polir e las gobernar. Y para tener crédito con todas sus gentes y que las cosas que determinase tuviesen autoridad, usó desta industria, llamándose hijo del Sol; y así se intitulaba por este vocablo Capaynga, que quiere decir «sólo Señor», y añidía otro título de que más él gloriaba por gran excelencia, y este era Indichuri, que significa «hijo del Sol». Y así decía quel Sol no tenía otro hijo ni el tenía otro padre sino al Sol. Y así, cuanto hacía y ordenaba, decía que lo hacía y ordenaba y mandaba el Sol. Semejante fue esta industria, para cobrar con los pueblos autoridad, a la de Numa Pompilio, segundo   —146→   Rey de Roma, que fingió tener por mujer a la ninfa Egeria, y que de noche tenía con ella sus coloquios y conversación, y que de parecer della constituía las leyes, así las del regimiento temporal, como las que tocaban a la religión; aunque más honesta fue la industria deste que la de Numa, llamándose hijo del Sol.

Lo primero que cerca desto hizo, fue dividir toda la ciudad del Cuzco, que ya era muy populosa, en dos barrios o partes o bandos. El uno y más principal llamó Hanancuzquo, que quiere decir «la parte o barrio o bando de arriba del Cuzco», a la otra puso nombre Rurincuzquo82, que significa, «la parte o barrio de abajo del Cuzco». El barrio y parte Hanancuzquo, que era principal, subdividió en cinco barrios o partes: al uno y principal nombró Cápac ayllo, que quiere decir «el linaje del Rey»; con éste juntó gran multitud de gente y parte de la ciudad, que fuesen de aquel bando; al segundo llamó Iñaca panaca; el tercero Cucco panaca; el cuarto Auca yllipanaca83; el quinto Vicaquirau panaca; a cada uno de los cuales señaló su número grande de gente, y así repartió   —147→   por bandos toda la ciudad. Del primer barrio o bando hizo capitán a su hijo mayor y que le había de suceder en el reino; el segundo y tercero señaló a su padre y descendientes por la línea trasversal; el cuarto a su agüelo y descendientes también por la línea transversal; el quinto a su visagüelo, por la misma línea84.

Asimismo la parte y bando segundo y principal de la ciudad que llamó de Rurincuzco barrio de abajo del Cuzco, subdividió en otras cinco partes o parcialidades: a la primera llamó Uzcamayta, y deste hizo capitanes a los descendientes del segundo hijo del primer Rey Inga; a la segunda nombró Apomaytha, de la cual constituyó capitán y capitanes al segundo hijo y descendientes del segundo Inga, a la tercera parcialidad o bando puso nombre Haguayni, del cual nombró por capitán y capitanes al segundo y descendientes del tercero Inga; al cuarto barrio nombró Rauraupanaca, cuya capitanía encomendó al segundo hijo y descendientes del cuarto Inga; al quinto barrio llamó Chimapanaca, y diole por capitán y capitanes al segundo hijo y sus descendientes del quinto Inga.

  —148→  

Esta orden y división hizo (según cuentan los viejos, en quien permanecen las historias de sus antigüedades) por dos razones o para dos efectos: el uno, para que estando así divididos por sus barrios y capitanías o parcialidades, y reducidos a orden, se pudiese tener con toda la gente y comunidad mejor y más cierta cuenta y razón, así para las obras públicas que se hobiesen de hacer, como para los tributos que habían de pagar. Lo segundo, para que como hombres que tenían diversas partes y lugares diversos de la ciudad, y les eran más proprias que las de los otros, y así estaban como contrapuestos, cada y cuando que hobiesen de ser llamados para efectuar cualquiera obra, presumiesen los de cada barrio o bando o parcialidad de hacerla mejor que los de la otra, cuasi emulando y teniendo envidia virtuosa los unos de los otros, como vemos entre nosotros en las ciudades questán repartidas en collaciones, que cuando son llamados los vecinos dellas para guerra o para otras obras del bien público, cada una presume de se aventajar sobre la otra, así en sacar mejor lebrea (sic), como haciendo lo mejor que puede la parte que le cabe; y, esto es harto natural.

No fue chico argumento esta división   —149→   y orden que este Rey puso, de su gran prudencia, juicio sotil, largo discurso de razón y amplísima capacidad. Hizo desto edito público, mandando que todos los Señores y gobernadores de todo su reinado dividiesen cada provincia en dos partes principales, y cada una dellas se subdividiese en otras cinco, de la misma manera que en la ciudad del Cuzco había hecho y ordenado. Después dividió toda la tierra en otras dos partes, debajo de términos y vocablos más generales, conviene a saber: de Hanan y Rurin; e mandó que todos los de la parcialidad de Hanan que se llamasen hanansaya, que quiere decir «el bando de los de arriba»; y a todos los de la de Rurin se llamasen rurinsaya, que quiere decir «el bando de los de abajo»; como si dijera los andaluces, por los de Andalucía, los castellanos por los de Castilla. Y así, cuando alguna provincia por mandado del Rey había de hacer alguna obra pública o contribuir con tributos o servicios, todos los de Hanan, como todos los andaluces, acudían a una, y cada parcialidad de aquellos a su parte por sí, como digamos cada ciudad; y de cada ciudad, cada bando o parcialidad de las ciudades acudía con lo que le cabía. Los de Rurinsaya, como los castellanos,   —150→   hacían lo mismo y acudían de la manera dicha; lo uno, porque hobiese orden y concierto en todo y se evitase confusión; lo otro, porque, a porfía los unos de los otros, cada uno lo hiciese mejor y se señalase más en la parte que le cupiese de la obra. Lo mismo era en las guerras y fiestas y juegos y sacrificios que se hacían




ArribaAbajoCapítulo XVIII

Continúa la gobernación, sabias providencias y hechos memorables de Inga Pachacútic


Tuvo este Rey Pachacuti otra notable providencia para perficionar las policías y repúblicas, y esta fue que salió a visitar por su Real persona toda la tierra y provincias comarcanas de su ciudad del Cuzco, donde principalmente residía; en la cual visita miró y consideró la disposición de cada provincia y de cada pueblo, y los términos que tenía y los vecinos dello, y si hallaba que en algunos pueblos no había oficiales de algunos oficios y había necesidad dellos y en el pueblo disposición para habellos, sacaba de otro pueblo donde los había los que le   —151→   parecía, sin daño del mismo pueblo, con sus mujeres y hijos y familia, y mandábalos ir a vivir al pueblo donde faltaban y dallos sus tierras y solares y hacerles las casas para que allí usasen sus oficios como en el otro los usaban. Otras veces se trocaban, yendo los de un pueblo a otro; como, si en éste sobraban plateros y faltaban labradores, iban deste al otro plateros; y de aquél venían a éste labradores, cuando labradores para la sustentación de aquél, labradores (sic) le sobraban. Y así trocaba las heredades y casas, haciendo recompensa en otras cosas, si las de los unos hacían a las de los otros en valor ventaja.

Consideraba en esta visita de la tierra, si se podía hacer alguna semilla o árboles y frutales que no frutificaban, o no tanto, en otras partes, y era necesaria, y traía de otra tierra hombres que la supiesen sembrar y cultivar y a los naturales de allí lo enseñasen; a los cuales mandaba galardonar y repartir tierras y solares para sus casas y heredades. Consideraba así mismo la condición e inclinaciones de las gentes, y si entendía que eran orgullosos o inquietos, traía de otros pueblos, mayormente de los que tenía más cognoscidos y experimentados por fieles y obedientes,   —152→   aprobados y leales, donde mandaba que morasen y usasen de sus oficios o ejercicios que en su naturaleza usaban, para que los de allí aprendiesen a vivir quietos, y para que, entendiendo quel Rey los mandaba poner allí por esta causa, temiesen de hacer novedades, como quien tenía cabe si las espías y testigos que habían luego de avisar al Señor, y por consiguiente, de causar en el pueblo inquietud se descuidasen.

En todas las fronteras y límites de su imperio traía de los más esforzados y belicosos de su reino con sus mujeres y casas, mandándoles que allí poblasen y rompiesen las tierras para sus labranzas, dándoles privilegios y exenciones, para que con mejor gana lo aceptasen. Hacíales edificar fortalezas para su defensión y de los pueblos y provincias comarcanos; y esto principalmente se hacía en los confines de las gentes que vivían en las montañas, porque era gente indómita y que salían muchas veces a inquietar y dañar los pacíficos, haciendo saltos. Cuando sentía que algunas gentes de su imperio eran bulliciosas, sacábalos de aquella provincia y dábales tierras en otra parte donde no tuviesen ocasión de bullir o levantarse, cuidando siempre que el temple de   —153→   la tierra donde los pasaba fuere al de la tierra que dejaban semejante85. Estos que así ponía, y los que mandaba en otros pueblos, llamaban mithimaes. Dejábalos en su vestido y traje y en su lengua, puesto que les mandaba que aprendiesen la natural del pueblo. Subjectábalos a la jurisdicción del Señor o gobernador que allí presidía. Tenía también singular cuidado que los vecinos que de una parte a otra mandaba, fuesen a tierra que tuviese el temple mismo y cielo y disposición, o muy propincua de aquella de donde los traían e mandaban; porque esta es regla general en todas las Indias, que mudándose los indios de tierra callente a fría, o de fría a la callente, o que tenga mucha diferencia en estas cualidades, que han de perecer de la gente que hace esta mudanza la mayor parte.

Tuvo una diligencia, como Príncipe prudentísimo, en tener cuenta de todos sus vasallos, conviene a saber: el número de los viejos y viejas, de los de mediana edad, por sí los mancebos, los mochachos, los niños de cuatro años abajo, de los recién   —154→   nacidos y de cuatro hasta diez años; a otra parte, los de diez hasta diez y ocho; a otra desde allí hasta veinte y cinco; y en este tiempo entendía en mandar que se casasen, y tuvo en esto tanto cuidado, que no había persona, chica ni grande y de cualquiera edad en su reino, que no tuviese cuenta della y no supiese dónde y de qué lugar.

Dividió y puso esta orden en todas las provincias, (conviene a saber): que cada cient indios, que llamaban padiaca86, tenían uno como jurado o capitán o principal; y cada mill hombres o vecinos, que llamaban guaranga, otro; cada provincia, que contenía diez mill, que llamaban hemo87, tenía otro; y estos eran sus propios y naturales Señores que tenían de antes que fuesen sus vasallos; y sobre la tal provincia de diez mill vecinos ponía él una persona muy principal y de autoridad, y era uno de sus deudos, como corregidor o justicia mayor, que se llamaba tocrico88, que quiere decir «veedor de todas las cosas»; porque tenía éste cuenta de ver y entender todo lo que se hacía en   —155→   toda su provincia y en no consentir que los Señores de los pueblos hiciesen agravio a los menos principales, ni ellos ni los menos principales al común y personas bajas.

Los Señores menos principales tenía cada uno cargo particular de sus vasallos, y tenían la jurisdicción limitada, por que no podían matar por algún delicto ni hacer otros castigos graves en sus mismos vasallos; solamente cognoscían de los agravios menores, como eran rencillas livianas, si acaecían entre unos particulares y otros, componiéndolos y dándoles algunos castigos moderados. Los Señores de mill vecinos entendían en otros negocios y causas mayores, pero nunca o muy raro a muerte condenaban, al menos sin dar noticia del delicto y del castigo que parecía que se debía dar, al teocrico, que parece tenía oficio y poder como el que tenía el procónsul e legado de que hacen mención las leyes de los Emperadores, según parece en el Digesto.

Cuando el delicto era muy grave, principalmente si el delincuente acaecía ser algún Señor, dábase parte al rey Inga, siendo caso de muerte, y la justicia se hacía por su mandado y no sin él.

Iten, en esta cuenta no entraban sino los hombres casados, y no todos, sino de   —156→   cincuenta años abajo, porque de todos los que de allí subían no se hacía caso para algún servicio ni trabajo ni guerra ni otra cosa de caudal. Los de veinte y cinco años abajo que no eran casados, contábanse por una misma cosa los padres o deudos que los tenían en cargo y debajo de cuyo gobierno estaban, y todos aquellos no eran contados sino por una casa89.

Hizo una provisión admirable, obra de Príncipe prudentísimo y providentísimo y pío, digno de inmortal memoria y aun de vivir eternos años. Esta fue, que cerca de los caminos reales, que fueron dos muy señalados, como se dirá, mandó edificar en todas las provincias en los lugares altos y más eminentes, allende sus aposentos que allí había, muchas y grandes casas en rengleras, unas juntas con otras, para alhóndigas y depósitos, Señaló tierras y heredades de las más fértiles y mejores después de las que mandó señalar para los sacrificios y servicio del Sol, con título y nombre de suyas, donde se sembraban todas las cosas de comer y mantenimientos   —157→   que por toda la tierra era posible hallarse y fructificar. Sembraba estas tierras y cogía y beneficiaba la comunidad los frutos dellas, y a la cosecha, llevaba cierta poca cantidad al Cuzco o a donde el rey residía, más por recognoscimiento de la superioridad real que no por otro respecto. Todos los frutos, demás desto, que sobraban, y eran en grandísima cantidad, se reponían, encerraban y guardaban en los depósitos y alhóndigas susodichas grandes, para cuando fuese menester o hobiese de pasar gente de guerra, o cuando querría celebrar algunas fiestas y hacer nuevos y extraordinarios sacrificios. Había en aquellos depósitos infinito mahíz, frisoles, habas, papas, camotes, xicamas, quinuas, y otros géneros de raíces y semillas que son grandes mantenimientos. Había depósitos de mucha cantidad de sal, gran provisión de carne al sol seca, otra mucha copia de salada, pescados secos al sol y otros salados; de axí o la pimienta que entre todas las más gentes de las Indias es tenido por gran parte de mantenimiento, había abundancia.

Grandes depósitos también de ovejas y carneros vivos, así para comer carne fresca, como para llevar las cargas. Infinita   —158→   copia de lana, muchos montones de algodón en pelo y hilado, y otro en capullos donde ello se cría, ya secos. Sin número de camisetas de algodón y otras de lana, que, son los vestidos que traen; mantas de las muy ricas y de las comunes. Cabuya y pita, que son diversas especies de cáñamo o sirve de cáñamo; la cabuya es más gruesa y la pita más delgada; mucha hilada y torcida, otra en cerros, della mucho número, de sogas y cordeles y cabestros. Infinita cantidad de cotaras90, que son el calzado de los pies, de diversas maneras artificiadas, para que se calzasen los Señores y los de menos calidad y la gente común. Había mantas de las muy ricas de lana y pintadas, que solos las vestían los grandes Señores; de las naguas, que son las faldillas que se visten las mujeres, muy ricas para las Señoras, y otras comunes para las que no lo son. Había grande abundancia de depósitos de toldos, que son las tiendas para por el campo en tiempo de guerra; innumerables armas ofensivas y defensivas, como infinitos arcos y flechas, hachas de armas y porras de cobre   —159→   de plata; hondas, y para ellas piedras infinitísimas; rodelas, barras y picos de cobre para cortar las sierras y adobar los caminos; plumajes y bixa, que es la color bermeja, y otras colores con que se pintan para se parar feroces y bravos. No se podrá encarecer cuanta provisión había de todas las cosas dichas y con cuán grande abundancia, y esto, en todo tiempo, para paz y para guerra, nunca jamás faltaba; siempre los depósitos estaban llenos y proveídos y las cosas susodichas aparejadas.

Tenía grandes y muy diligentes y fidelísimos mayordomos y guardas, con gran recaudo sobre los dichos depósitos, que los meneaban y limpiaban, para que no se corrompiesen.

De tres en tres años tenía cuidado el Tocrico, que era como se dijo el procónsul o legado questaba en lugar del Rey, de visitar todos aquellos depósitos y hacellos renovar. Todo lo que allí estaba se repartía por los pobres, comenzando por las viudas y huérfanos, de los cuales siempre aqueste Príncipe y todos sus sucesores tuvieron singular cuidado, como parecerá.

Repartidas por los pobres todas las cosas que allí estaban, tornábanse luego a   —160→   hinchir de nuevo los depósitos de los bastimentos y provisiones como de antes estaban. Estas provisiones tenían cargo de traer por sus tributos las provincias de los depósitos más cercanas, cuyos señores y súbditos estaban obligados a ello; porque así estaban los lugares donde los había proporcionados.

Comúnmente, donde se hacían estos depósitos, como siempre la tierra y comarca della era fértil e graciosa, mandaba edificar sus palacios reales y los templos del Sol, como en el cap. 7 se dijo, donde se iba en sus tiempos ordenados a recrear con sus mujeres y casa. Veníales allí el agua, traída de muy lejos por atanores, a las albercas y estanques donde se lavaban y bañaban él y ellas; y esto todo tan bien labrado y polido como se pudiera edificar y polir en Granada. Donde quiera que había callentes aguas, tenían notables edificios de baños, donde solo él y sus mujeres entraban a se lavar y bañar.

Frontero de las Casas Reales mandó edificar otros aposentos muy grandes, como arriba se recitó, y que tenían cuatrocientos pies de largo y cuarenta de ancho, donde se aposentase la gente de guerra cuando por allí pasase, por no dar molestia o enojo a los pueblos en aposentarla.



  —161→  

ArribaAbajoCapítulo XIX

De los grandes y maravillosos caminos que mandó construir Pachacútec, uno por la Sierra y otro por Los Llanos, y de los chasquis o postas


Otra provisión dignísima de ser admirada y engrandecida con inmortales alabanzas hizo este tan prudente Príncipe y, sin duda, en todo el mundo digno de ser por tal cognoscido y nombrado, que fue la de los dos caminos que hobo en aquellos sus reinos, los cuales parecieran cosa soñada, si los nuestros españoles no los vieran y todos, como por una boca, de loallos y encarecellos nunca acabaran; indicio manifestísimo también de la viveza y sotileza el excelente juicio de razón de todas aquellas gentes, que tales obras hayan por sus manos artificiado.

Mandó hacer dos caminos por donde se fuese a todos los reinos y tierra que señoreaba, que comenzaban desde cuasi la tierra de Pasto, arriba de la provincia de Quito, hasta las Chalcas91, que al menos son ochocientas leguas, y a las provincias de Chile llegaba, que hay mill y tantas leguas   —162→   largas, según todos nuestros españoles afirman y claman.

El uno iba por la tierra y provincias de Los Llanos, cuya gente y moradores se llaman yungas, y el otro por las sierras y altos, que aunque ambos son admirables, pero este de la Sierra es estupendo y extraño. Religiosos prudentes y letrados dicen que estos caminos eran cosa admirable y divina, y discretos seglares afirman que ni romanos ni otras gentes algunas en los edificios destos caminos no les hicieron ventaja.

Las Sierras de aquella parte son altísimas y aspérrimas, por lo cual fue, para hacer el camino que por éstas y entre dos cordilleras va, necesario abrir y cortar sierras espantables y allanallas, y valles profundos hinchillos y levantallos.

Lo más angosto deste camino alto es tan ancho, que irán cuatro y seis de caballo corriendo por él a las parejas sin los unos a los otros estorbarse. Va tan llano, que aunque los que van por él a caballo y todos caminantes se veen ir por sierras tan altas y ásperas les parece caminar por los aires, pero la llanura y edificios y gracia o hermosura del camino les causa imaginar que caminan por muy llanos prados. Va tan derecho como si con nivel y   —163→   cuerda fuera trazado. Por las partes donde la sierra o cuesta no es posible desecharse, lleva unas escaleras de losas por las cuestas abajo, que en un jardín de un Reyno podría tal edificio en fortaleza y hermosura mejorarse. Por las laderas que pueden los pasos malos desecharse yendo el camino por ellas, es cosa maravillosa la fortaleza que lleva de cantería la pared y reparos y baluartes, que ni por nieves ni por aguas puede jamás derrumbarse. Por la parte de arriba vienen sus acequias empedradas, y traen sus desaguaderos tan ordenados, que cuando llegan al camino pasan por debajo dél cubiertas sin que resciba ningún daño.

Donde acaece haber ciénagas, está todo el camino en aquellos pasos maravillosamente empedrado.

En muchas partes deste camino tiene paredes de piedra, y en algunas, mayormente de la ciudad del Cuzco adelante hasta el Estrecho de Magallanes92 y provincias de Chile, va señalado en el camino la legua y media legua; por manera que sin relox ni otra cuenta alguna sabe el caminante donde va y que tanto camino ha andado.

  —164→  

Pasaba por medio de la ciudad del Cuzco y por medio también de los Aposentos Reales que había, los más cercanos a seis leguas y los más lejos a doce. Y en medio destos había otros aposentos menores para parar de tres a tres, o de cuatro a cuatro leguas; porque esta era la jornada que caminaba el Rey Inga; y no quería caminar más, porque no se fatigase la gente de su servicio. Y en medio de aquellos había otros menores, llamados cama93, como descansaderos, donde bebía él y mandaba que sus criados descansasen y bebiesen.

Tenía cada provincia cargo de los reparos deste camino según la parte que cabía y tocaba a sus términos, en lo cual se ponía suma diligencia.

El otro camino era el de los Llanos, no menos maravilloso, que el precedente de las sierras. Comenzaba desde Túmbez y duraba bien septecientas leguas. Estaban por todo él los aposentos, y templos, y depósitos y las casas de las monjas o beatas, que llamaban Mamaconas, que servían al Sol en sus Templos como en el camino de las sierras; y por haber más aparejo y por ser la tierra más fértil y de regadío había vergeles y casas de placer,   —165→   donde más se recreaba el Rey con sus mujeres, que podía haber en el de las sierras. Tenía de ancho buenos cuarenta pies; de una y de otra parte iba cercado de paredes por todos los valles por la mayor parte, y en especial, dos leguas antes de entrar en él y otras dos después de salido dél, iba todo empedrado, cosa digna de ver.

Todo este camino por ambos a dos lados iba cercado de arboledas fructíferas puestas todas a mano, lo uno para que hiciesen sombra a los caminantes, y lo otro para provisión de los pobres que no llevasen qué comer. Y señaladamente los árboles eran de unos garrobos cuya fruta es como nuestras arrobas, de que hacen cierta manera de pan con que se suelen mantener94.

A ciertos trechos, por su orden, salían ciertos caños de agua para que no faltase tampoco el refrescarse y el beber. Salían por aquellos lugares hermosos chorros de fuentes frías, y donde salían callentes, había también baños comunes para que todos se aprovechasen, yentes y vinientes.

  —166→  

Por los lugares que había piedra, iba este camino por entre hiladas de piedra; donde había arenales que carecían de piedras ni había posibilidad de sembrar o poner arboledas ni paredes, iba el camino por entre pilares hechos de madera; por manera, que los que querían caminar por aquel camino tan luengo y de tantas leguas (porque, como dije, iba y se estendía ochocientas, y aún llegaba a más de mill), no tenía necesidad de preguntar por lo que estaba adelante ni tampoco miedo de perderlo. ¿Quién nunca tan luengos caminos ni tan maravillosos, tan proveídos y hechos con tan grande artificio vido en el mundo ni oyó decir? Cierto, según todos los nuestros que los vieron en su prosperidad y ser de la lindeza y artificio, grandeza, longura, anchura, orden y provisión, nunca cesan de contar maravillas.

No es de dejar de referir cerca destos caminos o del caminar por ellos, otra orden no menos digna de nación prudentísima: esta era, que de tal manera las provincias de las sierras con las de Los llanos estaban compuestas y proporcionadas, combinadas y hermanadas, que correspondía una de los Llanos a otra de las sierras, y una de las sierras a otra de   —167→   Los Llanos; por manera, que cuando el Rey Inga caminaba por el camino de la Sierra y llegaba a sus Aposentos Reales, se juntaban todos los Señores de aquella provincia a le servir e hacer reverencia; y allí también los de la provincia de Los Llanos que a aquella correspondía se hallaban. Y cuando iba camino por el de Los Llanos, hallábanse juntos los Señores de aquella provincia para le reverenciar y mostrar su obediencia, y descendían también los Señores de la provincia que a aquella correspondía de las sierras, y se hallaban juntos con los de Los llanos.

Esto tenía ordenado el prudentísimo Príncipe Pachacuti por tres respectos, según es pública voz y fama: el uno, porque, viniendo los unos a la provincia y casas de los otros, se tractasen, y tractándose y conversando juntos en presencia del Rey e Señor de todos. Naciese de allí amarse y hermanarse; lo segundo, porque, cuando caminase por el camino de las sierras, no le faltase de los pescados de la mar y de las fructas, y provisiones y regalos de Los Llanos, como fuesen más fértiles y hobiese más cosas deleitables que en las sierras, y cuando caminase por Los Llanos, fuese proveído su plato, y también su gente, de las cosas que había en la Sierra de que   —168→   carecían Los Llanos, lo tercero, porque visitando las provincias y pueblos del un camino, juntamente visitaba las gentes que vivían por el otro, sabiendo y pesquisando lo que en ellos pasaba, las necesidades que había, si acaecían delictos o pecados, si regían bien los que gobernaban, si se hacían a los que poco podían algunos agravios, si había memoria de algunas novedades.

Distaba el un camino del otro cuarenta leguas por lo ancho.

Eran grandes las fiestas y regocijos y alegrías que los Señores de las provincias y la gente dellas hacía cuando en ella entraba, como era de todos tan entrañablemente amado y porque nunca salía dellas sin que les hiciere mercedes, mayormente a los pobres, de quien tenía él muy especial cuidado.

Resta referir otra perfección de bien ordenada república no menos notable que cualquiera otra parte de señalada policía que toca a la materia destos caminos. Éstas eran las postas que tan ligeras este Rey e tan prestas en sus reinos, ordenadas y puestas tenía, que aunque no tenían caballos, ni camellos, ni otros animales que para ello sirviesen, la prudencia e industria del Príncipe halló otra mejor manera   —169→   dellas y más fácil que las nuestras y que mucho más corría. Mandó hacer en cada legua tres casillas o chozas junto al camino mill pasos la una de la otra; y allí estaban un mes dos indios, el cual pasado, venían otros dos estar otro. El uno velaba siempre de noche y de día, y el otro descansaba. Ponía estos dos indios el pueblo en cuyos términos estaban las chozas.

Cuando el Rey, quería enviar algún mandamiento a algún pueblo o provincia, o a los Señores o gobernadores, o ellos respondían a lo que les mandaba o querían dalle aviso de algunas cosas de importancia, decíanla a los indios de la primera posta. El uno dellos, oído lo que se mandaba y fijado bien en su memoria, corría los mil pasos cuanto correr podía con toda furia, y llegado cerca de la otra posta o choza, iba dando voces de manera que el otro que estaba para ello prestísimo, habiendo entendido el mensaje, antes questotro llegase, ya se había partido corriendo con la misma presteza y furia; y desta manera iban de mano en mano todos los otros; y acaecía cada día, que desde Quito al Cuzco, que son casi quinientas leguas, iban las nuevas de lo que se quería hacer saber en poco más de tres días, y algunas   —170→   veces en menos. Por manera que se corrían más de ciento y sesenta leguas entre día y noche, las cuales no anda una nao aun con bueno y fresco viento en tres días naturales; cosa harto difícil, a prima haz, de creer, pero todos la afirman, religiosos y seglares. Y si bien se considera que intervenían en este camino mill y quinientos hombres corriendo a todo correr, sin parar, día y noche, sucesivamente, puestos en paradas, y tan ligeros y sin impedimento ni embarazos de haldas largas, sino desnudos en cueros, o encima de sus carnes una mantilla de algodón muy delgada, cuando más, no parecerá imposible.

Aquí es, no deberse tener por maravilla que aqueste Rey Inga y sus sucesores, estando en Quito, comiesen cada día pescado fresco, llevado de la mar de Túmbez, que hay ciento y veinte leguas, y así, por grandeza de su estado tenían los Ingas comer manjares y fructas traídas de muy lejanas tierras.

Para que se diese crédito al mensaje o mensajero, llevaba un cierto palo en la mano, de un palmo o palmo y medio, con ciertas señales, como entre nosotros se usa, que se da crédito al que trae las armas o sello del Rey.

Llamábanse estos correos en su lengua   —171→   chanquis95, que quiere decir «el que toma», porque tomaba el mensaje el uno del otro.




ArribaAbajoCapítulo XX

De los puentes y acequias, templos y Casa Reales que ordenó Pachacútec; de los términos y mojones que señaló a cada provincia, y los tocados y formas de la cabeza con que se distinguían unos de otros los naturales dellas


Proveyó de mandar este Príncipe, que en todos los ríos principales, por ambos lados caminos reales, mayormente por el de la Sierra, se hiciesen puentes, los cuales se hiciesen maravillosos y de mucho artificio e ingenio. En lo más angosto de los ríos, que son caudalosísimos, por donde va el camino real, edificaron de una parte y de otra a la lengua del agua, ciertos pilares de cal y canto o piedra, muy anchos y muy altos. Del uno al otro iban cinco maromas tan gruesas como el muslo, de bejucos, que son como correas de la manera de las de la yedra, puesto que mejores y muy más recias. Sobre ellas tejían   —172→   de varas muy delgadas un cañizo tan ancho como braza y media. Dende los lados sobían otras sogas gruesas tejidas como red, tan altas como hasta los pechos, a manera de barandas. Echaban mucha yerba como cáñamo y muy espesa en el cañizo, porque pasaban por las puentes hombres y mujeres y niños y bestias, las que ellos tenían, como ovejas y carneros, y lo que mucho más es, los españoles con sus caballos.

Había siempre dos puentes juntas, una por donde pasasen los hombres, y otra para las mujeres; y en muchas provincias, en especial en las de Los Llanos, había lo mismo dos caminos para ir a los lugares y pueblos, el uno de los varones y el otro de las mujeres.

El artificio con que sacaban las aguas destos poderosos ríos por acequias y traellas por las sierras altísimas y repartillas y aprovecharse dellas sin que se les perdiese gota, dicen algunos españoles, que, al parecer de muchos, pocos ningunos les hicieron ventaja de los nascidos. Descendían las aguas por aquellas acequias para regar los llanos y valles donde nunca jamás llueve, con las cuales regaban sus heredades y sementeras, que todos aquellos valles no parecían sino unos vergeles   —173→   hechos de mano, pintados todos de arboledas y yerbas por las hileras de las acequias, como si fueran cada un paraíso de deleites; y tanto los encarecen los nuestros, que afirman en todo lo más de la redondez del mundo más hermosos ni más bien labrados y adornados no se figurarían.

De los otros edificios de los templos y de sus Casas Reales que mandó hacer en diversas partes tan sumptuosos y tan riquísimos, y la fortaleza que hizo o mandó hacer en su ciudad Real del Cuzco, puesto que algunos indios la atribuyen a su hijo Tepa Inga96, que le sucedió inmediatamente, asaz queda en los caps. 2 y 7 dellos dicho.

Mando que todos los pueblos pusiesen límites y amojonasen sus términos de ciertas señales o mojones pequeños, pero los de las provincias los pusiesen mayores y más señalados; porque los pueblos de cada provincia eran cuasi todos una misma cosa, por estar debajo de un Señor; mas, los de una provincia parece (sic) ser más distinctos y haber otras distinciones, y así convenía que fuesen mayores.

Tenía ordenado por todos sus reinos,   —174→   que todos los vecinos de cada provincia, que eran diez mill vecinos, trujesen sobre su cabeza una señal en que fuesen cognoscidos de los de las otras; y así, unos traían unos aros de cedazos; otros los cabellos hechos cuerdas muy menudas y muy largas; otros unas trenzaderas negras de lana de tres o cuatro vueltas, de anchor de cuatro dedos; otros otras trenzas de largor de dos o tres brazas, de anchor de un dedo, también de lana; otros unas hondas de un hilo como de cáñamo; otros un gran pedazo de lana hilado, largo como madeja; otros unos pedazos muy largos y muy delgados de una toca muy de algodón, revueltos a la cabeza como almaizar morisco. Finalmente, no había provincia en toda la tierra, con ser innumerables, que los vecinos de cada una no trujesen su señal en la cabeza, que entrando en la plaza de la ciudad del Cuzco, en la cual entraban por cuatro partes, como en cruz, y viéndolos de lejos, no cognosciesen de qué provincia eran, sin que más del traje viesen; y esto hasta hoy dura.

A aquesta diligencia destas señales para cognoscerse las personas de qué provincias eran, parece poderse ayuntar la costumbre antigua, que también tenía cada   —175→   provincia, de formar las mismas cabezas, porque fuesen cognoscidos los vecinos de cada una della; y así, cuando infantes, que acababan de nascer, y de allí adelante, mientras tenían las cabezas muy tiernas, les ataban ciertas vendas o paños con que se las amoldaban según la forma que querían que tuviesen las cabezas; y así, unos las formaban anchas de frente y angostas del colodrillo; otros anchas de colodrillo y angostas de frente; otros altas y empinadas, y otros bajas; otros angostas; otros altas y angostas; otros altas y anchas, y otros de otras maneras; finalmente, que en las formas de las cabezas tenían muchas invenciones, y ninguna provincia, al menos de las principales, había que no tuviese forma diferente de las otras de cabezas.

Los Señores tomaron para sí e para todo su linaje, que se llamaba Ingas, tres diferencias de cabezas, puesto que después algunas dellas comunicaron a otros Señores de algunas provincias, sin que fuesen del linaje de los Ingas, por especial privilegio. La una era que acostumbraron a formar las cabezas que fuesen algo largas, y no mucho, y muy delgadas y empinadas en lo alto dellas, y lo que a mí parece; por haber visto alguno de los   —176→   Señores del linaje de los Ingas, la forma dellas era ni más ni menos que la de un mortero. La segunda fue, que andaban siempre tresquilados, no muy atusados sino como tresquilado de tiempo de seis meses. La tercera, que traían una cinta negra de lana del anchor de un dedo y de tres o cuatro varas en largo al rededor de la cabeza. Y allende desto, el Rey o Señor supremo, que antonomatice y por excelencia llamaban Inga o Capac (que significa emperador y soberano Príncipe), traía al cabo desta cinta una borla colorada o de grana, grande y de fina lana, que le colgaba sobre la frente hasta casi la nariz, la cual echaba él a un lado cuando quería ver; por autoridad y majestad echábasela en medio del rostro, porque no le mirase alguno en él sino cuando él quisiese que le viesen.



  —177→  

ArribaAbajoCapítulo XXI97

De la universal obediencia y sumisión que al Inca se tributaba; privilegios y distinciones; educación de los hijos de los nobles; castigo de los rebeldes; unidad de lengua; piedad y caridad de Pachacútec; comía en publico en las plazas como sus vasallos


Fue grande la auctoridad y majestad que este Rey Pachacuti e sus sucesores mostraron y tuvieron; y así, todos los Señores subjectos suyos y súbditos dellos y los de todos sus reinos los tenían en grandísima veneración y era suma la obediencia y amor que les habían. Ningún Señor y Rey, por grande y rico y poderoso que fuese, podía entrar ni parecer ante él sino descalzo de sus zapatos, que llaman uxotas, y con alguna carguilla a cuestas, la cual tornaba antes que llegase a la puerta de donde Inga estaba. Lo mismo ningún Señor se asentaba delante dél en las sillas bajas junto con el suelo que   —178→   los desta Isla española llamaban duohos98, sin su especial mandado, sino que cuando se asentaba, era en el suelo. Tampoco podía tener silla en su casa ni en otro lugar alguno si él no se la daba y licencia para que se pudiese en ella asentar.

Él andaba sólo en andas de oro macizo todas sobre hombros de hombres, y era gran dignidad y favor ser uno de aquellos que a cuestas lo llevaban, y éstos eran en muchos honores y gracias muy privilegiados, como agora son los de la boca del Emperador. Ninguno otro podía tener ni andar en andas de ningún metal ni de otra materia, por gran Señor que fuese, sin su particular licencia, y concedérsele era sumo privilegio, y en todos sus reinos no había seis a quien concedido lo hobiese, habiendo infinitos grandes Señores. A algunos Señores de los no muy grandes daba licencia y privilegio que pudiesen andar en hamacas, en que iban también a hombros de hombres, pero iban echados y envueltos como si fueran en una larga honda porque de aquella manera son; ni podían ir asentados que los viesen los circunstantes, aunque por la dispusición   —179→   de la hamaca fuera posible, porque era privilegio ir en hombros de otros asentados que se pudiesen ver. Por manera que estas gentes tenían en suma reverencia a sus Reyes y les eran obedientísimas y en gran manera subjectas.

Todos los Señores eran obligados, por haberlo él así ordenado y mandado, de enviar sus hijos, desque llegaban a quince años, a la corte, que allí se criasen y sirviesen al Señor; y tenían en el Cuzco sus casas y servicio para que aprendiesen la lengua general de aquella ciudad y policía della, y cómo habían de obedescer al Rey, y así él les tomase amor y experimentase para cuánto podían ser por su prudencia y habilidad, y ellos se desenvolviesen y aprendiesen crianza y buenas costumbres, andando en el Palacio Real, y sobre todo, para tener prendas de todos los Señores de sus reinos que le serían subjectos y no harían novedad. Mayormente se les enseñaba la obediencia y fidelidad que al Rey debían tener, porque sobre todos los delictos aborrecía el Inga los que no obedescían y se rebelaban, y estos eran tenidos por las gentes proprias y antiguas y súbditas de Inga, como los del Cuzco, en grande oprobrio, y siempre los vituperaban de palabra, y los llamaban   —180→   abçaes99, que quiere decir traidores a su Señor; y esta palabra es la más ignominiosa y de mayor afrenta que se puede decir a hombre de todo el Perú; y así, el Inga que anda alzado contra los españoles, llama a los indios de todos aquellos reinos abçaes traidores, porque no le quieren obedecer y servir por miedo de los españoles.

Y a los que alguna vez se habían rebelado, este Rey Pachacuti no les dejaba tener algún género de armas, y siempre andaban abatidos y de todos corridos y vituperados. Y esto es cierto, que ningún hijo de Señor y Principal nascía en aquellos reinos, que no hobiese gran cuidado con él su padre sobre que aprendiese la lengua del Cuzco, y la manera que había de tener en saber obedecer y servir y ser fidelísimo, así al Rey Inga, como a sus mayores; y aquel que no sabía la lengua del Cuzco o para la saber era inhábil, no le daban jamás Señorío por la dicha causa; y aún agora se veen algunos de los Señores, puesto que todo está disipado y desordenado después que entramos en aquellas tierras100; el cual   —181→   mandaba a sus hijos que aprendiesen con diligencia la lengua española, y les enseñaba cómo habían de servir e de obedecer a los cristianos por la misma causa; y esto procedía de la loable costumbre que tenían en tiempo deste Rey Pachacuti Inga; y esto testifican así como aquí lo digo, los mismos seglares.

Cuando morían los padres de los niños generosos que se criaban en la corte, si eran de edad y para gobernar sabios, dábales licencia el Inga para que fuesen a heredar los Estados de sus padres y gobernar sus vasallos; pero si para gobernarlos había cognoscido no ser hábiles, proveía de Señor o gobernador como mejor le parecía convenir al pueblo; y lo mismo si no eran de edad, para en tanto que lo fuesen.

Tenía también Pachacuti Inga esta orden: que a los hijos y descendientes de los que sublimaba, poniéndolos en cargos, gobernaciones y oficios honrosos, nunca se los quitaba, puesto que los padres hiciesen algún mal recaudo, a los cuales solamente con muerte o con otra pena, según la calidad del delito, castigase. Y en esto era harto conforme con la divina ley nuestra: non portabit filius iniquitatem patris, etc.

  —182→  

También ordenó que todos los Reyes y Señores y personas principales de todo su Imperio hablasen la misma lengua de la ciudad del Cuzco, como más general; porque decía que así se comunicarían mejor, y comunicándose las provincias, engendrarsela entrellas amor, de donde se seguiría tener perpetua paz; y también porque los que venían de luengas tierras a negociar con él, no tuviesen de intérpretes necesidad.

No sin causa grande fue aqueste tan piadoso Príncipe de todos sus reinos muy amado, porque aunque carecía de lumbre de fe ni tenía noticia de aquel precepto divino: quod superst date elemosinam; y aquel que refiere Sant Juan en su Canonica: Qui habuerit substantiam huius mundi, et viderit fratrem suum necesse haberet, et clauserit viscera, etc.; no le faltaba piedad y compasión natural de hombre compasivo y humano para con los pobres y necesitados, ni providencia y cuidado real de bueno y virtuosísimo Príncipe, proveyendo a las necesidades extremas y ordinarias de sus indigentes vasallos. Todos a una boca, indios y religiosos y seglares, nuestros españoles cristianos afirman ser este Príncipe amicísimo y avidísimo de proveer las necesidades   —183→   de los pobres. Era solícito, y los Reyes sus sucesores siempre lo acostumbraron, de tener cuenta con los pobres y viudas y huérfanos y saber todos los que había en sus reinos, aunque eran mayores (porque diga las mismas, palabras que dice un seglar bueno que inquirió esto bien y nos lo dio por escrito) que España y Francia y Alemaña.

Tenía ordenado y mandado que todos los Señores y gobernadores que tenía puestos en las provincias, tuviesen cuidado de tener cuenta y razón, y enviársela, de cada uno de los pobres, viudas, huérfanos y menesterosos que había en su provincia, tierra y gobernación. Rescibida esta relación, mandaba que se les proveyese a todos de sus proprias rentas de suficiente limosna, no sólo para la comida y sustentación ordinaria, pero para criar los niños huérfanos y casar las doncellas que no tenían padre ni madre. Y así, con los pobres, por muchos que fuesen, los pueblos de todos aquellos reinos no rescibían vejación ni pesadumbre alguna y estaban dellos descuidados. Y para esto tenía también ordenado que ningún indio particular se moviese a ir de una parte a otra de su provincia o pueblo sin sciencia y licencia e mandado   —184→   de sus Señores o gobernadores y principales; y los que aquesto quebrantaban y andaban desmandados, eran muy rigurosamente castigados. Y especialmente había mandado tener gran rigor en que no hobiese vagabundo alguno, sino que todos tuviesen y trabajasen para tener de comer en sus pueblos y repúblicas.

Hacía otra obra de benignidad real ejemplar no sólo de piadoso humilde Príncipe y en gran manera humano, pero de caritativo Rey e cristiano, conviene a saber: que no comía vez alguna que no mandase traer e pusiese a comer consigo tres o cuatro pobres mochachos o viejos de los primeros que por allí se hallaban, que no se lee más de Sant Luis Rey de Francia.

Introdujo este Señor otra costumbre harto (por ser conforme a la simplicidad de los antiguos) loable. Esta fue, que todos comiesen en las plazas, y para la introducir, él fue quien mejor la usaba. En saliendo el Sol, él salía de sus palacios e íbase a la plaza; y si hacía frío, hacían huego grande, y si llovía, tenían una gran casa conforme al pueblo donde se hallaban. Después de haber estado un rato platicando y la hora que acostumbraban de almorzar se allegaba, venían   —185→   las mujeres de todos los que allí estaban con sus comidas en sus ollitas guisadas y sus cantarillos de vino a las espaldas; y si allí se hallaba el Señor, por su comida y servicio comenzaban, y luego servían a los demás. A cada uno servía y daba de comer su mujer, y al Señor lo mismo, aunque fuese el mismo Inga, le servía la Reina, su principal mujer, los primeros platos y la primera vez de beber; los demás servicios hacían los criados y criadas. A las espaldas de cada vecino, se ponía su mujer espaldas con él espaldas; de allí le servía todo lo demás, y después del primer plato, comía ella de lo que había traído en su plato apartado, estando, como dije, a las espaldas.

Unos a otros se convidaban de lo que cada uno tenía, y se levantaban con ello a dárselo, así de la bebida como de los manjares. Nunca jamás bebían sin que de comer hobiesen acabado. Convidábanse con el beber, cada uno a su amigo, y cualquiera que convidaba al Señor, el Señor lo tomaba de su mano y bebía de buena gana.

Fenecido el almuerzo, si era día de sus fiestas, cantaban y bailaban y estábanse allí todo el día holgando; pero sí era día de trabajo, todos se iban luego cada uno a su oficio a trabajar.

  —186→  

Esto hacían cada día al almorzar, que era su comida principal. A la noche, cada uno cenaba en su casa de lo que tenía; y nunca comían más de dos veces, y la principal era la de la mañana.

Comían todos en el suelo sobre un unas esteretas sentados, y diversidad de guisados, todos los más con ají o pimienta de la verde o colorada, y de cada cosa poquito, porque todo lo que aparejan para sus comidas es cuasi nada. Ninguno ha de estar mirando a los que comen que no coma de lo que los otros; porque, como ya he dicho arriba, no hay generación en el mundo que así lo que tiene con los que no tienen reparta. Y dicen de nosotros los cristianos que somos gente mala, porque comemos solos y no convidamos a nadie, y burlan de nosotros cuando nosotros nos convidamos parlando, y que ellos convidan de veras y de obra, no de palabra. Los cuales, aunque no tengan sino un grano de mahíz, lo han de partir con los que estuvieren delante, todo con abiertas entrañas, forzando de veras a los que rehúsan, cuando veen que tienen los otros poco, tomallo.

Son gente en el comer y beber muy templada; y aunque algunos en algunas fiestas solenísimas y regocijos grandes se   —187→   embeodaban, siempre lo tuvieron por vicio y por malo embriagarse. Y mayormente la gente noble tenía en poca estima el que de vino se cargaba; pero, si no se embriagaba, al que bebía mucho vino tenían por valiente hombre; y en algunas grandes fiestas se desafiaban a beber, poniendo grandes apuestas con esta condición, que aunque bebiese mucho, si se emborrachaba, nunca ganase; porque decían, que, estando borracho, ya era otro del que había apostado, y así, no le pertenecía ganar algo.

Dije que comer en la plaza era conforme a la simplicidad antigua, porque así lo dice Valerio Máximo, libro 2.º, cap. I.º de Institutis antiquis: que antiguamente, cuando la simplicidad en el comer loable solía ser guardada y alabada, indicio de humanidad y de continencia, los grandes Señores no tenían por indecente cosa comer y cenar en público, aunque todo el pueblo los mirase.

La razón da Valerio Máximo, porque (dice él) no solían comer tantos ni tales manjares que tuviesen vergüenza de que el pueblo por ellos los reprendiese o detestase; porque tenían tanto cuidado de la templanza, que el más frecuente manjar que comer usaban, eran puchas101,   —188→   que se hacen de harina y sal y agua. Destas puchas dice Plinio (lib. 18.º, cap. 8.º) que no poco tiempo por pan usaron los romanos.




ArribaAbajoCapítulo XXII

De la sujeción, veneración y reverencia a los Señores de su Imperio que Pachacútec impuso a sus vasallos, y entre ellos de los inferiores a los superiores, e influencia de esta orden en las costumbres, y especialmente en la conducta de la gente de guerra. Causas y razones que le movían a declararla y hacerla. Modo de pelear. Su prudencia política después de la paz o la victoria


Puso este Señor y Príncipe admirable ley e orden cerca de la obediencia que se había de tener a los otros Señores, sus inferiores, por sus vasallos, y gran subjeción, a lo cual todas aquellas gentes tenían y tienen, las que dellas hay, naturalísima inclinación, y quedoles esta obediencia y humilísima subjeción tan plantada y entrañada, que   —189→   como cosa en sus propias raíces naturales asentada y nacida o arraigada, dificilísimamente o nunca se puede, sino con tanta violencia que venza toda la fuerza natural, desarraigar la obediencia y reverencia a sus mayores y consideración de mayoría entre sí mismos unos con otros; así, no se les puede desentrañar ni por ningunas interposiciones o interpolaciones olvidar. Esto parece, porque acaece cincuenta y cien personas principales ir juntos, y tienen tanto miramiento en que el mayor vaya delante, y luego el qués mayor después de aquél, y luego el que por su mayoría debe tener el tercero lugar y así los demás, que no hay procesión de religiosos muy ordenados que mejor vayan puestos cada uno en su lugar, que todos ellos se componen y van por la razón y cognoscimiento y respeto que tienen al mayor guiados.

La misma orden guardan, sin faltar un punto, en el servicio de la comida y bebida, si comen y beben juntos; lo mismo en el hablar y en el responder; y desto harto habemos visto por nuestros ojos en otras partes destas Indias.

Semejantemente guardan en todas las otras cosas de buena crianza y respeto que se debe tener a los mayores; de aquí   —190→   es que tienen tanta reverencia y obediencia a sus Señores, que apenas les osan mirar por un momento a las caras, que luego, aunque le estén hablando, no bajen los ojos.

Desta orden y ley puesta por este Príncipe tan prudente, y de la natural buena inclinación de todas aquellas naciones, procedió ser la gente de guerra tan morigerada, soliendo ser aquel género de hombres tan viciosos e indisciplinables, que nunca fueron frailes en sus conventos más obedientes a su perlado ni más quietos sin hacer daños, que aquellos eran a sus capitanes y daño ni molestia hiciesen por donde pasaban. Esto no es fábula sino verdad de todos los nuestros que noticia tuvieron ocular, ingenuamente confesada.

Cuando caminaban, ninguno se había de apartar un dedo del camino real a ninguna parte, y aunque la fruta de los árboles que estaban por los caminos (como dejimos) colgase al camino sobre las paredes, ninguno había que osare alzar la mano a tomarla, porque no menor pena que la muerte se les había de dar. Y para esto había muy grandes recaudos de guardas para ver si alguno se desmandaba, y si lo hobiera, él o su capitán lo habían bien de lastar.   —191→   Y esto era cosa prodigiosa que acaecía ir cient mill hombres juntos de guerra, que de tan desenfrenada libertad para hacer mal suelen usar desque se veen muchos juntos, y que fuesen con tanta modestia y tan recogidos y ordenados.

Por los caminos tenían todas las cosas que habían menester en abundancia o en los depósitos principales de que arriba hemos hablado, o en ciertas casas, que llamaban tambos, como mesones, de más de ciento y cincuenta pasos en luengo, muy anchas y espaciosas, limpias y aderezadas con muchas puertas y ventanas102, porque estuviesen alegres y claras, llenas de provisiones para esta gente, a cada jornada. En ellas se daba la ración de comida que había menester cada persona dellos y sus mujeres y criados, y de todo lo demás de que tenían necesidad, o de vestidos o calzados o de armas; y esto sin bullicio y reñillas (sic), ni desabrimiento ni turbación alguna más que si fueran padres y hijos de una casa.

Cuando llegaban a los pueblos y ciudades,   —192→   o se iban derechos a las plazas, o fuera dellos en el campo se alojaban, y luego le era allí traído todo lo necesario. Ni tenían necesidad, ni ocasión por ella, de ir a buscar cosa que les faltare, ni osaban ir a buscalla, porque había gran cuidado y rigor y castigo contra los que hicieran al contrario; y así estaban los vecinos asaz seguros de recebir molestia ni algún agravio ni que cosa de sus casas les faltase.

Las causas de las guerras que este Señor movía comúnmente y los que le sucedieron, eran, o sobre que las provincias de su Señorío se venían a quejar que otros extraños les hacían algunos daños e injuriaban, o porque alguno de los Reyes o provincias de las que le eran subjetas se le rebelaba, o también alguna vez quizá buscaban algunos de los sucesores achaques para dilatar su principado. Y desto asaz tenemos ejemplos en muchas naciones pasadas, y entrellas las de los romanos; y pluguiese a Dios que no fuese peor hoy entre los que nos llamamos cristianos.

Primero que otra cosa, cuando había de hacer alguna guerra, enviaba un mensajero con una porra de armas en la mano, como rey darmas, o a un capitán con alguna   —193→   gente a los enemigos, y aquella porra llevaba cierta señal Real colgada, lo cual era señal de amonestación y amenaza. Con aquella porra era el que la llevaba tan recibido y obedecido, acatado y reverenciado, como si en persona propia fuera, y sino, era cierta la venganza.

Si el Rey o provincia contra quien determinaba de se armar era no muy ardua o muy grande, constituía un deudo suyo por capitán general; pero si era cosa grande, iba con el ejército su persona real.

Por cualquier causa que la guerra fuese movida, cada y cuando que le saliesen de paz y lo diesen la obediencia, los recebía con benignidad, tomando alguna gente para se servir e dar a los capitanes como por esclavos; pero no era la servidumbre como la que nosotros usamos con muchas partes (sic); todo el menos daño que se podía hacer se hacía, por haberlo él así ordenado y mandado.

Los que subjetaba de nuevo mandaba luego vestir al uso del Cuzco ellos y sus mujeres, y que hiciesen casas de piedra y templos al Sol, y se proveyese de Amaconas (sic), beatas o monjas que le sirviesen, y del servicio demás; ítem, las Casas Reales y las casas para depósitos, y aposentos   —194→   también para la gente darmas de la manera questá dicho atrás.

No juntaba ejercito que no lo pagase de sus rentas, servicios y tributos sin que a los pueblos causase alguna vejación.

La manera de pelear era esta: que cercada la una batalla de la otra y cuanto las piedras podían llegar lo primero con que peleaban era con las hondas y como nosotros con la artillería, y en esto eran muy diestros, ciertos y certeros como experimentados. Las piedras que tiraban eran hechizas y al propósito amaestradas. A su tiempo, cuando estaban más cerca desarmaban los flecheros sus arcos. De allí, acercándose más, peleaban los de las lanzas y rodelas hasta picarse y matarse con ellas. Cuando ya poco a poco se llegaban a estar juntos, venían a las manos y peleaban con unas porras que traían ceñidas y eran de piedras horadadas, y otras de metal o cobre a manera de estrella con un astil que les pasaba por medio, cuasi de cuatro palmos. Con éstas se aporreaban bien y se mataban. Traían eso mesmo unas hachuelas pequeñas como de armas, al otro lado, las cuales se ataban a las muñecas con ciertas manijas de cuerda como fiadores, porque no se los soltasen peleando, con un astil como de tres palmos,   —195→   y con estas se hacían grande daño y cortábanse las cabezas como con una espada.

Al tiempo que ya se comenzaban a juntar y herirse con las manos, los orejones, que eran los caballeros, y que de morir en las guerras por el Rey Inga y por la patria, como caballeros, habían hecho profesión, subíanse luego a tomar los altos y las sierras y rebentones ásperos, porque este era su principal negocio y ocupación en el pelear. Para combatir fortalezas y pasos dificultosos y ásperos, tenían unas rodelas (por mejor nombre creo que es llamallas mantas) tejidas de palo y algodón, con cada una de las cuales se cubrían lo menos veinte hombres y de cualesquiera golpes de piedras y de otras armas se mamparaban. Finalmente, alcanzada la victoria, no eran crueles; antes, después de vencidos los contrarios, fácilmente se aplacaban y perdonaban. Todo lo más desto queda dicho arriba en el cap. 5 a la larga.



  —196→  

ArribaAbajoCapítulo XXIII

De los contadores mayores que instituyó este Inga y de sus cargos y atribuciones, y cómo llevaban sus cuentas y con qué. De los tributos y distribución de las provisiones de boca almacenadas en los depósitos. Comparación de los Señores y gente de Los Llanos con los de la Sierra, en sus costumbres, trajes y género de vida


Proveyó este Rey prudentísimo que hobiese por las provincias de sus reinos contadores mayores en los asientos arriba dichos donde había grandes depósitos. Estos tenían tanta cuenta y razón en todo lo que se sustentaba y gastaba y repartía y a quién y cómo y cuándo y por qué causas, que era cosa digna de toda memoria y admiración. Tenían cuenta de todos los que nascían y se morían y de qué enfermedades; cuántos niños, cuántos muchachos y muchachas, cuántos viejos y viejas; cuántos se habían absentado de cada provincia y por qué causa; cuantos y de dónde a ella habían venido y todo el número de la gente que había, que uno solo no erraba. Este contador   —197→   mayor tenía en cada pueblo un teniente y contador menor, que llamaban Llactacamayoc, que quiere decir la guarda del pueblo. Estos daban cuenta muy por menudo al mayor, que habitaba en el asiento principal, de todas las cosas que a su cargo estaban, y el mayor luego en la suya lo asentaba.

Cuando el Rey pasaba con ejército o sin él, que se gastaba o distribuía mucho, poníase por cuenta todo el mahíz, todas las comidas, todas las ropas, los calzados, las armas, las hondas, los arcos, las flechas, las porras, las lanzas, las rodelas, y hasta las piedras cuántas se daban para tirar con las hondas; por manera, que no se daba cosa, aunque se diese y repartiese a cient mill soldados, que no se asentaba y quedaba del cuándo y cómo y cuánto y a quién, razón y memoria y recuerdo.

La cuenta de aquellas gentes del Perú no eran pinturas, como la de la Nueva España, y tampoco era como la nuestra, porque ambas fueran harto fáciles, sino otra más que todas memorable y admirable. Y eran unos ñudos en unas cuerdas de lana o algodón. Unos cordeles son blancos, otros negros, otros verdes y otros amarillos y otros colorados. En aquellos hacen unos ñudos, unos grandes y otros   —198→   chicos, como de cordón de Sant Francisco, de unidades, decenas, centenas y millares, por los cuales más fácilmente se entienden que nosotros con nuestras cuentas de alguarismo y de las llanas; y lo que más de todo nos admira, que están tan diestros y resolutos en aquellas cuentas, aunque sean viejas de muchos años, que si agora se les pidiese cuenta de los gastos que se hicieron pasando la gente de guerra del Rey Guaynacapa, que murió más ha de treinta y cinco años, la darían tan verdadera, que un grano de mahíz no faltase. Tienen destos cordoncillos llenos de ñudos sus rimeros tan grandes y tantos, que tienen casas llenas donde saben o tienen memoria de sus antigüedades. Cosa dignísima de oír e de ver y saber más que admirable.

Cerca de los tributos con que las gentes de sus reinos le servían, ordenó este Príncipe, y después dél los sucesores siempre lo guardaron, que el principal tributo fuese aquellas sementeras que están dichas en cada provincia. Dellas le llevaban los más propíncuos alguna comida donde él estaba; lo demás se encerraba en los depósitos que para ello eran edificados, para gastarse en las obras que ya se han dicho. También si venía algún año estéril   —199→   sacaban de aquellos depósitos y repartíase por la comunidad. Servíanle eso mismo con tributos de las demás cosas que alcanzaban en sus tierras y con algún pescado que le traían de la mar y de los ríos, todo en muy poca cantidad, más por el recognoscimiento del Señorío, que por el provecho que dello había. Y por esta causa, nuestros religiosos, escudriñando esto, han oído a viejos indios, que de ciertos pueblos que había en los arenales estériles, donde pocas cosas provechosas se daban, se contentaba este Señor con que le tributasen algunas lagartijas, porque allí se criaban muchas.

Los Reyes y grandes Señores le servían con algún oro y plata y con vasos hechos dello, esto, no cosa limitada, sino lo que a cada Señor le parecía; y no de todas las tierras y provincias, sino de solas aquellas donde había minas.

Item, en todas las minas principales estaban indios cierta parte del año que le sacaban oro, no más de tres o cuatro de cada provincia, y de aquellas provincias questaban junto con las minas. Estos estaban allí con sus casas el tiempo que les cabía, y dábales de comer la república que allí los ponía. Y esto era muy poco; porque aquellas gentes y los Señores dellas   —200→   hizo Dios y la Naturaleza muy desnudos de cudicia de oro y plata, porque de nada les servía para la sustentación humana y natural, y como de cosa superflua, ya que lo habían en tanta cantidad, usaban destos metales para vasos y tazas para beber y comer, y para las sillas en que se asentaba el Inga, y algunas joyas para se adornar y que para esto era menester; y principalmente todo lo empleaban en el culto divino y para el servicio y honor de Dios verdadero, o de aquello que estimaban por verdadero Dios. Para esto (ya que faltaba la cudicia de athesorar) bastaba lo que cada provincia daba, que era poco; sino que como eran muchas, allegábase mucha cantidad. Y no daba entonces a un Rey tan poderoso toda una provincia que tenía diez mill vecinos cuanto es lo que agora contribuye un pueblo de quinientos a uno de los españoles que llaman comendero (sic); y esto es cierto, y así lo afirman los que allí lo han examinado y averiguado, que son siervos de Dios.

Tributaban también algunos dellos ropa de lana, y éstos eran los serranos; y los yungas, que son los de Los Llanos, servían con la hecha de algodón. Esta era muy fina y muy curiosa, de diversidad de colores   —201→   finísimos, que hacen de ciertas yerbas. Era cosa de ver y digna de admirar. Y para la más della daba el mismo Señor Inga de sus ovejas la lana, y el pueblo solamente servía con la industria y artificio de hacella.

Ninguno daba tributo en cosa que en su tierra no tuviese.

Destas ropas andaban todas aquellas gentes vestidos, por orden y mandamiento de Inga, este Príncipe (sic), los de la Sierra las vestiduras de lana, y los de Los Llanos, de algodón, hechas todas de una misma hechura: los hombres unas camisetas como camisas, sin collares, las mangas hasta los codos, y de largo hasta poco más de la rodilla, y encima de las camisetas unas mantas de dos varas y media en cuadro, y estas se cubren sobre las camisetas como capa. Traen todos unos pañicos menores como los religiosos de Sant Francisco, excepto que los serranos usaban aquellos pañetes desde que eran de diez y ocho años arriba, y los de Los Llanos, los niños cuasi desque nascían. Las mujeres serranas traían sobre las camisetas unas mantas grandes hasta en pies (sic), ceñidas con unas cintas grandes de lana de muchas vueltas y tan anchas como un palmo, y presas aquellas mantas   —202→   con unos alfileles muy grandes, tan largos como un palmo y tan gordos como una paja de trigo, sin cabezas, y en lugar dellas, unas como hojas de naranjo, Son estos alfileles de oro y de plata y de cobre, según el estado y calidad o dignidad de la persona. También aquellas cintas que dije, traían los Señores de oro y de plata muy primas. Encima destas mantas traían cubiertas unas otras (sic) mantas como mantellinas largas, que cubren los brazos y hastas (sic) las corvas.

El traje de las mujeres de Los Llanos es una saya larga de hasta la garganta del pie. Las Señoras la traen ceñida, y encima desta una mantellina como las de la Sierra; todo esto de algodón, hábito, cierto, honestísimo, porque sube hasta el cuello.

Estas naciones de Los Llanos tenían en gran veneración a los de las sierras, así Señores como súbditos, así como un escudero tiene respecto a un Grande, y por el contrario, los de las sierras estimaban en poco a los de Los Llanos; lo uno, porque los de las sierras eran más valientes hombres en las guerras, que docientos dellos acometían a dos mill de Los Llanos, lo otro, porque los señores de las sierras tenían por muy regalados y haraganes,   —203→   holgazanes, soberbios y viciosos a los de Los Llanos, y por eso los tenían en poco.

Los Señores de Los Llanos servíanse con grandes cerimonias; siempre que caminaban era en hamacas, y lo mismo en ellas llevaban a sus mujeres; y el mayor Señor se mostraba en llevar más hombres que llevasen las hamacas, como si un Señor entre nosotros, para mostrar su grandeza, llevase consigo muchas literas para remudar de una en otra cuando quisiese, o para ostentación de su grandeza. Y así, había Señor en Los Llanos que llevaba en sus caminos docientos y trecientos hamaqueros suyos y de sus mujeres.

Mostraban también estos Señores de Los Llanos su autoridad y potencia en que, cuando iban caminos largos o cercanos, llevaban consigo gran taberna; porque a donde quiera quel Señor parase, mientras allí estuviese, había de ser beber de su chicha, ques como cerveza.

Mostraban en más su auctoridad, que cada vez que salían de su casa, llevaban tres o cuatro trompetas, que son como clarines, y sus truhanes, que les están solaciando mientras comen y beben, y diciendo gracias. Lo mismo para sus mujeres no faltan truhanes; las cuales aman y tienen   —204→   en mucho y son celosísimos dellas, en tanto, que ninguno hombre de muchos que tenían en su servicio, había de ser sino castrado del todo, raso.

Los vecinos todos de las sierras era gente áspera, no nada delicada, ni curaba de regalos, y así, era guerrera. Donde quiera que iba llevaba sus armas consigo y sus toldos o tiendas, debajo de que dormían ellos y sus mujeres, que llevan (sic) consigo para que los sirviese, por los grandes fríos y nieves y aguas. Los Señores y Señoras, por grandes que fuesen, tenían por afrenta ir en hamacas y en hombros de hombres; y así, también como los súbditos, iba a pie, y sus mujeres no menos, sino era cuando era muy viejo o estaba enfermo, y la Señora si estaba preñada. De sus mujeres, una le lleva (sic) sus mantas y camisetas; otra la comida; otra la ropa de su cama; dos o tres pajes le llevan sus armas. Précianse de hombres dispuestos y feroces. Tienen en poco a sus mujeres; así, que si les cometen adulterio quellos lo sepan o barrunten, luego las matan.

Comen asentados en sus duhos o asientos bajos, que les llevan siempre de camino, y muchos manjares, o de diversas maneras guisados, sirviéndoselos sus proprias   —205→   mujeres, lo que no hacen los Señores de los Llanos, porque tienen para ello sus cocineros y oficiales. Comen los de la Sierra por pan mahíz en grano tostado y cocido, y beben chicha, con otros guisados y bebidas que sus mujeres les hacen. Y acordémonos que, antiguamente, por pan comían pulchas (sic) de harina y agua y sal, no poco tiempo, los romanos.

Quiero aquí añadir una virtud común a todas aquellas gentes, grande y admirable, y esta es, que si una vez prometen o juran (y creo quel juramento es por el Sol) de guardar secreto y no decir lo que se les ha por secreto encomendado, escusado es sacárselo, aunque les hagan pedazos. Argumento es esto, que, rescibiendo nuestra santa fe, haciendo juramento, temerían de ofender a Dios en quebrantallo.



  —206→  

ArribaAbajoCapítulo XXIV

En el cual se contienen algunas de las leyes que había este Rey establecido, mayormente la costumbre que tenía de honrar y solenizar los matrimonios de sus vasallos; cómo no había mala mujer alguna; y de la virtuosa honestidad que las mujeres guardaban, etc.103


Puso ley e orden aquel Rey Pachacuti en los casamientos y matrimonios, y tenía cuidado de que sus vasallos se casasen. Ya se dijo arriba cómo de tres en tres años tenía ordenado que los depósitos se renovasen; así quiso que por aquel tiempo se renovasen los hombres tomando nuevo estado. En aquel tiempo tomaba cuenta a los contadores mayores del número de toda la gente de las provincias y de los que habían nascido en ellas y de los muertos y de los absentes y de los venidos a ellas de nuevo, y de los solteros y de los casados. Para esto mandaba juntar toda la gente de cada pueblo por sus parcialidades o collaciones, en grandes plazas   —207→   o casas para ello deputadas, donde concurrían todos los mancebos y doncellas que habían llegado a edad de se casar. Salían también allí las que se habían criado con las Mamaconas en el templo, las doncellas a una parte y los mancebos a otra. De las que se habían criado [con las] Mamaconas en aquel encerramiento y religión, escogíanse cuatro o cinco de las más principales y más hermosas para mujeres del Sol, y otras dos o tres, si allí estaba el Señor, las que más le contentaban, para mujeres suyas; y si no estaba presente, aquella elección hacía el tocrico, o procónsul y legado, para el Señor. De las otras criadas en el templo con las Mamaconas, casábanlas con los mancebos hijos de los Señores; algunas daba de su mano el Señor a algunos principales Señores, por dalles favor, y ellas no lo rescebían menor. Las doncellas de más de todo el pueblo y provincia, casábanlas con los mancebos de su suerte, dando licencia a los padres que tractasen con quien les placía casarlas. Luego allí se concertaban y se concluían los casamientos, porque, antes que allí viniesen, lo habían tratado y concertado.

Repartidas por esta vía las doncellas y para cada marido cada una señalada, el   —208→   Señor les hacía una plática muy larga persuadiéndolos y exhortándolos a que se amasen, y los varones que hiciesen buen tratamiento a sus mujeres, y a ellas, que a los maridos amasen y reverenciasen y los sirviesen, para que el Sol los prosperase y hiciese bien aventurados. Hecha la exhortación, de discreto Príncipe y virtuoso, mandaba traer ropas y joyas y otras alhajas que les donaba y hacía de merced, en que complía oficio de Príncipe humano y Rey magnánimo. A otros mandaba dar cierto número de ovejas y otras dádivas. A algunos hijos de Señores que quería hacer más favor y merced, mandábales dar sillas y licencia para que desde allí adelante en sus casas y Señoríos pudiesen sentarse. Apercebía y mandaba luego allí a los que desto tenían oficio y cargo, que tornasen a recoger las doncellas de diez años arriba hijas de Señores, para que se criasen con las Mamaconas o monjas sirvientas del Templo en aquella religión y encerramiento, en lugar de las que allí entonces se habían sacado que ya iban casadas.

Todo esto complido, daba luego licencia que hiciesen allí grandes fiestas, cantos y bailes y juegos, las mujeres por sí y los hombres a otra parte; y mandábales   —209→   sacar de comer y beber a todos las comidas y vinos que por su mandado les tenían sus oficiales aparejadas.

Esta solemnidad y diligencia de los casamientos hacia el Señor y con su presencia los favorecía y honraba; y si él no podía o no quería, siempre lo hacía su tocrico, procónsul o legado.

Acabados los casamientos en aquel pueblo o ciudad, y así toda la provincia, pasábase a celebrar lo mismo a otra provincia, y así por todo el reino y reinos que tenía, ordinariamente sin faltar cada tres años.

Con esta tan singular diligencia y admirable regimiento y cuidado de que todos sus súbditos y vasallos fuesen todos casados, con las costumbres buenas y orden de policía que había plantado, prohibía que no hubiese malas mujeres algunas, porque, ni con tal recaudo y cuasi divina gobernación de que las hobiese había ninguna necesidad. De aquí es haber sido entre aquellas gentes tenido por cosa nefanda y abominable que anduviese una mujer desmandada en torpes actos. Y desto dan testimonio nuestros españoles seglares haber visto esta tan señalada obra de virtud de la honestidad y castidad, cuando al principio, estando en su prosperidad   —210→   aquellos reinos, en ellos entraron. Y ellos mismo testifican que en la ciudad del Cuzco vieron gran número de Señoras muy principales, que tenían sus casas y sus asientos muy quietas y asosegadas, y vivían muy casta y honradamente, como muy honestas y buenas mujeres, cada una con quince o veinte mujeres que tenían de servicio y compañía en sus casas, honestas, bien traídas y aderezadas, y morigeradas. Y cuando salían, con grande autoridad, honestidad y gravedad y atavío a su usanza. Estas son palabras de un buen seglar escriptas que lo vido y notó y sobrello dice cosas harto notables; y añide, que cree haber entonces destas Señoras principales en la ciudad del Cuzco y en sus comarcas más de seis mill, sin las de servicio que con ellas en esta vida honesta y virtuosa moraban, que pasaban de veinte mill; y todas estas sin gran número de las Mamaconas que después de haber los españoles el templo del Sol desbaratado y asolado, vivían siempre, según solían, en toda honestidad, como monjas o beatas. Y Dios perdone (dice aquel buen cristiano a quien de estragarse toda esta tanta y tan loable honestidad y bondad fue la causa.

Tornando a los casamientos, ya queda   —211→   dicho en qué grado de consanguinidad se casaban, porque ni con hermana ni con prima hermana, ni con tía, ni con sobrina usaban casarse, y el contrario se tenía por muy malo, fuese la persona alta o baja, Señor o súbdito; solamente los Ingas, Señores del Cuzco y Reyes soberanos era lícito, por razón de la sucesión y herencia del Estado; porque aquel que era hijo de Inga y de su hermana de Inga, heredaba como más propinco y más cierto y esclarecido linaje. A todos los demás era illícitos (sic) y abominable casarse o tener participación en mala parte con personas dentro de aquellos grados.

Los adulterios, si eran de voluntad de ambos, a ambos mataban; y si el varón hacía fuerza a la casada, él solo con la muerte hacía pago104.

Los hurtos ásperamente se castigaban; porque, por el primero mataban, si era cosa (?) notable, como aquellos que menos razón de hurtar tenían, por haber puesto el Rey tanto recaudo y provisión, que los pobres fuesen proveídos en sus   —212→   extremas necesidades, y mandado que no hobiese vagabundos, y que todos, para tener lo que hobiesen menester, trabajasen. Hurtillos de poco valor y rencillas, livianas y cosas semejantes, los Señores de cada pueblo y gobernadores los castigaban con castigos moderados, como hacellos dar con una piedra ciertos golpes en las espaldas y los (sic) semejantes.

Los homicidas que mataban alguno, sin tener remedio, eran con muerte justiciados.

Los que mentían eran muy castigados según la calidad de la mentira; y comúnmente a las mujeres que mentían, aunque fuesen las mentiras livianas, por castigo tresquilaban.

A los hechiceros y brujos, y que en las mujeres causaban esterilidad o ligaban los maridos, que no pudiesen a sus mujeres llegar, o que con hechizos mataban, cosas que muchas veces se usaban entrellos por algunas personas malas, que debían tener hecho pacto con el Diablo, crudelísimamente las mataban, y no donde quiera, sino que a aqueste género de delincuentes los traían a la ciudad del Cuzco para que allí fuesen justiciados, y su muerte y castigo más por el reino se sonase.

  —213→  

Los delictos que se cometían en perjuicio de la comunidad y otros graves, castigaban los gobernadores o mayordomos que tenía el Rey Inga en cada provincia; pero pocas veces condenaban éstos a muerte sin particular consulta y mandamiento suyo, porque, como se ha dicho, cuasi toda la jurisdición de lo criminal, al menos de pena de muerte, había para sí reservado.

Los contadores mayores y menores tenían en las cuentas gran fidelidad, pero, si en alguna cosa les hallaba mentirosos al tiempo de dar las cuentas, luego los mandaba matar.

Si algún Señor, deudo del Rey, o de sangre Real, cometía crimen alguno digno de muerte, y por privilegio no lo quería matar, condenábalo a cárcel perpetua, Y esta era crudelísima cárcel. Teníanla un cuarto de legua del Cuzco, y llamábanle, Binbilla, donde lo ponían, y hasta que moría, con triste vida estaba.

Tenía ley puesta que hubiese por todos sus reinos peso y medida, porque ninguno fuese agraviado o engañado.

Era también ley que ninguno entrase ni saliese puesto el Sol ni antes que saliese, en la ciudad del Cuzco, porque se supiese y cognosciesen todos los que en   —214→   la ciudad [entraban, había?] y de donde venían o eran.

Otras muchas leyes y buenas costumbres se pueden colegir de la orden y órdenes que cerca de la gobernación arriba en diversos capítulos quedan referidas.




ArribaAbajoCapítulo XXV

De la elección que Pachacútec hizo en su hijo Amaro para heredarle, y cómo tuvo que revocar este acto soberano y designar a otro de sus hijos para este cargo; y de sus últimas disposiciones y leyes, y de su muerte


Este tan glorioso y venturoso Rey Pachacuti Inga, o Pachacuticapacingayupangui, Rey que volvió o trastornó aquel mundo, después de haber muchos prudentísima y gloriosamente haber (sic) gobernado y puesto en todos aquellos tan grandes reinos suyos tan provechosa y esmerada policía, llegó a ser mucho viejo y a tener muchos hijos y verlos en su vida muy hombres y de mucha prudencia y virtud adornados. El cual, viéndose tan viejo y cercano a la muerte, escojó uno de sus hijos, que tenía por nombre   —215→   Amarotopainga, hombre bien sabio y entendido en las cosas de casa y de mandar hacer edeficios y labranzas, pero nada sabio ni aficionado a las cosas de la guerra. Este fue el tercero hijo suyo, porquel primero se llamaba Apoyanguiyupangui, y el segundo Tillcayupangui. Escojó, como dije, a Amarotopainga, el tercero, para que le succediese en el universal imperio de sus reinos, el cual quiso que gobernase y mandase mientras él vivía; y así mandó y gobernó cinco o seis años; dentro de los cuales el prudente viejo aconsejaba e instruía al Amarotopainga lo que le convenía hacer, y cómo se había de haber en la gobernación de los reinos, para que hiciese lo que debía, teniendo a todos en paz y justicia, para que fuese amado y estimado de todos sus súbditos.

En este tiempo cognosció el Rey viejo Pachacuti la poca habilidad y discreción que para gobernar tantos reinos su hijo Amarotopainga tenía, y que su prudencia para más de labranzas y edificios y otras cosas de casa familiares [no] se extendía; lo cual, también los Señores y Grandes del reino y los pueblos entendiendo, comenzaron a hacer dél poca estima, y principalmente los demás hijos de Pachacuti e hermanos suyos, de donde procedió rebelarse   —216→   algunas provincias del Collao; y para reducirlas a su obediencia debida, mandó el padre al hijo que fuese con sus gentes de guerra y las subjectase y trujese a su obediencia. El cual, puesto que contra su voluntad, por fuerza o por vergüenza hobo de ir, donde se dio tan mala ingna (sic) y mostró tan descuidado y tan ajeno de hombre para guerra, que sino fuera por el esfuerzo y animosidad e industria de sus hermanos, mayormente del cuarto dellos, que se llamaba Topaingayupangi, que se mostró valeroso más que todos, perdiera la batalla y fueran vencidos de los contrarios.

Por esta falta y poquedad de Amaroinga se confirmó el padre, y los Señores y pueblos, que aquel no era digno de suceder en el reino, ni para tantos y tan grandes reinos gobernar.

Vueltos, pues, los hermanos y gentes de la guerra con su victoria, no habida por el principal capitán, antes estuvieran por perderse todos por su incuria y flojedad, el buen viejo Pachacuti, en público y en secreto informado de los capitanes y de los demás de todo lo acaecido y de quien lo había hecho mejor o peor, y sabida de todo la verdad, cognosciendo que se había engañado en la elección de   —217→   Amaroinga por su sucesor, y que si moría quedando por Señor, perdería los reinos que él con tantos trabajos, prudencia y cuidado había augmentado y conservado tantos años; y cognoscido también la habilidad, esfuerzo y prudencia que el cuarto hijo, hermano de madre del dicho Amaro, en aquella guerra había mostrado, hizo llamar a todos sus hijos y tres hermanos suyos y a todos los principales hombres de la ciudad; pero no quiso questuviesen presentes los Señores de las provincias comarcanas, sino solamente los naturales de la ciudad y los deudos, porque Amaroinga no se afrentase por lo que quería hablarle. Los cuales todos juntos, Pachacuti les hizo una muy larga y solene plática, trayéndoles a la memoria el origen, y esfuerzo, y valor, y prudencia y buen gobierno de sus antepasados, en especial el de su agüelo y padre, y los hechos y trabajos y hazañas que él mismo había hecho; y cómo, por haber sido tan sabios y valerosos, habían sus reinos tanto augmentado, viniéndole a subjectar tantas y tan grandes provincias para que las gobernase y tuviese en paz, como lo había hecho, y otras que por sus armas e vencimientos había él subjuzgado, trayéndoles y probándoles por diversos ejemplos todo   —218→   lo que pretendía platicalles; y prosiguiendo su razonamiento adelante, les dijo: que por el deseo que siempre tuvo y al presente tenía de conservar él tan gran Señorío que el Sol le había dado por la primera victoria que arriba queda declarada, y por el amor que a todos los de sus reinos tenía, [quería] que después de sus días viviesen en justicia y paz, considerando que era viejo y que presto había de acabarse, había escogido y nombrado por su sucesor en tantos reinos a Amaroinga, hijo tercero, no porque lo quisiese más que a los otros ni porque fuese el mayor, pues había otros dos que nascieron antes, sino pareciéndole que como en otras cosas le vía prudente y bien inclinado, tuviera también talento y capacidad para que gobernara y conservara los reinos que sus padres le habían dejado y él había mucho, como vían, dilatado y augmentado. Por este respecto y no particular afición, entre seis hermanos que eran, lo había elegido a aquel.

Llegando hasta aquí la plática, dicen que comenzó a llorar, y llorando vuelve la cara y endereza sus palabras a Amaroinga, refiriéndole todo lo que había hecho por él, cómo le había honrado y autorizado más que a los otros sus hermanos,   —219→   mandando a ellos y a toda su ciudad real del Cuzco y a todos sus reinos que lo tuviesen por Rey e sucesor suyo, y que así quisiera él que permaneciera, pero que el Sol no le había querido aceptar, sino que le sucediese aquel que mejor supiese gobernar y conservar la orden quél había puesto, y procurar la defensa y quietud y paz y conservación de los pueblos infinitos que le había dado.

Dicho esto, comenzole a poner delante los defectos que después que le había cometido la gobernación había hecho, en especial la poca industria y orden y recaudo que se había dado en la guerra pasada, y cómo, si no fuera por sus hermanos, principalmente por Topaingayupangi, quedaran todos vencidos y se perdiera aquel Estado.

Después de le haber dicho sus faltas, volvió luego a escusallo, diciendo que aquello bien creía él que no había sido por su culpa ni por ser él malo, sino porque el Sol no había querido que él fuese Señor, pues no le había hecho muy valiente y más sabio, y por tanto, que quería y determinaba y le mandaba que solo hobiese cargo de las cosas pertenecientes a la ciudad, y de hacer reformar los edificios della y de los que demás se hobiesen de   —220→   edificar, y todo lo demás de la casa; y que como el Sol lo quería, así lo quería él y así se lo encargaba y mandaba; y que no entendiese de allí adelante más de tener aquel cargo. Y para esto, constituyolo por cabeza y capitán del primer linaje Real, llamado Capac ayllo, de los diez que arriba en el cap. 17 hecimos mención haber constituido y ordenado en la ciudad, cuando comenzó a gobernar.

Oído todo lo que habemos recitado, el hijo Amaroinga, con grande humildad e obediencia (como si fuera un devoto fraile que le absolviera del oficio de prior o guardián su provincial) baja su cabeza y dice, quel es muy contento de lo que el Sol había ordenado y él, su padre, le mandaba. Levantose y besa la mano a su padre, y luego vase a asentar en su lugar. Todo esto, dicen los indios que no se celebraba sin muchas lágrimas del viejo Rey y padre y de los circunstantes. Y ciertamente materia era y palabras y razones para que no faltasen en abundancia. ¿Y quién hay hoy en el mundo de los hijos Reales, que si el rey, su padre, habiéndole dado el reino y después, aunque fuese por sus muchas culpas, para bien de los pueblos, para traspasallo a otro hermano, se lo quitase, que con tanta humildad, paciencia   —221→   y obediencia lo sufriese y aceptase? Hoy, como en esto y en otras muchas particularidades y aun generalidades, nosotros cristianos habemos de ser de aquestas indianas gentes juzgados. Escripto está: ipsi. n. judices vestri erunt.

Cumplido con la deposición de Amaroinga del estado de Rey, e puesto en el de capitán de los caballeros de sangre Real, llamó ante si a Topaingayupangui, su hermano, y era el hijo cuarto, que era muy valeroso y sabio y habilísimo y prudentísimo para gobernar, como después bien lo mostró, y delante de todos le hizo otro maravilloso y eficacísimo razonamiento, en el cual le dio a entender cosas, cierto, harto más altas que había en la política de Platón ni Aristóteles ni otro político estudiado, sino lo que la lumbre natural, que en él estaba bien clara, y la Divina Providencia que en aquella silla real y tan ancha le había entronizado le infundió para bien y utilidad de tan grandes repúblicas y, comunidades, y él pensaba que el Sol material se las dictaba.

Dijo, pues, que el Sol quería que los Reyes y Señores que habían de gobernar los pueblos fuesen muy prudentes y sabios, y que amasen mucho a los buenos y remediasen a los pobres y castigasen a los   —222→   delicuentes y hombres malos, porque así se lo había ordenado y mandado el Sol, y así lo había hecho él y guardado siempre; para efecto de lo cual había señalado y nombrado a su hermano Amaroinga, estimando que lo hiciera así; y puesto quél era bueno y amaba los buenos y remediara los pobres, pero que tenía el corazón muy blando y no castigaba los malos, y por eso no le temían y se le alzaban; y que pues él tenía buen corazón para lo uno y para lo otro, que fuese hombre que de tal manera quisiese bien a los buenos y, hiciese bien a los pobres, que fuese recio y riguroso para con los desobedientes y malos y que hiciesen mal a otros. Y que tuviese por cierto, que si así lo complía, el Sol le amaría y le favorecería, y los Señores, sus vasallos, y los pueblos con todo el reino lo reverenciarían, temerían, obedecerían y querrían mucho. Y si no lo hiciese así, supiese que se indignaría contra [él] el Sol, y que él le privaría del principado, como había hecho a su hermano. Y que aunque fuese muerto, su illapa, que quiere decir su ánima105, estando en la otra vida, se lo quitaría.

  —223→  

Acabada su exhortación, y amenaza, mandó a todos sus hermanos y a sus tíos, hermanos del Rey, e a otros parientes y a toda la ciudad que estaba presente, que luego allí le alzasen y rescibiesen por su sucesor y por su Rey. Mandó también llamar todos los Señores y gobernadores de sus reinos que viniesen a su corte para que hiciesen lo mismo, dándole la obediencia. Mandó asimismo al dicho Topaingayupangui, su sucesor, que cuando fuese viejo, mirase mucho en escoger de sus hijos para que le sucediese, no el que más él quisiese o a él se aficionase o el mayor, sino el que cognosciere para gobernar y bien de los pueblos ser el mejor. Y constituyó que así se guardase adelante siempre por todos sus succesores. Y de tal manera esto se guardó, que aún se guarda por los pocos Señores que han quedado hasta hoy. Certifican nuestros religiosos haber visto Señor, que, al tiempo de su muerte, preguntado por ellos a quién de sus hijos quería dejar por sucesor del poco Estado que le había quedado, respondió: a fulano quisiera yo dejar, porque le quería mucho, pero no es bueno para gobernar; y por tanto, no quiero dejar sino a fulano que sé que es para ello mejor. Y así prefirió el bien común de todos a su   —224→   afición particular. Y esto es así verdad, porque el mismo siervo de Dios que se halló presente me lo certificó.

Ejemplo es éste para que se nos diga aquello del profeta: Erubesce Sydon, ait mare. Porque, cierto, cosa sobre hombres o sobre la naturaleza humana y arduísima es que los Reyes, viendo que sus hijos no son para gobernar ni reinar, mayormente los que más aman, y que, negado su natural deseo y afición, pasen el reino a otro. Así lo dice el párrafo 3 de la Política, capítulo II.º: Reges non relinquere filiis suis si eos videant idoneos non esse: arduum est et supra naturam humanam. Hec ille. ¿Quién de los Reyes hoy del mundo, aun de los cristianos, esto hará? Pues entre estas gentes menospreciadas hobo quien lo hiciese.

Otras muchas ordenanzas para perfeción de la policía de sus reinos muy puestas en razón hizo este buen Príncipe Pachacuti e dejó mandadas a su hijo, que del todo no se han podido examinar ni dellas tener noticia particular, como no consten por letras de historia, por no tenerlas, sino por los vicios de mano en mano y por los cantos y romances que en las fiestas cantan bailando, que son sus principales historias. Basten las cosas dichas para juzgar   —225→   que mucho más es lo que era que lo que habemos podido averiguar.

Resta decir una cosa muy notable que certifican todos los viejos dél. Esta es, que cuando ya era muy viejo, dijo a sus hijos que le había hablado el Sol y certificado que su Señorío se había de acabar muy presto, porque no había de haber más de su linaje de los Ingas Reyes sino otro o otros dos después dél; y así acaeció, porque no hobo más de su hijo Topainga y su nieto Guainacapac. Éste muerto, quedaron dos hermanos que al principio tuvieron gran división entre sí, hasta que llegamos nosotros que lo posimos en paz.

Este Señor vivió algunos años después de haber nombrado a su hijo Topainga por su sucesor, y vido la buena y prudente gobernación que usaba en el reino y reinos que le había encomendado; de donde rescibía inestimable alegría y consolación. Y al cabo murió este glorioso Rey lleno de días, en gran contentamiento y quietud, viendo que dejaba su tan gran Estado y Señoríos, por quien tanto se había desvelado y trabajado, a tan buen sucesor.



  —226→  

ArribaAbajoCapítulo XXVI

De las ceremonias que Pachacútec había ordenado para sus funerales y de sus sucesores, y cómo se observaron. Llantos y lutos


Dejadas las cerimonias que del tiempo antiguo primero de dos que hobo en aquellos referimos que se hacían en los entierros, debía este Rey tan prudente, como en todas las cosas para perficionar las repúblicas ordenó cosas muy nuevas (por lo cual lo llamaron «vuelta del mundo»), añidir también cerimonias y orden nueva cerca de las que debían hacerse en la muerte suya y de sus sucesores, mayormente cuanto a lo que tocaba a la seguridad del reino, por que en su fallecimiento no hobiese algún alboroto.

Ordenose que estando el Rey enfermo, lo metiesen en los más secretos aposentos de sus casas, que no lo viesen sino solos sus mujeres y hijos y el que lo había de heredar, los muy privados y el médico o médicos que lo curaban (y éste nunca salía de junto a él.) Ninguno de los de fuera entraban allá, ni aún los de casa sabían   —227→   si empeoraba o mejoraba. Cuando veen que va empeorando, mayor recaudo ponen para que no se sepa. Ya que muere, tiénenlo encubierto un mes y nadie sabe cosa dél. Entretanto, el sucesor enviaba a las provincias de que había mayor sospecha de alboroto, avisando a los gobernadores secretamente de lo sucedido y que pusiesen recaudo en la quietud de los pueblos. En aqueste tiempo mataban algunas personas de las más familiares, mujeres y criados, que le habían de ir a servir, y estos no eran otros sino los que de su voluntad solamente se ahorcaban para ir con él a servirle, o los que clamaban pidiendo que los ahogasen para ir aquel camino, porque lo tenían por singular ventura y favorable privilegio.

Lavábanle el cuerpo todo muy bien y vestíanle de los mejores y más ricos vestidos y ropas que él tenía y las joyas y vasos de que más se arreaba y servía, con todo lo cual le sepultaban y las mujeres y criados ya muertos cerca dél. Todo esto así hecho, tiénenlo así en su casa, sin que hombre de los de fuera sepa que es muerto, como si estuviese vivo.

Pasado el mes, ya que por diligencia del sucesor estaba proveído lo que convenía para la paz y tranquilidad del reino, y   —228→   que ya estaba todo sosegado, comenzaban los hijos y hermanos y más propincos parientes a medio llorar, fingendo un día que está ya muy malo y propinco a la muerte, y otro día que no tiene ya remedio, y otro día, finalmente, que ya es muerto.

Sacan en público sus andas en que solía andar y su silla en que se asentaba y sus alhajas ricas que con él no enterraban, y poníanlas en un cadahalso alto y comenzábanlo luego todos plenamente a llorar. Duraba el lloro con grandes cerimonias, solenidad y aparato y con cinfonías (sic) y trompetas con voces grandes106. Había grandes maestras mujeres endechaderas, que cantaban todas sus virtudes y hazañas. Juntábanse todos los Señores de la tierra y muy grandes gentes a llorallo, y ayunaban dos días sin comer o poco o nada, y al tercero día dábanles opulentísimamente de comer y beber.

Publicaban luego, que los criados y personas que al difuncto mucho amaban que quisieren ir a servir a su Señor, fuesen de su libertad. Luego, algunas mujeres y hombres que habían sido muy sus servidores y familiares, se ahorcaban para ir   —229→   a servirle; otros que no tenían tanto ánimo para se matar, rogaban a sus amigos que los ahogasen, por tener por gran honra y beneficio ir a servirlo. Ninguno para esto forzaban que no fuese voluntario; porque decían, que el que no iba de su voluntad allá, no le serviría de buena gana o se huiría por no le servir, y aun también, porque los voluntarios y que se convidaban eran tantos, que de forzallos no había necesidad.

Duraban estos lloros y obsequias seis y ocho meses; y las deste Pachacuti duraron un año. En todo este tiempo daban de comer a yentes y vinientes, aunque fuesen infinitos. Hacían muchos y diversos actos en estos lloros, dignos de ser contados; pero déjanse por la brevedad.

El luto que tenían o se ponían, era vestirse todos los que traían luto de ropas pardas, así las mujeres como los varones. Los hombres no se ponían las insignias de las orejas; ni ellos ni ellas hacían en todo un año cosa de alegría, ni se la ponían de que hobiesen placer.

Eran los Señores muy llorados, y puesto que para con todos los Señores se guardaba esta costumbre, principalmente así en lo tocante a la succesión como en el enterramiento y principales cerimonias, pero   —230→   todavía en cada provincia y pueblos tenían maneras de llorar y lutos particulares y diferentes, los cuales Pachacuti no les quitó, porque las costumbres y leyes buenas y trajes que tenían las provincias y pueblos que sojuzgaba o se le daban, elijéndole por Señor, siempre se las dejaba; sólo añidía lo que tocaba la religión y o cultu del Sol, y todo aquello que sentía que para perfecta república les faltaba. Y así, generalmente convenían en que al Señor, cuando enfermaba, lo encubrían que no lo viese nadie sino sus mujeres y hijos y sus muy privados; y éstos habían de estar sin pecado público, mayormente cuanto al pecado de deshonestidad.

Item, común era por todas las provincias llorarlo muchos días y dar de comer y beber a costa del Señor muerto a cuantos iban y venían.

Item, a todas las provincias era común todos los parientes y amigos traer, cuando venían a honrar el difuncto, de todo lo que en sus casas tenían: unos maíz, otros ovejas, otros otras comidas; y presentábanlo todo delante el difuncto, que conmúnmente ponían en el patio de sus casas, donde lo lloraban. Y sí era cosa viva lo que allí habían presentado y ofrecido, delante el cuerpo lo mataban y sacaban   —231→   el corazón y poníanlo en un palo alto. Y acabado de llorar, que lloraban cuatro o cinco días más, o más o menos, según acostumbraban, conforme a la calidad de la persona, llevábanlo a enterrar comúnmente a las sepolturas que usaban tener en el campo y llevando sus armas e insignias en palos altos con gran lloro y procesión.

Después de sepultado, volvían todos a comer, donde tenían de los bienes del difuncto y de lo que habían traído ellos, grandes comidas aparejadas. Allí se juntaban a comer todos los deudos y todo el pueblo y cuantos pobres había y se podían hallar, y si era gran Señor, de otros pueblos; y ponían la ración del muerto ante su silla o asiento donde se solía asentar, y allí comían y bebían todos en abundancia, y de cuando en cuando tornaban a llantear.

En algunas partes, allende lo que arriba en el capít. 15 dejamos dicho, hacían un bulto y figura con mantas debajo, junto a la sepoltura, y vestíanle las vestiduras del difuncto. Cada luna nueva encendían un gran huego delante la figura (la cual decían que representaba su ánima), y traían delante allí todo su servicio de comida y bebida que le daban cuando era vivo, y de   —232→   la misma manera le servían. La parte que les parecía que él solía comer, quemaban en aquel huego, diciendo que el huego lo comía en su lugar y se lo daba en el otro mundo, donde había ido a parar. Lo demás que sobraba comían sus mujeres y criados y las demás personas que si fuera vivo comieran de su plato.

Todas estas maneras de cerimonias se guardaron en la muerte y entierro deste Rey Pachacuti, e fueron más que sobre otro algún Rey señaladas.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

De los Ingas sucesores de Pachacútec hasta Atauhuallpac


Muerto y sepultado el Rey Pachacuti e sus obsequias y honras principales acabadas, comenzó a reinar solo ya sin él su hijo y succesor Topainga con tanta prudencia, discreción y orden, que todo lo bueno que su padre había en sus reinos de buena y política gobernación entablado, lo sostuvo y llevó muy adelante. Ninguna cosa perdió de cuanto Señorío y cuán dilatado le dejó el Rey su padre; y algunas provincias que   —233→   se le habían rebelado por el descuido de gobernación del hermano Amaro, y otras que por la causa misma presumieron de hacer guerra a los súbditos y amigos suyos, los venció y redujo por fuerza de armas; y así extendió su señorío por las sierras hacia abajo de Quito y lo de Bogotá, que agora llaman el Nuevo Reino de Granada. Lo mismo hizo por la parte de arriba que a Chile va a parar.

Este Topainga puso gran orden en los que llamaban Mitimaes, que eran las colonias que pasaban de unas a otras partes, dando orden que las provincias que carecían de algún género de comida, por no tener tierra dispuesta y aparejada, pusiesen vecinos en la provincia donde aquello abundaba, para que allí lo labrasen y todos de todo lo que en todas partes había gozasen; y por esta ocasión y achaque, las gentes de unas provincias con las de las otras comunicasen, y así viviesen en paz.

Fortificó las guarniciones que para guarda de sus reinos su padre tenía en las fronteras, y puso de nuevo otras donde le pareció que debía ponerlas.

Puso también orden cerca de cosas, que concernían al peso y medida, y en las cuentas, y mandolo guardar por toda la tierra.

  —234→  

Mandó sacar acequias para regar los campos más de las que había, y romper y sembrar nuevas tierras.

Este Señor fue el primero que halló el secreto y mandó que se usase y gozase del provecho de la coca, yerba que se tuvo y hoy tiene en tan gran estima; y porque la tierra donde la coca se da es calidísima y por esta causa es muy enferma, entendiendo que los indios que allí fuesen a cultivar la coca de nuevo padecían peligro, tuvo una gran industria, como varón prudentísimo. Ésta fue, que ordenó y mandó que algunos vecinos naturales de tierras muy callentes y a la dicha tierra más propincuas, se fuesen allí a vivir y que della le diesen tributo, comutado (sic) lo que en otras cosas le daban donde antes vivían; y de creer es, que, por animallos a ello, algunas sueltas de tributos y por algún tiempo les haría. Y más hizo, que todos aquellos que por todo su reino se habían, por sus delictos, con muerte de justiciar, porque allí se fuesen a poblar, les otorgaba las vidas. ¿Qué mayor discreción y prudencia de gobernar en tal materia puede ser oída? Yo me acuerdo cuando en los principios se tuvieron en poco y en nada estas nuestras Indias, que de venir a ellas todos huían, los   —235→   Reyes Católicos mandaron despachar sus provisiones por todo el reino de Castilla, las cuales tengo yo hoy en este día, para que los corregidores y otras justicias, los malhechores dignos de muerte y de gravísimas penas a ella propincuas, no los matasen y diesen las tales penas, sino que los desterrasen para estas nuestras Indias.

No se hace hoy así en tiempo de nosotros cristianos en el sembrar y beneficiar la dicha coca, porque no hay pestilencia que más gente mate que la que muere en la cultura della; porque sin diferencia traen de cincuenta y setenta y más leguas los indios de tierras frigidísimas a la calidísima para que la cultiven. Gran vicio es este; tornó a decir: Erubesce Sydon, ait mare, como el profeta Isaías dice. Que los infieles que gobiernan tengan tanta industria y pongan tanto cuidado, por su interés temporal, en no exponer las vidas de los súbditos que gobiernan en peligro, y que nosotros, que de cristianos nos arreamos, no tengamos cuenta con ello! Ideo ipsi judices nostri erunt, dijo el Redemptor del mundo, Christo.

Este Topainga fue el décimo rey Inga, y casó con una hermana suya de padre y de madre, llamada Mania Ocllo107; el cual   —236→   casamiento hizo por mandado de su padre Pachacuti, diciendo que no podía tomar más conveniente mujer para mejor conservar su estado y que las gentes le tuviesen más amor y devoción que siendo Señor por parte de sí mismo y por parte de su mujer.

En ella tuvo muchos hijos, pero tres fueron los principales. El mayor se llamó Piditopayupangi108; el segundo, Guaynatopainga; el tercero, Guaynacapac. Y aunque los dos fueron los primeros hijos suyos de su hermana, empero pareciéndole que el tercero, Guaynacapac, mostraba más señales de virtud y cordura y autoridad, comenzolo a mirar y considerar y en su pecho señalallo para su sucesor; y al cabo no se engañó.

Fue valerosísimo varón este Guaynacapac, que quiere decir mancebo emperador, porque lo comenzó a ser y imperar desde bien muchacho; y algunas provincias que se habían comenzado a rebelar redujo, y otras fronteras que inquietaban las naciones sus vasallos Y devotos allanó. Éstas eran donde agora están fundadas León de Guánuco y la ciudad de los Chachapoyas, de las cuales trujo al Cuzco todos   —237→   los más principales Señores y de otras, porque, estando en su corte, tuviese todos aquellos estados seguros. Estos hacía tractar y servir como Señores, a cada uno según su mayoría y dignidad.

Este rey Guaynacapac fue undécimo rey de los Ingas, y en quien podemos decir que los reyes Ingas se acabaron, como arriba tocamos; porque siendo este ya viejo y estando en las provincias de Tomepapa109, que son en términos de la de Quito, llegó Pizarro con los trece compañeros que dicen, cuando comenzó a descubrir aquellos reinos, como en otro lugar, placiendo a Dios, se dirá110. Y esto supo luego Guaynacapac y envió a saber qué quería aquella gente nueva; y vueltos los mensajeros, dijéronle que venían a buscar oro; y dicen que les envió ciertas piezas dello; y cuando llegaron a la mar los que las traían, eran ya partidos los cristianos. Y con la muestra que de oro hallaron por aquella costa, se vino Francisco Pizarro a Castilla y pidió la gobernación   —238→   de la tierra y en este tiempo medio murió Guaynacapac y quedó su señorío dividido por su orden y mandado entre dos hijos suyos, el uno llamado Guascar y el otro Atapalipa. Al Guascar dejó al Cuzco con todo lo de arriba, y el Quito con todo lo de abajo y sus comarcas dejó al Atapalipa.

Muerto el padre Guaynacapac, hobo entre los hermanos grandes diferencias, no queriendo estar Guascar por la orden y determinación del padre, y enviando gente de guerra contra su hermano Atapalipa, venciolo y prendiolo; pero suelto de la prisión por industria de cierto indio, que le dio una barreta de cobre para soltarse, rehízose con su gente, y envía dos capitanes con cuarenta mill hombres delante contra el Guascar, Rey del Cuzco, y él va después dellos con otros tantos; y finalmente, lo prendieron los suyos y lo hizo matar; y así quedó por Rey e Señor de todos los reinos de su padre Guaynacapac, y los pueblos le obedecían todos. Yendo este camino Atapalipa con sus cuarenta mill hombres contra el hermano Guascar, llegó Francisco Pizarro vuelto de Castilla con la gobernación del Perú, y lo prendió y mató en una ciudad llamada Caxamalca. Y aquí se acabó el felice   —239→   y glorioso Estado Real de los Ingas. Reyes y Señores universales de los reinos tan largos de la tierra que llamamos el Perú; larga y lamentable y dolorosa historia y no menos miseranda de contar. Y lo dicho baste para que se tenga noticia de la orden, policía y gobierno de las repúblicas que tenían las gentes indianas del Perú.


 
 
FIN
 
 
  —[240]→     —[241]→  




ArribaApéndice

Cumpliendo lo que prometimos en el sucinto PRÓLOGO de esta edición, vamos a trasladar seguidamente y por su orden todos los lugares relativos a materias históricas del antiguo Perú contenidos en el manuscrito del seglar a quien cita Las Casas más o menos directamente en las págs. 181, 182, 83 y 210, y debiera haber citado en otras muchas partes de su Apologética, como lo demuestran las acotaciones que por capítulos y páginas hacemos de las coincidencias más evidentes de ambos textos. Estas no son siempre literales, y creo yo que las variantes dependen, unas veces, de las modificaciones que en el estilo e intención del manuscrito introdujo Las Casas por sí y ante sí, o por conveniencia, otras, de que el original de que usó y abusó el Obispo de Chiapas no sería el mismo de   —242→   nuestra publicación, pues la copia de que nos servimos, la hizo sacar don Juan Bautista Muñoz en Simancas, encabezándola con esta advertencia: «El original con este título existe en el legajo 2, de Descripciones y poblaciones - Simancas - Sala de Indias, en 20 hojas de fol. Es un borrador de mala tinta y letra de hacia mediados del siglo XVI, con borrones y enmiendas, comido el papel en algunas partes y manchadas las más hojas, etc.». De donde infiero que nuestro original pudo ser un borrador, y un limpio el que leyó Las Casas.

El título a que Muñoz alude, el mismo que empleó Prescott al citar el ms. En su Historia de la conquista del Perú, es el de Conquista y población del Perú; pero el legítimo, el que el autor impuso a su trabajo, consagrándole con el nombre de Ihus.

RELACIÓN DE MUCHAS COSAS ACAESCIDAS EN EL PERÚ, EN SUMA, PARA ENTENDER A LA LETRA LA MANERA QUE SE TUVO EN LA CONQUISTA Y POBLAZÓN DESTOS REINOS, Y PARA ENTENDER CON CUANTO DAÑO Y PERJUICIO SE HIZO DE TODOS LOS NATURALES UNIVERSALMENTE DESTA TIERRA, Y CÓMO POR LA MALA COSTUMBRE DE LOS PRIMEROS SE HA CONTINUADO HASTA HOY LA GRAND VEXACIÓN Y   —243→   DESTRUICIÓN, DE LA TIERRA, POR DONDE EVIDENTEMENTE PARESCE FALTAN MÁS DE LAS TRES PARTES DE LOS NATURALES DE LA TIERRA, Y SI NUESTRO SEÑOR NO TRAE REMEDIO, PRESTO SE ACABARÁN LOS MÁS DE LOS QUE QUEDAN; POR MANERA, QUE LO QUE AQUÍ TRATARE, MÁS SE PODRÁ DECIR DESTRUICIÓN DEL PERÚ, QUE CONQUISTA NI POBLAZÓN.

Esta tan recalcada destruición no dejaría de ser grata al autor de la Brevísima de las Indias, y quizá motivara sus111 simpatías por el documento de que se aprovecha, inspirado en las mismas ideas que ese libelo, aunque no tan favorable a los indios como la Apologética.

La Relación que llamaremos de la destruición del Perú, por dar gusto a su autor, se escribía en Lima por los años de mil quinientos cincuenta y tantos, pero más acá del 1552; fecha que puede servir para calcular con algún acierto la de la Apologética.

Dice Muñoz en la advertencia que sólo en parte he copiado, que «el autor de la Relación vio por sus ojos mucho de lo que refiere», y añade, que, «a su juicio, es algún religioso, de quienes era casi peculiar el principio Ihus, y abultar los daños de la conquista». Al mío también lo es, y hasta me atreví a nombrarle por indicios vehementísimos   —244→   suministrados por su misma Relación, en la Dedicatoria de mis Tres relaciones de antigüedades peruanas (páginas XIII y XIV). Pero si Muñoz y yo hemos de acertar en nuestras conjeturas, es necesario que el seglar de Las Casas equivalga a secular, o sea el sacerdote que vive en el siglo, a distinción del que vive en clausura; porque el P. Cristóbal de Molina, a quien atribuí y sigo atribuyendo la Destruición del Perú, era sacerdote lo menos catorce años antes de escribirla.

Con el título de Conquista y población del Perú, publicose el año de 1873 en la revista chilena «Sud América»; periódico que sospecho ha de ser en España rarísimo. Yo, al menos, no he visto de él un número siquiera.

Siguen los extractos de la Relación del P. Molina con las acotaciones indicadas.

«Y la india más acepta a los españoles aquella pensaban que era la mejor, aunque entre estos indios era cosa aborrecible andar las mujeres públicamente en torpes y sucios actos; y desde aquí se vino a usar entre ellos de haber malas mujeres públicas, y perdían el uso y costumbre que antes tenían de tomar maridos, porque ninguna que tuviese buen parecer estaba   —245→   segura con su marido, porque de los españoles de sus yanaconas112 era maravilla si se escapaba».

«Llegados los españoles al Cuzco y apoderados en él, hallaron allí una ciudad muy populosa y muy rica de oro y plata, ropa y mantenimientos, en la cual había depósitos muy grandes de todas las cosas de la tierra en gran abundancia; grandeza de oratorios de sus idolatrías y casa del Sol, con todo su servicio de oro y plata; en especial hallaron en ella doce horones de plata acendrada, que cada uno sería del altar de una buena lanza, y no le abarcarían dos hombres. Y en un pueblo, hallaron una casa de plata, con sus vigas y tablazón bien gruesas».

«De dos provincias diré, que, cuando entraron los españoles en la tierra, cada una tenía fama de cuarenta mill indios; la una era Guarua [Huáura], desde Guarmey, que tomó Almagro por repartimiento, por la grand gente que tenía y fama de muy rica; y la otra Chincha, que tomó Hernando Pizarro, que tenía otros cuarenta mill indios, y hoy día no hay en   —246→   ambas provincias cuatro mill indios. Y en este valle desta ciudad [Lima] había y en Pachacama, cinco leguas de aquí, que era todo una cosa, más de veinticinco mill indios, y está casi yerma, que apenas hay dos mill, por la grand destruición y tan continua como ha tenido de tantos ejércitos como en ella se han formado en tanto daño y perjuicio de los naturales; los cuales perescieron por una regla general que se ha usado en estos reinos, y aún creo yo que en la mayor parte de las Indias, que los indios más comarcanos a los españoles y que mejor sirven, aquellos son más robados, vejados, muertos y fatigados. Y porque si de cada valle de los desta costa, que dura más de mill leguas, se hobiese de decir la quiebra y falta de los naturales y la destruición de todos los más destos valles, e cuán fértiles y abundosos eran, y creo yo que los más hermosos que en todo lo más de la redondez [del Mundo] se pudieron figurar, y más bien labrados y de grandes edificios abundosos de riquezas de oro, plata, ropa y ganados, algodonales y hermosas labranzas, todas por sus acequias echadas a mano, que cada valle parescía un jardín muy hermoso y muy bien trazado, donde jamás, a dicho de los naturales, el agua del cielo enojó, porque   —247→   no llueve en esta tierra de Los Llanos, ni la de la tierra le faltó, porque en cada valle hay un río perenal que nunca le falta agua, y donde no lo hay, hay sus manantiales con que riegan sus tierras y huertas, y otras maneras nunca oídas con que siembran sus semillas y maíz, como es en algunas partes destas costas, donde, porque no tienen agua ni les llueve, pescan una sardinilla como anchobas, hechas sus labranzas, y en cada sardinilla que entierran en la heredad, echan dos o tres granos de maíz, y hace muy gentil mies y cogen muchas sementeras y buenas tres o cuatro veces en el año113. Y porque era menester hacer una muy larga relación que no cupiera en mucho papel, lo que se podía de toda esta costa, [baste] con sólo decir que desde la bahía de San Mateos, que son los principios de la entrada destos reinos, donde los navíos vienen a reconoscer, hasta las provincias de Chile, que agora se puebla y descubre, hay más de lo que tengo dicho, y la mayor parte poblado, aunque enmedio de cada valle hay arenales y despoblados de a diez, trece o veinte leguas; y uno hay, ques el despoblado   —248→   que pasan para ir a Chile, que tiene cient leguas de arenal114 sin haber en él cosa verde, sino es donde hay algún xaqüey de agua o riachuelo, que son harto pocos los que hay en este camino, que creo yo que no son seis en las cient leguas, y en ellos hay unos como bozos de yerba raída a siete o ocho pasos al rededor de donde esta el agua».

Pág. 161115 «Antes que pase adelante a declarar más de la conquista o casi destruición destos reinos, quiero, para que se entienda la grandeza dellos, traer a la memoria los dos caminos reales del Inga que en ella hay: el uno que pasa por esta costa en todo lo poblado y despoblado della y va hasta cuarenta pies de ancho, con sus tapias cercado por ambas partes lo más dél, especialmente dos leguas siempre antes de entrar en cada valle y otras dos al salir, empedrado por muchas partes, y con sombras de muy buenas arboledas, y antiguamente, las más de fructas, salvo que agora se han secado y perdido por la muerte y falta de los naturales; por manera, quel que quisiere caminar por toda   —249→   esta costa por esta grand calzada y camino, no tiene a donde perderlo ni que preguntar de lo de adelante si se perderá por falta de camino.

Otro camino hay de la misma suerte por la Sierra, que dura otro tanto y más queste de la costa y Llanos, muy admirable, porque atraviesa grandes sierras y tierras asperísimas, y tan bien echado, que todo se camina a caballo, y hace entender a los que caminan por él, que, aunque la tierra por do van es muy áspera, ellos siempre caminan pie llano y con facilidad. De cuatro a cuatro leguas destos dos caminos, en todo lo que ellos duran, había aposentos del Inga, donde los que caminaban se acogían; y en algunas partes deste camino, especialmente desde la ciudad del Cuzco adelante, hacia116 el Estrecho de Magallanes y provincias de Chile, va señalado en el camino la media legua y la legua; por manera, que sin relox ni otra cuenta, sabe el hombre a cada paso a donde va y lo que ha caminado.

Asimismo, en cada pueblo de todos los desta tierra, y principalmente en los destos dos caminos reales, hay o había sus aposentos reales del Inga y del Sol,   —250→   con todo su servicio de indios e indias para servirle a él y a los Señores y capitanes y mensajeros quél enviaba de unas partes a otras, y aposentos y casas de oratorios del Sol, con sus servicios de mujeres, que se llamaban Mamaconas, que eran como beatas, que guardaban castidad; y si alguna hallaban en alguna torpedad, luego la mataban; y asimismo otra mucha de servicio. Pág. 184 Éstos todos tenían larga cuenta con los vagabundos que andaban por la tierra, y en ninguna manera los permitían, ni malas mujeres, sino que cada uno viviese en su República y se ocupase en trabajar y ganar de comer. Pág. 196 Y cerca desto y de otras policías tenían grandísima orden, y en los tributos del Inga tan grand cuenta, que había en cada pueblo destos y provincia contadores que tenían cuenta con los tributos y con lo que cada indio tributaba y servía, de manera que se repartiese el trabajo y no sirviese uno más que otro. Y hoy día dura entre ellos esta loable costumbre, aunque la mala que agora hay se la hace infinitas veces prevertir.

Págs. 190, 191 y 192 Asimismo tenía cada pueblo destos grand cantidad de depósitos donde recogían el maíz y todos los   —251→   mantenimientos que tributaban al Inga, y la ropa y telares donde se texía la ropa rica para el Inga y caciques y la otra común de la gente de guerra, con muchos depósitos de lana para ello. Tenían depósito de plumas de colores para hacer toldos y camisetas ricas, y en cada pueblo destos plaza grande real, y en medio della un cuadro alto de terrapleno con su escalera, muy alto, donde se subían el Inga y los Señores a hablar al pueblo, y para ver la gente de guerra cuando hacían sus reseñas y junctas. Asimismo tenían una muy loable costumbre y digna de notar y tener en la memoria, la cual, si los españoles que entraron en la tierra guardaran, no se hobiera destruido como lo está; y es, que cuando había gente de guerra entre ellos, y caminaban aunque, fuesen cient mill hombres, no había ninguno dellos de salir del camino real a ninguna parte ni lugar, aunque la fruta y lo que habían de comer estuviese junto al camino real por do pasaban, so pena de muerte; para lo cual tenían muy grandes guardas para ver el que se desmandaba, porque él o su capitán lo habían de pagar, y para esto tenían los caminos por todo lo que duraban los pueblos, con sus tapias altas, para que no se pudiesen salir dél aunque quisiesen   —252→   hacer daño; y aposentábanse, acabada de hacer la jornada de cada día, en el pueblo que llegaban, en unos galpones y casas grandes que para el efecto tenían hechas, que algunas, y las más, había de ciento y cincuenta pasos de largo, muy anchas y espaciosas, donde en cada una cabía gran cantidad de gente, muy bien cubiertas limpias y aderezadas, con muchas puertas117, porque estuviesen muy claras y apacibles, y allí les proveían por su orden y cuenta a cada persona su ración ordinaria a él y a su mujer, tan sin bullicio como si fueran religiosos; porque la gente común desta tierra era la más subjecta y humilde y disciplinada que creo yo que se pudiera hallar en el mundo».

«Lo cual [las discordias entre los Pizarros y Almagro en el Cuzco] dejaremos ahora, por tratar alguna cosa de lo que se pudo alcanzar a saber de las cosas destos indios deste reino durante el tiempo que los españoles andaban en estas cosas que tengo dicho, a lo cual llaman conquista del Perú, y comenzaré por la ciudad del Cuzco como cabeza que era de todo este imperio.

Esta ciudad del Cuzco, a lo que dicen   —253→   los cosmógrafos, está en 14 grados desta parte de la Línea equinocial, a la parte del Sur. Su principio y origen no se puede saber, ni su fundación, porque los naturales della carescen de letras, aunque tienen una manera de contaduría por unos cordeles y ñudos, y hay entre ellos muy grandes contadores desta cuenta, como ya tengo dicho; pero como por esta no se puede alcanzar a saber su fundación ni quién fueron los primeros Señores, lo que entre los naturales della se trata comúnmente, es, que en este asiento del Cuzco muy antiguamente había dos maneras de orejones. Págs. 43 y 44 Llamábanse orejones, porque traen las orejas horasdadas, y meten dentro dellas unas ruedas hechas de juncos anchos, con que acrescientan la oreja, y cada una dellas, puesta la rosca del junco dentro, la hacen tan ancha como una gran rosca de naranja. Los Señores y principales traían aquellas roscas de oro fino en las orejas. Los unos destos orejones eran trasquilados y los otros de cabellos largos, que se llaman hoy día Chilques; éstos pelearon los unos con los otros, y los trasquilados subjetaron a los otros en tal manera, que jamás alzaron cabeza ni habitaron por vecinos de la ciudad del Cuzco; y así hay hoy día pueblos   —254→   dellos por las comarcas de la tierra del Cuzco; mas en la propia ciudad no los consintieron más vivir, sino solamente la gente común dellos para servir en lo que les mandasen, Hecho esto, dicen estos orejones que la manera que hubieron para tener Señor entre sí, fue que de una laguna questá sesenta leguas del Cuzco, en la tierra del Collao, que se llama Titicaca, salió el principal dellos, que se llamaba Inga Viracocha, que era muy entendido y sabio y decía que era hijo del Sol, y éste dicen ellos que les dio policía de vestidos y hacer casas de piedra, e fue el que edificó el Cuzco e hizo casas de piedra y la fortaleza e casa del Sol dejó principiada y se dio a conquistar las provincias comarcanas al Cuzco; de cuya fábula inferimos los españoles, que alguna persona aportó por aquesta tierra antiguamente de las partes de la Europa, África o Asia, y les dio la policía conforme a lo que en ellas se usaba en aquellos tiempos. Este Inga Viracocha, que ellos dicen que fue el primer Señor principal que tuvieron en la denominación del nombre conforma mucho con el nombre que ellos llaman a los españoles, porque a cada español llaman Viracocha, que en su lengua quiere decir «grosura o espuma de la mar»; y   —255→   así, Inga Viracocha quiere dar a entender que aquel Señor salió de la mar; de donde sacamos que aquel fue algún hombre de la manera de nosotros, con barbas y vestido y que cubría sus vergüenzas, la cual orden guardan ellos, pág. 201 porque todos los naturales de lo poblado subjeto a este Señor andan vestidos ellos y sus mujeres con harto razonable vestido, y todos los hombres, aliende de las camisetas y mantas que traen, traen sus pañetes, y las mujeres cubiertos sus pechos, de manera que por ninguna manera pueden ser vistos si no se desnudasen.

Entre estos orejones o Ingas que viven en el Cuzco, hay dentro, de la ciudad del Cuzco dos parcialidades: la una es de los Ingas que viven en Horin Cuzco, ques en lo bajo del Cuzco, y otros que viven en Anan Cuzco, que es en el Cuzco de arriba, porque el Cuzco está sitiado en tierra y llano; y tiénense entre ellos por más hidalgos y nobles los del Cuzco de arriba, aunque ya se va perdiendo esto todo con la venida de los españoles; de manera que ya son tan unos todos, que no se acuerdan casi cuál es más noble. Esta ciudad era muy grande y muy populosa, de grandes edificios y comarcas. Cuando los españoles entraron la primera vez en ella,   —256→   había gran cantidad de gente; sería pueblo de más de cuarenta mill vecinos solamente lo que tomaba la ciudad, que arrabales y comarca en derredor del Cuzco, a diez o doce, leguas, creo yo que había docientos mill indios, porquesto era lo más poblado de todos estos reinos. Pág. 179 Todos los Señores principales de toda la tierra tenían en el Cuzco sus casas y servicio, y enviaban allí sus hijos e parientes a que aprendiesen la lengua general del Cuzco y la policía y cómo habían de obedescer y servir al Inga; y es cosa cierta, que ningún hijo de Señor o principal nascía en todo este reino, que no hobiese grand cuidado con él su padre sobre que deprendiese la lengua del Cuzco y la manera que había de tener en saber obedescer y servir, así al Inga como a sus mayores y principales, y tenían por muy principal afrenta no saberlo; y el que no lo sabía y era en ello inhábil, no le daban jamás señorío. Y aun ahora he visto yo caciques mostrar a sus hijos la manera que han de tener para saber servir a los cristianos, y hacerles, mostrar la lengua española para el efecto; y esto ha salido de la antigua y loable costumbre que tenían en tiempo del Inga118.

  —257→  

Págs. 43 y 44 La orden que estos tenían en horadar las orejas a sus119 era esta: que tres o cuatro meses antes que se las horadasen se juntaban gran cantidad de mochachos de catorce años arriba, y habían de partir del Cuzco corriendo con grand grita y regocijo, y habían de subir sin descansar unas sierras altas que están frontero del Cuzco, donde tenían grandes adoratorios y idolatrías, y los que primeros llegaban y con más fuerza y aliento subían, eran tenidos en más estima y reputación, y desde allí quedaban señalados para adelante para las peleas, por más sueltos y más provechosos para las cosas de guerra; y al cabo de los cuatro meses que ordinariamente tenían este ejercicio como militar, les horadaban las orejas, haciendo grandes fiestas y ofresciéndoles sus deudos y parientes oro, plata y vestidos y otras muchas cosas, y eran tenidos y estimados de allí adelante por caballeros y gente principal en todas las provincias subjetas al Cuzco; pág. 195 y juntamente con este ejercicio les amonestaban cómo habían de servir al Inga y morir por él cada vez que se les ofresciese; y la razón porque   —258→   hacían estas cirimonias, era porque estos orejones peleaban siempre en sierras y tierras ásperas, tomando los altos de presto a los enemigos y ganándoles las fortalezas; y para esto era menester que fuesen muy sueltos en las cuestas y reventones aquellos hijos de Señores que habían de ser caudillos de los demás, porque, no siendo sueltos para subir una sierra corriendo a más correr en tiempo de necesidad, se podrían perder ellos y los indios que llevasen encomendados; y así, cuando ordenaban la gente de guerra, de cinco en cinco se ponían en orden, y el uno de los cinco había de ser uno de aquellos orejones, para que animase a los otros; y de veinte y cinco en veinte y cinco, había un caudillo y capitán.

La manera que el Inga tuvo en conquistar tanta tierra, era, que, comenzando desde el Cuzco, poco a poco peleando con los comarcanos, los vencieron a todos, y pasando adelante, pág. 193 en ganando la provincia, les mandaban que se vistiesen todos a la manera de los Ingas ellos y sus mujeres, e hiciesen casas de piedra y pueblo en el camino real con su plaza y aposentos del Inga y sus casas de Mamaconas, que eran como beatas del servicio   —259→   del Sol, de que ya se ha hablado, y aposentos para la gente de guerra; y hecho esto, cada vez engruesaba el Inga su ejército para lo de adelante. Y tenían grandes depósitos en el Cuzco y en todas sus provincias de municiones de guerra, conviene a saber, de lanzas y rodelas, flechas y municiones; pág. 195 especialmente para ganar fortalezas y pasos dificultosos, tenían unas rodelas tejidas de palos y de algodón, que se cubría con cada una dellas poco más de veinte hombres. El tiempo questos Ingas se ocuparon en conquistar, como no está por escrito, no se puede saber, más de que paresció en los edificios y asiento de la tierra ser cosa muy antigua este Señorío.

Pág. 145 La manera del gobernar era, que el Inga, Señor principal, se intitulaba por este vocablo: Capa Inga, que quiere decir «solo Señor», y tenía otro nombre de que más aun se preciaba y se lo llamaban por gran excelencia y con grand acatamiento, que era Endichuri [Intipchuri], que quiere decir «hijo del Sol», porque el Inga daba a entender que era hijo del Sol, y que el Sol no tenía otro hijo ni él tenía otro padre, y con este título se hacía adorar y gobernaba principalmente en tanto grado, que nadie se le   —260→   atrevía, y su palabra era ley, y nadie osaba ir contra su palabra ni voluntad, que si fuese o pensase que a la hora había de ser confundido. Y las fiestas que él hacía al Sol, daba a entender que las hacía a su padre. Aunque hobiese de matar cien mill indios, no había ninguno en su reino que le osase decir que no lo hiciese. A todo lo quel Inga decía le respondían: ¡Ho Inga!, como si dijesen: «es muy bien, Inga» y nadie sabía ni osaba salir, aunque fuese la segunda persona, so pena que había de morir por ello.

Pág. 168120 Tenía postas en todo su imperio de media a media legua, que no esperaban otra cosa sino su mandado; el cual, en viniendo a más correr, llegaba a la otra posta, y en muy breve tiempo, aunque fuesen quinientas leguas, se sabía en las más distantes provincias lo que el Inga mandaba; y así, cuando él enviaba un mensajero con una porra darmas, en la cual iba colgada una seña suya, era obedescido y reverenciado como su propia persona; y lo mismo cualquier capitán que él enviaba a las provincias que se le rebelaban o no querían servir por la   —261→   orden y forma que les había puesto, sin destruir la provincia por do pasaban, como nosotros hacemos.

Pag. 183 Era tanta la orden que tenía todos sus reinos y provincias, que consentía haber ningún indio pobre ni menesteroso, porque había orden y formas para ello, sin que los pueblos recibiesen vejación ni molestia, porque el Inga lo suplía de sus tributos; página 134 ni se movían los naturales a andarse de unas partes a otras sin mandado de sus caciques y principales; y los que tomaban desmandados, castigábanlos con grand rigor y ejemplo.

Págs. 179 y 180 Era el Inga y todos súbditos enemicísimos en general de todos los que se le alzaban, y con los que más veces se le habían rebelado, estaba peor él y todas sus provincias, y eran tenidos en grand oprobio de todos; y no les permitía ningún género de armas, y. siempre los aviltaban de palabra y en sus refranes, como a los indios del Collao, que les llamaban aznacolla, como quien decía «el indio del Collao hiede»; y a los traidores entre ellos llamaban aucaes; y esta palabra es la más aviltada de todas cuantas pueden decir a un indio del Perú, que quiere decir «traidor a su Señor»; y así   —262→   ahora el Inga que anda alzado121, llama a los indios destos reinos porque no le quieren acudir, aucas, y ellos, por respecto de los cristianos, le llaman a él y a los que le siguen el mismo nombre de Inga auca.

La manera de las idolatrías

destos reinos.

Pág. 62 La manera de las idolatrías destos reinos todas procedían de las que había en la ciudad del Cuzco122, porque, como tengo dicho, cuando el Inga ganaba una provincia, les daba las maneras de lo que habían de guardar en su servicio y lo que habían de adorar, y los instruían en los sacrificios y les mandaban hacer sus adoratorios y doctarlos y ofrecerles muy largo con muy grand servicio de mujeres y hombres, y estos respectaban y eran súbditos todos a la casa del Sol del Cuzco y al como Papa que ellos allí tenían, y le daban cuenta de los ofrecimientos y riquezas que les daban. En el Cuzco había casas del Sol que eran muy bien obradas de cantería y cercadas junto a la   —263→   techumbre de una plancha de oro de palmo y medio de ancho, y lo mismo tenían por de dentro en cada bohio o casa y aposento. Pág. 90 Tenía el primer patio una grand pila de piedra, bien hecha, donde ofrecían chicha, ques un brevaje hecho de maíz, a manera de cerveza, diciendo quel Sol bajaba allí a beber. Pág. 97 Tenía un maizal de oro con sus cañas y mazorcas, antes que entrasen a donde estaba el bulto del Sol. El bulto del Sol tenían muy grande de oro, y todo el servicio desta casa era de plata y oro; y tenían doce horones de plata blanca que dos hombres no abrazarían cada uno, cuadrados, y eran más altos que una buena pica, donde echaban el maíz que habían de dar al Sol, según ellos decían, que comiese y bebiese. Pág. 97 Este Sol escondieron los indios de tal manera, que hasta hoy no ha podido haber sido descubierto: dicen quel Inga alzado lo tiene consigo. Ningund indio común osaba pasar por la calle del Sol, calzado, ni ninguno, aunque fuese Señor, entraba en las casas del Sol con zapatos. Tenía esta casa más de cuatro mill personas, hombres y mujeres, de servicio; era riquísima y abundosísima de ganados, depósitos de todas las cosas de la gran abundancia que de todas las   —264→   partes le ofrecían. En el tiempo que los cristianos entraron en el Cuzco, era como Papa o Grand Sacerdote desta casa y de todas las demás de todos estos reinos, un Inga, grand Señor, que se llamaba Vilaoma; éste solo se intitulaba en la lengua de los indios Indivianam [Intipyanan], que quiere decir «siervo o esclavo del Sol». Era éste la segunda persona del Inga, porque el Inga se llamaba Hijo del Sol, y éste, Esclavo del Sol; a los cuales todos estos obedecían, al Inga como a solo Señor e hijo del Sol, y a este Vilaoma como solo siervo o esclavo del Sol. Págs. 97, 98 y 99 La orden por donde fundaban sus huacas, que ellos llamaban a las idolatrías, era porque decían que todas criaba el Sol, y que les daba madre, por padre; que mochaban123 a la Tierra, porque decían que tenía madre, y teníanle hecho un bulto y sus adoratorios; y al fuego decían que también tenía madre; y al maíz y a las otras sementeras, y a las ovejas y ganados decían que tenían madre; y a la chicha, ques el brevaje que ellos usaban, decían quel vinagre della era la madre, y lo reverenciaban y llamaban mamaaqua124, madre del   —265→   vinagre; y cada cosa adoraban destas a su manera y le tenían hecho, como digo, sus casas, y puesto su servicio muy cumplido, y particularmente a la Mar decían que tenía madre y que se llamaba Masimacocha [Mamacocha]125, que es madre de la Mar, y le tenían grand respecto; y al oro asimismo decían que era lágrimas quel Sol lloraba; y así, cuando hallaban algund grano grande de oro en las minas, sacrificábanle y henchíanlo de sangre y poníanlo en su adoratorio, y decían questando allí aquella huaca126 o lágrima del Sol, todo el oro de la tierra se vernía a juntar con él, y que de aquella manera, los que lo buscaban lo hallarían más fácilmente.

Desta manera, procediendo por todas, lo enseñaban a todas las provincias que conquistaban, y les hacían servir a todas estas huacas. Págs. 54, 88 y 120? Y asimismo, todos los Señores de la tierra, do quiera que estuviesen, se hacían adorar   —266→   en vida y en muerte, y después de muertos cada uno de sus indios y parcialidades, como por padres de donde los otros habían procedido, y les hacían cada día casi ordinariamente sus ofrecimientos, y enterraban con ellos mujeres vivas, diciendo que las habían menester, para que allá en la otra vida les sirviesen, y que no era razón questuviesen ni durmiesen sin compañía y servicio; y cada año les remudaban de ropa y vestuarios, y enterrábanlos en bóvedas bien hechas, con todo el oro, plata y ropa que en su vida cada uno había poseído. Y esto basta cuanto a las idolatrías; y porque son tantas y de tantas maneras, que, para entender las demás, basta apuntar éstas y entender que en toda la tierra las hacían estos Ingas y Señores del Cuzco. Págs. 98 y 99 Y no dejaré de decir, que todas las veces que los indios comían alguna cosa, la ofrecen al Sol; y si se hallan junto al fuego, la echan en él por manera de adoración, con grand reverencia; y cada vez que pasan algún puerto de nieve o frío que encumbra, tienen allí por huaca y adoración y señal que la hay, un grand montón de piedras [apachetas], y en muchas partes puestas muchas saetas ensangrentadas, y ofrecen allí de lo que llevan; y algunos   —267→   dejan algunos pedazos de plata, y otros se tiran de las cejas y pestanas y algunos cabellos127 y los ofrecen con grand reverencia; y tienen por costumbre de caminar por allí muy calladamente, y no osan hablar, porque dicen, si hablar, porque dicen, si hablan, que se enojarán los vientos y echarán mucha nieve y los matarán.

Por la verdad de Nuestro Señor, aunque la doctrina sagrada de nuestro Dios no ha abundado hasta agora en estos reinos, muchas cosas destas se han quitado a estos naturales y no las osan hacer; y los más no la saben ya hacer, porque ya los viejos que las hacían y hechiceros son casi muertos; y es tanto el miedo que tienen a la religión, que no lo hacen ni se acuerdan dello, y si los reprenden los padres por ello, responden que muy antiguamente, antes quel Inga los ganase, ellos no tenían aquellos adoratorios ni sabían qué se era, y que los Ingas se los hacían tener; pero que ya que ven que aquello de los Ingas todo era mentira y   —268→   todo se deshizo, y que lo que les dicen los Padres es lo bueno, que no quieren sino ser hijos de Dios y ser cristianos, y en toda esta tierra no se ha entendido otra cosa en contra desto. La falta está en los pocos religiosos que hay para la doctrina y en el poco hervor que los que gobiernan y los encomenderos y los españoles que por acá hay ponen en questos pobres se conviertan; porque como su codicia es tan insaciable, que nunca entienden sino en cómo se harán riquísimos con los trabajos excesivos de los indios, así por la tasa que tienen, como sin ella, ocupándolos siempre en sus chácaras, minas y granjerías, y en cargas y caminos y guardas de ganados y servicio impersonal (sic), en tanto grado, ques verdad que no se acuerdan de sí mismos, con el cuidado y vejaciones que les ponen estas cosas; y plugiese (sic) a Nuestro Señor que se ensolviese (sic) en esto, con que no se muriesen y disminuyesen de cada día. Y no quiero guardar esto para otro lugar, pues se me ofrece decirlo aquí, ques tanta la disminución de los naturales desde que los españoles entraron en la tierra hasta hoy, sin haber en ella mortandad notable, sino es por causa de guerras y notables trabajos que hay muchos repartimientos que   —269→   tenían a cinco o seis mill indios cuando en los principios se repartió la tierra, y agora no tienen a doscientos, y los valles y las tierras donde moraban están vacíos de hombres y muy llenos de ganados y estancias de los españoles, ques argumento que los españoles desta tierra, por la mayor parte, son más amigos de criar ganados que hombres. Yo he visto muchos valles en esta tierra, que por causa de los ganados ser tantos y tan importunos, retraerse los indios a sembrar en los pedregales y arenales inútiles, y poseer los ganados sus mejores aposentos y tierras de pan cojer. Una de las cosas quel Visorrey don Antonio de Mendoza apuntó en estos reinos cuando los vido y entendió que estaban llenos de ganados y vacíos de hombres, dijo que se apercibiesen todos de echar los ganados de los valles y los subiesen a las sierras, porque él quería que en los bajos se criasen antes hombres que ganados; y como le llevó Nuestro Señor, esto cesó y se está la cosa como antes, y aún plega a Nuestro Señor no esté peor, lo cual yo temo harto128.

  —270→  

Por ser tan confusa la historia destos naturales destos reinos, no quiero traer más origen de los Señores dellos de lo que los antiguos que al tiempo que los españoles entraron en la tierra se acordaban por vista de ojos, porquesto es lo verdadero, pues no alcanzaron letras para más de lo que la vista les diese a entender. Y es de saber, que cuando los españoles entraron en el Cuzco, había indios que se acordaban de un Señor Inga que se llamaba Tupa Inga Yupangue, el cual fue padre de Guainacaba, padre de Tabalipa y de Guascar y de Mango Inga, y dejó otros muchos pero questos tres fueron los más principales y los que los españoles alcanzaron129 a los principios de la tierra a ver. Este Tupa Inga Yupangue conquistó por su persona, según dicen los indios, la mayor parte destos reinos y fue muy valeroso, y hizo y acrecentó los caminos reales de la Sierra y Llanos, quinientas leguas de aquella parte del Cuzco. Este conquistó el Collao, que se le rebeló muchas veces, y desdel Cuzco hasta las provincias de Chile, que son quinientas leguas, y toda su avitación (sic) fue desdel Cuzco hacia el   —271→   Estrecho de Magallanes; y trabajó mucho y al cabo vino a morir en el Cuzco. Y sucediole su hijo Guainacaba, que en lengua del Cuzco quiere decir «mancebo rico». Este Guainacaba fue tan valeroso y tan amigable de los suyos, que no solamente sustentó lo que su padre había ganado, pero vino ganando desdel Cuzco hasta las provincias de Quito y los Pastos. Tuvo grandes guerras en Quito y al cabo los sojusgó y dio policía por la orden dicha, y hizo gran estrago en los guamaracenas130, que es en las provincias de Ottavalo y Cayambe; y andando ocupado en esto, dicen los indios de Quito que quería pasar a descubrir las provincias de Popayán, y tuvo noticia que no era parte para ello; y como era tan grand Señor, que tenía más de mill leguas de Señorío y le hicieron aquella gente inespunable, y los suyos acobardaban y no querían, ir en aquella conquista, murió de pesar e imaginación, diciendo que ¿cómo era posible que siendo el solo hijo del Sol y solo Inga, pudiese haber otro mayor Señor y otras gentes más fuertes que las suyas y de tal manera que los suyos no los osasen acometer? Dicen que alcanzó a tener noticia   —272→   de cómo los españoles llegaron la primera vez a Túmbez; y dicen que dejó mandado a sus hijos que no peleasen con los cristianos, y otras cosas que, por no ser de importancia, no las pongo aquí. Al tiempo que Guainacaba murió en las provincias de Quito, tenía dos hijos en quien tenía puesta toda su esperanza, quel uno era Guascar, hijo de su mujer y heredero legítimo, a quien venían de derecho todos los reinos y señoríos del padre, por ser hijo de hermana suya, según la costumbre destos Señores del Cuzco, quellos solos se podían casar con sus hermanas, para la procreación de los hijos; y los que eran hijos del Inga y de hermana del Inga, aquellos heredaban como más propincos y de más esclarecido linaje; y si otros indios algunos, aunque fuesen Señores, tenían a sus hermanas por mujeres o llegaban a ellas, teníanlos por malos. El otro hijo de Guainacaba era Atavalipa, que era su hijo y de una india natural de las provincias de Quito, y para con los Ingas no era tenido en tanto como el que era hijo de Señora del Cuzco, a quien ellos llaman palla, y los más preminentes y honrados son los que son hijos de coya, que este solo nombre tienen las hijas del Inga, y las más principales dellas eran las hijas de hermana   —273→   y mujeres del Inga. Así que, Guainacaba, no embargante que su hijo Guascar era Señor universal, después de sus días, destos reinos, quería y deseaba partirlos y dar la mitad dellos al Atavalipa, la cual cosa era aborrecible a todos los Incas y Señores del Cuzco; y tiénese por cierto, que antes que muriese Guainacaba, trató esto con su hijo Guascar y se lo invió a rogar al Cuzco, y él no hacía buen rostro a lo que su padre le rogaba. En conclusión, Guainacaba dejó a su hijo Atavalipa lo de Quito y lo demás quedó a Guascar, que era Señor del Cuzco. Y aun bien no le constaba a Guascar de la muerte de su padre, cuando envía ejército, sobre Tavalipa, para que le desposeyesen de lo quel padre le había dejado, y mandaba que se lo llevasen preso al Cuzco, para hacer justicia dél. Y así fue hecho, que favorecieron para esta guerra tanto e instaron las provincias de los Cañares, que eran comarcanas a las de Quito, que después de haber peleado los unos con los otros, pág. 238 fue preso Atavalipa por la gente de su hermano Guascar y puesto en prisión; de la cual, metiéndole un principal, amigo suyo, una barreta de cobre de noche, cavó la casa y prisión donde estaba y se salió y salvó, y dende a poco tiempo   —274→   tornó a acaudillar gentes de aquellas de Quito, que le amaban mucho, por ser su natural, y con ejército revolvió sobre las provincias de las Cañares, que le habían sido contrarias, y destruyolas y mató la más de la gente dellas y pasó adelante y fue juntando gente y ejército; y como las gentes y provincias por donde pasaba le conoscían por tan valeroso, acudíanle y holgaban de le servir contra su hermano Guascar. Y envió delante de sí dos capitanes con grand cantidad de gente al Cuzco a pelear contra su hermano Guascar, y él iba poco a poco con la demás gente con un grueso campo, en tiempo que los españoles caminaban por la costa y venían hacia donde él estaba; el cual, como estaba avisado de su venida, aunque había ya pasado más de veinte o treinta leguas de Cajamalca, volvió a verse con los españoles a Cajamalca, y en el camino, en la provincia de Guamachuco, mandó quemar una huaca y idolatría muy principal y donde el Demonio daba respuestas, porque dijo allí a los hechiceros que le servían, que Atavalipa había de ser vencido de los cristianos, y de esta mohina no dejó hechicero de todos los de aquella provincia vivo que no mandase matar; y así fue a Cajamalca, donde le prendieron los españoles y le pidieron   —275→   por su persona una casa de oro y plata, el cual se la inchió; y cumplido él esto, le mataron, como ya hemos dicho. Dícese que estando preso, le vino nueva cómo sus capitanes Quisquis y Chiricuchima, a quien él había enviado al Cuzco, después de haber habido grandes batallas con Guascar, en las cuales a los principios él fue vencedor y después con una cautela que uso con él el capitán general de Atavalipa Chiricuchima, fue preso y muerta mucha parte de su gente; y teniéndole preso el Chiricuchima, con engaño le dijo un día, que él entendía que Atavalipa no era Señor natural sino él, que él le quería entregar toda la gente que traía de guerra y le quería servir contra su hermano Tavalipa, y que para ello mandase juntar todos los Señores y principales del Cuzco, porque en presencia dellos se hiciese aquel auto; lo cual el Inga Guascar mandó poner luego por obra, y juntados más de dos mill Señores en la plaza del Cuzco, mandó el Chiricuchima que diesen en ellos, y allí los hicieron a todos pedazos, y a las señoras del Cuzco que pudieron haber, mataban, y a las que estaban preñadas sacaban los hijos por los ijares, porque este capitán pretendía acabar toda la generación de los Ingas, porque él y su Señor señoreasen   —276→   más libremente. Y después que hobo hecho esto, envió mensajeros a su Señor Atavalipa, el cual estaba a la sazón131, y dicen que envió a mandar que matasen luego a su hermano Guascar, porque, si le viesen los cristianos, no le diesen la vida y le tornasen a restituir en el señorío del Cuzco; lo cual como fue hecho, sabida la certinidad de ello por el Tavalipa, dicen que se estaban un día riyendo y que le preguntó, mirando en ello, el gobernador Pizarro, de qué se reía; el cual le dijo: «yo te lo diré, Señor: has de saber que mi hermano Guascar decía que había de beber con mi cabeza: e yo he bebido con la suya e ya me han traído su cabeza para ese efecto; y tú beberás con la suya y con la mía; yo pensaba que no bastaba todo el mundo para comigo (sic), y tú con cien españoles me has prendido y muerto mucha parte de mi gente».

«Aquel Paulo Tupa [Paullu Túpac] hermano del Inga, era un indio muy discreto y sabio y de mucho tomo. Fue con Almagro a las provincias y descubrimiento de Chile y pasó muchos trabajos en el viaje y sufriolos con buen ánimo; y vuelto al   —277→   Cuzco, le dieron las casas de Guascar en que viviese y que eran las más principales casas del Cuzco, y le dieron un repartimiento de dos mill indios en la provincia de los Cañares, y mandaba el Cuzco y todos los naturales dél; y murió cristiano y mandó hacer una capilla, donde se enterró, sumptuosa, y servíase de españoles, y tenía su misa; y por la misma orden ha quedado su casa y memoria en el Cuzco, porque sus hijos se tratan como cristianos y tienen su doctrina evangélica. Por la verdad de Nuestro Señor quiero poner aquí una cosa que hicieron todos los naturales del Cuzco el día de su muerte132, por ser cosa notable y de buena disciplina y ejemplo. Como supieron que había espirado, todos los indios de guerra vecinos del Cuzco, con todas sus armas de flechas y lanzas y porras, cada uno con lo que servía en la guerra, se subieron a la casa del dicho Inga Paulo y la cercaron toda y se ponían encima de todos los altos y paredes, apoderándose della, dando grandes voces y grita. Allende que todos los moradores del Cuzco lloraban a voz en grito,   —278→   estos se señalaron más, y allí se estuvieron guardando la casa del dicho Paulo Tupa hasta que lo enterraron. Y preguntando que por qué habían ocurrido allí aquellos indios de guerra en aquel tiempo, que serían hasta cuatrocientos o quinientos, dijeron que era costumbre del Cuzco, que cuando moría el Señor natural, porque con la alteración de la novedad no se metiese algund tirano en las casas del Señor y se enseñorease de la mujer e hijos del Señor y los matase y tomase y tiranizase la ciudad y el reino, venían allí a estorbarlo y no se volvían a sus casas hasta quel hijo del Señor muerto quedase señalado por Señor universal del imperio. En el entierro deste Señor lloraba toda la cibdad cristiana e indios».

Pág. 93 Acaescieron estas cosas [insultos y vejaciones a Mango Inga, saqueo de su casa y su refugio en la cámara de Almagro] en el mes de abril de 1535, cuando en el valle del Cuzco tenían costumbre hacer cada año un grand sacrificio al Sol y a todas las huacas y adoratorios del Cuzco por ellos y por todas sus provincias y reinos, las cuales comenzó el Inga de hacer y duraron ocho días   —279→   arreo, dando las gracias al Sol por la cosecha pasada y suplicándole que en las sementeras por venir les diese buenos frutos. Y aunque esto abominable y detestable era, por hacerse estas fiestas y adoraciones a la criatura, dejado el criador, a quien se habían de hacer gracias debidas, es cosa de grand ejemplo para entender las gracias que somos obligados a dar a Dios verdadero, Señor Nuestro, por los bienes recibidos, de lo cual nos descuidamos tanto cuanto más le debemos.

Sacaban en un llano ques a la salida del Cuzco hacia do sale el Sol, en amaneciendo, todos los bultos de los adoratorios del Cuzco, y los de más autoridad ponían debajo de toldos de plumas muy ricos y bien obrados, que parecían muy bien; y hacían desta toldería una calle, que distaban la una toldería de la otra un grand tiro de herrón, en la cual distancia, se hacía una calle muy ancha de más de treinta pasos, y en esta calle se ponían todos los Señores y principales del Cuzco sin entrevenir Señor alguno de otra generación, y éstos todos eran orejones muy ricamente vestidos con mantas y camisetas ricas de argentería, y brazaletes y patenas en las cabezas, de oro fino y muy relumbrante, los cuales hacían dos hilas, que cada una   —280→   tenía más de treinta Señores, y en manera de procesión, los unos del un coro y los otros del otro, estaban muy callando y esperando a que saliese el Sol; y aún no había bien salido, cuando así como (sic) comenzaban ellos a entonar con gran orden y concierto su canto, entonándole con menear cada uno dellos un pie, como cantores del canto de órgano; y como el Sol iba saliendo, más alto entonaban su canto. El Inga tenía su tienda en un cercado con una silla y escaño muy rico apartado un poco de la hila destos, y al entonar, llevantábase con gran autoridad y poníase en el principio de todos y era el primero que comenzaba el canto, y como él hacía, hacían todos; y ya que había estado un poco, volvíase a su silla y allí se estaba negociando con los que venían a él, y algunas veces de en rato en rato iba a su coro y estaba un poco y luego se tornaba; y así estaban éstos cantando desde que salía el Sol hasta que se encubría del todo; y como hasta medio día el Sol iba subiendo, ellos iban acrecentando las voces, y de medio día abajo las iban menguando, tiniendo gran cuenta con lo quel Sol caminaba; y en todo este tiempo le hacían grandes ofrecimientos. En una parte, en un terrapleno en donde estaba un   —281→   árbol, estaban indios que en un gran fuego no hacían sino echar carnes y quemarlas y consumirlas con el fuego, y en una (sic) mandaba el Inga echar cantidad de ovejas a los indios comunes y pobres la rebatiña, lo cual era cosa de grande pasatiempo. A las ocho del día salían del Cuzco más de doscientas mujeres mozas, cada una con su cántaro nuevo, grande de más de arroba y media, daca [de akca] embarrado, con su tapadera, los cuales todos eran nuevos y con unas mismas tapaderas nuevas y un mismo embarramiento, y venían de cinco en cinco y con mucha orden y concierto, esperando de trecho en trecho. Ofrecían aquéllas al Sol y muchos cestos de una yerba que ellos comen, que se llama coca en su lengua, ques la hoja a manera de arrayán; y tenían otras muchas cerimonias y ofrecimientos que sería largo de contar; baste que ya cuando a la tarde el Sol se quería entrar, ellos en el canto y en las personas mostraban muy grand tristeza por su absencia, y enflaquecían de industria mucho las voces; y ya cuando del todo se entraba el Sol, que se desaparecía a la vista dellos, hacían una grand admiración, y puestas las manos, le adoraban con profundísima humildad, y alzaban luego todo el aparato de la fiesta   —282→   y se quitaba la toldería, y cada uno se iba a su casa y tornaban aquellos bultos y reliquias pésimas a sus casas y adoratorios; y así por la misma orden vinieron ocho o nueve días arreo. Y es de saber, que aquellos bultos de ídolos que tenían en aquellos toldos, eran de los Ingas pasados que habían señoreado el Cuzco. Cada uno tenía allí grand servicio de hombres que todo el día los estaban mosqueando con unos aventadores de pluma de cisnes despejuelos, y sus mamaconas, que son como beatas, en cada toldo habría doce o quince.

Pasadas todas las fiestas, en la última, llevaban muchos arados de mano, los cuales antiguamente eran de oro, y hechos los oficios, tomaba el Inga un arado y comenzaba con él a romper la tierra, y lo mismo los demás Señores, para que de allí adelante en todo su señorío hiciesen lo mismo; y sin que el Inga hiciese esto, no había indio que osase romper la tierra, ni pensaban que produjese si el Inga no la rompía primero. Y esto baste cuanto a las fiestas.

Págs. 209 y 210 Pasadas estas fiestas y otras muchas cosas que sería largo proceso decirlas, porquel Inga en este tiempo dio al Adelantado [Almagro] en ese tiempo (sic) mucha suma de oro y una hermana del   —283→   Inga, que era la más principal señora que en los reinos había, la cual se llamaba Marcachimbo133, hija de Guainacaba y de una hermana suya, a quien, si fuera varón, venía el señorío del Inga; dio al dicho Almagro un hoyo donde tenía cierta argentería de plata y oro, que en la fundición metido y fundido, hecho barras, pesó veinte y siete mil marcos de plata; y sin esto dio a otro capitán de las sobras de   —284→   aquel hoyo doce mil castellanos; y ni por eso esta pobre fue más honrada ni favorecida de los españoles, antes fue deshonrada muchas veces, porque era muy moza y de gentil apostura, y se hinchió de bubas hasta al cabo. Después, en tiempo del licenciado Baca de Castro, un español, vecino del Cuzco, se casó con ella; y en fin, fue Nuestro Señor servido que murió cristiana y fue muy buena mujer. Y destas señoras del Cuzco es, cierto, de tener   —285→   grand sentimiento el que tuviese alguna humanidad en el pecho, que en tiempo de la prosperidad del Cuzco, cuando los españoles entraron en él, había grand cantidad de señoras que tenían sus casas y sus asientos muy quietas y sosegadas, y vivían muy políticamente y como muy buenas mujeres, cada señora acompañada con quince o veinte que tenía de servicio en su casa, bien traídas y aderezadas, y no salían menos desto y con grand honestidad y gravedad y atavío a su usanza; y la cantidad destas señoras principales creo yo que en el...134 había más de seis mill, sin las de servicio, que creo yo que eran más de veinte mill mujeres, sin las de servicio y mamaconas, que eran las que andaban como beatas. Y dende a dos años casi, no se hallaba en el Cuzco y su tierra sino cada cual y cual, porque muchas murieron en la guerra que hubo y las otras vinieron las más a ser malas mujeres. Nuestro Señor perdone a quien fue la causa desto, y a quien no lo remedia pudiendo».