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De las antiguas gentes del Perú

Bartolomé de las Casas



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Advertencia

Con éste son tres los libros publicados en esta COLECCIÓN por nuestro querido amigo D. Marcos Jiménez de la Espada; agotados los dos anteriores, no dudamos que a éste le quepa la misma suerte dentro de poco tiempo, pues es, si cabe, más curioso que sus antecesores. De todas maneras damos las gracias al ilustre americanista por el trabajo ímprobo que se ha tomado, desentrañando la historia apologética del P. Las Casas, para formar el presente tratado DE LAS ANTIGUAS GENTES DEL PERÚ.

Madrid 20 Abril 1892.

A

MR. BENDIX KOPPEL

EN TESTIMONIO

DE

AMISTAD Y DE AGRADECIMIENTO

M. J. de la Espada.



  —IX→  

ArribaAbajoPrólogo

Aunque no lo dijera (que voy a decirlo ahora mismo), pronto sabría el lector a que atenerse respecto al título y condiciones del libro publicado en este tomo con el nombre del P. Fr. Bartolomé de las Casas; bastaríale llegar al comienzo de la Declaración que precede al primer capítulo. Pero me creo obligado a declararlo yo antes que lo averigüe, advirtiéndole desde que las primeras líneas del Prólogo, de que, si bien es verdad que sólo unos pocos de sus párrafos son conocidos y han visto la luz en obra de difícil consulta para muchos, el texto De las antiguas   —X→   gentes del Perú no constituye por sí tratado aparte ni tal fue la mente de su verdadero autor, ni tampoco es cosa nueva o ignorada de eruditos y bibliófilos, sino sencillamente una ordenada agrupación de los capítulos íntegros o en extracto que atañen al Perú en la Apologética historia sumaria cuanto a las cualidades, disposición, descripción, cielo y suelo de las tierras, y condiciones naturales, policías, repúblicas, maneras de vivir y costumbres de las gentes destas indias occidentales y meridionales, cuyo imperio soberano pertenece a los Reyes Castilla.

Por lo cual, en realidad y esencia, mi trabajo es mera continuación del comenzado por los Señores Marques de la Fuensanta del Valle y D. José Sancho Rayón en el Apéndice a la Historia de las Indias del mismo P. Las Casas1, sustituyéndolos, previo el consentimiento   —XI→   indispensable, en la pacientísima tarea de proseguir su primer propósito, ya anunciado en la Advertencia preliminar del tomo con que finaliza la parte conocida de la expresada Historia, de publicar, «sino todo lo que quedaba inédito de la Apologética, al menos lo que se refiere a México y al Perú, que es la mayor parte».

Como del imperio de Moctezuma se me alcanza muy poco, y por otra parte, mis preferentes aficiones han sido y continúan siendo por el de los Incas, he optado por éste dejando el primero para otros de más competencia en el asunto.

Los ilustrados y diligentes editores de la Col. de docum. inéd. para la Historia de España, en la parte publicada de la Apologética, adoptaron un plan que me parece excelente y sobre todo muy práctico, dadas las condiciones de esta obra: ceñirse a lo pertinente a su principal objeto y descargarla del refuerzo y máquina de alegaciones y citas que   —XII→   el Apóstol de los indios llama en auxilio y defensa de su tema. Porque, no obstante el calificativo de sumaria que le impuso y de llamarla obrecilla alguna que otra vez, compone un volumen en folio de 830 fol. con multitud de intercalación es y adiciones marginales, y calculando por lo corto, de esos 830 fol. una tercera parte corresponde a los textos auxiliares, aducidos con frecuencia in extenso y sacados de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de los filósofos, historiadores y poetas clásicos; estupendo y magnífico alarde de erudición para aquel tiempo, ilustración necesaria a la generalidad de los que entonces habían de persuadirse a favor de los indios y de la excelencia de todas sus cosas, pero hoy casi del todo inútil, porque el convencimiento de los modernos americanistas no suele venir por el camino de aquellas autoridades, y las que algún prestigio pudieran conservar, han descendido ya a simples rudimentos de erudición histórica y científica.   —XIII→   Perdóneme, pues, el insigne prelado chiapense si imito el ejemplo de los Señores Fuensanta y Sancho Rayón, si bien más en pequeño, y agradézcame en cambio la vista que he perdido y la paciencia de indio que he gastado en desenmarañar los capítulos de mi texto, adivinando a veces la escritura, toda de su mano, llena de tachones, enmiendas y arrepentimientos no siempre corregidos, reflejo fiel de su estilo, como su carácter, vehemente, apresurado, febril, a pesar de las trabas de un hipérbaton tan complicado y de remate tan tardío, que no parece sino que sentía en el alma arrancar del regazo materno nuestro gallardo y ya en aquella sazón vigoroso romance.

Descartada de sus accesorios y anejos la materia esencial de los capítulos que agrupamos con el epígrafe De las antiguas gentes del Perú, basta un ligero examen, acaso una sola lectura, para convencerse de que no es homogénea ni todos sus elementos componentes   —XIV→   el mismo valor. Desde luego da motivos a la distinción, el lugar donde Las Casas compuso algunos de los antedichos capítulos comparado con la fecha de varios de los documentos que en ellos utiliza. El lugar es la Isla Española, que vio por última vez el año de 1544, y los documentos a que aludo son de 1547, 1552 y 1553; incompatibilidad que por ventura depende de no haber tenido tiempo de dar las últimas manos a su obra y corregir estos descuidos y otros, como las llamadas y citas de capítulos que aún no debía haber escrito2. Pero, apurado un poco más el análisis y lectura de ellos, afírmase enteramente aquella convicción con la coincidencia, en muchos casos literal, de varios pajes de la Apologética con lugares de escritores conocidos o que pueden fácilmente conocerse.

  —XV→  

Uno de ellos es Miguel Estete, cuya relación de viaje, impresa con la de Francisco de Xerez, menciona por la edición de Salamanca de 1547. Otro, el mismo Xerez, sin nombrarlo; otro, Pedro de Cieza de León, omitiendo asimismo su nombre, y el cuarto, un seglar, como Las Casas le llama, y que según todas las señas es el P. Cristóbal de Molina, autor de la Relación de muchas cosas acaecidas en el Perú, en suma, para entender a la letra la manera que se tuvo en la conquista y poblazon destos reinos, etc., escrita uno o dos años después del fallecimiento del virey D. Antonio de Mendoza, acaecido en la noche del 21 de julio de 1552. De todos cuatro toma lo que le conviene, y a veces, no diré falseándolo, porque se trata de un respetable prelado, pero si aderezándolo de manera que resulte lo más apologético posible. En la cosecha, sin embargo, merece sus preferencias el seglar, como puede verse, por los trozos de su relación, que, acotados con llamadas   —XVI→   a las páginas del texto principal, damos por Apéndice.

Lo demás que no encuentro en estos escritores, ignoro quién pudo prestárselo a Las Casas. Sus repetidas y terminantes afirmaciones3 de que lo sabia por relaciones de religiosos de su Orden y de otras y aun de seglares, no bastan para dar con el autor, aunque garanticen la legitimidad de su procedencia. Pero lo que a mi juicio es indudable, es que ni por tales relaciones ni con motivo de ellas ni de las citas de los de autores conocidos, resulta que el de la Apologética recogiera personalmente el más mínimo dato en el Perú. Hasta de las cosas más triviales y sabidas de aquel país habla por referencia. Un ejemplo: ¿quién de los que estuvieron un día siquiera entre aimaraes y quíchuas por los años de   —XVII→   Las Casas, hubiera escrito como él acerca del hayo de Tierra Firme: «Y esta yerba es la misma coca que en las provincias del Perú es tan preciada, como parece por testimonios de religiosos y de indios que han venido del Perú que la vieron y conocieron en la dicha isla de Cuba y con mucha abundancia?»4.

Deslindados, aunque someramente, los orígenes de las noticias del antiguo Perú recopiladas por Las Casas en la más genial y apasionada de sus obras, no huelga que expongamos nuestro parecer acerca de su valor documental y del provecho que pueden reportar a la historia y protohistoria de aquel famoso imperio en la forma a y manera que el recopilador nos las ofrece.

Respecto a las procedentes de las relaciones de Estete, Xerez y de la crónica de Cieza de León, ya sabemos a   —XVIII→   qué atenernos, pues conocemos los originales y estamos acostumbrados a la autoridad de que gozan hace siglos; y en cuanto al P. Molina, aunque apasionado, es testigo presencial de lo que narra.

Las restantes, que son las más y mejores, hay que recibirlas con su cuenta y razón; porque es casi indudable, que antes de pasar a las páginas de la Apologética, tuvieron que sufrir modificaciones más o menos esenciales a fin de acomodarse, a la intención y deliberado propósito de demostrar con ellas la suprema excelencia de las razas americanas y ponerlas, no al nivel, pero encima de las más famosas del antiguo mundo. El traslado de los textos de Cieza y Molina confirma nuestra suposición y nos ofrece a mayor abundamiento una prueba de las demasías del fanatismo apologético del Apóstol indiano, en las descripciones de los monumentos arquitectónicos y otras obras de arte de los primitivos peruanos.   —XIX→   Para él representaban lo más ostentoso, estupendo y sublime de esa manifestación del espíritu humano; la serenidad y gracia divinas de los templos griegos, la abrumadora magnificencia de las fábricas romanas, el místico idealismo de nuestras góticas catedrales y el encanto y primor exquisitos de los alcázares sevillanos y granadinos, ni un recuerdo le merecen al entusiasmarse con los bárbaros muros ciclópeos de la Casa del Sol, aforrada de toscos y pesados tablones de oro y techada de paja.

Conviene también que reparemos en el método expositivo de la sucesión y relaciones cronológicas y otras, más intimas de los fenómenos y manifestaciones de la antigua sociedad peruana, máximamente en la era de los Incas, apogeo de su cultura, en concepto de casi todos los que recogieron a raíz de la conquista y en tiempos inmediatos y elevaron a historia, las tradiciones y leyendas tomadas a boca de los hijos,   —XX→   deudos, cortesanos y servidores de aquellos monarcas. Yo no dudo en que estos celosos investigadores las trasladaron concienzudamente al papel o las fiaron sin segunda intención a su honrada memoria; pero lo cierto es que en los escritos suyos llegados hasta nosotros se notan dos maneras diferentes, y por lo regular bien definidas, de exponer los hechos más culminantes y trascendentales de la vida y cultura de la raza inqueña. Unos los acumulan en un solo reinado, el de Huiracocha, el de Pachacútec o el de Túpac-Inca-Yupanqui, dejando a sus ascendientes (salvo el gran Manco-Cápac, a quien rodean casi siempre las prestigiosas nieblas de la fábula) en la semioscuridad de la insignificancia, y para sus descendientes el oficio de meros continuadores del estado de cosas que encontraron al ceñir a sus sienes la mascapaicha o borla imperial, y sin otra obligación, demás de ésta, que la de extender a los cuatro suyus o rumbos   —XXI→   cardinales, por medio de amigables anexiones o por la fuerza de las armas, el territorio del imperio, la religión solar y la sagrada y servil obediencia, con los cuantiosos provechos que le correspondían como hijo del astro más luminoso del cielo. Otros reparten los hechos y adelantos realizados por la dinastía de Manco entre los diferentes soberanos, siguiendo una ley ascendente o progresiva, con la cual se acomoda mejor (o se contenta) nuestro moderno criterio y se libra de meterse en más honduras y tiene lo suficiente para asentar un fundamento razonable de la paleohistoria peruana.

Por desgracia, nuestro obispo, o los autores de los documentos que aprovechó, siguen el primer camino; pero en compensación, Las Casas es de los pocos que conceden importancia, si bien no toda la debida, a los pueblos y sociedades gobernadas por curacas, sinchis y otros reyezuelos con mucha anterioridad a la época de los Incas, sin   —XXII→   caer en las ridículas exageraciones y devaneos pseudo-bíblicos del Licenciado Don Fernando de Montesinos.

Estas generalidades con más apariencia que realidad de crítica, son, en mi concepto, las únicas observaciones que acerca de los capítulos de la Apologética relativos al Perú, caben en tan estrecho lugar como un prólogo que tiene que acomodarse a las imprescindibles condiciones de nuestra edición. Por otra parte, descender al examen, cotejo y apreciación de todos los materiales nuevos o viejos para la historia que puedan contener, sería dar principio, sin poder darle fin, a un estudio, largo, minucioso, dificilísimo. El contingente tributado por Las Casas con su Apologética a la antigua historia del Perú, constituye una pequeña, aunque valiosa, porción del tesoro que poseemos, fruto de pacientes e ignoradas investigaciones. Cuando se logre agrupar estos materiales en un solo y ordenado conjunto cuya forma nos   —XXIII→   ahorre tiempo, paciencia y, además, hipótesis, probabilidades, suposiciones y otras aventuras del ingenio, será ocasión de avalorar equitativamente y sin cargos de conciencia la certidumbre, duda o falsedad, importancia y utilidad histórica de los hechos y la fe y autoridad que merecen el documento o la persona por donde los conocemos. Otra cosa es gastar el tiempo en ejercicios de habilidad y de fantasía, que, si para algo sirven, es para fingir reputaciones y hacer alardes, interesados o inocentes, de saber lo que se ignora.

Al señalar hace poco algunas deduciones de la lectura de la Apologética como fuertes indicios, casi pruebas, de que su autor no estuvo en el Perú, no se me ocultaba que iba a encontrarme frente a frente con tres textos muy graves y celebrados: la Historia de la provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala, etc., por el Presentado Fr. Antonio   —XXIV→   de Remesal, y dos biografías de Las Casas, una por el Sr. Carlos Gutiérrez, guatemalteco expatriado y muerto hará dos o tres años en Donostiarra, otra por el Excmo. Sr. D. Antonio María Fabié, exministro reciente de Ultramar.

En realidad de verdad, insistir, después de leídos los capítulos titulados De las antiguas gentes del Perú, en la demostración de que Las Casas no puso jamás los pies en esta tierra, tiene algo, y aun algos de lo que llaman nuestros vecinos enfoncer une porte ouverte. Más, por deferencia, por consideración a la insigne trinidad biográfica (tres biógrafos distintos y uno solo verdadero), he de hacerme cargo de sus5 razones, siquiera sea para rectificarlas o combatirlas, pues que pasarlas en silencio fuera afectado e irrespetuoso desdén que nunca6 merecerían, por malas que pareciesen, viniendo de tan alto. Y como para mí el solo verdadero es el P. Remesal (dicho sea sin menoscabo de la reputación literaria de los otros   —XXV→   dos), con él voy a tratar directamente de la jornada de Fr. Bartolomé, sin perjuicio de acudir, cuando el caso lo exija, a los Sres, Gutiérrez y Fabié. Para lo cual, ya que dichos señores, aunque devotos obsecuentes del cronista dominico, trasladaron a sus biografías con cierta negligencia y no con toda religiosidad el texto que los guiaba, es preciso poner anticipadamente ante los ojos los dos párrafos que aquel consagra al apostólico viaje de su hermano, en, el cap. IV del lib. III, págs. 104 y 105 de la citada Historia; no sin advertir, empero, para más clara inteligencia de su contenido y bajo la fe del mismo cronista, que el objeto del viaje de Las Casas era notificar con toda urgencia a los capitanes D. Diego de Almagro y D. Francisco Pizarro, ocupados a la sazón en la conquista del Perú7, una cédula que había obtenido   —XXVI→   para ellos sobre la libertad de los indios a fuerza de sermones, alegatos y luchas diplomáticas en Corte, durante seis meses del año de 15308; cédula «que está (habla Remesal) en el primer tomo de los cuatro que por orden del rey Prudente se imprimieron del gobierno de las Indias».

Dicen los párrafos anunciados:

«I. -Todos los religiosos [Fr. Bartolomé de las Casas, Fr. Bernardino de Minaya y Fr. Pedro de Angulo] salieron de México a principios del año de 1534 y habiéndose de embarcar en el puerto de Realejo, que es en la provincia de Nicaragua, les fue forzoso pasar por la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Aposentáronse en el convento de Santo Domingo, que había un año que estaba sin morador, causándoles mucha lástima aquellas paredes desiertas en tierra tan   —XXVII→   necesitada de predicación y dotrina. A la voz de que había frailes en el convento de Santo Domingo, acudió toda la ciudad a verlos y a saber la causa de su venida. Pero cuando se encontraron con el Padre Fr. Bartolomé de las Casas, continuo fiscal de conquistadores, se les aguó el contento que llevaban, porque entendieron que traía algunas cédulas y provisiones reales contra ellos, que el servicio de los esclavos no les tenía muy seguras las conciencias, y de cualquier aire se temían. Con todo eso, como discretos, disimularon y mostraron gusto con tan honrados huéspedes, y mucho mayor y con más exceso sin disimulación ni fingimiento alguno el Licenciado Francisco Marroquín, cura de la parroquial de aquella ciudad, que como tan letrado y buen cristiano, deseoso del bien de los naturales, se holgara harto que salieran ciertos los miedos de los feligreses. En el discurso de la conversación se supo el viaje de los   —XXVIII→   Padres, que era al Perú, a fundar conventos y predicar en la tierra, y como no dijeron más, todos se convertían en ruegos y plegarias que se quedasen allí en donde ya tenían convento fundado y la tierra sosegada y pacífica (cosa que aun no se había alcanzado en el Pirú) y con mucha necesidad de dotrina. Instaba más en esto el Padre Cura, no entendiendo cuan imposibilitados iban los Padres de darle gusto. Súpose esto en la ciudad y contentáronse con detenerlos quince días, en que el Padre Fr. Bernardino de Minaya les predicó tres sermones de grande espíritu y edificación; y de cuanto fruto hayan sido, lo vi escrito en un memorial del Obispo Marroquín9. Apresuraba   —XXIX→   10 el P. Fr. Bartolomé de las Casas su jornada, porque en el prevenir los capitanes del Pirú antes que tomasen posesión de hacer esclavos, tenía librado todo el buen suceso de la jornada, y por esto se salió de la ciudad más presto que los vecinos quisieran. Al fin se partieron dejando el convento tan solo como le hallaron, después de haber sido muy regalados de la gente noble, que con gran liberalidad les dio todo lo necesario para el camino».

«2. -Llegaron al puerto del Realejo, y fue a tan buena ocasión, que se estaba apercibiendo un navío para el Pirú que llevaba gente y bastimentos a Diego de Almagro y Don Francisco Pizarro, y con solos veinticuatro días que se detuvieron, se embarcaron en él; lo cual no fuera así a decir el despacho, que llevaban, porque como la mayor riqueza de aquellos reinos era el trato de los esclavos, no permitieran ir en su compañía quien les iba a quitar su interés y ganancia. Notificada la cédula   —XXX→   real a los dos capitanes, prometieron de guardarla y obedecerla como en ella se contenía y la publicaron por todo el ejército con mucho ruido de pífaros y atambores, añadiendo penas a las que traía expresadas para poner más puntualidad en su ejecución y guarda; porque; como aquella conquista no se hacía a costa del Rey, sino de Don Hernando de Luque, que era ya obispo de Panamá, y de los dos Diego de Almagro y Don Francisco Pizarro, para mostrar su fidelidad al Rey de Castilla, y cómo, aunque peleaban, y ganaban la tierra a su costa, le eran obedientes vasallos, se esmeraron siempre en obedecer todo lo que se les mandaba, aunque fuese tan contra su gusto e interés como esto. Hecha esta primera diligencia, trató el P. Fr. Bartolomé de las Casas de la segunda comisión, que era fundar conventos y asentar la orden para la enseñanza de los naturales en aquella tierra; y después que comunicó este intento con   —XXXI→   Fr. Vicente de Valverde, varón doctísimo y de gran virtud, que estaba nombrado por primer obispo de aquella tierra, y con el P. Fr. Reginaldo de Peraza, vicario general de los Padres de Santo Domingo, que andaban en compañía de los españoles, viendo que las cosas estaban poco sosegadas, por no se haber acabado la conquista, y los indios alterados por las guerras y muerte de su gran señor Atabaliba, túvose por buen consejo volverse a la provincia de Santa Cruz o a la Nueva España hasta que la tierra del Pirú se acabase de pacificar. Algunos religiosos que andaban con los conquistadores estaban muy descontentos por la poca seguridad que traían de la vida, los incomportables trabajos de la conquista y la poca esperanza que se tenía que en breve se dispondrían las cosas, de modo que la predicación del Evangelio se comenzase con la paz y sosiego que se requiere en el alma de quien la ha de recibir, y viendo la determinación   —XXXII→   del P. Fr. Bartolomé de las Casas y sus dos compañeros, la abrazaron ellos también y se embarcaron juntos para Panamá; a donde, después de haberse detenido algunos días, se vinieron al puerto del Realejo, que es en la provincia de Nicaragua, dos meses andados del año de 1532».

Aquí viene de molde aquello de «vamos por partes», porque lo que hay que decir y preguntar de cada una de las del texto de Remesal no puede reducirse a conjunto ni expresarse en tal forma.

Si era tan apretada y el único desvelo del impaciente procurador de los indios la urgencia de notificar la cédula, a tanta costa lograda, a los capitanes Pizarro y Almagro, que debían hallarse ya en Panamá, ¿por qué en vez de tomar el camino más corto y ordinaria y frecuentada travesía de la Isla Española a Nombre de Dios, dio el inmenso rodeo por México, Guatemala y Nicaragua para embarcarse en el Realejo   —XXXIII→   y navegar después hasta su encuentro con los conquistadores del Perú? ¿O por ventura en aquella sazón le importaron más las cuestiones electorales de su Orden que la libertad de los indios peruanos?

Me resisto a creer que fuese tan exclusiva, particular y limitada a dichos caudillos su misión apostólico política, que no pudiera utilizarla ni hacer valer el carácter y autoridad de que le revestía la sola circunstancia de llevarla, contra los mercaderes y tratantes de esclavos indígenas de Nicaragua, que descaradamente y a vista del legado y vicario dominico, y con el mismo barco en que se conducía a su destino se entregaban, a su inicuo comercio. Precisamente por aquellos años en ninguna parte de las Indias era tan escandaloso el cabotaje de estas piezas de mercancía como entre Nicaragua y Panamá. Diríase que el ardientísimo celo de Las Casas sufría intermitencias oportunistas. Así lo creo yo, como que la   —XXXIV→   humanidad del «gran padre y medianero de los indios», como le llamaba Fr. Pedro de Angulo, no llegaba al negro ni alcanzaba al blanco.

Dice el P. Remesal que Fr. Bartolomé y sus adláteres partieron de México para su legacía a principios del año 1531 ¿Cómo compaginar esta partida con la elección en la Española del Provincial Fr. Francisco de S. Miguel y la rebelde agitación que produjo entre los dominicos de aquella ciudad, apaciguada gracias a la prudencia de Las Casas, sucesos ambos acaecidos en los meses de agosto a noviembre del mismo año de 1531?

Gran salto da el cronista dominicano del Realejo a la notificación de la cédula; no hubieran estado de más el nombre del paraje y la fecha en que la notificó a los dos capitanes, pero sin duda no se atrevió con las serias dificultades que el caso ofrecía. Primero, porque don Francisco Pizarro salió de Panamá a principios del año de 1531 y   —XXXV→   tardó todo él y más de la mitad del siguiente en llegar a los límites septentrionales del verdadero Perú. En agosto de 1532, cuatro meses después del regreso de Las Casas al Realejo; el conquistador no había pasado de Túmbez. Segundo, porque Diego de Almagro, el otro capitán, se quedó en Panamá, y no le acompañó en esta jornada. Los dos socios principales de la Conquista no se reunieron hasta mediado el mes de febrero de 1533, en Caxamarca.

El Maestre-escuela de la iglesia de Tierra Firme, Fernando de Luque, el consocio de Pizarro y de Almagro, no era ya, porque nunca lo fue, obispo de Panamá: la silla episcopal que obtuvo por la capitulación de la conquista del Perú, en cambio de los dineros con que ayudó a la empresa, fue la de Túmbez, en la que no llegó a sentarse.

Mal pudo tratar Las Casas con Fray Reginaldo de Pedraza (no Peraza) y el doctísimo y virtuoso varón Fr. Vicente   —XXXVI→   de Valverde que estaba ya nombrado por primer obispo de aquella tierra, el negocio de la fundación de los conventos, toda vez que el ferviente catequista y juez criminal de Atauhuállpac no obispó hasta el año de 1533, ocupando la sede eclesiástica peruana trasladada de Túmbez al Cuzco.

No pudieron tampoco ser obstáculo la fundación de conventos en el Perú y motivo del regreso de Las Casas y de sus compañeros, en unión con los Padres dominicos que andaban descontentos con los trabajos de la conquista y poca seguridad de la vida, las alteraciones de los indios ocasionadas de las guerras y muerte de su gran señor Atabaliba, porque este fue agarrotado por el mes de agosto de 153311. Y   —XXXVII→   acompañando a Pizarro y su gente por el tiempo en que, al decir de Remesal, se hallaba con ellos Las Casas, no había más que dos frailes dominicos de los seis que el gobernador del Perú sacó de España: su vicario Fr. Reginaldo de Pedraza y Fr. Vicente de Valverde; de los cuatro restantes, que fueron Fray Tomás de Toro, Fr. Alonso Burgales, Fr. Pablo de la Cruz y Fray Juan de Yepes, uno no llegó a Tierra Firme, dos quedaron en Nombre de Dios, y el otro regresó a España. Fray Reginaldo se volvió a Panamá por febrero de 1532, y habiendo enfermado, murió allí el 29 de mayo siguiente.

El Sr. Fabié, comprendiendo la absoluta imposibilidad de convenir las fechas de la elección de Fr. Francisco de S. Miguel y de las turbulencias lamentables   —XXXVIII→   que produjo entre los dominicos de México, con la partida de Fr. Bartolomé para tierras peruanas, traslada este suceso a los principios del año siguiente: de 1532; mas sin caer en la cuenta de que, dejando, como deja, su regreso al Realejo en marzo del propio año, rebajando los treinta y nueve días de estada en Santiago de Guatemala y en aquel puerto y otros pocos en Panamá, quedábales al portador de la cédula y compañeros para acabar con su doble y larguísima jornada, menos de una quincena. Y en ese tiempo, a la verdad, apenas si los Ángeles de Isaías (Ite, Angeli veloces, etc.), de que tanto han abusado nuestros misioneros en América, hubieran podido cumplir con el encargo.

Otra alteración introduce el Sr. Fabié en el relato del P. Remesal, que dudo mucho quepa dentro de las atribuciones de un historiador que afirma o niega al amparo y bajo la responsabilidad de otro a quien sigue y copia,   —XXXIX→   pues no es de pura forma, sino que afecta esencialmente al sentido, valor e intención del testimonio aducido. Refiérome a la muerte de Atauhuállpac, de que hace caso omiso el ilustre biógrafo del Apóstol de los indios. Es evidente que aliviadas aquellas páginas de la crónica chiapense de este enorme anacronismo, resulta más en ayuda del que las aprovecha; pero también lo es que con enmiendas y reformas de esa clase, cualquier texto sirve para un apuro.

Más cauto el Sr. Gutiérrez, no entra en terreno tan dificultoso e inseguro como la narración del cronista dominico, sin prevenirse con la condicional de parece con dejar las fechas en vago y confesar además lealmente que el periodo de la vida de Las Casas (desde 1530 hasta el regreso a Nicaragua) «es asaz oscuro» y que «ni los escritores contemporáneos ni los que han venido después nos ayudan mucho para aclararlo». ¡Y tan oscuro!; como   —XL→   que el buen Padre anda a tientas y sin poder topar con el apóstol viajero, ni en aquel periodo, ni en otros posteriores en que ejercitaba su ardentísimo celo por tierras y entre indios que correspondían a la jurisdición de la Crónica de Chiapa y Guatemala.

Escribe Remesal, y con lo escrito se conforman los Sres. Gutiérrez y Fabié, que en el año de 1534 intentó Las Casas un segundo viaje apostólico al Perú, que se frustró a causa de las malas condiciones del barco y de una furiosa tormenta que no le dejó pasar de la mitad del camino; y que en el mismo año (no dice si a la ida o a la vuelta)12, en León de Nicaragua se opuso con su característica energía a cierta expedición proyectada por el gobernador Rodrigo de Contreras. La   —XLI→   tentativa es cierta; refiérelo el mismo Las Casas; el año no, porque fue en 1536, como consta por informaciones actuadas en aquella ciudad en 23 de marzo, 30 de junio y 23 de agosto de dicho año. Contreras, en cumplimiento de mandato real, proyectaba y disponía una expedición al descubrimiento del río San Juan o Desaguadero de la laguna de Nicaragua. Las Casas intentó disuadirle de la empresa, declamando ser en deservicio de Dios y de S. M., haciéndose, como era costumbre, por soldados bajo la conducta de un capitán. Que solamente sería lícita dirigiéndola él, poniendo a sus órdenes cincuenta hombres sin más capitán, con los cuales se obligaba a hacerla. El gobernador no vino en ello, si bien invitó a Las Casas a que fuese en la jornada como él la había ordenado; y Fr. Bartolomé se negó y desatose contra él en los púlpitos y excomulgó a cuantos fuesen a la jornada.

En la tercera de las informaciones,   —XLII→   la de 23 de agosto, hay testigos que concuerdan en sus declaraciones y confirman ciertos hechos que conviene consignar aquí, a saber: «que habrá dos meses, Fray Bartolomé de Las Casas y otros frailes dominicos que estaban en el monasterio de San Francisco (de León), quisieron irse, desamparando y dejando sólo el monasterio. Porque no lo hiciesen, fueron a hablar a Casas y su compañero Fray Pedro de Angulo, de parte del gobernador, los alcaldes Mateo de Lazcano y Juan Talavera, y los regidores Íñigo Martín, Juan de Chaves y el bachiller Guzmán. Viéndoles empeñados en irse, les rogaron que siquiera dejasen a Fray Pedro para doctrinar los indios, y no quisieron, y se fueron aquella tarde sin tener causa ni razón, pues se les ofreció se les daría todo lo necesario, como personas móviles y deseosos de mudanzas y novedades. Y así quedó el Monasterio, retablo e imágenes desamparados».

  —XLIII→  

Se asemeja tanto este paso y sucedido a lo que Remesal cuenta del tránsito de Las Casas y de sus compañeros los padres Angulo y Minaya por Santiago de Guatemala el año de 1531, que estoy por asegurar que éste es una imitación de aquél.

No quiero meterme en el laberinto de rectificaciones que los documentos citados y otros que por la brevedad no cito, me sugieren. Me contento con que el lector, después de fijarse en las fechas, las compulse con las biografías compuestas por los Sres. Fabié y Gutiérrez, los cuales, a mi juicio, al tomar para ellas como señuelo, y seguirla como guía y baquiano la Crónica de Remesal, no han reparado lo bastante en que es modelo de literatura monástica; de esa literatura cultivada, por regla general, en el retiro de una celda, con la atención del espíritu fija constantemente en la mayor gloria de la Orden y en que sus méritos superen los de las otras, procediendo en la piadosa   —XLIV→   labor por el método de estáticas contemplaciones, trasportes y arrebatos místicos y otras ausencias de la realidad, que privan de la vista y percepción de las cosas más vulgares y corrientes en el mundo de los profanos.

La relación original del lance por donde se ha sabido del segundo viaje desgraciado de Las Casas al Perú, difiere en algunos pormenores de la publicada por Remesal, y voy a trasladarla, no por este solo motivo, sino también por otro de más importancia.

«Yo vide un plático soldado muy solenne tahúr, y que según presumíamos iba con otros, muchos a robar los indios a los reynos del Perú. Andando que andábamos perdidos por la mar, acordamos de echar suertes sobre qué camino tomaríamos, o para ir al Perú donde él y los demás iban, porque bullía el oro, allí enderezados, sino que nos era el tiempo contrario, o a la provincia de Nicaragua,   —XLV→   donde no había oro, pero podíamos más presto y matar la hambre allí llegar. Y porque salió la suerte que prosiguiésemos el camino del Perú, rescibió tanta y tan vehemente alegría, que comenzó a llorar y derramar tantas lágrimas como una monja o muy devota beata, y dijo: «Por cierto no me parece sino que tengo tanto consuelo como si agora acabara de comulgar»; y otra cosa no hacía en todo el día sino jugar a los naipes y tan desenfrenadamente como los otros. Los que allí veníamos, que deseábamos salir de allí donde quiera que la mar nos echara, vista la causa de sus lágrimas, reyamos de su gran consuelo y devoción».

En este pasaje, o por mejor decir, en que el Padre Remesal afirma que Las Casas lo consignó en su Historia, y suponiendo que el Padre se refiere a la Historia general, funda el Sr. Fabié su opinión de que llegó a escribirse el libro IV de ésta; «el cual son sus palabras-   —XLVI→   aunque hasta el presente no ha parecido, de seguro lo dejó escrito (Las Casas), pues no puede menos de referirse a él Remesal, cuando dice que Las Casas contó en su Historia general los grandes trabajos que pasó en la navegación que hizo el año de 1533 (sic) de Nicaragua al Perú, que no pudo tener cumplido efecto, porque le obligaron los temporales a volver de arribada al punto de salida13».

La deducción es lógica y lo sería mucho más si en vez del adjetivo general hubiera aplicado a la Historia el de apologética, de cuyo capítulo 180 he sacado la copia de más arriba14.

Pero, entretenido en la castigación de   —XLVII→   los descuidos del P. Remesal con vulgaridades de la historia de la conquista del Perú y Tierra Firme, y en episodios, que, aunque parezcan inoportunos, al cabo han de redundar en el mejor conocimiento de la vida y sucesos del autor de la Apologética, casi me estoy olvidando de averiguar lo que hay de cierto en la más importante de las afirmaciones del cronista tocantes al viaje de Las Casas de 1531 o 32, pues en el hecho en que la funda estriba su causa principal, a saber, la existencia de la cédula para Pizarro y Almagro a tanta costa obtenida y que era urgentísimo notificarles. La cual, dice el cronista, «está en el primer tomo de los cuatro que por orden del rey Prudente se imprimieron del gobierno de las Indias para que los oidores y jueces las tuviesen ordinarias para gobernar y sentenciar por ellas como por leyes llenas de toda razón y justicia». En la Biblioteca15 Pinelo-Barcia hay un artículo de las Leyes y Ordenanzas   —XLVIII→   nuevas hechas por S. M. para la gobernación de las Indias, y buen tratamiento de los indios, que se han de guardar en el Consejo y Audiencias reales que en ellas residen y por todos los otros gobernadores, jueces y personas particulares de ellas. En Madrid, 1585, en casa de Francisco Sánchez.- Si el P. Remesal se refiere a esta obra, como parece indicarlo la semejanza del título a la cita, nada puedo afirmar ni negar sobre aquel documento, porque no la conozco ni sé de nadie que la haya visto, ni en la Biblioteca se expresa el número de tomos de que se compone16; y aunque, como poco   —XLIX→   antes dejo demostrado, las afirmaciones del Padre dominico no son siempre exactas, en el caso presente solo me corresponde admitir como cierto un hecho que asegura con terminantes palabras. Pero esto no impedirá que manifieste mi extrañeza al no hallar siquiera una cédula, carta o provisión dirigida a Pizarro y Almagro en otra colección legislativa también sobre Indias, copiosísima, publicada con carácter oficial, en cuatro tomos, once años después, o sea en el de 159617. Únicamente en   —L→   el cuarto, a la sección correspondiente, titulada: Provisiones, cédulas, capítulos de las nuevas leyes y de cartas despachadas en diferentes tiempos, para que los indios sean libres y no esclavos, y pónese asimismo la PERMISIÓN QUE SE DABA EN LAS CONQUISTAS, para que se sepa y entienda su principio (p. 361), se registra una provisión, fecha en Madrid a 2 de agosto de 1530, «mandando que no se pueda cautivar ni hacer esclavo a ningún indio»; pero es general para las tres Audiencias, gobernadores, alcaldes mayores, regidores y demás autoridades y justicias y personas particulares de todas las Indias, islas y tierra firme del mar océano. Las que   —LI→   atañen al Perú son muy posteriores al año de 1530.

¿Se suprimió en esta colección cédula tan importante como la mencionada por Remesal?; y en ese caso, ¿por qué se dejaron otras casi insignificantes?

En cuanto a la urgencia e imprescindible necesidad de que Las Casas notificara personalmente la cédula a los conquistadores del Perú, téngolas por pura candidez, aunque laudable y muy propia de un santo varón, alejado del tráfago mundanal y algo distraído, como lo era el cronista de Chiapa y Guatemala. ¿No estaban allí para notificarla la Audiencia de Santo Domingo y el gobernador o alcalde mayor de Panamá? ¿Cuándo se ha visto, habiendo autoridades competentes para ejercer una función que les es propia, encargársela a un simple fraile, que entonces no tenía, ni con mucho, la fama y el prestigio que alcanzó después?

Tampoco se comprenden las prisas por que Pizarro y Almagro supiesen   —LII→   que no habían de hacer esclavos a los indios de su conquista, cuando en las capitulaciones del primero con la Emperatriz hay una, la última, que dice: «Con condición que en la dicha pacificación conquista y población y tratamiento de los indios en sus personas e bienes, seáis tenudos e obligados de guardar en todo e por todo lo contenido en las ordenanzas e instrucciones que para esto tenemos fechas e se hicieren e vos serán dadas en la nuestra carta e provisión que vos mandaremos dar para la encomienda de los dichos indios». Y entre las dichas ordenanzas e instrucciones no faltarían seguramente las de Valladolid y 23 de enero de 1513, con las aclaraciones que se les añadieron, y las impresas por abril de 1514, que se mandaron circular y circularon por las Islas, y Tierra Firme18; y acaso la   —LIII→   provisión de Toledo y 20 de noviembre de 1528.

Pues no digamos de la virtud y eficacia de la notificación e intimación en Indias a la obediencia de un mandato real. Esa formalidad, por mucho que fuera el aparato y alardes con que se cumpliera, era de escasísima eficacia y de dudosos resultados. Más que notificarla y obedecerla importaba celar su   —LIV→   cumplimiento allí donde había de cumplirse y al lado de quien debía cumplirla, y estar con el ojo al Rey y a su Consejo de las Indias, por si al servicio de S. M. convenía revocarla o disponer en otra algo que empeciese a su observancia o la dificultase.

Y justamente acaeció librarse a los dos años, en 13 de enero de 1532, en Medina del Campo, otra cédula general mandando que no se herrasen indios aunque fuesen esclavos, con lo que resultaron fallidos, el viaje, la urgencia y la notificación del P. Las Casas. Y a mayor abundamiento, a 8 de marzo de 1533, se expidió otra cédula para que los pobladores del Perú pudiesen comprar los esclavos que los caciques tuviesen. Y si bien es verdad que S. M. el Emperador la revocó o anuló con otra de Fuensalida a 26 de octubre de 1541, no fue porque juzgara que la ley era injusta, sino por haberse abusado de ella, como reza el preámbulo, que con otros preceptos incluidos en la   —LV→   misma obra, convendría que tuvieran presente los abolicionistas de ocasión y ensalzadores de las leyes de Indias por sólo el código relativamente moderno que las resume y recopila de una manera deficiente y confusa.

«Don Carlos etc. Por cuanto somos informados que a causa de estar permitido que los españoles que han ido a conquistar y poblar la provincia del Perú pudiesen rescatar y comprar de los caciques y principales y otras personas naturales de la dicha tierra los indios que le son sujetos Y tienen por esclavos, ha venido en tanto esceso que se han hecho muchos esclavos, a cuya causa no son tan bien tratados como convenía y son obligados porque los dan trabajos demasiados, etc., etc.».

¿En cuál de estas disposiciones, pregunto yo ahora, se vislumbra la influencia o se descubre la sombra de un precepto soberano anterior a ellas, donde se consignara, sino el derecho de los indios a su libertad, por lo menos la   —LVI→   terminante prohibición de esclavizarlos? El mandato real que llevaba Las Casas a los conquistadores del Perú, fue, sin duda, un relámpago de humanidad imperial sin más trueno que el ruido de los pífaros y atambores de marras.

Más, concedamos sin reservas ni cicaterías que la famosa cédula existió, y constaba donde el P. Remesal asegura; aun así nos quedan aquellos dos lugares de su historia plagados de errores tan graves y evidentes, que sobran para desautorizarlos de todo punto y convertirlos en falso testimonio del mismo caso que refieren: el viaje del Apóstol de los indios al Perú de 1531 a 32, que es en definitiva a lo que vamos. Del cual, por resumen de cuanto aquí llevo escrito en su obsequio y cómo abreviada expresión de lo que opino acerca de su autenticidad, diré (ínterin no se aduzcan más pruebas que aquellos lugares y las biografías compuestas por los Señores Fabié y Gutiérrez)   —LVII→   que el cronista dominico, con algunas noticias descabaladas e incompletas y el pasillo náutico del soldado tahúr, hizo de medio viaje uno y medio.

Los capítulos de la Apologética relativos al Perú, han sido utilizados en parte, pero relativamente muy pequeña, por Kingsborough, Torquemada, el P. Fr. Alonso Fernández, y no recuerdo si alguien más. Lo que el primero utilizó va señalado en mis notas. El segundo dice haber conocido el manuscrito original de la Apologética cuando éste se hallaba en el convento de Santo Domingo de México. Le aprovechó en especial para los capítulos siguientes de su Monarquía Indiana: XVI del lib. IX. -«De lo que se ha podido colegir y hallar del modo del sacerdocio de los reinos del Perú y sus ministros»; el que trata de las Mamacunas, sin olvidar el cuento de la vieja antigua prometida de Huaina Cápac; y XVI del lib. XII. -«De algunas   —LVIII→   de las leyes que usaban las gentes del Pirú, etc.». El P. Fernández tomó para el cap. 12 del libro de su Historia del convento de San Esteban de Salamanca MS., varios pasajes de los caps. 58, 121, y 126, que corresponden al II y VII de nuestra edición, incurriendo en dos equivocaciones de que, por lo curiosas, conviene estar advertido. Es la una, que leyendo en su original pica por pieça, puso en la punta de una lanza la imagen del Sol con sus rayos que los Incas tenían en una pieza del templo de Cusco. La otra, haber confundido a los tres primeros españoles que entraron en esta ciudad con tres gruesas planchas de oro de las que adornaban aquel monumento (p. 16)

La fecha de la Apologética, o por mejor decir, de los capítulos que entresacamos de ella, debe ser el año en que acabó Las Casas los tres primeros libros de su Historia general, esto es, el de 1561, si nos atenemos al dato de   —LIX→   la muerte del Rey Huaina Cápac, que se lee en el párrafo cuarto de nuestro capítulo XXIII y 257 del ológrafo, página 198; pues según la vulgar y más aceptada opinión (que en este caso tenía que ser la misma de Las Casas o del religioso o seglar que le comunicó la noticia), el padre de Atauhuállpac falleció en el año de 1525, al saber de la primera llegada de Pizarro a las costas de su imperio; y si dicho capítulo se escribía «más de treinta y cinco años» después de este suceso, claro está que fue en el de 1561 o, a lo más, en el siguiente.

M. JIMÉNEZ DE LA ESPADA.

  —LX→  

ADVIÉRTESE que la correspondencia de los capítulos de esta edición con los del original ológrafo es como sigue:

I con el 56.-II c. 58.-III c. 60.-IV c. 65.

V -c. 68.-VI c. 69.-VII c 121 y 126.-VIII

c. 131.-IX c. 133.-X c. 140.-XI c. 141.-

XII c. 182.-XIII c. 194.-XIV c. 248.-

XV c. 249.-XVI c. 250.-XVII C. 251.-

XVIII c. 252.-XIX C. 253.-XX c. 254.-

XXI c. 255.-XXII c. 256.-XXIII c. 257.-

XXIV c. 258.-XXV c. 259.-XXVI c. 260.-

XXVII c. 261.

Erratas principales
Pgs. Línea. Dice Léase
5últimamaneramanere.
414pollo polvo.
93 24 mantos mantas.
9710Terníanle Teníanle.
1103 Éste, así, dentro de sí, Éste así, dentro de sí,
142 12 y 13 be-llabel-la
15013dedel
15519teocricotoccrico
1731pintados plantados
2167 ingna mgna [maña]
226 3y dey los de



  —1→  

ArribaAbajoDeclaración Preliminar

Declaración preliminar del orden que se observa en la publicación del presente tratado, o parte de la Apologética historia correspondiente a los reinos del Perú


Es el mismo que sigue el obispo de Chiapas en casi la totalidad de su obra, a saber: la aplicación de las teorías de la Política o República de Aristóteles sobre la Ciudad, a todas las sociedades, agrupaciones o poblaciones indianas, procurando demostrar al propio tiempo, que poseían en más alto grado que las europeas y asiáticas, las necesarias condiciones para que su existencia fuese firme y permanente.

Propone su plan Las Casas en los capítulos 42, 45 y 46, y al llegar a este último, enumera con el Filósofo las seis condiciones, calidades o partes requisitas de la Ciudad o vida social. Pero antes conviene conocer las palabras con que da principio al capítulo 45.

  —2→  

«Y porque para complir con las necesidades de la naturaleza humana y que la vida de los hombres sea complida y perfectamente ayudada y socorrida de la suficiencia de las cosas que para totalmente no sólo vivir, pero bien vivir, le son necesarias, no le basta la primera compañía, cuyas partes es el hombre y la mujer y los hijos y las posesiones, que llamamos la económica, sino que también ha menester otras cosas que le causen perfecta suficiencia y le hagan la vida segura, pacífica y quieta; por ende, tiene el hombre necesidad de la segunda compañía o sociedad, que es la perfecta, cuya parte toda su casa es, y por consiguiente ha menester de necesidad la segunda ayuda de que arriba en el capítulo 42 hecimos mención, y esta es la ciudad o ayuntamiento de hombres, que se hace de muchas casas y de barrios muchos.

Por esta compañía segunda y multitud junta, que llamamos ciudad, como debe ser, según el Filósofo, por sí misma suficiente, perfecta, se provee a todas sus necesidades, teniendo todo aquello que ha menester para la vida, y para la buena, segura y tranquila vida; porque por la vivienda en la ciudad o multitud de vecinos grande, el hombre es ayudado y socorrido   —3→   en dos maneras: la primera, cuanto a las bienes temporales y corporales...; la segunda, cuanto a los bienes morales...

Así que, visto como estas naciones destas Indias son bien intelectivas y racionales, por razón de saber bien regir y gobernar sus casas, que son los primeros elementos y principios, o quizá segundos, de los ayuntamientos y poblaciones grandes de hombres, que llamamos ciudades, inquiramos de aquí adelante si lo son por razón de ser sociales y naturalmente inclinados, como todos los hombres, a vivir en compañía, y en los ayuntamientos grandes, si saben o sabían, antes que a ellos viniésemos, regirse o gobernarse».

El capítulo 46 comienza de este modo:

«Manifiéstase, pues, y queda clara la suficiencia y perfección de las repúblicas, reinos y comunidades destas gentes cuanto es necesario y conveniente para en las cosas temporales vivir a su voluntad y en abundancia dellas, y así conseguir el fin último y felice de la ciudad o vida social, cuanto sin fe y verdadero cognoscimiento de Dios en esta vida se suele alcanzar, que es la paz y conservación en ella (como dicho es); y por consiguiente, se averigua la prudencia y buena razón y habilidad destas gentes para se saber gobernar,   —4→   por seis cosas o calidades o partes, que según el Filósofo en el 7.º (libro), capítulo 8.º de la Política, se requieren necesariamente, para que cualquier comunidad, pueblo o ciudad sea por sí suficiente y se pueda mucho tiempo sustentar. Porque según allí define19, civitas est multitudo civium quae ad vitam per se sufficiens est; y en el segundo libro, capítulo 7.º20 de aquella obra, dice: opportet (sic) rempublicam quae diuturna esse debet, velle ut omnes partes civitatis constent atque   —5→   in stato suo permaneant. Sin estas, es difícil y aun imposible por sí ser suficiente ni perpetuo tiempo durar en su libertad y felice estado, como añade Aristóteles.

Estas son: lo primero, los labradores que cultiven la tierra y le hagan producir los frutos de que es capaz, y así provean de mantenimientos toda la república y comunidad o ciudad. Lo segundo, artífices que ejerciten los oficios convenientes y necesarios a la comunidad. Lo tercero, hombres de guerra para que la defiendan de los enemigos exteriores y para constreñir los interiores, que, no siendo a las leyes de la ciudad obedientes, turban y empecen y empiden la paz y fin de la república. Lo cuarto, ricos hombres para sus oportunas comunicaciones y conmutaciones, y también para proveer con sus haciendas en las guerras. Lo quinto y principal, según el Filósofo, sacerdotes para servir y ejercitar el culto divino y ofrecer sacrificio a los dioses. Lo sexto,   —6→   jueces para la utilidad y justicia de los vecinos que entre sí hicieren contratos o conciertos, si acaeciere tener pleitos y contención.

Y porque todas estas seis calidades que hacen la ciudad y ayuntamiento de gentes para vivir socialmente, ser proveída y por sí suficiente, presupone haberse ya las gentes ayuntado, y de barrios o vicos que solían ser o vecindades de linajes, constituido lugares grandes o pueblos que llamamos ciudades, veamos (antes que particularicemos de las susodichas seis partes o calidades) si tenían estas gentes destas Indias las dichas poblaciones y lugares grandes donde se requiriese poner por obra o que hobiese los oficios o distinción de las partes de la ciudad ya nombradas, para por ellas poder argüir si tenían prudencia y habilidad y razón política con que supiesen como hombres razonables gobernarse, y del fin que se pretende por los tales ayuntamientos y comunidades sociales alcanzado, por mucho y luengo tiempo pudiesen gozarse.

Que tuviesen pueblos, lugares grandes, villas y ciudades y sus comunidades como otras políticas gentes, si lo quisiéremos probar, no será menester traer testigos del cielo, porque cuantos de Castilla en estas   —7→   regiones han venido y vístolas, mayormente los que a los principios vinimos, y hoy viene a tierras destas donde no allegaron españoles cristianos, sin podello negar, si alguno quisiese, lo saben».

Y después de recorrer las Antillas y las principales regiones de la América del Norte y las del Sur hasta el Nuevo Reino de Granada, en lo que resta del anterior capítulo y en los siguientes hasta el 55, a que da término con las palabras que por nota transcribimos21, pasa a los reinos del Perú en el 561 o sea el primero de nuestra edición.





  —8→  

ArribaAbajoCapítulo I

De las poblaciones y edificios notables del antiguo Perú


Para dar noticia con encarecimiento condigno de las poblaciones y comunidades o ayuntamientos de las gentes de los reinos del Perú para vivir socialmente, que llamamos villas y ciudades, de cuántas eran, y de edificios tales y tantos cuán adornadas y sumptuosamente constituidas y edificadas, enriquecidas, ennoblecidas y prosperadas, sin alguna duda sería mucho tiempo necesario, y no sé si podría hallar para explicarlo suficientes vocablos; y porque la multitud de los pueblos y ciudades de las regiones que pudieron ser pobladas, las cercas dellas, las fortalezas, los templos, las Casas Reales, los aposentos de los Reyes y Señores, fuera y dentro de los lugares y ciudades; los edificios y primor de los artificios de todo lo dicho; los caminos reales, las puentes de los ríos grandes, las acequias para regar sus sementeras y heredades, todo como es ni mucha parte de su invención, primores, artificio, industria, sotileza, grandeza, hermosura ni riqueza puede ser explicado; al menos referirse   —9→   ha como pudiéremos de todo ello lo que se pudiere notificar, poniendo a la letra lo que los que lo vieron de nuestra nación hallaron, experimentaron, encarecieron, loaron, escribieron y aun puesto en molde, para que a todos constase, manifestaron.

Comienzan estos edificios y poblaciones notables desde lo postrero del reino de Popayan y de los pueblos de Pasto, yendo hacia la dicha provincia, primera del Perú, nombrada Quito o Guito22. El postrero pueblo de la provincia de Pasto se llama Tuca, y cerca de allí había una fortaleza con su cava, muy fuerte para entre gente que no tiene artificios ni machinas de huego ni lombardas. De allí poco adelante, yendo hacia Quito o Guito, están los muy notables aposentos que se dicen de. Carangue, y estos están en una plaza no muy grande; son hechos de paredes de muy polida y hermosa piedra, y piedras dellas muy grandes, que parece ser imposible allí ponellas hombres humanos. Están asentadas tan juntas y por tanta sotileza, y a lo que se juzga, sin ninguna mezcla, que no parece sino que todo el edificio es una piedra o en piedra cavado,   —10→   así son Palacios Reales. Dentro destos aposentos está un estanque de agua de piedra muy polida edificado. Hobo aquí un templo dedicado al Sol, de gran majestad y grandes edificios, según parece agora por las paredes y piedras grandes que se veen caídas. Por dentro y las paredes estaban chapadas de oro y plata, y él estaba lleno de grandes vasijas de oro y plata para sus sacrificios, como otros muchos templos que por aquellos reinos se han visto. Era tenido este templo en gran reverencia y estima de todas las gentes de la comarca.

Donde agora está la ciudad de Quito, que se llama Sant Francisco, digo ciudad de españoles, había grandes y poderosos y ricos Aposentos Reales y templos del Sol muy señalados, a los cuales la gente llamaban Quito.

Adelante destos había otros en una población que se llama Mulahaló, y estos no debían ser de los muy grandes, puesto que había en ellos grandes casas de depósitos, donde había todas las provisiones necesarias para la gente de guerra, como abajo será declarado23.

Después destos, adelante hay un pueblo   —11→   llamado Tacunga, donde había unos grandes y ricos Palacios y Aposentos Reales tan principales como los de Quito, y quizá más ricos, como se parece (aunque están destruidos agora) en las paredes la grandeza y riqueza dellos, donde se veen las señales donde las chapas de oro y plata estaban clavadas y muchas cosas de oro esculpidas; mayormente había en las paredes encajadas ovejas de oro de bulto, cosas muy admirables. Estas riquezas estaban en el templo del Sol y en los Palacios Reales. Y en este pueblo eran señalados estos edificios y templo y Casa Real más que en algunas de las partes pasadas, y se tenían, y así lo eran, [por] mayores y más principales.

Adelante hay otros aposentos grandes y de grandes edificios, que se dicen de Mocha, que cuando los nuestros los vieron, quedaron espantados, según su grandeza y hermosura, aunque derrocados; pero, porque habían sido edificados tan fuertes y polidos y por tan sotil artificio, por muchos tiempos adelante se cognoscerá por quien los viere, haber sido cosas memorables.

Más adelante destos de Mocha, están otros que se dicen de Riobamba24.



  —12→  

ArribaAbajoCapítulo II

Donde se describen la ciudad del Cuzco, sus casas, palacios y templos, y manera de su edificio


Representar lo que se refiere por las personas que lo vieron, y está lo mismo en las susodichas historias, de la ciudad Real del Cuzco, que era cabeza de todos aquellos reinos del Perú, ni se puede por alguna vía encarecer y tampoco es fácil para ser creído; pero, puédese   —13→   creer, porque todos lo afirman y testifican de vista; y las cosas que arriba se han referido de otras ciudades, edificios maravillosos y riquezas dellas y de otras muchas que dejamos de decir, y los tesoros que por ESTAS islas han venido de allá, que habemos visto, e IDO A CASTILLA, y lo que muchas personas, dignas de dalles crédito y fe, que poco después a aquellos reinos fueron, encarecen que vieron, y los rastros y vestigios de lo que poco antes era parecen; hace con mucha razón todo lo que se afirma, y más que se diga, creíble.

  —14→  

El circuito desta Ciudad Real, cuenta una historia de las dichas que tenía de contorno una legua. Las casas eran todas de piedra pura, muy bien labradas, y con sus junturas, que no parecían sino toda una, sin tener mezcla ninguna; todas las piedras escuadradas, y si el escuadría no viene bien conforme a la piedra su compañera, echábanle de otra piedra un remiendo tan junto y tan polido, que de paño no pudiera ser mejor zurcido. Y para quel edificio fuese más fuerte, hacían en la una piedra de abajo un encaje de dos palmos de largo y uno de ancho y el hondo   —15→   de un jeme, y en la de arriba su macho, que encajaba en aquella hembra; con lo cual, era y es la obra tan fuerte, que por millares de años durará perpetua. Las calles son grandes empedradas, pero bien angostas. Eran grandes y muchos y notables los aposentos y edificios que en esta ciudad había de muchas personas principales y templos; sobre todos eran maravillosos y ricos y de gran artificio los Aposentos y Palacios Reales. La cobertura dellos era de madera y de paja, o de terrados.

Pero, el templo del Sol a todos los ya   —16→   dichos en artificio y primor y complimientos o aposentos y riquezas sobrepujaba. Eran las paredes de piedra muy bien labrada, y entre piedra y piedra, por mezcla, estaño y plata, cosa nunca vista ni jamás oída. Estaba todo enforrado de chapería de oro por de dentro, las paredes y el cielo y pavimento o suelo. Estas chapas o piezas de oro eran del tamaño y de la hechura de los espaldares de cuero que tienen las sillas de espaldas en que nos asentamos; de grueso tenían poco menos de un dedo; e yo vide hartas. Pesaba cada una con otra bien quinientos castellanos. Destas quitaron los primeros españoles, (que creo que fueron tres que envió Pizarro a traer este oro, luego que prendió al Rey Atabalipa)25, septecientas, sin muchas otras piezas de otra manera que allí había. Desguarnecieron estas planchas de oro con unas barretas de cobre que debían de hallar por allí o los indios se las dieron.

  —17→  

Era este templo muy grande, porque era la matriz de otros muchos pequeños por ser el templo del Sol, en los reyes principalmente eran devotos, y dellos era venerado y en todos sus reinos con la manificencia [munificencia?] real dotadas de grandes riquezas y tesoros. Los vasos, cántaros y tinajas y otras piezas de diversas formas, eran mirables y sin número. Eran también inumerables los oficiales de plata y oro que, principalmente para servicio deste templo y vasos dél y para las Casas Reales, había dedicados.

De otros templos desta ciudad sacaron aquellos tres españoles muchas y grandes piezas de oro y de plata, y dijeron que en todas las casas della hallaron tanto oro, que era cosa de maravilla. En una dellas hallaron una silla de oro, donde diz que hacían los sacrificios, en la cual se podían echar dos hombres, que pesó diez y nueve mill pesos de oro. En otra muy grande hallaron muchos cántaros de barro cubiertos de hoja de oro. Vieron asimismo una casa grande cuasi llena de plata, con cántaros y otras piezas, y vasos y tinajas grandes, de las cuales yo vide algunas, y en cada una dellas cabrían tres y cuatro arrobas de agua.

Los templos estaban de la parte de   —18→   Oriente donde salía el Sol, y cuanto más les venía dando la sombra del Sol, tenían menos fino el oro.

Dijeron estos tres españoles que primero en esta ciudad entraron, que las Casas o Palacios Reales del Rey Cuzco eran maravillosamente y con gran primor hechos en cuadra, y que tenían de esquina [a esquina] trecientos y cincuenta pasos.

La fortaleza desta ciudad, questaba en un cerro alto, era tan grande y tan fuerte y sobre tales cimientos y con sus cubos y defensas (y esta fue comenzada y no acabada por uno de los reyes de aquel reino), que afirman los que la vieron y hoy ven lo que de ella no se ha derrocado por los españoles, que si se acabara, fuera una de las señaladas fuerzas y edificios del mundo26.




ArribaAbajoCapítulo III

De las acequias, riegos y labranzas, y de los pastores y ganados


En la Nueva España, en muchas y diversas provincias y tierras della, tenían sacados los ríos y hechas sus graciosas acequias conque regaban sus   —19→   tierras. Pero todas las del mundo con toda la industria humana deben callar y aprender de la sotileza tan ingeniosa que las gentes naturales del Perú, cerca de sacar los ríos y las fuentes, para hacer las tierras secas y estériles y que nunca dieran fructos y las hicieron fertilísimas, tuvieron27. No se podrá encarecer la manera tan ingeniosa que para sacar de sus madres y naturales cursos y caminos grandísimos ríos y proveer de regadíos muchas leguas de tierra y sustentarlas en frescura y fertilidad tuvieron. Ver las presas y edificios de cal y canto28 para atajar los ríos y traellos por donde y adonde quieren, y muchas fuentes, que oírlo encarecer a los que de nosotros lo han visto, es cosa de maravilla. Primero traían el agua por acequias grandes, hechas por muchas leguas por sierras y cerros, por laderas y cabezos y haldas de sierras que están, en los valles, y por ellos atraviesan muchas, unas por una parte, otras por otra, que parece cosa imposible venir por los lugares y quebradas que vienen. Traídas estas   —20→   acequias grandes a cierto lugar conveniente, de allí hacían otras pequeñas y repartían el agua por tal arte y sotileza, que todas las heredades alcanzasen della, que ni una gota se les perdía de que todos no se sirviesen. Y esta es una de las delicadas maneras de policía que se cuentan destas gentes (conviene a saber), la cuenta y cuidado, orden y arte que tenían de traer y repartir el agua de los ríos para regar grandes tierras, que ningunos de los romanos lo pudieran mejor ni quizá tan bien y con tanto artificio hacer.

Afirman los que han visto estas acequias, no creer que en el mundo ha habido gente ni nación que por partes tan ásperas ni dificultosas sacasen las aguas de los caudales ríos para regar sus tierras, como esta gente. Andar por aquellos llanos donde hay estas acequias, es ir por entre unos fresquísimos y deleitables verjeles, por estar todas siempre verdes y frescas muchas hierbas y arboledas, y todas llenas de aves que las regocijan.

Pues a quien tantos trabajos y sudores costaban sacar las aguas de los ríos y hacer las acequias, síguese que en la cultura y labor de la tierra eran solícitos y diligentísimos. Así lo afirman y así es manifiesto por la muchedumbre de las heredades,   —21→   que allí llaman chácaras, en todos géneros de comida que tenían. Y para que se conozca que tenían maravillosa industria y eran verdaderos labradores parte de aquellas repúblicas, y que ayudaban no menos que en otras a que se tuviese suficiencia de buena policía, considérese la industria y sotileza siguiente: En el valle de Chilca, salido del de Pachacámac, donde ni llueve ni pasa río, ni hay alguna fuente de donde salga frescura o humidad alguna, finalmente, la tierra es por esta causa esterilísima; empero, por sola industria de las gentes de [ella], abundan de grandes labranzas y de arboledas y frutas tanto y más que en las tierras fertilísimas de regadío. Hacen los indios ciertas hoyas29 en la tierra y en el arena muy hondas y anchas, y en ellas ponen sus granos de maíz, y las otras simientes o legumbres y lo demás que suelen sembrar para su comida, y con cada grano echan dos o tres cabezas de sardinas, y con la humidad de aquellas, los granos se mortifican y después crecen y dan tanto fruto, que a ninguna otra tierra, por fértil que sea, tienen envidia. ¿No es industria y viveza   —22→   ésta de gente no (sic) muy ingeniosa y más que otra política?

Pescan en la mar, con redes, infinitas de aquellas sardinas, que no solamente de vianda en abundancia, pero aun de pan y frutas diversas por ellas son estas gentes mantenidas. Y porque, según el Filósofo en el 1º de las Políticas, cap. 5.º, y en el libro 6.º, cap. 4.º, la vida y ejercicio de los pastores en muchas cosas es semejante a la de los labradores, porque guardar y apascentar los ganados es cuasi curar e cultivar e usar agricultura viva, y después del pueblo que consta de labradores, el segundo lugar en bondad es el pueblo de los pastores (pastoribus qui constat optimus est post populum qui constat ex agricolis)30, por esto será bien traer en este lugar un poco de los pastores, que en las tierras destas Indias donde Dios quiso proveer de ganados, los había. Y estos solamente hasta hoy sabemos que en los reinos del Perú los hobiese, porque   —23→   en ninguna otra tierra o región sino allí se han visto ganados domésticos. En aquellos reinos hobo inmensidad de ovejas, y [en] tanto número, que no puede ser creído. Comúnmente había los hatos y greyes de doce y de quince y de veinte mill cabezas31. Estas eran de tres o cuatro especies. Una especie de ovejas llamaban los moradores naturales de aquellas regiones Llamas, y a los carneros Urcos. Unos son blancos, otros negros, otros pardos; muchos son tan grandes como bestias asnales, mayores algo que los de Cerdeña.

  —24→  

Tienen las piernas muy grandes y [son] de barriga muy anchos; los pescuezos cuasi como de camellos; las cabezas como las ovejas de Castilla, poco más o menos. Llevan tres o cuatro arrobas a cuestas, y otras veces caminan los hombres encima de ellos. Finalmente, se servían dellos para traer leña y otros trabajos proporcionados, como nosotros de nuestras bestias. Son grandes comedores y quieren mucha y grande yerba. Es ganado muy doméstico y quieto. La carne dél no tiene precio en sabor y sanidad, mejor que la de los nuestros32.

La segunda especie es la que llamaban Guanacos, de la figura de los dichos, aunque son mayores algo éstos. Andan monteses infinitos dellos, y son tan ligeros, que a saltos corren que un caballo parece que les pasara apenas.

La tercera especie hay, que llamaron Vicunias, y son más que otras ligeras y menores que los Guanacos. También son monteses. Y puesto que la lana de todos   —25→   los de arriba es muy buena, pero la destas, sin comparación es mejor y más fina.

Es la cuarta especie, a quien nombraron Pacos; y éstos son más que todos pequeños y también domésticos.

Por manera, que como hobiese tan infinito número destas especies de ganados ovejunos, haber grande número de pastores necesario era.

Una cosa me ocurre al presente cerca dellos, que no es chico argumento del buen gobierno que en aquellos reinos estaba puesto e ingeniosa policía. Esta es, provisión y cautela prudentísima para que ningún pastor, andando en los despoblados campos apascentando doce y quince mill ovejas, pudiese hacer una menos, ni una tajada de carne ni un pelo de lana dellas, fingiendo que los lobos, o tigres o perros la comieron, o que hobo entrellas morriña. Cuando alguno se encargaba de oficio, tomaba por cuenta tantas mill cabezas o las que eran; éste era obligado a tornallas por cuenta; y si alguna se perdía padecía él el riesgo. Si se le moría, tenía obligación a poner el cuero a una parte y la lana a otra, la cual daba por peso y cuenta; y toda la carne, por piezas, lo de dentro y lo de fuera, había de salar con sus huesos; por manera, que   —26→   cuando le pedían la cuenta, cuasi tornaba a reintegrar la oveja, poniendo y mostrando pieza por pieza; y así, ni un dedo de carne ni otra cosa podía comer ni aprovecharse el pastor della sin que se viese; y si algo faltaba de todo esto, lo pagaba de su hacienda; y si mill ovejas desta manera daba muertas, no tenía culpa ni pena. Si el lobo o tigre la llevaba y el pastor lo alcanzaba y de acabarla de comer lo impedía, era obligado a mostrar los bocados y dentelladas de la tal bestia, y lo demás había de dar salado de la manera dicha. Parece no ser chica orden y recaudo para evitar las fraudes que cerca de los ganados por parte de los pastores ofrecerse podían.




ArribaAbajoCapítulo IV

De los oficiales de todos oficios, principalmente arquitectos, alarifes, tejedores, plateros y mineros


Y tratemos un poco en los reinos del Perú cuanto a este artículo de los oficiales. Ser grandes geómetras intellectuales, que llamamos arquitectos, que tractan la   —27→   obra y ordenan y mandan lo que se ha de hacer, y manuales, que son los que en la obra ponen las manos, creo que traer muchos testigos no será muy necesario, pues los grandes y ricos y sumptuosos edificios de pueblos, y casas, y templos y acequias de aguas, que arriba, destos reinos, habemos referido, son, no sólo primísimos, pero admirables y espantables; para edificación de los cuales, manifiesto es no sólo concurrir canteros o picapedreros, albañiles y asentadores de aquellas piedras, sacadores dellas en las canteras, traedores también dellas a las obras de muchas leguas, cortadores de madera, traedores della, carpinteros, labradores y asentadores della, caleros, hacedores de mezcla, pintores y de otros oficiales muchas diferencias. Todas estas obras, aunque eran muy perfectas, como se ha visto, empero, lo que excede toda industria e humano ingenio, es la maravilla de hacellas todas sin hierro y sin herramientas, mas de con unas piedras. Y porque hace poco al caso de lo que probar queremos referir particularizadamente todos los oficios que estas gentes tenían, sobra, según creo, sólo mostrar las obras y edificios hechos, de los cuales se puede tomar cierto y no dudoso argumento abundar en otros muchos   —28→   diversos oficios, que particularizallos sería mucho superfluo al presente; con los siguientes dos quiero a esta materia de edificios dar fin y concluilla brevemente.

El uno es las ropas de algodón y de lana que hacían y hoy hacen muy polidas, muy pintadas de diversas y finas colores. (Estas colores hacen de ciertas yerbas.) Muchas mantas de que hacen sus vestidos se han visto de muy fina lana y de diversidad de colores, blanco, negro, verde, azul, amarillo, bien matizadas y proporcionadas, y tan ricas, que parecen almaizares moriscos. Pero lo que más es de admiración, que hagan tapacería (sic); de la de Flandes, muy rica, y no como aquélla, que tiene revés y envés, que de una parte sola suele y puede servir, sino que la que hacen toda es a dos haces, tan bien hecha y hermosa la una como la otra, de la cual en Castilla vide algunos paños que pudieran ponerse y adornar con ellos los palacios del rey. Muchas obras destas hacen cada día, de lana y algodón, muy primas y muy delgadas y finas. Del pelo de unos animales que son del tamaño de liebres, hacen también muy buenas mantas para cubrirse y para la cama, porque son muy blandas, como   —29→   seda, y calientes, y por ende bien estimadas33.

El otro oficio es el de los plateros. Destos hobo infinitos y hay hoy no pocos cuyo ingenio, industria y sotileza quererla encarecer parece, y lo es, cosa superflua y aun imposible. Debía bastar lo que arriba, puesto que poco, se ha dichos y las piezas y obras de oro y plata que se han llevado de aquellos reinos a Castilla, de las cuales testigos son infinitas gentes que las vieron descargar por muchas veces en la ciudad de Sevilla. Tantas ni tanta diversidad de piezas y de tal hechura invenciones dellas y otras tan primas de oro y plata y tan fácilmente y con tanta penuria de instrumentos, nunca jamás los vivos ni los muertos entre algunas naciones del mundo se vieron ni oyeron. Tinajas, cántaros, fuentes, jarros, platos, escudillas, aves, animales hombres, yerbas y todas las cosas posibles hacerse de plata y oro, y otras que no les sabemos el nombre sino llamalles piezas, y de todas en número infinitas, en aquellos reinos por los naturales vecinos dellos hechas   —30→   con los ojos de la cara se vieron, y con las manos se palparon, y por todos los sentidos (sino fue el del gusto, aunque no faltó el gusto del entendimiento) se cognoscieron.

Dos casas se dijo que tenía el Rey del Cuzco en cierto lugar cerca de allí, que eran todas de oro, y la paja con que estaban cubiertas era de oro. Éstas no se vieron, pero argumento dellas hobo, y fue, que con la riqueza que se trujo del Cuzco, preso Atabalipa, se trujeron pajas macizas con sus espiguetas, de la manera propria contrahecha que en el campo nacen, todas de oro. Piezas hobo de asiento, y creo que fue silla, que pesó ocho arrobas. Águilas de plata muy hermosamente, hechas, que cabía en su vientre dos cántaros de agua. Muchas ollas de oro y otras de plata, en cada una de las cuales se cociera una vaca despedazada. Ovejas del tamaño de las naturales de aquella tierra, con sus pastores que las guardaban, tan grandes como hombres, todo hecho de oro. Fuentes grandes con sus caños, corriendo agua en un lago hecho en las mismas fuentes, donde había muchas aves hechas de diversas maneras, y hombres sacando agua de la fuente, todo hecho de oro. Vajillas de todas piezas, y   —31→   fuentes y candeleros, llenos de follajes y labores. Admirables, hechos sin instrumentos, más de con dos pedazos de cobre y, con dos o tres piedras, sin otra cosa alguna de que se ayuden. La chaquira, que, son unas cuentecitas no mayores que cabezas de chequitos alfileres y horadadas, que es joya entre ellos muy preciada, y que hay en una sarta infinitas muy menudas que apenas se divisan o pueden ver es obra sobre todas las que hacen prima, sotilísima y muy extraña.

Labran piezas espantables, juntando plata con oro y oro y plata con barro sin soldadura, que no hay oficial de los nuestros que alcance y que no se espante cómo puedan cosas tan diversas juntarse; por manera que hacen una tinaja que el pie tiene hecho de barro y el medio della es de plata y lo alto es de oro; esto, tan prima y sotilmente asentado o pegado lo uno con lo otro, sin estar, como dije, soldado, que en sola la color se distinguen los diversos metales34.

  —32→  

Otro primor tienen aquí grande: que como va llegándole la plata hacia el oro, va perdiendo la color y tomando la del oro, y como el oro se va llegando a la plata, va perdiendo su color y tomando la de la plata.

Hacen asimismo estampas y cordones de oro y muchas otras cosas de oro. Sin los vasos. Y destos oficiales hay muchos tan muchachos, que apenas saben bien hablar.

El sacar de las minas la plata no ha sido menos la manera ingeniosa que lo questá dellos relatado. En muchas partes de aquella tierra donde hay grandes mineros de plata, como es en el Cerro de Potosí35, y no era posible por vía humana   —33→   con huego encendido y avivado con fuelles hacer correr el metal, por la fortaleza dél o por otro secreto natural, inventaron esta manera y arte para lo hacer contra toda su fortaleza o secreta fuerza natural, (conviene a saber): hicieron ciertas como macetas o vasos de barro llenos todos de agujeros, como suelen ser los albahaqueros en España, por donde, cuando los riegan, se distila el agua. Con estos se suben a los cerros más altos y hínchenlos de carbón, y encima del carbón ponen el metal; viene el viento Sur, o mareros o embates de día y de noche, cuando vienta, y entra por aquellos agujeros y a cabo de su rato corre por ellos el metal; después de lo cual, con unos fuelles chiquitos que ellos tienen, lo apuran y afinan y ponen con buena industria en perfección su plata. Y así, en las minas desta especie, sin el viento, plata ninguna se podrá sacar; y cuanto más el viento es mayor, mayor es la cantidad de la plata que se saca.

Cosa es de ver y de maravillar de noche como los cerros están llenos de infinitas luminarias por la lumbre que resulta y sale por los agujeros de aquellas hornillas, o más proprios albahaqueros, como cada uno tenga muchos y los indios que a este oficio vacan sean innumerables, y también muchos españoles.

  —34→  

En las otras minas de plata donde no es tan fuerte como aquesto el metal, su común, sacar dellos la plata, es haciendo un hornillo de barro, y poniendo en él su carbón y sobre él su metal, sóplanlo y enciéndenlo y avívanlo con un cañuto hueco de caña o de palo, hecho para aquel oficio; y este es su modo de sacar tan inmenso e inaudito peso y número como en aquellos reinos las gentes naturales dellos han sacado de plata. El oro de las minas por otra manera y arte, aunque con grandísimo trabajo, pero no con tantos achaques y dificultades y rodeos, se saca.

Y con esto damos conclusión a la segunda parte de la república por sí suficiente y bien ordenada, que, según Aristóteles, fue y es que haya en ella oficiales, etc., etc.




ArribaAbajoCapítulo V

De la gente militar, su educación y disciplina; armas, provisiones y almacenes para ellas; táctica y política en la guerra


Yendo, pues, por este camino, y prosiguiendo la materia comenzada de la gente de guerra, entremos en la relación de las gentes del Perú, dejados otros reinos y provincias.

  —35→  

Grande solía ser la provisión y cuidado tenía della, para que fuesen proveídos todos los hombres de guerra en aquella tierra. De aquí e de otros muchos argumentos que abajo se traerán, parece seguirse que en aquellos reinos del Perú había gente señalada y dedicada para sólo la guerra, sin tener ni que vacasen a otro ningún oficio; y es así, según afirman los religiosos que por muchos años de conversación y experiencia la lengua de aquella tierra estudiaron y supieron y de propósito han inquirido las leyes y costumbres y secretos y antigüedades de aquellas gentes penetrado36. Tenían, pues, ordinarias guarniciones y gente de armas que no entendían en otra cosa sino en las guerras y estar aparejados para ellas. Por esto eran muy privilegiados y exentos de otros servicios.

El modo que se tenía en elegir los hombres para la milicia, era éste: En cada pueblo había maestros de enseñar la manera de pelear y ejercitarse en las armas.   —36→   Estos tenían cargo de tomar todos los niños de diez hasta diez y ocho años, en cierta hora o horas del día, e dábanles forma de reñir de burlas o de veras entre sí e [que] se ejercitasen como quiera en las armas; y los que destos salían de más fuerzas y más valientes, más ligeros y aptos para la guerra, y feroces, aquellos mandaba el Rey que los señalasen y fuesen dedicados al ejercicio bélico, y desde adelante cada día más usasen a pelear de burlas o de veras, hasta que fuesen de edad para servirse dellos en las guerras. Mandábales dar sueldo conveniente de que comiesen y se criasen, y que gozasen de sus privilegios.

Tenían otra manera de probar los niños y cognoscer lo que después de grandes harían en las peleas. Después de llegados a los diez y ocho años, poníanlos delante del capitán general o de aquel maestro que tenía cargo deste ejercicio, y mandaba a uno que tenía una porra o alguna otra arma en la mano, «ven acá, mátame aquél», [e] iba y alzaba la porra como que le quería dar; y si el mozo rehuía la cara de miedo, apartábalo y dejábalo para que toda su vida fuese labrador, y su oficio y ocupación fuesen obras serviles; pero al que no huía la cara, dedicábanlo para el   —37→   arte militar, mandándole que siempre se ocupase en ella; y desde luego era hidalgo, y gozaba de los militares privilegios. Por estas vías tenían los Reyes de aquellos reinos de señalados hombres muchas grandes guarniciones.

Todos los privilegios y exenciones que le gente de guerra de los Reyes concedidos tenían, eran a costa del Rey; y cuando movía guerra alguna, de sus rentas todos los gastos y sueldo de la gente pagaba, porque el pueblo en cosa ninguna fuese gravado. Para provisión de lo cual, tenían los Reyes modo y providencia admirables. Habían mandado edificar en los cerros muy altos y lugares cómodos, según la calidad y disposición de las provincias muchas casas en renglera y juntas unas con otras, muy grandes, y depósitos de todas las cosas de que había en todo el reino, que ninguna cosa faltaba. Unas estaban llenas del maíz o trigo, pan común de la tierra firme destas Indias, y frísoles, habas, papas, camotes, xicamas, que todas son raíces comestibles y buenas, con otras especies dellas. Había depósitos de sal, de carne seca y curada al sol sin sal, carne también salada y pescado salado y pescado sin sal, curado al Sol y otras cecinas; y finalmente grandísima   —38→   provisión y abundancia de comida, cuanta se podía haber y había por todo el reino.

Había otros depósitos de ovejas y carneros vivos, así para comer como para llevar cargas. Había casas y depósitos llenos de lana en gran cantidad, y de mucho algodón con sus capullos y en pelo, y también hilado. Otras casas llenas de camisetas y mantas hechas de lana fina y de lindos colores, y de camisetas y mantas de algodón. Casas llenas de cabuya, inequen y de pita, que ya dijimos ser especie de lino, y de cáñamo; desta mucha en pelo y en cerro, y de hilada y torcida, e infinitas sogas y cabestros dello hechos. De inmensa [¿innúmera?] cantidad de cotaras37, que son su calzado para los pies, como alpargates, hechos de diversas y lindas maneras. Había depósitos también de mantas muy ricas y de naguas, que son las faldillas o medias faldillas, y camisas riquísimas para solas las grandes señoras. Había depósitos de gran número de toldos, que son como tiendas de campo, para la gente de guerra. Infinita cantidad de hondas   —39→   y piedras hechizas para tirar con ellas; arcos y flechas y hachas de armas y porras de cobre y de plata, y macanas, que son llanas, aunque sirven como porras; rodelas, plumajes; infinita bixa, ques la color bermeja, conque se untaban para se parar horribles y feroces en las batallas; de manera, que ninguna cosa en aquestos depósitos de provisión faltaba, ni para guerra ni para paz. Las porras eran a manera de estrellas, y pasaba el palo por medio con un astil cuasi de cuatro palmos, y traíanlas ceñidas al cuerpo del brazo, y las hachuelas de armas, con otro hastil de tres palmos, al otro lado, atadas a la muñeca del brazo. Algunas porras eran de piedra labrada. Estos vocablos cotaras, macanas, bixa y maíz y maguey, fueron vocablos DESTA isla, y no de la Tierra Firme, porque por otros vocablos allá estas cosas llaman.

Las causas porque movían comúnmente sus guerras eran, o porque alguna provincia de las subjetas se venía a quejar de otra que no era súbdita, por alguna injuria o daño della recebido, o porque alguna de las subjetas contra el Rey se rebelaba; y éstas eran las causas ordinarias. Otras hobo, algunas veces por ambición del Rey, queriendo dilatar su imperio, y señorío,   —40→   como hacen muchos tiranos en el mundo.

Antiguamente, antes que señoreasen aquellos reinos los Reyes Ingas, tenían guerra sobre las aguas y tierras; y por estas causas tenían sus pueblos en cerros altos y en peñas, y hacían fortalezas donde subían su comida con mucho trabajo y pena. No tenían otras armas sino hondas, y unas rodelas. Éstos eran los de las sierras; pero los de los Llanos, que se llaman yungas, tenían flechas y unos dardos que tiraban con amiento, y debían ser como las tiraderas de ESTA isla.

Cuando la provincia era pequeña contra la cual se determinaba la guerra, enviaba el Rey a un debdo suyo por capitán general; pero si era grande, iba él en persona a dar la batalla.

La gente de guerra estaba tan bien morigerada, tan modesta, tan ordenada y tan contenida dentro de los límites de la razón, que cincuenta mill hombres y muchos más que solían, si era menester, juntarse, iban por los caminos reales; y llegando y pasando por los términos de cualquiera lugar chico o grande, no entraba en el pueblo hombre alguno dellos, sino todos se aposentaban en el campo; y si convenía, por la comodidad, entrar en el   —41→   pueblo, estábanse en la plaza sin entrar en alguna casa; y aunque viniesen rabiando de hambre, no osaría hombre de ellos tomar un pollo ni grano de maíz, ni hacer menos a ningún vecino, contra su voluntad, un hilo de lana.

Luego, los oficiales que para esto allí, el Rey tenía puestos, sacaban las provisiones de comida y bastimento que tenían ya guisada y aparejada, y de todas las otras cosas que al ejército y a cada particular persona dél eran necesarias. Repartíanse por sus cohortes y capitanías los vestidos, calzados, tiendas y armas y todo lo demás que les faltaba. Hurto, agravio, fuerza, mala palabra a ninguna persona era dicha ni hecho, ni había quien ninguno del ejército se quejase, porque hobiera gran castigo, y sobre ello había gran orden y cuidosísimo recaudo. Pero, principalmente procedía esta observancia, de ser la gente de su naturaleza más que otra del mundo subjectísima y obedientísima a sus Reyes y Señores, por su innata mansedumbre y humildad. Y así, aquellos ejércitos, tanta era su modestia, su orden, su regla y la justicia que para con todos guardaban, que más se podían decir parecer convento de frailes muy regulados, no quiero decir que destos soldados, pero   —42→   que ni muy quietos y honestos ciudadanos38.

La misma provisión y en toda abundancia de las cosas necesarias hallaba el ejército en cualquiera despoblado por donde pasaba, porque en todas partes había los grandes depósitos llenos de las cosas de provisión de suso señaladas.

Cuando comenzaban a pelear, lo primero era con las hondas, en que eran muy diestros y con que disparaban infinita pedrería, como entre nosotros disparamos nuestra artillería, cuando al ejército contrario puede alcanzar; después que más se acercaban, peleaban con las flechas; a la postre venían a las manos y usaban de las porras y macanas y las otras armas39.

Si la gente contraria o culpada salía a recibir de paz con humildad y satisfacía y aplacaba de obra o por palabra, siempre los recebían con benignidad, y a los que les hacían guerra solamente peleaban hasta subjectarlos. Después de subjectos, tomábanles   —43→   alguna gente para su servicio, a manera de esclavos, los cuales poco difirían de libres en los trabajos que los imponían y en el ordinario tratamiento. No eran crueles contra los enemigos ni se holgaban de matar ni hacer en ellos crueldades después de rendidos, antes fácilmente se aplacaban y perdonaban las injurias recebidas, desque vían las victorias ser concluidas.

Tenían cierta manera de orden de caballería, cuasi como los de la Nueva España, aunque no con tantas cerimonias ni a tanta costa, puesto que, por ventura de más alta guisa; y debía ser para obligar los caballeros a hacer valentías en las guerras. Esta era la de los Orejones, la cual no podía ninguno tomar ni profesar sino los del linaje de los. Señores Ingas, y con licencia y privilegio del Rey. Las cerimonias que para esto hacían eran estas: el que había de ser orejón y armado caballero, había de ayunar cuatro días sin comer cosa alguna, y al cabo dellos; hacíanle correr por unos cerros mirándolo todo el pueblo. Después mandábanle luchar con otros mancebos, y ejercitado y probado en esto, horadábanle las orejas por el cabo de abajo, ques lo más blando dellas, y metíanle por el agujero un palillo delgado   —44→   y pequeño. Luego hacíanles más grandes aquellos agujeros, y más y más, hasta ser tan grandes que puedan meter por ellos un rollete de muchas vueltas como un aro de cedazo chequito con que suelen los taberneros colar el vino. Si es gran Señor el caballero, póneselo de oro o de plata. E aina parecerán estas orejas a las de los fanesios, gentes de unas islas que están en el Océano septentrional; los cuales, según Plinio (lib. 4.º cap. 27)40, viven desnudos, pero tienen unas orejas tan grandes, que les cubren todo el cuerpo.

Esta era y es la suprema hidalguía y honra y caballería entre ellos, y manera de armarlos caballeros o hacer profesión en ella, después de ser Supremo Señor en aquella tierra. Ninguno podía usar de esta insignia, que era tener las orejas tan grandes como dicho es, sino los del linaje del Señor Supremo, ni sin su autoridad y licencia, ni sin haber hecho las cerimonias ya dichas. Hacía, empero, el Rey mercedes, aunque raras veces, a algunos señores grandes que pudiesen hacer estas   —45→   cerimonias y usar de aquel privilegio, yendo las orejas de aquella manera.

Después que los españoles entraron en aquellos reinos, muchos de los Señores que hay usan ya libremente de aquella preeminencia, como falta quien se lo impida; pero en tiempo de los Reyes ninguno lo osara hacer.

En estos actos y cerimonias se les ponía el nombre con que aquellos caballeros para toda su vida habían de quedar, quitado el que hasta allí habían tenido. Había costumbre entre todas aquellas gentes de mudar tres veces los nombres: uno ponían al niño y la niña de cuatro días nacido, el cual era puesto ab eventu (conviene a saber) por alguna cosa que a él o a otros aquel tiempo acaeciese segundo, en llegando el niño a los ocho años, y entonces le tresquilaban los cabellos y poníanle aquel nombre que su padre o agüelo había tenido cuando niño. La tercera mutación del nombre acostumbraban hacer a los diez y ocho años, y tresquilábanlo otra vez, poníanle nombre comúnmente de su padre o agüelo, y con éste se quedaba y nunca más se había de tresquilar; pero a los señores y caballeros de la dicha caballería, ponían el nombre con que había de quedar en aquellos actos   —46→   de la profesión que dijimos, lo cual concluido, todos los parientes y amigos hacían muy señalada y regocijada fiesta de comer y beber, con bailes y danzas y todas las maneras que tenían de alegría y regocijo. Y con esto se fenecían las cerimonias de aquella orden y caballería, y así quedaban en gran dignidad y estima de todos, aquestos los caballeros armados así, aunque harto a menos costa de trabajos y penitencia y ayunos y vigilias y devoción y bendiciones sacerdotales, y también peligros, que los caballeros de la Nueva España que profesaban la orden y caballería de Tecuitli; y aunque parece aquesta de los orejones de más autoridad y dignidad y estima, empero la de los Tecuitles cierto más pomposa y más célebre y adornada de cerimonias y con más propios y trabajosos actos del caballero que la profesaba se merecía. Y esto, cuanto a la tercera parte de la república bien ordenada y que es estar proveída de gente de guerra, que la hobo entre aquestas indianas gentes, sufficiat.



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ArribaAbajoCapítulo VI

De la riqueza de los Señores y particulares. -Comercio y moneda


Los Reyes y gentes del Perú asaz ricos eran y suficientísimamente proveídos estaban de las cosas necesarias para las guerras que quisiesen mover contra otras gentes (como parece por el capítulo precedente), y pocos Reyes del mundo leemos que tal provisión para ellas ni tal orden hobiesen tenido; y si de oro y plata hablamos, pocos o ninguno de los Reyes, que se leen fueron tan ricos. Sobraba pues, la provisión que tan abundante y cierta y contina y prompta y perpetua tenían en aquellos depósitos, para que cuanta gente de guerra quisiesen los Reyes juntar fuese muy suficientemente proveída. Era mirable la industria, orden y providencia que los Reyes tenían puesta en que aquellas alhóndigas y depósitos estuviesen siempre llenos de todas las cosas necesarias, no sólo para la guerra, pero para otros bienes públicos. Estos depósitos estaban edíficados junto a los Caminos Reales, y a sus trechos y jornadas, convinientes en los despoblados y otros   —48→   en las ciudades. Cada provincia comarcana era obligada, por título de tributos para el Rey, a labrar o hacer labranzas y sementeras cuando el pan, ques el grano del maíz, y las otras cosas de mantenimiento de los frutos de la tierra, en ciertas tierras que estaban señaladas e se nombraban del Rey e Señor. Cogidos los frutos, encerrábanlos en aquellos depósitos, que eran unas casas muy grandes. Lo mismo se hacía de las carnes y pescados en cecinas; lo mismo de las mantas para vestidos y calzados; lo mismo de las armas y de todas las otras cosas que arriba se señalaron, porque todo esto tributaban. Y estas casas de depósitos y las cosas que en ellas se metían y guardaban, tenían título del Rey, como quien dijese las Atarazanas Reales.

Cuando estas provisiones no se gastaban, porque no había guerras o porque de las fiestas que los Reyes hacían (porque de aquellos depósitos para ellas gastaban) sobraban, y también porque no se dañasen, tenían ordenado y mandado que cada tres años se renovasen y tornasen a hinchir de todas las cosas que de antes llenas estaban. Y lo que para reyes gentiles y sin lumbre de fe, y aun para reyes católicos y buenos cristianos, es cosa de grande   —49→   ejemplo e imitable, que tenían tanto cuidado de los pobres, que cada vez que los depósitos se renovaban, todo lo que en estos había de lo viejo, se repartía por los pobres, comenzando de las viudas y huérfanos y otras personas necesitadas. Esta obra y providencia era digna de rey prudentísimo, piísimo y digno de reinar y gozar de sus reinos por muchos años.

Item de ganados había muchas personas riquísimas, que ni los ganaderos de Soria ni aun los Padres antiguos parece haber tenido tan grandes ayuntamientos Y hatos de ovejas, ni en tantas partes como aquéllos tenían.

Cuanto a los tratos, comercios y contrataciones, en los reinos del Perú tenían también sus comercios y lugares señalados para ellos, donde compraban y vendían, y la moneda, o en lugar de moneda, que usan, es cierta yerba, que llaman en su lengua Coca, que es como hoja de arrayan, la cual, trayéndola en la boca, no sienten hambre ni sed por todo el día. Yo la he visto traer continuamente (si quizá no es otra)41 a la gente de la provincia de Cumaná y aquella   —50→   costa que dicen de Paria abajo, hacia donde se solían pescar las perlas; la cual les causaba «una grande fealdad, que teniendo los dientes de su naturaleza, muy blancos y muy buenos, se les hacía sobrellos una costra gruesa tan negra como si fuera de azabaja [azabache]. También se usa traer yerba en la boca en las provincias dentro en la tierra que van a Popayan, y así debe ser por toda aquella tierra y reinos o por mucha parte dello, puesto que no sabré decir si es toda una la Coca del Perú y las yerbas que por las otras provincias traen las naciones dellas en la boca. Si son diversas, deben tener la misma virtud, y el fin de traellas debe ser por conseguir el mismo fruto.




ArribaAbajoCapítulo VII

De los dioses, ídolos y fábulas religiosas


Primero que descendamos a la multitud de los dioses, se ha de saber que antes que el capital enemigo de los hombres y usurpador de la reverencia que a la verdadera deidad es debida, corrompiese los corazones humanos, en muchas partes de la Tierra Firme tenían cognoscimiento   —51→   particular del verdadero Dios, teniendo creencia que había criado el mundo y era señor dél y lo gobernaba, y a él acudían con sus sacrificios, culto y generación y en sus necesidades. Y en los reinos del Perú le llamaban Viracocha, que quiere decir Criador y Hacedor y Señor y Dios de todo42.

Y para que se tenga noticia de los dioses que aquellas tan infinitas naciones tenían y adoraban, es de tomar por regla general, que por todo aquello que se sabe de aquella vastísima Tierra Firme, al menos desde la Nueva España y atrás mucha tierra de la Florida y de la de Cíbola, y adelante hasta los reinos del Perú inclusive,   —52→   todos veneraban el Sol y estimaban por el mayor y más poderoso y digno de los dioses, y a éste dedicaban el mayor y más sumptuoso y rico y mejor templo, como parece por aquel grandísimo y riquísimo templo de la ciudad del Cuzco, y otros en el Perú. El cual en riquezas nunca otro en el mundo se vido, ni en sueños se imaginó, por ser todo vestido de dentro, paredes y el suelo, y el cielo o lo alto dél, de chapas de oro y de plata, entretegidas la plata con el oro, no piezas de a dos dedos en el tamaño ni delgadas como tela de araña, sino de a vara de medir, y de ancho de a palmo y de dos palmos, gruesas de a poco menos que media mano, y de media y de una arroba de peso. Los vasos del servicio del Sol, tinajas   —53→   y cántaros, de los mismos metales, tan grandes, que, si no los viéramos, fuera difícil y casi imposible creerlo; cabían a tres y cuatro arrobas de agua o de vino o de otro licor, como arriba más largo en el capítulo 2 lo referimos.

Entremos ya finalmente a tratar y fenecer la materia de los dioses en las grandes regiones y reinos del Perú, donde tanta multitud de naciones y tan bien ordenadas y regidas vivían, y muy dadas y ejercitadas en la religión. Todas ellas tenían sus ídolos y dioses artificiados de piedra y madera, cada pueblo y quizá cada casa y vecino en particular. En ellos, según se decía, les aparecía el Demonio en diversas figuras, conviene a saber, que aparecía a los sacerdotes y hablaba con ellos; porque no se tiene el traidor en tan poco, que se deje ver de todos.

Dos especies de gente eran más que las otras religiosas y a los dioses más devotas (conviene a saber), las que vivían en las sierras y las de la costa. Los serranos, por lo que toca a sus sementeras, las cuales muchas veces se les perdían, dellas por falta de lluvia y dellas por sobra de nieves o hielo; los de la costa de la mar por sus pesquerías. Por estas necesidades tenían sus dioses que en aquellas cosas   —54→   presidían, y a ellos, cuando les convenía, con sus devociones y sacrificios acudían. Tenían para ellos sus templos en los picos de las sierras altísimas y asperísimas, y en la mar dentro de algunas islas. A todas las cosas que les parescía tener alguna cualidad señalada más que las otras, como si una sierra tenía un pico o alguna peña que diferenciaba de las otras y parecía mejor puesta o de más agradable, a su parecer, hechura, o alguna concavidad, creían tener alguna participación de deidad, por lo cual le tenían especial devoción y le hacían reverencia y sacrificio.

En aquellos tiempos se tuvo por dios una muy rica esmeralda en la provincia de Manta, que es la que agora llaman Puerto Viejo, la cual ponían en público algunos días y la gente simple la adoraba. Y cuando algunos estaban malos, íbanse a encomendar a la esmeralda, y llevaban otras piedras esmeraldas para le ofrecer, por persuación del sacerdote, dándole a entender, que por aquella ofrenda la salud le sería restaurada.

Tenían también a los Señores que les habían bien y justamente y con amor y suavidad gobernado y sido provechosos a los pueblos, por más que hombres, y a poco vinieron a los estimar por   —55→   dioses y a ofrecelles sacrificios y acudir a ellos, invocándoles en sus necesidades.

Estas y otras cosas tenían en veneración las gentes de aquellas provincias en todo el tiempo que precedió al señorío y reinado de los Reyes Ingas, mayormente al primero, que llamaron Pachacuti Inga, que quiere decir «Vuelta del Mundo» y porque los puso en mucha y más polida policía que la que antes tenían, y por esta polideza y mejoría les parecía que se volvía el Mundo de un lado a otro.

Pero este Rey y sus sucesores, más discreto y verdadero conoscimiento tuvieron del verdadero Dios, porque tuvieron que había Dios que había hecho el Cielo y la Tierra, y el Sol, y Luna, y estrellas y a todo el Mundo, al cual llamaban Condicibiracocha, que en la lengua del Cuzco suena, «Hacedor del Mundo». Decían que este dios estaba en el cabo postrero del Mundo, y que desde allí lo miraba, gobernaba y proveía todo; al cual tenían por Dios y Señor, y le ofrecían los principales sacrificios. Afirmaban que tuvo un hijo muy malo, antes que criase las cosas, que tenía por nombre Taguapicaviracocha; y éste contradecía al padre en todas las cosas, porque el padre hacía los hombres buenos y él los hacía malos en los cuerpos y en   —56→   las ánimas; el padre hacía montes, y él los hacía llanos, y los llanos convertía en montes; las fuentes que el padre hacía, él las secaba; y finalmente, en todo era contrario al padre; por lo cual, el padre, muy enojado, lo lanzó en la mar para que mala muerte muriese, pero que nunca murió43. Parece aquesta ficción o imaginación significar la caída del primer Ángel malo, hijo de Dios por la criación, pero, malo por su elación y siempre contrario de Dios su Criador. Fue lanzado en la mar, según aquello del Apocalipsi, capítulo 20: Diabolus missus est in stagnum, etcétera. Decían también que el Sol era el principal criado de Dios, y que es el que habla y significa lo que Dios manda; y no iban en esto muy lejos de la verdad, porque ninguna criatura (sacados los ángeles y los hombres) así representa los atributos y excelencias de Dios (según San Dionisio, 4.º de los Divinos nombres), como el Sol. Y así, como tenga y produzga tan excelentes y diversos efectos ¿qué otra cosa parece sino manifestar y publicar las excelencias   —57→   y operaciones que en estas cosas criadas obra el Criador y verdadero Dios? Por lo cual lo servían y honraban y ofrecían sacrificios; pero primero y principalmente a Conditibiracocha, Hacedor del Mundo, como a Señor de todo.

Aquel Rey Pachacuti, como comenzó a gobernar aquellos reinos, como fueran muchos juntos, como se dirá, lo primero en que puso orden fue en las cosas del cultu divino, y para esto quiso informarse de todos los dioses que cada pueblo y provincia y casa tenía; y cuando le venían a dar la obediencia, inquiría qué dioses tenían y ofrecían sacrificio y acudían en sus necesidades. Cada uno le daba cuenta de su dios, diciendo unos que tenían por su dios a la mar, como los pescadores; otros a las peñas altas, o sierras como los labradores y gente serrana; otros a las aves o a tales aves; otros a los árboles o a maderos que ellos labraban; otros había que adoraban las zorras, o leones o tigres, porque no les hiciesen daños y por persuasión de los demonios que en aquellas bestias o en figuras dellas respondían y hablaban con los sacerdotes. Otros, también decían que veneraban a Señores que habían tenido, porque los habían blanda y suavemente gobernado; y así poco a   —58→   poco vinieron en opinión que aquellos eran más que hombres.

Dándole cada uno cuenta de los dioses a quien servían y adoraban, dicen que de muchos de los dioses que le referían se reía y burlaba y dando a entender que aquellas cosas no eran dignas de ser dioses, y así se lo declaró diciendo que era escarnio tener y adorar cosas tan bajas y viles por dioses, y que no los debían de reverenciar ni ofrecer sacrificio; pero que, por no dalles pena, les daba licencia que los tuviesen como antes los tenían, si quisieren, con tal condición que sirviesen y reverenciasen por sumo y mayor dios que todos los dioses al Sol. Porque, decía él, que el Sol era la mejor cosa de todas y la que más bienes y provechos hacía a los hombres, por lo cual los hombres eran obligados a servirlo y venerarlo más que otra cosa alguna por Dios y Señor. Y para inclinarlos más a la veneración y reverencia y aceptación por cosa más veneranda que otra, después de Dios, al Sol, por su mismo ejemplo dedicó luego las casas que tenía en la ciudad del Cuzco de su padre y agüelo, y predecesores, donde al presente, su padre, que aún era vivo, y él habitaban, para templo del Sol; de las cuales se salieron y en ellas hicieron   —59→   aquel solenísimo, riquísimo y admirable templo, de que arriba en el cap. 2 hecimos mención. Estas Casas y Palacios Reales hasta entonces se llamaban Chumbichuncha, y de allí adelante se llamaron Coricancha, que quiere decir «cercado de oro», porque hizo labrar en muchas piezas excelentes más y mayores que las que había de piedra maravillosamente labrada, cercadas de planchas de oro y plata enrededor, y por mezcla en algunas partes se puso plata, como en el cap. 5544 ya se refirió.

Puso en una pieza muy rica y señalada dellas la estatua del Sol, de bulto, toda de oro, con el rostro de hombre y los rayos de oro como se pinta entre nosotros. Esta sacaban algunas veces al Sol, porque decían que le comunicaba el Sol verdadero a aquel de oro su virtud. Hacíanle cada día dentro de aquella capilla o pieza rica grandes sacrificios, como se dirá. Mandó hacer mucho número de mazorcas de maíz, todas de oro fino, que estaban delante del Sol. Tenía dentro del mismo templo o del circuito de los edificios una huerta mediana, que hoy también vive, trayendo   —60→   la tierra muy fértil de muy lejos para plantalla, y para la regar se trujo una fuente de luenga distancia por caños labrados de maravilloso artificio, que hoy también sirve de su oficio en la misma huerta. En esta huerta se sembraba cada año maíz e otras sementeras para comida, que se ofrecía todo al Sol en sacrificio. Esta huerta cavaba y sembraba con sus propias manos el mismo Rey Pachacuti Inga y sus hermanos y deudos más cercanos, y esto estimaban por grande honor y dignidad, así en el tiempo del sembrar como en el de la cosecha. En estos dos tiempos se hacían grandes fiestas, convites, alegrías y regocijos.

Puso en este templo, para servicio del Sol, gran número de mujeres y doncellas, hijas de Señores, unas, las más principales, consagradas para mujeres del Sol; otras para criadas y sirvientas suyas; otras para criadas destas mujeres; otras para criadas de sus criadas. Sus mujeres y criadas le servían haciéndole ropa muy rica labrada por maravilla, y vino y las comidas que le ofrecían. Todas estas mujeres y criadas eran doncellas vírgines, y guardábase con tanto rigor, que si se quebrantara se tuviera por inexpiable delito, y no se castigara con menos que con crudelísima   —61→   muerte. Afirman nuestros religiosos, muy entendidos y expertos en aquella lengua, que muchas veces oyeron afirmar a los viejos dellos, nunca haberse hallado jamás falta en esto en aquellas mujeres. Era inestimable honra y dignidad ser del número dellas. Llamábanse Mamaconas, que en su lengua quiere decir Señoras Madres. Puso eso mismo en aquel templo sacerdotes que celebrasen y ejercitasen su oficio cerca del culto del Sol. Adornolo de maravillosos y ricos y grandes vasos de oro y plata para servicio del Sol. Finalmente, lo proveyó en edificios, vasos, ministros varones y mujeres, riquísima y abundantísimamente, como prudentísimo y religiosísimo, devoto y magnánimo Rey o Señor. En tanto grado se halla este Rey haber sido estudioso y vigilante cerca del cultu del Sol, tenido cuasi por Dios, aunque falso Dios, que afirman los nuestros que pluguiese al verdadero Dios, que, a ejemplo de aquel que le ignoraba, nosotros que por su benigna (sic) condescendencia le cognoscemos, cerca de su servicio fuésemos tan solícitos y devotos como él lo era para con el Sol, que creía, y estimando erraba, ser poco menos que Dios, o quizá lo igualaba con Dios, aunque confesaba haber sido hechura del verdadero Dios.

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Hizo edicto público y universal en todos sus reinos y señoríos, mandando a todos los Señores y sus antiguos subjectos, y a todos los que de nuevo por sus nuevas y fama loable, venían a se le subjectar, que cada uno hiciese en los pueblos de su señorío y gobernación, conforme a la calidad del Pueblo, un templo al Sol, y lo adornase y proveyese de suficiente servicio, sacerdotes y otros ministros, a la manera de aquel que en la ciudad del Cuzco él había constituido; y que puesto que les dejaba los dioses antiguos que cada uno tenía, esto no era porque aquellos fuesen dioses, sino por condescender con ellos y contentarlos; por tanto, que ya que se quedasen con aquellos, tuviesen por principal Dios y Señor al Sol y como a tal le edificasen los templos y adorasen y sirviesen. Lo cual se puso así por obra por todas las tierras de su Señorío, que ni poco ni mucho era sino unas mil y tantas leguas.

Y así, en cada provincia, aunque había templos dedicados a particulares dioses, siempre el más principal y suntuoso y de mayor veneración era el del Sol a ejemplo y semejanza del que el gran Rey constituyó, en la ciudad Real del Cuzco al Sol. Del cual está hoy en pie la mayor   —63→   parte de los edificios, aunque no con la riqueza y servicio que antes tenía, porque allí se hizo un convento de la Orden de Santo Domingo; pero hay hoy vivos algunos viejos, que eran de los dedicados al servicio de aquel templo, y viejas de las vírgenes Mamaconas.

Digna cosa es esta de mucha consideración, que un hombre sin fe ni cognoscimiento del verdadero Dios, o al menos no parecía que tenía más que los otros, con sola la lumbre de la razón natural conosciese que aquellas cosas que los otros estimaban y servían por dioses, no merecían tal reverencia y servicio como se debe a Dios; e ya que él erraba, escogía al menos la más excelente de las criaturas por Dios, entendiendo y confesando tácitamente, que la cosa que en las cosas es la mejor, aquella merecía y merece ser Dios; y cuanto más que, como arriba queda dicho, expresamente cognoscía que el Sol era criatura del verdadero Dios.

Consideremos también, que si aquél alcanzara fe y cognoscimiento del verdadero Dios, ¿qué fueran los templos, cuáles los ministros, cuántas las riquezas, las cerimonias, los sacrificios que constituyera por honra del divino nombre y ejercicio de la cristiana religión? Al menos, creíble   —64→   cosa es, que si no pudiera hacer más y mejores las cosas, hiciérelas con mayor certidumbre y confianza de la remuneración, y más íntima y suave devoción que las hacía por el Sol.

Con esto cierro la materia y relación de los dioses de más de tres mil leguas de tierra destas nuestras Indias; lo cual basta para conjeturar que todas las demás naciones que hay, de que aún no tenemos noticia, serán en esto semejantes a las referidas, poco menos o poco más.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De otros templos famosos que había en el Perú, su forma y edificio


Resta, para concluir esta materia de templos, referir en breve lo mucho que había que tratar de los templos solenísimos y riquísimos más que alguno pueda con exceso encarecer, que tenían las ciudades y pueblos celebratísimos de los reinos del Perú. Y sólo se ofrece decir de la forma de sus edificios, la cual no del todo se me ha expresado, porque los primeros que allí entraron no curaron de la especular45.

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Dos maneras de templos hobo en aquellos reinos, que diferían en la forma. Una dedicada a los dioses antiguos que aquellas gentes, antes que reinasen los Reyes Incas, reverenciaban por dioses, y otra los templos consagrados al Sol. Ya queda dicho arriba, cómo, cuando comenzó a reinar aquel prudentísimo y religioso Rey Pachacuti, primer Inga, quisiera quitar todos los dioses de la tierra, por parecelle que no merecían ser dioses, pero por no dar pena ni entristecer a los pueblos, permitió que se quedasen cada uno con los suyos, con tanto que rescibiesen y venerasen al Sol por verdadero y principalísimo Dios. Y para diferenciarlo de los otros dioses, ordenó muchas cerimonias, sacrificios y servicios y ministros servidores, y otras cosas cuantas pudo.

Entre aquellas fue una, conviene saber: que los templos se le edificasen de otra manera y en otros lugares que a los otros dioses (de quien él burlaba) solían edificarse. A los otros edificaban los templos dentro de los pueblos y en lugares llanos y bajos. Todos los aposentos y retretes y partes dellos eran muy menudos y escurísimos, que a cualquiera que hobiese de entrar en ellos, había primero de se angustiar y temblarle las carnes. Bien   —66→   parecía que el que allí quería ser reverenciado, en tinieblas vive y en tinieblas anda; y a los que le sirven, a las tinieblas sempiternas negocia de llevar.

Pues como el Rey Pachacuti estimase de aquellos dioses o que eran falsos o que eran malos, como en la verdad lo eran, porque el Demonio en algunos aparecía y quería ser adorado, y tuviese al Sol por dios bueno y mejor que los suyos, y, por consiguiente, siempre quisiere de aquellos diferenciarle, mandó hacer los templos del Sol siempre en los lugares más eminentes y altos; esto es, que los mandaba edificar en los cerros que las ciudades por su eminencia y altura señoreaban; y si cerros o sierras no había naturales, por ser la tierra toda llana, mandaba hacer los altos de tierra junta mucha, que se allegaba con industria humana. En el cerro o sierra natural o hecho industriosamente de tierra aquel mogote alto, la forma del templo desta manera se ordenaba: Hacíase una cerca de pared muy gruesa y redonda, de cinco o seis estados alta; dentro de aquella y apartada por alguna distancia, se edificaba otra, también redonda, y, según la proporción que convenía, alta; y en algunos templos se hacían cinco cercas, y la postrera ya era en lo postrero del cerro,   —67→   que era suelo llano o porque lo allanaban. Allí, en aquel suelo, edificaban cuatro cuartos en cuadra, como los que tienen en los monasterios los claustros. Las paredes tienen muchas ventanas y muy grandes por donde entra la luz y están todas las piezas muy claras.

Dentro de aquel cuadro o cuartos estaban los altares, y allí era la Sancta Sanctorum del Sol. Estaban cubiertos de su madera muy bien labrada, cómo el que llamamos zaquizamí en nuestra España. Tenía el templo dos grandes portadas por donde se entraba, y subían a ellas por dos escaleras de piedra mucho bien labradas, cada una de treinta gradas. Todo lo alto del zaquizamí estaba cubierto de planchas de oro, el suelo y las paredes lo mismo, y muy pintadas, y en ellas ciertos encajes donde se ponían ovejas de oro y otras piezas dello, que se ofrecían al Sol. A una parte del templo había cierta pieza como oratorio hacia la parte del Oriente donde nasce el Sol, con una muralla grande, y de aquella salía un terrado de anchura de seis pies, y en la pared había un encaje donde se ponía la imagen grande del Sol de la manera que nosotros lo pintamos, figurada la cara con sus rayos. Esta ponían, cuando el Sol salía, en aquel encaje   —68→   las mañanas, que le diese de cara el Sol; y después de mediodía pasaban la imagen a la contraria parte, en otro encaje, para que también le diese cuando se iba a poner, el Sol de cara.

Dentro de las dos cercas que primero dijimos, estaban los aposentos de los sacerdotes y de las vírgenes consagradas al Sol, y de los otros ministros y servidores y oficiales del templo, y oficinas para labrar y guardar las joyas y las ropas de lana finísima y de algodón para el Sol, y para bodegas de los vinos y las aves y Otras cosas vivas y no vivas que se le ofrecían y sacrificaban, que eran cuasi sin número. Y estos eran anchos y grandes, y así, el número y circuito e capacidad de todo el templo y de los aposentos y cámaras o piezas dél, no podía ser sino muy grande; y todo ello era muy claro por todas partes, para diferenciar (como dijimos) el templo del Sol, que a todas las cosas hace claras, de los templos de los otros dioses, que eran todos oscuros y tristes y atenebrados.

Esto pareció muy bien cuando los primeros españoles en el Perú entraron y llegaron a la ciudad de Pachacama, donde hallaron el templo del dios Pachacama o demonio, que así se llamaba, el cual estaba   —69→   muy escuro y hidiondo y muy cerrado, a donde tenían un ídolo de palo hecho, muy sucio y negro y abominable, con el cual tenía mucha gente gran devoción, y venían a serville y adoralle de trescientas leguas con sus votos y peregrinaciones y dones y joyas de oro y plata.

Creyeron los españoles, y así debía ser, que el Demonio entraba en aquel ídolo y les hablaba. Y habíales hecho entender que él era el que había hecho la tierra y criado los mantenimientos y todo lo que en ella está; y así, Pachacama quiere decir en aquella lengua «Hacedor de la tierra».Y después que por la ida de los religiosos y por su predicación, plugo a Dios que algunas gentes de aquellas se convirtiesen, hizo mucho del enojado y fuese a los montes o al Infierno, que siempre trae a cuestas, no queriendo muchos días venirles a hablar. Pero viendo que por aquella vía perdía más que ganaba, determinó llevar otro camino y apareció a quien solía, que son los sacerdotes, a quien suele (como queda dicho) primero engañar, y díjoles: «Yo he estado de vosotros muy enojado, porque me habéis dejado y tomado el dios de los cristianos, pero he perdido el enojo, porque ya estamos concertados y confederados el dios de los   —70→   cristianos y yo que nos adoréis y sirváis a ambos, y a mí y a él que así se haga nos place». Porque se vea cuantas mañas y cautelas tiene aquel malaventurado para llevar consigo las ánimas. Sabía bien que por esta vía y con esta industria, no sólo no perdía nada, pero ganaba mucho más; porque, baptizándose la gente y baptizados adorando los ídolos juntamente, a Dios causaban mayor ofensa y mayores tormentos a los que por este camino engañaba. Y que usase deste nuevo engaño débese tener por verdad, porque nuestros religiosos por cierto lo averiguaron.

El templo del Sol que allí había, estaba deste sobre un cerro hecho a mano de adobes y tierra bien alto desviado, con cinco cercas y maravillosamente labrado, todo muy patente, lleno de luz y claro, según que los Reyes mandaban así edificarlos. De la materia de que todos aquellos templos se hacían, y cuán polida, rica, sumptuosa y artificiosamente los edificaban, en los capítulos 2 y 7 queda bien declarado.



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ArribaAbajoCapítulo IX

Sobre la riqueza y hacienda de los templos. -Ganados


Y en lo de las riquezas que procedían de los ganados pertenecientes a los templos, es tan inmensa la ventaja que a todas aquellas riquezas que de los ganados salían hacían los ganados que los templos de los reinos del Perú dedicados al Sol poseían, y también las muchas y grandes heredades y sementeras de vino y de todas las cosas de mantenimiento, para los sacrificios y sustentación de los sacerdotes y ministros de los templos, que duda ninguna tienen los que de los nuestros de aquello tuvieron alguna noticia y que no subiesen de más en numero de un millón o cuento de ovejas las que había consagradas al Sol en aquellos templos, cada una de las cuales tiene más valor en carne y en grandeza, en lana y su fineza, que cuatro de las nuestras; lo mismo era en las otras heredades y haciendas. Los hatos de éstas tenían sus dehesas muy grandes y muy complidas, que llamaban moyas, también dedicadas al Sol y como cosas sagradas y diputadas al culto divino, donde pascían; y los pastores,   —72→   cuyo nombre era michi, que las guardaban, diligentísimos en la guarda y en la conservación dellas fidelísimos; y aunque anduviesen sin guarda, ninguno fuera osado a hurtar o hacer menos una ni ninguna, ni aun una verija de lana dellas, que no creyera ser luego hundido debajo de la tierra. Y esto era harto de maravillar, por la creencia, reverencia y devoción y fidelidad que al Sol, que por dios estimaban, tenían; lo cual es más de estimar que los milagros que dice Tito Livio que cerca de los ganados de la diosa Juno hacerse fingían. Que también los templos del Sol, no uno, sino muchos, y todos los de las provincias del Perú, al segundo de que habla Tito Livio edificado y dedicado a Júpiter en Antiochía, en magnificencia y riqueza hayan excedido, parece muy claro por las muchas, ricas, admirables y nuevas cosas que de aquellos templos en los capítulos 2 y 7 quedan referidas.

De aquel de Júpiter dice Tito Livio que tenía el zaquizamí labrado de oro y las paredes con hojas de oro cubiertas o cerradas, pero que hobiese oro en el pavimento o suelo no dice nada. De los templos del Perú sabemos de cierto ser verdad que no sólo el zaquizamí y las paredes   —73→   estaban cubiertas y enforradas de oro, pero el suelo sobre que se andaba era de oro fino cubierto y aforrado. Y es aquí de notar, que las láminas de oro de que dice Titu Livio (sic) que estaban cubiertas las paredes de aquel templo de Júpiter, significan en latín comúnmente hojas delgadas como las hojas de Milán; pero las piezas de que estaban cubiertos aquellos templos del Perú, no eran hojas que pudiera pesar cada una, cuando más pesara, diez castellanos, sino eran planchas de tres palmos de largo y de un jeme bueno de ancho y de un dedo de grueso o de alto, de la hechura de los espaldares de nuestras sillas de espaldas, que cada una pesaba quinientos castellanos, como queda declarado.

Y qué comparación puede haber de la riqueza y magnificencia de aquel templo que así encarece Tito Livio y de todos los demás, que fueron, cuando muchos, tres o cuatro o cinco los que hallamos muy celebrados entre los idólatras y gentiles antiguos, al templo de gran majestad que había pasada la provincia de Pasto, hacia la de Quito, del cual agora se veen aún las señales de planchas de oro y plata en las paredes, donde parece haber estado todas chapadas y cubiertas de oro y plata46;   —74→   donde también hobo grandísima copia de vasijas de oro y de plata para los vinos y las otras cosas de los sacrificios y servicios del templo? Era cosa en el mundo nunca vista ni oída entre los antiguos gentiles, según el número, cantidad, diversidad, hechura y grandeza y riqueza dellas de que estaban todos los templos del Sol proveídos. De los cuales mucho número y admirables piezas en hechura y grandeza en ESTA Isla Española vimos; pero muchas más y de admiración dignas se vieron por todo el mundo (porque así lo diga) no una, sino muchas naos descargar, que iban cargadas dellas, en Sevilla.

Hicieron los templos destos nuestros indios a todos cuantos edificaron y tuvieron los idólatras antiguos señalada y extraña ventaja. Los templos de la provincia del Quito, lo mismo. El templo de la ciudad de Tacunga, adelante del Quito, donde allende las chapas o planchas de   —75→   que las paredes eran cubiertas, estaba mucho número encajadas en ellas de ovejas y otras figuras de bulto, todas de oro fino. ¿Qué comparación puede haber deste templo al de los antiguos? Y el templo famosísimo y nunca otro tan rico jamás imaginado cuanto menos oído ni visto, que estaba en la ciudad de Thomebamba, las paredes del cual no sólo eran chapadas y cubiertas de oro y esculpidas en ellas muchas figuras, pero encajadas muchas ovejas y corderos y aves diversas y manojos de pajas, todo de fino oro; y en muchas partes del templo, mayormente en las portadas y en algunas piezas señaladas, número de esmeraldas y otras piedras de diversas especies preciosas, puestas y asentadas, y todo hecho y labrado por maravilloso artificio, allende de otras muchas piezas pintadas con donosos colores, que el oro las ilustraba y hermoseaba. Pues las tinajas y cántaros e infinitas otras vasijas de oro y de plata con otro mucho tesoro, ¿quién lo apreciará? ¿Pues qué comparación se puede hacer deste tal templo a cuantos en el universo mundo se alaban? Bien, será, pues, que los que fueren prudentes juntamente y de buena voluntad, concedan a este templo la ventaja, y a los que lo constituyeron juzguen no   —76→   por de menos juicio y sotileza de ingenio que a las mas sotiles y prudentes naciones antiguas e idólatras pasadas; antes pueden colegir argumento desto y de muchísimas otras cosas de las ya dichas, para tener a estas gentes por más vivas, sotiles, prudentes y racionales.

Y aunque aqueste ya encarecido templo sobre para mostrar la ventaja que a todos los del mundo que los infieles tuvieron hace, considérese otro que a este y los demás sobrepujaba, que tuvo nombre Pachacama. Este fue de los más antiguos, y quizá el más que todos antiguo de todos aquellos reinos, y con quien mayor devoción y más universal, aun antes de la gobernación de los Reyes Inguas (sic) se tenía. Ya arriba queda dicho que solían concurrir a él las gentes de trescientas leguas en romería con sus votos y con sus dones, como al mayor y más estimado y único santuario donde creían recebir remisión de sus pecados y salud para sus ánimas. Éste, allende tener la hechura y edificios, oro y plata y vasos riquísimos y todo el ornato y atavío que el pasado y que los otros, tenía más debajo de sí, en algunos soterraños, grandísimos tesoros, por la infinidad de las joyas de oro y plata que de tantas tierras y de tantas gentes   —77→   cada día se le ofrecían; y puesto que el pasado y otros muchos eran riquísimos, pero este a todos en riquezas excedía. De aquí fue originada la grande y extendida fama que por todos aquellos reinos de las riquezas ayuntadas en este templo, sobre todos los demás florecía; por lo cual principalmente Francisco Pizarro envió a su hermano Hernando Pizarro, luego que entraron en la tierra, más que a otra parte, para que cogiese las riquezas, que no habían sembrado ni sudado, que había (como ellos decían y escrebieron) en esta mezquita. Dícese, y así por algunos se ha escrito, que aunque Hernando Pizarro halló y sacó deste templo, y después dél otros, gran suma y peso de oro y plata; pero que cuando él llegó, ya estaba puesto en cobro por los sacerdotes y Señores la mayor cantidad de los tesoros, que se cree haber sido sin número. Algunos dicen que se alzaron más de cuatrocientas cargas.

Pues el templo de Vilcas, donde había la muy rica figura del Sol, y los Asientos Reales en una piedra de once pies de largo y siete de ancho, cubiertos de joyas riquísimas de oro y de piedras preciosas adornados, y cuarenta porteros que lo guardaban, y cuarenta mil personas por todos los que para el servicio del templo y de   —78→   los Palacios Reales estaban deputados. Item el celebratísimo y real templo del Cuzco, Ciudad Real y cabeza de aquellos reinos y que tanto quisieron noblecer y adornar y enriquecer los Reyes Ingas, el cual fue fundado y ampliado en los Palacios Reales, como arriba queda dicho, y de donde tan extrañas riquezas e incomparables tesoros se sacaron, como vimos de lo cual principalmente se hinchó una casa o sala o cuadra que tenía veinte y cinco pies en largo y quince de ancho, y era tan alta que un hombre alto no llegaba a ella con un palmo, que fue lo que se ofreció el rey Atabalipa dar, cuando lo prendieron los españoles, porque lo soltasen, y de plata diez mil indios cargados y que se hiciese un cercado en medio de la plaza, y que lo hinchiría de tinajas y cántaros y otros diversos vasos de plata; y esto cumplió y mucho más de lo que había ofrecido; qué templo en todo el Orbe, aunque fuese soñado o de industria compuesto y fingido, se pudo comparar con este. Y no sólo aqueste tan estupendo y nunca suficientemente loable ni encarecible había solo en aquella ciudad del Cuzco y pero muchos otros menos principales, aunque de oro y de plata toldados y cubiertos, y de vasos grandes y chicos   —79→   muy proveídos y muy ricos. Tampoco, y aun mucho menos, tuvo alguno de todos los del mundo cualidad ni cantidad ni riqueza para poderse comparar al templo del Tambo, en el valle de Yucay, cuatro o seis leguas de la ciudad del Cuzco, donde los Reyes, por su templanza y amenidad, lo más del tiempo conversaban; cuyo edificio fue construido de aquellas monstruosas y espantables piedras que en el capítulo 2 dimos relación47, las cuales tenían por mezcla, a vueltas de cierto betún, oro derretido, de donde los españoles hobieron mucho oro antes que los indios hobiesen derrocado muchas partes de aquellos edificios.

Este fue muy rico templo y muy nombrado y afamado, y por las señales que en los muros y paredes y edificios y piedras dellos y otros vestigios y riquezas de oro, y plata que dél se hobo, y la fama que tenía, y tener los Reyes más afición a la morada y habitación de aquel valle, por ser tal la tierra y ser los Aposentos Reales allí sumptuosísimos y los Reyes al Sol devotísimos, se arguye haber sido este   —80→   templo mucho más que los pasados o que los más dellos riquísimo y venerabilísimo; sino que los nuestros no curaron de mucho escudriñar estos secretos, como estuviesen tan ocupados en allegar el oro y plata que podían, viniese de donde viniese48.




ArribaAbajoCapítulo X

Del sacerdocio y de los ministros de los templos y dioses


Del sacerdocio y ministros de los templos y dioses de los reinos del Perú, no se ha podido colegir su cierta orden, su número y distinción, más de que había Sumo Sacerdote, que llamaban en su lengua Vilaoma, y otros sacerdotes a aquel subjectos e inferiores, y aun esto no se sabe decir en particular; los sacerdotes que había dicen que eran casados. La causa fue, que, como las riquezas que había en aquellos reinos fueron las mayores que juntas se hallaron en todo el mundo, y éstas, por la mayor parte, poseían los templos, y las guardaban y conservaban   —81→   los sacerdotes, como los nuestros entraron tan de súpito y todo su principal negocio era recoger y no dejar punta de todo aquello que fuese y aun que pareciese oro, y lo primero que los sacerdotes, cuando lo pudieron hacer, procuraron, fue trasportallo y ponello en cobro; por miedo de que no los atormentasen, desaparecieron, y así se cuasi enterró aquel nombre de sacerdote. Sucedió la eversión y el deshacimiento y anichillación (sic) intempestiva, celérrima y momentánea de toda su república, que los nuestros en más breves días que en ninguna de las otras regiones destas Indias hicieron con sus mismas que entre sí tuvieron discordias; y así, como desapareció tan presto el sacerdocio de la manera que se ha referido, no se ha podido alcanzar en particular la distinción y número de sus individuos y su orden. Podrá también haber concurido alguna inadvertencia de los religiosos que después supieron las lenguas, los cuales, como preguntaron y escudriñaron muchas otras cosas de la religión, no miraron con preguntar lo que tocaba a esta del sacerdocio49. Solamente   —82→   no se ha podido ignorar, por ser cosa más que otra señalada y muy notoria, la orden que en los templos había de las monjas.

Éstas, según que arriba en el cap. 7 se dijo, eran en cada templo muchas, y entre ellas había distinción y orden y gran religión, consagradas todas al Sol; y oficio tenían de sacerdotes, pues ofrecían sacrificio de muchas cosas que por sus manos obraban para el divino culto y servicio, principalmente del Sol y quizá también de otros dioses. Destas, todo su negocio era obrar de sus manos ropa, de lana finísima para el templo, teñida de diversas y muy vivas y graciosas colores. Hacían del más excelente y fino y delicado vino, para ofrecer en sacrificio al Sol, que en la tierra se usaba, porque diversos vinos parece que entrellos se solían beber y usar.

Servían de noche y de día en los templos del Sol con gran cuidado y solicitud, y de creer es que las cerimonias y devociones que ejercitaban debían ser muchas y muy de notar, pues tan religiosos y diligentes y esmerados y curiosos fueron los Reyes Ingas cerca del culto divino, mayormente del Sol. Los cuales, en todo lo que perteneció a toda especie de gobernación,   —83→   en grande manera (como por mucho de lo que queda dicho y se dirá parecer), sobre muchos Príncipes del mundo se señalaron; y así, no pudo ser si no que fueron muchas y notables las ocupaciones que para el servicio espiritual que en los templos se había de obrar, los Reyes ordenaron. Porque tanto número de vírgenes hijas de Señores, que pasaban muchas veces de docientas, y para el culto divino allí ayuntadas, no habían de estar ociosas ni en obras profanas ocupadas, luego creer debemos que entendían en los sacrificios y tenían muchos ejercicios espirituales.

De tres en tres años se renovaban estas vírgenes desta manera: quel Rey, si estaba presente, o su Gobernador y Virrey, que se llamaba Tocrico [Tucuiricuc], en su absencia, hacíalas presentar ante sí, y de las que ya estaban en edad de casarse, escogían tres, o cuatro o cinco, las más hermosas y de mayor dignidad, para mujeres del Sol; apartaba otras tres o cuatro, las de mayor hermosura, para sí mismo el Rey, o si estaba ausente, apartábalas el susodicho Tocrico o Gobernador; las demás casábalas con hijos de los Señores, y algunas daba el Rey a grandes Señores, sus vasallos, aunque tuviesen otras mujeres, lo cual ellos tenían por muy gran favor y merced;   —84→   las que restaban, que no eran de tan buenos linajes, daba licencia a sus padres para que buscasen con quien las quisiesen casar. Casadas todas las que había para casar, mandaba el Señor a los oficiales que dello tenían cargo, que tornase a hinchir el número de las vírgines que faltaban de diez años arriba, hijas de Señores, para que, como las pasadas, en el templo se criasen y sirviesen de los oficios en que aquellos se habían ejercitado.

Como arriba en el cap. 7 se tocó, guardaban estas monjas Mamaconas en sí, al menos exteriormente, tanta castidad, que se cree no haber habido personas en alguna parte del mundo que más dignamente puedan de esta virtud ser alabadas. Religioso de los nuestros alcanzó a ver y baptizar una destas ya bien vieja y que había sido escogida para mujer del rey Guaynacaba, padre de los Reyes Guascar y Atabaliba, y porque murió el Rey presto, no llegó a su tálamo, y viviendo ella muchos años después, jamás quiso casarse, y así permaneció en su virginidad; al tiempo de cuya muerte, llorándola un Señor hermano suyo, entre otras cosas de que la loaba o causaban lástima, decía: «¡hermana mía, que mueres virgen a cabo de tantos años!».

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Y con esto acabamos lo que de los ministros y sacerdotes de los templos y dioses tenían en su religión supersticiosa estas gentes que arriba comentamos.




ArribaAbajoCapítulo XI

De las pensiones y rentas para sustentación de los sacerdotes y otros ministros de los templos, reparación de sus edificios y gastos del culto


Y porque los templos y sacerdotes y ministros de los dioses, que eran muchos (como parece por lo dicho), hacían muchos gastos, necesaria cosa es dar noticia de qué o de dónde se mantenían y proveían. Para sustentación, pues, de los sacerdotes y otros ministros y para refeción y reparación de los edificios y para los otros gastos ordinarios que en los templos se hacían, había en los reinos del Perú50 provisiones y réditos propios de los templos y sacerdotes de aquellos reinos; y puesto que no nos conste muy en particular cuántas ni cuáles fueron, podemos,   —86→   empero, de la gran religión que los Reyes allí tuvieron y devoción a los templos del Sol, y de la señalada prudencia y solicitud que tuvieron en la gobernación conjeturar que no fueron cualesquiera, si no muy grandes, opulentas y copiosas más que en ninguna otra parte, cuanto más que de lo poco que vieron aún los nuestros, de que arriba hemos hecho alguna mención, podemos tener por constante.

Tenían, pues, los templos de los reinos del Perú, mayormente los consagrados al Sol, grandes heredades y en las más fértiles y gruesas tierras para sus trigos o maíz e las otras cosas de comida y cosas que se habían de sacrificar; las cuales, primero que las de los Reyes se mandaban labrar y cultivar, cuyo cargo tenía toda la comunidad de la provincia. Para la cosecha y guarda o encerramiento de los frutos, había grandes trojes y graneros Reales. De estas se mantenían los sacerdotes y ministros del templo y suplíanles otros gastos que se habían de hacer.

Tenían también grandes hatos de ganados, carneros y ovejas de todas especies, como en el cap. 9 se refirió, para los sacrificios que se hacían en honor del Sol y mantenimiento de los sacerdotes y ministros   —87→   y de las monjas y los demás servidores. Estos ganados eran innumerables en cada provincia y pueblos, y si se hobieran de vender, fueran de grandísimo valor.

Todas las dichas heredades y ganados, y pastores que los guardaban, tenían título de ser dedicados para servicio del Sol; y así, se llamaban las heredades, los ganados, las dehesas, los hatos, los pastores del Sol.

Más particularidades de lo que está dicho no habemos podido alcanzar; por esta cuasi generalidad desto y de lo demás se podrá mucho entender y juzgar.




ArribaAbajoCapítulo XII

De los sacrificios, ritos, adoraciones, fiestas religiosas


Réstanos de aquí adelante por referir, para fenecer la materia que traemos entre manos, los sacrificios que las naciones infinitas de los reinos del Perú ofrecían a Dios y a sus dioses. Para comienzo de lo cual, hase de considerar que dos estados tuvieron aquellos reinos principales: uno fue antes que los Reyes Ingas comenzasen a reinar, cuando las gentes dellos vivían más   —88→   simple y rudamente contentándose con solo natural, sin tanta delicadez de policía como después introdujeron los Reyes Ingas. En este tiempo primero fueron muy religiosos para con sus dioses, los cuales arriba dijimos, hablando dellos, eran los buenos Señores que bien y amorosamente los habían gobernado, y otros, en cuyo error la ignorancia e industria de los malos ángeles los había precipitado. A estos servían con gran vigilancia, y en cuanto ellos podían los agradaban o agradarlos imaginaban mayormente los habitadores de la sierra y los que cerca de la mar moraban. Los primeros, porque los dioses les diesen los frutos de la tierra; y los de la costa, que comúnmente suelen ser pescadores, porque les deparasen buenos lances de pescado y los guardasen de los peligros de la mar; por lo cual tenían sus templos en ciertas isletas. Las ofrendas y sacrificios que les hacían eran de ovejas, de plumas pintadas, de maíz, de vino, y de ropa hecha de lana de muchos colores, y de todas las otras cosas que ellos tenían entonces por preciosas. Nunca se ha entendido que por aquellos tiempos se ofreciesen hombres.

El otro estado y tiempo fue después que comenzaron a señorear y gobernar   —89→   los Reyes Ingas, los cuales en lo temporal y espiritual fueron muy delicados y muy proveídos en la orden que dieron en su policía. Desde aqueste gobierno destos Reyes Ingas, comenzó la religión, así como todo lo demás, a florecer y afinarse más que en los tiempos antiguos. Fueron, pues, los sacrificios destos tiempos postreros en dos maneras: unos generales, que se ofrecían por toda la república y en su nombre; otros, particulares, que cada persona particular ofrecía por su devoción y según sus necesidades.

Los generales fueron en tres maneras: porque unos eran cuasi diarios y comunes; otros, en ciertos tiempos del año; otros en tiempo de algún infortunio y necesidad de hambre, o enfermedades o semejantes adversidades. Los comunes eran como haciendo gracias a los dioses, principalmente al Sol, por los beneficios rescebidos y que se recibían cada día; y éstos eran de cosas comunes, como de unos animalejos que parecen gazapos de conejos, que en la lengua de la isla Española llamaban curies (la penúltima sílaba luenga), y sebo de animales, ovejas y carneros, uno o dos dellos. Estos sacrificios se ofrecían en los templos principales del Sol cada día, quemando todas aquellas   —90→   cosas los sacerdotes que estaban deputados para ello. También ofrecían de sus vinos en mucha cantidad, y ofrecíanlo desta manera: que tenían en los templos una pileta de piedra muy linda, debajo de la cual había un sumidero, donde lo derramaban y se consumía51.

Otros sacrificios se ofrecían en ciertos tiempos, unos cada mes al principio que parecía la Luna: estos eran de las mismas cosas, puesto que en mayor cantidad como tres veces más de lo común de cada día. Otros eran más grandes, dos veces en el año (conviene a saber), una cuando hacían sus sementeras, porque fuesen fértiles y prósperas; y otra cuando las cogían, porque se las había dado de Dios o el que ellos pensaban que lo era.

Estos sacrificios eran de las mismas cosas, pero en mucho mayor cantidad y copia, y de otras cosas particulares, como de la yerba coca, que tanto entrellos vale y es preciosa. Ofrecíanles también ropa de lana hecha en vestidos; vestidos de varón si fingían el ídolo ser hombre, y de mujer, si la fingían diosa mujer.

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Tenían otros sacrificios generales en los tiempos de gran necesidad, de hambre o mortandad, la cual, si era muy grande, sacrificaban niños y niñas inocentísimas, que no tuviesen pecado alguno; y éstos sin los animales y las otras cosas, porque tales sacrificios eran más que otros copiosos, siempre más o menos, según el infortunio que ocurría era mayor o menor.

Todos estos sacrificios eran de bienes de la comunidad, y para que siempre hobiese provisión, había ovejas en gran número, y otros animales que el Rey había mandado recoger de todo el reino y de las ciudades, dedicados y consagrados a esto de muchos años antes. Daban también de sus ganados para estos sacrificios, por su devoción, muchas personas particulares. Todo lo cual se contaba y se hacía trato o tratos dello, y con aquel título se guardaba y beneficiaba.

Ya dijimos arriba en el cap. 7, donde hablamos de los dioses, cómo en aquellos reinos principalmente se adoraba Conditiviracocha, que tenían ser el Criador del Mundo y Señor dél y de todas las cosas; y que el Sol decían ser el mayor y mejor criado suyo, el cual hacía todo lo que su señor Conditiviracocha le mandaba y que hiciese ordenaba. Y así, todos los sacrificios   —92→   que hacían, principalmente al Criador y Señor de las cosas Conditiviracocha los enderezaban. A éste, pues, en especial, tenían costumbre de sacrificar cada Luna nueva, cuatro o cinco hombres, mujeres y mancebos, todos vírgines, que no tuviesen alguna mancha de pecado. Estos sacrificaban en dos isletas que había en dos lagunas, la una en el Collao, cuyo templo se llamó Titicaca; la otra laguna es en la provincia de los Carangas52, Al Sol, que era el principal, criado de Dios Criador, honraban y sacrificaban grandes sacrificios, quemándole ovejas, carneros y sebo, coca y otras cosas muchas, cosas (sic) que se podían quemar; vino (sic) y de lo mejor de sus vinos. Ofrecíanle chaquira, que son unas cuentas muy menudas comí o aljófar muy menudo, y aquella de oro, que es de las más artificiosas y preciosas que ellos hacen y en más estiman. Algunas veces, dicen, que, aunque muy raro, le ofrecían algún hombre. Pero para más dar a entender, porque es digno de oír e nuestros españoles vieron una fiesta que hacían al Sol, dándole gracias, mayormente por la cosecha de los frutos, será bien aquí referilla.

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Había un llano a la salida de la ciudad del Cuzco, hacia donde sale el sol, al cual sacaban en amaneciendo todos los bultos de los Reyes y Señores pasados que estaban en los templos de la ciudad, que eran muchos. Los más dignos y de mayor autoridad ponían debajo de muy ricos toldos hechos de pluma, por muy lindo artificio hermosos y labrados. Desta toldería y de una banda y de otra se formaba una gran calle, que ternía un tiro bueno de herrón de treinta pasos de ancho. Salía el Rey Inga con más de trescientos Señores, todos orejones caballeros de gran nobleza y sangre, a los cuales ninguno se allegaba, por Señor que fuese, si era de otro linaje. Hacían dos coros estos Señores, como procesión, en medio de la calle, tanto a una como a otra parte. El Rey Inga tenía su tienda en un cercado con una silla y escaño de oro muy rico un poco apartado de la hila de los dos coros. Salían todos aquellos caballeros orejones muy ricamente vestidos con mantos, camisetas ricas de argentería y brazaletes y patenas en las cabezas, de oro fino muy relumbrante. El Rey siempre salía más rico que todos. Salidos allí, estaban muy callando esperando que saliese el Sol, el cual, así como comenzaba a salir, comenzaban ellos   —94→   a entonar con gran orden y concierto un canto, meneando cada uno dellos un pie a manera de compás, como nuestros cantores de canto de órgano. Y como el Sol se iba levantando, ellos entonaban su canto más alto, y al entonar, levantábase el Rey con grande autoridad53 y poníase en el principio de todos y era el primero que comenzaba el canto, y como decía, decían todos. E ya que había estado un poco en pie, volvíase a su silla y allí estaba negociando y despachando a los que negocios traían; y algunas veces, de rato en rato, íbase a su coro54, y estaba un poco cantando y volvíase a su silla y negociaba y proveía lo que ocurría ser necesario. Y cuanto el Sol se iba encumbrando hasta el Mediodía, tanto, levantaban ellos las voces; y de Mediodía abajo las iban ellos bajando, teniendo gran cuenta con lo que el Sol caminaba; y así estaban todos cantando desde quel Sol salía hasta que se ponía del todo.

En todo este tiempo se hacían grandes oblaciones al Sol. En una parte donde cerca de un árbol estaba un terrapleno,   —95→   estaban unos indios que en un gran huego echaban muchas carnes de ovejas donde las quemaban y consumían en él. En arte mandaba el Rey echar muchas otra ovejas a la gente pobre que allí estaba llegada, que anduviesen a la rebatiña, quien más pudiese haber, cosa que causaba mucha alegría y pasatiempo. A las ocho del día, salían de la ciudad más de docientas mujeres mozas, cada una con su cántaro nuevo grande, que cabía más de arroba y media, llenos de chicha, que es su vino, embarrados, con sus tapaderos, los cuales todos eran todos nuevos y de una misma forma y manera y con un mismo embarramiento. Venían éstas de cinco en cinco con mucha orden y concierto, esperando de trecho en trecho, y ofrecían aquello al Sol y muchos cestos de la yerba coca, que ellos tienen por tan preciosa.

Hacían muchas y diversas cerimonias, que serían largas de contar, y baste decir que, a la tarde, cuando el Sol quería ponerse, mostraban ellos en el canto y en sus meneos gran tristeza por su ausencia enflaqueciendo de industria las voces mucho; e ya cuando del todo desaparescía el Sol de la vista dellos, hacían una grande admiración, y alzadas o puestas las   —96→   manos, lo reverenciaban con profundísima humildad. Luego alzaban el aparato puesto para la fiesta, quitándose la toldería o tiendas y cada uno a su casa se iba, llevando las estatuas a sus adoratorios. Todo esto hicieron ocho y nueve días arreo con la mesma orden e solenidad y autoridad quel primero.

Aquellos bultos o estatuas que ponían en los toldos, eran de los Reyes Ingas pasados, Señores de la ciudad y reino del Cuzco; cada uno de los cuales tenía muchos hombres de servicio, que les estaban todo el día mosqueando con unos ventalles de Pluma de cisnes de spejuelos, muy ricos. Ternían también sus mujeres Mamacomas en cada toldo doce y quince, las monjas y beatas que habemos dicho.

Concluidas todas las fiestas, el último día llevaban muchos arados de mano, los cuales antiguamente solían ser de oro, y acabados los oficios, tomaba el Rey un arado y comenzaba a romper y arar la tierra, y lo mismo hacían todos los otros Señores, para que de allí adelante por todos sus reinos hiciesen lo mismo; porque sin que el Rey hiciese esto, ningún hombre había que osase arar la tierra ni tocar en ella, porque tenían por cierto que ningún fruto daría.

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Hacíanle otra manera de servicio y honra: que tenían su imagen o figura hecha de bulto de oro toda, con su rostro de hombre, con sus rayos alrededor, como le pintamos nosotros. Esta tenían siempre aposentada en cierta capilla dentro del templo muy rica de oro, la cual sacaban ciertas veces al Sol, porque tenían opinión que le daba virtud el Sol, sacándolo a él. Terníanle también hechas mucha cantidad de mazorcas de mahíz (como arriba dijimos hablando de los templos), todas macizas de finísimo oro, puestas antes que entrasen donde estaba el Sol. -El Sol escondieron los indios que nunca pareció. Dicen los indios que el Inca que esta alzado lo tiene consigo55. -Ningún indio común osaba pasar por la calle del Sol calzado, ni aunque fuese gran Señor entraba en las casas del Sol con zapatos. Y esto todo cuanto a los sacrificios generales y comunes.

Cuanto a los particulares que cada uno de su voluntad ofrecía sin necesidad y por su devoción o según la ocasión que se le ofrecía, era sacarse los pelos de las cejas y soplábalas hacia el Sol o hacia el templo; echar plumas pintadas; echar coca;   —98→   quemar sebo y de (sic) los animalejos dichos curíes. Si la persona que ofrecía tenía más caudal, quemaba ovejas; echar vino de lo que ellos tienen por mejor; ofrecer pedacillos de oro y de plata y de cobre, cada uno del metal que puede y así la cantidad.

Lo mismo era de las comunidades, que según cada pueblo y lugar era poderoso, en bienes y riquezas, así más o menos en los sacrificios se esmeraba. Para cumplimiento de lo cual tenían sus ganados y heredades y bienes hechas y contribuidas (sic) por toda la comunidad. Y esto conforma mucho con lo que el Filósofo dice, en el 7.º de la Política, cap. 10, De la ciudad bien ordenada (conviene a saber), que los sacrificios que se han de ofrecer a los dioses por la ciudad, se contribuyan y cojan de todos los vecinos, dando cada uno su parte: praeterea in sacrificiis cultuque, deorum, sumptus comunes esse debeat totius civitatis, etc. Hec Philosophus.

Todas las veces que comían coca, ofrecían coca al Sol, y si se hallaban junto al huego, la echaban en él, por manera de adoración o reverencia, como a criatura de Dios. Cada vez que sobían algún puerto de nieve o frío, en la cumbre tenían un gran montón de piedras como por altar,   —99→   y en algunas partes puestas allí muchas ensangrentadas saetas, y allí ofrecían de lo que llevaban. Algunos dejaban allí algunos pedazos de plata, otros, de oro, otros, pelos de las pestañas, otros, de las cejas, otros, de algunos cabellos. Tienen por costumbre caminar por allí con gran silencio; porque dicen que si hablan, se enojarán los vientos y echarán mucha nieve y los matarán.

El fundamento sobre que fundaban toda la veneración del Sol, era porque decían que criaba todas las cosas y que les daba madre. Al agua, porque mojaba la tierra, decían que tenía madre, y teníanle hecho cierto bulto. Al huego, y al maíz y a las otras sementeras decían que tenían madre y a las ovejas y ganados. Del vino, decían que la madre era el vinagre. A la mar decían que tenían madre (sic) y que se llamaba Machimacocha [sic, por Mamacocha]. El oro tenían que eran lágrimas del Sol cuando el Sol lloraba.

Era tanta la religión y ejercicio della que aquellas gentes tenían, que si les nacía un hijo o tenían alguna prosperidad o cosa que les diese placer, o habían de comenzar alguna obra, primero ofrecían sacrificios al Sol, por el beneficio rescebido, dándole gracias copiosas.

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Todos los sacrificios dichos que se hacían a los ídolos y cosas inanimadas, aunque iban todos enderezados, como se dijo principalmente a Conditiviracocha, Criador de todo, también los hacían a los cuerpos muertos de los Reyes y de otras notables personas que habían hecho algunos bienes señalados a las repúblicas; para lo cual tenían heredades y hatos de ganados y servicio de hombres y mujeres que las servían, y vasos de plata y oro como lo tenían y eran servidos cuando eran vivos.

Hacían una cerimonia como penitencia cuando se hallaban haber ofendido en algún pecado, y esta era, que se iban al río y se desnudaban y lavaban todo. Creían, como ya es dicho, muchas naciones, que las aguas tenían virtud de quitar o lavar los pecados; y esta errónea opinión creo que tenían y tuvieron todas estas indianas naciones, pues tan frecuentes y espesas veces se lavaban todos, no sólo cuando estaban sanos, pero cuando muy enfermos y como primer remedio y último. Y en ESTA ISLA e islas fue muy ejercitada y frecuentada esta cerimonia y uso. Si sentía el pecador que su pecado era grande, tomaba por penitencia y remedio quemar los vestidos que a la sazón tenía cuando lo cometió.

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Ya se dijo arriba, cuando de los sacerdotes y monjas que había en aquellos reinos del Perú, cómo ordinaria y perpetuamente aquellas tenían cargo de hacer y labrar muy rica ropa y alhajas y hacer los vinos y tener provisión y abundancia dellos, todo para los sacrificios y servicio y cultu del Sol.

Y con todo, esto damos fin a la materia de los sacrificios antiguos de las gentes idólatras antiguas y de las modernas, que para que las convertiésemos enseñándoles la vía de salvación nos las descubrió Dios: ¡gracias a Dios! Creo que por los unos y por los otros ritos y religión tantos y tan innumerables han sido los que habemos recitado, que no puede descubrirse alguna otra nación que por pocos o por muchos diversos y exquisitos que sean los que a sus dioses ofrezca, que no se pueda reducir a alguna especie de los dichos, y lo mismo de la que más concierne a la religión o superstición.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

De la honestidad y recato en la práctica de sus ritos y cerimonias religiosas


Lo postrero que resta para cerrar esta principal y quinta parte de la bien proveída y ordenada república que el Filósofo dice (conviene a saber), del sacerdocio y sacrificios, es contejar (sic) la religión de los reinos del Perú a las otras gentes antiguas; de lo cual, placiendo a Dios, pronto nos expediremos, porque, aunque fueron muy religiosos y devotos, tuvieron menos cerimonias, y no muchos sacrificios, ni de muchas especies de cosas de que los formaban, ni aun tanto número y diversidad de dioses, como las gentes de la nueva España; y en todo esto dellas fueron los del Perú sobrepujados.

Fueron en su religión y culto, principalmente del Sol, muy solícitos y diligentes, temerosos, humildes, modestos y devotos; fueron lo mismo discretos, prudentes y honestísimos sobre todo. No se hallará que en sus fiestas y sacrificios, ni cerimonias, ni en cosa que tocase a su religión interviniese cosa deshonesta ni desordenada, ni de burlerías y gasajos, sino   —103→   todo bien ordenado y razonable, con mucho seso y reposo, gravedad y auctoridad y atención y duración dispuesto y celebrado, etc., etc.56




ArribaAbajoCapítulo XIV

Del nombre Perú y de cómo se gobernaban las gentes de él en los tiempos primeros de su gentilidad


Queriendo comenzar la relación de la gobernación que las gentes del Perú tenían en tiempo de su infidelidad, y en que las hallaron nuestros primeros españoles que allí entraron, será bien primero acordarnos de lo que queda escripto en los capítulos precedentes de los edificios, de los templos, de la religión, de los dioses y de los sacrificios y de la gente de guerra y de otras muchas cosas que quedan explanadas y otras tocadas, que no podían introducirse y usarse y conservarse sin grande prudencia y   —104→   sabiduría natural de los gobernantes, y de los gobernados también, y digna de ser a otras muchas naciones puesta por dechado y ejemplo de bien y de muy ordenadas y suficientísimas repúblicas; lo cual, en la memoria reducido, sin que más dello tratásemos, podría y debría bastar sin duda, para que todo el mundo tuviese a aquellas gentes por capacísimas y ordenatísimas y ejercitadas muy mucho en los actos del bueno y sotil juicio de razón, y florecer en todas las tres especies de prudencia monástica, económica y política, de que arriba en el capítulo 42 y siguientes57 a la larga queda escrito. Pero todavía más en particular y copiosamente quiero referir la perfección y suficiencia de sus repúblicas, cuanto a la Real y única gobernación, según que ya es público, no sólo a religiosos, que son los que más desas cosas de los indios antiguos por trabajar de saber las lenguas, para las predicar, penetran y alcanzan, pero a los mismos seglares que a aquellos reinos han pasado: y dellos tengo también por escrito mucho de lo que aquí diré, que me han dado.

Es, pues, de saber, para principio desta   —105→   nuestra relación, que este vocablo o nombre Perú, por el cual los españoles llaman y significan todos aquellos reinos, no es nombre que los indios jamás conoscieron, sino que, porque la primera villa que poblaron y llamaron Sant Miguel, fue poblada en un valle que los indios llamaban Piura, la última luegua (sic, por luenga)58, de allí se originó nombrar los españoles todas aquellas grandes tierras y reinos Perú. Y las tierras y reinos que los nuestros por el Perú, son todo lo que se comprende desde la provincia de Quito, donde fundaron una villa que dijeron de Sant francisco y que parte límites y términos con la provincia que dijimos de Pasto, hasta la villa de la Plata con los suyos. Esta distancia, de largo, será de más de setecientas leguas, y de ancho terná, por lo más, ciento y diez o ciento y quince leguas, y por lo menos, más de cincuenta. Esto es lo que llaman nuestros españoles Perú. Y pues hablamos de nombres, digamos aquí cómo aquellas gentes no sólo habían puesto nombres a cada provincia, pero a cada pueblo, y no solamente a cada pueblo, mas aun a cada   —106→   cerro y valle y rincón de toda la tierra, que aun no es mal indicio de tener buena policía.

Y cuanto a la especie de su gobernación, es de saber que siempre fue desde su principio Real y de uno, que es la más noble y más natural, como muchas veces arriba se ha dicho; y esta tuvo dos estados, o se hobo de dos maneras. El uno fue a los principios, que duró, según se ha podido examinar por nuestros religiosos, hasta quinientos o seiscientos años. Todo este tiempo se gobernaron aquellas naciones por Reyes o Señores, y estos eran como parientes mayores y padres de familias, de quien se puede conjeturar que habían todos aquellos procedido; cuya jurisdición y poderío no excedía los términos de cada pueblo; y estos pueblos unos eran mayores y otros menores. Teníanles todos gran reverencia y obediencia, y ellos los tractaban y amaban como a hijos. Tenían gran rigor en que unos a otros no hiciesen agravios e injusticias, y señaladamente castigaban el hurto y fuerza de mujeres y adulterio. Y esta gobernación es naturalísima como trae Aristóteles cuasi al Principio de su Política, de la cual queda en los capítulos de arriba hecha larga mención.

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Destos Señores y Reyes pequeños (que pluguiera a Dios así fueran hoy los de todo el mundo), cada uno tenía su manera de gobierno en su pueblo, según que mejor le parecía convenía al bien público de su Comunidad; y así cada uno abundaba en su sentido, según dice cierto decreto de las provincias59. Tenía cada pueblo su policía; tenían sus comercios y contractaciones, comutando unas cosas con otras; tenían sus leyes particulares y costumbres; su peso y medida y cuenta en todo, y lengua particular, por la cual entre sí comunicando se entendían. Tenían poca contratación con otros pueblos y provincias, si no eran estos muy propincuos. Vivían a los principios muy pacíficos pueblos con pueblos, contentos cada uno con lo que tenía; después hobo entre unos pueblos y otros algunas guerras y discordias (porque los hombres, desde la primera quel Demonio tuvo con nosotros, por simples y buenos de su naturaleza que sean, siendo muchos y se multiplican [do]? mucho, no se pueden evadir que algunas veces no rifen), principalmente sobre aguas y tierras y términos dellas. De donde vino que hacían sus pueblos en los cerros más altos y en   —108→   peñas, donde subían los mantenimientos y bebida con harto trabajo; y tenían sus fortalezas muy fuertes de cantería para su defensa, como queda tocado arriba.

Las armas suyas principales eran hondas; no tenían flechas ni arcos, más de unas como rodelas para se defender de las piedras. Esto era en las gentes de las sierras; pero en los llanos que llamaban yungas peleaban algunos con flechas sin yerba; en otras partes con dardos hechos de unas cañahejas, y en lugar de caxquillos, puntas de palmas o de güeso, y tirábanlos con amiento, los cuales eran en tirallos muy diestros y certeros. Por aquellos llanos o valles hacían los Señores sus casas en cerros, y si no les había, con amontonar mucha tierra los componían por artificio.

Toda la tierra que decimos ser comprendida en lo que llaman el Perú, nunca se supo qué fuese comer carne humana, sino fue un pedacillo de tierra, en la entrada, hacia Panamá60. En toda la cual,   —109→   eso mismo tuvieron siempre por abominable el vicio nefando de contra natura, excepto en alguna parte de la costa de la mar, como se dice de Puerto Viejo, que algunos y no todos cometían el tal vicio; pero no por eso se dejaba entre ellos de tener por cosa vilísima. En las montañas, algunos andaban desnudos; en todo lo demás de toda la tierra, todos andaban vestidos.

La costumbre y ley que tenían de suceder en los estados y Señoríos, era: que cuando el Señor se vía viejo, y cercano por naturaleza o por enfermedad a la muerte, ponía los ojos en el hijo que para la gobernación del pueblo y bien de los súbditos le parecía; y sino tenía hijo que fuese ya hombre y para regir dispuesto, consideraba un hermano suyo o otro pariente, el más cercano, si de hermano carecía; y finalmente, si no tenía pariente, nombraba otra persona, que, consideradas muchas, escogía, que tuviese   —110→   prudencia para regir o procurar la utilidad del pueblo y a él fuese agradecido. Éste, así, dentro de sí, elegido y por tal cognoscido, encomendábale para proballo cosas del gobierno. Enviábalo con negocios y para que mandase poner en ejecución algunos mandamientos suyos en el pueblo; lo uno para quel pueblo cognosciese que aquel había [de ser] el sucesor en el Señorío, y ser su Rey e Señor, y comenzasen a tractar con él y a cobralle amor; lo otro, para que él se ejercitase y entendiese la práctica de los negocios y la gente, y cobrase buena opinión entre ellos, haciendo algunos buenos actos de gobernación, y así, se enseñase a mandar y gobernar, teniendo aún el Señor vivo, que le corrigiría y enmendaría lo que errase. Esta era infalible regla y costumbre allí, e aún en todas las Indias, según lo que tenemos entendido: nunca encargar la gobernación a muchachos, aunque fuesen sus propios hijos. Tampoco cometían gobernación a quien no supiera bien gobernar y tuviese autoridad con el pueblo. Finalmente, la sucesión de los Señoríos en aquellos tiempos, era por eleción del Señor de aquella persona que mayor probabilidad y concepto se tenía que había de gobernar bien y a provecho de la   —111→   república, y no por herencia, puesto que, si se hallaba hijo o pariente cercano del Señor, si era tal aquél era preferido a los demás. Créese haber sido la razón, parte el amor natural que los hombres a los hijos y a los que más les toca [tienen]; parte, porque parece que cuanto la persona fuese más conjunta al Señor pasado, el pueblo le tendrá mayor respecto, reverencia y amor. En algunas provincias de los yungas que se llaman tallanas, y algunos de los guacauilcas [sic, por huancavilcas] ciertas naciones tenían costumbre que no heredaban varones, sino mujeres; y la Señora se llamaba capullana61. Los yungas son las gentes de Los Llanos.



  —112→  

ArribaAbajoCapítulo XV

En el cual se prosiguen la gobernación antigua y costumbres de las gentes del Perú, (conviene a saber), la diligencia que tenían en cultivar la tierra, de las acequias, de los tributos que daban en aquel tiempo primero a los Señores, de los casamientos, de las sepulturas y muchas cerimonias en ellas notables62


Tenían estas gentes gran policía y cuidado en la labor y cultura de las heredades, que allá llaman chácaras, en todo género de comida. Labrábanlas y cultivábanlas mucho bien. Tenían lo mismo gran policía por la industria que ponían en sacar las aguas de los ríos para las tierras de regadíos, primero por acequias principales que sacaban por los cerros y sierras con admirable artificio, que parece imposible venir por las quebradas y alturas por donde venía. Comenzábanlas de tres y cuatro leguas y más de donde sacaban el agua. Después,   —113→   de aquellas acequias grandes sacaban otras pequeñas para regar las heredades, y en esto tenían muy delicada y maravillosa orden, y en repartir el agua para que todos gozasen della, que una gota no se les perdía.

Los tributos que por aquellos tiempos daban a los Señores, estos eran, (conviene a saber): que se juntaba todo el pueblo a edificarles sus casas y hacerles sus sementeras y beneficiárseles en sus tiempos, y hacían de común todas las otras cosas públicas; y así eran muy pocos y muy livianos los tributos que daban los pueblos a los Reyes y Señores. Hacíanles algunos servicios de algunas cosas menudas de comer, como fructas y otras semejantes. Cuando la comunidad se juntaba a hacer cosas que pertenecían al servicio y utilidad del Señor o de la república, el Señor los mantenía.

Guardaban grande orden cerca de sus casamientos. Ninguno se casaba con su hermana, ni con su prima hermana, ni con su tía, ni con su sobrina, hija de su hermano o hermana de su padre. Teníase tal abuso por gran delito, porque no solamente llamaban hermanas, ni madres ni hijos, a los que verdaderamente lo eran, pero a los primos hermanos llamaban   —114→   hermanos y a los tíos padres y a los sobrinos hijos. Casábanse siempre con sus iguales: los Señores con Señoras y los plebeyos con las plebeyas. La edad de que se casaban era desque llegaban y subían de veinte años. Cuando se casaban los Señores que tenían licencia de tener muchas mujeres, con la mujer que recibían por principal, que siempre tenían entre las demás una dellas por tal, obraban ciertas cerimonias más que con las otras en señal de que había de ser la principal; y destas eran comer y beber y hacer ciertos bailes y danzas y otras alegrías más que en las otras esmeradas. Cuando había entre ambos, marido y mujer, igualdad o mayoría de parte de la mujer, siempre el varón daba a los padres de la mujer algunos dones, como eran cantidad de ovejas, carneros, vasos de plata, ciertas sillas o asientos de los en que se solían asentar63, y algunas veces alguna mujer. Todo esto daban en recognoscimiento del beneficio que por dalle su hija rescibían, y en señal de la confirmación de la perpetua confederación, deudo y amistad que por el tal casamiento entrellos se contraía. También para que la misma mujer   —115→   cognosciese que tenía mayor obligación a amar y servir a su marido, por el servicio que por aquello se hacía a sus padres. Y puesto que, como es dicho, se hacían algunas cerimonias para hacer diferencia de la mujer que se admitía por principal, pero de tal manera tomaban aquella una, que se casaban también con otras más o menos cuanto al número, conforme a la cualidad y posibilidad del que se casaba, no derogando a la que se admitía por principal; y esta era comúnmente la que era de más noble generación y más ilustre linaje; y si acaecía ser algunas iguales o cuasi iguales, aquella lo era que servía a su marido mejor o era dotada de algunas gracias naturales, como de mayor hermosura y disposición, o más alegre y afable, o tejía más rica ropa, o guisaba mejor de comer para su marido, y así en lo demás. Por manera, que siempre había de ser una principal, y esta tenía cargo y cuidado de la guarda de las obras y mandarles lo que habían de hacer, y con esta tenía el marido más frecuente comunicación en lo público y secreto, porque con las demás se había más como con criadas que como con mujeres iguales. Y así, los hijos de aquella principal eran más favorecidos y en todo mejorados; y si alguno   —116→   dellos salía tal que merecía suceder en el Estado y Señorío, era preferido en él a los demás. La gente común y vulgar comúnmente no tenía más de una; tratábanse ambos como hermanos en las obras y amor, y así se llamaban entre sí hermanos.

En las gentes de las sierras, el oficio de los varones comúnmente era entender en las cosas del campo, como en las sementeras y heredades, y cazas y pesquerías y otras semejantes; y el de las mujeres en criar sus hijos, hilar y tejer y hacer ropa para sí o sus maridos y familia, guardar y curar y administrar las cosas domésticas y de por casa. Iban también con los maridos a los ayudar en las labranzas, cuando había necesidad. En algunas provincias o pueblos particulares, aunque raro, tenían costumbre contraria; porque las mujeres salían a ejercitar las obras del campo, como las labranzas, y los maridos se quedaban en casa hilando y tejendo y haciendo lo demás. Y aunque parece costumbre irracional, pero bien hay quien los excuse della, pues hobo algunas naciones que primero la usaron, y aun las de España, según queda declarado atrás. Y aquello era sólo en algunas partes de los serranos: en las gentes de Los Llanos, que   —117→   llaman yungas, nunca la mujer se ocupaba en las cosas del campo, sino en las de casa; los maridos en las cosas que requirían salir fuera, como queda declarado.

No tenían moneda alguna para contratar, sino sólo aquello que al principio enseña la razón natural, que se llama y es el derecho de las gentes, (conviene a saber): comutar unas cosas por otras, como, ropa por comida, carne por pan, frutas por pescado, y así en las demás de que unas personas carecían y otras abundaban. En aquellos tiempos vivían muy templadamente cuanto al comer y beber y el apetito de mandar y señorear. Contentábanse con lo que había en su tierra y pueblo. No hacían pan de mahyz, sino que lo comían tostado y cocido, excepto en la provincia de Puerto Viejo, que hacían pan dello. Era gente muy partida y que comunicaba y partía con los demás cuanto comían, como si fueran ejercitados en obras de verdadera caridad. Y esto es en tanto grado y en todas las Indias común y general (de lo cual en otras gentes podríamos dar verdadero testimonio, por lo haber visto muchas veces), que, si están comiendo, por poco que sea lo que tienen, y llegan otros, aunque sean muchos   —118→   , todo lo reparten y todos han dello de gustar y aunque no sea lo que uno cupiere sino tanto como una uña, y porque lo resciba, si no quisiese, lo han de forzar.

Era grande el cuidado que tenían cerca de sus entierros y sepolturas y difuntos, en lo cual eran en gran manera religiosos, celando y guardando los cuerpos de sus difunctos. Los yungas, que son las gentes de Los Llanos hacían sus sepolturas grandes y güecas en los campos y arenales, debajo del arena, donde los enterraban. Éstas eran de forma de una alberca cuadrada de quince o veinte és de cuadra y honda de dos estados, unas mayores y otras menores, según era la cualidad de la persona que se había de sepultar. En cada pared de las cuatro, por la parte de adentro, hacían una bóveda donde cupiesen cuatro o cinco personas, tan alta como un hombre, con una puerta pequeñita y angosta. Dentro de aquella bóveda entierran al Señor con algunas personas que él más amaba y con algunos servidores que le iban a servir allá, no tantas como de algunos de la Nueva España. Entiérranlas alrededor dél y allí todas sus joyas y vasos y piedras preciosas, y tornan luego a cerrar la portezuela   —119→   con barro y piedra o adobes, que parece no haber allí nada. Hacen lo mismo a las otras tres partes o bóvedas, que son para en que los hijos y nietos se han de sepultar. Después hinchen de arena todo el hoyo, que dijimos ser como alberca cuadrada, hasta con el otro suelo la emparejar. Otras veces la ciegan de arena hasta el medio, por no tener quizá tanto trabajo. La gente común hace sus sepolturas mayores o menores, según la calidad de cada uno, pero todos se entierran en hueco y cubiertos con maderos y barro y como tienen la posibilidad.

Sepúltanlos a todos envueltos en muchas mantas, cada uno según tiene el caudal, cubiertos los rostros, calzados los pies, y los hombres con sus paños menores. Lávanlos primero que los envuelvan en las mantas. Entierran con los hombres los instrumentos con que la tierra o las otras cosas de sus oficios labraban; con las mujeres las ruecas y husos y los telares y aspas con que tejían y devanaban. Poníanles comida y bebida para tres o cuatro días, guisada, y en ellos no cerraban las sepolturas, parece que creyendo que habían menester comer aquel tiempo que debía de durar el camino que llevaban. Poníanlos echados, el rostro hacia   —120→   arriba, y atábanles con unas cuerdas recias los muslos y los brazos junto al pecho, como nosotros, e cruzados.

De la misma manera que los servían en la vida era servido después de muerto de sus familiares, (conviene a saber), poniendo delante la sepultura comida y bebida, donde la quemaban; desta traían mucha todos los que lo venían en su muerte a honrar. Renovábanle la ropa, y del ganado que poseía cuando vivo, le señalaban cierta parte, que también le quemaban. Finalmente, en muchas cosas le servían después [de] muerto, como en la vida servirle acostumbraban, creyendo que su ánima vivía en otro mundo, aunque de la presente faltaba. Teníanle gran reverencia, veneración y amor y temor, lo cual, después de muchos tiempos, yendo creciendo, llegaba y se convertía en idolatría; porque muchas veces acaecía que, habiendo sido algunos Señores buenos y para sus pueblos provechosos y dellos muy amados, acaecía (sic) que, andando el tiempo, crescía tanto el amor y veneración, que por dioses los reputaban, y con sus ofrendas y sacrificios y plegarias ocurrían a ellos en sus necesidades, como a tales. Y este discurso al principio llevó en el mundo poco a poco, cuando se introdujo   —121→   estimar los hombres ser dioses, la idolatría, como parece por el Libro de la Sabiduría, cap. 14, donde se asignan della algunas causas; y aunque los errores destas gentes, haciendo de hombres dioses, los movían a ofrecerles dones y sacrificios, y a los ídolos ropa, maíz, vino, plumas, ovejas, oro y plata y otras cosas preciosas suyas; pero, que en los tiempos antiguos, que ofreciesen hombres, nunca se ha entendido ni sospechado.

Después de sepultado el cuerpo volvíanse todos los que a las obsequias habían venido a la casa del difunto, y allí comían y bebían lo que habían traído y ofrecido los parientes y amigos antes, y sí era Señor o persona principal, juntábase todo el pueblo y también pueblos comarcanos y hacíase gran limosna a los pobres que concurrían, dándoles de comer y de beber y también de vestir, al menos a algunos. A la comida estaba presente la silla o asiento en que se solía el Señor asentar, y si el Rey o Señor principal era el difunto, había un bulto en el mismo asiento, y si no, estaba la ropa de su vestir. Poníanle también delante la comida que si él fuera vivo había de comer. Los yentes y vinientes que entraban y salían, hacían grande acatamiento al mismo   —122→   asiento, como si allí estuviera viva la persona real. Tenía cuidado de todo este oficio funeral y que se cumpla y ordene todo y no falte alguna de las cerimonias, y de cómo y dónde se ha de abrir la sepoltura y de lo que en ella con el difunto se había de sepultar, el que sucedía en el estado, y él era solo el que los ojos le cerraba de la manera que arriba dijimos que en tiempo de Santa Lucía se acostumbraba por los romanos; lo que no habemos dicho tampoco entre aquestas gentes visto, ni oído ni hallado64. Este lo amortajaba y hacía todas las otras cosas principales que hacerse convenía por su persona, y otras que en su presencia se hiciesen mandaba.

Llorábanlo cinco y seis días y aun diez, y si era el Señor, concurría todo el pueblo a llorallo. Había mujeres que tenían el oficio de endechaderas, como dejimos arriba que las tenían los varones ilustres de Roma65. Éstas lloran por todos y cuentan las perfecciones y virtudes del difunto y el bien que hizo al pueblo, la   —123→   falta que por su muerte al bien público y casa y deudos hace llorando y cantando, a la cual responde otro gran número de gente, también llorando, al propio de lo que las endechaderas y endechaderos cantan esto estando el cuerpo del difunto puesto en una plaza o patio antes de sepultado; andan en rededor dél, y en algunas partes traen los lloradores bordones en las manos, al cuerpo ceñidas las mantas. Hay otros que tallen dolorosamente flautas. Después que aquellos están cansados, asiéntanse y levántanse a llorar y hacen otro tanto. Así le lloran de noche y de día hasta que acuerdan de lo sepultar. Pónenle cada día ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada. Así mismo le sirven de comida fresca, quemándosela delante. Está la cabecera la principal mujer en amor y la madre, si la tiene, y la segunda mujer a los pies; las demás llorando bajo al rededor. De cuando en cuando todos los llorantes levantaban un ahullido muy alto y doloroso que causaba espanto. De las ovejas que para la comida mataban, las asaduras tenían puestas en unos palos colgadas delante del cuerpo todo el tiempo que no lo sepultaban, las cuales miraban de   —124→   rato en rato los sacerdotes y adevinos o hechiceros, y según de la color que se paraban, mayormente los livianos decían el estado en que el difunto en la otra vida estaba.

Encima de las sepolturas edificaban ciertas paredes y casas sin cubierta del mismo tamaño, y allí echaban la comida ordinaria y quemaban ovejas y sebo y conejos y otras cosas, como por sufragios que, según creían se consolaban las ánimas. Sus mujeres andábanlos llorando por las heredades y por los otros lugares donde más ellos conversaban, y en algunas partes traían bordones en las manos. Por luto se tresquilan las mujeres y traen un paño grande sobre la cabeza y guardan el luto por lo menos un año; y muchas traen luto toda la vida.

De diversa manera se habían las gentes de la Sierra en hacer las sepolturas y en los entierros y cerimonias, porque en algunas provincias dellas hacían por sepolturas unas torres altas. Eran güecas en lo bajo dellas, obra de un estado en alto; lo demás todo era macizo, que, o era lleno de tierra o de piedra y canto labrado, y todas muy blanqueadas. En unas partes las hacían redondas y en otras cuadradas muy altas y juntas unas con otras y en el   —125→   campo. Algunas hacían en cerrillos, media o una legua del pueblo desviadas, que parecían otro pueblo muy poblado, y cada uno tenía la sepoltura de su abolorio y linaje. Metían los cuerpos en unos cueros de ovejas, cerrados por de fuera, señalados los ojos y narices; vístenles sus ropas; tienen el rostro descubierto de la ropa, aunque cubierto con el pellejo de la oveja. Ponen los cuerpos asentados; las puertas de las sepolturas todas al Oriente; ciérranlas con piedra y barro por espacio de un año; ya que los cuerpos están secos, luego abren las puertas dellas; y en algunos lugares, donde los vivos duermen y, comen, ponen y tienen los cuerpos de sus difuntos. No hay mal olor, porque, allende que los meten dentro de aquellos cueros y les cosen muy junto y recio, con el mismo frío que siempre allí hace, tórnanse los cuerpos como carne momia. Los Señores ponían sus cuerpos en una pieza grande y principal de su casa, y en ella las joyas y vasos de su servicio y vestidos que se vestía y plumajes con que hacía sus fiestas; y el mismo servicio que se le hacía y tenía siendo vivo, se le hacía y tenía después de muerto; porque se le hacía su sementera de mahyz y de las de más comidas, y su vino y guisados de   —126→   manjares, y poniánsele delante como si estuviera vivo. De allí se repartía entre sus criados y los que le servían como él lo solía hacer cuando vivía. Las fiestas que él celebraba y bailes y danzas viviendo, se le hacen y festejan después de muerto, y traen su cuerpo en unas andas por la plaza y por las heredades más principales por donde solía él andar. Esto era cuando eran muy grandes Señores y habían sido buenos para sus repúblicas; y todo lo proporcionaban más o menos, según la grandeza del estado y dignidad del Señor era mayor o menor.

Tenían en gran reverencia y usaban y guardaban exactísima religión con sus difuntos y sepolturas y entierros, y ninguna injuria se les podía cometer ni que más sintiesen, que tocarles a sus difuntos y violalles sus sepolturas. Y cerca desta materia dicen nuestros religiosos que habría muchas cosas notables que decir, si el tiempo diera lugar. Pero las dichas sobran para entender a cuantas naciones de las arriba recitadas hicieron ventaja en este tan señalado indicio y obra de razón (conviene a saber), en tener tan notable cuidado y solicitud de las sepolturas, entierros y obsequias y honra de sus difunctos; y no sólo a las naciones que fueron   —127→   en esto tan negligentes y cuasi bestiales, pero a muchas de las que cerca dellos fueron solícitas y cuidosas y bien racionales; y también no poca hicieron en algunas particularidades a las de las (sic) Nueva España, como podrán ver los que las cosas referidas de los unos y de los otros leyeren y consideraren.




ArribaAbajoCapítulo XVI

De la gobernación de los Ingas, su origen, y sucesión hasta Pachacútec


Todo lo que dicho queda en estos dos capítulos precedentes, pertenece al primero y más antiguo estado y gobierno de Reyes que en aquellos reinos del Perú antiguamente hobo; de aquí adelante converná decirse lo que tocare al segundo que sucedió a aquél después de buenos quinientos o seiscientos años. En este segundo estado se cuenta todo el tiempo que reinaron los Reyes llamados Ingas, cuyo imperio y Señorío Real duró hasta que llegaron nuestros españoles cristianos. No he oído qué tiempo duraría este imperio ni cuantos años. Según nuestros religiosos expertos en la lengua de aquellas gentes han podido con diligencia   —128→   inquirir y escudriñar las antigüedades de aquellos tiempos de los más viejos y más sabios a quien vino la noticia por relación de otros y por sus romances y cantares de mano en mano, porque carecían de historia escripta como todas las demás destas Indias, lo que más semejanza tiene de verdad, no curando de lo que algunos escriben, que, no teniendo ni sabiendo la lengua, hobieron lo que dijeron truncada y confusamente y a pedazos, y por consiguiente no se pudo sino en algo y mucho errar, es, sacado en limpio, lo que aquí parecerá66.

Para dar noticia del origen de los Reyes Ingas, primero quiero referir una fábula que cuentan los indios, que parte puede contener de fábula y el fundamento pudo ser historia, como harto de esta mezcla hobo entre las gentes antiguas.

Junto con la ciudad del Cuzco, cuatro leguas, está un pueblo muy antiguo, llamado Pacaritango67, donde hay ciertas cuevas antiguas, en las cuales dicen los   —129→   indios que habitaban tres hermanos con otras tres hermanas suyas y mujeres; los cuales dicen que los crió allí Dios. Llamábase el mayor dellos Ayarudio, el segundo Ayarancha, el tercero Ayarmango68; la mujer del primero Mamaragua, la del segundo Mamacora, la del tercero Mamaocllo. La conversación dellos con ellas no era como de marido y mujer, sino solo como de hermanos y hermanas. Salidos de las cuevas los tres hermanos con sus mujeres y hermanas, para poblar en el valle donde después fue la ciudad del Cuzco edificada y hoy está en el medio del camino, a las dos leguas está un cerro llamado Guaynacauri69, donde los dos primeros hermanos con sus mujeres desaparecieron y nunca después se supo qué se hobiesen hecho; por lo cual tuvieron opinión, y dura hasta hoy que se subieron al Cielo. De la manera que los romanos tuvieron que de Rómulo fue lo mismo. Y hobo entrellos persona de grande autoridad que afirmó haberle visto él por sus ojos subir con juramento; y otras opiniones vanas tuvieron los gentiles desta manera, según que arriba queda escripto70.   —130→   Provino de allí, que aquellas gentes tuvieron en gran reverencia el dicho cerro, en el cual edificaron un solemnísimo templo, del cual hasta hoy duran los edificios.

El tercero hermano menor, llamado Ayarmango, con su mujer y hermana Mamacllo (sic), dicen que vino al Cuzco, que estaba ya poblado de alguna gente, y allí moró con ellos mansa y pacíficamente. Los del pueblo le cobraron mucho amor, por verle persona quieta y prudente. Edificó sus casas en el asiento donde, muerto él y pasando mucho tiempo, se constituyó aquel riquísimo y admirable templo del Cuzco, de que ya grande mención arriba hecimos71. Pudo ser que aquellos le elijesen por Señor y de allí los yngas tener origen, y así fundarse la fábula sobre alguna parte de historia. Pero lo que parece a los religiosos que con diligencia tuvieron muchas pláticas de propósito sobre esto con viejos y diversas veces, y examinaron y coligeron lo que más verisímile y conforme a razón y a verdadera historia   —131→   era, es esto: que debió de vivir algún señor o persona principal en el susodicho pueblo llamado Pacaritango, que tuvo los tres hijos y hijas, las cuales quizá no fueron hijas sino mujeres de los hijos, y muerto él y oyendo ellos la fama de la fertilidad y buena tierra del valle del Cuzco, que distaba de allí (como se dijo) cuatro leguas, se quisieron venir con sus mujeres, que por la simplicidad de aquel tiempo llamaban hermanas (como Abraham llamó hermana a Sarra, su mujer, y con sus familias a vivir a él; y en el camino, llegando al cerro dicho de Guaynacauri (sic), los dos hermanos mayores con sus mujeres o se murieron, o se apartaron (lo que es más verosímile según aquellos tiempos) a poblar en otra tierra o provincia; y con el poco tracto y comunicación que tenían entonces unos pueblos con otros, no se supo más dellos; de donde pudo salir la fábula y fición que se habían subido al Cielo.

Venido, pues, Ayarmango al Cuzco, rescibiéronlo con buena voluntad y diéronle lugar donde hiciese su casa y tierra para su heredad o heredades; después, viendo su buena y pacífica conversación y cordura, y que parecía ser hombre justo y de buena gobernación, acordaron de   —132→   elegille por Rey y Señor de común y uniforme consentimiento. Tuvo en su mujer un hijo llamado Cinchiroca Inga, el cual sucedió al padre en la casa y señorío. Tuvo éste por mujer una Señora que llamaron Mamacoca, natural e hija de un Señor de un pueblo media legua del Cuzco. En esta hobo un hijo llamado Lluchiyupangi72. Este fue tercero inga; el cual casó con otra Señora que tenía por nombre Mamacaguapata, hija de un Señor de un pueblo nombrado Omas, tres leguas del Cuzco. Este tuvo un hijo en su mujer, que dijeron Indimaythacápac, que fue el cuarto inga; el cual tomó por mujer una señora dicha Mamadiancha73, hija de un Señor, de un Señor (sic) de un pueblo que se llamaba Sañe74, una legua del Cuzco. Este Indimaythacápac era ya Señor de aquellos pueblos de donde eran las mujeres de su padre y agüelo y suya.   —133→   Éste tuvo entre otros un hijo que nombró Capacyupangi (sic), el cual, muerto su padre, sucedió en el Señorío y casó con una Señora hija del Señor del pueblo Ayarmacha75 cerca del Cuzco; llamábase la señora Indichigia; fue aqueste quinto inga. Hobo aqueste Capacyupangi un hijo en su mujer y que tuvo nombre Ingarocainga, que sucedió en el estado a su padre; casó con una Señora hija del Señor del pueblo Guayllaca, en el valle de Yucay, llamada Mamamicay; el cual fue sexto inga. Tuvo un hijo en ella que se llamó Yaguarguacacingayupangui, el cual sucediendo en el Señorío y siendo el séptimo inga y tomando por mujer una Señora llamada Mamachiguia, hija del señor del pueblo Ayarmacha cerca del Cuzco, tuvo en ella un hijo que nombró Viracochainga, que sucedió al padre en el Señorío; casó con una Señora llamada Miamaruntocaya76, hija del Señor del pueblo de Antha en el valle de Jachijaguana77 cuatro leguas del Cuzco. Éste fue señaladamente muy bien quisto de los suyos, y de quien sonaba la fama por los   —134→   otros pueblos; de donde, un cierto Señor, llamado Pinagua, del pueblo de Mohina cinco leguas del Cuzco, por pura envidia movido, juntó consigo cuatro Señores otros comarcanos y vino a dalle guerra; la cual le dieron cerca del pueblo dicho Mohina cabe una laguna grande que allí había; el cual salió vencedor, subjetando al envidioso Pinagua y a los que trujo en su ayuda; de donde quedó por Señor de toda aquella provincia. Dicen los indios que los venció por haber sido provocado y acometido sin razón y justicia. Este fue octavo inga; tuvo hijo en su mujer que llamó Pachaqutiingayupangi78, el cual fue Señor después dél. En cuyo tiempo ya el nombre de los ingas era muy afamado y estimado por muchas provincias y habíase multiplicado en mucha gente su Señorío, así por los muchos años que habían reinado, como porque, como tenían muchas mujeres, tenían muchos hijos, y así crecieron en gran número. Éste tuvo muchos hermanos, entre los cuales fueron tres dellos muy valerosos. Casó con una hija del Señor de un pueblo llamado Chuco, cerca del Cuzco, llamada   —135→   Mamahanaguarqui. Fue muy gran Señor, creó cuasi todo lo que hoy llamamos Perú. Cresció su Señorío para ser tan grande, por esta manera:

Hay una provincia principal, treinta leguas del Cuzco, que se llama Andaguaylas, de la cual eran Señores dos hombres muy esforzados y de grande autoridad, hermanos; el uno se llamaba Guamanguaraca, y el otro Atcosguaraca79. Estos, o con causa justa o con injusticia, tuvieron muchas guerras con otras gentes comarcanas, y ganáronles, subjectándolos, sus tierras y provincias y otras más desviadas de las suyas, y llegaron hasta la provincia que agora se llama de Condesuyo, cosa muy principal y de mucha gente y poblaciones, y pasaron más adelante a la de Collassuyo, más grande y de más gentes y poder. Finalmente, viéndose tan poderosos, no se contentaron con señorear todo lo que está dicho, pero pretendieron ampliar más su estado y subjectar y señorear los Ingas, Reyes y Señores del Cuzco.

Con este propósito salieron con mucha gente de guerra, camino del Cuzco, y venían subjectando todas las gentes que se   —136→   hallaban en las provincias por donde pasaban. Llegados cerca del Cuzco, Viracochainga, padre deste Pachacutiingayupangi, era ya viejo, aunque todavía señoreaba y mandaba; pero viendo el gran poder que traían los dos hermanos, Señores de Andaguayas (sic) y cómo casi toda la tierra les obedecía, por no podelles resistir, hobo miedo y quísose absentar con su casa y gente a ciertas fortalezas que están en el valle de Xaquijaguana, el cual propósito dijo a sus hijos y mujeres y criados y a todo el pueblo; y así se retrujo con toda su casa, hijos y mujeres y los que del pueblo le quisieron seguir. Fuese a una fortaleza questá en el cabo del valle dicho, llamada Caquiaxacxaguana, muy fuerte.

El Pachacuti, hijo menor de aqueste Señor, que sería hasta de catorce o quince años, era de más esfuerzo y valeroso ánimo que los demás, y procuró de persuadir al padre y a la demás gente que no desmanparasen la ciudad, y que no tuviesen temor, porque el Sol le había aparecido una noche soñando y le había dicho, que no se fuese de la ciudad ni tuviese miedo a la gente que venía, porque le ayudaría para que los venciese a todos, y después lo haría muy gran Señor. Esto persuadió   —137→   al pueblo, fuese verdad el sueño o lo fingiese, para animar al padre y a la gente. Finalmente, no pudo con su padre ni hermanos persuadirles a que esperasen, y así se fueron a la fortaleza dicha.

Con todo eso, dos tíos suyos, hermanos de su padre, llamados Apomayta y Vicaquiray, viendo el gran ánimo del muchacho, determinaron de quedarse con él con la más de la gente de la ciudad que quiso esperar, y puesta la gente toda en orden de guerra para se defender, y sus espías y corredores de campo, ya que los contrarios llegaron medio cuarto de legua del Cuzco, en un llano que se hace arriba de Carmenga, llamado Qujachilli, salió el mozo Pachacuti con sus tíos y la gente que con él había querido quedar, animándolos con gran esfuerzo y dándoles certidumbre de vencer y salir con la victoria, y afirmándoles quel Sol le había della dado palabra, y que no le había de mentir. Finalmente, llegado al llano con su gente, aunque mucha menos que la de los dos hermanos, y rompiendo por ellos con gran ímpetu, como leones, hízoles gran daño; y aunque de una parte y de la otra cayeron innumerables, porque duró mucho, la batalla, pero diose tan buena maña e industria el buen muchacho Pachaqutiingayupangi   —138→   con sus tíos y con la fe que tuvo que el Sol le había de ayudar, que al cabo desbarató la muchedumbre de gentes que traían los dos hermanos, y a ellos y a sus capitanes prendió, y a otros muchos Señores y personas principales, y así quedó por él el campo.

Dicen los indios, que las piedras que había por aquel llano y comarca, se tornaron hombres por mandado del Sol, para que le ayudasen, por cumplir su palabra.

Habida tan señalada victoria, los Señores hermanos presos enviaron luego sus mensajeros a todos los capitanes y gentes que tenían repartidos en diversas guarniciones y partes, mandándoles que luego viniesen a hacer reverencia y subjectarse al Señor Pachaqutiingayupangi, porquél merecía reinar por el valor y esfuerzo de su persona, y dende adelante lo tuviesen todos por Señor. Los cuales vinieron luego, y tras ellos todos los Señores y principales de las tierras y Señoríos que los dichos dos hermanos tenían subjectos, corrieron a dalle gracias, porque los había libertado de la tiranía con que los capitanes de aquéllos y gentes de guerra los comenzaban a opremir, habiéndolos contra justicia subjectado por fuerza de armas, suplicándole que desde adelante   —139→   los rescibiese por suyos y fuese su Señor, para que los defendiese y tuviese en paz. Lo mismo hicieron muchos de las provincias lejanas que eran infestados con guerras injustas de otros, oída y estendido por muchas regiones su gran valor y fama.

Sabida por Viracochainga la victoria de su hijo y bienandanza no esperada dél, al menos, no será menester con encarecimiento decir haber rescibido alegría inestimable. Diose luego priesa con sus mujeres y hijos y toda su casa [a] venirse a la ciudad del Cuzco, donde grandes fiestas y solemnes regocijos y con maravillosas cerimonias se celebraron. Visto por el viejo la prudencia y esfuerzo y valor de su hijo Pachaquti, y que con el Sol tenía tan familiar privanza, determinó de renunciarle el reino y estado quél poseía, con todas las provincias que se le habían venido a ofrecer al mochacho. El mozo aceptó la renunciación del padre y comenzó a gobernar los reinos con tanta prudencia, majestad, gravedad y auctoridad, como si fuera de sesenta años, y con tanto amor y acepción de todos los pueblos, que por ser tan alta y tan recta y tan felice y tan útil a todos los súbditos la gobernación que comenzó y tuvo, mereció   —140→   que le pusiesen aqueste nombre Pachaquti, que quiere decir, «vuelta del mundo»; porque pareció a los pueblos, que por la reformación y nuevo lustre y utilidad que les había sucedido entrando él a gobernar a todos aquellos reinos y provincias, se había vuelto el mundo de una parte a otra, o que había renovádose el mundo, o aparecido otro nuevo mundo. Antes se llamaba Pachaquti Ingayupangi, que quiere decir «vuelta del mundo (sic)», y por esta hazaña tan señalada, que si fuera entre cristianos se tuviera por miraculosa, le añadieron un sobrenombre, Y este fue Pachaquti capac inga yupangi, que significa «el Rey que volvió y trastornó el mundo, digno es de ser amado y reverenciado»80.

Voló esta fama por todo aquel mundo, por la cual, muchos Señores de partes muy lejanas, como a otro Salomón la Reina Saba, le vinieron a visitar y hacer reverencia, y darle salud con sus presentes y dones.



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