Ibérica por la libertad
Volumen 6, N.º 9, 15 de septiembre de 1958
IBÉRICA es un boletín de información dedicado a los asuntos españoles y patrocinado por un grupo de americanos que creen que la lucha de España por la libertad es una parte de la lucha universal por la libertad, y que hay que combatir sin descanso en cada frente y contra cada forma que el totalitarismo presente.
IBÉRICA se consagra a la España del futuro, a la España liberal que será una amiga y una aliada de los Estados Unidos en el sentido espiritual y no sólo en sentido material.
IBÉRICA ofrece a todos los españoles que mantienen sus esperanzas en una España libre y democrática, la oportunidad de expresar sus opiniones al pueblo americano y a los países de Hispano-América. Para aquellos que no son españoles, pero que simpatizan con estas aspiraciones, quedan abiertas así mismo las páginas de IBÉRICA.
Directora:
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- CLAUDE G. BOWERS1
- FRANCES R. GRANT
- JOHN A. MACKAY
- VICTOR REUTHER
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Hemos hablado largamente del problema dé los cristianos demócratas españoles. Nos faltaba, sin embargo, aclarar un punto importante: su situación y su peso en la balanza política. Lo precisaremos para que cada uno sepa hasta dónde debe o no ayudarnos en nuestra gestión.
Seamos objetivos: los cristianos demócratas, dando a cada término su pleno valor, aunque responden a una corriente de opinión muy extendida, son relativamente eficaces por el momento. Los jerarcas del régimen les acusan de hacer el juego del comunismo, la Iglesia los mira con temor, aunque en ciertos sectores gocen de un sincero respeto, las fuerzas de derechas los odian abiertamente, los superintegristas del Opus Dei lamentan no tener a mano un aparato inquisitorial para hacer un auto de fe con ellos, y, por último, los demócratas cristianos neocedistas juzgan -aunque no lo digan abiertamente- que su tentativa no se ajusta a lo que ellos creen ser la necesidad del momento.
En suma, ¿qué pretenden estas gentes que tanto recelo inspiran? Nada que pueda asustar a ningún demócrata sincero.
Quieren que se instaure en España un muevo régimen libremente elegido por el pueblo y que se supere de una vez por todas el clima de guerra civil que envenena a nuestra patria desde 1939.
Quieren que se revise a fondo la obra del régimen franquista, que se castiguen los abusos cometidos al amparo e incluso contra la legislación actual, que se recuperen los capitales mal adquiridos o robados al pueblo para dedicarlos a la reconstrucción económica de la patria, que se acabe con los privilegios de castas, pero también que se conserven, mejorándolos, todos aquellos aspectos de orden técnico o legislativo que constituyen aportaciones positivas para el mañana, como lo son, por ejemplo, el seguro de enfermedad o los subsidios familiares.
Quieren que España se incorpore al concierto de las naciones occidentales y llegue a ser, en este momento de crisis del ideario democrático, un ejemplo de democracia. Esto requiere que se practique en nuestro país una legislación social progresista, ajustada a sus posibilidades y exenta de demagogia, se ratifiquen en la práctica no sólo en actos oficiales los convenios internacionales, se revise a fondo la orientación económica del país, y se imponga un respeto intransigente de las libertades fundamentales proclamadas por los aliados al final de la última guerra.
Quieren, sobre todo, la paz con la Iglesia. Esta es la piedra angular de su combate.
El pueblo español, desde tiempos inmemoriales, ha venido sosteniendo un pleito con la Iglesia católica que es preciso resolver definitivamente. Si no, en España no habrá nunca paz ni en la calle ni en el Parlamento, y una y otra vez volverá a regarse de sangre nuestro suelo.
Esta paz con la Iglesia -que bien podemos llamar nuestro concordato interior- es difícil que puedan lograrla exclusivamente los viejos partidos de la República. El pasado aún conserva una influencia imborrable en muchos espíritus. Difícilmente también puede obtenerla por sí solo un partido demócrata cristiano confesional, por ser parte interesada, dirigida por la autoridad eclesiástica, o cuando menos influida por ella y por tanto no neutral. Esta paz, que debe ser la obra de todos los demócratas, necesita un catalizador, es decir, un elemento que por su imparcialidad favorezca la unión del máximo de fuerzas en torno a una solución común, sin inspirar la desconfianza de ninguna de ellas, y lleve a la Iglesia a negociar en un clima de comprensión mutua con los demócratas. Inspirar la confianza de la Iglesia -y no sólo de un sector eclesiástico limitado- y contribuir a formar este elemento catalizador es lo que pretenden los cristianos demócratas.
No es necesario que para ello formen un gran partido, sino que cuenten con el apoyo de los partidos democráticos y que puedan actuar cerca de la Iglesia como intermediarios o intérpretes de una posición conjunta de estos partidos.
A estos efectos, sería oportuno formar una delegación común de todos los sectores democráticos para discutir conjuntamente la actitud que habría de adoptar el exilio en una primera etapa -y luego unido a fuerzas del interior- frente al problema de la Iglesia. A partir de esa delegación podría formarse un consejo integrado por personalidades del interior y del exterior y encargado de iniciar una gestión directa con las jerarquías de la Iglesia española y con el propio Vaticano. Repetiremos hasta la saciedad que las actitudes unilaterales no constituyen sino garantías parciales cuya influencia sobre la Iglesia sería escasa, si no nula. Hay que tener en cuenta que la caída de Franco no supondrá la de la Iglesia -¡ojalá, nadie se engañe en este aspecto!- y que con ella toparemos mañana inevitablemente. Así pues, mejor es que desde ahora precisemos todos nuestra actitud.
Decimos «desde ahora» porque la Iglesia es una de las fuerzas que mayor presión puede ejercer en el cambio futuro de régimen que ha de experimentar España. Si el exilio no define su actitud conjuntamente, si se muestra incapaz de llegar a un acuerdo sobre tan candente problema, el sector integrista de la Iglesia española apretará sus filas, ejercerá toda su influencia en favor de una restauración monárquico-reaccionaria -esto ya lo viene haciendo-, y aplastará al sector católico democrático que desde hace un año ha dado pruebas de su deseo de hallar una solución valedera para todos los españoles3.
La unión de todos los partidos democráticos en torno a una propuesta conjunta daría a esta la fuerza que no puede tener si emana de un grupo aislado. Además, demostraría a los españoles del interior que los partidos del exilio no se han quedado incrustados en posiciones anacrónicas, que son capaces de renovarse y de ofrecer al pueblo una solución adecuada al momento presente.
La viabilidad y la eficacia de esta solución dependen de que no cometamos el error de tratarla separadamente de su contexto político, económico y social. El problema religioso es uno de los problemas capitales del país, pero no es el único. Teniendo en cuenta esta verdad de Pero Grullo -que como todas las de este género suelen olvidarse con harta frecuencia-, sería oportuno que los partidos del exilio se mostraran capaces de unirse en torno a un gran programa común, claramente definido en sus detalles. Este programa debería abarcar no sólo aspectos jurídicos y políticos tales como la naturaleza del régimen futuro, la posibilidad de efectuar elecciones libres o la restauración de las libertades fundamentales, sino también los aspectos sociales y económicos del presente. Un estudio detenido de la situación actual -a base de los datos de las instituciones oficiales o privadas del propio régimen y de los informes de las organizaciones internacionales- permitiría establecer un balance justo y ponderado de la época franquista y proponer remedios basados en la realidad viva del país. Este programa total, emanación de una voluntad colectiva, podría ser llevado al conocimiento del pueblo español mediante un esfuerzo de propaganda, también conjunto, que es, a nuestro juicio, perfectamente realizable.
Ahora bien, para esto es menester que superemos nuestras divisiones y nuestras querellas de personalidades que tanto daño han hecho al país. Es necesario que los partidos resuelvan sus escisiones, que se reagrupen los socialistas, y que los republicanos formen a su vez un gran partido republicano. Sin querer herir a nadie, permítasenos decir que, en 1958, la existencia de grupos como Unión o Izquierda Republicana no corresponde a la realidad presente de España. Son restos de otra época -muy respetables individualmente considerados- pero inadecuados a las necesidades de hoy. La España de mañana no será un mero retorno a 1931, así como 1931 no fue tampoco una vuelta a la época de Pi y Margall.
Un gran partido republicano, un gran partido socialista, unos sindicatos decididos y unidos en la acción, y un programa común, he ahí lo que necesitamos en estos momentos en que la extrema derecha se prepara a prolongar su reinado bajo una monarquía reaccionaria.
Hasta la fecha los partidos del exilio se han limitado a formular declaraciones de principios y a proponer como remedio el paso a una etapa provisional sin signo institucional definido. Durante esta etapa se prepararía la consulta popular, fuente legal del nuevo régimen republicano o monárquico. Idéntica postura adoptamos en el documento «República o Monarquía» publicado a mediados de 1957 que respondía al espíritu del llamado Pacto de París, firmado en febrero del mismo año.
En septiembre de 1957, el partido socialista publicó una nueva declaración afirmando «su decidida voluntad de colaborar con todas las fuerzas democráticas que están dispuestas a liberar a España».
Ahora, acabamos de recibir el número de junio de 1958 de C.N.T. de México. En su encabezamiento leemos las frases siguientes: «Un frente nacional democrático, en el cual estén incluidas las organizaciones sindicales, puede y debe ser la expresión de los sentimientos del pueblo español. Sin un organismo de esta naturaleza, los esfuerzos actuales carecen de eficacia. Todo se va en palabras, en proyectos, sin que ninguno se desarrolle en lo que realmente puede echar abajo a Franco: la acción. ¿Hasta cuándo van a seguir las cosas así?».
Nosotros suscribimos todas estas manifestaciones y preguntamos: ¿Cuándo se va a pasar del dicho al hecho? Si los partidos democráticos del exilio están de acuerdo en la solución que debe ofrecerse al pueblo español, ¿por qué no forman de una vez el Frente Nacional Democrático que venimos propugnando desde hace tanto tiempo? ¿Es acaso imposible que se unan los republicanos en un gran partido? ¿Es acaso imposible que resuelvan los demás sus divisiones en beneficio del bien común? ¿Es acaso imposible que una vez unidos formen un consejo del exilio -que vendría a ser el órgano rector de ese Frente Nacional- y unan sus esfuerzos y sus medios para proponer un, programa detallado al pueblo español?
El país está desde hace tiempo en situación de espera. Las gentes desean que se les proponga una tarea concreta. Entretanto, las fuerzas de la extrema derecha española se mueven afanosamente entre Madrid y Estoril. Poco les preocupa que el exilio pida elecciones libres, mientras esta petición no se halle respaldada por una unión exterior y por una poderosa corriente de opinión en el interior. Es inútil formular declaraciones de principios; si no se tiene la voluntad de emprender una acción inmediata, encaminada a despertar un verdadero fervor popular en pro de la restauración de las libertades democráticas. Pero es además necesario que el pueblo sepa qué se tiene intención de hacer al amparo de esas libertades, es decir, qué solución se piensa dar a los problemas candentes de España que se llaman Iglesia, Ejército, Hacienda, Reforma Agraria, etc. O el exilio se muestra capaz de dar una respuesta conjunta a estos tremendos problemas, o los españoles seguirán pensando que el regreso de los partidos de la República no supondría sino la prolongación de las trágicas divisiones que tanto daño nos hicieron y que tanto contribuyeron indirectamente a sostener a Franco. Hay que pasar de la crítica negativa a la formulación positiva de los problemas. El pueblo español está harto de improvisaciones y de que se remitan al futuro las soluciones que reclama el presente.
Si los partidos del exilio se mostrasen capaces de elaborar un programa conjunto y de formar un Frente Nacional Democrático, acto seguida les sería posible iniciar negociaciones con sectores dirigentes de la Iglesia y del Ejército, y con las fuerzas que sostienen hoy la restauración de la Monarquía, entre las que figuran muchas personas que la aceptarían sin pasar antes por unas elecciones libres, no porque desprecien el consenso popular, sino porque temen la desunión de los demócratas, y, sobre todo, la posibilidad de que estalle una nueva guerra civil
Hay que tener en cuenta un hecho radical e insoslayable: las gentes del interior quieren garantías y precisiones. Están hartas de oír que todos están de acuerdo en que se debe acabar con el régimen franquista. Quieren ver plasmarse en una realidad concreta ese acuerdo que hasta ahora no ha pasado de ser una formulación de principios.
Los demócratas del exilio tienen el ineludible deber de probar al pueblo español que están realmente unidos en torno a una solución común, y que han acabado con sus divisiones, que están dispuestos a actuar «todos a una» como decía acertadamente Don José María de Semprún Gurrea en un reciente artículo de IBÉRICA.
Todos a una en un frente común, con un programa común, y al servicio de ese programa todos los medios de propaganda de que dispone el exilio. Esa es la única solución. O los demócratas españoles demuestran que son capaces de librar la última batalla, haciendo sentir en el interior del país su presencia viva encarnada en un programa concreto, o el día de mañana no tendrán lágrimas bastantes para llorar la ocasión perdida.
La libertad no se mendiga, se conquista luchando. Frente al enemigo común, sólo la unión puede salvarnos.
XAVIER FLORES
En estos últimos años se han publicado en España varias historias de literatura y muchos estudios particulares sobre nuestra poesía contemporánea. En estas historias y estudios aparecen los nombres de la mayoría de los líricos nacionales de esta postguerra. Sus obras, los elementos técnicos, el orbe de las influencias y muchas cosas más. Hasta se han llegado a perfilar con bastante claridad los diversos ciclos de nuestro acontecer, y en parte se ha hablado d e sus variaciones temáticas o de sus nuevos hallazgos. Lo que no se puede encontrar es lo que ha pasado de hecho en la existencia de nuestra poesía, los motivos o las razones de sus mutaciones y el sentido de los nuevos quehaceres que han aquejado a nuestros hombres. Estas historias de literatura han sido escritas por profesores muy competentes, que saben mucho y que poseen un gran rigor científico, pero que aun conociendo muy bien toda la significación de estos movimientos, no se atreven a destapar la gran olla de agua puesta al fuego. Se contentan con descifrar los versos desde un ángulo más o menos técnico, a anotar el curso de las herencias o a desvelar las oscuridades de una biografía muy clara. Se quiere así separar con un premeditado propósito toda relación entre poesía y vida, entre poesía e historia, entre poesía y política. Estamos casi seguros de que en este mundo de la poesía no ha surgido de modo deliberado una intención comprometida o cívica. Se debe decir que estos líricos españoles se han ido manifestando o cambiando de acuerdo con ciertas exigencias interiores y como consecuencia de lo que veían y del malestar que les circundaba. Para que se llegase a poseer una conciencia lúcida de lo que pasaba en España, y nos referimos a los hombres de las nuevas generaciones que no hicieron la guerra, tuvo que pasar largo tiempo. Este tiempo, sus esencias más hondas, y estos acontecimientos no están consignados, que nosotros sepamos, en las historias de literatura.
No sabemos que hubiera acaecido en España, que les hubiera acaecido, si todo ese espléndido equipo de grandes poetas surgidos en la época de la Dictadura de Primo de Rivera -los máximos innovadores de nuestra lírica, los subversivos pioneros de originales composiciones puras o populares, los herederos de Juan Ramón Jiménez- se hubiesen quedado en España. De hecho permanecieron aquí los menos importantes. Todos los exilados, aun llevando el dolor de su país en el corazón, se han mantenido poco más o menos dentro de su mundo de adquisiciones y extraordinarios hallazgos personales. Han vivido de memoria España. La nutrían y la mantenían con su fantasía. Ya hemos dicho repetidas veces que en esta historia contemporánea de España lo malo no fue la guerra civil, con ser muy mala, sino la paz que le siguió. De los que permanecieron aquí, la generación que empezó a escribir con la República continuó haciendo tranquilamente lo mismo como si no hubiera pasado nada. Se recordará que esta generación, la de Rosales, Vivanco y Panero, que vivió muy cerca de la gran revista Cruz y Raya, de cierto modo fue una generación conservadora y tradicionalista -la que restaura el culto a Garcilaso y cultiva una poesía amorosa de porcelana- frente a la de sus mayores, la de Salinas, Guillén, Alberti, Lorca, Dámaso Alonso y Aleixandre. Se ha dado el peregrino caso de que apoyándose en aquel joven equipo de Cruz y Raya se irguiera la lírica de estos primeros años de postguerra. Sus elementos de trabajo e inspiración eran muy apropiados para vivir sosegadamente en sus singulares campanarios, muy al margen del dolor de España. Y así sucedió. Garcilaso primero y más tarde Quevedo -Quevedo naturalmente, fue el primer ácido de la discordia- aparecieron como sus cuerpos rectores. En estos iniciales tiempos de Dictadura totalitaria se percibe con mucha claridad un cierto grado de impermeabilidad entre existencia personal y circunstancia temporal.
Pero, para ser veraces, asimismo debemos decir cómo muchos de estos poetas, a medida que los días transcurrían, y bajo la presión de no se sabe qué fuerzas coactivas, salieron también de sus campanarios, desparramándose por calles y plazas, hasta establecer una lírica más comunal y comunicativa que expresaba un desasosiego esencial y un malestar sentimental. La publicación de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, de la generación de los grandes maestros modernos, así como La casa encendida, de Luis Rosales, o La continuación de la vida, de Luis Felipe Vivanco, son sucesos importantes en la trayectoria de nuestra lírica y de cierta manera explican muy bien la aparición de la poesía social, existencialista o cívica que después hemos admirado. La manera de entender y de expresar el sentimiento religioso, muchos de estos poetas son católicos de siempre, la iracundia que manifestaban muchas de las composiciones y el nuevo sentido real de la vida, han de considerarse como notas muy acusadas en la ascensión hacia un nuevo estado de cosas.
Poco a poco se fue estructurando una original sensibilidad, una mente más de acuerdo con los acontecimientos históricos y una rebeldía más amplia y humana. Los motivos de esta especial situación lírica no son difíciles de encontrar. Primero, la presión política y social se ejerce en el ánimo de todos los españoles de manera injusta y la ausencia de toda clase de libertades va produciendo un malestar y un encono cada vez mayores. Hemos de pensar que una de las causas más poderosas que generan las nuevas promociones de poetas subversivos es el aburrimiento de esta vida nacional, tan conforme con la naturaleza, de toda clase de dictaduras. Este Estado vertical interviene en todo, en lo ajeno y en lo propio, y dirige desde su cima piramidal todos los movimientos de los ciudadanos. Este mundo estepario e inhóspito va secando todas las fuentes de la individualidad, hasta cortar en su raíz todo proyecto particular que no esté de acuerdo con sus normas totalitarias y toda preocupación o inquietud que suponga un nuevo rostro, un inédito matiz o un gracioso desplante. Esta línea general llega a todos los ámbitos, desde el del comerciante hasta el del industrial o el del poeta. Este aburrimiento patriótico naturalmente había de tropezar con el alma intranquila del español, con su soledad y fantasía a cuestas. Es muy posible que todo esto nos hubiera llevado a un nihilismo absoluto, como ha sucedido en tantos países totalitarios, de no haber existido las incitaciones extranjeras, el permanente estado de esa «España como problema» y esa resistencia continua que desde el exterior llegaba. Todos estos poetas que ahora empezaban a trabajar no habían hecho la guerra civil, efectivamente. Por necesidad tenían que ser muy distintos de esos otros poetas de la Resistencia francesa que por este tiempo ya empezaban a olvidar sus recuerdos bélicos, mientras los españoles se contentaban con saber de memoria los horrores y las tormentas de nuestras luchas intestinas.
Volvía otra vez la preocupación metafísica y lírica sobre el ser y la naturaleza de España. Esta pregunta reiterada de todos nuestros mejores hombres acerca del sentido, la significación y la razón de España se reincorporaba con nuevos bríos y un inédito aliento espontáneo, centrado todo en las últimas experiencias tenidas. De hecho esta pregunta insistente nos quiere dar a entender que somos distintos del resto de las naciones europeas y con ella se buscaba los motivos de esta distinción y la «originalidad» de nuestro comportamiento. Hemos de aclarar también que mientras esta pregunta en otras épocas se quedaba siempre flotando en esa atmósfera gris de lo abstracto y de lo histórico, ahora a través de los nuevos poetas de postguerra adquiría una caracterización más concreta, acuciante e inmediata. Más dolorosa todavía porque se hacia desde esa herida en carne viva de la guerra civil y de la paz injusta y opresora. Esta generación de poetas que encabezan Victoriano Cremer, Gabriel Celaya, Blas de Otero, Ramón de Garcíasol, Eugenio de Nora y José Hierro nos reviven y cantan una España que no se parece a ninguna otra de entre tantas revividas y cantadas. La presencia de España es urgente e irreprimible. Lo mismo en Canto total a España, de Cremer, que en Las cartas boca arriba, de Celaya, en En nombre de España, paz, de Otero, en Hombres de la tierra, de Garcíasol, en España pasión de vida, de Nora, y en Tierra sin nosotros, de Hierro. Frente a la diversidad de temperamentos e inspiración existe algo que los ata a todos. La lírica de cualquiera de ellos ha nacido de un sentimiento crítico indomable. Un sentimiento que se ha generado no dentro de la historia sino terriblemente vinculado a la existencia personal. De cómo esta crítica que, claro está, era muy difícil de ejercer de manera discursiva, se transforma en poesía, grito, queja o lamentación habría mucho que decir. Lo cierto es que bajo la presión de las circunstancias, aleccionadas por el aliento de la lírica temporal ele Antonio Machado y también por ese dolorido sentir personal de Miguel Hernández, todos estos poetas han llegado a realizar un poema único y singular que no se asemeja ni al de los existencialistas franceses actuales, ni al de los neorrealistas de muchos países, ni tampoco al de Antonio Machado ni al de Miguel Hernández. Como estos poetas que hemos citado, tenemos muchos en España. Andan por todas las provincias y hay uno en cada pueblo. Se puede decir que forman un ámbito que guarece a todos los españoles, que recoge su desaliento o su esperanza y que refleja el unánime sentir de muchas almas en pena.
La poesía actual no ha podido expresarse totalmente, es verdad. Pero muchas veces una espléndida calidad estética y humana aparece sólo en esos momentos dramáticos en que no se llega a decir lo que se quiere, en que se está encarcelado. La originalidad de esta lírica española nace de esta circunstancia, de este fenómeno de una adaptación necesaria. Cada poeta ha tenido que buscar su personal modo afirmativo. Como ejemplo de esto que escribimos es conveniente referirnos a la aparición del último libro de poesía importante publicado en nuestro país, Teatro real5, de Leopoldo de Luis, y que ya en las páginas de IBÉRICA ha merecido los honores de la reproducción de dos de sus poemas y de una acogida muy cordial6. Leopoldo de Luis es un lírico muy bien conocido en el ámbito nacional. En 1949 dio a la estampa su primera obra, Los imposibles pájaros. Ahora pone en nuestras manos Teatro real de muy extraño contenido, de individual facha y de expresión poemática y humana muy singulares. Este libro es como una meditación muy reprimida, cargada de un recatado malestar y de un dolorido sentido coloquial de la vida y escenario de la España contemporánea. Leopoldo de Luis nos lo manifiesta muy bien desde el momento inicial de Teatro real. Estas composiciones nos hablan de cansancio, de hastío, de una verdadera desesperanza. Bien es verdad que la esperanza llegará más tarde en el hermoso verso que lleva este título mismo. El autor nos dice de entrada que «busca sólo una salida hacia el mañana y que está a vueltas con la vida como con una almendra vana». Luego se enfada un poco, no mucho porque sus fuerzas ya no le acompañan, e intenta encontrar «una manera de que la pulpa esté madura, de que colme otra vez la primavera esta cáscara oscura». Más tarde, «se echa la culpa de no dar con la clave de aquel juego». Colocadas así las cosas, comienza la representación del drama español, en la que el poeta hace de coro. Creemos uno de los hallazgos definitivos de este bello libro es esta forma de situarse Leopoldo de Luis ante esta existencia terriblemente cansada de nuestro país. Hecho extraño, el autor no se inviste del papel de héroe, ni incluso del de antagonista, como ha sucedido siempre, orgullosamente. Se pone junto al coro, en una posición humilde pero responsable, ávida y comprometida, y con él canta trágicamente su sentimiento narrativo y crítico. El poeta nos dice entonces todo lo que tiene que decirnos: que esta representación del drama español es «torpe, con su recitado de corrido, su espíritu de papagayo, con aquel gesto que se desploma triste de sus labios, los disfraces empolvados, los arcaicos trucos, con sus nubes de ceniza, con su falta de director, con la ausencia de público y el viejo traspunte que nadie ve». En este teatro real así dispuesto de pronto surge el fuego y entonces los actores se rechazan como hermanos, se desconocen, se odian y se abalanzan. En toda esta representación hay una luz implacable que hiere los rostros blancos de todos estos hombres. Toda esta parodia teatral nos indica hasta qué punto falta en ella sustancia humana, verdad histórica, conciencia y dignidad trágicas. Esto es lo que echa de menos el poeta en la España de hoy. La segunda parte de este libro -se titula Patria oscura y se abre con un poema hermosísimo: «Hay una patria de esperanza y sombra», escrito con el mismo espíritu del resto de la obra, pero donde el poeta se siente ya voz primera y ejecutante en este paisaje desolado y triste. Detrás de todo este contenido pesimista surge en todo el poema una fuerte valoración de la esperanza, no como llama encendida y brillante sino como pequeña brasa que hay que cuidar todos los días. Se podría hablar mucho más de este libro y precisar con más seguridad la feracidad de su contenido y el estilo de su tibia voz, hasta decir toda la riqueza de su original aportación a la poesía contemporánea española.
JUAN DE TOLEDO
CARTA DEL SECRETARIO DE EMBAJADA D. VICENTE GIRBAU AL GENERAL D. ANTONIO ALCUBILLA
Excm.º Sr. Teniente General
Don Antonio Alcubilla Pérez
Madrid
París, 29 Julio 1958.
Mi querido y respetado General:
Hace poco más de dos años, en otras circunstancias difíciles para mí como las actuales, le dirigí una carta en la que, hablándole de lo ocurrido en España hace 22 años, le decía que me abstenía de cualquier juicio individual, porque creo que en algunas circunstancias históricas ninguna actividad puede resultar justa.
Actualmente me dirijo de nuevo a Vd. en este momento en que me veo forzado a solicitar la condición de refugiado político en este país cosa que jamás hubiera querido hacer, pues estimo, y conmigo todos los compañeros que se han visto forzados últimamente a tomar la misma decisión, que no es el exilio, sino la colaboración de todos lo que necesita nuestra patria.
El pasado día 13 de Junio leí en la prensa nacional una Requisitoria en la que el Juez Especial de Actividades Subversivas reclamaba mi presencia en el plazo de cinco días para responder de los cargos que contra mí resultan de un Sumario 839-58. Ignoro cuáles puedan ser esos cargos. Lo que desde luego puedo asegurarle es que jamás he tenido actividades subversivas, pues no es la subversión, sino la renovación lo que deseo para España.
Sin embargo, lo que conozco del mencionado Juez Especial no me induce a confiar en su objetividad ni en su espíritu cristiano. El Coronel Aymar tuvo hace 22 años la desgracia de que asesinaran a su hijo, como le ocurrió por entonces a tantos miles de españoles de todos los matices ideológicos. A partir de ese momento se le colocó en lugar adecuado para que pudiera ejercitar sobre sus compatriotas su saña vengativa. Lo que ha hecho con creces.
En estas condiciones prefería la rebeldía a la presentación; no escogí sin embargo el exilio. Pero con fecha 19 de julio el Ministerio de Asuntos Exteriores ha dirigido una circular a las Embajadas y Consulados de la Nación ordenándoles que comuniquen a las autoridades que el Secretario de Embajada Vicente Girbau León es persona de actividades subversivas y su pasaporte es anulado y carece de validez.
Ignoro, mi General, si es frecuente en España solicitar la colaboración de las autoridades todas del mundo para la persecución política. Lo que sí sé es que es algo propio de épocas bárbaras, en las que se ponía precio a la cabeza de los perseguidos. Afortunadamente existen países que han superado ya esas épocas. Me veo obligado, mi General, a acogerme a la protección de este país en el que se conservan más que en el nuestro las normas de la convivencia civilizada. Y conste que sólo con profundo dolor puedo hablar en estos términos de nuestra patria.
Al «quedar excluido de la convivencia nacional» quiero afirmar que, aunque sea el odio el que me excluye, yo por mi parte no me acojo al rencor ni a la bandería. No es el rencor ni la bandería, mi General, lo que nos está haciendo falta, sino el amor y la generosidad.
Con un amor entrañable por nuestras tierras y por nuestro pueblo, contrastado y aumentado en el alejamiento, le garantizo que seguiré trabajando en la escasa medida de mis fuerzas por unos objetivos que definiría del siguiente modo:
Deseo la reconciliación de todos los españoles, deseo la convivencia nacional pacífica en una España habitable para todos, en la que cada cual procure imponer de manera civilizada su visión y su solución de los problemas.
Deseo la liberación total del ser humano, de las necesidades materiales, de las presiones y contradicciones de la sociedad y de los ídolos de su propia conciencia.
Deseo un Gobierno fundamentado en el consentimiento de los gobernados, y que garantice de un modo real los derechos humanos tal como aparecen definidos en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
Declaro por último que no deseo sólo vencer, sino principalmente convencer.
Si estas ideas son subversivas en la España actual, ello basta sin más para juzgarla.
Nada más, mi General; tengo fe en nuestra España y tengo fe en el futuro, y estoy seguro de que nos encontraremos un día en una España recobrada para todos. Entretanto seguirá Vd. ocupando un lugar de privilegio entre mis afectos.
Reciba un abrazo con el afecto de ayer, de hoy y de mañana.
VICENTE GIRBAU LEÓN
SR. DE IRUJO ACLARA AFIRMACIONES DEL SR. MARTÍN ARTAJO
La revista Católica América de New York, publicó en su edición del 11 de enero de este año un artículo de D. Alberto Martín Artajo. A ese artículo contestó nuestro colaborador D. Manuel de Irujo, exministro español de la República. Por exigencias editoriales nos vimos obligados a resumir el extenso estudio del Sr. Irujo y adoptar la forma de carta. Al reproducir nosotros esa carta, publicada en dicha revista América el 19 de julio, debemos a nuestros lectores esa explicación.
Las cortes españolas
Sr. Director: D. Alberto Martín Artajo; exministro de Relaciones Exteriores del general Franco, ha publicado en América un largo artículo titulado «La reforma de las Cortes Españolas», cuya finalidad, expuesta en sus párrafos inicial y postrero, es la de hacer ver a los lectores que «Las reformas que la nueva legislación introduce en la organización y funcionamiento de las Cortes, marca, como bien puede verse, un paso importante en la evolución del régimen político español».
Un examen de los actuales textos aludidos por el Sr. Martín Artajo revela que su exposición no está basada en la realidad.
La junta de Defensa Nacional fue creada por decreto del 24 de julio de 1936. Esta junta, por nuevo decreto del 29 de septiembre del mismo año «nombra Jefe del Gobierno del Estado Español al Excmo. Sr. General de División don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado». Esta investidura de supremo poder al jefe del Estado ha sido reiterada en las leyes de 30 de enero de 1938, 8 de agosto de 1939 y 17 de julio de 1942.
Nos falta espacio para comentar los textos subsiguientes, pero podemos afirmar que ni uno solo revela el más leve síntoma de evolución en el régimen establecido por la ley del 17 de julio de 1942. Por el contrario, ciertos cambios refuerzan el inicial carácter de las Cortes y su sumisión al ejecutivo, del que constituyen un organismo consultivo, cubierto con frases y formas de carácter parlamentario.
Respecto al Reglamento de 26 de diciembre de 1957, al que se refiere con tanto optimismo el Sr. Martín Artajo, es una versión literaria acomodada al lenguaje parlamentario. Su contenido no varía el concepto impuesto a las Cortes por la ley que las creó. Un somero examen de sus artículos lo pone de manifiesto.
Los Procuradores asumen el ejercicio de sus cargos después de prestar juramento a los principios del Movimiento Nacional (art. 2). Las Cortes continúan siendo un altavoz del bando que ganó la guerra, no una representación nacional.
El Presidente, designado por el jefe del Estado, «propone» los nombres de los miembros de la «Diputación Permanente», y «nombra» las restantes Comisiones (arts. 3, 23, 24, 25 y 26) El Presidente tiene la facultad de autorizar la detención de los Procuradores y la Diputación Permanente tiene la facultad de conceder los suplicatorios para su procesamiento (art.7). Todos los Procuradores, incluso los designados por los Ayuntamientos, pueden ser depuestos en su cargo por «indignidad». Los restantes pueden cesar por simple «revocación», (art. 12).
«Una de las críticas que se formulan a la composición de la Cámara actual (escribe Sr. Martín Artajo refiriéndose al Reglamento anterior de las Cortes), es la de que figura en ella un número excesivo dé miembros pertenecientes a la Administración pública, lo cual puede restringir, en cierto modo, la independencia del poder...» La evolución se ha marcado aumentando de seis a nueve el número de esos miembros y entre funcionarios y falangistas suman quince de los diez y siete que constituyen la única Comisión que en el nuevo Reglamento adquiere reducidas facultades (art. 21).
El Sr. Martín Artajo realiza en su artículo la difícil labor de confundir lo vigente con lo soñado, la ley con lo que es mero deseo. El régimen español actual que a sí mismo se denomina totalitario, forjado sobre la autoridad única del jefe del Estado, mientras subsista como tal es incapaz de evolucionar. Invocar el Fuero de los Españoles como lo hace el articulista puede ser estimado como recurso impropio de un escritor de buena fe. El Sr. Martín Artajo sabe que el Fuero de los Españoles es una ley de bases a la que faltan las Disposiciones de aplicación que la hagan eficaz. Y lo sabe él mejor que otros, porque siendo ministro de Relaciones Exteriores pidió, sin éxito, que aquellas disposiciones de aplicación fueran puestas en vigor.
Hablar de «independencia del poder legislativo en relación con el Ejecutivo» tratándose de un régimen totalitario, en que la plenitud de los poderes radican en el jefe del Estado, carece totalmente de sentido y de adecuación.
«La reglamentación hasta ahora vigente -asegura el Sr. Martín Artajo-, hace de las reuniones del Pleno (de las Cortes) algo así como una sesión informativa, en la que los diputados se limitan meramente a escuchar los discursos pronunciados... No hay, por lo tanto, ninguna deliberación o debate como tal»... Es este un reconocimiento de la verdad que debemos agradecer al Sr. Martín Artajo. Por ahí debiera haber comenzado, confesando que las Cortes actuales son eso que él dice en las palabras que transcribimos, sin perjuicio de desear -si tal es su ideal-, que sean algo más digno de su nombre, de su alcurnia de su historia.
MANUEL DE IRUJO
Otro estío
El Caudillo se marchó a San Sebastián, a instalarse en el Palacio de Ayete y bien pudiera ser que se haya entregado ya a la pesca del atún que tanto le apasiona. Pero antes de entregarse a tan deportivo esfuerzo ha hecho que la prensa publique unas declaraciones suyas sobre el conflicto del Oriente Medio. Sin duda son ya conocidas del lector. Otra vez resurge el «campeón de los pueblos árabes», el crítico de «los intereses particulares de los grupos capitalistas y financieros» (¡quién se lo iba a decir, a los March, Villalonga, Fenosa, Carceller y compañía!). Lo que hay detrás de esas declaraciones, y los medios próximos al Caudillo así se lo han confiado a ciertos corresponsales de prensa que gozan de su simpatía, es el intento de presentarse una vez más como mediador. Intento cada vez más ilusorio y de cuya vanidad están ahora convencidos los diplomáticos más avisados que hace quince años pudieron entregarse al sueño de «la paz de Almería». Lo que sí vale la pena de destacar es la separación que el Caudillo establece entre los problemas del Oriente Medio y los norteafricanos. ¿Por qué? Porque según los aires que corren desde hace una semana por el Palacio de Santa Cruz los medios oficiales no tendrían inconveniente en soltar lastre con respecto a Nasser, aceptando nuevas situaciones en Oriente, mientras que consideran que los intereses españoles en África del Norte exigen otra política, con vistas también a una futura explotación del Sahara (el nombramiento de embajadores de «primera» en Rabat y Túnez, D. Cristóbal del Castillo y el muy fiel Juan José Pradera, revelan esta preocupación). Lo curioso es que a primeros de mes, los medios oficiales de Madrid acusaban a Estados Unidos y a Inglaterra de lenidad en Oriente, y en este sentido se dieron indicaciones de escribir a la prensa diaria.
Los peligros de ciertos apoyos
Franco decía el otro día: «Lo cierto es que no hay ya nada que pague ni compense la guerra. Por ello, cuanto se haga por evitarla es salvar a la humanidad de una catástrofe». Muy bien, pero el humanitarismo del Caudillo es de nuevo cuño. Lo que sigue es tal vez dudoso o problemático pero no está de más decirlo como posible punto de referencia. Al día siguiente de producirse el desembarco en el Líbano, despegaron de Torrejón de Ardoz dos escuadrillas de aviones a reacción con «rumbo desconocido». Este hecho, que no es sino la lógica consecuencia de los Acuerdos de 1953, despertó de su sopor a algunos jefes militares que hicieron llegar de una manera discreta al ministro del Ejército, general Barroso, sus inquietudes por una posible implicación de España que sería así víctima de hipotéticas represalias. La cosa ha quedado ahí y casi todo el mundo ha continuado indiferente. Y si este incidente ha tenido lugar se debe, muy probablemente, a la declaración hecha el día diez por un funcionario norteamericano según la cual aviones de bombardeo atómico están todo el día prestos a despegar en quince minutos en las bases de Torrejón y de Valenzuela. Ni que decir tiene que el hombre de la calle ha permanecido ignorante de esta declaración y de aquella operación y que, por consiguiente, esas inquietudes no se han transferido a la opinión pública. Si las señalo es por dos razones: una porque pudieran motivar cierta inquietud en el séquito del Caudillo, más atento al buen o mal humor, de «los notables» que a la opinión de la calle; otra, para que nuestros amigos de Estados Unidos reflexionen sobre los peligros de apoyarse en un aliado que, al actuar de espaldas a la opinión ciudadana, puede fallar en los momentos más decisivos.
Continúa la inflexible «política de la tranca»
Pero si el viento internacional no ha soplado en la popa del navío franquista, su «timonel seguro y firme» (para hablar como Muñoz Alonso) estima que la hora de la «liberalización» está muy lejos de sonar, ya que las campanadas que la anunciasen podrían ser también heraldo de una desintegración del régimen. Incluso, la elaboración de las leyes institucionales (que nada cambian) se ha dejado para el otoño. Y por ahora, la política interior irreemplazable sigue siendo la de la tranca.
El ejemplo más elocuente de este género de política se ha puesto de manifiesto con los incidentes habidos en el Penal de Burgos, a consecuencia de las declaraciones del Caudillo al periodista francés Serge Groussard. Sabido es que el Caudillo afirmó que, después de 1939 nadie había sido condenado en España por «delito político» sino por delitos comunes. La reacción no podía hacerse esperar; vino no sólo de los medios internacionales -por ejemplo, un mentís rotundo publicada por la CIOSL-, sino de donde menos podía esperarse en los medios oficiales porque era más desagradable para ellos. Tres presos recluidos en el Penal de Burgos, los Srs. Eduardo Villegas, Enrique Marcos Nadal y José Luis Albert, de distinta filiación política (socialista, cenetista, comunista) escribieron al Jefe del Estado pidiendo una rectificación. En una de esas cartas, escritas todas en términos respetuosos, su autor decía: «V. E. puede matarnos, si quiere, pero lo que no puede es quitarnos el honor»: el honor de ser un preso político. La reacción oficial no se hizo esperar; la actitud de los presos fue considerada como irrespetuosa y fueron encerrados en celdas de castigo. Los 500 presos políticos del Penal de Burgos se solidarizaron con sus tres compañeros negándose a participar en ninguna de las «distracciones» que ofrece la dirección del Penal. Por último, han dirigido un comunicado al Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas.
En esta triste «crónica judicial», hay que mencionar también la condena a muerte en Barcelona de dos militantes de la CNT (acusados de haber dado muerte a un guardia) y la lentitud que demuestra la administración de justicia en tramitar todos los procesos en curso. La mayor parte de los procesos derivados de las huelgas de Asturias continúan aún entre las manos del coronel Aymar que no ha tomado declaración a gran número de detenidos; de este modo, los procesados se ven impedidos de nombrar abogado. Todos estos hechos y las circulares confidenciales dirigidas a las representaciones diplomáticas y consulares con objeto de tomar medidas contra ciertos españoles residentes en el extranjero (llegando hasta apoderarse de sus pasaportes «por medios físicos», según dice una coletilla «ultrarreservada» de una de dichas comunicaciones) dan la tónica de los medios tan liberales con que el Caudillo pretende proseguir su «reinado católico y socia» y aplicar sus nuevos (?) 12 puntos proclamados a trompetazo limpio el 18 de julio.
Represión espiritual
La represión espiritual no quiere quedar a la zaga. Digo esto por la propaganda hecha en los medios oficiales (Instituto del Libro, secuaces de Muñoz Alonso, «intelectuales policiacos» como Comín Coloner y Díaz de Villegas, etc.) al libro del padre Santiago Ramírez consagrado a condenar la obra de Ortega y Gasset a golpe de Concilios y citas de Santo Tomás. Se cree saber que esta verdadera «agresión intelectual» responde a la necesidad sentida en ciertos medios de justificar una condenación por el Santo Oficio de las obras del gran filósofo español. Al mismo tiempo, significa un ataque taimado contra intelectuales católicos que defienden una gran parte de la obra de Ortega, especialmente el ex-rector Laín Entralgo. Pero como las cosas ya no pasan aquí como hace quince años, el padre Ramírez se ha visto rebatido -indirectamente- desde las mismísimas columnas del Ya, excitándole a la caridad católica para con los intelectuales que no lo son, y para con la parte de obra de estos que no es inconciliable con el dogma diciendo en fin, que lo que tienen que hacer los españoles es unirse y no dividirse.
La Jerarquía siente aún o demasiado apego al régimen o demasiada inquietud hacia el porvenir, y se demuestra por la violenta reacción que ha manifestado contra los 50 sacerdotes que firmaron la petición de libertad de los universitarios detenidos (de la que ya hablamos en crónicas anteriores). Buena parte de esos sacerdotes se han visto llamar al orden por «haberse dejado sorprender» -ninguno se ha retractado- y los ecos de la indignación episcopal parecen haber llegado hasta las antesalas de la Basílica de San Pedro. Lo más divertido es que, al parecer, el ministro del Ejército no creía que el asunto fuera tan grave y se presentó muy ufano en Consejo de Ministros llevando en su cartera la petición de los 50 «paters»: dicen que la indignación caudillesca fue como la de los días más borrascosos. ¡Ay, este ministro del Ejército! Tan pronto dicen que es más franquista que Franco, como que es monárquico; tan pronto lanza una alocución estilo «Cruzada» como le dice a su pariente el Dr. Marañón que está de acuerdo con lo publicado por éste en México (sic). En verdad, que el asuntillo de las firmas sacerdotales no era para ponerse así. ¿Sabrá el Caudillo que son varios los firmantes que encontraron el documento demasiado suave? No lo creo, pero el caso es que está preocupado con esos católicos empeñados en que la religión es compatible con el ejercicio de la libertad. La existencia del llamado Frente de Liberación del Pueblo (F.L.P.) que, aunque no es confesional, tiene hoy una mayoría católica, ha venido a excitar más los ánimos oficiales contra el número creciente de ovejas que abandonan el redil. Las medidas tomadas por la Dirección general de Prensa contra cierto redactor-jefe de una revista norteña de cuyo nombre y localidad no quiero acordarme, son reflejo de ese mal humor.
En resumen, que hemos pasado otro estío, pero que pese al optimismo de encargo de la prensa (¡qué antología o «tontología» podía hacerse!) el horno no está para bollos.
Madrid, agosto de 1958
¿Hay una oposición de derecha?
La primavera pasada acarreó una floración poco común: la de los oposicionistas de derecha que en abigarrada muchedumbre de organizaciones y «uniones» vaticinaban el fin del caudillesco poder y su sustitución por éste o aquel organismo cívico-militar cuyos componentes estarían repentinamente convertidos a los principios liberales y hasta democráticos. Pero llegó el verano y aquellas flores se agostaron, tal vez porque los «conspiradores» tienen la costumbre de gozar de luengos veraneos, tal vez porque la actitud del Caudillo, de ninguna manera dispuesto a largarse por el foro, les apagó un poco sus ardores de renovación nacional.
Los hechos están ahí; salvo contadas excepciones, los banqueros y generales de la oposición han decidido tomarse unas vacaciones estivales. Bromas aparte, no cabe duda de que la reacción oficial desbarató sus planes y de que reconsideran la situación antes de lanzarse a ninguna acción. Pero la vida cotidiana, que no admite estas dilaciones, va sembrando nuevos motivos de inquietud y no precisamente para esos oposicionistas acomodados, sino para la mayoría de la población: aumento del 20 por 100 en las tarifas ferroviarias de mercancías; aumento -púdicamente llamado reajuste- de las tarifas de electricidad, aumento de los alquileres de pisos cuyo contrato date de 1942 o más tarde. Y lo que es más triste, cuando se está en plena canícula y se veranea en las Vistillas: aumento de las cañas de cerveza ¡y hasta del hielo! Y ahora parece que viene el del pan.
¿Quién ganará la partida?
No hay que ser un lince para comprender que estamos ante nuevos factores de inflación, aunque los aumentos de la RENFE se orienten a tapar otra brecha inflacionista: el déficit permanente de los ferrocarriles colmado año tras año por el Tesoro público. Sin embargo, para el Sr. Ullastres la inflación podrá ser vencida si se llega a fines de año sin nuevos aumentos de salarios, prosiguiendo la restricción de importaciones y con un poco de suertecilla la entrada de divisas que deja el turismo. Es decir, que para el Ministro del Comercio la cuestión reside en restablecer la balanza de pagos y en no aumentar la demanda en el mercado interior. Si su criterio suele ser compartido por el Ministro de Hacienda, lo es mucho menos por el Sr. Solís. Este, apoyado por el Sr. Arrese, ha insistido en varios de los últimos Consejos de Ministros en la necesidad de estudiar un nuevo aumento de salarios. El Ministro-Secretario tiene informes fidedignos, facilitados por los Sindicatos, del malestar social y de la posibilidad de nuevas huelgas en Otoño si no se compensa el alza experimentada por el coste de la vida en los últimos seis meses. Para el Sr. Ullastres, acceder a semejante petición supone el desastre financiero para muchos años; para el Sr. Solís la negativa equivale a un desastre mucho más grave; político y social. Y ahora viene lo más chusco. Nos aseguran de buena tinta que el celoso guardián número 1 del orden público (general Camilo Alonso Vega) estaría dispuesto a echar su influencia en la balanza en favor del Sr. Solís «por razones de orden público» (sic). ¿Se mellarán las armas de Opus Dei en este debate? He aquí una incógnita a despejar por el inmediato porvenir.
Desde luego, no es sólo este debate, lo que ocupa los debates gubernamentales trasladados en esta época al donostiarra palacio de Ayete. El complejo obsesional de política exterior de que sufren los gobernantes españoles no se ha atenuado en modo alguno. Y si esta temporada los quebraderos de cabeza internos han sido menos fuertes, los acontecimientos de política internacional han despertado ciertas inquietudes en los medios oficiales. Tres son los temas internacionales que despiertan esta atención: el debate Este-Oeste, la cuestión Europa y los problemas africanos.
Inquietudes ante la política exterior
La decisión de las Naciones Unidas sobre el Oriente Medio y el anuncio de negociaciones para suspender las explosiones atómicas, no han sido bien acogidos en los medios del Ministerio de Asuntos Extranjeros.
Hay sin duda un cierto número de personajes oficiales que se han instalado en el clima de lo catastrófico y no pueden vivir fuera de él, temiendo que el alejamiento de la situación de «emergencia» termine con la razón de ser del régimen. Aunque siempre haya que insistir sobre ciertas personas, fuerza es referirse una vez más a Rafael Sánchez-Mazas (padre), prototipo del defensor de las peores causas. Cuando él dice y escribe que «los acuerdos de la ONU no son sino un retroceso», está en la misma actitud de hace año medio afirmando muy serio que «los beduinos del rey Hussein habían salvado la civilización occidental.» Día tras día pide su ración habitual de «cruzada», pero eso sí, hecha por los demás. Insisto sobre este particular para que nuestros amigos norteamericanos vean cómo estos señores cuando hablan de defender la civilización occidental piensan en defender sus sinecuras, y que se las defiendan los demás, y tanto mejor si «los demás» son americanos. Saben ellos muy bien que España no está en condiciones de afrontar un conflicto bélico por leve que sea; sobre este particular han insistido recientemente militares bien enterados como el general Martínez Campos, pero agitan siempre ante los países occidentales el señuelo de una aportación bélica española que en puridad es más que problemática. De ahí que siempre se les vea excitados hablando de fabulosos peligros que nos acechan allá y acullá.
La cosa no para ahí, puesto que, como digo, la decisión norteamericana de suspender las explosiones nucleares y de negociar sobre el particular, ha producido la más deplorable impresión en los diplomáticos fieles al régimen. Si bien no hay ahora en Madrid figurones del Ministerio de Asuntos Extranjeros, los funcionarios de segundo orden con quienes he podido hablar insisten (tal vez repitiendo lo que han oído en despachos más importantes) en «el error cometido por Estado s Unidos», y no les cabe en la cabeza que está medida haya sido adoptada más que como maniobra pre-electoral (estos muchachos del Palacio de Santa Cruz tienen una idea muy pintoresca sobre lo que son unas elecciones) o encaminada a ganar simpatías del grupo afro-asiático en la próxima asamblea de la ONU. Pero lo que interesa destacar es la facilidad con que estos señores se revuelven contra su «aliado americano» en cuanto ven comprometido su papel de perritos dogos. Igualmente quiero hacer observar que son precisamente estos actos de la política norteamericana los que encuentran una acogida de simpatía en el hombre de la calle, en el español medio.
Las esperanzas en De Gaulle marchitas
Pero para volver a las preocupaciones de los secuaces del Sr. Castiella, veamos en qué situación está lo referente a Europa. El lector sabrá que el Sr. Castiella recibió en San Sebastián la visita del secretario general del Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia) Sr. Luis Joxe: La verdad es que el gobierno español esperaba algo más que la visita de un alto funcionario que llegaba en su papel de representante de gran potencia a explicar condescendientemente a sus vecinos los puntos de vista franceses sobre Oriente Medio, Conferencia de Grandes, África del Norte, etc. Y esto después de haber concedido prioridad en las visitas a los gobiernos de Túnez y Rabat. En apariencia, la entrevista de este año parecía de rango menos elevado que la de hace un año, cuando el subsecretario Sr. Faure se trasladó a San Sebastián y encontró numerosos puntos de coincidencia con el Sr. Castiella. Esta vez el diálogo ha sido más difícil; las impaciencias europeístas del Sr. Castiella no han sido correspondidas por su interlocutor francés. En lo único que los puntos de vista acercaban mucho era en el espinoso problema de evacuación de tropas de Marruecos, que el gobierno del Sr. Balafrej plantea con tenaz insistencia. Pero aún sobre este particular no se puede hablar de una acción conjunta planeada. Y claro, es lo que dicen algunos personajillos oficiales de Madrid: «para esto no valía la pena de ponernos tan contentos con la venida de de Gaulle y hacerle el caldo gordo.» Donde se demuestra que una cosa es aprovechar propagandísticamente lo que pasa en el país vecino y otra entenderse con éste. De todas maneras, en los medios oficiales de Madrid se confía en que después del referéndum francés una mayor preponderancia de los militares en el gobierno y de los hombres civiles como M. Duchet con quienes se tienen estrechas relaciones facilitará este aspecto de la política exterior. Falta está haciendo que entre una racha de optimismo por el Palacio de Santa Cruz, porque la época de triunfos para la galería parece superada. La baza que queda al gobierno es la entrada en la OTAN. Se sabe que se ha insistido mucho cerca del gobierno portugués para que éste haga fuerza sobre Francia en ese sentido. Igualmente se sabe que ciertos expertos al servicio del gobierno estudian el eventual peligro de una penetración soviética en África para explicar a los países de la OTAN el precioso papel a jugar por la España franquista en el dispositivo a crear contra dicho peligro. La desgracia del gobierno es que su voz parece cada vez menos autorizada en el mundo árabe, que las relaciones con Rabat son mucho menos cordiales, que el Sr. Fanfani ha echado el proyecto de Pacto Mediterráneo al rincón de los trastos viejos y se propone una política audaz mirando por un lado al África y por otro a Alemania, -precisamente todo lo que la diplomacia española hubiera querido realizar.
El doble juego de los hermanos Martín Artajo
Para dar a la opinión una impresión de seguridad de que se carece, el Sr. Martín Artajo, de acuerdo con el gobierno, publicó un artículo pretendidamente sensacional, presentando como inminente la entrada de España en la OTAN, en el Mercado Común Europeo y en el Consejo de Europa. El efecto ha sido harto superficial, pues toda persona al corriente de estos asuntos conoce la imposibilidad material y jurídica de realizar dichos actos en un plazo breve. Al escribir tan aventuradas afirmaciones Don Alberto justificaba al Gobierno y se justificaba a él mismo. Porque no se olvide una cosa (y con esto regresamos al ámbito de la política interior): los hermanos Martín Artajo, y sobre todo Don Alberto, están cada día más clasificados como «colaboracionistas» del régimen bajo la falsa túnica de democristianos. No son una avanzada de la democracia cristiana en las esferas próximas al régimen, sino una avanzada del régimen para impedir la existencia de una verdadera democracia cristiana y para poner «Acción Católica» a su servicio. Es esta una apreciación sobre la que se insiste mucho en los medios católicos de izquierda. Y adentrándonos en este territorio de nuestra vida política, cabe señalar también la ofensiva derechista en la dirección de las HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica). La eliminación del p. Rovirosa, aprovechando el accidente que sufrió en la pierna, se ha traducido en la presencia de nuevos personajes encargados de impedir que las HOAC lleguen a revestir la fisonomía de una organización obrera antifranquista. Verdad es, que el R. P. Malagón, Consiliario de las HOAC, se esfuerza por mantener la independencia de la institución, pero el resultado de esta pugna habrá que buscarlo en las reacciones de los afiliados sencillos.
La sustitución del P. Iribarren por el P. Montero-Moreno en la dirección de Ecclesia hace pensar también que los elementos «colaboracionistas» en el seno de Acción Católica quieren asegurarse diversas posiciones-clave antes de que sea demasiado tarde.
Esta obsesión por cerrar el paso a un catolicismo de izquierda o simplemente liberal, se manifiesta en ciertas instrucciones dadas a censores por el Director general de Prensa, Sr. Muñoz Alonso. La revista Ciervo de Barcelona parece haber sido objeto de esas «atenciones», pese a que Muñoz Alonso se había mostrado especialmente alentador en conversación con los redactores de dicha revista católica.
La derecha católica no quiere, pues, alinearse en la oposición. No le interesa. En cambio, ser católico y de izquierda, que era algo insólito en la España de hace treinta años, es hoy un hecho de lo más frecuente.
«¡Aquí hace falta un Aramburu!»
En cuanto a los militares, aquellos que no tienen mando en plaza da la pícara casualidad que son los más inclinados a la conspiración. Uno que suele estar ahora «en boca de dueñas», es cierto general que se distinguió durante la guerra civil al frente de las brigadas navarras en la batalla del Ebro y que en los últimos años tuvo ocasión de manifestar su vocación por los problemas marroquíes. Ahora, que sus actividades militares son más de dirigir estudios que de mandar fuerzas, le ha dado por decir que «España necesita un Aramburu». Poco antes de las vacaciones se presentó mi general en una conferencia-debate sobre la unidad europea. Tomó la palabra y dijo que España no podía plantear ningún problema de integración europea mientras no transformase democráticamente sus instituciones. Y no para ahí la cosa; tengo razones para afirmar que el susodicho general celebró hace poco una entrevista con una personalidad española en el exilio cuyo nombre y filiación política (y sindical) prefiero callarme.
Si «mi general» quiere de veras ser un imitador de Aramburu, ahí tendríamos un ejemplo de oposición de derechas. Mientras tanto, contentémosnos con la de izquierdas que si coordinan sus esfuerzos mejor que hasta ahora puede calar hondo en la conciencia nacional.
TELMO LORENZO
Madrid, 1 de Septiembre de 1958
Las actividades políticas de los grupos oponentes al régimen actual de España, han florecido en pleno mes de agosto. Representaciones de los partidos republicanos más importantes de ayer, después de un largo y cuidadoso estudio de la situación interior, han convenido en la necesidad de fundirse en un solo partido y han redactado un proyecto de bases doctrinales para la fundación de lo que han titulado «Movimiento Republicano Progresista». Este acuerdo ha tenido ya eco resonante en el interior.
Poco después de este acontecimiento -así debemos llamarle- la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) celebraba un Congreso en Toulouse, con asistencia de representantes del interior, en el que quedaron aprobadas conclusiones de gran importancia para el futuro inmediato.
El partido Socialista Español ha celebrado igualmente en Toulouse, durante los días 14 al 17 del mes de agosto, un congreso, al que asistieron representantes del interior y de las agrupaciones residentes en distintos países de Europa y América. En estas reuniones del Partido Socialista se aprobó una resolución que no hace sino reiterar las conclusiones de dos congresos anteriores. En ella se afirma la fórmula para la resolución del problema político español.
Conjugados estos hechos aparecen de innegable trascendencia, pero corresponde la máxima importancia a la fusión de los partidos republicanos y al proyecto de bases redactado. Los antiguos partidos republicanos españoles han adolecido del defecto de estructura política de los pueblos latinos: la pluralidad. Las representaciones de los partidos republicanos españoles en el exilio, apreciando con clarividencia la realidad presente, conscientes de la necesidad de una renovación en sus métodos, aboliendo los personalismos y dejando sepultados en el olvido anacronismos paralizantes, han acometido la tarea de articular unas bases que están ya al estudio de los grupos republicano-democráticos del interior.
La afirmación fundamental hecha en la introducción merece que llegue al conocimiento de los no enterados. Dice así: «El Movimiento Republicano Progresista se constituye con la ambición de agrupar en su seno a toda la democracia progresista española en todos sus matices, diversos, pero coincidentes en la afirmación de sus grandes principios fundamentales: Libertad, Democracia, Justicia y Progreso».
«Creemos que todas las fuerzas y tendencias que quedan comprendidas en los límites definidos deben constituirse en un partido único». «El Movimiento Republicano Progresista es inequívoca y substancialmente REPUBLICANO».
Las bases señalan las directrices siguientes: Estructura político-administrativa; Política económica y social; Política militar y Política internacional. Por el equilibrio que sostiene esas bases, su justo sentido de la realidad española y su alto espíritu constructivo hay que considerar ese noble intento como una fundada esperanza en el nacimiento de un único partido republicano en España capaz de crear en ese país un orden democrático estable y renovador.
Estos tres acontecimientos que señalamos debemos subrayarlos, porque estos tres sectores del panorama político español habían aceptado ya en 1957 una declaración, ratificada hoy, en la que se señala al camino a seguir para lograr una solución pacífica del problema político español: «un gobierno provisional, sin signo institucional determinado, con representación de todos los sectores políticos para que, previo el restablecimiento de las libertades y garantías democráticas, consulte al país a fin de que este decida sobre su régimen futuro». Ninguna fórmula de concordia puede presentarse que sea más eficaz, ni más humana ni que esté más en armonía con las normas que imperan en los países libres.
Ni la monarquía por la fuerza, ni la república impuesta por la violencia pueden ser una solución para España. El futuro de un país que desea romper con un presente de tiranía corresponde encauzarlo sólo a un poder, al único poder legítimo de todos los países: al pueblo. Sólo su decisión patentizada en unas elecciones libres puede llevar a España a un equilibrio, a su restauración y al cumplimiento de sus deberes como pueblo libre, abandonados hoy. La ducha de España por su libertad es algo sin precedentes, como sus tragedias por defenderla, y el pueblo español está vivo. No olvidemos que fue España la que acuñó la palabra LIBERAL y que la libertad sigue teniendo curso clandestino allá.
Un solo partido republicano
Los partidos republicanos más prestigiosos de ayer se han fundido en uno solo. Después de largos meses de deliberaciones, consultas con el interior, estudio de la situación actual de España han llegado al feliz acuerdo de la fusión y han redactado unas bases cuyo positivo valor consiste en señalar, en sus lineamientos principales, los problemas fundamentales de España y articular soluciones posibles para un futuro próximo.
Ante la imposibilidad de dar in extenso el citado documento copiamos unas de sus básicas declaraciones:
Franco da lecciones al Occidente
El general Franco hizo unas declaraciones al director del periódico madrileño YA, publicadas el 27 de julio, en las que se vierten conceptos tan originales que merecen el comentario.
A la pregunta del periodista sobre ¿qué errores y qué aciertos se han cometido al tratar los problemas del Oriente Medio?, el general no ha encontrado más que errores. Su primera afirmación ha sido: «Son mayores los errores que los aciertos del Occidente en esta materia, ya que el problema es mucho más hondo...» «Una política exterior necesita tener en cuenta los estados internos y las corrientes de opinión de los países a que se dirige y lo cierto es que la política exterior del Occidente en estos últimos años marcha contra la corriente natural de los pueblos, mientras sus adversarios se vienen aprovechando de ella».
«Es necesario llevarles al conocimiento de que el Occidente no tiene otro interés que el de la libertad e independencia de sus pueblos».
A la pregunta del periodista de si cabría sin daño para la paz y seguridad del Occidente, la implantación de un neutralismo activo, el general Franco ha contestado: «Las dimensiones que las contiendas futuras internacionales puedan alcanzar no permiten ya esas posiciones cómodas de un neutralismo»... «Cabe neutralismo activo en la paz, pero que desaparecerá al primer chispazo de la guerra. Lo cierto es que NO HAY NADA QUE PAGUE NI COMPENSE LA GUERRA. POR ELLO, CUANTO SE HAGA POR EVITARLA ES SALVAR LA HUMANIDAD DE UNA CATASTROFE». (El subrayado es nuestro).
Los pocos lectores de la prensa española recomendaron ese día a sus amigos que leyeran las declaraciones del general. De un lado se comenta que los ataques a los Estados Unidos, las recomendaciones hechas sin el menor recato de que «hay que llevar a los pueblos del Oriente Medio la libertad y la independencia» es una nueva burla al pueblo español que vive sin libertad y bajo su dictadura desde hace 20 años. De otro, y en conexión con la declaración en la que se muestra opuesto a la neutralidad, se recuerda la consigna dada por Franco en el año 1948 a la prensa al rechazar el Parlamento norteamericano la inclusión de España en el Plan Marshall, de que proclamara con reiteración que en caso de guerra la posición española sería la de «una neutralidad armada» (ABC).
Nueva elevación de precios
Por un decreto aparecido el 6 de agosto, las tarifas de transportes de mercancías se han aumentado en un 10 a 20%. Estas tarifas se aplican igualmente a los cereales y a la harina. Está en estudio lo que llaman «el reajuste de tarifas» para pasajeros. Este aumento fue precedido de la subida del consumo de electricidad que sufrió un alza del 10%.
Ese mismo día 6 de agosto, el Boletín Oficial insertaba otro decreto por el que se establece el aumento de las rentas de vivienda y locales de negocios. La escala va de un 5 a 20% para las viviendas y de un 30 a 60% para los locales de negocios.
El monumento de Franco
El gigantesco monumento erigido por Franco «a la memoria de los caídos» -de los caídos en las filas nacionalistas-, que ha costado a esa España empobrecida y hambrienta unos 75 millones de dólares, debía ser inaugurado oficialmente con toda solemnidad el 18 de julio, fecha de la rebelión militar que dio origen a la guerra civil española.
El general Franco había anunciado la inauguración para esa fecha, pero, por un decreto dado en San Sebastián dispuso que el citado monumento se abriera al público sin ninguna ceremonia. Ninguna explicación se ha dado sobre este cambio. El día 1 de agosto ha sido abierto al público el monumento. La prensa española ha insertado artículos en los que se vierten juicios como éste: «Cuelgamuros es la gran espiritualización de los sentimientos hispanos del siglo XX. El reconocimiento solemne de que la victoria de nuestra última guerra vino de Dios».
Como reverso de esa «espiritualidad» encontramos en esos mismos periódicos la invitación siguiente: «Visite Vd. el Valle de los Caídos... Excursiones diarias. Precio por persona, todo incluido, con almuerzo en Hotel de lujo: ptas. 230. Información e inscripciones en «Viajes Meliá, S.A.».
Según el diario barcelonés La Vanguardia Española del 2 de agosto «la concurrencia ha sido escasa y en su mayoría extranjera».
El monumento fue erigido a la gloria de Franco y para dar sepultura en él a los vencedores de la guerra civil, pero Franco ha querido ser generoso y ha ofrecido un sitio a los vencidos.
Debemos aclarar que para que puedan ser trasladados los restos de cualquier caído, es necesaria la autorización de las familias respectivas. Hasta la fecha ningún cuerpo ha sido enterrado en el faraónico monumento y se afirma, por personas conocedoras de esos trámites, que hasta ahora no se ha presentado petición de ninguna familia de los «caídos de Franco», de los vencidos... huelga toda aclaración.
La intención de las autoridades franquistas era trasladar a dicho monumento el cadáver de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange. José Antonio Primo de Rivera está enterrado en el Monasterio del Escorial y su familia se ha negado a que sea trasladado al nuevo monumento del Valle de los Caídos.
Antes llamaban los españoles a este monumento «el monumento de la discordia», ahora le llaman «la tumba de Franco».
Protesta del Partido Laborista
Mr. Morgan P. Phillips, secretario del partido laborista inglés, ha enviado una carta al embajador de Franco en Londres, marqués de Santa Cruz, protestando, en nombre de su partido, de las detenciones últimas de los estudiantes españoles y de los brutales métodos represivos empleados contra ellos.
La carta, entre otras cosas, dice: «El Partido Laborista tiene una honda preocupación a causa de las recientes detenciones de los seis estudiantes españoles llevadas a cabo por las autoridades de Madrid».
«Estamos horrorizados ante los brutales métodos empleados en público por la policía española al detener al estudiante Zayas y pedimos que esos estudiantes sean juzgados de acuerdo con las normas de justicia establecidas en el mundo civilizado».
Hemingway no ha cambiado
El 6 de agosto el New York Times insertó en primera página la noticia de que Hemingway había entablado un pleito contra la revista Esquire prohibiéndole volviera a publicar las tres novelas cortas que la misma revista había publicado en 1938 sobre la guerra civil española.
Las razones dadas por el abogado de Hemingway en este pleito fueron: «El tiempo puede afectar a los escritos de los autores favorable o desfavorablemente y un ejemplo de ello era el cambio de actitud del público respecto a los escritos publicados durante el periodo en que Rusia era nuestro aliado y la actitud del público respecto a esos escritos ahora que Rusia es quizá nuestro mayor enemigo». Desde Cuba el ilustre escritor llamó a su abogado por teléfono y le reprendió duramente.
Al día siguiente, 7 de agosto, el New York Times insertaba estas declaraciones de Hemingway:
«En estas novelas no he tratado de presentarme del lado de los leales ni de los anti-leales. Pero si alguien quiere saber cuál es mi posición hoy día, sepa, pues, que no he cambiado de opinión sobre la guerra civil de España. Yo estuve entonces con los leales españoles y lo sigo estando».
La poda continúa
Desde que el general Franco tomó el poder en España, en 1939, la coeducación ha estado prohibida en todas las escuelas oficiales, con la excepción de unas cuantas escuelas privadas. Una orden reciente impone la prohibición total.
La noticia no ha sorprendido a la opinión liberal española, puesto que conserva el recuerdo de la agresión de que fue objeto la «Escuela Estudio» de Madrid en el año 1956 por un grupo de jóvenes -que las autoridades no identificaron-. En aquella ocasión la Escuela fue saqueada, se rompieron mesas, pupitres y cristales del edificio y los profesores fueron encerrados y la policía, invocando sus «deberes», se negó a intervenir. Esta Escuela Estudio que cuenta con 450 alumnos de pago, está reputada como la más eficiente de todas las escuelas españolas, pero las extremas derechas del país le han dirigido fuertes ataques por su «tendencia liberal».
El periódico The Times de Londres, en su Suplemento Educativo del 25 del mes de julio decía: «De hecho se condena esa Escuela por considerarla como la heredera espiritual del Instituto Escuela, escuela liberal la más notable de los tiempos anteriores a la guerra civil».
A nadie puede sorprender que las autoridades docentes al servicio de Franco traten de extinguir esos retoños del antiguo liberalismo. Lo que los sostenedores del régimen franquista no podrán ahogar es la democracia liberal naciente.
El Gobernador frente a los tribunales
En la Audiencia Provincial de Barcelona se vio, el 4 de julio, el juicio oral de la causa instruida por delitos llamados de orden público contra Juan Cornudella Barberá, José Soler Sánchez y Francisco Forner Hernández. Los tres estaban acusados de propaganda ilegal.
Según las conclusiones del fiscal la policía encontró, en un registro domiciliario efectuado en el domicilio de José Soler, cuatro ejemplares de unos folletos titulados «Per Catalunya», editados en París, y varios ejemplares de otras publicaciones clandestinas de índole económico-financiera. La defensa sostuvo que el hecho no estaba comprendido en la Ley de Orden Público y que no existía delito alguno por encontrar esos folletos en un domicilio particular.
Terminado el juicio, al que asistió gran número de público, el Tribunal dictó sentencia de absolución para Juan Cornudella y Francisco Forner y condena de dos meses para José Soler Sánchez.
Si relatamos este hecho, que en sí no tiene importancia, es porque la tiene y en máximo grado la decisión posterior del Gobernador Civil de Barcelona Sr. Acedo. El Sr. Acedo ha dispuesto que Juan Cornudella siga en la cárcel, a pesar de la absolución del Tribunal, el Gobernador ha dicho que no está de acuerdo con la sentencia del Tribunal porque él considera que Cornudella debiera haber sido condenado y que le mantendrá en prisión todo el tiempo que le parezca bien.
Por lo visto al Sr. Acedo le parece blanda y claudicante, en estos momentos, la justicia que aplican los tribunales franquistas.
El pretendiente D. Juan descalificado
Copiamos de Le Figaro del 8 de agosto la siguiente noticia:
«En las regatas Lisboa-Cádiz un competidor de marca, Don Juan de Borbón, Pretendiente al trono de España, ha sido descalificado. Su yacht, El Saltillo, se encontró en una zona de calma y D. Juan se sirvió de su motor auxiliar, lo que es contrario a los reglamentos establecidos para las regatas de barcos a vela».
Fallo favorable
Un año han permanecido bajo la custodia de las autoridades norteamericanas de Emigración los marinos españoles Manuel Fernández Rodríguez, Enrique Medina Fernández, Ginés Jiménez Norte, Víctor Rodríguez y Agustín Cabrera que desertaron de los buques de guerra «Almirante Ferrándiz» y «Lepanto».
El fallo rendido por la Corte de Apelación de San Francisco, anulando la decisión del Juez Federal Thurmond Clark, ha reconocido a los cinco marineros españoles el derecho a cruzar la frontera y acogerse al asilo concedido por las autoridades mexicanas.
El abogado A. L. Wirin, que ha llevado la defensa de los cinco muchachos, ha declarado: «La decisión está de acuerdo con la tradición política de los Estados Unidos de ayudar a los refugiados de los países totalitarios a obtener asilo político. Esto es el reconocimiento del derecho de asilo».
Los cinco marinos pasaron la frontera mexicana el 28 de julio.
Reclusos del penal de Burgos piden a Franco una rectificación
El periódico parisién Le Figaro publicó, los días 11, 12 y 13 de junio, una entrevista del general Franco con el periodista Serge Groussard en la que el dictador declaró, entre otras cosas, que «en España no hay presos por delitos políticos, sino sólo por delitos comunes, -robos, asesinatos, pillaje, etc.»
El general Franco no pudo suponer que podrían salir voces de dentro de las prisiones españolas pidiéndole una rectificación, pero... han salido a pesar del régimen penitenciario imperante.
Desde la Prisión Central de Burgos, donde están condenados a reclusión perpetua, Enrique Marco, antiguo ferroviario afiliado a la Confederación Nacional del Trabajo, de cuya organización clandestina (bajo el régimen franquista) era secretario general, Eduardo Villegas Vega, socialista, perteneciente a la Unión General de Trabajadores y José Luis Fernández Albert de filiación comunista, han dirigido individualmente un escrito al general Franco pidiéndole rectifique esos conceptos. Las tres cartas, con pequeñas variantes de forma, están concebidas en los mismos términos. Copiamos a continuación la de Eduardo Villegas Vega, que dice así:
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Aunque las instancias fueron cursadas con permiso del Director de la Prisión, la respuesta a estos escritos ha sido el ordenar sean encerrados sus autores en celdas de castigo. Los tres firmantes han declarado la huelga del hambre. Los otros presos políticos del mismo establecimiento penitenciario, unos 500, se han solidarizado con esos compañeros y se niegan a asistir a los actos «más o menos recreativos» que organiza la dirección del Penal y han dirigido una comunicación al Consejo Político y Social de las Naciones Unidas.
Más noticias sobre el párroco de Campuzano
En nuestro número del mes de junio dábamos cuenta de la reclusión en el monasterio de Cóbreces del párroco de Campuzano D. Carlos Martín Castañeda como arresto político por el «delito» de haber leído un sermón en el que pedía «ayuda para los obreros despedidos de su trabajo que no habían recibido ayuda ni consuelo para remediar la triste situación en que se encuentran».
El padre Castañedo terminó diciendo:
Después de esta reclusión en el convento trapense de Cóbreces, ordenada por el obispo e impuesta por el Gobernador Civil de Santander, D. Jacobo Roldán Losada, fue confinado en Villasana de Mena, enclave de la diócesis de Santander en la provincia de Burgos.
El pueblo de Campuzano le ha demostrado una adhesión ejemplar. Camiones abarrotados de vecinos fueron a visitar al obispo de Santander y marcharon a Madrid con intención de entrevistarse con el Nuncio, quien se negó a recibirlos. Los vecinos de Campuzano fueron despedidos sin la menor consideración del nuevo palacio de la Nunciatura. Mientras tanto se intentó designar nuevo párroco para Campuzano, tres sacerdotes rechazaron la propuesta y, al fin, se designó a un recién ordenado, Nicanor Arce, quien se ha encontrado desde el primer momento con el problema de que el pueblo en masa se niega a ir a la iglesia de Campuzano, los vecinos que quieren cumplir con sus deberes religiosos se trasladan a las parroquias próximas, principalmente a Torrelavega.
A D. Carlos Martín Castañeda se le ha designado nuevo destino, la parroquia de Seña. Antes de ser trasladado fue autorizado para dar la primera comunión a unas cuantas niñas de Campuzano en la parroquia de Barreda el 16 de julio, el pueblo de Campuzano se desplazó en bloque a Barreda.
Cuando los vecinos regresaban ordenadamente a sus casas, no lejos de Barreda, a la entrada de Torrelavega unos policías detuvieron a varios vecinos y los llevaron a la Comisaría de policía. Al resto se les prohibió atravesar Torrelavega, por lo que tuvieron que dar un gran rodeo para llegar a Campuzano.
La Unión Cristiano Demócrata Montañesa ha publicado unos manifiestos de protesta por estos hechos, difundidos profusamente por la provincia, ellos han motivado registros domiciliarios y detenciones. Entre las personas detenidas figuran: Eduardo Obregón Barreda, Julián Gómez del Castillo, e Ignacio Fernández de Castro, elementos destacados de H.O.A.C.