Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Un verano en Portugal. Cartas a mi querido hermano el distinguido catedrático y eminente jurisconsulto José Flaquer

Concepción Gimeno de Flaquer





Hoy que ha empezado para mí una era de ventura, desde que el 11 de julio tuve la suerte de unirme con lazos indisolubles a tu buen hermano Paco; hoy que el destino esmalta de flores las sendas que atravieso y que la felicidad me trata cual a mimada favorita; hoy que un genio protector esparce sus invisibles alas sobre mi frente; hoy que todo me sonríe, me apresuro a darte cuenta de mis gratas emociones, para que del sol de mi dicha alcance un rayo a tu sensible corazón.

Al pisar por vez primera un país extranjero, quiero reunir mis impresiones y trasmitírtelas por medio de la palabra escrita.

No fatigaré tu atención con detalladas descripciones ni prolijas cartas, porque mis impresiones irán a vol d'oiseau.

El lápiz del touriste no dibuja más que esbozos.

Me limitaré a trascribirte las hojas de mi cartera, y esas hojas no contienen más que ligerísimos apuntes: puedes apellidar notas a mis descripciones sin temor de equivocarte.

Disponte a conceder tu ilustrada atención a la narradora.

Lisboa brota de las azuladas ondas del Tajo, como Venus brotó de las espumas del mar. Está situada en la parte más occidental de Europa y se halla edificada sobre siete montes, lo que la hace ser accidentadísima.

Seméjase a un anfiteatro, y parece que las cúspides de unos edificios se alzan sobre otros, perdiéndose los últimos en las nubes.

A la hora del crepúsculo vespertino es cuando Lisboa aparece más poética. De las montañas que se divisan en la otra margen del río, se desprende un vapor que, convertido en blanca gasa, cae sobre la sultana del Tajo, velando ligeramente sus hechizos, como los vela una coqueta para hacerlos más seductores.

¡Cuan espléndido y majestuoso aparece el Tajo al declinar la tarde!

El Tajo, cual un altivo aristócrata, se enorgullece de sus timbres y de su historia.

El Tajo se presenta soberbio y hermoso sin hacerse jamás indiferente a su gloria y a su celebridad.

El cielo que se refleja en él, parece la inmensa página azul de sus anales, escrita con letras de brillantes.

El Tajo siente la vanidad de su poderío al aumentar, con sus arenas de oro y sus linfas de plata, las corrientes del Atlántico.

El Tajo es el nítido espejo donde se miran la catedral y el alcázar de Toledo, maravillas del universo. Para adornar el Tajo, extienden mil guirnaldas de flores los jardines de Aranjuez, poéticos cual los de Armida.

El Tajo cree tener parte en la gloria de Vasco de Gama, pues al surcarle el intrépido portugués, bebió en él la inspiración necesaria para sus grandes descubrimientos.

Las nereidas del Atlántico y las ondinas del Tajo, convierten la playa de Lisboa en salón de sus misteriosas citas nocturnas. En la penumbra de la noche, a la hora del silencio y la soledad, las naves, con sus altas velas, parecen titanes del océano encargados de guardar el sueño de las náyades.

Lisboa fue fundada, según algunos historiadores, en el año 184 después del diluvio, esto es, en el año 1259 antes de Jesucristo, por Elisas Lysias o Luso, biznieto de Noé, que le dio el nombre de Lysia. Dicen otros autores, que por los años 2632 (1372 antes de Jesucristo), Ulises, rey de ÿtaca, primer héroe de aquellos tiempos, habiendo terminado con otros griegos la guerra de Troya, pasó las «Columnas de Hércules» (estrecho de Gibraltar), viniendo a desembarcar en Lisboa, que amplió y reedificó dándole el nombre de Ulyssipo o Ulisea; por más que algunos escritores afirmen que jamás estuvo en Lusitania el esposo de la casta Penélope.

No se puede asegurar cuáles fueron los primeros habitantes de Lisboa; pero según opiniones muy autorizadas, fueron los caldeos y babilonios o iberos que habían huido de la tiranía de Nemrod, rey de Babilonia. Es inútil registrar las cronologías buscando la verdad de estos datos, pues se halla muy unido lo fabuloso a lo real. Lisboa fue ocupada por los galo-celtas, por los fenicios, por los cartagineses y por los romanos. Estos hallaron la ciudad bastante arruinada y la repararon algún tanto, dándole el nombre de Felicitas Julia. Julio César concedió a los lisbonenses el privilegio de ser considerados ciudadanos romanos. Mucho tiempo fueron los romanos señores de Lisboa, y en ese período construyeron fortalezas, teatros y otros edificios, la mayor parte destruidos por los terremotos y por los bárbaros, hordas feroces denominadas bárbaros del Norte, que establecidos en el país, formaron después, bajo el cetro de Leovigildo, la nación ibérica, perdida en el Guadalete, a causa de la invasión de los árabes. Enamorados estos de la bella posición geográfica que Lisboa ocupa, la convirtieron en una de sus ciudades predilectas, denominándola Lissa Bonnah, de cuya denominación se deriva su actual nombre. Don Alfonso Henríquez rescató a Lisboa del poder de los moros en 1147, y fue fundador de la monarquía portuguesa, estableciendo la corte en esta bella ciudad. Antiguamente se conocía este país con el nombre de Lusitania, derivado, según los etimologistas, de las voces célticas lous y tan, que significan paiz dos guerreiros on terra dos bravos. Dicho nombre lo sostuvo el reino por espacio de 3000 años, hasta que don Fernando el Magno lo denominó oficialmente Portugal, al darle la corona a su hijo don García.

Mas observo que me alejo de mi propósito: quiero limitarme a referirte cuanto llame mi atención, y debo hacerlo con la mayor sencillez, pues como dice el reputado literato portugués César Machado: A simplicidade é a poesia da mulher. Conforme con su opinión, no puedo menos de afirmar que la sencillez es siempre elegante, y que la elegancia es poesía.

He visitado la catedral, templo de aspecto severo que infunde fervor religioso. Se halla situada en un punto bastante elevado, cerca del castillo de San Jorge, una de las mejores fortificaciones de Lisboa. La fundación de este templo se pierde en la noche de los tiempos, y ha dado origen a mil controversias. Monumento de varios siglos, presenta claras marcas de su vetustez, mostrando que ha sufrido distintas trasformaciones, sin perder completamente algunos de sus rasgos primitivos. En 1344 sufrió mucho este templo a causa de un horrible terremoto, y se reedificó entonces la capilla mayor bajo la

protección de don Alfonso IV, cuyo cadáver yace allí con el de su esposa. En el incendio que sucedió al terremoto de 1755, fue devorado por las llamas gran parte de este edificio y volvió a reedificarse por influencia del marqués de Pombal. Conserva este templo, de su primera construcción gótica, la fachada principal, el coro y las dos capillas de la entrada. En esta iglesia se hallan los huesos de san Vicente, patrón de la ciudad, y en el claustro hay un cuervo, en memoria de aquellos que respetaron en el monte sacro el cuerpo del mártir. Por eso en las armas de Lisboa se ve en el navío que ocupa el escudo, un cuervo en la proa y otro en la popa.

Lo verdaderamente admirable es la capilla de San Juan Bautista en la iglesia de San Roque. Esta riquísima capilla fue mandada construir en Roma por don Juan V, y costó unos siete millones de duros. Es obra de los mejores artistas de la época, que emplearon en su construcción cerca de quince años. Tiene tres notabilísimos cuadros de mosaico: el del fondo, que representa el bautismo del Redentor, fue dibujado por Miguel ÿngel; el de la derecha representa la Anunciación de la Virgen, dibujado por Guido, y el de la izquierda representa el Descendimiento del Espíritu Santo, cuyo dibujo es obra de Rafael Urbino. La capilla tiene ocho columnas de lapis-lázuli, y está construida con pórfido, coralina, granito oriental, amatista, alabastro, mármol de Roma y otras piedras preciosas. Los candelabros y lámparas son de plata sobredorada. Esta capilla la bendijo en Roma Benito XIV, concediéndola el honor de oficiar en ella. Después la desarmaron y la trajeron a Lisboa custodiada por Alejandro Giusti y otros artistas.

Ocupémonos de los paseos públicos, ya que los hay tan bellos en esta ciudad: el principal de ellos es espacioso y contiene algunos jardines cortados por calles pobladas de árboles que ofrecen grata sombra, y dos estatuas que representan el Duero y Tajo. En el lado opuesto de la puerta principal hay una cascada con graderías a ambos lados que conducen a una terraza, desde donde se domina mucho terreno. En dicho paseo gózase del balsámico aroma de las flores y de las más gratas armonías. Mientras duran las veladas de verano, se halla iluminado con gas y se dan conciertos, alternados con fuegos artificiales. Allí admiraron los portugueses nuestro eminente Barbieri, cuyo regreso anhelan con vehemencia.

El paseo de San Pedro Alcántara es más pequeño que el anterior, pero también más poético: desde él se contemplan los más bellos panoramas de la ciudad. El jardín contiene bustos de romanos célebres, y sobre él se extiende una hermosa alameda. El paseo de la Estrella es una elegante montaña alzada por la mano del hombre: desde ella se divisa parte de la ciudad y del Tajo. En dicho paseo se encuentran lagos con algunos cisnes, glorietas, invernadero y un pabellón chinesco, en el cual se aposenta los domingos una banda de música para amenizar el tiempo, con alegres partituras.

Existen otros paseos; pero solo quiero hablarte de los principales. He visitado el jardín, botánico, que contiene gran número de plantas exóticas, fuentes de mármol con caprichosos juegos de aguas, dos magníficas estufas y dos curiosas estatuas de cantería atribuidas a los fenicios y descubiertas en Portugal en 1785. Se halló algún tiempo bajo la dirección de Félix d'Avelar Brotero, uno de los primeros botanistas del mundo. Este jardín fue fundado para instrucción de los príncipes en el reinado de doña María I. A la iniciativa de dicha señora se debe también la fundación de la biblioteca nacional, que es bastante rica. Los numismáticos encontrarán en ella una gran colección de medallas antiguas, y los bibliógrafos más de 110000 volúmenes impresos y numerosos manuscritos. En una de sus salas he visto la estatua de la fundadora, obra del escultor Machado de Castro. El actual bibliotecario, señor de Silva Tullio, reputado literato portugués e individuo corresponsal de la Academia Española, facilita a los viajeros, con suma distinción y afectuosa complacencia, cuantos libros necesitan para estudiar este país tan poco conocido. El señor Silva Tullio nos enseñó libros muy notables, entre ellos, un ejemplar de la primera edición de la Biblia impresa por Guttemberg y otros muchos que sería prolijo enumerar.

El carácter portugués es muy atento y obsequioso: en el poco tiempo que llevamos de permanencia aquí, hemos recibido diferentes invitaciones para visitar palacios particulares. Entre los más bellos figura el del excelentísimo señor Mendes Monteiro, rico propietario del país. Este palacio fue fundado por el primer Quintella, y ha servido de cuartel general al mariscal Junot: después pasó a poder del primer conde de Farrobo, en cuyos tiempos se daban grandes fiestas. También ha tenido el honor de hospedar bajo sus artísticos y artesonados techos a don Pedro IV, regente de doña María II. Por decadencia del conde Farrobo lo ocupó una sociedad literaria, hasta que, vendido en pública subasta, lo adquirió el señor Monteiro, restaurándolo y decorándolo con gran magnificencia. Jamás ha tenido el esplendor de hoy. El señor de Monteiro es uno de los potentados que más merece serlo, por el buen uso que hace de su fortuna obtenida con el trabajo y la probidad. Dotado de inteligencia clara y de gran amor a lo bello, no pierde ocasión de favorecer a los artistas adquiriendo sus obras, con las cuales embellece su palacio hasta convertirlo en mansión de hadas. Todo está dirigido por el señor Monteiro, y todo lleva el sello de su buen gusto. Denota gran amor al trabajo, ejerciéndolo; y su actividad es tan extraordinaria, que si le obligaran a permanecer ocioso enfermaría moralmente. Educados sus hijos en tan buena escuela, e inspirados por él en el amor al estudio, cultivan con gran lucimiento las ciencias y las artes. Mientras otros jóvenes se divierten haciendo estúpido alarde de su fortuna, y derrochándola, los hijos del señor Monteiro se ocupan con él en formar en su palacio un museo especial, donde tienen brillante representación la floricultura, la mineralogía, la numismática, la zoología, todos los caprichos del arte y todos los inventos modernos. Prestan su apoyo a toda empresa importante, hija del progreso, y dedican parte de su fortuna a obras filantrópicas.

Debo terminar, porque esta carta se va haciendo demasiado larga, mas no lo haré sin decirte que tenemos aquí brillantemente representada nuestra querida patria por el dignísimo embajador, excelentísimo señor conde de Casa Valencia. Sus levantados sentimientos, su carácter dulce y su amena erudición, le conquistan el aprecio de todo el mundo. Participa con él de tan generales simpatías, su distinguida esposa, que es tan bella como culta: posee cuatro idiomas correctamente; y al disertar con ella sobre asuntos literarios, quedé encantada de su rara discreción. La embajada española tiene excelentes diplomáticos, entre los cuales se distingue el señor de Ruata, que es muy apreciado.

En este país se disfruta de una fresca temperatura, pues Eolo nos concede constantemente sus favores. Continúo tomando los baños, que me sientan perfectamente: todo contribuye a que me encuentre bien en Lisboa; pues el hotel que habitamos es de primer orden y se halla en el Chiado, rendez-vo us des flâneurs du beau monde. Es una especie de Puerta del Sol de Madrid donde se reúnen los petits crevés, como dicen en Francia, que equivale a los janotas de Portugal o a los gomosos de España.

Recuerdos a Carmen y Armanda, y no olvidéis a vuestra hermana,

Concepción Gimeno de Flaquer

Lisboa, agosto de 1879.





Indice