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Tarde sexta

Poder tlatelulcano, breve noticia del Reino de Mechoacan, y otras cosas dignas de leerse.

     Español. La República de que vamos a hablar, tengo entendido que vivió siempre condenada a remar en las galeras de una esperanza vana, sin conocer que cuanto ésta más se arrima al deseo del fausto y la vanidad, tanto más se acerca a la ruina; porque es este enemigo encanto, un cruel martirio que atormenta con lo que desea, y una maligna furia que mata con lo que posee; es una fatiga ingrata que aleja el bien del que lo apetece, y un verdugo inhumano que tiraniza al que lo goza. Anhelaban los de Tlatelulco por adquirir un despotismo y autoridad sobre todas las naciones: engañados [174] de su propia esperanza, sufrieron siempre los recios golpes de un poder dominante, y reconocimiento de un tributo nada ligero; escollos en que tropiezan regularmente los amadores de la soberbia y de la ambición.

     Indio. Así como lo pinta Vm. sucedió a la Nación Tlatelulca, que envidiosa de la feliz bonanza de sus Vecinos los Mejicanos, nunca más quedaba burlada su esperanza, que cuando más esfuerzos aplicaba a contrarrestar, e igualarle en sus fortunas; y porque así lo hemos de ver en todos sus progresos, manos a la obra.

     Las gentes Tlatelulcanas, que antes se llamaban Aztecas, como los Mejicanos, pues todos vinieron juntos, eran deudos y parientes unos con otros: se separaron de los Tenuchcas, guiados de un remolino de aire, a una enjuta plazuela fuera de la agua, en la que hallaron un montón de arena, una rodela, una flecha, y una culebra enroscada, y con este hallazgo misterioso, determinaron sobre aquel terreno hacer, como lo hicieron, su establecimiento. Ya esta división procediera de enojos pasados, ya por la incomodidad que sufrían entre los juncos y carrizales; lo cierto es que se segregaron, libres de contradicciones, y gozosos, con una paz inalterable, procrearon y se difundieron [175] en tanta manera, que trataron de elegir Rey, a imitación de los de Méjico, dicen unos, y otros que los Mejicanos eligieron a semejanza de los Tlatelulcos; aunque lo menos dudoso es, que en un año llevaron preferencia de Rey los Mejicanos.

     Con esta determinación acordaron de pedir a Tezozomoctli Rey de Azcaputzalco, un Príncipe que los rigiese y gobernase, el cual les dio a Quahuautizahual su hijo, y fue coronado con universal aplauso. La mira de no elegirlo de los suyos, como los de Méjico, fue hacer desde luego robusto su poder, emparentar por este medio con la Real sangre de los Tepanecas, de cuyo enlace podría resultarles la relajación del tributo que reconocían a dicho Tezozomoctli. Reinó treinta y cinco años: ayudó a su Padre en la conjuración que levantó contra el Imperio de Tetzcuco, y en otras batallas, en las que no se cuentan particulares hazañas que emprendiese: erigió Templos, construyó edificios, extendió la parte de su continente, cegó las aguas, abrió acequias, y plantó jardines, y por su muerte le sucedió Tlacateotl. Dícese que era de la principal Casa de los Aculhuas Reyes de Tetzcuco: murió en Méjico dentro de un cuarto destechado a manos de Asesinos, por orden de Moctecuhzuma o Hilhuicamina Rey de los Mejicanos. [176] Un perro fue su oráculo, avisándole convenir su muerte para la quietud y libertad de su Pueblo. Reinó siete años, y fue coronado Quahuitzatahuatzin: dio batalla auxiliado de otros Reyezuelos al Tenucha, en cuyo campo quedó muerto, y por los Mejicanos la victoria. Sucedió a este Moquihuiz: casó con una hermana de Axayacatl sexto Rey de Méjico; por este vínculo con los de Tetzcuco y Mejicanos, le agregaron a su Señorío el Barrio de Aztacalco, salida para el Bosque de Chapultepec. Edificó un famoso Templo, dándole por nombre Cohuaxotl, en memoria de los antiguos Culhuas y Chichimecas, de que se sintió Axayacatl su cuñado, y volvieron a resucitar las antiguas inquietudes entre las dos Repúblicas, creciendo más el sentimiento en Axayacatl por el desamor con que trataba Moquihuiz a su hermana, la que ofendida del desprecio de su marido, se retiró con su hermano y cuatro hijos a Méjico. Maquinó destruir el poder de Axayacatl por sorpresa; los cómplices en esta traición fueron los Señores de Xilotepec, Tustitlan, Chalco, Tenahuacan, Huexotzinco, y otros muchos: probaron la felicidad de sus triunfos en la confección de una bebida que componía de unas yerbas el supremo Sacerdote sobre la piedra de los sacrificios, y del zumo [177] que derramaba bebían todos los principales Jefes y Capitanes; y según el efecto de cobardía o valor que les infundía, pronosticaban el éxito próspero o adverso: llamaban a esta pócima itzapactu: hecha esta ceremonia, y sintiéndose con ánimos invencibles, acometían desordenadamente. Duró el sitio algunos días, al cabo de los cuales quedó vencido Moquihuiz, y puesto por Quitzalhua, Capitán esforzado, en las manos de Axayacatl, le sacó éste el corazón por el pecho, sin acudir ninguno de sus confederados al socorro, ni ayudádole todo el tiempo de la guerra; permitiéndolo así la divina Justicia por los sacrílegos desacatos, violando el recato y honestidad de las Vírgenes que asistían al culto de la Diosa Chanticon, y atrevídose con una descarada torpeza a las mujeres de sus mejores Capitanes. Este fue el fin de este infausto y deshonesto Príncipe, y en el que también terminó la Monarquía de los Tlatelulcos, quedando en adelante regidos por Gobernadores que nombraba el Rey de Méjico, de los mismos de la República, tributarios y sujetos a sus Reales padrones y mandamientos. Manifestaban los Tlatelulcos un espíritu altanero, arrojado, brioso, y nada cobarde, y con fuerzas iguales, jamás podría el Mejicano dísputarles lance alguno: si Moquihuix en esta última [178] batalla, decisiva de la felicidad y del poder, no hubiera llevado sus ideas con tanta solercia o ardimiento, o por mejor decir con tanto desorden o precipitación, el nombre de los Mejicanos quedara abolido, y obscurecidas sus glorias para siempre. Considerábase esta Nación mejorada en los intereses por el mercado, tianguiz, o feria universal que en la Plaza se celebraba, estableciendo un comercio cuyo giro se extendía a las Naciones más distantes, como eran las remotas Provincias de Guatemala, Nicaragua, y otras, guardando con tan rigorosa observancia las leyes de los contratos, compra, y venta, que el usurero era condenado irremisiblemente a muerte ignominiosa, y el que era cogido en trampa, fraude, e ilegalidad, por leve que fuera, si era noble se le confiscaban absolutamente los bienes, y quedaba privado en adelante de comerciar; si era plebeyo sujeto a una esclavitud perpetua: eran tan fáciles a dar crédito a los agüeros, hechicerías, y supersticiones, que con sólo el ladrido de un perro, o movimiento de una hoja, ya juzgaban ser alguno de los adorables misterios con que les avisaban sus Dioses de algún favorable o contrario suceso; siendo dogma infalible para todos, la extravagancia con que uno u otro alucinado interpretaba el acaso o naturaleza. [179]

     Español. Y ese pernicioso abuso parece que no se ha extirpado del todo en los actuales descendientes.

     Indio. Y ni aún en muchos Católicos, porque ya he visto tener por aciagos los tropezones que dieron al entrar en sus casas, la caída de un bruto, y otras contingencias que nacen de causas ordinarias y nada irregulares. Habrá como siete años, que en la Coronación del SSm. Papa Clemente XIV. antes Fr. Francisco Lorenzo Ganganeli, Religioso de N. S. P. S. Francisco, cuyas memorias deben ser inmortales en la gratitud de los hombres, y de toda la Cristiandad, al llegar a caballo, como es costumbre, cuasi a las Puertas de San Juan de Letrán lo arrojó de sí el bruto: glosó la plebe por agüero este repentino accidente, sin considerar que el jinete Papa era Discípulo perfecto de San Francisco; que sus incesantes tareas fueron sobre los libros; y que una vida conventual y sedentaria, era regular que lo desviara del conocimiento de la silla y del freno; causas bastantes para que al más leve dengue o sacudimiento de la bestia, diera en tierra con el Santísimo, pero mal montado Caballero. Cuasi lo mismo aconteció en la Coronación del Papa Sixto IV. con el tumulto de la plebe, en que a pedradas pudo haber muerto este [180] Pontífice. Las Historias cuentan que los Monjes del Convento de Yuste, por el ladrido de un perro, y canto de una ave, creyeron predestinado al gran Emperador Carlos V.(49) de que infiero, que pues una gente tan civilizada e instruida como esta y la Romana, incurre en error de tanto bulto; no debe ser tan notada esta gentil Nación de enormemente fatídica y agorera, porque creyeron que su Dios por el norte de un remolino de aire, los guiaba para que poblaran en el terreno que ya dijimos arriba: y sin que Vm. me alumbre las causas que engendraron este, o los muchos que cuasi todos los días estamos mirando, con solo la doctrina que una u otra vez he escuchado de sus labios, conozco que inclinadas o rellenas las cavernas o aereofilacios, por las muchas materias que las hinchen y agobian, haciendo fuerza, como es natural, para salir, se filtran o percolan por aquellos poros o boquillas que hallan más fáciles, o de menos resistencia; y como salen agitadas de un impulso tan violento, levantan de la superficie lo que encuentran, y forman aquella columna que parece que sube hasta las nubes: también suele suceder y es lo más continuo, que encontrados los aires elementales, y resistiendose los unos a los otros, vaguean [181] de una a otra parte, emporcando la atmósfera, y ocasionando algunos estragos en los edificios, frutos, plantas, etc. hasta que vencido el más débil y flaco, despeja el ámbito el de más fuerza y dominación.

     Español. Supuesto que ya estamos persuadidos de estos escrupulillos, porque no quede cosa que no hablemos, has de saber, que entre las muchas que me han hecho creer la bárbara fiereza de tus antepasados, es una la de los asesinatos, crueldades, alevosías, y sangrientas muertes, maquinadas contra las soberanas vidas de vuestros Príncipes, Reyes, y Monarcas, violando el derecho de las gentes, sagradas leyes de la naturaleza, estatutos de la inmunidad, respetos y decoros de las Personas Reales.

     Indio. No hay duda que conturba el espíritu y horroriza el ánimo tu pintura, Señor mío, y que no sólo merecen el nombre de bárbaros y crueles, sino de brutos y fieras; pero yo he leído que los atrevidos puñales de los Brutos y de los Casios, tiñeron las paredes del Capitolio con la sangrienta púrpura del César, quedando de lamentable espectáculo de los ojos, el que poco antes había sido sagrado Protector de los necesitados: Narzetes, Capitán general de las Huestes de Justiniano, regó [182] los campos de Aquileya con la ilustre sangre de Totila Rey de los Godos; éstos en una cabaña junto a Antioquía, quemaron vivo al Emperador Valente; con veneno mataron los Romanos al invencible Viriato; treinta y dos Reyes fueron sangriento despojo de Josué, Caudillo del Pueblo de Dios: y advierta Vm. que ninguno de éstos eran Indios.

     En nuestros tiempos leemos el inaudito atentado, que contra el fidelísimo Rey de Portugal maquinaron algunos de sus infames Vasallos, cundiendo el maligno cáncer del arrojo y de la alevosía a otras Católicas y Cristianísimas Potencias, cuyos augustos nombres deben ser eternos, y transcender gloriosos e inmortales de generación en generación; llegando a tanto la osadía, obstinación, y audacia de los crueles maquinadores, que no pudiendo efectuar las sacrílegas intenciones de su traición con el poder de las armas, tumultos, conspiraciones, y alborotos, pretendieron con las sofisterías y ficciones de las plumas, establecer un sistema de Regicidio sano y segurísimo a la conciencia, arrojándose temerariamente a persuadir la necesidad de quitar la vida, que no está sujeta a la potestad de criatura alguna, y sólo dice dependencia de la mano de Dios, ya sea el Rey justo o inocente, [183] impío o tirano, como se ve en el caso que apareció a Baltasar Rey de Babilonia, la sentencia del Profeta contra el ímprobo Manasés Rey de Israel, y los Decretos contra Nabuco, y Dionisio tirano de Cicilia, distantes en tiempo, pero muy semejantes en los castigos; manifestando Dios por estos hechos, que no puede ni debe haber en lo lícito y seguro otro cuchillo o instrumento, que quite las soberanas vidas de los Monarcas, que el absoluto brazo de su Poder y de su Justicia; y se advierte, que los que así ejecutaron, pensaron, y escribieron contra esta infalible verdad, no fueron Indios.

     Las muertes inferidas en las Personas de nuestros antepasados Príncipes, si bien se acuerda Vm. de los sucesos de la Historia, son las mismas que ellos solicitaron inferir en las de otros Monarcas; y yo no sé que haya ley que prohíba el repeler la fuerza con la fuerza; y que si un Rey quiere matar a otro, el otro no pueda matar a éste; como el hijo que no puede libertad la vida sin ser justo agresor de su padre.

     Español. Quería que cerráramos aquí nuestra Tarde, a no prevenírseme el desentendimiento que has tenido con uno de los principales Señoríos que poseían tus antiguas Gentes.

     Indio. Ya sé que habla Vm. por la Provincia [184] de Michoacán, y le aseguro que fue estudio lo que le parece olvido: porque siendo la última de nuestro continente, la separé siempre para cerrar con ella los últimos periodos de mi Gentilismo. Llamose esta Provincia así de la voz Mich, que es lugar de Pescado. Diez y nueve Monarcas contó desde Hauhuzitzicatzin hasta Calzontzin o Cinzica: fue su primera Corte Zinzunzan, y Capital en el día Valladolid, conocida antes por Guayangareo: gozaba una soberanía libre e independente de los Imperios Tetzcucano y Mejicano, porque segregados de la compañía de los Tenucas, con quienes animosamente desde sus tierras habían caminado hasta las cercanías de Tula, se alojaron y poblaron en las orillas de la Laguna, que hoy se llama de Patzquaro: la primera población, asiento, y Corte de sus Reyes, fue, como ya dije, Zinzunzan Ciudad que en el día, ni aun entre los polvos de sus ruinas tiene vestigios para acordar la majestad de la grandeza. Pereció su nombre como el de Babilonia, desemejándose en tanto grado la que es hoy con la que fue en los primeros lustros de mi Gentilidad, que el que cotejare su existencia con los antiguos Mapas de Michoacán, no podrá menos que enternecerse, y conocer el poder de los tiempos sobre las cosas. Se aventajó la felicidad de esta Nación [185] a la de sus compañeros, amigos, y parientes los Mexicas, si bien después ellos, dominando el Trono de los Chichimecas, quisieron sujetarla al yugo de su poder y magnificencia: pero cuantos lances le presentó el Mejicano para rendirla, tantos fueron triunfos de su animosidad y esfuerzo. En un Mapa que conservaba un Indio de los principales de este Pueblo, llamádose Francisco Estrada, vi muchas veces pintadas las dos célebres batallas, que en las fronteras de Tajimaroa y Zichú, se dieron entre una y otra Nación, manteniendo la Michoacana el Campo con tanta soberbia, denuedo, y altivez, que al cabo de siete años hizo ignominiosamente retirar el poder de los Mejicanos, doble en fuerzas, y aún mejorado en situación. Llegó a tanto el orgullo de los Michoacanenses, que necesitado de socorro el de Méjico cuando la entrada del gran Cortés, solicitó su auxilio con cuantos arbitrios le sugirió la urbanidad, derechos de las gentes, sagacidad e industria. Con doscientos mil hombres hubiera hecho frente y rebatido las fuerzas de los Españoles, si sus Sacerdotes no le hubieran avisado del trágico fin de sus sucesos; y una hermana suya, muerta en aquella sazón, no le hubiera amonestado por orden divina el que suspendiera las armas, y que favoreciese [186] a los hijos del Sol, que enseñaban la verdadera Fe, y seguro camino de la eternidad. Fueron tan concluyentes estas palabras para el generoso pecho del gran Calzontzin, reinante en aquel entonces, que como si fueran de un oráculo infalible, pasó a Méjico, ya no en calidad de auxiliante y poderoso, sino de necesitado y rendido: presenciose con el Venerable Padre Fr. Martín de Valencia, y consiguiendo de la ardiente caridad de este Apostólico Varón la anuencia de tres Religiosos (otros quieren que fueran seis) volvió para su Corte enarbolando los tafetanes de la Fe, quien de ella había salido arrastrando las Banderas de la Idolatría: pero no fue mucho, que entró Cristiano el que salió Gentil; entró Católico el que salió Idólatra; y en fin, entró con el humilde nombre de Francisco, el que salió con la soberbia y temida voz de Calzontzin. En este Católico Monarca, cuya inhumana, infeliz, y lastimosa muerte, mandada ejecutar por el Presidente Nuño de Guzmán, ha dado y dará siempre motivo para la compasión, la lástima, y la ternura, feneció el abundante, poderoso, y opulento Reino de los Michoacanenses, dejándole abiertas tantas bocas a su grandeza, cuantos son los inagotables tesoros que engendran sus Minas para socorrer los Pueblos, abastecer [187] los Erarios, y enriquecer por medio de los comercios aun las más remotas Provincias del Orbe.



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Tarde séptima

Descripción de la grandeza de las dos Cortes, Tetzcuco y Méjico.

     Español. La ninguna simetría, trabazón, y material desorden que observamos en las Estancias y Aldeas que habitan los actuales Indios, y que han sido del cargo de su erección, con los pocos monumentos y vestigios que tocan nuestros ojos de la majestad y grandeza que de vuestras antiguas Poblaciones nos pintan las Historias, nos hacen desviar del asenso que se merecen, y creer que escribieron con la libertad de que jamás podrían llegar a ser sojuzgados de la razón, o que corrieran sus plumas sin otra crítica que la pasión y antojo de los informantes. Y si no dime: los que leemos que la gran Ciudad de Tetzcuco, Corte Imperial de los Chichimecas (comenzando a gozar este título desde [188] el Príncipe Nopaltzin) era tan populosa que pasaba de ciento cuarenta mil Casas, abrigándose dentro de cada una cuatro y cinco familias; que sus Calles estaban formadas en cuadro corriendo de Oriente a Poniente, y de Norte a Sur; que los Palacios Reales eran tan magníficos, que a más de los muchos aposentos, retretes, corredores, y otras piezas de maravillosa Arquitectura, se entretejían de piedras diestramente labradas; que se elevaban vistosamente sobre éstas las tres Salas de recibimiento, para el Rey de Méjico y el de Tlacupa, y en la que el propio Tetzcucano juntaba Consejo, con longitud cada una de más de doscientos pasos; que trepaban sobre estas Salas otras Oficinas y Miradores que servían de pasadizos a los Reyes para la quietud, el recreo, y la diversión; que tenían patios interiores con piedras de desigual grandeza agujeradas por muchas partes, y con tan rara invención, que cada abertura era una agua manil, con el destino de que llegasen los pájaros y aves a beber, para que en resulta lograran los Príncipes la cosecha de la caza, que con cerbatana ejercían muy a menudo; que tenían estanques, fuentes, jardines, y bosques de recreación, tan amenos y divertidos, que en nada envidiaban a los más célebres de la Italia; que de las inimitables fábricas [189] de los Templos costeados por los subidos propios, y emolumentos con que muchos Pueblos les contribuían, como si fueran pensiones y débitos Reales.

     Los que leemos que la majestad, opulencia, y hermosura de la insigne Corte de Méjico, llamada así por su Dios Mexitli, o Tenuchtitlan por la piedra y la tuna, se componía de más de ciento veinte mil casas con buques competentes cada una para ocho y diez vecinos, que eran los mismos que los habitaban; que todas eran de adobes o ladrillos españoles, a distinción de las de los nobles y caballeros, que eran de cal y canto, con altos y entresuelos de especial desahogo y comodidad; que las Calles unas eran de agua y otras de arena muy menuda, comerciando por éstas los de tierra, y por aquellas en canoas, barcos, y chalupas, los rivales de la Laguna, admirándose a un tiempo y dentro de una misma Ciudad, los dos tratos de mar y tierra; que sólo tenía tres Puertas donde reinaban las tres Calzadas hechas a mano, y de un costo imponderable, viniendo la una de la parte del Norte, la otra del Poniente, y la otra del medio día; que sus Plazas muy anchas en cuadro y esparcidas, en cuyo ámbito estaban los Palacios Reales, y Templos de sus Dioses, cuyas construcciones eran de un raro artificio de jaspes, mármoles, [190] laberintos, ébanos, cedros, y otras maderas incorruptibles; que el Palacio Real tenía veinte Puertas que salían a las Plazas y las Calles, tres anchurosos Patios, y en medio del uno la gran Pila donde se recibía la sabrosa y saludable agua, que por atarjea de cal y canto conducían desde Chapultepec; que a más de los cuartos y aposentos, tenía cien Salas en cuadro de veinte y cinco pies cada una, y en cada una un Baño; que en una Sala separada de ciento y cincuenta pies de longitud, y cincuenta de ancho, tenían los Monarcas el Oratorio, cuyas colgaduras eran planchas de oro y plata, salpicadas a trechos de esmeraldas, rubíes, topacios, y otras piedras preciosas; que las paredes de estos suntuosos edificios eran de cal y canto, enlazadas según las reglas del arte, de azabaches, espejillos, mármoles, pórfidos, jaspes, y otras piedras blancas y trasparentes, que hacían un maridaje galán, majestuoso, y apacible a la vista, siendo el entalle y labor de las maderas, correspondiente a la demás grandeza; que tenía variedad de oficinas para todo género de animales, muchos estanques entre los jardines para criaderos de peces, y sustento de aves acuáticas(50), y un sinnúmero de jaulas donde se recogían cuantas especies de aves y pájaros se crían en esta gran parte del Mundo, [191] ocupando trescientos hombres en el cuidado y limpieza de tan parlante y sonora república; que todo el circuito de la Ciudad estaba poblado de alamedas, fresnos, sauces, sabinos, cipreses, y otros copados y verdes árboles. Dime pues, vuelvo a preguntarte, �los que leemos en los libros estas y mayores grandezas, pompa, poder, majestad, arte, disposición, y hermosura, poco imitada de los más diestros Artífices del Mundo, y registramos ahora el desaliño, desorden, y rusticidad de los que viven, qué juicio podremos formar? O que vosotros no sois descendientes de aquellos, o que es necesario forzar la razón para que de asenso a sus escritos como si fueran artículos de Fe, creyendo en este caso lo contrario de lo que tratan o miran nuestros ojos.

     Indio. Aunque es recio el aguacero, no es tanto el desamparo que no haya jacal en que alojarme: Señor mío, cuando no estuviera en la inteligencia, de que todas las cosas que están escritas, se escribieron para nuestra utilidad, bastaríame conocer, que con estas y otras frívolas razones, que ni aún besan el zoclo de la congruencia, pretenden los Señores de razón obscurecer las glorias de mis Antiguos, echando a rodar el crédito de las tradiciones, y gravedad de los Autores, [192] que bebieron sus noticias en las cristalinas fuentes de los Varones Santos, que desnudos del vil ropaje de la codicia, y revestidos de un espíritu de virtud, santidad, y edificación, no fue otro su instituto y altísimo ministerio, que el de sembrar el grano de la palabra divina, y coger en esta inculta tierra los opimos frutos del Evangelio y de la verdad, siendo éstos unos fidelísimos testigos de lo mismo que aseguraron, vieron, y escribieron; pero supuesto que estamos en un siglo que sólo no se duda de lo que está escrito en las Divinas Escrituras, entre la razón persuadiendo, lo que hasta ahora no ha podido la tradición y la autoridad.

     El primer motivo de dudar, o por mejor decir, de no creer la grandeza de nuestra Antigüedad, es por no encontrarse en el día monumento, huella o vestigio alguno declaratorio o demostrativo de ella. Permitido, y no concedido que así sea, yo tengo entendido, y creo firmemente, que todo lo que se representa en este Mundo, no es más que una engañosa vanidad, que queriendo hacer alarde de sus mentidas pompas, lo puebla de estragos y de escarmientos, tan tenaz en sus porfías, que ni los mentidos polvos de otras desmoronadas paredes, ni la breve corrupción de las materias y acelerado curso a sus ruinas, la pueden persuadir a [193] que no levante Edificios, labre Casas, edifique Torres, y empeñe todas las fuerzas de una presunción a altiva del fausto y de la majestad, tan a costa de la inconstancia y del peligro; pero como en vano trabajan los que edifican sobre los débiles cimientos del barro y de la arena, suele suceder que hoy pisamos con nuestros pies destrozados terrones, los que ayer miraban nuestros ojos elevados Pirámides; y los que ayer fabricó el poder soberbios Palacios para habitación de Monarcas, hoy suele despreciar para sus moradas la humildad de unos Pastores.

     Y si no, vamos hablando con las Historias en la mano, que éstas sí no podrá Vm. ni ninguno de los que no son Indios, negar, porque son de las de por allá. �No fue Cartago la más célebre Ciudad de los Africanos? �No fue Tiro la más insigne de los Fenicios; de los Germanos Argentina; Atenas o Minerva de los Griegos; Tebas de los Egipcios; Bizancio de los Tracios; Babilonia de los Asirios, y de los Españoles Numancia? Pues dígame Vm. ahora, qué les ha quedado de sus pompas, de sus grandezas, y hermosuras? Quedoles el nombre de lo que fueron, conservando apenas los suelos de unas abatidas cabañas, para cruel tormento de su presunción y de su soberbia. Hubo Cartago, hubo Babilonia [194] en el Mundo, y Vm. cree y creen todos que fueron famosas: pues dónde están los vestigios? No los hay; porque hasta su memoria pereció con estruendo y con sonido. �Pues porqué lo cree Vm.? Porque quien lo dice no es de Indias, y quien lo escribe no es Indiano. O! y quantum est in rebus inane.

     Pasemos adelante: los Indios del día en el desorden de habitar, muestran o lo que sus Antiguos fueron, o que no son descendientes de aquellos. En el breve espacio de 600. varas, que la generosa piedad de los Soberanos nos consigna, aseguramos ochocientas o mil familias, las comodidades de la vida, abriendo tierras, formando haciendas, heredades, patrimonios, y posesiones, para nosotros, para nuestros hijos, y descendientes; de manera, que en aquella corta parte de solar que a cada una nos cabe, respective a mil que somos, hacemos estancias para nuestros animales, huertos para las verduras, casas para el abrigo, y oratorios para el culto de Dios: en la fabrica de éstos ponemos todo nuestro esmero, siendo los más unas piezas desahogadas, como ya las ha visto Vm. unas de cal y canto, y otras de adobes, bien ripiadas, enjarradas, techadas con buenas maderas, y pintadas de varios colores, con su torrecilla y campanario, [195] que los hace vistosos y decentes para depositar las Imágenes, hoy Reliquias de nuestro afecto y veneración: el piso más duro, y firme destinamos para nuestras Iglesias y habitación, separando el más suelto y pingüe para nuestros sembrados y otros desahogos; de que resulta, que si la tierra útil para frutos de mi solar, cae a la frente de la tierra firme de mi vecino, en la de éste se ven Casas, Capillas, u Oratorios, y en la mía animales, árboles, plantas, etc. Nuestros Antiguos fabricaban con la proporción de la libertad que tenían para extenderse; y nosotros fabricamos con la necesidad que gustosamente sufrimos para alojarnos: aquellos obraron magníficamente, por la felicidad que poseían; y nosotros humildemente, por la estrechez, abatimiento, y pobreza que padecemos.

     Digo que estas son las causas de que no obstante la versación de tantos años con los Españoles y otras Naciones cultas, no observemos los Indios de este tiempo el orden, disposición, y simetría en las erecciones de nuestros Pueblos, que guardaron los de la Antigüedad y usan Vms. ahora. El modo de vestir nuestros antepasados era de ricas telas de algodón, y en días festivos con especial tejido de plumas, matizado según la naturaleza [196] de los colores: de éstas mismas se valían para hacer Imágenes, y otras figuras hermosas y agradables; los que ahora existimos apenas cubrimos nuestros cuerpos con un grosero cotón de lana burda: luego no descendemos de aquellos. El Idioma fue uno mismo en nosotros, mas con la distinción de que aquellos lo hablaban con dulzura, elegancia, y pomposidad, y nosotros por el adulterio, y mezcla de voces extrañas y mal digeridas, lo hablamos con grosería, bajeza, y desabrimiento: luego no somos descendientes de aquellos. La lengua de los antiguos Españoles era muy distinta de la que hoy hablan los modernos, y el vestuario del día primo diverso del de aquellos, afeminándole a éstos sus personas, y haciéndolas imitadora del Cónsul Romano Quinto Ortensio, que se afeitaba el rostro, y componía con un espejo en la mano, como si fuera la más melindrosa mujer, llegando a tanto su chiqueo y delicadeza, que porque un Ciudadano casualmente le descompuso uno de los pliegues de la casaca, se querelló contra él criminalmente al Senado. El de los antiguos Españoles era grosero y varonil, procurando más con el desabrigo curar el cutis para la resistencia, que asear las balonas para la presunción y el aliño, ajustándose a la máxima del Sículo Dionisio, que porque nadie llegara [197] a su barba, se la quemaba con estopa. Estos son aquellos Españoles: luego los de hoy no descienden de aquellos?

     Español. Bien está, ya sabes que no necesita de prueba lo que consta por la experiencia: los Indios de tu Antigüedad debemos creer que serían lo mismo que los que hoy pueblan las Colonias, y otras regiones gentílicas: en éstos no tocamos otra cosa que unos Idólatras incultos, bárbaros en las costumbres, inclinados a la tiranía, sin otra decencia que un taparrabo, sin más abrigo que el que les franquean las peñas y los árboles, y sin más cabeza que los rija, y ubicación que los afije, que aquella que la pasión les dicta, y adonde el viento de la caza, del interés, del robo, y de la atrocidad desordenadamente los conduce: luego este debemos juzgar sería el carácter de tus ascendientes.

     Indio. Digo que sí, y que éstos, así ahora, como entonces, convenían con los nuestros en lo gentil, pero no en la barbarie y la brutalidad; porque los nuestros vivían sujetos a la autoridad de los Príncipes, avecindados en las Ciudades, Villas, y Pueblos, Aldeas, y Congregaciones, con temor, obediencia, y reconocimiento a sus Dioses y naturales Señores, cultivando las tierras, comiendo, y vistiendo de sus frutos: en esta disposición [198] hallaron los Conquistadores que vinieron de la Europa a mis antepasados, y en aquella en que hoy mismo se hallan a los Bárbaros o Mecos.

     Estos Indios bravos (que así les llamamos) tuvieron su origen de aquellas familias que se pasaron de Xolotl, o primeros Chichimecas, y eligiendo los Cerros y Montañas para sus habitaciones, jamás quisieron congregarse en Comunidades, prefiriendo la libertad al trato, al interés, comodidad, y racional conversación; al modo que los Escitas y Árabes en la Asia, que no pudiendo la fuerza y el imperio civilizarlos y sujetarlos a una vida honesta, común, y tratable, se quedaron en su fiereza y altanería, sin que de aquí se infiera que los Asiáticos son bárbaros, insociables, y feroces. Lo cierto es, que este modo de inferir no se admite en ninguna Filosofía; como si dijéramos, los Indios que existen en el día adoran un solo Dios, los Antiguos adoraban en muchos: luego los Indios de ahora no descienden de aquellos?

     Español. Celebro te hayas introducido en una materia que con impaciencia esperaba tratásemos, corroborando por ella el carácter de barbaridad, y demás torpezas de tus Antiguos. Y si no, hablemos con verdad, �qué sentirías tú, desnudándote de la pasión de unos hombres, que sólo preocupados de [199] una ciega Ignorancia, podía faltarles el discernimiento o natural instinto concedido a los brutos, para conocer que aquellos engaños y diabólicos errores, eran efecto de unas asquerosas apariencias y sucias fealdades? Cantó un pájaro, y porque juzgaron que articulaba el animalillo esta voz tihui, que quiere decir, allá vamos, desampararon sus tierras, corrieron presurosos para éstas, levantáronle altares, consagráronle aras, y de pájaro se les volvió bruto feroz: gritó una rana, y porque jamás habían oído su grito continuado y enfadoso, le construyeron templos: miraron sobre lo alto de un Cerro a un mancebo, cubierta la cabeza de una tira hedionda, llena de materias y podres corrompidas, y lo adoraron Dios por la extraña fetidez que arrojaba. A estas y otras ridículas visiones tributaban tus Mayores los inhumanos sacrificios, sirviendo los inciensos, más para templar los indispensables gestos del insufrible hedor y pestilencia que despedían, que de reverentes obsequios a sus Deidades. Si esta especie de fanatismo merecía el grado de barbarie y estolidez, tú lo dirás.

     Indio. Y como que lo diré: conozco que todas las criaturas racionales están necesitadas, por aquella noticia impresa o lumbre natural con que están selladas, a distinguir y conocer que no puede ni [200] debe haber mas que un solo, único, y verdadero Dios, y que éste solo es el que remunera lo bueno y castiga lo malo; que éste solo es el que da vida, movimiento, y ser a las criaturas, y que sin él todo se volviera nada, pues es causa eficiente, universal de lo que se ve y no se ve; y conozco que el hombre que se desviare de este conocimiento, se asemejará a los brutos que no tienen entendimiento; pero ahora aquí para los dos, y como que nadie nos oye, advirtiendo que mis reflejas no quiero, ni es mi ánimo el que se rocen con aquellas adorables significaciones y misteriosos metáforas, con que repetidamente en las Escrituras se mira a nuestro Dios transformado en piedra, en agua., aceite, sarmiento, flor, león, cordero, etc. porque este es un modo de sensibilizar sus virtudes, para que la criatura, por las cosas materiales, venga en conocimiento de las espirituales e invisibles: �qué podremos sentir de los Caldeos que daban adoraciones de Dios a un Buey; los Sículos a un Gallo; los Hebreos a un Becerro; los Rodos a Cloatina Diosa de los estercoleros, letrinas, y otros lugares inmundos? �Qué podremos sentir de los que a solos sus vientres tributaban idólatras inciensos, y de los que a sí mismos se adoraban, porque no conocían otra deidad? �Qué podremos sentir de [201] los Romanos, a quienes les contó Bruxilo doscientos ochenta mil Dioses, siendo más las Deidades que los Vecinos? �Qué podremos sentir de las sangrientas batallas que se dieron los Alanos y Armenios en el Monte Olimpo, queriendo cada uno que su Dios fuera el más esforzado y valeroso; reduciendo el teatro sagrado de los votos y de los cultos a terrible campo de odios, venganzas, insultos, muertes, y desafíos? �Qué podremos sentir en fin, de que un Senado como el de Roma, que daba ley a la discreción, a la política, a las virtudes, y al raciocinio, escribiera una carta a todas las Provincias de su Imperio para que concurrieran con todos sus Dioses extranjeros, como si fueran tratantes, a fin de unir las fuerzas con los propios, para deprimir el poder de los Getas, llorándose pobres y desamparados, porque desde el buen Constantino no les había quedado mas que un Dios, que le llamaban de los Cristianos? �Qué podremos sentir de que los Egipcios adorasen a los perros, gatos, y toda especie de animales? Lo cierto es, Señor mío, que todo el pecado y barbaridad de mis Antiguos, consistió en que llamaran Dios a Tetzcatlipuca, y no a Júpiter; a Huitzilopuctli por Marte; a Painal por Belona; a Tluloca por Neptuno; por Ceres a Tecuhtli; por Sol a Centehutl; [202] por Apolo a Tonatiuh, a Xiuhtecuhtli por Vulcano; por Mercurio a Iyacatecuhtli; por Baco a Tezcatzoncatl; a Tlacoltehul por Venus; y a Quilaztli por Verecinta Madre de todos los Dioses.

     Español. Y en buena fe, volviendo al hecho de los Romanos, te digo, que si no hubiera sido por el Dios de los Católicos, no hubiera perdido la vida en esa batalla Randagaismo con doscientos mil Godos, y los Romanos hubieran sido destruidos y aniquilados.

     Indio. Ahora bien, luego con más subido grado de barbarie debemos reputar a los Romanos que a los Indios, porque teniendo expresa noticia del verdadero Dios, mendigaban Ídolos forasteros y falsos; pudiendo yo aquí aplicar esta coplilla, que ajusta como anillo al dedo.

                              Por más que a mi casa notas
De que en ella cuecen habas,
En la tuya y las ajenas
Se cuecen a calderadas. [203]


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Tarde octava

Entierros, sepulcros, casamientos, y Coronaciones de los Antiguos Indios.

     Indio. Muchos labran Sepulcros para enterrarse, y muchos para eternizarse: éstos pretenden con sus cenizas dilatar su fama, y aquellos con el olvido asegurar el desengaño; unos anhelan a anticiparle al barro desaliñadas casas para su depósito, y otros aspiran a fundar sobre las vanidades del polvo Palacios a su soberbia. Han de ser los Sepulcros honestos, no costosos; porque en éstos roba la presunción el tiempo a la memoria de la mortalidad, y en aquellos afianza la humildad los continuos avisos del morir. Dos Sepulcros he visto que costea siempre la vanidad, uno en el Panteón, y otro en el Túmulo: es el uno melancólico eco del otro, porque con las desmayadas luces del uno, se miran las fétidas corrupciones del otro. Raros son los siglos en que la vanidad no ha construido Pirámides por Sepulturas; como si la majestad de las Urnas libertara a los Cadáveres [204] del horror, de la lobreguez, y dominio de los gusanos. Ha pretendido la soberbia igualar los Tronos con los Sepulcros; porque robándole las púrpuras a los doseles, viste y engalana con ellas los áridos armazones de las tumbas; como si pasada la triste farsa del llanto, funeral, y pompa, no fuera el difunto a sentarse en la horrible sombra de la muerte, y ocupar, como todos, el estrecho aposento de siete pies de tierra.

     Ello es, que si los hombres contempláramos lo que fuimos, dejáramos de pensar en lo que hemos de ser: y así, hagamos lo que el Pintor, que cuanto más en proporción atrás se retira para informarse de los colores, tanto con más viveza penetra aquellos hermosos engaños, a esfuerzos del arte animados. Retirémonos atrás, y cuanto más nos retiremos, eso más nos hemos de acercar a lo que hemos de ser: �Qué fuimos en el Paraíso? Reyes y Labradores; sin que pudiéramos enmendar la grosería del ejercicio con los dulces afanes del trabajo. �Qué fuimos en el campo Damasceno? Barro, que porque lo tocó Dios, se alentó, y porque lo inspiró, tuvo alma? �Qué eramos en los largos lienzos de la posibilidad? Un ser diminuto, o por mejor decir, aquel ser que el poder de la Causa nos quisiera dar. Con que en substancia eramos [205] una nada, sin distinguirnos de los imposibles y quimeras, mas que en la no repugnancia a existir: esto somos caminando para atrás; caminemos para adelante. �Qué somos los hombres? A tres instantes hemos de estrechar nuestra constitución: si al pasado, no es nuestro; si al por venir, no es seguro; y si al presente, en ese morimos. �Y muertos qué somos? Un horror de los vivos, un embarazo de los sepulcros, un polvo que espanta, y una tierra infructífera y despreciada. �Pues en qué se distinguen estos fines con nuestros principios? En que en éstos gozábamos una posibilidad a existir, y en aquellos una privación de existencia: el que en éstos pudiéramos salir unos polvos mejorados para gozar una eterna felicidad, y en aquellos unos polvos mal logrados para gemir una inmensidad de amarguras.

     Español. Has hablado como un Santo Padre, y lo cierto es, que yo no sé que pudieran decir más los que han escrito, que el hombre es una entretenida farsa de los sucesos, un teatro de su fortuna, donde la humanidad representa los papeles de su flaqueza y de sus miserias; una inconstante imagen de revoluciones, que despojada por el tiempo de sus inocentes alientos, acredita su vasallaje con la corrupción; un Panteón animado, donde habla el túmulo, [206] el sepulcro se mueve, siente el ataúd, abulta la sombra, y vive la muerte. Otros han escrito, discurriendo por la vida, que es una inquietud de la carrera, un movimiento hacia la bóveda, un minuto robado a la eternidad, una alteración de los deseos, un soplo incierto que sólo respira mortalidades, humo que se deshace, vapor que se desvanece, viento que suena, flor que se marchita, imagen que se borra, caduco aliento de la palabra, sombra que pasa, pintura con artificio, guerra de sí mismo, mentira de los dormidos, sueño de los despiertos, vanidad del sueño, y fábula del barro: de suerte, que por lo visto, nada es el hombre al concebirse, nada al nacer, nada cuando vive, nada cuando muere, y nada después de muerto.

     Indio. �Y que a esa nada haya quien vanamente loco le levante túmulos, y le erija urnas!

     Español. En verdad que los más soberbios fueron los de los Gentiles y Bárbaros, queriendo Semiramis y Artemisa, que en la suntuosidad de sus Mausoleos se eternizaran los engaños de la corrupción y de la podredumbre; y si vale decir lo que siento, yo no repruebo enteramente que labre el hombre sepulcros para su depósito, porque cuanto más tiempo dura en construirlos, ese más tendrá presente la memoria amarga de la muerte. [207]

     Indio. Lo que yo quiero dar a entender es, que sean unos sepulcros honrados y gloriosos, pero no soberbios y presumidos.

     Español. Así es, que se queden dentro de la esfera de la discreción y de la honestidad, y no toquen la del escándalo y la presunción.

     Indio. Pues de todas estas clases verá Vm. en los de mis Antiguos Progenitores, estrechándose unos según el conocimiento de su condición, y otros alargándose según la altitud y profanidad de su genio y de su inclinación. Los Emperadores Chichimecos introdujeron la costumbre, de que el Cadáver estuviera por cinco días sentado en una silla, (contemplándolos bastantes, para que se juntaran los deudos, vasallos, amigos, parientes, e interesados) los que pasados, lo vestían de vestiduras reales, y adornándole su cuello con joyas de oro, y piedras de mucho aprecio y estimación, lo volvían a sentar sobre otro sillón de plumas de varios colores, y ricamente adornadas, entretejido con inciensos, olores, perfumes, bálsamos, y pebetes, al que le prendían fuego hasta consumirse el Cadáver, cuyas cenizas depositaban en un cofre de piedra pequeño y bien labrado, con un cántico a manera de epitafio, en que se leía el nombre, hechos, coronación, edad, y muerte del difunto Monarca: [208] esta cajuela se colocaba sobre una elevada tumba que se ponía en medio de una de las principales Salas, en donde la mantenían cuarenta días para la pública veneración, y triste objeto del llanto, del dolor, y de la ternura de sus vasallos y familia. Concluida esta justa ceremonia, encerraban el cofre en una cueva o panteón subterráneo, que para este efecto habían elegido y aderezado. De esta suerte quiso ser enterrado el gran Chichimeca Xolotl, imitándole sus generosos descendientes Nopaltzin, Tlaltecaltzin, Tlotzin, y otros. Estas mismas fúnebres ceremonias vieron los Hircanos en el Sepulcro de David, los Sozomenos en el de Zacarías, los Alejandros en el de Ciro, y los Lasicios en el de los Libonios.

     Los Príncipes Mejicanos establecieron la ley de ser enterrados a imitación de los Chichimecas, salvo en la majestad, pompa, y riqueza, que ésta era muy moderada, y su Sepulcro lo fabricaron dentro del mismo Palacio, en una Bóveda edificada para solo este fin; como si tuvieran a los ojos aquel monte sub hoc lapidum texitur balista sepultus. Así se sepultaron Acamapich, primer Rey de Méjico, Huitzilihuitl, y otros, hasta que la soberbia de Ihuilcamina, primer Emperador, mandó labrar una caja de oro, tachonada con piedras [209] preciosas, y un magnífico Panteón para depósito de sus helados huesos, no queriendo que se quemaran sus cenizas, determinando que en el día de su entierro se sacrificasen a sus Dioses las vidas de muchos Cautivos, creyendo que por este cruelísimo sufragio, iría su alma a descansar a la inmortal gloria de sus Dioses. �Inhumano ejemplo, que imitaron después sus descendientes!

     Español. Y luego no quiere que condenen por bárbaros, crueles, y feroces a tus Antiguos. Que la difunta memoria de un Soberano se guarde con el Real decoro que corresponde a la majestad y justo desahogo de los Vasallos, es deuda que contrae(51) la naturaleza y la fidelidad, con tal (como ya hemos dicho) que no pase el triste aparato del funeral, a ser trofeo del engreimiento y de la pompa. Digno de inmortal nombre fue Augusto, más que por sus heroicidades, por ceñir su grandeza al estrecho Sepulcro del Campo Marcio; Lipcio, y Tarquino, a las despreciadas soledades de un Monte; a las de un Huerto Helio; y a los Páramos más sombríos los Sículos: de modo, que supieron ser Príncipes para vivir, y hombres para morir: supieron ostentar el Trono con la majestad, y llenar el Sepulcro, de avisos con el desengaño. Pero tus Antiguos, que de la sangre de tantos [210] infelices teñían los algodones con que vestían las tumbas, mirándose a un tiempo las lastimosas tragedias de un catástrofe, con los horrores de un túmulo; los llantos de una muerte justamente sentida, y los tristes gemidos de una sangre impíamente derramada: cierto que horroriza lo encontrado de estos crueles espectáculos. Sabemos que los Sepulcros son escuelas donde se aprenden desengaños, no cadalsos donde se ensayan tiranías. �Pero que mucho fueran en las urnas pregoneros de la impiedad, si sabían construir de los yertos cadáveres candeleros para alumbrarse; como lo hicieron los de Chalcotan con los dos hijos de Nezahual Rey de Tetzcuco!

     Indio. Y aún extienda Vm. que entonces y ahora los Bárbaros y no Bárbaros, imitan a los Sármatas, que labraban para el uso profano de sus bebidas copas de los cráneos, como los Farmacéuticos más cristianos y compasivos, insignes medicamentos de los humanos untos, para corregir una u otra dolencia de la naturaleza; sin que por esto se infiera el que se profanen las sagradas veneraciones debidas a los cadáveres. Sacudido de este leve reparillo, vamos a los de más bulto y consecuencia: sacrificaban mis Antiguos en sus indispensables muertes, las inocentes vidas de muchos infelices. [211] Pues yo sé, Dueño mío, que los Fenicios, Persas, y Cartagineses, siempre que renovaban sus votos a Saturno, enterraban vivos a muchos hombres, mujeres, y niños: Que los de la región Bética acostumbraban lo mismo, y otras sepultaban vivos a sus padres, por no sufrir el golpe que les dejaba la pena de verlos morir. Pocos años hace que los Franceses, aun sin estar exánime el cuerpo del Mariscal de Ancre, se entregaron con tanta furia a él, que los que no podían beber de la caliente sangre de sus venas, satisfacían su inhumano apetito comiendo la carne asada a vista del infeliz paciente. Pirro en el Cautiverio de Troya enterró viva a Polixena hija de Príamo, y Ulises a Astianates primogénito de Héctor; y sé también que aquel versillo:

                                  Corpora corporibus iungebat mortua vivis:

no lo cantaría el profano por mis Antepasados, que ni los conoció, ni llegó jamás a sus narices su existencia; fuera de que cuando este que dirigían como culto a sus Deidades, fuera reprehensible e inaudito, no fue tan común en todas las Naciones, que en otras, como ya vio Vm. no se unieran a la decencia, honestidad, y moderación de una difunta majestad, que más respiraba ejemplos de Católica, que espectáculos y profanidades de Gentil. [212]

     Español. Quedo satisfecho, y vamos a ver la costumbre de la Coronación y Casamientos, que deseo instruirme en ella, para salir de algunas dudas que siempre se me han ofrecido.

     Indio. Pues Señor mío, las Coronaciones de los Príncipes, en algunas Naciones, como las Chichimecas, eran en los Primogénitos e inmediatos al poseedor del Trono, sucediendo los unos por muerte de los otros. En las Mejicanas eran por elección; bien que siempre preferían a los de la real sangre. Las Gentes Tultecas (como ya dije a Vm.) seguían la naturaleza de coronar que las Chichimecas, con la diferencia, que no reinaban mas que 52 años, que era la vida del Reinado, por celebrarse en ella su Xiuhtlalpile, que era la liga o unión del siglo que fenecía con el que comenzaba: los Mejicanos llamaban Toxiuhmolpia, que es nudo o atamiento de edades.

     Español. De suerte, que aunque sobrevivieran a otra edad o Xiuhtlalpile otras dos edades, lo privaban de la Corona, y quedaba sujeto en calidad de vasallo al reinante.

     Indio. Así era.

     Español. Pues a mi fe que entra bien aquel refrancillo, que para dejar de serlo no fuera Príncipe yo: porque te aseguro que es tal la condición [213] del hombre, que quisiera no haber sido, por no dejar de ser. Y si con todo se muere por ser, �qué muerte no le será dejar de ser? Suele decirse que hay muertes civiles; y no falta quien gradúe a éstas por más crueles, que las naturales y violentas: ningunas considero por más inhumanas que las de los Monarcas Tultecas; porque pasar de una constitución vasalla el que gustó del dulce hechizo de la majestad y del poder, tantos verdugos tendrá contra su vida, cuantos alientos cuente para vivir.

     Indio. Señor mío, contra las leyes y la razón no hay fuerza, y si los hombres no se sujetaran a ellas, no se gobernaran las Repúblicas; porque sabedores los Jueces y los Ministros, que ha de perecer su potestad y su dominio, jamás abrazarían sus empleos, por no dejarlos. Esta ley tenían estatuida los Tultecas, como los Garamantes de matar a las mujeres luego que cumplían los 40 años, y a los hombres los 50 de su edad; y no tenían otro motivo de rendir la cerviz al yugo de esta que parece inaudita crueldad, mas que porque las leyes lo mandaban. Coronábanse (como ya dije) éstas por el orden de sus legítimas sucesiones, y así éstas, como todas, se celebraban por todos los Reyes, Señores, Pueblos, y Vasallos de sus Dominios, con la mayor pompa: 60 días duraba el festejo, en [214] los que probaban sus fuerzas unos con otros los Capitanes y Príncipes más esforzados, luchaban con las fieras, y oraban los Poetas, tomando por asunto en sus cantares los hechos, proezas, virtudes, y heroicidades de sus gloriosos Progenitores, imitando a los Oradores de Roma en la exaltación de sus Emperadores. La ceremonia de jurarlos, era subirlos a un Teatro ricamente adornado, acompañado de muchos Príncipes y distinguidos Personajes, el más Anciano, o Decano de los Consejos y República: le hacía presente la gravedad del honor, peso de la dignidad, y altísimo decoro de la soberanía, a que por legítimo heredero, o por elección de las Cortes era elevado y constituido: a este razonamiento seguía por parte del nombrado o elegido, la protesta de la fidelidad con sus Pueblos, defensa de sus leyes, y observancia de sus ritos y ceremonias: luego al instante le ponían sobre la cabeza una Corona de oro, guarnecida de piedras preciosas, entretejida de plumas y flores; y dando el viva el Anciano dicho, respondía el eco del numeroso concurso. Después de este acostumbrado acto, subía en unas reales Andas, labradas para este efecto, y conducido en hombros de cuatro Reyes, y bajo de Palio, rodeaba las calles principales, hasta entrar al Templo mayor de sus [215] Dioses, desde adonde se retiraba todo el bullicio, y él quedaba a ofrecer en las aras la Corona que sobre su cabeza habían colocado sus Vasallos.

     Español. Esa misma demostración religiosa he leído, si no me engaño, comenzó a tener principio entre los Romanos desde los Silvios, Murranos, y Numas; y siendo así como lo cuentas, que no pongo duda, no sé que les falta para la admiración a estas ceremonias tan ordenadas, justas, y debidas a la grandeza y a la majestad.

     Indio. Bendito sea Dios que llegué a oír una vez elogios de Gente tan inculta y bárbara.

     Español. Es cierto que hasta aquí mucho concepto me debían de tal; pero desde que logro la diversión de estos ratos contigo, voy deponiendo mi dictamen.

     Indio. Su mala voluntad, dirá Vm. o su capricho, como el de todos, que sin otro conocimiento en esta causa, han decretado, no como deben, sino como quieren; pero ahí(52) está un buen Dios, y vamos adelante. Los casamientos se celebraban con consentimiento de los contrayentes, y anuencia de las partes interesadas; mediaban sus donas, presentes, y otras dádivas; solemnizábanse con la grandeza y pompa que las Coronaciones; se casaban con cuantas podían y querían; una era, como ya he dicho [216] en otra parte, la Reina, las otras eran como concubinas; poníanles en lugar de eunucos unas viejas por custodias, o celadoras del recato y del retiro. Era condenada a muerte la que caía en la más leve fragilidad o descompostura de la carne, y si se versaba algún cómplice, sufría la misma pena: el ministerio de éstas era el de recrear a sus maridos con bailes, sainetes, y otros entretenimientos dignos del agrado de un Príncipe: debían bañarse aun en la más cruda intemperie, porque la limpieza era el más dulce imán del amor y del atractivo. Monarca hubo que fabricara cien baños para este fin. Significaban la unión de las voluntades, con coserles la noche que se desposaban las fimbrias de las túnicas, pegando unas con otras, y esta era la señal más solemne y expresiva, porque era la que afirmaba el contrato, y afianzaba para siempre el matrimonio.

     Español. Lo que de estos matrimonios infiero es, el que aprovechadas del bien de la prole, faltaban enteramente al de la fe, y al del Sacramento. �Dura ley para el sexo femenil; porque sujeto a un imperio absoluto, se veía precisado a refrenar los violentos impulsos de su celosa condición! Sola la fidelidad había de estar de parte de la mujer, siendo el hombre libre para correr precipitadamente [217] hacia la parte que lo guiaba su apetito. �Injusta ley, vuelvo a decir; pues siguiendo ésta la suerte de la razón, atropellaban con esta, porque quedara en pie la del gusto y la sensualidad! Y si vale decir, yo no sé como me explicara de modo que tú me entendieras.

     Indio. Lo que Vm. me quiere dar a entender es, que qué razón habría para que los Príncipes se pudieran casar con muchas mujeres, y éstas no se pudieran casar con muchos Príncipes.

     Español. Eso es en sustancia.

     Indio. Pues eso, Señor mío, �qué culpa le tengo yo a que la cabeza pueda y deba mandar a mis miembros, y mis miembros no puedan mandar a mi cabeza? Si el varón es cabeza de la mujer, �qué mucho que la mujer no pueda lo que el varón?

     Español. Bien, pero mira: Cuando Dios creó al hombre, sola una mujer le dio, no muchas, quedando tan uno con ella, que era hueso de sus huesos, y carne de sus carnes, y desde aquí tuvo principio el matrimonio. Los hijos están obligados a seguir la naturaleza de sus padres, y los que no la siguen, son como los brutos. Todos tus Antepasados fueron hijos de Adán, luego:

     Indio. No diga Vm. más, que ya lo entiendo: Fueron mis Antepasados como brutos, pues no imitaron [218] a Adán en una sola mujer; �no es esto lo que Vm. iba a inferir? Pues oigame, sin huir el cuerpo a la punta, que yo le prometo que aunque pique, no penetrará. �Qué razón habrá (y advierta Vm.) que me desentiendo de que Abraham tuviera dos mujeres, Agar, y Sara; Jacob cuatro, Zelfa, Bala, Rachel, y Lia; el Padre de Samuel Helcana dos, Ana, y Fenena; Saúl dos, a Chinoen, y Resfa; David muchas, y su hijo Salomón innumerables? Digo que me desentiendo, y vuelvo a la pregunta: �qué razón tendrían los Lacedemonios para establecer que una mujer casase con dos maridos? �Cual tendrían los Bretones para que una mujer casase con cinco? Injusta ley, que estando la fidelidad por parte del varón, quedaba libre la mujer para correr precipitadamente hacia la parte que guiaba su apetito. Salvo que éstos no fueran hijos de Adán, sino de las corrompidas lamas del Nilo, de donde, según opinión de los Egipcios, se engendraron todos los vivientes, siendo la primera que se formó en la humana especie la mujer, quien propagó su sexo como cabeza que mandaba sus miembros, y no como miembro que se regía por su cabeza.

     Español. Yo sé que ha habido mujer, que no uno ni dos, sino hasta cinco varones llegó a tener juntos en su casa. [219]

     Indio. Del modo que esa o esas los tendrían, puede haber hoy en nuestras tierras quien tenga cinco mil. Aquí, Señor mío, vamos hablando de los contratos matrimoniales. En mis Antepasados Americanos los había, como los hay hoy en muchas gentes Africanas, y Asiáticas, y los hubo en los primeros siglos de la segunda edad del Mundo, y según muchos Doctores en la primera, dándonos ejemplar con el quinto nieto de Adán, Lamech casado con Sella, y Ada, no faltando quien diga que eran lícitos, por convenir así a la dilatación y conservación de la especie, prohibiendo el uso inmoderado, y desorden, como parece se infiere del Deut. cap. 17. Y aunque estas franquezas concedidas a la humanidad, se limitaron enteramente por el Maestro y Autor de la vida Cristo, con todo no han faltado Valentes, y Enriques, que pretendieran con el poder establecer el error del repudio, o la torpeza del simulto. Mas esto es apartarme del principal objeto: Vm. sabe que Platón fue el más docto de toda la Grecia; pues en los libros de éste divino Griego se lee, que enseñaba a los Atenienses no deber tener el hombre mujer propia, sino todas comunes. Sabe asimismo que Sócrates fue el primer Maestro de la juventud de Atenas, y por el oráculo de Apolo [220] llamado el Sapientísimo; pues este grande Estoico pretendió defender la honestidad del coito de un hombre con otro: y no acreditando la eficacia de su doctrina con la elocuencia del magisterio, se vio precisado a desempeñar las palabras con las obras, diciendo San Agustín que era torpe amador de los muchachos.

     Español. Pues sin duda alguna debieron de transcender algunas de esas chispas de Sodoma a vuestras tierras, teniendo por lícito casarse los hombres con los hombres.

     Indio. Eso acontecía en la Florida con los Mariones, hombres corpulentos y membrudos, pero afeminados en sus operaciones; y esté Vm. que de la fealdad de estos Negros hollines participaron mucho los Antiguos Franceses, y los cultos Romanos, haciendo Adriano adorar un Joven con quien había tratado maridalmente. Y si esto enseñaban unos Sabios tan milagrosamente divinos, �qué deja Vm. para unos ignorantes y estúpidos, tan brutalmente irracionales como mis Antiguos?

     Español. Pasemos adelante: creo que para celebrar el matrimonio cosían al hombre con la mujer, como si para unir los cuerpos fuera necesario hilvanar los vestidos. Te aseguro que tenían tus Antiguos algunas cosas, que si se les perdona [221] su irrisión, no se les puede dispensar la risa. Esta es una de las que se deben celebrar a carcajadas, como se dice en nuestro castellano; porque debiendo por fuerza del contrato ser no sólo honesto, sino libre y desembarazado el acto, les encarcelaban con duras opresiones para que sintieran con más crueldad las encendidas brasas, que desde la altura de su monte podía enviarles la embravecida Venus.

     Indio. Y por ventura �yo le he dicho a Vm. que los amarraban con cadenas, grillos, y esposas? Esta fue una ceremonia entre los nuestros, que si merece risa por ridícula, escuche Vm. otras, que por fatuas merecen celebrarse con desprecio. Entre los Cimbros se cortaban las uñas, y en acabando el hombre de comer las de la mujer, y la mujer las del hombre, se consumaba el matrimonio: entre los Numidos se consumaba al signarse las frentes con el lodo que amasaban con la saliva de entre ambos: los Sicionios trocaban el zapato.

     Español. Gentiles mujeres debían de ser esas, pues calzaban en las hormas de los hombres.

     Indio. Pues pregúnteselo Vm. a Florentino, que pues lo escribió en el libro de las Bodas de los Antiguos, las vería, o lo sabría de muy cierto.

     Español. Te diré lo que dijo cierto Escritor [222] de nuestros tiempos, que muchas cosas estaban impresas que no estaban escritas.

     Indio. Creo en Dios, y vamos adelante. Los Elamitas hasta no chuparse los dedos del corazón, no gozaban del lecho conyugal: los Tracios se herraban las frentes con hierros ardiendo, y los Escitas hasta que no se tocaban las coyunturas una a una, no se recibían al tálamo: estas y otras ceremonias usaban estas Naciones, y ya ve Vm. que no eran Americanas.

     Español. Supóngolo así, y lo cierto es, que el Mundo siempre ha estado lleno de extravagancias y locuras: no hay siglo tan discreto que no padezca muchos achaques de loco: ninguno presume de juicioso, que no tenga su puntica de demencia, graduándonos a todos con un mismo carácter el Salmista Rey: Prævaricantes reputavit omnes peccatores terræ.

     Indio. Pues por todo lo hablado, ya vendrá Vm. en conocimiento, que cuando mi Nación antigua estaba apuntada del achaque de la locura, otras yacían en el miserable estado de una incurable insania. Y porque el tiempo nos abrevia, pongámosle punto a esta materia y escúcheme Vm. una refleja, que si no tuviere lugar entre los Sabios, podrá merecer la atención entre los interesados y domésticos. [223] Supongo el que habrá adquirido un mediano conocimiento por lo que hemos hablado, del índole, genio, carácter, propiedades, vicios, virtudes, circunstancias, hechos, y proezas de los muchos Príncipes que llenaron el inmenso ámbito de mi Antigüedad.

     Español. Es como lo dices.

     Indio. Pues ahora bien, permítale a mi corazón el desahogo de una justa queja, en que serían delincuentes mis labios si la musitaran, y se harían reas mis fatigas de los propios intereses. �Qué delito cometería un Heroísmo tan manifiestamente probado como el de mis Antiguos, para que quedaran enterradas sus memorias en la obscura perpetuidad del olvido, no hallándose entre los propios y los extranjeros quien hasta el día haya hecho el más leve acuerdo de sus nombres y heroicidades? Voltean de abajo a arriba los Retóricos, Escritores, y Panegiristas que se precian de amenizar con vastas erudiciones sus conceptos, los antiguos monumentos de los Romanos, Griegos, Egipcios, Caldeos, y otras Naciones; �y que tanta sea la desdicha de mi Antigüedad, que no sólo han de servir de desprecio a las ajenas, sino de ultraje y desagrado a los clientes? Caminan infatigablemente tres, y cuatro mil leguas, por traer para la comparación [224] un Arquelao entre los Griegos, tronco de muchos Monarcas, y cabeza de muchas generaciones, pudiendo echar mano del gran Xolotl, pues lo tienen tan dentro de casa. Se pasan a los Persas a buscar poder entre los Daríos, teniéndolo tan cerca en los Nopaltzines: mendigan entre los Lacedemonios un Licurgo, dador de leyes, teniendo tan a la mano a los Netzahualcoyoles: corren las vastas Provincias de la África, por encontrar la invencible animosidad de los Aníbales, teniendo tan a la vista el nunca bien ponderado esfuerzo de los Ixcohuales: se entran a la Lidia, por enriquecer sus escritos con los opulentos tesoros de los Cresos, teniendo en los Hihuilcaminas más abundancia entre sus desperdicios, que la vanidad de Creso entre sus codicias: vuelven a la Macedonia, por buscar Conquistadores en los Alejandros, teniendo en tan poca distancia a los Ixtliles: discurren por las largas edades de los Romanos, y para una provechosa o galante imitación, empeñan sus estudiosas tareas en naturalizar, y darles nuevo aliento a las vidas de los Pompilios, Tarquinos, Camilos, y Marios, teniendo con menos molestia un igual heroísmo en los Quinatzines, Techotlalatzines, Huitzilohuiles, y Ayahutzihuacales: buscan para pintar torpes adulterios a los Tarquinos, y Rodrigos, con [225] las Lucrecias, y Florencias, no estando tan lejos los Moquihuiz, y Maxtlas, con las Huatzitziles, y Culhuanas: buscan para engrandecer el ejemplo los escondidos Panteones, que depositan las heladas cenizas de los Augustos, para encontrar con su moderación y benignidad; los de los Octavianos para la paz; para la hermosura los de los Titos; para el sufrimiento los de los Vespasianos; los de los Trajanos para la verdad; para la dulzura y religión los de los Aurelianos; los de los Adrianos para la templanza; los de los Píos para la clemencia; los de los Julios para la animosidad; para la sabiduría y virtud los de los Aurelios; y los de los Rómulos para la gloria de fundar Monarquías. Levantan sin horror a las hediondeces los pesados pórfidos que cubren los descarnados huesos de los Ptolomeos en el Egipto; de los Platones, Pitágoras, Epicuros, y Aristóteles en la Grecia; de los Virgilios en Mantua; de los Ovidios, y Cicerones en Roma; de los Lucanos, Quintilianos, y Alfonsos en España, para apoyar sus discursos, y lisonjear sus estudios con la Retórica, Poesía, Filosofía, inventivas, y sabiduría de éstos, como si no se encontraran en el corto espacio que hay desde Tetzcuco a Méjico, con las sagradas bóvedas de un Tlotzin moderado; un Titzoch pacífico; un Moquihuix intrépido; un [226] Azoquentzin animoso; un Axayacatl verdadero; un Ixihuil sufrido; un Ahuitzotl hermoso y galán; un Motecuhzuma cultor y religioso; un Huetzin templado; un Totepehu clemente y benigno; un Acamapichtli fundador de Méjico, semejante a Roma en las grandezas, y sin igual en su hermosura, disposición, y amenidad; un Nezahualcoyotl Retórico, Poeta, Astrónomo, y Filósofo; y un Nezahualpili orador, discreto, sabio, elocuente, y adornado de cuantas prendas, estudio, luces, y prerrogativas puedan constituir y elevar a una alma al supremo grado de inmortal y gloriosa. En fin, se fatigan en buscar para la tiranía, la crueldad, la traición, e insultos impíos, y jamás oídos, a Membroth primer tirano del mundo; a Caín primer fratricida; a Anténor entregador de Troya; a Medea matricida; a Junio agresor de la vida del César; a Catilina horror de la Patria; a Yugurta agresor de las vidas de sus hermanos; a Calígula violador del virginal decoro de sus hermanas; y a Nerón que inhumano rasgó las entrañas de su madre, y cortó en Séneca el cuello por cuya garganta había bebido el dulce magisterio de una doctrina moral y sentenciosa; teniendo para el horror y los escarmientos, tan dentro de nuestras casas las tiranías de los Tezozomoctlis; los estrupos y regicidios de [227] los Maxtlas; las traiciones de los Cacamatzines, y la feridad de los Xuchipapalotzines, y Axotocatles.

     No hay virtud, vicio, hazaña, o proezas entre los varones ilustres de otras gentes, por las que han perpetuado su nombre en la larga duración de los siglos, que con igual grado y encarecimiento no se encuentren en los gloriosos Héroes, que con justos respetos veneraban mis Naciones. Pero siguiendo la infelicidad de una contraria suerte y destino, quedó la memoria de éstas enteramente sofocadas entre las profundas cisternas del olvido, por más que fueron tan unas y semejantes en la idolatría y gentilismo con las otras.

     Español. No admite duda, que tu reflexión es digna de que la recomienden aun los más estúpidos y protervos corazones; porque la memoria de los Padres (que así se deben llamar los Príncipes en las Repúblicas) se ha de imprimir con tan vivos colores en las láminas de la naturaleza, que ni el tiempo con sus volubilidades e inconstancias la borre, ni la muerte con el horror de sus pálidas sombras la sepulte. Debe ser el nombre de los Mayores un patrimonio o mayorazgo que se hereda de una en otra generación, para que con el cebo de la utilidad, jamás dejen los herederos de dilatar los términos, aumentar los intereses, y reparar [228] sus ruinas. Lo que a mí me parece (salvo tu dictamen) es, que los Historiadores de vuestras antigüedades, o escribieron sin aquel sainete que abre las ganas al más delicado y enfermizo gusto del Lector, o que sigilaron de tal modo sus hechos y virtudes, que no dejaron a la posteridad el más leve resquicio y luz de su heroísmo.

     Indio. Eso estuviera bueno si los Estantes de los aplicados y curiosos no estuvieran llenos de mapas, que los Nahuales nos explican en su lengua; si las pieles, maderas, y papeles, ya de Metl, ya de Castilla, no estuvieran abastecidos de figuras y caracteres, ingenua, aunque eruditísimamente explicados por el infatigable estudio de los dos Fernandos Ixtlil, y Alvarado Tezozomoc, descendientes de los Emperadores Chichimecas, demostrándonos ambos en sus relaciones históricas, y Crónica Mejicana, los sucesos, verdad, y existencia del heroísmo Americano: y las Librerías(53) no estuvieran ahítas de manuscritos, y papeles sueltos, que nos demarcan, dibujan, y prescriben, como en Anales históricos sus nobles facultades, y [229] sabias producciones; y lo que es más, de los impresos, ya por comento, traslado, y propio estudio o inteligencia del Mapa de Jeroglíficos de Gemeli, Ciclografía de Góngora, y antes de éstos el Padre Gaona, Pedro de Arenas, Fr. Antonio de los Reyes, Fr. Martín de León, Antonio Pérez de la Puente, Torquemada, y sobre todos el ilustrado Nahual, y peritísimo Mejicano, el Religioso Franciscano Fr. Juan Bautista, en cuyos elogios recoge la pluma el Caballero Boturini, por no hallar papel donde escribirlos, sin otros que no menciono por no hacer molesta nuestra conversación: y porque Séneca habla por todos en la Epístola 33(54). Ahora vea Vm. si son justos los motivos que me asisten para quejarme de los míos, y lamentarme de los ajenos. Bien conozco, que aunque algunos de mis hermanos los Indios, pudieran en el día sensibilizarle al Mundo las difuntas memorias de nuestros Mayores, los retrae de este desahogo y natural demostración su miseria y abatimiento. Pero aquí de Dios, Amigo mío: aquella parte de Españoles y Señores de razón, que unidos a mis Naciones con el estrecho nudo del matrimonio, hacen un cuerpo de República distinguido, ilustrado, [230] científico, y lleno de dotes, y decoros respetuosos, �qué causa puede moverles a que olvidándose de los dulces gorjeos de sus cunas, degeneren aun del ser que les dio naturaleza? No predican? No oran? No escriben? Sí: en todas estas tres clases, nos enseña la experiencia que son ingeniosos, y sobresalientes. �Pues qué memoria, qué acuerdo de los nombres, y heroicidades de sus Progenitores, les ha oído Vm. en los Púlpitos, ni ha leído en sus libros?

     Español. Nada por cierto, y digo, que le sobra la razón; porque injustamente han borrado unas imágenes, tan dignas del culto, como la veneración. Mucho lugar puede tener desde hoy tu refleja para despertar los ánimos dormidos de tus compatricios, y nacionistas, y que con el aviso que les das, puedan animar por la elocuencia persuasiva, y viveza que les es tan natural, los deshechos cadáveres de todos los Héroes Gentiles Americanos: y creeme, que a no ser tan tarde, esforzaría tus razones con apoyos, ejemplos, y discursos, que no dejarían de agradarte, y convencer aun a la más rebelde obstinación; pero paremos por ahora, y deja correr el tiempo, que es el Maestro, y Padre de los desengaños. [231]



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Tarde nona

Conquista del Reino: hechos y glorias de Cortés: Derecho que fundan a estas Tierras los Reyes Católicos.

     Español. No hay Imperio más dilatado que el de la Riqueza: majestuosamente se señorea sobre las vastas Provincias que abraza el corazón del hombre. Todas las cosas le obedecen, sin haber ángulo en los cuasi inmensos claustros del Universo, donde no esté colgada la imagen de su grandeza, y no tenga erigidas aras para los cultos. No hay quien no gima bajo del yugo de su poder; y lo más es, que siendo tan pesado, se les hace suave. Ella aprisiona la razón con los dorados grillos de la avaricia, y sujeta al discurso con las brillantes cadenas de la ambición: avasalla al que la posee: entristece al que la desea: no vive el que la goza; y si gozándola muere, se muere más que de morir, por dejarla. No hay quien no concurra devoto con inciensos a su Templo, sin conocer que es una majestad que yace sepultada entre las escondidas breñas, [232] duras y obstinadas guijas de la tierra; sucediendo las más veces, que por cavar el Ídolo, labran sepulcros para su entierro. Todos le notan de tirana, y todos anhelan, aspiran, buscan, y aman sus peligros. Ella es una enemiga de la amistad, inexplicable pena, mal necesario, tentación natural, necesidad apetecida, peligro doméstico, detrimento gozoso, naturaleza de lo malo, y pintada imagen de buen color.

     Indio. Tá, tá, que ese último retrato yo lo he leído en cabeza de una mujer.

     Español. �Y no sabes que en nada se diferencian la mujer y la riqueza?

     Indio. Sí, que ambas son hermosas.

     Español. Pues en obsequio de este bello o mujeril simulacro, navega el hombre los mares, discurre infatigable por las tierras, deja la amable compañía de sus padres, olvida el dulce amor de su patria, no teme escollos, vence imposibles, y allana dificultades.

     Indio. Desde luego que ignoraban esos, que no se debe poner el corazón donde atesoran las riquezas, porque escrito está, que muchos varones durmieron sus sueños sobre ellas, y ninguna cosa hallaron en sus manos: y creame Vm. que yo no comprehendo cómo se le esconde a la altivez del hombre [233] dejar de buscar las riquezas, y trabajar por adquirir la fama de un buen nombre, que es mucho mejor que ellas. Éstas prueban en su inconstancia las caducas ruinas de sus desgracias, y aquel arguye en la duración, la inmortalidad de sus glorias y de sus fortunas. Éste levanta sus estatuas para eternizarse sobre las gloriosas columnas de la virtud, y del heroísmo, y aquellas de entre la vanidad y soberbia, levantan figuras, para dar con ellas en las profundas cisternas del escarmiento y la perdición. Y porque no nos alarguemos mucho del blanco a donde van a dar aquestos tiros, debo decirle a Vm. que en el objeto que hoy ha de ser ejercicio de nuestra conversación, verá verdades que comprueban lo uno, y desengaños que manifiestan lo otro.

     Español. Pues no malogremos el tiempo, y manos a la obra.

     Indio. Sea en buena hora. El año de mil quinientos diez y nueve, Viernes Santo, desembarcó D. Fernando Cortés en las Playas que hoy son de la Veracruz, o Villa-rica, con 550 hombres, 40 caballos, algunos perros, y nueve piezas medianas de artillería guiado por las instrucciones que Francisco Hernández de Córdoba había dado a Juan de Grijalva, primeros Descubridores del Puerto que [234] hoy se llama San Juan de Ulúa. Causó su llegada una general inquietud en toda la Costa, sujeta al Emperador de Méjico Moctecuhzuma, por la que se movieron Touthlille y Clatalpitol, principales Gobernadores por el Imperio en aquellas partes, a presenciar novedad tan extraña. Manifestaron tanta benignidad en el hospedaje, que a más de labrarles algunas chozas y enramadas para el abrigo, y obsequiarlos con dones de mucho precio y estimación, les proveyeron de hombres y mujeres para su servicio. Aquí se descubrió, que una de las esclavas que traía Cortés, cabida en suerte a Alonso Hernández Portocarrero en el Repartimiento de Tabasco, entendía la lengua Mejicana por ser natural de Jalisco de la Nueva Galicia, cuya Cabecera es Guadalajara. Y aunque los Españoles carecían de una total inteligencia en las lenguas, no dejaba Jerónimo de Aguilar de poseer una tintura en la que hablaban los de Yucatán, por comunicarse con la prisionera, que después se llamó Marina, y servir de Intérprete para todos los lances, que sucesivamente fueron aconteciendo. Era este Jerónimo de Aguilar natural de Écija, en la Andalucía.

     Español. Aguarda. Este Jerónimo de Aguilar es sin duda el que acompañando a Valdivia para [235] la Isla Española, fracasó cerca de Jamaica en los arrecifes de los Alacranes, arribándolo su desgracia a la Provincia de Maya, donde él con otros doce cayeron en manos de un tirano Cacique, que luego sacrificó cinco, y los siete restantes los mandó encerrar en una jaula, como en chiquero de engorda, esperando celebrar un gran día con la prosperidad de una matanza, que serviría de lisonjear su delicado gusto, y engrandecer la solemnidad de un convite para sus amigos; pero logrando facilitar la fuga, se acogieron a la protección de Aquincuz, que mandaba las tierras de Xamacona, en cuyo acogimiento solo él había quedado, y un Gonzalo Guerrero, porque los demás murieron. Estaba ordenado de Evangelio, por lo que jamás dejó de acordarse del carácter con que estaba rubricada su alma, y aun en medio del tropel de tan derramadas tragedias como le sobrevinieron, no olvidó las devociones de Católico, conservó el voto de castidad, aun provocándolo de intento los Bárbaros con los artificios más raros que inventa la malicia; precisose a salir a la guerra, para asegurarse de la inhumanidad del sacrificio, y en nombre del verdadero Dios triunfó de muchos enemigos, no descuidándose por este medio de sensibilizarles a los Indios la infalibilidad de su Religión, y abominables errores [236] de la de ellos. En el Puerto de Cozumel se hallaba Cortés, cuando desde Yucatán flotó Aguilar una canoilla, que son a manera de artesas, y sin más timón ni gobernalle que la fe en que siempre para con Dios había vivido, llegó a una punta de tierra, y a manos de Andrés de Tapia, que lo presentó ante Cortés vestido al uso español. Supo que no era Miércoles el día de esta felicidad, como él pensaba, sino Domingo.

     Indio. Pues ese mismo es el que junto con Marina fue la brillante luz que guiaba a Cortés para que no errara los caminos de sus empresas y proyectos; y volviendo al asunto, digo, que dejando fundada la Veracruz, e imposibilitado el socorro de las embarcaciones, por haberlas echado a fondo, caminó para Zempoala, con cuyas gentes ya había contestado, y establecido una confederación útil para sus intentos: escusolos a nombre del Rey de España del tributo que pagaban al Emperador de Méjico, haciéndoles visible en Chiahuiztlan a los Recaudadores Imperiales esta relajación e indulto en favor de aquellos infelices: entró en Xocotla: tenía en esta población Moctecuhzuma cinco mil hombres de guarnición; convínose Olintetl, principal Cacique, con el agrado de Cortés, no obstante de creer que no había en el Mundo Rey [237] más poderoso que el suyo, ni hombre que no debiera ser su esclavo. Desde aquí pasó a la tierra de Tlaxcalan, cuya gente era tan alentada, animosa, briosa, altiva, y arrojada, que jamás Imperio alguno pudo deprimirla y sujetarla.

     Español. Por eso desde aquí debemos conjeturar que comenzó Cortés a pronosticarse las felicidades; porque cuanto doblaba los triunfos, tanto más infundía pánico terror en toda la tierra. Muchos encuentros y batallas le presentó Xicotencatl, Capitán valeroso, y experto en las armas, habiendo ocasión que pasaran de 2000 combatientes los que se contaron apercibidos para la guerra. Pero como la asistencia del Dios de los Cristianos le era tan familiar, como decía la Marina, nunca fue vencido, y siempre tuvo muchos motivos para darle al Cielo honor, gloria, y alabanza, ejecutándolo por medio del Santo Sacrificio de la Misa, que ofrecía el Religioso Fr. Bartolomé de Olmedo, y oficiaba el Presbítero Juan Díaz.

     Probadas sus suertes los Tlaxcaltecas por cuantos arbitrios inventó la industria, el poder, y la fuerza, capitularon la paz, y firmaron amistad y alianza con los Españoles. Hospedose Cortés en Tlaxcalan en principios de Septiembre: recibiéronlo con las más expresivas demostraciones Citlelpopocatzin, [238] Tlehuexolotzin, Xicotencatl, y Maxixcatzin, todos cuatro Principales Señores de sus respectivas Cabeceras, como ya dije en una de nuestras conversaciones. Aquí ofrecieron trescientas esclavas, que estaban destinadas para el sacrificio, de las que tomaron muchas para el cuidado de Marina Malinche, no descuidándose Pedro de Alvarado de recibir a una hija de Xicotencatl, que después se llamó Doña Luisa Techquiluatzin. Con esta bonanza no esperada, salió Cortés para Méjico auxiliado de cien mil hombres, con que los Tlaxcaltecas acaloraban sus intentos, de los que sólo seis mil admitió, y despidió los demás. Entró en Cholula, Ciudad de cuarenta mil casas, y trescientos sesenta y cinco templos destinados al culto de sus Dioses. Aquí tuvieron orden de Moctecuhzuma sus habitadores, para que a traición quitasen la vida a los Extranjeros: Burláronse de sus ardides, y con mucha mortandad, y derramamiento de sangre, hubieron los Cholultecas de rendirse a partido. Ya a esta sazón se le habían libremente confederado Ixtlilxochitl, hermano menor del Rey de Tetzcuco, Cacama, los de Huetxozinco, Tepeac, y otros muchos Pueblos. Con estas satisfacciones fue recibido en Tetzcuco, antigua Corte de los grandes Chichimecas: dista esta Ciudad de la de Méjico cinco [239] leguas; y aunque Moctecuhzuma no había omitido diligencia alguna hasta allí para retraer la intención de Cortés:

     Español. Y como que no omitió, que no hubo camino que no pretendiera atajarle, poniendo su último esfuerzo en los hechiceros y encantadores, para que en caso que no se intimidasen con el poder de sus magias, sacrificasen ante ellos los cautivos, y rociasen el pan y sus vestiduras con la caliente sangre de sus cuerpos; pero como los Españoles el pan que siempre habían comido era el del sudor de sus rostros, y no el de la crueldad, no solo despreciaron la inhumana ofrenda, sino que se horrorizaron de tan sangrienta víctima.

     Indio. Pues por eso le digo a Vm. que no obstante estas y otras muchas tramas que maquinó Moctecuhzuma, no bastaron para impedir la entrada de Cortés en Méjico, que fue a los ocho días del mes de Noviembre de mil quinientos diez y nueve. Recibiolo el Emperador en una Puente: llevábanlo de las manos su sobrino Cacama, y su hermano Cuitlahuac: el calzado eran unas sandalias de oro salpicadas de piedras preciosas. Ya he dicho en otra ocasión que jamás pisaba la tierra, porque por donde pasaba, se le ponían alfombras, variamente y con hermosura pintadas: hiciéronse los reverentes [240] acatamientos, y aunque Cortés pretendió abrazarlo, no lo consintieron, porque ninguna persona humana llegó jamás a tocar su cuerpo. Hospedáronlo en los Palacios de su padre Axayacatl, desde donde, como si fuera Señor sobre Moctecuhzuma, le mandó que diese orden de traer a su presencia a Quauhpopoca, Señor de Nauhtlán, y a todos los que habían intervenido en la muerte de Juan de Escalante, su Teniente en la Veracruz, Argüello, y otros seiscientos Castellanos. Ejecutose, según lo pedía Cortés, saliendo de las declaraciones condenados éste, su hijo, y otros muchos cómplices, a ser quemados en pública hoguera, cebándose ésta con los palos y varillas de las flechas, que a reserva tenía siempre Moctecuhzuma para la guerra. Practicado este escarmiento, proveyó en Gonzalo de Sandoval la Tenencia de Veracruz, pasando éste a ocuparla en consorcio de Pedro de Ircio, su íntimo confidente. En resultas de este espantoso castigo, puso Cortés preso con un par de grillos al Emperador, y mandó dar garrote a Cacama su sobrino, substituyendo su lugar en Cuicuitzcatl: celebrose este espectáculo secretamente: colocó en el Templo mayor de los Dioses las Sagradas Imágenes de la Cruz, y de la Madre de Dios, con la Advocación de los Remedios. [241]

     Con esta prosperidad y sin contradicción, guiaba Cortés sus negocios, cuando se precisó a salir de Méjico contra Pánfilo de Narvaez, comisionado por Diego de Velázquez, Adelantado y Gobernador en Cuba. Hubieron de venir a las armas, quedando muertos once por la parte de Pánfilo, y dos por la de Cortés: a Narvaez, mal herido, lo trasladaron preso desde Zempoala, que por entonces era el teatro de la guerra, a la Veracruz. Con este atentado de los nuevos Españoles, pudo la felicidad de Cortés haberse trastornado de suerte, que hubiera venido a una total ruina; porque valiéndose los Mejicanos del fuego que miraban encendido entre los propios hermanos, comenzaron a prender tan ardientes ascuas contra Alvarado, y los pocos que a sus órdenes le dejó el Capitán, que a no partirse éste con la más posible precipitación en su socorro, hubieran sido tristes víctimas de sus furias y crueldades.

     Día veinte y cuatro de Junio entró segunda vez Cortés en Méjico: no fue esta tan celebrada como la primera, porque conspirados todos los Naturales en defensa de su derecho, y aconsejados de sus falsos Dioses, habían resuelto borrar de la tierra el nombre de los Castellanos. Pretendió Moctecuhzuma apagar el fuego con dejarse ver a sus [242] Vasallos: infamáronlo de cobarde y de femenil espíritu, hasta que herido en la cabeza con una piedra, se retiró a su dormitorio, donde a los tres días murió, más que por la malicia de la herida, por el violento desacato, y villano ultraje de sus súbditos. Algunos creen que fue bautizado por Fr. Bartolomé de Olmedo, apadrinándolo Cortés, Pedro de Alvarado, y Cristóbal de Olid; los más asientan lo contrario: lo cierto es, que él convino en el bautismo, y que lo hubiera abrazado gustoso, si como retardaron un negocio tan importante para celebrarlo con el fausto y la pompa, lo hubieran puesto en ejecución para el ejemplo y gozo espiritual. Murió, habiendo hecho mucho antes el juramento de obediencia, vasallaje, fidelidad, y reconocimiento a los Reyes de España, y recomendado a sus hijos y familia bajo de su Real protección. No enterraron su cuerpo con la majestad que a sus Predecesores, sino que pasando el insolente arrojo de sus Vasallos aún más allá de las veneraciones del sepulcro, despreciaron sus augustas cenizas, como acostumbraban en las de los facinerosos y traidores.

     Español. Lo cierto es, que si este desventurado Monarca hubiera sabido que la Plebe de Roma levantó piedras contra Tiberio su Emperador, y que no contenta con matarlo, lo arrastraron por las [243] calles, despedazando su cuerpo en tan menudos pedazos, que no tuvieron que trabajar para sepultarlo, hubiera templado su pasión, y conformádose con su fortuna; pero despeñándolo su vanidad, murió desesperado, dejándole morir por mirar imposible la venganza: y cuando no, hubiera hecho lo que David, Príncipe mucho más noble que Moctecuhzuma, que apedreándolo un Vasallo suyo, granjeó más triunfos con el sufrimiento, que glorias pudo adquirir con la venganza.

     Indio. Señor mío, si Moctecuhzuma hubiera sabido que contra su persona procedió su Plebe, como la de Roma contra un Príncipe tirano, avariento, y lleno de cuantos abominables vicios pudo inventar la malicia, hubiera sido doble su sentimiento, por ver insultada en igual grado la virtud que la impiedad. Fue Moctecuhzuma agradable, moderado, religioso, compasivo, y justiciero, prendas que lo hicieron amar y temer de todas las gentes de este grande Mundo: de todos estos dotes careció Tiberio; y así, no fue mucho que sus corrompidas costumbres le labraran el odio y desprecio de sus Vasallos. No fue Moctecuhzuma tan bueno como David, porque éste mereció que su corazón fuera cortado a medidas del de Dios; pero con toda su laudable paciencia, bondad, y tolerancia, ya que en vida no [244] pudo satisfacerse de tan temeraria osadía, dejó escrito el agravio en cláusula de testamento, para que su hijo Salomón tomara la venganza conforme a su voluntad y sus deseos. Moisés pedía que fueran borrados del Libro de la vida todos los que le habían ofendido su decoro con la murmuración.

     Español. Yo no sé como serían estas virtudes de Moctecuhzuma, porque en la esfera del hombre yo no he leído otro más soberbio, ni más profano: él decretó que todos entrasen en su Palacio descalzos: que ninguno le mirase a la cara, y nadie fuera osado a tocarle sus ropas; observándose con tanto rigor estas sus supremas determinaciones, que el que a ellas contravenía, era a muerte condenado. Estos cultos, más se dirigían a creerse Dios, que criatura; como si no hubieras tenido tantos avisos de este error, como desengaños, en la pedrada que le dieron: si no es que a su Palacio lo considerase Templo, a su rostro divino, y a su cuerpo Arca del Testamento, que el que la tocaba caía muerto.

     Indio. No(55) dudo, (y ya lo hemos hablado en otra conversación) que así Moctecuhzuma, como otros Príncipes de mi Gentilidad, quisieron darse el tratamiento de Dioses; porque como se juzgaban imágenes semejantes, y sus lugares-tenientes de [245] ellos en la tierra, advocaban para sí algunos inciensos que eran debidos a las Deidades, sin que por esta reverencia apartaran ellos de su corazón la que daban incesantemente a sus Ídolos, que veneraban divinos e inmortales, como lo hicieron Alejandro, Nabuco, Antíoco y otros. El Cónsul Sila, porque le tocaron la mano, quitó la vida a tres mil Romanos, estableciendo que se le besaran los pies, como está en práctica con los Pontífices, y Sucesores de San Pedro. Los de Epiro, habían de proporcionar de tal suerte sus distancias y movimientos de los cuerpos, que jamás se verificase voltear el rostro a sus Soberanos. Los Chinos, una u otra vez al año se dejan ver por vidrieras; sólo el Presidente de la Audiencia, que se compone de doce Oidores, logra hablarle hincado de rodillas, y los ojos en el suelo; y con la sumisión, y respeto que el Presidente trata al Rey, lo trata a él toda la Monarquía: y en muchos Reinos donde tiene su trono la verdadera virtud, y el Catolicismo, se observa darles adoraciones cuasi de latría a sus Monarcas: negando algunos, no sólo sus rostros, pero aún las espaldas, al consuelo y natural afecto de sus vasallos; habiendo más de cuatro, que no sólo descalzos, pero con abrojos en los pies, entrarían por los Reales Atrios de los Príncipes, sólo por lograr el imponderable [246] honor de hablarle a su Rey: y si Vm. gusta que le diga de una vez lo que en esta materia siento, escúcheme.

     Todos los Príncipes y Soberanos del Mundo, luego que son ungidos, y elevados a la cumbre de la majestad, y del Trono, se les imprime un cierto carácter con que se apartan del gremio de los hombres, y forman aparte un coro como de divinos: en esto no ponga Vm. duda; porque vaciándose, como se vaciaron, sus augustas dignidades en la del Caudillo del Pueblo de Dios Moisés, se constituyeron desde éste, y por éste supremos Dioses de la tierra; y así no se debe extrañar que se les den estos, otros, y muchos cultos, homenajes, y postraciones propias de la Divinidad. Y cogiendo el hilo que llevamos digo que:

     Muerto Moctecuhzuma, eligieron por Rey a Cuitlahuatzin, menor hermano del difunto. Esta elección no se hizo hasta que los Indios no vieron fuera de Méjico a Cortés, el que hallándose sin munición ni bastimento, dándosele una sola tortilla de veinte y cuatro a veinte y cuatro horas a cada uno de los Indios amigos, y cincuenta granos de maíz a los Castellanos, ni menos por donde adquirirlos, y cerrados todos los caminos para defensa de sus vidas, determinó salir a la media noche, hora en [247] que los Indios jamás peleaban. Fueron sentidos de una India, dio gritos, inquietose la Ciudad; y aunque Cortés había construido un puente de madera para pasar las acequias, que eran muy anchas y profundas, por haber derribado los Naturales las que tenían, fue tanta la gente que cargó, que no pudiendo usar de ella, peligraron tantos, que de mil Soldados que revistó a la vuelta de sosegar a Narvaez, y 80 caballos, apenas le quedaron de aquellos 400, y de éstos 26. Felicidad les era el morir, por no experimentar la impiedad del sacrificio. Perdió la artillería; más de 40 Indios auxiliares, el tesoro propio y Real, apuntes, cuentas, papeles, e instrumentos que testificaban su conducta desde que salió de Cuba. Fue herido en una mano, y gravemente en la cabeza, y en medio de tan deshecha tempestad de tribulaciones y mortales congojas, llenose su corazón de júbilo, sabiendo que vivía Martín López, diestro Calafate, Aguilar, Marina, y Pedro de Alvarado, que haciendo puente de su lanza, redimió su vida, salvando de una a otra parte una acequia del ancho de veinte pies, quedándole hasta hoy en memoria por nombre el Salto de Alvarado. Dirigió sus pasos para Tlaxcalan, único puerto de refugio que contemplaba para sí y sus compañeros: combatiéronle más que [248] nunca los Mejicanos en el lugar de Tonan, situado a las faldas de Aztaquimecan, términos del Valle de Otumpa; y no obstante de sentirse tan postrados de fuerzas, y mortalmente herido Cortés, de entre los despojos de su propia sangre animó sus ya cuasi desmayados alientos, y cubierto del escudo de la fe, se franqueó paso por entre más de 2000 combatientes, y acompañado de Juan de Salamanca, quitó la vida a Cihuacatzin, que sobre unas andas enarbolaba la bandera Real, que era donde pendía toda la prosperidad o infortunio del suceso. Retiráronse los enemigos, y con los despojos de esta increíble victoria, entró en Tlaxcalan, repartiéndolos entre los Caciques principales. Supo como a Juan Pérez le ofreció muchas veces Maxixcatzin cien mil hombres, para que con los ochenta Castellanos, que en aquella Cabecera habían quedado a sus órdenes, pasase a socorrer a sus atribulados compañeros. Vistiose Cortés de su acostumbrada prudencia, para no ejecutar contra Pérez un ejemplar digno de su omisión y delincuente descuido, pues con esta ayuda, no hubieran perecido tantos infelices, y los Tafetanes de la Católica Fe se hubieran fijado sobre las sacrílegas cabezas de los Ídolos.

     Convalecieron los enfermos, y recobrados [249] todos de tanta inmensidad de trabajos, no obstante algunas contradicciones, y muerte de Maxixca, que murió Cristiano, bautizado por el Clérigo Juan Díaz, tomando por nombre Lorenzo, Señor de la Cabecera de Ocotelulco, más que Gentil en el brío, más que Cristiano en la caridad, salió Cortés tercera vez para Méjico, dejando a un hijo del difunto, niño de once años, en lugar de su padre: bautizose después, tomando el nombre de Juan: llegó a Tetzcuco, y por haberse revelado Cohuanacotzin, eligió en calidad de Gobernador a Ixtlilxochitl, hijo de Nezahuatl, llamádose D. Fernando. Cercó la Ciudad, y a los 80 días de combatirla, y presentar 60 batallas con 900 Españoles, 80 caballos, 13 bergantines, 17 piezas de artillería, 60 canoas, y 2000 Indios amigos, Martes día de San Hipólito, a los 13 de Agosto del año de 21, con pérdida de 100 Castellanos, muchos aliados, y algunos caballos, y él mal herido en una pierna, y muertos 1000 de los contrarios, fue apellidado Carlos V. Emperador de Méjico, y absoluto Señor de toda la Tierra, quedando presos Quauhtemoc, que sucedió a Cuitlahuatzin; muerto en el espacio de la fuga de Cortés Cohuanacotzin, Rey de Tetzcuco, y Tetlepanquetzalzin, Rey de Tlacupa. Debe Vm. advertir que en todas las glorias de estas Conquistas, [250] no tuvieron la menor parte las Señoras Gachupinas Beatriz de Palacios, María de Estrada, Juana Martín, Isabel Rodríguez, y otras, que como las más animosas Amazonas, o hacían rostro a los peligros, o infundían con sus palabras valor a los cobardes; y por de una vez dejar asegurada la Conquista, he leído, que pasando Cortés por el mes de Febrero del año de 25 a pacificar algunas rebeliones que en Honduras ocasionaba Cristóbal de Olid, mandó ahorcar a los tres Reyes prisioneros, pretextando por desterrar sus temores contra estos infelices, una aparente alevosía, e imaginada conjuración. Este es el trágico fin de mis Monarcas Gentiles, y principio venturoso de los Soberanos, y Majestades Católicas.

     Español. En mi silencio y atención habrás advertido el gusto y complacencia con que te he escuchado, agradeciéndote que un rato tan corto me hayas parlado lo que tan largamente han escrito tantos Autores: porque ya sabes, que suelen los perezosos como yo, despreciar los granos de las noticias, por no apartar las pajas en que por necesidad suelen estar envueltas. Y porque divirtamos el tiempo que nos queda, óyeme lo que muchas veces he contemplado para mí acerca de la historia que me acabas de contar. Paréceme que he leído [251] el que Fernando Cortés nació en un Pueblo de la Extremadura llamádose Medellín, hijo de Martín Cortés de Monroy, y Catalina Pizarro Altamirano. Año de 485, a los 19 de su edad, pudiendo haber pasado con el gran Capitán a Flandes, se embarcó en Sevilla, y desembarcó en Santo Domingo, Puerto de la Isla Española: casó con Catalina Juárez, natural de Granada: fue nombrado Escribano de Ayuntamiento, y Oficial de la Tesorería: adquirió con su industria muchos bienes de fortuna, y acaso con ellos el odio y mala voluntad que contra él concibió Diego de Velázquez, ya por entonces Gobernador de Cuba. Fue nombrado por éste (disimulando el desafecto que encubría) por General de la Armada que alistó para salir a continuar el descubrimiento que Grijalba había hecho en la Tierra firme: era Alcalde este año Cortés. Partió del Puerto con 300 Soldados a 18 de Noviembre, obtenida la licencia de los Gobernadores de la Audiencia; y después de muchos lances que le sucedieron en las Costas, desembarcó en las de Zempoala Viernes Santo, como ya dijiste. Dos años poco menos probó en el yunque de su constancia la animosidad, valor, intrepidez, acuerdo, prudencia, desinterés, y todo espíritu de virtudes, que constituyen a un Varón ilustre, y [252] digno de la Posteridad. Cuasi cien batallas presentó, siendo innumerables los enemigos: era el primero en acometer, y el último en retirar: entraba solo en los peligros, porque le siguiesen los que le amaban. Pocos fueron los miembros de su cuerpo, en los que no rubricó el valor y grandeza de su espíritu, viéndose por tres ocasiones cuasi en las gradas de los inhumanos sacrificios. Pudo servir de emulación a los Alejandros, Escipiones, Aníbales, Narsetes, Belisarios, Temístocles, Ciros, Epaminondas, y otros Héroes que llenaron los espacios de la Antigüedad de inmortales glorias con sus hechos; pudiendo tomar dechado de su heroísmo los Carlos de Suecia, Alixiovis, Eugenios, Virones, Vandomas, Leutrés, y otros invencibles Adalides que en nuestros tiempos eternizaron sus nombres con las justas aclamaciones de sus proezas.

     Indio. Y porque no se fatigue Vm. en andar tan lejas tierras, digo que debieron obscurecerse en Cortés las generosas heroicidades de los Nezahuales, Ihualcaminas, Moquihuizes, Xicotencales, Ixtliles, y otros valerosos Capitanes Indianos, que no entraron en el guarismo de los nueve de la fama, porque aunque así éstos, como aquellos peleaban con flechas y hondas, aquellas las disparaban manos de hombres sabios y entendidos, y éstas manos de fieras sin orden ni disposición. [253]

     Español. Ya te entiendo, y de hoy en adelante te prometo, que siempre que la ocasión lo pida, no habrá Sermón sin San Agustín: y prosiguiendo mi intento, digo: �que un Héroe que sujetó tanta inmensidad de Tierras, y muchedumbre de Vasallos a la obediencia de los Católicos Monarcas, enriqueciendo las Naciones con los opulentos tesoros de sus Minas, y llenó los Orbes de admiración con sus hazañas, no haya merecido que en cada una de las casas, a lo menos de las de los Americanos, se tenga una Estatua suya, como lo ejecutaron los Romanos con Marco Aurelio, y los Atenienses con Falereo, levantándole en la Ciudad trescientas sesenta y cinco Estatuas! �Que no haya merecido el que entre tantos Sabios como deben confesar su gratitud y reconocimiento, le formen ni un breve epítome, separado del cuerpo de la Historia, que expresivamente hable una vida que debió ser inmortal su carácter, virtudes y acontecimientos, como lo hizo Cylo Filósofo con Ciro, Plauto con Pirro, Jenofonte con Alciades, Homero con Ulises, Curcio con Alejandro, Livio con Escipión, Lucano y Tranquilo con los Césares, Forvion con Nerva, y Plutarco con Trajano! �Que escribiera Roma en las tablas de sus leyes, la obligación en que le vivía a Camilo porque la libertó [254] del Cerco de los Gallos, y a Curcio, porque como otro Moquihuiz en Méjico, se arrojó a un lago, salvando el honor de su Patria en la muerte de su persona, con decreto de fijar sus Retratos en el Capitolio, para eternizar la memoria de estos gloriosos Libertadores; y que un Héroe que salvó a tantos millares de Gentes de la impiedad de las víctimas, de la crueldad de unos Príncipes tan tiranos, y lo que es más, que les dio a conocer el nombre del verdadero Dios, y luz de la Católica Fe, de la Religión de Cristo, que apenas conserve las escasas reliquias en uno u otro, que lisonjeado con sus intereses, dice: buena tierra ganó Cortés! Te digo que la vez que he llegado a formar una u otra consideración de éstas, me la represento en una pintura, que si mal no me acuerdo, dice así:

                              Aunque Cortés sin segundo
El Mundo puso a sus pies,
No le valió ser Cortés,
Para que lo pise el Mundo:
     Juicio de Dios es profundo.
Y de la muerte victoria;
Subió Cortés a la gloria
Que ningún hombre subió, [255]
De muchas Cortes triunfó:
Y ahora qué es de él? Ni memoria.

     Indio. Cosas del Mundo, que hasta a su Autor supo despreciar al morir, y desconoció al nacer; fuera de que, Dueño mío, si me valiera decirle a Vm. lo que siempre he sentido en esta materia, viera, como es fuerza creer, el que Dios suele abrir caminos para que conozcamos aun los más escondidos Retretes de sus adorables Providencias: una de ellas es la famosísima Conquista de estos Reinos hecha por Cortés: y si Vm. me promete guardar aquella fidelidad de secreto que se conforma con la ley de la naturaleza, le comunicaré lo que juzgo, sin huir el rostro a todo lo que quiera, y fuere de su gusto replicarme.

     Español. En cuanto a reservar en mi pecho lo que me dijeres, protesto que lo haré, como si fuera sigilo sacramental: y por lo que toca a lo demás, te contestaré según pudiere y alcanzare la poca luz de mis talentos.

     Indio. Pues présteme una poquita de paciencia, y oigame: Como las causas se conocen por los efectos, las intenciones por las obras: �quién creyera que un Capitán tan ilustre y lleno de virtudes había de preguntar a los Embajadores enviados [256] por Moctecuhzuma a la Veracruz a darle culto, como si fuera su Dios Quetzalcohuatl, si no llevaban más riquezas para recibirlo, dándoles por respuesta, que no le agradaba aquel presente, y que pasando a Méjico, les robaría cuanto tenían, y se haría dueño de todos sus caudales? �Quién creyera que un corazón tan desprendido de los terrenos intereses, había de recibir en alhajas de oro y plata el valor de más de cincuenta mil pesos, que le volvió a remitir con Teuhtlile Moctecuhzuma, no dando paso hasta su infeliz muerte este desdichado Monarca, que no vendiera al precio de gruesas cantidades, joyas, y piedras preciosas; llegando a tanto grado de riquezas, que la noche que salieron de Méjico fugitivos, y que llamaron la noche triste, se reconocieron tocarle sólo al Rey de sus Quintos más de setecientos mil ducados? �Quién dijera que unos ojos que llevaban sólo por blanco la gloria de Dios, habían de mirar las paredes de cal como de plata, creyéndolo así en la entrada de Zempoala, y que a Quauhtemoc, dueño y Señor de todo lo que México poseía, le había de dar, como le dio, cruelísimo tormento, quedando muerto con él, otro Caballero principal, porque manifestara donde estaban sus propios tesoros y riquezas? �Quién creyera que un varón revestido del espíritu de verdadera [257] religión, y conversión de las almas bárbaras, idólatras, y gentiles, había de predicar con la espada, y persuadir con el plomo, inundando los campos con las calientes púrpuras de las humanas vidas, y llenar los Pueblos, como los llenaron, de horror, turbaciones, escándalos, muertes, robos, despojos, ruinas, devastaciones, estrupos, odios, crueldades, inobediencias, lamentos, clamores, lágrimas, y suspiros, como si ignoraran que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; que las armas con que entró el Profeta a convertir a Nínive, fueron las de penitencia, el ejemplo, y la edificación; que así lo enseñó Cristo, lo practicaron los Apóstoles, y San Pablo cuando escribe que las armas de su Milicia no eran carnales, esto es, tétricas, horrísonas, y sangrientas, sino espirituales, esto es, dulces, atractivas, suaves, y llenas de amor y caridad? Y para no cansar a Vm. �qué derechos de recuperaciones, de defensa, de venganza, o de castigo justo, asistieron a este Capitán Apostólico, para que entrándose por Tierras ajenas, castigara, vengara, defendiera, y recuperara Provincias y Reinos, que jamás poseyó la Iglesia, ni Príncipes Cristianos? Si mis Antiguas Gentes tenían sus Príncipes, Reyes, y Señores, en quienes el Cielo había depositado [258] una potestad económica y autoritativa sobre todas ellas, con legítimo y natural dominio, como que a nadie se lo habían usurpado ni defraudado, y adquirido de unas en otras Generaciones, sin hostilizar, invadir, ni inferir daño, escándalo, ni molestia a los patrimonios de la Fe, ni a los Príncipes que la aman, abrazan, y defienden; �qué ley, qué titulo o razón pudo favorecerle para que violase tan a sangre y fuego los sagrados estatutos de la naturaleza, justicia, y equidad?

     Español. Supongo que Dios regularmente se vale de instrumentos flacos para engrandecer sus obras, y que no siempre eligió Profetas, Pontífices, o Sacerdotes para destruir la idolatría, extender y dilatar las glorias de su Nombre, como lo vemos en los Macabeos, varones fuertes, y en Moisés, Capitán y Jefe de su Pueblo, echando Dios mano de éste y no del Sacerdote Aarón, para confundir la obstinación de los Gitanos; y en Josué para triunfar a sangre y fuego de treinta y dos Reyes Bárbaros y Gentiles; y supongo también que no falta quien diga, que si los Bárbaros repugnan el Evangelio, se les puede sensibilizar con las armas(56). Esto supuesto, digo que eligiendo Dios a Cortés [259] para precioso vaso de sus maravillas, quiso manifestar por él, que la ejecución de la Conquista era obra de su poder, de su agrado, y de su complacencia: y para persuasión de esta verdad; �qué podremos juzgar de un hombre que al partir del Puerto para la tierra firme, les dice a sus compañeros, que el ánimo que en todos deseaba, quería fuese el mismo que él se tenía, siendo, no el de ir a atesorar riquezas, pues ya miraban como había él empleado para aquella empresa las que poseía, sino el de dilatar la Fe, y poner en conocimiento del nombre de Dios a tantas Naciones que infelizmente vivían entregadas al error de la idolatría, y engaños del Demonio? �Qué podremos juzgar de un hombre que concluyó su razonamiento diciéndoles, que la honra de Dios iba a buscar y no la propia, protestando poner en su servicio su persona y su vida, en cuya confianza esperaba felicitar sus ideas, creyendo que con la virtud todo le sería favorable? �Qué podremos juzgar de un hombre, que aún no había derribado los Ídolos de los Templos cuando ya había colocado la Imagen de la Santísima Cruz, divisa que fijó no solo en los corazones de todos sus Compañeros, sino en las Banderas de los Navíos con la letra que decía: Amici, sequamur Crucem: si enim fidem habuerimus, [260] in hoc signo vincemus(57); formando Calvarios aun en los Campos y las Playas, como lo practicó en Cozumel, Tabasco, Veracruz, Zempoala, TIaxcalan, y Méjico, en cuyo Templo mayor, con espanto de Moctecuhzuma, y no menos asombro de los falsos Sacerdotes, sin temor de los riesgos, y venciendo imposibles, fijó sobre sus Aras la Cruz de Cristo, y la Imagen de su preciosísima Madre con la advocación de los Remedios? �Qué podremos juzgar de un hombre que jamás acometió o entró en lance, refriega, o peligro alguno, que primero no invocara los dulcísimos nombres de Jesús y María, en cuya fe quería vivir y morir; no emprendiendo negociación alguna, que para el buen éxito y felicidad, no mandara celebrar previamente el Santo Sacrificio de la Misa, y concluido, él mismo dar justas debidas gracias a nuestro gran Dios y Señor, por los beneficios que sin merecer les impendía?

     Jamás quiso recibir mujer, por guardar la fe del matrimonio: y sobre todo; �qué podremos juzgar de un hombre, cuyos progresos, fortunas, y felicidades, más corrieron por cuenta de la mano de Dios, que por sus industrias, animosidad, y valor, [261] como nos lo testifican los muchos prodigios, portentos, y milagros que el cielo obró con él?

     Y porque no parezca exageración lo que fue conocido efecto de la Omnipotencia, demos una breve vuelta a los misteriosos progresos de la Conquista. Habiendo tomado un purgante, por sentirse gravemente accidentado, le acometieron innumerables enemigos en las cercanías de Tlaxcalan: persuadíanle sus amigos importar su vida por la de todos, y así, que cuidara por su salud, que ellos pondrían los últimos esfuerzos en la defensa: a lo que respondió, que pues era causa de su Divina Majestad, que buen cuidado tendría de suspender los efectos del purgante. Así fue, que peleando todo el día, y consiguiendo la victoria, dejándole la noche para el descanso, hasta otro día no obró la purga, con admirables efectos en su salud.

     Antonio de Villafaña con más de 300 cómplices, intentó quitarle la vida, con ánimo de poner en su lugar a Francisco Verdugo, cuñado de Diego Velázquez; pero como Dios era el Custodio de una vida que tanto importaba a su servicio, ordenó que en el día que se había de ejecutar el asesinato, el mismo Verdugo diese parte a Cortés; y siendo tantos los cómplices de este execrable delito, sólo Villafaña pagó con la vida, para que sirviera [262] de escarmiento a la malicia de todos.

     Mal contentos los Mejicanos con los nuevos Dioses, que ellos pensaban que había colocado Cortés en sus Templos, lo improperaban diciéndole, que desde que había destruido sus Ídolos, y puesto aquellas falsas Imágenes, no se acordaba el Cielo de sus benignidades, negándoles la agua, de que tanto necesitaban sus campos. El lance era estrecho, y con la aflicción, crecía el desprecio de la Fe y de la Religión; pero Cortés, que siempre entendió que había de ser socorrido de las divinas piedades, acudió a sus compañeros, y haciéndoles presente la gravedad del negocio, dispuso el que por medio de una confesión verdadera, y oír devotamente el Santo Sacrificio de la Misa, usaría Dios de una de sus acostumbradas misericordias. Así fue, porque finalizada la Misa, y no descubriéndose la más pequeña nube, fueron tan copiosas las aguas desde aquel instante, que jamás se vio año más abundante de frutos y semillas.

     En la noche que llamaban nuestros Españoles triste, yendo a pique las esperanzas de sus vidas, y cuasi ahogado el remedio de la libertad, fueron socorridos tan valerosamente por la Imagen de los Remedios, que era la misma que estaba colocada en el Cú, que desempeñando el dulce título [263] con que tiernos la invocaban, les tiró tanta tierra a los idólatras en los ojos, que los nuestros salieron del peligro, y ellos se despeñaban con la ceguedad. Además de asegurarlo así los Castellanos, lo certificó Ceuhtli, un Indio Principal que después se llamó D. Juan de Águila, a quien se le apareció nuestra Señora en el Cerro de Totoltepec debajo de un maguey, y conociendo ser la misma que defendió a los Cristianos la noche referida, porque él tocó alguna parte de los recios polvos que tiraba, decía, que en lo único que se diferenciaba la Imagen, era, que en la refriega la había visto con semblante airado y encendido, y en el maguey serena, apacible, y agraciada; y dijo más, que a esta Imagen le acompañaba un gallardo Joven, que desde luego sería el Apóstol Santiago. No había herida, por penetrante y mortal que fuera, así en los Católicos, como en los que defendían sus causas, que Isabel Rodríguez no sanara, sin otro cauterio ni medicamento, que decirles: en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, y un solo Dios verdadero, él te cure, y te dé la sanidad: siendo tan eficaces estas palabras, que con solo una vez dichas, bastaban para una repentina y total salud. Hasta los brutos conocían ser la honra de Dios el principal objeto de tantas aflicciones, como aconteció [264] con el caballo de Ojeda, que arrojado éste de la silla por un desaforado golpe que le dieron, continuó el bruto con tanta orden ofendiendo y defendiéndose, como si lo rigieran las riendas del entendimiento y la razón. Y cuando todo esto no persuadiera poderosamente a una vivísima creencia, sobrarían para el asenso los dos maravillosos desengaños con que el Cielo quiso manifestar la soberana complacencia que tuvo en esta Conquista, en las resucitadas Infantas de Patzquaro y Méjico, saliendo de entre los obscuros rincones de las bóvedas, a autorizar y convencer a los poderosos Reyes sus hermanos, Príncipes, y Señores, que convenía al alto servicio del verdadero Dios, el que se entregase la Tierra a la extranjera Gente, y que toda se sujetase a la Ley santa que profesaba. Por la de Patzquaro sale fiador el Caballero Boturini(58), y por la de Méjico el Sabio P. Torquemada(59). Los que saben los grandes créditos que uno y otro se tienen granjeados en la Historia y antigüedades Indianas, no pueden dudar de la verdad de estos sucesos. Omito otros muchos con que podría confirmar mi argumento, por no hacer con lo dilatado molesta nuestra conversación.

     Esto supuesto, quisiera que tú, y otro cualquiera [265] me dijera �qué otra cosa obró el poder y virtud divina con los Apóstoles en testimonio de la verdad, Fe, Ley, y nueva Religión que predicaban y enseñaban? Faltole a Cortés la ciencia de un Apóstol; pero no el espíritu de un Pablo: suplió el Cielo en la espada de aquel, la virtud que puso en la lengua de éste; no era mucho, que ambos llevaban por fin glorioso de sus fatigas, el culto y adoración del nombre de JESÚS. �Quién podrá atreverse a notar de injusta y temeraria una Conquista donde la mano de Dios sensibilizó su divina voluntad por tantos modos visibles y milagrosos? �Quién podrá argüirle a Dios acerca de sus juicios, declarados con tantos prodigios y maravillas? Y cuando todo esto faltara, �no sabes que Dios sabe transferir un Reino a otro, por las injusticias y pecados de las Gentes, como lo hizo con su Pueblo, adjudicando la Púrpura y Cetro de Judá, ya a los Asirios, y ya a los Romanos, Gentes extrañas y ajenas, que ni por derecho de recuperación, defensa, venganza, o castigo, les venía este señorío y dominación? Y por fin, para que nos quitemos de razones, te digo, que cuando Dios, que es el Supremo Legislador de todas las cosas, no hubiera ordenado por estos caminos el negocio de la Conquista, me bastaría a mí para creer que hubo [266] ley, razón, equidad, y justicia en Cortés, saber que aceptaron lo ejecutado por éste los Catolicísimos Reyes de España, cuyo celo, virtud, y cristiandad ha sido siempre tan notoria, que aunque no estuviera, como está, el peso de la Justicia pendiente de sus augustos Tronos, viven tan religiosamente sujetos al parecer de los doctos, sabios, y virtuosos, que jamás resuelven negocio alguno, que no sea primero calificado por ellos, especialmente si se versa en la puridad de sus Reales conciencias. Uno de ellos fue el de nuestro caso; y pues recibieron bajo de su Real Protección los derechos, autoridad, y señorío de estos Reinos, esto sería lo más santo, y lo más justo.

     A que se agrega, que los Pontífices, que son los Vicarios de Cristo, y sus Vicegerentes en la tierra, les dieron la posesión, potestad, derecho, y propiedad de estos Reinos a nuestros Católicos Monarcas, confirmando por valedero, justo, y lícito lo hecho. El primero fue Alejandro VI, quien por su Bula expedida el año de 493. les hace de motu proprio donación de todos los Señoríos, Reinos, Provincias, Ciudades, Castillos, Lugares, Villas, Torres, Jurisdicciones, y pertenencias de todas estas Tierras; León X. Adriano VI. y todos los que hasta la presente han sucedido en la Suprema Cátedra [267] de San Pedro. Y sábete que todo cuanto hacen y ejecutan estos Sumos Sacerdotes acá en la tierra, se da por bien hecho allá en el Cielo; teniendo a bien el que Gregorio VII. privara a Enrique IV. del Imperio; Alejandro III. a Federico I; a Othon Inocencio III; Juan XXII. y Clemente VI. al bárbaro Luis; Gregorio IX. e Inocencio IV. a Federico II. como que sólo en ellos reside la autoridad de interpretar las Leyes, sean Divinas, Naturales o Humanas. Y pues así lo determinaron, no nos queda a nosotros otro lugar, que el de adorar sus infalibles determinaciones. Yo no pongo duda, en que muchos de los que acompañaron a Cortés, revestidos del espíritu de la codicia, violaran el sagrado de la virtud, del celo, el ejemplo, y la cristiandad; pero éstos luego hallaron la paga al ojo, tropezando con la plata en sus trágicos escarmientos; sabiendo por la Historia, que únicamente peligraron los que vendían por el oro su vida y su libertad; pudiéndose decir de éstos lo que está escrito: Tu dinero será contigo en la perdición: y por causa de la codicia de estos desventurados, se destruyó aquella Iglesia, que estaba erigida con nombre de los Mártires, privando del debido culto y veneración a otros que por su celo y desinterés se lo habían granjeado. Pero no por esto podremos [268] negar la puridad de las intenciones en los demás, que capitaneados por el glorioso espíritu de Cortés, expusieron sus vidas a la crueldad de los sacrificios, por engrandecer la honra y culto del Altísimo. De que infiero lo que tratamos al principio, que unos vinieron en busca de las riquezas, para lisonjear con el fausto sus vanidades, y otros a adquirir un buen nombre, para eternizar con la fama la inmortalidad de sus memorias. Y porque entre todos, el más digno de ellas, como ya hemos hablado, es el invencible Cortés, ya que a este generoso Héroe no le han levantado Estatuas las Naciones, como que todas deben reconocerse interesadas en sus hechos; hagámoslo nosotros, que cuando no nos resulte otra gloria que la de la gratitud, sabremos que le pagamos un débito de justicia y de obligación, a un Héroe, que haciendo seguridades de los riesgos, aprisionó al mayor Monarca que veneraban y tenían todas las Gentes de este nuevo Mundo; sujetando con la intrepidez de un arrojo, la invencible fortaleza de un poder cuasi inmenso. Y porque la generosidad de su ánimo probara la felicidad de su suerte y de su fortuna, mandó a vista del orgullo, del esfuerzo, y de la potencia, quitar la vida a Xicotencatl, el Jefe más dichoso, más temido y esforzado que hasta allí habían [269] conocido las armas americanas. De tal suerte deben imprimirse las memorias de los Varones ilustres, que ni las borre el tiempo, ni las consuma el olvido; y así no hay más, que labrar láminas de nuestros corazones, para que sus hechos, su nombre, sus hazañas, glorias, virtudes, y heroicidades, jamás se borren, aparten, y despinten de nuestros pechos. De mí te puedo asegurar, que vive tan animado en mi memoria, como lo fueron los Augustos y Aurelios entre los Romanos.

     Indio. Pues si eso dice Vm. �qué diré yo, y todos mis connacionistas, que debiendo a su heroico valor el destierro de la ignorancia, y de la infelicidad, nos enriqueció con los inmensos tesoro de la Fe, y del Evangelio? Y porque Vm. vea cuán inseparable de mi alma está la imagen del Conquistador, oiga la inscripción, que desde que tuve uso de razón formé de sus glorias.

                             �Que el nombre de Alejandro no se ha muerto?
    �Que viven Marco, Aurelio, y Adriano?
�Que se mantiene en pie el gran Aureliano?
�Y que al Cesar miremos tan despierto?
�Que se juzgue cual Fénix a Roberto?
�Que animado veamos a Trajano?
�Y que un Héroe Español y Americano [270]
Ha de ser del horror cadáver yerto?
Eso no; Cortés ha de vivir, viva Cortés,
Sus memorias, sus honras, y blasones
Entre el Rusio, el Bretón, Sueco, y Francés:
Viva inmortal Cortés, y sus Pendones;
Que no debe morir el que fue, y es
Alma, vida, y valor de las Naciones.


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Tarde décima

Gobierno católico prudente.

     Español. Supuesto que ya tus Gentes entraron por la puerta de la verdad y del Evangelio, no me parecía mal, que para continuar el honesto y útil ejercicio con que ocupamos el corto espacio de las Tardes, dividiéramos las edades católicas, acontecimientos, y pasajes históricos de modo que yo no me confunda, y con más claridad pueda instruirme en lo que tanto deseo.

     Indio. No ha pensado Vm. muy lejos de lo que yo, porque considerando la obscuridad en que suelen quedarse las materias cuando se tratan de montón, [271] había reflejado el que sería muy conforme a la razón establecer un orden, que sin hacer cansadas ni molestas nuestras pláticas, habláramos todo lo que nos pareciera, y fuera de nuestro gusto; y tirando mis líneas, hube de resolverme a que nos arreglemos a un método sensible, claro, histórico, y moral. El objeto principal de nuestras conversaciones, por lo que Vm. me ha dicho, habrá de ser tratar del Gobierno de los Españoles, sucesión de Virreyes, sus hechos y virtudes, y lo que de otros Prelados supiere digno de memoria y recomendación, con cuanto precioso y notable hubiere acontecido hasta nuestros tiempos. Y como el verdadero Católico no puede desviarse un palmo de tierra de los divinos senderos de la Prudencia, de la justicia, y de la Fe, por aquello que está escrito: Seréis fieles, justos, y prudentes en todas vuestras cosas; no verá Vm. respirar el Gobierno de nuestra Católica América otros alientos sagrados, que el de estas heroicas y excelentísimas virtudes, siendo cada una el soberano norte que ha guiado y guía las inocentes intenciones de los Maestros al acierto, y las alabanzas. A más de que cuando a los Católicos no les fueran consiguientes los tres gloriosos nombres de Fiel, Justo, y Prudente, bastaría para prueba positiva del debido elogio que emprendemos, [272] tocar con nuestros ojos la existencia, dilatación, y perpetuidad Americana, no pudiendo de otra suerte verificarse, que con un gobierno Prudente, Justo, y Fiel: porque según dijo un Sabio, la Prudencia funda, la justicia conserva, y la Fe dilata, alienta, y vivifica. A estas tres heroicas y hermosísimas virtudes hemos de ceñir nuestra idea, materia, discursos, y Tardes, al modo que el P. S. Bernardo a las tres virtudes Teologales las máximas de Gobierno que escribió al Papa Eugenio, y el Monje Guillermo, su espejo monástico, a las cuatro Cardinales. Y siendo la Prudencia el cimiento sobre que se comenzó a levantar el edificio Político y Cristiano de nuestra América Septentrional, debe ser la primera en el orden sucesivo; sacando de lo más íntimo de sus tesoros, exquisitas riquezas, para engrandecer y vestir la total desnudez y miseria de nuestros estudios y fatigas. Y porque la digresión es impertinente y molesta, vamos al caso, y no se pierda el tiempo.

     Ya sabe Vm. que con la gloriosa introducción de la Católica Fe en estos Reinos, se desterraron los escándalos, sediciones, odios, venganzas, guerras, muertes, crueldades, seducciones, víctimas, e inhumanos sacrificios, substituyendo en lugar de estos sacrílegos horrores, y sangrientos espectáculos, [273] el ejemplo, edificación, doctrina, paz, unión, concordia, amor, piedad, misericordia, y todo género de virtudes cristianas, políticas, y morales, que hacen gloriosas y dignas de alabanza eterna a las Repúblicas. También sabe Vm. que todas estas inmortales recomendaciones se debieron a la Prudencia, como que es aquella recta razón, virtud, y hábito, que inclina, eleva, y facilita el entendimiento para que abrace lo honesto, y huya de lo torpe. Es aquella docta Maestra, que celestialmente enseña al hombre a consultar, juzgar, y dominar sobre la honestidad de las acciones que se ejercitan por medio de aquellos hábitos de docilidad, solercia, providencia, caución, circunspección, y otros heroicos dotes. Es aquella Sabia Moderadora, que dicta, ilustra, instruye, y prescribe las reglas económicas para gobernar con rectitud las familias; señala las militares, para ordenar los éxitos(60) y felicidades conforme a la naturaleza de los sucesos; nota las reales, para dirigir las Supremas Cabezas de los Reinos y Provincias al régimen de sus vasallos; y alecciona en las políticas, para inclinar a los súbditos a abrazar gustosamente las Sanciones, Leyes, y Decretos Soberanos de los Príncipes, que se ordenan al común establecimiento del Reino, y bien de la República. [274]

     Hecha esta salva, Señor mío, a tan famosísima virtud, por los medios más expresivos y lacónicos que ha podido alcanzar la rudeza de mi entendimiento, correré de una vez las cortinas a la variedad de sucesos que nos prometen la Historia y la materia.

     Enarbolados, como ya vimos, los gloriosos Tafetanes de la Fe sobre las almenas de la Imperial Méjico, y sujetos todos los habitadores de la Tierra a la católica dominación de los invictos Monarcas de España, continuó en el inmortal Cortés el Gobierno de este nuevo Mundo, que le confirieron por general aclamación la Justicia y Ayuntamiento de la Villa-Rica o Vera-Cruz, renunciando el nombramiento que tenía por Diego de Velázquez. Cinco años corrían del Gobierno de Cortés, tres anteriores a la Conquista, y dos posteriores, en calidad de Justicia mayor y Capitán general, cuando por algunas inquietudes que causaba Cristóbal de Olid en Honduras, o las Hihueras, se precisó a salir en persona a pacificarlo, y contenerlo dentro de la esfera de la justicia, y de la razón. Substituyó en su lugar a Alonso de Estrada, Alonso de Zuazo y Albornoz, que era Contador de Rentas. A pocos días de su ausencia nombró a Gonzalo de Salazar, y a Peralmindes, para [275] que en consorcio de los tres gobernaran con la discreción debida a hombres de ejemplo y cristiandad. A más de estos empleos, les cometió facultad para que en caso de no conciliarse Estrada. y Albornoz, los depusiesen de su autoridad, y con Suazo determinasen lo conveniente y justo al Gobierno.

     No penetró Cortés la malicia de estos ambiciosos codiciadores de ajenas glorias, y perturbadores de la paz. Eran inquietos, bulliciosos, ímprobos, y no de muy buenas intenciones; tal, que por derribar la inmortal gloria de Cortés, pudieron dar en tierra con la felicidad de la nueva Conquista. Entraron en Méjico, autorizados con el decoro que les había conferido Cortés, y manifestando los Rescriptos en que este penaba a los desavenidos Estrada y Albornoz, encubrieron maliciosamente lo que les favorecía, en caso de avenirse, y obrar cristianamente. Tres meses gobernaron los cinco con aspecto de Gobernadores, hasta que influyendo Salazar en la prisión del Alguacil mayor de la Ciudad Rodrigo de la Paz, primo de Cortés, y hombre acaudalado, de reputación, y amado de muchos, logró desacordar los ánimos de todos, haciéndole creer al fácil Rodrigo, que el escándalo y deshonor inferido contra [276] su Persona, había sido causado por los otros cuatro Gobernadores, que eran sus mayores amigos y confidentes. Con este embozo lleno de malicia, engendró un espíritu de venganza en todos sus interesados; y como eran partes poderosas, valiéndose los dos, Salazar y Penalmindes, de la ocasión, echaron un bando, para que ninguno prestase obediencia sino es a ellos, declarando a los demás Conjueces por infieles y traidores a la Corona de Castilla. Desde este instante comenzó este monstruo de siete cabezas a vomitar por cada boca abrasadoras llamas de odios, discordias, atrevimientos, insultos, y una general inquietud entre todos los pobladores y naturales de la Tierra, de modo, que triunfando la fuerza, apenas a los vencidos les quedaba el asilo de la inmunidad de la Iglesia para libertar sus vidas; no había otro Templo que el de S. Francisco, a donde remitían para el Cielo los inocentes sus justos clamores.

     No contento Salazar con tan tirana dominación, apartó de sí a Rodrigo de Paz, secuestrándole todos los bienes; y por no venir a manos de la crueldad, se refugió(61) este infeliz en un Pueblo de su Encomienda: mas al fin le quitaron la vida en una horca, después de haber sufrido inhumanos tormentos. Soltó Salazar la voz de que Cortés era [277] muerto, pretendiendo con esta astucia borrar de los corazones las dulces memorias del Jefe, y poder, como lo hizo, tratar con más desprecio todas las cosas de Cortés. Le saqueó los más escondidos rincones de su casa, y añadiendo mal a mal, afianzó de tal suerte la muerte de Cortés, y de todos los que le acompañaron, que abrió la puerta para que muchas mujeres se volvieran a casar, creyéndose viudas.

     Mandó desarbolar todas las embarcaciones que estaban en el Puerto de Medellín, estorbando por este medio la comunicación a España. Revocó todos los poderes que se tenía por Fernando Cortés, y obligó al Pueblo a que lo apellidasen legítimo Gobernador, y que en caso de que Cortés volviera, sería tratado en calidad de reo, y condenado por sus execrables delitos a irremisible muerte. �Premio condigno a sus gloriosas fatigas! Llegaron a tanto grado los arrojos de los subdelegados, que sin respeto a las sagradas leyes de la humanidad, fe, y religión, insultaban el culto de los altares, y violaban el carácter, decoro, y dignidad de sus ejemplares y celosos Ministros, estrechándolos a que desamparasen las paredes del Santuario. En este melancólico estado de conturbación y desórdenes se hallaba el nuevo Jardín de la Iglesia [278] Americana, cuando llegaron cartas de su amante Jardinero el ínclito Cortés: y con noticias tan alegres, se animaron los muertos, se alentaron los flacos, y las plantas que habían marchitado los furiosos vientos de la crueldad y de la tiranía, se recobraron de sus desmayos y aridez. Publicáronlas por toda la Ciudad, y ciertos de la vida y próxima llegada de su glorioso Libertador, dieron contra el tirano Salazar y sus secuaces, que se hallaban distantes de Méjico una legua, festejándose entre las deliciosas frondosidades de unas Huertas, capitaneados por Andrés de Tapia, Álvaro de Saavedra, Zeron, y George de Alvarado, Conquistadores con Cortés, y firmes cultores de su nombre y de sus memorias. Aseguráronlo en una jaula, después de haberlo traído por las calles acostumbradas con una cadena de hierro a la garganta, pregonera de su infame conducta y atrocidades: en la misma moneda pagó su íntimo compañero Peralmindes, mirándose uno a otro desde sus jaulas: justo escarmiento de sus impiedades, y objeto contentible de la locura. En esta deshecha borrasca de infortunios y desgracias, llegó Cortés cuasi a los dos años de haberse ausentado de Méjico, y con él la noticia del desembarque de Don Luis Ponce de León, nombrado Gobernador por el Rey, y [279] Juez Comisionado para la Residencia de Cortés: a pocos días murió, dejando en su lugar a Marcos de Aguilar: falleció éste a los dos meses de la muerte de su compañero (otros dicen que cuatro) substituyendo el empleo en Alonso de Estrada. Confederose con Salazar y Peralmindes; se volvieron a encender de nuevo los apagados carbones de las inquietudes y escándalos pasados; sacó la cara el atrevimiento, la injusticia, el desacato, y la insolencia, llegando a tanto grado los insultos, que sin acusación de parte, e interponiendo apelación por una niñería o cuestión de poca monta que se trabó entre Diego de Figueroa, y Cristóbal Cortejo, a éste le cortaron la mano por ser criado de Cortés, y a Cortés notificado de destierro, con término perentorio, para que en la afrenta de su persona, se le doblara el castigo al inocente reo. A Siervo y Amo se les mandó cumpliesen lo prevenido, con pena de muerte: pudo transformarse México en otra Troya; pero enfrenando Cortés la justa venganza de sus amigos, salió desterrado de la Ciudad el que tantas veces había entrado en ella triunfante y victorioso.

     Estudiaba este Héroe sin semejante, en dar a conocer la Potencia de su Rey en la imagen de sus Ministros: y así, no replicó la injusta pena, por [280] imprimir las leyes de obediencia a unos Vasallos bisoños, fáciles, y comuneros. Sucedió con éste lo que con Quinto Marcio, que después de ser muchas veces Cónsul, Señor, Dictador, Padre, y Conquistador de la destrozada fama de los Romanos, fue ignominiosamente desterrado por los mismos a quienes había amparado y engrandecido. Debiose al Apostólico celo de Don Fr. Julián Garcés, primer Obispo de Tlaxcalan, de Fr. Tomás Ortiz, y Fr. Domingo de Betanzos, todos Religiosos del esclarecido Orden de Santo Domingo, la apetecida unión y conformidad entre estas dos cabezas, lográndose ésta por medio del parentesco espiritual que contrajeron, sacando Cortés de Pila a un hijo de Estrada. Y porque las continuas deposiciones contra la conducta de Cortés en la Corte perturbaban la autoridad del Ministerio, acordó de crear una Audiencia con su Presidente, que lo fue Nuño de Guzmán, y Oidores Martín Ortiz de Matienzo, Alonso de Parada, Diego Delgadillo, y Francisco Maldonado. En este tiempo pasó el Marqués del Valle a España; y desde ahora le deberemos llamar así, porque fue el Título con que el Rey remuneró sus gloriosas fatigas. No cesaron con la nueva Audiencia los rebeliones en los ánimos; porque entregados a la codicia de las riquezas, [281] juzgaban más por razón del peso, que por el peso de la razón: de suerte, que ni las exhortaciones, virtud, santidad, y ejemplo de los Apostólicos Religiosos del Orden de San Francisco, ni el celo y autoridad del Ilmo. Señor Don Fr. Juan de Zumárraga, electo Obispo de Méjico, fueron bastantes a contener estos nuevos Ministros dentro de la esfera de la moderación, y cristiandad: y noticioso el Consejo de los exabruptos(62), disturbios, y perniciosos movimientos que causaba la nueva Audiencia, con asistencia de la Reina Madre, y Gobernadora por ausencia del Emperador, crearon segundo Tribunal, dándole el nombramiento de Presidente al Obispo de Santo Domingo Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, y de Oidores a los Licenciados Vasco de Quiroga (que después fue primer Obispo de Michoacán) D. Alonso de Maldonado, Don Francisco de Jaimes, y Don Juan de Salmerón, hombres de conocida integridad, virtud, y desinterés.

     Español. No pases adelante, que quiero me aclares algunas dudas, antes que continúes tu narración. Asientas en el principio, que los habitadores de este Reino, desnudados ya del hombre viejo, esto es, de aquellos errores que los conducía a una eterna infelicidad, se vistieron de nuevo con los [282] preciosos hábitos de las virtudes, y en especial, con la inestimable gala de la prudencia, primera basa sobre la que se levantó el espiritual y político edificio Americano. No es así?

     Indio. Es verdad.

     Español. Pues de tu plática, lo que se colige es, o que las paredes se levantaban sin cimiento, o que reprobaron por inútil para los cimientos aquesa basa; porque hasta ahora no he escuchado otra cosa que temeridades, inconsideraciones, inconstancias, negligencias, astucias, dolos, engaños, y nimia solicitud a las cosas temporales. Todo lo cual, tan ajeno está de llamarse virtud, que antes por lo que he oído, son abominables defectos, y desenfrenados vicios, opuestos a la hermosura de la Prudencia; si no es que tu entiendas por Prudencia aquella que dice San Pablo(63): la prudencia como la sabiduría de la carne, es enemiga de Dios; la prudencia de la carne, es muerte del alma: y lo que más fuerza me hace es, que habiendo, como tú dices, Religiosos tan santos, y Varones tan apostólicos, permitieran que se corriera tras del vicio, y se despreciara la virtud; porque no ignoras, que más se suele persuadir con el buen ejemplo y la edificación, que con las palabras y la doctrina. [283]

     Indio. Esto tiene lugar cuando los hombres no son obstinados; porque entonces, ni las persuasiones de un Moisés, ni las penitentes austeridades de un Bautista, son bastantes a rendir Herodes, ni ablandar Faraones. Dominaban en los más habitadores inmediatos a la Conquista, con el poder, y una licenciosa autoridad, las pasiones, el desahogo, la desenvoltura, y el ningún temor de Dios: y así, cerraban necios, no sólo las puertas, a las voces de los Ministros, sino también a las leyes de la razón y de la justicia.

     No hay duda, Señor mío, que los primeros aspectos de la nueva fábrica, fueron trágicos y lamentables, y que según la celeridad con que se movía la ambición, pudiera haber dado, no sólo con la prudencia, sino con todas las virtudes en tierra, permitiendo Dios el breve paréntesis de la malicia, para que a vista de su falsedad resplandeciera más la inocencia. No hay duda que pretendieron los artífices de la codicia, levantar sobre los sólidos cimientos de la Prudencia, las soberbias pilastras de los vicios; pero acudiendo Dios con el remedio, dispuso que la piedra que pretendían reprobar, esto es, la Prudencia, viniese a ser cabeza del ángulo Americano, como lo verá Vm. en el espacio de nuestra conversación. [284]

     Posterior a la Audiencia segunda llegó su Presidente Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, Obispo de Santo Domingo, y en cumplimiento de su obligación, impuso graves penas a los que maltratasen a los Indios; arregló el Arancel de los Escribanos y Relatores; mandó que se otorgaran las apelaciones interpuestas por muertes o mutilación de miembros, de los Gobernadores para la Audiencia; formó cuadernos de Ordenanzas para las Minas, y justas tasaciones en las Encomiendas de los Españoles; metió la agua en Méjico, repartiéndola por las Calles y Monasterios; continuó la fábrica de la Catedral; dividió los Obispados; extirpó la costumbre de esclavizar a los Indios; fundó muchos Templos de Clérigos y Religiosos; dio principio a la Obra del Colegio de Santa Cruz, con destino de que se enseñara en él la doctrina a los Naturales; procuró se cultivase la tierra, mandando que se sembrase en ella cáñamo, lino, trigo, y otros frutos españoles; fue Prelado celoso, afable, caritativo, y adornado de unas virtudes que lo hacían amable para con todos. Remunerole Dios sus gloriosas fatigas, con que en el tiempo de su Gobierno apareciese al Indio Juan Diego la verdadera Madre de Dios, para amparo y gloria de todo este nuevo Mundo; de cuyo raro portento, algún [285] día hablaremos más despacio. Fue promovido este Santo Príncipe a la Iglesia de Cuenca en España, y tomó posesión en calidad de primer Virrey, el año de treinta y cuatro, Don Antonio de Mendoza: apadrinó las Navegaciones de la Especería, Californias, y otros descubrimientos, que no llegaron al éxito, que deseaba, y sólo lo tuvo el del Callado de Lima por el Mar del Sur, hecho a costa de Diego de Ocampo, uno de los Conquistadores: apaciguó la rebelión de los Negros, que pudo inferir una general ruina en toda la tierra; mandó por ganados merinos para afinar la bastardía de las lanas, con cuya mezcla logró acreditar las fábricas de los Obrajes, que se dispusieron por su orden; manifestaron en su tiempo sus escondidas riquezas las Minas de Tlalco, Sultepec, Zumpango, y Temascaltepec; erigió la contratación, por cuyo medio cesaron los fraudes del contrato, que se ejecutaban con las barras, tejuelos, y oro en polvo; concluyó la piadosa obra del Colegio de Santa Cruz de los Naturales, aplicándole cuantiosas rentas para su conservación, y recabando del Emperador doscientos ducados anuales para el mismo fin: concurrió a la fábrica del Templo de nuestra gran Reina y Señora la Conquistadora, con el título de los Remedios, en cuyo tiempo se le apareció [286] al Indio Águila dentro de un maguey: fue Protector de los pobres, y en especial de los infelices Indios, anhelando sacudirles el yugo insufrible de los tributos con que reconocían a sus Encomenderos, para lo que, y otros asuntos hijos de su piedad, dispuso que pasaran a verse con el Emperador los Provinciales de Santo Domingo, San Francisco, y San Agustín: recibiolos éste invicto Monarca en Ratisbona, y concluyeron conforme a la calidad de sus deseos. A los diez años que gobernaba, vino por Visitador Don Francisco Tello de Sandoval, y por su arrenquín el Lic. Don Antonio de Benavides el Tapado, que a voz de Pregonero, y con cuatrocientos azotes pagó el ridículo engaño de su fingido empleo: y últimamente, después de sentir este noble Caballero en su compasivo pecho el recio golpe de un general contagio en los Naturales, con más fuerza que el que acometió en tiempo del Señor Fuenleal, llegó por su Sucesor D. Luis de Velasco, a los 17 años de su Virreinato, y 30 de la Conquista: el año de 551 entró en Méjico: luego dio muestras de las raras virtudes con que el Cielo le había dotado la generosidad de su ánimo. Lo primero que practicó, fue poner en libertad a los Indios, cuyas leyes estaban ahogadas por los intereses de los Encomenderos. [287] A más de ciento y cincuenta mil, sin niños y mujeres, libertó de las tiranas cárceles de la esclavitud, anteponiendo los nimios escrúpulos de su conciencia a las abundancias que por este medio lograban las Minas, el Rey, Interesados, y Tratantes: privó la injusta, aunque tolerada costumbre, de cargar sobre los hombros de los Indios, lo que pudiera la robustez del más fuerte animal, sustituyendo estos infelices el servicio en que condena a los brutos la naturaleza: personalmente visitó todo el vasto continente de esta Gobernación, asegurando con su presencia la felicidad, gozo, y deseada quietud por todos sus habitantes: pobláronse, y se descubrieron en su tiempo las Provincias de la nueva Vizcaya, y Guadiana, Villa de Santa Bárbara, y otros Pueblos, las Minas de Sombrerete, Chalchiguite, Mazapli, y tierras de Indehe: reparó la Ciudad de Méjico con un fuerte dique, de los continuos perjuicios que experimentaba en las copias y avenidas de aguas.

     El año de 62 llegó con su mujer Don Martín Cortés, hijo del gran Capitán, que murió por el año de 47 en Sevilla: debiose a la cristiandad y celo de este Virrey, la Conquista de la Florida, y la de las Islas Filipinas, aunque probando en la contradicción algunos contratiempos: lloró con [288] ejemplar ternura el recrece de los tributos, y nueva imposición que el Visitador Valderrama derramó entre los Indios, que hasta allí justamente se lisonjeaban exentos de todo pecho y gabela. No podía remediar este piadoso Virrey los sentimientos y clamores de los adoloridos, por tener hasta entonces los Virreyes ligadas las manos del poder con la autoridad que se tenían los Oidores, agregándose la despótica facultad con que obraba el afligidor de los Indios, que así llamaban a Valderrama. En fin, murió este prudente Héroe, siendo conducido su difunto Cuerpo en hombros de cuatro Obispos, que se hallaban congregados a la celebración de un Concilio Provincial, y fue sepultado en la Iglesia de Santo Domingo.

     Por su fallecimiento entró la Audiencia gobernando; descubrió ésta una conjuración, que parece se tramaba y dirigía contra la Corona. Díjose que pretendían apellidar por Rey al Marqués del Valle; fueron degollados los dos hermanos, Alonso, y Gil de Ávila, presos el Marqués Don Martín, y Don Luis Cortés, el Deán Don Juan Chico de Molina, Don Luis de Castilla, y otros muchos Caballeros. En este proceloso mar de revoluciones y disturbios entró Don Gastón de Peralta Marqués de Falces, tercero Virrey, consolando [289] a las afligidas Gentes; y aun no bien se limpiaba el sudor de las largas jornadas del camino, tuvo orden del Rey para restituirse a la Corte, entregándole por el mismo el Gobierno al Lic. Muñoz, que vino en calidad de Pesquisidor a averiguar la cierta, o imaginada conjuración arriba dicha. Lo que este Gobernador nuevo hizo en ostentación de su autoridad, fue llenar los calabozos de inocentes, ahorcar a Gonzalo Núñez, y a Juan de Victoria, y sentenciar a crueles tormentos a D. Martín Cortés, hermano del Marqués del Valle, y Caballero del Hábito de Santiago. Aun no bien comenzaba este injusto juez a dar pruebas de la Impiedad de su malicia, se aparecieron los Oidores Villafaña, y Vasco de Puga, con orden que dentro de tres horas a la notificación, partiese para España. Ejecutolo así, y quedó la Audiencia por Gobernadora, hasta que dentro del mismo año de 68. llegó D. Martín Enríquez por Virrey. Luego dio a conocer este heroico Príncipe en la bondad de su corazón, la prudencia con que había de manejarse en su gobierno. La primera obra de su generosidad, fue edificar Presidios desde Zacatecas para Tierra adentro, en socorro de los caminantes, y defensa contra los Indios Chichimecas, que salteaban las vidas y los caudales. Apagó las cenizas, [290] que aún estaban calientes, de los disturbios y lances pasados. Reconcilió los ánimos, amistó los ofendidos, y firmó una paz tan general en los corazones de todos, que igualmente se dejó respetar por Juez, y amar por Padre. Dio prueba de estas dos brillantes cualidades, en el contagio que padecieron los habitadores de este nuevo Mundo por el año de setenta y seis, debiendo a sus cristianas resoluciones, ardiente celo y caridad, el remedio contra tan terrible desolación de las humanas vidas, excediendo a la pasada de 45. en más de un millón de muertos. Fue promovido al Perú, y consultado para este Virreinato el Excmo. Señor D. Lorenzo Suárez de Mendoza: tomó posesión el año de 580. y por su muerte; que fue a los tres años de su llegada, gobernó la Audiencia un año, proveyendo el Rey el empleo en el Arzobispo D. Pedro Moya de Contreras, actual Visitador de estos Reinos. Este año desembarcó el Excmo. Señor D. Álvaro Manrique de Zúñiga, Marqués de Villa-Manrique: fue trágico su Gobierno; y aunque se esforzó a templar con su prudencia las amarguras y acedias que le hicieron beber los Ministros de la Audiencia de Guadalajara, y el atrevido Inglés Francisco Draque, inhumano Corsario de los intereses y las vidas, no pudo vencer la malicia de muchos, [291] que informando contra su conducta al Soberano, fue depuesto, y le sucedió el Sr. D. Luis de Velasco, hijo del segundo Virrey de esta Nueva España. Tomó posesión el año de 90: en su discreción, juicio, y madurez libró este Reino la más feliz dilatación de sus fortunas. Pobló de gentes las Fronteras de los Zacatecas, sangrientamente hostilizadas por los Chichimecos y Quachichiles, Indios bárbaros y feroces, debiéndose a su celo la conversión, mansedumbre, y civilidad de estas fieras. Habilitó a D. Juan de Onate para el descubrimiento del Nuevo Méjico: resucitó la cristiana resolución de su glorioso padre, sobre que los Indios fueran oídos en cosas civiles, sin demandarles costas ni gastos, ordenando para esto la brevedad de las averiguaciones, informaciones, y procesos. Pero aunque así se estableció, y en el día está mandado por los Sabios Ministros del Acuerdo en repetidos Autos, y por las Leyes 33. Tit. 15. y 28. Tit. 22. de Felipe Segundo, 15. Tit. 24. de Carlos Quinto; el interés, o la poca piedad hacia los miserables Indios, tiene puesta una larga muralla entre el decretar y el obedecer. En la actualidad litigan unos parientes míos tres pedazos de tierras o solarillos, que apenas llegará su importe a diez o doce pesos, y después de un grueso volumen [292] que va escrito, y algo más de 60 ps. gastados entre las partes, aún no está el negocio recibido a prueba, porque hasta ahora todo ha sido guisar y preparar, y en llegando a probarlo, Señor mío, me temo dure el guiso más que el de Baltasar, que si una mano desinteresada no hubiera firmado la sentencia, hasta ahora estuviera probando de los hurtos hechos al sacro Templo de Dios.

     Y volviendo a nuestro intento, digo, que este buen Príncipe reparó la Obrajería, en cuyas oficinas utilizan estos Reinos uno de los intereses más cómodos a su comercio. Con estas y otras determinaciones, hijas de un católico pecho, pasó al Perú, y llegó el Señor D. Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monte-Rey por el año de 95. Manejó las riendas del Gobierno con agrado, benignidad, y economía hacia el Real haber, y alivio de los pobres. Meditaba en las resoluciones, por no errar en los despachos. Fue liberal sin prodigalidad, debiendo a esta virtud los felices progresos del Norte, descubrimiento de la California hecha por Sebastián Vizcaíno, y otras cosas dignas de su buen nombre. Fue amado de todos, especialmente de los Indios, sin embargo de las muchas vejaciones que sufrieron por haberlos removido de sus Estancias y Rancherías, congregándolos en Pueblos, con perjuicio [293] de sus comodidades, frutos, y salud; y siendo provisto para el Perú, le sucedió el Sr. D. Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montes Claros. Debió Méjico levantarle Estatuas a este Héroe: reparó las Calzadas de Guadalupe, San Cristóbal, Chapultepec, y otras de menos monta, a costa de crecidos intereses, desvelos, y solicitud, en que no tuvieron poca parte los Religiosos de S. Francisco.

     Vino en su tiempo a visitar estos Reinos el Lic. Landeras de Velasco: era este nuevo Ministro recto y desinteresado, no gobernándose por otro arancel que el de la justicia, el mérito, y la verdad. Puso un cepo a la entrada de su habitación, donde el que quería, sin ser visto, depositaba sus memoriales. Mandolo retirar el Rey al mismo tiempo que fue removido para el Perú el Señor Marqués de Montes Claros, tomando por segunda vez posesión el Sr. D. Luis de Velasco, con la merced de Marqués de Salinas. Arrastró los caminos de todos, así por las prendas con que le dotó la naturaleza, como por el dulce trato con que lo habían manejado desde niño, por haberlo traído su padre en su delicada infancia a estos Reinos. Lleno de años, méritos, y honores, ascendió a la Presidencia del Supremo Consejo de Indias, quedando en su lugar el Rmo. e Ilmo Sr. D. Fr. García Guerra, Religioso [294] Dominico. Murió a los siete meses, y entró la Real Audiencia, gobernando sólo ocho meses, por llegar luego el Sr. D. Diego Fernández de Córdoba, Marqués de Guadalcázar, Caballero Cordobés, ilustre en sangre, y mucho más en virtudes. Descubriéronse en su tiempo las ricas Minas que tomaron el nombre de su título, hoy sofocadas entre deshechas ruinas por la codicia de los hombres. Gobernó hasta el año de 621, segundo siglo ya de la Conquista, y fue provisto para el Perú, en cuyo tiempo:-

     Español. Basta, que ya viene la noche, y hay otras cosas a que atender.

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