Los autos sacramentales de Sor Juana:
tres lugares teológicos
La
filosofía y la teología ocuparon desde muy pronto un
lugar relevante en la vida de la Nueva España. Ya el primer
siglo de la colonia, el siglo XVI, tuvo expositores notables, tanto
en los conventos y colegios de los religiosos como en la
universidad. Fray Alonso de la Veracruz, Fray Tomás de
Mercado, el padre Antonio Rubio, entre otros, fueron representantes
destacados de la escolástica. Era una escolástica, la
de ese siglo, influida por el humanismo renacentista. Y aunque en
el siglo XVII la corriente de fondo siguió siendo la
escolástica, se trataba ya de una escolástica en
contacto con la filosofía hermética y con la naciente
filosofía moderna. Para este siglo se puede hablar de una
escolástica barroca, a veces culterana y a veces
conceptista, tanto en filosofía como en teología. El
padre jesuita Diego Marín de Alcázar es un buen
ejemplo de escolástica culterana y rebuscada, mientras que
Fray Diego de Basalenque puede servir como ejemplo de
escolástica conceptista y mesurada180.
Ya a principios del siglo se siente un nacionalismo criollo en la
filosofía y en la teología de algunos novohispanos;
por ejemplo, en el agustino Fray Juan Zapata y Sandoval (tío
del famoso poeta Sandoval y Zapata). Destaca la figura de Carlos de
Sigüenza y Góngora, en quien, además de la
presencia del hermetismo kircheriano, se percibe la de la
modernidad cartesiana. Sigüenza, gran amigo de Sor Juana, es
un preclaro modelo para ella en estas corrientes, que parecen
confluir en su obra.
Sor Juana
Inés de la Cruz manifestó un notable conocimiento de
la escolástica, tanto en filosofía como en
teología. Estos conocimientos, al ser transportados a su
poesía, adquieren un ropaje literario con el que no
sólo conservan su condición de ideas
filosóficas y teológicas, sino que adquieren una
fuerza especial que los potencia aún más para lograr
llegar al ánimo del público. Singularmente
filosófico-teológicos son sus autos sacramentales. En
ellos Sor Juana recoge ese tipo de ideas y con amor las engasta en
los ornamentos barrocos de su poesía dramática.
Ejemplo de estas producciones son sus autos sacramentales: El
divino Narciso y El mártir del sacramento, San
Hermenegildo, así como El cetro de
José, auto histórico sobre José, hijo de
Isaac. Las tres son piezas muy complejas; en las dos primeras se
aborda uno de los principales misterios del cristianismo y en la
otra aparece un interesante antecedente de Cristo. (Aunque
también podría verse su relación con la
—94→
eucaristía, ya que José aporta el trigo, esto
es, el pan, que salva a su pueblo del hambre).
Apreciamos en Sor
Juana la habilidad para servirse de la mitología, la
historia y la Sagrada Escritura (respectivamente en cada uno de los
autos señalados), con el fin de comunicar las ideas
filosóficas y teológicas del cristianismo.
Precisamente era ése el cometido de los autos sacramentales,
algo que también se aprecia en Calderón de la Barca,
el gran maestro, a quien Sor Juana sigue de cerca181.
Sólo que en Calderón encontramos una
utilización mayor de vidas de santos, o de personajes
creados por él mismo, que de aquellos surgidos de la
mitología. Da la impresión de que Calderón es
más conceptista y Sor Juana más culterana en este
aspecto; en todo caso, él es más parco en esa
búsqueda de recursos expresivos y comunicativos del dogma, y
Sor Juana parece explorar con mayor libertad en otros lugares
teológicos, o fuentes de donde se podría echar mano
para presentar los misterios revelados.
No deja de
aproximarse esta idea de los lugares teológicos, que fue la
preocupación principal del dominico Melchor Cano
(1509-1560), a la concepción dialéctica y hasta
retórica de los lugares o tópicos. De hecho, la obra
de Cano se intitula De locis theologicis (Salamanca, 1563),
es decir, de los lugares teológicos o, con el otro nombre,
de los tópicos teológicos. Tópico se entiende
aquí como lugar común, y esto no en el sentido
peyorativo de algo trillado, puesto que es aceptado por todos, sino
que tiene el sentido de lugar o apoyo en el que puede fundamentarse
la construcción teológica, o, como en este caso, la
edificación de su vehículo comunicativo. Es la
concepción humanista y después barroca de la
retórica y la poética como actuantes en la
teología. Los lugares teológicos eran, por supuesto,
la Sagrada Escritura, la tradición de la Iglesia, los
concilios, los papas, los santos padres, los teólogos y aun
los filósofos y los historiadores. Es decir, también
se daba cabida a los filósofos182.
La
filosofía tenía, obviamente, una acción
más reducida, sólo como ayuda ancilar que aportaba el
método y muchas de las nociones que servirían en las
argumentaciones. Junto con la filosofía, y a veces en ella
misma, dado que era el saber humano, se ponía lo que ahora
llamamos la literatura, o sea, la poesía y la
mitología. Estas eran vistas con más recelo por los
teólogos, pero se las destinaba a la labor retórica
de transmisión del mensaje cristiano. Los oradores sagrados,
sobre todo en el Barroco, daban lugar a la utilización de la
poesía y la mitología, —95→
llegando inclusive a algunos excesos en su uso. Se
veía como parte de la comunicación del misterio
cristiano o del kerigma, dentro de lo que podría llamarse ya
teología kerigmática.
A esta
teología kerigmática -pues no otra cosa era la
oratoria sagrada, y aun la poética
«sacra»-parece haber contribuido Sor Juana con su
brillante exposición de los misterios al pueblo, a
través de sus autos sacramentales. Estas son piezas
teatrales que transmiten y facilitan la comprensión de
ciertos dogmas cristianos a la gente que los veía
representar, y a la que había que entregar esos contenidos
teológicos digeridos y bien dispuestos, no sólo
hechos comprensibles para la mentalidad de los espectadores, sino
con los adornos que los hicieran conmovedores y amables.
Tenían que afectar emocionalmente a los asistentes y no
sólo llegar a su intelecto. Era una labor muy parecida a la
que hacían los predicadores u oradores sagrados, que, como
decía uno de los mayores entre ellos, Fray Luis de Granada,
tenían no sólo que hacerse entender por sus oyentes,
sino mover sus corazones al verdadero arrepentimiento, al odio del
pecado y al amor de la virtud183.
En este sentido,
Sor Juana fue muy atenta al público que iba a ver sus obras
teatrales, los espectadores a los que destinaba su
producción. Cosa muy difícil, si se toma en cuenta la
disparidad de extracción social, de nivel cultural, etc., y
la necesidad de agradar a unos y a otros. Nuestra monja
jerónima tuvo que hacer un alarde de inteligencia y de
habilidad dramatúrgica para que esas piezas llegaran a la
mente y al corazón de sus destinatarios. Era como fabricarse
un auditorio ideal (en el sentido de Chaïm Perelman), que en
promedio entendiera y gustara sus obras. Lo veremos en cada uno de
ésos tres autos sacramentales.
Sor Juana y la
Eucaristía: El divino Narciso
En El divino
Narciso, Sor Juana toca el misterio de la encarnación
del Hijo de Dios. Jesucristo es el divino Narciso, porque,
así como el Narciso mitológico se enamoró de
su ser (más bien en la dimensión de la existencia),
el nuevo Narciso, a saber, el Hijo de Dios, se enamora de su ser en
la dimensión de la esencia o naturaleza. Esto es, ama el
tener naturaleza humana. En efecto, él tiene dos
naturalezas, la divina y la humana, en un mismo supuesto
existencial que es el individuo Jesucristo. Por ello, a diferencia
del Narciso mitológico, que se enamora de su propia
individualidad o de su misma existencia y de su yo, el Hijo de Dios
es el divino Narciso que se enamora de una de sus dos esencias,
—96→
la naturaleza humana, que es la que viene a tomar en la
historia además de su naturaleza divina, la cual ya
tenía y conocía desde la eternidad. Así, uno
de los personajes representa a la Naturaleza Humana, y hay otro
personaje que encarna a Eco, la ninfa enamorada de Narciso, y que
en la pieza teatral de Sor Juana es la naturaleza diabólica,
esto es, la de los ángeles caídos. En su soberbia,
Eco quiere con amor de concupiscencia al divino Narciso y envidia a
la Naturaleza Humana el amor que éste le tiene; a toda
costa, Eco está decidida a evitar que Cristo ame a
Naturaleza Humana.
Gran parte del
auto sacramental tiene como objetivo el mostrar cómo la
ninfa Eco, que coincide con la naturaleza diabólica, se
empeña en impedir que el galán Narciso ame a alguien
que no sea ella, y, sobre todo, que ame a la Naturaleza Humana. El
divino Narciso podía sucumbir ante los encantos de Eco, pero
se encuentra a la Naturaleza Humana y queda prendado de ella,
mientras que la ninfa se transforma, como sabemos por la
mitología, en un árbol. El divino Narciso se enamora,
pues, de la Naturaleza Humana, y se entrega a ella, que es como Sor
Juana quiere resaltar el amor de Cristo hacia el ser humano, por
cuya salvación y redención entrega su vida. Al
mostrar las finezas184
con las que el divino Narciso se entrega al amor de la Naturaleza
Humana, Sor Juana tiene una intención didáctica,
catequética o kerigmática: resaltar con sus mejores
tintas el amor de Cristo por el hombre. Mueve al pensamiento de que
Cristo tenía la naturaleza divina, y podía haberse
cerrado en su carácter de Dios, y no haberse preocupado de
la Naturaleza Humana caída, la cual, a diferencia de la
diabólica, sí tenía salvación.
Al presentar las
cosas de esta manera, Sor Juana manifiesta un notable conocimiento
de la filosofía y la teología en su versión
escolástica. Se ha comentado el conocimiento que
tenía de la filosofía moderna de su tiempo, sobre
todo de René Descartes185.
Pero también nos parece muy notable su conocimiento de la
filosofía (y la teología) escolástica. Vamos a
dedicarnos a subrayar este conocimiento y resaltaremos algunos de
los trozos como muestra en esta pieza dramática.
Ya en la loa que
hace para el auto sacramental del Divino Narciso, Sor
Juana habla de la conversión de América a la
religión cristiana y llega a admitir que primero fue preciso
vencerla por la guerra para mejor llevar a cabo la
evangelización. Después de que el personaje que
representa al Celo menciona la victoria de las armas
españolas, y quiere —97→
matar a América, se queja de que la religión
le impida hacerlo, y, al preguntarle por qué la deja viva,
la Religión responde:
No admite, pues,
Sor Juana la evangelización por la fuerza, sino por la
persuasión mediante el razonamiento. Pero acepta que primero
tuvo que ser vencida, para España, y luego para la fe
cristiana. Con ello vemos a Sor Juana participar en el arduo debate
de los juristas, filósofos y teólogos acerca de la
conquista y la evangelización, o por lo menos se le ve
recoger algunas opiniones de éstos, y a través de sus
compactos versos dejar caer su opinión en el ánimo de
la gente.
En la propuesta de
evangelización que Sor Juana plasma en el parlamento de sus
personajes, se ve el aprovechamiento de las deidades
indígenas para llegar, a partir de ellas, al Dios cristiano.
Todos los efectos que los indios atribuían a muchos de sus
dioses son operaciones que ella remite al único Dios. Expone
algunos de los predicados o atributos divinos, tan difíciles
de entender para los indios, como su inmaterialidad o
espiritualidad, su inmensidad, etcétera; pero, al ver el
grado de su dificultad, decide poner en boca de Religión
estos versos:
Pues vamos. Que en una idea
metafórica, vestida
de retóricas colores,
representable a tu vista,
te la mostraré; que ya
conozco que tú te
inclinas
a objetos visibles, más
que a lo que la Fe te avisa
por el oído; y
así,
es preciso que te sirvas
de los ojos, para que
por ellos la Fe recibas.
(vs.
401-412)
—98→
Sor Juana se da
cuenta del poder de las imágenes visuales, esto que
bellamente llama «idea metafórica, vestida de
retóricos colores»; y ella misma dice que
«alegoriza» un auto sacramental. También se
refiere, muy segura de sí misma, a que ese auto puede
representarse tanto en México como en Madrid; y hace gala de
su conocimiento de la gnoseología escolástica, al
decir también en boca de Religión:
Como aquesto sólo mira
a celebrar el Misterio,
y aquestas introducidas
personas no son más que
unos abstractos, que pintan
lo que se intenta decir,
no habrá cosa que
desdiga,
aunque las lleve a Madrid:
que a especies intelectivas
ni habrá distancias que
estorben
ni mares que les impidan.
(vs.
462-472)
Es decir, las
especies intelectivas, o los conceptos, al ser inmateriales,
trascienden el espacio y el tiempo, y por eso no las
dañará el que tengan que ir hasta la
metrópoli, y nada podrá evitar que representen lo que
representan como signos formales, los más perfectos que
existen187.
Ya metidos en el
auto sacramental del Divino Narciso, la Naturaleza Humana,
de la que surgen la Gentilidad y la Sinagoga, dice que, por ser
madre de una y otra, «a entrambas es
bien que toque / por ley natural oírme»
(vs. 25-26). Ella misma nos deja
conocer la erudición escolástica de Sor Juana al
mencionar que la Sinagoga, a través de los profetas,
veneraba a Dios y llegará a darse cuenta de que Cristo es su
Hijo, dejando ya de discutir en sus «oposiciones», que
eran los alegatos de los maestros en las escuelas.
Además del
conocimiento revelado que tuvieron los indios a través de la
predicación de los misioneros, Sor Juana acepta el
conocimiento natural que algunos gentiles alcanzaron de ciertos
misterios del cristianismo, como semina verbi o semillas del Verbo de Dios,
que es su sabiduría. Dice Naturaleza Humana:
pues muchas veces conformes
Divinas y Humanas Letras,
dan a entender que Dios pone
aun en las Plumas Gentiles
—99→
unos visos en que asomen
los altos Misterios Suyos.
(vs.
125-130)
En todos
está de alguna manera el Espíritu Santo, quien
inspira a los gentiles ciertos vislumbres de la fe cristiana;
ésta es una idea que viene de los Santos Padres. Para
Clemente de Alejandría, el Espíritu Santo
había inspirado a los mismos filósofos paganos como
Platón y Aristóteles la verdad que habían
proclamado. A ello añade Sor Juana -palabras de Gentilidad-
un rasgo del hilemorfismo aristotélico-escolástico,
como es la materia o cuerpo por el alma:
Yo, aunque no te entiendo
bien,
pues es lo que me propones,
que sólo te dé
materia
para que tú allá la
informes
de otra alma, de otro sentido
que mis ojos no conocen,
te daré de humanas
letras
los poéticos primores
de la historia de Narciso.
(vs.
140-148)
En boca de la
ninfa Eco, que también es la naturaleza demoníaca -y
que no soporta la envidia y los celos por el amor que el divino
Narciso tenía a los seres humanos-, se menciona la ciencia
infusa, que según la teología escolástica es
la que no puede adquirir la creatura con su esfuerzo, sino que le
ha de ser otorgada por Dios. Es la que tenían los
ángeles, tanto los buenos como los malos (o demonios); pero
marca con tintas muy fuertes la desgracia que es la soberbia
(característica de esa ninfa y de esa naturaleza
diabólica). Eco proclama
Pues yo os diré lo que
infiero,
que como mi infusa ciencia
se distingue de mi Propio
Amor, y de mi Soberbia,
no es mucho que no la
alcancen,
y es natural que la teman.
Y así, Amor Propio, que en
mí
tan inseparable reinas,
que haces que de mí me
olvide,
por hacer que a mí me
quiera
(porque el Amor Propio
es de tal manera,
—100→
que insensato olvida
lo mismo que acuerda);
Principio de mis afectos,
pues eres en quien empiezan
y tú eres en quien
acaban,
pues acaban en Soberbia
(porque cuando el Amor Propio
de lo que es razón se
aleja,
en Soberbia se remata,
que es el afecto que engendra,
que es aquel que todas
las cosas intenta
sólo dirigidas
a su conveniencia),
escuchadme...
(vs.
295-321)
Sor Juana alude
aquí a la paradoja de la soberbia, que en realidad impide al
individuo amarse a sí mismo, pues lo aparta del sano y
verdadero amor propio, que exige el amor a los demás para
ser completo. Esto es lo que ahora enseña el divino Narciso,
el nuevo Narciso, que por amarse a sí mismo amó al
género humano al que pertenecía. Después de un
largo poema que entona la Naturaleza Humana a Narciso, y que tiene
numerosas resonancias del bíblico Cantar de los
Cantares, Sor Juana vuelve a hablar de las especies
cognoscitivas o conceptos -según la escolástica-, ya
que la Naturaleza Humana le dice a la Gracia que tiene de ella las
especies tan borradas, que no puede reconocerla. Y ella le responde
que puede pedirla a Dios, en cuanto que le es imposible alcanzarla
con el propio esfuerzo:
No está en tu mano, aunque
está
el disponerte a alcanzarla
en tu diligencia; porque
no bastan fuerzas humanas
a merecerla, aunque pueden
con lágrimas
impetrarla,
como don gracioso que es,
y no es justicia, la Gracia.
(vs.
1005-1012)
Ésta es una
doctrina muy importante en la teología escolástica,
la del auxilio de Dios y la respuesta que viene por parte del
hombre. Originó muchas discusiones entre dominicos y
jesuitas sobre todo en la —101→
segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII. Sor Juana
recoge de manera muy sencilla la enseñanza de la Iglesia y
evita entrar en complicaciones, dado que se dirige a personas no
avezadas en esas discusiones. Al punto, la Gracia insta a la
Naturaleza Humana a que se refleje en las aguas, ya que Cristo, el
divino Narciso, podrá reconocerse en ella, como especie o
género a que pertenece:
Procura tú que tu
rostro
se represente en las aguas,
porque llegando Él a
verlas
mire en ti Su semejanza;
porque de ti se enamore.
(vs.
1163-1167)
En efecto, Cristo
había tomado la naturaleza humana, además de la
divina, que ya tenía; con ello había aceptado la
semejanza de hombre, y, si -según el mito de Narciso-
había de enamorarse de sí mismo al verse en el agua,
si viera a la Naturaleza Humana, se enamoraría de ella,
reconociéndose como miembro de ese género humano, al
que él mismo había elegido pertenecer. Cuando Eco se
da cuenta de que Cristo está viéndose en la
Naturaleza Humana reflejada en el agua, se queja diciendo:
Si quiero articular la voz, no
puedo
y a media voz me quedo,
o con la rabia fiera
sólo digo la sílaba
postrera;
que pues Letras Sagradas, que me
infaman,
en alguna ocasión muda me
llaman
(porque aunque formalmente
serlo no puedo, soy lo
causalmente
y eficientemente, haciendo
mudo
a aquel que mi furor ocupar
pudo:
locución metafórica,
que ha usado
como quien dice que es alegre el
prado
porque causa alegría,
o de una fuente, quiere que se
ría),
y pues también alguna vez
Narciso
enmudecer me hizo,
porque Su Ser Divino
publicaba,
y mi voz reprendiéndome
atajaba,
no es mucho que también
ahora quiera
que, con el ansia fiera,
—102→
al llegar a mirarlo quede
muda.
Mas, ¡ay!, que la garganta ya
se anuda;
el dolor me enmudece.
¿Dónde está mi
Soberbia? ¿No parece?
¿Cómo mi mal no
alienta?
Y mi Amor Propio,
¿cómo no fomenta,
anima mis razones?
Muda estoy, ¡ay de
mí!
(vs.
1422-1449)
La
aplicación del mito de Narciso por parte de Sor Juana tiene
mucho ingenio. Por un lado maneja una identidad de tipo concreto
que es la individual o meramente numérica, y pasa a una
identidad específica o universal. Es decir, Narciso se
había enamorado de sí mismo en un sentido individual,
mientras que Cristo, nuevo Narciso, se enamora de sí mismo
en cuanto miembro de la raza humana, esto es, se enamora de la
especie humana. Es una utilización peculiar de la doctrina
escolástica de la identidad, que no solamente era
individual, cuando dos cosas eran indiscernibles, sino que
también admitía una identidad bajo cierto concepto o
naturaleza, esto es, una identidad universal, ya sea de especie o
de género. Así por ejemplo, Sócrates es
idéntico a sí mismo y, si
«Sócrates» y «El hijo de Sofronisco»
designan lo mismo, tienen significados indiscernibles; pero
Sócrates y Platón son idénticos bajo el
concepto o la naturaleza universal hombre, es decir, son
idénticos en cuanto a la especie humana, son
idénticamente hombres o miembros de la raza humana. Tal es
el juego de identidades -de distinto tipo lógico- que hace
Sor Juana. De paso se ve aquí el conocimiento de cuando hace
la distinción, Eco, de la mudez que no se da en ella
formalmente, sino causalmente, es decir, como causa eficiente de la
misma en quien la ve. También se aprecia cuando, en un
parlamento de Narciso, lo hace decir: «que es poca la materia de una vida / para la
forma de tan grande fuego» (vs. 1694-1695); otra vez se centra en las causas,
esta vez en la formal y en la material, como aspectos del
hilemorfismo aristotélico-escolástico.
En el auto
sacramental de Sor Juana, Narciso entrega su vida por la Naturaleza
Humana, y al hacerlo usa expresiones del Evangelio, poetizadas por
la monja jerónima. Igualmente versifica en español el
canto latino-gregoriano de la pena de la Virgen María por la
muerte de su hijo: «Oh, vos omnes, qui transitis per
viam, attendite et videte si est dolor sicut dolor
meum». Sor Juana lo pone así pronunciado
por Naturaleza Humana:
—103→
¡Oh vosotros, los que
vais pasando, atendedme,
y mirad si hay dolor
que a mi dolor semeje!
(vs.
1883-1886)
Pero Cristo
resucita; por eso Narciso, después de muerto, resurge con
nuevas galas. El poder y la gloria del resucitado son equiparables
con su benignidad y misericordia. Le ofrece la salvación a
la misma Eco, quien tiene mucha dificultad en comprender esos
misterios. Y, al preguntar a Narciso cómo podrá
captarlos, éste le dice:
Pues para darte más
pena,
porque ha de ser el mayor
tormento el que tú lo
sepas,
y por manifestación
de Mi sin igual fineza,
¡llega, Gracia, y
recopila
en la metáfora mesma
que hemos hablado hasta
aquí,
Mi Historia!
(vs.
2032-2040)
Ya son varias las
veces que Sor Juana alude a su estar hablando en símbolos,
en locuciones figuradas, haciendo un discurso figurado que
aquí personifica en la metáfora, una grandiosa
metáfora, o una magna analogía. Pero lo hará
en este momento de manera muy especial, pues la Gracia
metaforizará los hechos de este divino Narciso que es el
redentor. Así, la Gracia narra en compendio lo que hizo
Cristo por el ser humano. Primero se refiere a que el Hijo de Dios
tenía un glorioso resplandor en el Cielo, al que
renunció para bajar al valle de lágrimas que es el
mundo inferior. Y lo dice Gracia con variados énfasis
poéticos, cuya belleza nos autoriza a transcribirlos con
algún detalle:
Érase aquella belleza
del soberano Narciso,
gozando felicidades
en la gloria de Sí
mismo,
pues en Sí mismo
tenía
todos los bienes consigo:
Rey de toda la hermosura,
de la perfección
Archivo,
Esfera de los milagros,
y Centro de los prodigios.
—104→
De Sus altas glorias eran
esos Orbes cristalinos
Coronistas, escribiendo
con las plumas de sus giros.
Anuncio era de Sus obras
el firmamento lucido,
y el resplandor Lo alababa
de los Astros matutinos:
Le aclamaba el Fuego en
llamas,
el Mar con penachos rizos,
la Tierra en labios de rosas
y el Aire en ecos de silbos.
Centella de su Beldad
se ostentaba el Sol lucido,
y de Sus luces los Astros
eran brillantes mendigos.
Cóncavos espejos eran
de Su resplandor divino,
en bruñidas
superficies,
los Once claros Zafiros.
Dibujo de Su luz eran
con primoroso artificio
el orden de los Planetas,
el concierto de los Signos.
[...]
Maremagnum Se ostentaba
de perfección,
infinito,
de quien todas las bellezas
se derivan como ríos.
En fin, todo lo insensible,
racional, y sensitivo,
tuvo el ser en Su cuidado
y se perdiera a Su olvido.
(vs.
2045-2102)
Tal era la
situación del Hijo de Dios, gracias a su naturaleza divina.
Pero por el hombre renunció a su alta jerarquía de
Dios, abandonando la gloria que tenía, y se rebajó y
tomó la carne del ser humano, haciéndose como un
esclavo, y llegó hasta la muerte ominosa de la cruz en su
amor por el hombre. Habiendo estado en lo más alto, se
bajó hasta lo más ínfimo, todo por amor al
hombre. Aquí Sor Juana está siguiendo a San Pablo, en
su carta a los filipenses: «Sentid entre
vosotros lo mismo que Cristo: El cual, siendo de condición
divina, no hizo alarde de ser igual a —105→
Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo, haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su parte como hombre; y se humilló
a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz.
Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que
está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para
gloria de Dios Padre»188.
Ese abajamiento
tan total es una de las finezas del amor de Dios por su creatura,
que Sor Juana se empeña en resaltar. Esto es lo que canta
ahora la Gracia en el relato que hace de la acción
salvífica de Jesucristo:
Éste, pues, hermoso
Asombro,
que entre los prados floridos
Se regalaba en las rosas,
Se apacentaba en los lilios,
de ver el reflejo hermoso
de Su esplendor peregrino,
viendo en el hombre Su imagen,
Se enamoró de Sí
mismo.
Su propia similitud
fue Su amoroso atractivo,
porque sólo Dios, de
Dios
pudo ser objeto digno.
Abalanzóse a gozarla;
pero cuando Su cariño
más amoroso buscaba
el imán apetecido,
por impedir envidiosas
Sus afectos bien nacidos,
se interpusieron osadas
las aguas de sus delitos.
Y viendo imposible casi
el logro de Sus designios
(porque hasta Dios en el Mundo
no halla amores sin peligro),
Se determinó a morir
en empeño tan preciso,
para mostrar que es el riesgo
el examen de lo fino.
(vs.
2103-2130)
—106→
En esto resume Sor
Juana las finezas del amor de Cristo por el hombre. Pero no
paró en la muerte su amor, sino que se quedó con el
ser humano a través de la Eucaristía, por su
transubstanciación en el pan y el vino, gracias a la cual
puede estar a disposición continuamente. Esto ya era un
gesto de amor insospechado, algo que el hombre no podría con
sus solas luces ni imaginar por parte de Dios, y es lo que ha
tenido que aprender por revelación de lo alto. Un profundo e
incomprensible misterio de amor, que no puede ser abarcado con la
mente, sino sólo cantado con el corazón. Por ello Sor
Juana canta al Santísimo Sacramento del altar, a la
Eucaristía. Y para eso Eco y la Naturaleza Humana entonan el
himno que en latín compusiera Santo Tomás de Aquino a
Jesús sacramentado, el Pange lingua, que la monja jerónima
convierte en poema castellano. Dicen Eco y Naturaleza Humana:
¡Canta, lengua, del Cuerpo
glorioso
el alto Misterio, que por precio
digno
del Mundo Se nos dio, siendo
Fruto
Real, generoso, del Vientre
más limpio!
Veneremos tan gran Sacramento,
y al Nuevo Misterio cedan los
Antiguos,
supliendo de la Fe los afectos
todos los defectos que hay en los
sentidos.
¡Gloria, honra,
bendición y alabanza,
grandeza y virtud al Padre y al
Hijo
se dé; y al Amor, que de
Ambos procede,
igual alabanza Le demos
rendidos!
(vs.
2227-2238)
Con esto, el auto
sacramental de Sor Juana trata de hacer lo que quiso en su momento
Santo Tomás: ser el poeta-teólogo del sacramento.
Él había logrado, como teólogo, llegar a las
profundidades metafísicas más recónditas del
misterio de la transubstanciación; pero su aliento
místico lo llevaba a la poesía, en la que cantaba su
amor a ese misterio de amor.
La pieza teatral
de Sor Juana El divino Narciso, al igual que sus
demás obras, constituye un testimonio de su capacidad
lírica y su acervo cultural. Manifiesta muy a las claras la
condición del Barroco, distendido entre la
exacerbación de la estructura y la emoción de fondo.
No se sabe si en el Barroco se da una alocada carrera de la forma,
por hacerse omnipresente, en follajes y pámpanos, en
verbosidades y conceptos, o si se trata de una sobrecarga de
contenido que fuerza a la —107→
forma a expandirse en una especie de hipertrofia de sentido.
En todo caso, la obra de Sor Juana es una buena muestra de la
difícil tensión entre la forma y el contenido. Es
verdad que la forma estética predomina, pero también
lo es que esa forma embellece los contenidos que toca. Y esos
contenidos son muy profundos, tomados de la filosofía y la
teología escolásticas, y llevados a una lograda
expresión por la poetisa mexicana.
A veces da la
impresión, en el Barroco, que tanto la forma como el
contenido llegan a la exacerbación, que ambos se rompen y
que se fusionan entre sí. Más que
sobredeterminación, hay una conversión del uno en el
otro, producida por la sobredeterminación de ambos. La
excesiva carga de contenido rompe la forma, que no sólo
llega al paroxismo, sino que se confunde con el contenido. Uno y
otro están desbordados, desbordados por ellos mismos, desde
ellos mismos. A veces se cree que este fenómeno de la
sobredeterminación de sentido se da sólo en uno de
los aspectos del Barroco, a saber, en el lado culterano. Mas
José Rojas Garcidueñas ve que el barroquismo de Sor
Juana reúne los dos aspectos que suelen marcarse para el
Barroco, a saber, el culteranismo y el conceptismo189.
Por lo general, esos aspectos se indican como separados, a veces
casi como irreconciliables. Para el culteranismo se señala
por antonomasia a Góngora y para el conceptismo, a Quevedo.
El primero es vehemente y exuberante, cargado de metáforas;
el segundo es moderado y juicioso, sintetizado de símbolos y
alegorías. Sor Juana sabe reunir ambas vertientes del
barroquismo; barroca por esencia fue ella misma. A veces muestra la
discreción austera del conceptismo, a veces el entusiasmo
exacerbado del culteranismo en que se distendía esa
época. ¿O serán tan sólo dos tendencias
en que se debate el ser humano? ¿No serán, en el
fondo, sino dos aspectos cuyo equilibrio cuesta a todo hombre?
Sor Juana y la
Eucaristía, II: El mártir del
sacramento
En su auto
sacramental El mártir del sacramento, San
Hermenegildo, Sor Juana se ocupa también del tema de la
Eucaristía. Como era un misterio teológico muy
discutido, en la loa que acompaña a este auto Sor Juana
coloca a unos estudiantes en plena discusión. En el modo
como relata esa discusión, la monja jerónima
demuestra un notable conocimiento de la forma en que se llevaba la
disputa escolástica. De ésta se tenían
muestras en actos públicos de la —108→
universidad y los colegios, y, por supuesto, en los mismos
libros se seguía ese esquema. Es claro que Sor Juana pudo
conocer esas disputas escolásticas en los libros, pero
también es factible que las haya presenciado, y nos viene a
la memoria la discusión pública que sostuvo en la
corte virreinal con doctores de la universidad, cuando apenas
tenía unos quince años de edad y lució tanto
sus dotes intelectuales.
En efecto, en la
loa es muy vívida y nada libresca la discusión entre
los estudiantes, si bien siguiendo los métodos y
cánones que se encuentran en los manuales de
lógica190.
Tal se ve en los siguientes versos:
Escena
1
Dentro, ruido de ESTUDIANTES; y dicen:
ESTUDIANTE 1
¡Que niego la Mayor,
digo!
ESTUDIANTE 2
¡Y yo digo que la pruebo
y que el supuesto no admito!
ESTUDIANTE 1
¡Yo la consecuencia
niego!
(Salen DOS ESTUDIANTES.)
Pues prosiguiendo en negarla,
de esta manera argumento.
ESTUDIANTE 2
Déjame probarla a
mí,
y luego irás
respondiendo.
ESTUDIANTE 1
Supuesto que...
ESTUDIANTE 2
Ya te he dicho
que no te admito el supuesto,
y así su ilación no
sale.
ESTUDIANTE 1
¿Cómo no, cuando del
Texto
consta, sin la autoridad de
Augustino,
a quien me llego?
ESTUDIANTE 2
¡Si por eso es, mi
opinión
no es parto de mi talento,
sino del grande Tomás!
Escena
II
Sale OTRO
ESTUDIANTE [mayor, y de aspecto grave].
—109→
ESTUDIANTE 3
Que esperéis un poco os
ruego,
y que no tan encendidos
en vuestra opinión, y
tercos,
vayáis librando en las
voces
la fuerza del argumento.
Ésta no es cuestión
de voces
sino lid de los conceptos;
y siendo juez la razón,
que será vencedor,
pienso,
el que más sutil
arguya,
no el que gritare más
recio.
En ninguna parte tanto,
como en las Escuelas, creo
que es el que lo mete a voces
el que tiene más mal
pleito.
(vs.
1-32)
Sor Juana nos
muestra en esos versos que sabe negar la premisa mayor de un
silogismo, y que el oponente la ha de probar, lo cual hace
rechazando el supuesto del proponente. También niega la
consecuencia de todo el argumento que se le ofreció. El
oponente se empecina en mantener su supuesto, y el otro en
rechazarlo. Y, pasando al argumento de autoridad, uno se apoya en
San Agustín y otro en Santo Tomás. Juiciosamente un
tercer estudiante pide que no confundan con la fuerza de los gritos
la fuerza de los argumentos; más aún, dice que en las
lides escolásticas el que más grita es el que suele
llevar la peor parte y la más improbable.
Pero
también se nos descubre otro aspecto del pensamiento de Sor
Juana, a saber, el del hermetismo, que tenía como una de sus
inclinaciones principales la magia natural. Es cierto que este tipo
de magia, a veces entendida en el sentido de ciencia y no en el de
nigromancia, recorre la Edad Media y se manifiesta en algunos
puntos, como en Gerberto de Aurillac o de Auxerre (después
Papa Silvestre II) y en San Alberto Magno, pero no era tan propia
de los escolásticos como lo fue, después, de los
herméticos renacentistas y barrocos191.
Tal vez haya que decir que en los medievales esa magia natural era
más bien lo que no podían comprender por su ciencia
demasiado rudimentaria, y que después comprendería la
ciencia moderna. Lo mismo podría decirse en el caso de los
renacentistas y herméticos; esa magia natural estuvo a veces
vinculada a clérigos piadosos, como en el caso de Kircher y
de su asiduo seguidor, el también jesuita Gaspar Schott. Esta presencia de la
—110→
magia natural en el contexto de Sor Juana se ve en lo que
dice uno de los estudiantes, precisamente el que trata de mediar en
la discusión:
Pues ahora,
ya sabéis que mis
desvelos
a naturaleza apuran
los más ocultos
secretos
de la magia natural,
y que con mis ciencias puedo
fingir, ya en las perspectivas
de la luna de un espejo,
o ya condensando el aire
con los vapores más
térreos;
o ya turbando los ojos,
mostrar aparentes cuerpos.
Y cuando aquesto no pueda,
demos que el entendimiento
con alegóricos entes
hace visibles objetos.
Y eligiendo lo segundo,
si no admitís lo
primero,
os pretendo mostrar...
(vs.
171-188)
Esa magia natural
se vale del espejo, obsesión barroca; usando vapores o,
engañando los ojos, haciendo ver aparentes cuerpos, lo cual
parece tener que ver con la famosa linterna mágica, tan cara
a Kircher. Mas, dejando todo ello, con esos «entes
alegóricos» que serán los personajes del auto
sacramental, se propone dar a conocer el misterio de la
Eucaristía, a través de uno de los santos que
más ha adorado dicho misterio, hasta dar la vida por
él, como lo hizo San Hermenegildo; tal sería el tema
del auto.
Además, en
boca del primer estudiante que discute, Sor Juana pone autoridades
tales como San Agustín, San Bernardo, el cardenal Hugo, que
debe ser Hugo de San Caro, dominico y excelente biblista, y
Pererio, esto es, Benito Pererio, que también era
exégeta de las Sagradas Escrituras192.
Aquí Sor Juana da también un ejemplo de
exégesis literal o histórica y de exégesis
alegórica o espiritual, cuando interpreta el lavatorio de
los pies de los discípulos por parte de Jesús en la
última cena, primero como una costumbre judía y
ritual de hospitalidad, pero también como alegoría de
la confesión y la penitencia, que limpia no el cuerpo, sino
el alma, de los pecados que se han cometido.
—111→
Pues bien, San
Hermenegildo fue el príncipe godo (puesto a gobernar en
Sevilla por su padre) que se convirtió al catolicismo,
abandonando el arrianismo que tenía este pueblo en
España. El arrianismo, la secta del hereje Arrio, negaba la
divinidad de Jesucristo, dejándolo en un hombre de Dios muy
especial, pero no hijo de Dios. Esta herejía fue combatida
por San Atanasio, que proclamaba la divinidad de Jesús. Se
veía de manera singular en el sacramento de la
Eucaristía, que adquiría un significado muy distinto
que el que tenía en el catolicismo. Convertido por San
Leandro de Sevilla, San Hermenegildo y su esposa, Ingunda, adoran
la hostia. Pero Leovigildo, padre del monarca godo, y Recaredo, su
hermano, lo consideran alta traición, y le hacen la guerra.
Vencido Hermenegildo, se le pide que abjure de su catolicismo y de
su devoción a la Eucaristía; y, al no hacerlo, es
martirizado. Pero su padre y su hermano reaccionan y se
arrepienten, al grado de convertirse ellos y todo el reino a la fe
católica.
Hermenegildo se
encuentra en una tienda de campaña, donde duerme y
sueña que unas virtudes lo alientan a luchar por su fe y
otras a deponer las armas. Él mismo trata de explicar su
sueño por el desasosiego que padece, y las palabras que Sor
Juana pone en sus labios para hacerlo revelan que ella emplea la
doctrina aristotélico-escolástica del
sueño193.
En efecto, él mismo explica:
La gravedad del cuidado
que me oprime, y las
contrarias
imaginaciones que
mis discursos embarazan,
son tales, que aun en el
sueño
no dan treguas a mi vaga
confusa imaginación.
Y es que, impresas en el alma
(aunque falten los sentidos),
las especies que guardadas
tiene mi imaginativa,
mientras el cuerpo descansa,
se representan tan vivas,
que lo que es sólo
fantasma
finge tanta corpulencia,
que aun ya despierto, jurara
que oigo a la Misericordia...
(vs.
214-230)
—112→
Las especies son
los vehículos o intermediarios del conocimiento, son las
representaciones que contienen aquello mismo que representan. La
escolástica decía que los entes tienen esencia y
existencia; pues bien, en el conocimiento la esencia de la cosa
pasa a la facultad cognoscitiva del cognoscente con una existencia
intencional o psíquica, distinta de la existencia
física que tiene en la cosa misma. Pero es la cosa presente
en el cognoscente. La especie es el vehículo que guarda ese
contenido cognoscitivo que es la esencia en cuanto conocida. Si el
conocimiento se da en los sentidos, se produce una especie
sensible; si es de la imaginación, se produce una imagen o
fantasma; y si es de la inteligencia, se produce una especie
inteligible o concepto. En los versos de Sor Juana se dice que el
sueño hace revolotear las especies impresas en la mente, ya
sensitivas, ya imaginativas, ya intelectivas. En este caso son las
imaginativas, que operan aun sin la presencia de los sentidos, pues
están en la memoria, como imágenes o
«fantasmas» -según se las llamaba entonces.
Hermenegildo
siente en su propio interior la lucha de las virtudes, que parecen
contrarias entre sí; unas le piden que pelee y otras que se
apacigüe. Hay una reflexión de Sor Juana -en palabras
de él- que dice que las virtudes no tienen oposición
entre ellas y que debe buscarse su armonía:
¿Qué es esto,
ínclitas Virtudes?
Si un vínculo, el que os
enlaza,
es de Caridad, ¿en
mí
cómo parecéis
contrarias?
Si os ayudáis unas a
otras,
¿cómo ahora en
mí batallan
Virtudes contra Virtudes?
Mas, sin duda, es mi
ignorancia
quien a conciliar no acierta
los primores que os engarzan;
pues en el círculo
hermoso
de la Divina Guirnalda,
lo que oposición parece
es lo que más os
hermana;
mas en mí la
discreción
para componernos falta,
dándoos debido lugar.
(vs.
323-339)
—113→
Ésta es una
idea de la filosofía escolástica. No se puede tener
sólo alguna o algunas de las virtudes, ya que forman un
cortejo y se van acompañando unas a otras dentro de cierto
equilibrio armónico. La llave de las virtudes es la
prudencia, que tiene entre otros el cometido de darles esa
armonía que evita el que unas crezcan sin las otras.
Asimismo, Sor Juana nos manifiesta de nuevo su saber
teológico, bien aprendido; menciona que la caridad es el
vínculo que enlaza a todas las virtudes. Y, en verdad, en la
teología cristiana ella es la forma virtutum, esto es, lo más
constitutivo de la vida virtuosa, la clave de bóveda del
edificio de las virtudes, sin la cual se derrumbarían todas.
Un embajador y consejero áulico, Geserico, cuenta a
Hermenegildo la historia de su linaje real. Sus reyes han sido
arrianos, ¿por qué cambiar al catolicismo?
Además, así han tenido unidos a sus
súbditos:
La razón de estado fue
de tus Mayores más
grave,
mantener a los vasallos
en la Religión iguales.
Y ya que en aqueste punto
quieras seguir tu dictamen,
¿qué razón
honesta puedes
hallar para rebelarte
contra aquel de quien el ser
y la fortuna heredaste?
(vs.
547-556)
Llama la
atención la presencia aquí de la famosa
razón de estado, que pusieron en circulación
Maquiavelo y Guicciardini, su seguidor. La
objetaron mucho los pensadores españoles de aquel tiempo:
Quevedo, Gracián, etc.
Y tal vez por eso la pone aquí Sor Juana como la
única razón por la que estaban los godos en esa
facción herética del cristianismo. San Hermenegildo
se debate entre obedecer a su padre, que por medio del embajador le
pide que vuelva al arrianismo, y deje su fe católica, que lo
hace resistir a esa tentación. A resistir le insta su
esposa, Ingunda, que conoce el dilema en el que Hermenegildo se
debate. Acude también San Leandro, el arzobispo de Sevilla,
que le trae un despacho del emperador romano Tiberio, en el cual le
promete ayudarlo con las armas, pero al precio de que entregue como
rehenes a Ingunda y a su hijo Teodorico. Hermenegildo acepta.
Mientras tanto, su padre, que amenaza guerra contra él por
su cambio de religión, recibe de su propia fantasía
la revelación de la historia de los reyes godos que, en
número —114→
de catorce, desfilan ante él recitando sus
principales acciones. Todos ellos se habían distinguido en
punto de religiosidad. Por ello Leovigildo se ve comprometido a
seguir su ejemplo de celo. Llega Geserico, su embajador, y le
comunica que Hermenegildo no quiso obedecer sus órdenes.
Entre otras cosas, Geserico le dice a Leovigildo:
Llegué, en fin, a Sevilla,
que su nombre
solo la explica; y con la
autorizada
comisión de mi oficio, di en
tu nombre
al Rey Hermenegildo la
embajada.
Sin olvidar lo Rey, mostró
ser hombre
la ternura, que tarde
reportada
del alma, cuanto más se
reprimía,
manifestaba aquello que
escondía.
(vs.
1145-1152)
Leovigildo monta
en cólera y da órdenes a su hijo Recaredo de preparar
las cosas para guerrear al hijo apóstata. Recaredo se duele,
pues ama a su hermano Hermenegildo, no menos que a su padre.
Comenta que Tiberio sólo quiere apoderarse de España
so pretexto de ayudar al monarca godo.
Hablan entre
sí las virtudes, acerca de este suceso, encomiando la
entereza de Hermenegildo. Entre las mismas virtudes hay
jerarquía, y unas han de imponerse a las otras. Hablan de
una innegable prioridad que tiene la virtud de la justicia.
Ésta hace que también se dé su lugar a la fe y
a la caridad, pues una de las formas de la justicia es la virtud de
la religión, que hace dar el culto debido a Dios, y por ello
conecta con esas dos virtudes y hace amar a Dios sobre todas las
cosas, inclusive más que a la propia vida, o a la familia,
etc. La Paz da la
definición aristotélico-escolástica de la
Justicia así:
Ahí veréis
que hago bien en no lidiar:
porque (siendo, como es,
la Justicia la Virtud
que siempre da, recto juez,
a cada uno lo que es suyo,
y tú la que más fiel
conoces lo que es Verdad)...
(vs.
1292-1299)
Efectivamente, la
justicia es la virtud que impulsa a dar a cada quien lo suyo.
Entendiendo por este suyo lo que le es debido, sea porque
—115→
se le debe a causa de su necesidad, sea porque se le debe a
causa de su dignidad u otros merecimientos194.
Lo debido es lo que le corresponde a cada quien en el intercambio
(justicia conmutativa), o por parte de la autoridad (justicia
distributivo), o en el ámbito forense (justicia legal); pero
siempre trata de conllevar equidad. Con todo, es una equidad o
igualdad proporcional, según lo que cada quien necesita o
merece, y no una igualdad sin más.
El poderío
bélico de Leovigildo es mayor, y con Recaredo vence a
Hermenegildo. Éste se ve derrotado y clama al cielo no tanto
por su vida, sino porque no sea su padre quien se la quite.
También Recaredo se duele de tener que luchar contra su
propia sangre, pero apresa a su hermano. En el camino, Recaredo
conmina a Hermenegildo a rendir obediencia a su padre:
Pues si de ella te
apartó
de la Religión el celo,
para moverle la guerra
no fue bastante pretexto:
pues la diversidad sola
de ella (cuando no hay exceso
de tiranía) no basta
a dar razón ni derecho
a los rebeldes, y bien
sabes que mi Padre en eso
no ha puesto violencia, pues
ha permitido en sus Reinos
libre el uso de la tuya;
y si tú lo irritas,
temo
que antes con eso la
dañas,
pues lo haces romper el sello
a perseguirla, y mejor
les estará tus intentos
disimular, hasta que
goces el Solio Supremo:
que entonces, ya apoderado,
podrás mejor, con tu
ejemplo,
reducir a los demás.
Nuestro Padre, aunque severo
se muestra, es tu Padre al
fin;
y si tu propio respeto
le tiene armados los brazos,
su amor se los tiene abiertos,
—116→
como de Padre; y en fin,
ya para llegar a ellos
no hay en ti, Hermano,
elección:
pues en lance tan extremo,
cuando el amor no te traiga,
será la llama o el
hierro.
Ven conmigo y no le temas,
que yo librarte prometo
de sus iras, procurando
que te conserve su afecto,
como antes, en los Estados;
pues siendo tú su
Heredero,
será, si a ti te los
quita,
quitárselos a sí
mesmo.
(vs.
1461-1502)
Con todo, San
Hermenegildo sigue firme en el fondo de su ser, fiel a la
religión católica, aunque podría salvar su
vida y aun su reino haciendo caso a Recaredo y fingiendo ante su
padre que acepta ser arriano, sólo para dejar de serlo al
subir al trono e imponer como obligatoria la fe católica.
Por eso, cuando va ante su padre, persiste en su actitud, y
éste lo manda encerrar mientras decide qué hacer con
él. Leovigildo sigue queriendo que Hermenegildo abjure del
catolicismo. Para ello se le dan múltiples argumentos, los
cuales vuelven a ser categoría de falaces y malos. Dice
Leovigildo a la Apostasía:
Estas razones de estado
y estos motivos de afecto,
se frustran si Hermenegildo
en su dictamen protervo
persiste. Ahora, tú
mira,
como docto y como cuerdo,
qué medio hay de
persuadirlo,
pues ves cuánto importa el
medio.
(vs.
1661-1668)
Esta
alusión a la importancia de los medios es referencia a
Maquiavelo, cuya idea de razón de estado vuelve a
mencionarse. Se le adjudica la doctrina de que el fin justifica los
medios, mientras que los escolásticos decían que no,
ya que medios equívocos llevan a fines equívocos, es
decir, son malos moralmente. Sor Juana habla de esto, al mencionar
con sorna la cuestión del medio. En la prisión,
Hermenegildo reflexiona sobre la mudanza de la fortuna mundana.
Ayer era obedecido —117→
por toda Andalucía, y ahora estaba a merced de un
bajo alcaide. Piensa en su esposa y en su hijo; pero se consuela
meditando que todo eso es por su fe, y sus palabras alcanzan un
desprendimiento parecido al de Job, y que Sor Juana dice con
expresiones tomadas de ese libro bíblico. Hermenegildo
habla, igual que Job, a Dios:
Vos mismo me lo disteis;
Vos me lo habéis
quitado.
¡Sed por siempre
alabado,
pues en mí hacer
quisisteis
que tantos bienes juntos
poseyese,
para que qué dejar por Vos
tuviese!
(vs.
1743-1748)
Todo eso le hace
estar en paz y le recuerda la idea de que, aun cuando se perdiera
la dinastía gótica, lo tendría todo en su
santa fe. La apostasía se le presenta, como personaje del
auto sacramental, en la figura de sacerdote arriano y lo tienta
para que abandone sus creencias. Hermenegildo resiste y es ayudado
por la fe, que va encarnada en otro personaje. Otras virtudes
acuden en su apoyo, como la verdad, la justicia, la paz y la
misericordia. El sacerdote arriano (la Apostasía) le dice
que, sin meterse a discutir otros puntos teológicos, reciba
de él la comunión, puesto que coinciden en sostener
la Eucaristía. Hermenegildo le responde que no puede ser
auténtico sacramento el que él le da. Admite que
ambos son cristianos, y que podría aceptar su bautizo; pero
no su eucaristía, ya que no puede reconocer como
válida su ordenación sacerdotal. Y, como no acepta su
comunión, el sacerdote arriano se ofende y pide que se
ejecute la sentencia por no recibir los sacramentos arrianos: el
degüello. Así es llevado a la muerte, y las virtudes
cantan su alabanza por haber preferido el martirio antes que
recibir una falsa eucaristía. Recordando el versículo
del Salmo 85:11, en que se dice que la justicia y la paz se besan,
la Verdad habla:
Y pues Hermenegildo,
de virtudes ejemplo,
nos hizo a todas una,
¡como una nos portemos!
Y puesto que en su muerte
se llegó el feliz
tiempo
en que Misericordia
y yo nos encontremos,
la Paz y la Justicia
—118→
aquel místico beso
se den, que signifique
nuestro vínculo eterno.
(vs.
1921-1932)
Todas vuelven a
cantar la alabanza de San Hermenegildo, que queda como un
mártir de la religión católica, pero
específicamente sacrificado por su fe en el sacramento de la
Eucaristía, que era el objeto del auto sacramental. Es un
mártir de la fe en la Eucaristía, en ese misterio de
amor por el que Jesucristo se entrega al hombre como alimento que
lo robustece contra todas las adversidades y pruebas. Inclusive el
martirio, el dar la vida, es, como el propio Jesús lo
decía a sus discípulos y aludiendo a sí mismo,
la prueba más contundente e irrefutable de amor. Por eso la
Paz proclama:
Y aladas Jerarquías
a venerar el Cuerpo
del Mártir, y a adorar
tan alto Sacramento,
de las Esferas bajen,
todos diciendo
que éste es el mártir
solo
del Sacramento.
(vs.
1949-1956)
Después de
lo cual repiten los coros:
¡Que éste es el
Mártir solo del Sacramento!
¡Llore, llore la Tierra,
y cante, cante el Cielo,
que éste es el Mártir
solo del Sacramento!
(vs.
1957-1962)
Sor Juana logra su
intento de hacer ver al espectador de su auto sacramental un
ejemplo de seguimiento de Jesucristo hasta las últimas
consecuencias. Si Jesucristo había manifestado su amor al
hombre dando la vida por su salvación y quedándose
con él bajo las especies o apariencias del pan y del vino,
quien aceptara creer en él tendría que dar un
testimonio de amor no menor. Y eso es lo que hace San Hermenegildo,
que no escatima dar su vida por aquel que la dio por él. De
esa manera ofrenda su vida por su fe en el sacramento en el que
Jesús se da al ser humano con todo su amor.
—119→
Sor Juana y la
Eucaristía, III: Una prefiguración simbólica
de Cristo, la de José, hijo de Isaac, salvador de su
pueblo
Otra muestra del
saber teológico de Sor Juana es su trabajo sobre un relato
bíblico, El cetro de José. El auto es
llamado «historial», no «sacramental», ya
que se refiere a un relato del libro del Génesis, que es la
historia de José, el hijo de Isaac. Pero también
podría contarse, como lo hacemos, entre los autos
sacramentales, ya que el tema de fondo es la Eucaristía,
pues José salva a su parentela de la muerte, durante una
hambruna, dándoles trigo, esto es dándoles pan, como
es lo que hace Cristo en la Eucaristía, con su nueva
parentela, con su nuevo pueblo, que es la Iglesia. Demos los
elementos imprescindibles para reconstruir someramente una
narración tan conocida. José es el hijo de Isaac y
nieto de Abraham. Es también el penúltimo de doce
hermanos, cabezas u orígenes de las doce tribus de Israel.
José era el preferido de su padre, por lo cual fue envidiado
y odiado de sus hermanos. El colmo llegó cuando José
dio a conocer sus sueños, que después
resultarían proféticos: sus hermanos lo
reverenciarían. Ellos decidieron matarlo y lo llevaron a un
sitio despoblado. Rubén, el mayor, insistió en que
echaran a José a una cisterna vacía, de la cual
pensaba rescatarlo después. Pero Judas195
propuso venderlo como esclavo a unos mercaderes ismaelitas que lo
llevaron a Egipto. Allí trabajó en casa de Putifar,
ministro del faraón. La esposa de Putifar quedó
prendada de él, y, al no ser correspondida en sus
proposiciones, fingió que José la había
querido violar, por lo cual Putifar lo envió a
prisión.
En la
cárcel José supo que el faraón había
tenido unos sueños y que se atormentaba mucho porque sus
aduladores sabios no le daban una interpretación
satisfactoria. José ya era avezado en sueños, pues
desde que estaba en casa de su padre fue celado por sus hermanos a
causa de aquellos sueños que les había contado, y lo
llamaban «el soñador». Pide ir ante el
faraón para resolverle el enigma y revelarle el significado
de esos sueños.
En el primer
sueño del faraón aparecían siete vacas gordas
y después siete vacas flacas que las devoraban. En el
segundo sueño había siete espigas lozanas y luego
siete tan tristes y mustias, que acabaron por hacer que las otras
se marchitaran. José interpretó estos dos
sueños como uno solo, ya que decían lo mismo en
esencia: la sucesión de siete años buenos y siete
malos, lo cual indicaba que en los siete años de bonanza
había que guardar lo suficiente para los siete que
vendrían de —120→
hambre. La interpretación profética satisfizo
al faraón, el cual premió a José
haciéndolo su ministro, a fin de que administrara las
provisiones en el tiempo malo. En ese tiempo malo acudieron los
hermanos de José, a quienes su padre Isaac había
enviado a comprar víveres, pues ellos padecían
también la escasez. José los reconoce con sorpresa, y
manda que los atrapen, con el pretexto de ver si no son
espías. Los interroga y se da cuenta de que en efecto son
ellos, que habían venido y habían dejado al
más pequeño, Benjamín, con su padre. Ellos le
dicen quiénes son, y que habían perdido a su hermano
José, y que tenían a su hermano menor con su padre.
José pide, como prueba, que dejen como rehén a alguno
de ellos y los demás vayan por Benjamín. Fueron y lo
trajeron. Entonces José les reveló quién era,
y ellos se aterrorizaron, pensando que se vengaría de lo que
le hicieron; pero él los perdonó y los abrazó.
Pidió que además trajeran a su padre, y de esa forma
todos se reunieron otra vez.
José es
figura de Cristo, que fue dañado siendo inocente, y lo
único que da es perdón. Ha sido vida para los que
procuraron su muerte; ha sido la salvación para los que
padecían necesidad. De ser víctima se transforma en
salvador; o precisamente por ser víctima se convierte en
salvador. Esto es algo que obviamente está suponiendo Sor
Juana; su pieza teatral implica este simbolismo.
Pero
también José es el hombre de los sueños.
Soñador y descifrador de sueños. Emisor y receptor
adecuado de ensoñaciones. Advertido conocedor de
presentimientos y presagios que surgían de lo profundo del
ser humano, sus miedos y temores; su temblorosa captación de
lo que no alcanza a ver la vigilia racional; su atesorada
luminosidad a veces surgida de lo oscuro del inconsciente,
revelando alegrías y angustias.
Apenas al comenzar
el auto sacramental de Sor Juana, después de que José
es vendido por sus hermanos a los ismaelitas, la Conjetura,
haciendo gala de conocimiento de la lógica y la
argumentación, dice al Lucero, que quiere ponderar la
gravedad de ese crimen:
Eso dirá mejor tu
Conjetura,
pues hija tuya soy y de tu
Ciencia,
y después sacarás la
consecuencia.
(vs.
44-46)
Y el propio Lucero
sigue diciendo:
primicias le dará a la
Conjetura,
para que de uno y otro
antecedente
saque, si no evidente,
—121→
probable conclusión, por ver
si acierto
en el daño, que ya imagino
cierto.
(vs.
96-100)
Por su parte, la
Ciencia asegura:
Y pues tiene retórica
licencia
de fabricar, la Ciencia,
sus entes de razón, y hacer
posible
representarle objeto lo
invisible,
vuelve los ojos hacia el
Paraíso
y verás cómo al barro
quebradizo,
en su culpa infelice,
dice... Pero ya el mismo Dios lo
dice
(vs.
113-120)
Es cuando Sor
Juana aprovecha para presentar un cuadro en el que aparecen la voz
de Dios, Adán y Eva. Se relata el pecado original, a lo cual
el Lucero comenta:
Y añade a ese discurso, que
no alcanzas
el de poner al pie las
asechanzas,
o el carcañal, en que tu luz
me avisa
de cuán distintas cosas
simboliza:
pues la Filosofía,
allá en su ciencia,
por símbolo lo da de la
inocencia;
y por de libertad, el más
temido
jeroglífico ha sido
en Egipto; y también, de la
victoria,
es en otras naciones. ¡Oh
memoria!
(vs.
202-211)
Vemos aquí
un testimonio palpable del aprecio que tenía Sor Juana por
el hermetismo, que se hacía provenir de Egipto, y
después de mencionar la filosofía se habla de los
misteriosos jeroglíficos egipcios, que tienen simbolismo
inagotable. Sigue el Lucero mostrando su saber lógico cuando
dice:
... Pero no lo entiendo,
ni discurrirlo por ahora
quiero,
hasta ver las premisas por
entero;
y pues estas figuras, que he
mostrado,
son del tiempo pasado,
porque saques mejor las
ilaciones
de las que ya sospechas
conclusiones,
queden estos notables, ya
pasados,
para cuando nos sirvan,
asentados.
(vs.
287-295)
—122→
En verdad, no
conviene discurrir precipitadamente sobre una cosa, sin antes ver
con detenimiento las premisas, como se nos aconseja aquí; y
mientras, para sacar mejores conclusiones, con válidas
ilaciones o inferencias, se dejan asentados los notables o
notabilia,
como les decían los escolásticos, esto es, las cosas
que tenían que hacer notar para que procediera mejor la
discusión (praenotamina, praenotanda). Cuando el faraón menciona los
misteriosos sueños que ha tenido, y que está triste y
asustado porque ninguno de sus sabios los ha podido descifrar, al
hablar de que desea el conocimiento cabal de los mismos, usa
términos de la gnoseología escolástica:
Pero de cualquiera modo
que la desgracia conciba,
bien como contingente,
bien ya como precisa,
faltan a la provisión
los medios, pues la noticia
falta también de la
especie
en que vendrá la
desdicha;
y mal puede, quien la ignora,
hacer, por más que se
aflija,
diligencias de estorbarla
ni paciencia de sufrirla.
(vs.
558-569)
La desgracia que
teme le anuncien los sueños puede ser conocida como
contingente, en cuyo caso puede estorbarse, o como precisa, en cuyo
caso nada aprovecha hacer. Pero los medios del conocimiento son
insuficientes: la noticia, que es lo sabido en el conocimiento, y
la especie, que es el medio en el cual y por el cual es conocido
aquello, y ese medio mental o intencional coincide con lo que se
llama también el concepto. Sor Juana aprovecha este ambiente
egipcio para juntar los jeroglíficos con los magos, que
también se decía provenían de ese país,
todo ornamentado con tintes herméticos, ya que Hermes mismo,
el origen de la magia, había surgido de entre sus
pirámides196.
Cuando José descifra los sueños del faraón, el
Lucero pregunta si eso pudo hacerse por medios naturales, a lo que
la Inteligencia le responde:
No, porque a tener premisas,
ya en los aspectos celestes,
ya en los vientos que dominan,
o ya en los temperamentos
—123→
que diferencian los climas,
o en otras ocultas causas,
que aunque nunca comprendidas
son de los hombres, lo es el
efecto que pronostican
[...]
y si hubieran, como he dicho,
precedido estas premisas,
se pudieran alcanzar,
o ya por ciencia adquirida
o por razón natural
o Astrológica pericia,
siendo humana conjetura,
no Revelación Divina,
y entonces yo, mejor que
él,
lo alcanzara, y la noticia
les diera a los Agoreros.
(vs.
732-769)
Es decir, si no
fuera un conocimiento revelado el que tuvo José cuando
descifró los sueños, sino un conocimiento
naturalmente adquirido, la Inteligencia hubiera podido darlo de
manera mejor y más clara a los agoreros del faraón,
que eran sabios y entendidos en esas cosas ocultas. Para evitar
cualquier mal entendimiento, Sor Juana hace bajar a la
Profecía y proclamar:
Ved que del Solio excelso, donde
habita
Majestad Infinita,
al mundo Dios me envía,
pues Su Espíritu soy de
Profecía,
a asistir a Josef, en quien
procura
un bosquejo formar, una figura
del que será en el siglo
venidero
Redentor verdadero...
(vs.
867-874)
De esta forma se
aclara que José prefigura a Cristo, quien también
será salvación para las gentes, pero esta vez para
todas. La Conjetura se refiere al objeto de conocimiento y a la
substancia, y a las locuciones humanas. Y recurriendo a una
estrategia teatral -el teatro dentro del teatro-, Sor Juana
efectúa un salto de discurso, elabora un metadiscurso
teatral, como lo ha hecho en Los empeños de una
casa. Explicando al público, hace decir a la
Conjetura:
—124→
Buscando (vuelvo a decir)
al Lucero vengo, para
darle una nueva feliz,
entre tantas desgraciadas.
Pero él con la
Inteligencia
viene: que como ella es sabia,
siempre en orden me precede
de operación, pues las
causas
y efectos ella primero
discurre, y las
circunstancias;
y luego entro yo, infiriendo,
conforme a lo que me alcanza
a proponer. Ya sin duda
le habrá dicho lo que
pasa;
mas ahora entraré yo,
pues a inferir hago falta.
(vs.
1025-1040)
Una función
muy importante cumple aquí este personaje de la Conjetura,
tanto porque José ha tenido que descifrar sueños,
adivinar y profetizar, como porque en él se conjetura a
Jesús, el Mesías. Sor Juana le hace establecer un
orden muy conforme con el del conocimiento y el del ser: la
inteligencia conoce primero las causas, los efectos, las
circunstancias, y luego la razón lanza sus conjeturas, para
inferir los resultados que habrán de probarse por contraste
con lo que ocurra en realidad. Haciendo esa ostentación de
conocimiento de la lógica y la teoría de la
argumentación de la escolástica, Sor Juana pone en
boca de la misma Conjetura -en discusión con la
Inteligencia- estas palabras:
Tu proposición es que
o José miente, o se
engaña,
pues o ignora, o sabe que
son sus Hermanos. Si alcanza
que lo son, con fingimiento
como a enemigos los trata,
diciendo que son
Espías,
y afirma cosa tan falsa
por tres veces. Y si ignora
que los son, es cosa clara
que padece engaño, pues
que lo son. En que, por ambas
partes arguyendo, infiero
o su culpa o su ignorancia:
—125→
pues si ignora, no es Profeta;
y no es Justo, si lo alcanza.
(vs.
1055-1070)
Sor Juana pone
aquí un célebre dilema, o, como los llamaba su
patrono San Jerónimo -al menos así se lo adjudica la
tradición- un cornuto, esto es, un silogismo con dos
cuernos. Ante él repone la Inteligencia:
Fuerte es tu argumento, porque
es un dilema, que abraza
negación y
afirmación;
mas mi ciencia no se sacia
ni se quieta mi inquietud
sin ver cuál es la
culpada
de las dos.
(vs.
1071-1077)
Efectivamente, se
trata de un dilema en forma, bien puesto, y cuyos cuernos no pueden
romperse para escapar, ya que se han planteado bien y completamente
las alternativas, resultando en cada una de las dos algo que el
contrario no desea conceder ni que le resulte como consecuencia. Y
ya que José salva con el trigo de Egipto la vida de su
familia y su pueblo, se encuentra también en él un
antecedente de la Eucaristía. Así, dice el Lucero,
cuando los doce hermanos de José están a la mesa con
él, en clara alusión a la última cena de
Jesús con sus apóstoles:
¿Qué enigmas, Cielos,
son éstos?
¿Qué otra Mesa?
¿Qué otros Doce
han de ser éstos? ¿Ni
cómo,
si que es Convite propone
que hará la
Sabiduría,
sin mentar otros más
nobles,
manjar sólo nombra el
Pan?
(vs.
1183-1189)
Y da una
explicación metafísica u ontológica de la
Eucaristía, mediante la noción de
transubstanciación, que involucra las de substancia y
accidentes, y otras del hilemorfismo
aristotélico-escolástico. A pesar de que se
veían las cualidades y demás accidentes de pan y de
vino, éstos eran sólo aparentes, pues la substancia
había ya cambiado y era la del cuerpo y la sangre de Cristo.
Sigue diciendo el Lucero:
—126→
Y no que, antes, dice que
el Pan (¡oh, qué
confusiones!)
ha de dejar de ser Pan.
Y si acaso se interpone
la corrupción, para que
otra nueva forma tome,
repudiada la primera,
ya después que se
transforme,
no quedará Pan. Pues
¿cómo
que un Pan de Vida propone?
Dejar de ser Pan, el Pan,
fácil es, si se
corrompe
y admite otra forma: que es
conforme al natural orden
que tiene Naturaleza
en todas sus sucesiones.
¿Pero ser Pan, y no
Pan?
¿Quién estas
contradicciones
podrá concertarme?...
(vs.
1203-1221)
Un poco más
adelante sigue Sor Juana adjudicando a la Conjetura las premisas
con las que tendrá que formarse un juicio, a través
de un silogismo o inferencia197.
Dice el Lucero:
¡Qué Conjetura, si
tiene
sólo el ser que tú le
das,
y ahora tan vanamente
discurres, que no la dejas
que a conjeturar acierte,
y donde la Conjetura
las premisas convenientes
no halla para formar juicio,
al punto se desvanece!
(vs.
1368-1316)
Ahora que ha
hablado de la Inteligencia y de la Ciencia, y con base en ellas,
Sor Juana sabe contraponer la intelección y el raciocinio.
La primera es inmediata, instantánea y reposada, corresponde
a la inteligencia o intelecto, que tiene como propia la simple
aprehensión; el segundo es mediato, discursivo y cansado,
corresponde a la ciencia, que es discursiva. La Inteligencia
asevera:
—127→
Vamos, Lucero, a asistirle;
que quizá sólo con
verle
obrará la aprehensión
simple,
ya que la ciencia no acierte.
(vs.
1397-1400)
Al final del auto,
Jacob besa el cetro de su hijo, ahora príncipe de los
egipcios, un cetro que, para hacer la doble alusión al pan
que los salvó y al pan eucarístico, Sor Juana hace
adornar con una torta de pan en la punta. Jacob pronuncia algunos
versos del cántico litúrgico Rorate coeli desuper y, como
en un adviento, se dirige a Cristo, del que dice:
a Quien yo adoro, y a Quien
(en el Espíritu) miro
en tu Vara figurado,
no sólo en mi Carne
unido
con Hipostática
Unión,
mas en el velo escondido
de esa insignia que, en tu
Cetro,
de tu providencia indicio
ha sido. Pues, como siempre
por costumbre se ha tenido,
en Egipto y otras partes,
que de la hazaña en que ha
sido
el Héroe más
señalado,
jeroglífico esculpido
traiga, en que a todos declare
las hazañas que antes
hizo;
y como la tuya fue
haber socorrido a Egipto
con el Trigo, te pusieron
la empresa también en
Trigo
en el fastigio del Cetro,
que adoro por sacro Tipo
del más alto Sacramento
que los venideros siglos
adorarán, y por quien
el Vaso dirá Elegido,
de mí hablando, que
«muriendo
en la fe, adoré el
fastigio
de tu Vara», adonde veo
tanto Misterio escondido.
(vs.
1549-1578)
—128→
Después de
esta revelación, la Inteligencia queda vencida; por eso el
personaje que en el auto la representa exclama:
Ya yo vencida
respecto de lo que he visto,
siendo el Abismo mi
cárcel,
juzgo mi centro el Abismo.
Para mí no habrá
descanso;
pues siempre me martirizo,
si con lo que miro,
aquí,
allá con lo que imagino
(vs.
1588-1595)
No deja de verse
un cierto matiz de ese escepticismo con respecto a la inteligencia
que Sor Juana pone en varios de sus versos. Por último, en
palabras de Profecía, la monja jerónima luce su
erudición y registra a un misterioso rabino:
(Pero por si algún
curioso
quiere averiguar prolijo
la erudición, en lo que
del Cetro dejamos dicho,
sobre el Génesis,
Rabí
Moisés nos lo dejó
escrito,
citando el lugar de Pablo
sobre «adorar el
fastigio»)...
(vs.
1622-1629)
Eso nos da muestra
de la erudición no común que poseía Sor Juana
en filosofía, teología y hasta en la exégesis
bíblica. Hacía en sus poemas interpretaciones muy
sencillas pero muy adecuadas de los textos de la Sagrada Escritura,
llenas de unción espiritual y muy racionalmente elaboradas.
Por lo demás, la presencia, en este auto, de la
filosofía escolástica y la filosofía
hermética nos muestran en pleno el barroquismo de Sor Juana.
De alguna manera el Barroco trata de conjuntar el aristotelismo y
el platonismo (o neoplatonismo, porque ya es un híbrido muy
especial). El aristotelismo había triunfado en la Edad
Media, y el platonismo vuelve por sus fueros en el Renacimiento,
muy mezclado con otras cosas, sobre todo con hermetismo. Tal vez
éste sirvió de cauce para que volviera dicho
platonismo. En el Barroco se conjuntan y como que tratan de
convivir ambas corrientes, tal como apreciamos en este auto
sacramental de Sor Juana. Se manifiestan varios temas
aristotélicos o escolásticos, pero también, de
alguna manera —129→
aprovechando el ambiente egipcio, se nos muestran rasgos del
hermetismo, que era de fondo platónico o
neoplatónico, aureolado con la pretendida procedencia de
Hermes Trismegisto, deidad del antiguo Egipto. Tales son la
dialéctica y pugna de corrientes de pensamiento que se dan
en el Barroco. No entraremos aquí a precisar qué
tanto de armoniosa convivencia se dio en el encuentro de estas
corrientes, si una de ellas predominaba sobre la otra, o si se
fusionaron de manera perfecta, ni si lo hicieron con demasiado
eclecticismo, de modo que fuera más bien un irenismo o un
sincretismo mal estructurado. Lo cierto es que el propio
pensamiento de la contrarreforma, el jesuítico, barroco por
excelencia, tuvo este sincretismo de manera muy fuerte, y eso
marcaba lo que era propio del modo de pensar del Barroco.
Balance
Por todo lo
anterior, vemos que, en efecto, Sor Juana Inés de la Cruz
tuvo un conocimiento nada despreciable de la filosofía y la
teología escolásticas. También hemos visto que
al llevar a sus conocimientos a una expresión poética
les da una mayor fuerza connotativa. Adquieren un gran poder de
evocación imaginativa que los hace llegar a un
público muy amplio por la energía dramática
con que son transmitidos, vehiculados. De Sor Juana reciben una
presencia semántica y, sobre todo, pragmática que los
vuelve más vívidos.
Con eso, nos hace
ver muy a las claras esa actitud del Barroco de conjuntar lo
conceptual con lo imaginativo y lo simbólico, como si lo
simbólico, lejos de distraer de lo conceptual, o de
disminuir su contenido, lo ayudara a una mejor recepción por
parte del destinatario, sobre todo tratándose del pueblo.
Tal parece que ese pensamiento barroco, a veces culterano, a veces
conceptista -pero sobre todo el primero, a semejanza de don Luis de
Góngora-, se complace en el revestimiento
«carnal» de las ideas, es decir, literario, en su
expresión estética, en su encarnación en
formas bellas. De esta suerte se quería dotar con una fuerza
mayor a la recepción de las ideas, a diferencia de lo que
realizó la modernidad, que poco hizo intervenir a la
poética -y aun a la retórica, si exceptuamos a
Pascal- en sus reflexiones. Con ello tenemos en Sor Juana un
representante de este simbolismo conceptual en el que se fusionaban
poesía y conocimiento. Singular escolástica barroca
la de la escritora novohispana, que en sus autos sacramentales e
—130→
históricos da cátedra de filosofía y
teología en la que los conocimientos se adornan con la
belleza de su poesía.
El saber
teológico y el filosófico de Sor Juana, por cuanto
podemos ver en sus autos sacramentales, son muy notables. El tema
sacramental en las tres piezas es en el fondo el de la
Eucaristía, pues en El divino Narciso se alude a
que Cristo se quedó con el hombre bajo las apariencias de
pan para hacerle compañía; en El mártir
del Sacramento se hace referencia a San Hermenegildo, que, al
comprender el misterio de amor que se encierra en el pan
consagrado, entregó su vida por Cristo; y en El cetro de
José, los hermanos de este personaje son salvados con
el trigo -es decir, con el pan- que éste les consigue en
Egipto, donde había sido esclavizado por culpa de ellos,
antes de llegar a ministro del faraón. Pero estas
presentaciones del tema sacramental van acompañadas de una
cristología muy consistente, según se aprecia en su
tratamiento de la unión hipostática, en la primera de
esas obras; en su ataque de la herejía arriana, como se ve
en la segunda; y en su exposición de la misión
redentora de Cristo, tal como se contempla prefigurado en
José, de acuerdo con lo que transmite la tercera.
Tanto la
cristología como la teología sacramental -en el punto
de la Eucaristía- llevan como acompañamiento muchas
nociones de metafísica muy complicadas y arduas, sin las
cuales no puede entenderse la unión hipostática en
Jesucristo ni la transubstanciación en el pan y en el vino.
Sin llegar a exponerlas de manera directa, lo cual no se
podría hacer en esas obras teatrales, Sor Juana deja
entrever su competencia nada usual en esas materias. Claro que
estamos haciendo una aplicación o extensión, ya que
Sor Juana no era un clérigo, ni mucho menos un
teólogo, que por oficio tenía la obligación de
entender lo mejor posible esas cuestiones. Más bien, en el
recogimiento de su celda, en soledad y sin maestro, aprendió
como pudo ciertos temas difíciles y que requieren de alguien
que los explique. No en balde se queja de que no tuvo a la mano un
maestro que la llevara como de la mano por esos caminos tan
ásperos. Con todo, a pesar de esa doblada dificultad, Sor
Juana llegó a ser no sólo una monja bien preparada y
culta, como ya había habido en otros tiempos, por ejemplo
aquella pléyade de monjas germanas o nórdicas
(Hedwigis o Eduviges, la abadesa Gerberga, Hrosvita de Gandersheim,
y otras), sino que alcanzó una erudición notable de
esos temas. Estuvo a la altura de esas grandes mujeres que tuvieron
—131→
igualmente que estudiar por su cuenta y que, sin embargo,
adelantaron mucho en ese camino del saber teológico.
Por lo que hace
concretamente a la dimensión filosófica, si bien no
era Sor Juana filósofa de oficio ni profesora de
filosofía, supo adquirir un apreciable conjunto de
conocimientos pertenecientes a dicha disciplina, y, sobre todo,
plasmarlos en esa enseñanza al público que se daba a
través de las obras teatrales. Y, al igual que en la
teología, tuvo que hacerse maestra del pueblo, con una
enseñanza indirecta, la que le permitían sus autos
sacramentales, para hacer llegar a las gentes las ideas que
sembraba entre sus versos.
Todo ello
fructificó, y así vemos a Sor Juana convertida en una
transmisora de la cultura, por medio de su dramaturgia, como
habían hecho ya tantos célebres escritores, de la
talla de Calderón, Alarcón y Lope, y de muchos otros.
La relación de Sor Juana con la filosofía y la
teología fue de un profundo estudio y de una gran
difusión entre el pueblo, pero no como tratadista, dominio
que pertenecía sobre todo a los profesores de la universidad
o de los numerosos colegios que tenían las órdenes
religiosas. No fue, pues, una filósofa o teóloga en
el sentido estricto de estos vocablos, pero lo fue en otro sentido
no menos digno e indispensable: el de la enseñanza masiva,
el de la difusión. Así como grandes filósofos
-desde Parménides, pasando por Séneca, y hasta llegar
recientemente a Russell o a Sartre- no desdeñaron ofrecerse
a los grandes públicos mediante el teatro, la novela o la
poesía, de la misma manera lo hizo Sor Juana. No
escribió sesudos tratados de invención o de
polémica, sino que se dio a la difícil labor de
divulgar generosamente lo que con tanto esfuerzo había
aprendido, y empleó como medio de difusión lo que
tenía a su alcance: el teatro. En este arte colaboró
con la gracia y facilidad que ella misma ingenua y candorosamente
confiesa que tenía para casi hablar en verso. Pero sobre
todo se alcanza a ver algo mucho más hondo y radical; que es
la profundidad del espíritu de Sor Juana, su genio para
captar los principios filosóficos y para penetrar los
misterios teológicos, sin el cual no hubiera sido posible
que los transmitiera como lo hizo.