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11

(H). En una palabra, para los católicos, el primer problema de toda ciencia puede formularse con estas palabras:

vetera novis augere atque perficere.

Eso mismo quieren expresar nuestros payeses cuando dicen:

posar vi novell adins de botes velles.

Escribe el célebre dominico P. Arintero:

«El nuevo vino de las ideas modernas reclama nuevas vasijas; las antiguas no podrían contenerlo; se romperían y lo viciarían.» (Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia; libro IV, pág. 369).

 

12

(I). Tocante al armonismo (o tendencia de conciliación platónico-aristotélica) en las obras de Fouillée, Zeller, Tiberghien y Lange, véase mi obra El Sistema Científico Luliano, cap. 18, pág. 39 y siguientes.

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Tocante al armonismo en las obras de Dubois, Trendelenburg y Mercier, véase la misma obra cap. 28, pág. 103 y siguientes.

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Del señor Menéndez y Pelayo podemos ofrecer, entre muchísimos otros, los siguientes pasajes:

«A algunos les asombra que se hable de conciliación entre Platón y Aristóteles, como si no fuera idéntico al mío el unánime sentir de la crítica moderna, que, estudiando estos filósofos derechamente en su lengua y en sus textos depurados y aquilatados por la ciencia filológica, ha venido a resolver muchas de esas oposiciones aparentes, y a mostrar que el sistema ideológico y cosmológico de Aristóteles, en vez de ser una contradicción respecto del de su Maestro, no es sino un desarrollo parcial e incompleto del mismo...

Y que la contradicción no debe ser tan radical como se supone, bien lo prueba la Escolástica misma, que, con ser filosofía predominantemente aristotélica, encierra un elemento platónico muy poderoso y muy esencial, que no disuena ni riñe con los principios del Estagirita.

No hay que pararse en la corteza: Aristóteles, que tanto maltrata a Platón, es quien más le explota.

... sin conocer antes a Platón, no se comprendería ni poco ni mucho la doctrina de Aristóteles (del verdadero Aristóteles hablo).

Aristóteles es un platónico rebelde, pero nunca niega la escuela de donde viene. (La Ciencia Española; tomo III, págs. (60 y 61).

El Sr. Menéndez y Pelayo entiende por el verdadero Aristóteles, no el tradicional, el que leía Santo Tomás de Aquino, el que se leía en las escuelas medievales, debido a las versiones infieles de Guillermo de Moerbeka, sino al que hoy leemos en su fuente pura y en sus textos más acrisolados.

«Pues no hay mediano alumno de Universidad en Inglaterra o en Alemania -dice- que no pueda hoy... tener un conocimiento más directo y seguro de Aristóteles y de Platón, que el que alcanzaban los doctores escolásticos.» (Lugar citado; pág. 62).

De la misma materia habla también en las págs. 85 y 90, obra citada; y en otros de sus libros demuestra que Santo Tomás de Aquino, no solamente dejó de poseer los textos puros y acrisolados de Platón, sino que además desconocía aquella su época algunas de las obras del fundador de la Academia, que precisamente resultan ser las más necesarias para conocer la teoría de las ideas arquetipas, tan combatida por el Angélico Doctor.

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Por lo demás, es de advertir que hoy día hasta los tomistas y aun dominicos, algunos a lo menos, no tienen por imposible la concordia platónico-aristotélica. Véase al P. Fr. Joaquín Fonseca en su folleto Contestación de un Tomista a un Filósofo del Renacimiento; pág. 43.

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Ahora, nosotros.

Para los escolásticos, Platón y Aristóteles eran a modo de dos gallos ingleses envueltos en continua pelea.

En esto precisamente consistió -según nuestro humilde parecer- esto es, en la creencia de que Platón y Aristóteles eran irreductibles, inconciliables, el que la Filosofía escolástica no progresara después de Santo Tomás de Aquino.

De haber tomado entonces esa orientación (es decir, la concordia platónico-aristotélica) no decayera como decayó en los siglos XIV y XV; y se hubiera asimilado todo lo bueno que nos trajo el Renacimiento, sobre todo después de la caída de Constantinopla; y los espíritus sanos y rectos, amigos empero de las nuevas ideas, como nuestro Luis Vives y el sevillano Fox Morcillo, no se hubieran separado de ella, es decir, de la Filosofía escolástica; y así, finalmente, no hubiera sido objeto de muchísimas de las diatribas que en aquella época se le echaron encima, ganando en ello no sólo la Ciencia sino además la Religión.

La culpa fue de todos: de los de la izquierda y de los de la derecha.

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L' abbé Peillaube y el Problema del Conocimiento.

A principios del próximo pasado año, l'abbé Peillaube, profesor de Psicología en el Instituto Católico de París, propuso desde la meritísima Revue de Philosophie un Programa de estudios para la solución integral del problema del conocimiento.

Dice ser ésta una cuestión urgentísima y actualísima.

Y pide el concurso de todos los filósofos, sin distinción de escuelas, porque todas sienten igualmente la necesidad de solucionar aquel problema central del cual depende la orientación de todos los demás problemas.

Ese llamamiento o carta de convite llena un verdadero folleto y constituye una obra maestra de orientación filosófica.

Sería de desear que se divulgara por nuestros Seminarios Tridentinos. ¿Cómo no, si hasta en los Seminarios -naturalmente tradicionalistas- se siente la necesidad de completar y perfeccionar la teoría del conocimiento de Aristóteles y Santo Tomás?

He aquí algunas palabras del abbé E. Peillaube:

Programme d'études pour le problème de la Connaissance.

La Revue de Philosophie propose a ses lecteurs et collaborateurs de mettre a l' ordre du jour de ses études le Problème de la Connaissance...

C' est sur ce problème central, dont la solution interésse et oriente tous les autres problèmes, qu'elle désire particulièrement concentrer ses efforts, tout en continuant a accueillir des articles sur des points isoles de philosophie et d'histoire de la philosophie...

Les questions concernant l'objectivité des sensationes et des idees, la valeur des premiers principes et de la raison, la nature de la certitude et la definition de la vérité, en un mot, la critique de la connaissance humaine, furent de tout temps, sous des noms divers, les questions les plus actuelles et les plus agitées...

Le problème de la connaissance a changé d'aspect avec Descartes et surtout avec les pères du criticisme Hume et Kant. Mais son interêt n'a fait que s'accroitre avec sa complexité, et il se pase pour nous, à l'heure actuelle, sous une de formes les plus aigues.

Nos hallamos, de consiguiente, en plena crítica del humano conocimiento.

No nos satisface la sola doctrina aristotélico-tomista acerca

a) la objetividad de las sensaciones e ideas;

) el valor de los primeros principios y de la razón;

c) la naturaleza de la certeza;

d) la definición de la verdad.

Los sabios modernos van en busca de la solución de todos esos problemas; quieren completar y perfeccionar las teorías de Aristóteles y Santo Tomás.

Y ¿cuál es nuestra humilde opinión sobre el particular?

-Nosotros proponemos humildemente (pero confiadamente, y por lo mismo insistentemente) la concordia platónico-aristotélica tal como la hallamos en las obras del Beato Raimundo Lulio.

Por ello levantamos del suelo, donde por desgracia yacía (y con el brío y tesón de todos conocido), la bandera del Lulismo.

Porque las obras del Beato Lulio tratan de una cuestión que resulta ser la urgentísima y actualísima de nuestros tiempos. Ésta es la razón de nuestro Lulismo.

Hemos de marchar con el siglo; no vivir divorciados de él.

 

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(J). Sí, el problema de la armonía entre Platón y Aristóteles se impone, y se impone con una fuerza irresistible.

Yo creo humildemente que las modernas orientaciones de que os hablo son providenciales; yo creo que, de seguir ahora los pensadores católicos esas tendencias, va a dar un gran paso, un paso de gigante hacia el progreso, la filosofía de Santo Tomás de Aquino; yo creo humilde y sinceramente que si Lovaina soluciona el problema llamado armónico, su nombre y su gloria llenarán, no solamente todo el siglo que ahora comenzamos, sino que la Escuela Neo-Tomista vivirá exclusivamente por espacio de tres siglos a lo menos, pues bien podemos asegurar que será necesario todo ese lapso de tiempo para sacar todas las consecuencias de la mentada conciliación o armonía entre Platón y Aristóteles.

Los que saben cuán pronto envejecen los sistemas filosóficos -aun los más sólidos- apreciarán sin dificultad cuán grande sería la gloria de Lovaina que es dable columbrar por mis palabras. El mismísimo Sol brillaría sobre la frente de la Escuela Neo-Tomista.

Es más, hermanos míos; si no damos nosotros, los católicos, aquella solución, la buscarán y la darán al fin los racionalistas. Y, entonces, ¿qué sucederá? Que nosotros, los católicos, tendremos que pedirles prestado a ellos.

¡Vale más que sea nuestra por la fuerza de nuestro brazo! ¡Por derecho de conquista!

Vivir de prestado es siempre ignominioso para aquel que puede vivir de lo propio.

Adelante, pues, hermanos míos; marchemos todos, todos los que de filósofos os preciéis, a la conquista de la solución del problema armónico, del problema de la conciliación entre Platón y Aristóteles.

 

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(K). La Teología Luliana, en su tratado De Deo uno, distingue en la Divinidad tres clases de atributos:

a) absolutos, tales como Bondad, Grandeza, Eternidad, Poder, Sabiduría, Voluntad, Virtud, Verdad, Gloria, etc.;

) relativos «ad intra»; tales como Diferencia, Concordancia, Principio, Medio, Fin, Igualdad;

c) y relativos «ad extra»; tales como Creador, Redentor, Señor, Glorificador, etc.

 

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(L). Más claro, si cabe.

Todos sabéis, que las ciencias tienen dos órdenes de verdades: unas son verdades particulares y contingentes; otras son verdades universales y necesarias.

Ejemplo: en la Ciencia del Derecho, el derecho positivo de tal o cual nación constituye el orden de verdades particulares y contingentes; mas el Derecho Natural constituye el orden de verdades universales y necesarias.

En la Medicina, la casuística, o sea, la aplicación de tal o cual medicina -aun tratándose de la misma enfermedad- según sea el sexo, edad, condición y demás circunstancias particulares y contingentes del individuo A, B, C, constituye el orden de verdades particulares y contingentes; mas los principios universales y necesarios por los que se rigen la salud y la enfermedad, prescindiendo del individuo A, B, C, o, si se quiere, la Filosofía de la Medicina, constituye el orden de verdades universales y necesarias.

Lo mismo podríamos decir de otras ciencias.

Ahora bien, enseña el Angélico: las verdades universales y necesarias (que son las propiamente científicas) son las que pueden ser conocidas mediante las Eternas Razones. Las verdades particulares y contingentes, no.

En segundo lugar, pregunta el Angélico: ¿leemos la ciencia, inmediata e intuitivamente, o sea, objetivamente, en las Razones Eternas? -No; responde.

Tiene razón. Claro que no. Pues entonces caeríamos en el Ontologismo de Malebranche y el Cardenal Gerdil.

¿De qué nos sirven, pues, dichas Eternas Razones? -Nos sirven de medio, nos sirven de causa, para conocer las verdades científicas.

In rationibus aeternis anima non cognoscit omnia, objectivè in praesenti statu, sed causaliter.

Adquirimos la ciencia por una participación, en nuestro entendimiento, de las referidas Eternas Razones o Atributos de la Divinidad.

Cuál sea esa participación, lo apunta solamente el Angélico Doctor; San Agustín da más detalles sobre ello; pero el Beato Raimundo Lulio agota la materia.

¿Practicó el Doctor Aquinatense el procedimiento lógico e ideológico de Platón y San Agustín? -No.

Pero admitió su legitimidad. Y lo que él no hizo, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? O, mejor dicho, lo que él comenzó, ¿por qué no continuarlo nosotros?

No, hermanos míos, no; la doctrina tomista no es antitética (cuando menos en sus principios) a la doctrina de San Agustín. Lo han dicho no pocos Papas y Concilios.

El papa Urbano V, en la Bula dirigida en 1368 al Arzobispo y a la Universidad de Toulouse, escribe que Tomás de Aquino, siguiendo las huellas de San Agustín, enriqueció la Iglesia con muchísimas obras llenas de doctrina y de erudición: ac Beati Augustuni vestigia insequens Ecclesiam eamdem doctrinis et scientiis quamplurimis adornavit.

Por no ser antitéticas a la doctrina de San Agustín las obras de Santo Tomas, Alejandro VII exhorta a los Doctores de la Universidad de Lovaina a seguir siempre los inconcusos y segurísimos principios de San Agustín y Santo Tomás... nec non praeclarissimorum Ecclesiae catholicae Doctorum Augustini et Thomae Aquinatis inconcussa tutissimaque dogmata sequi semper, ut asseritis, ac impense reverere velitis.

El dominico Touron, en el capítulo V del tomo II de su Vida de Santo Tomás de Aquino, diserta largamente acerca la Conformidad de la doctrina de Santo Tomás con la de San Agustín.

Lo mismo sintieron y claramente expresaron el Cardenal Aguirre y Bossuet.

¿Y quién no conoce las célebres palabras del Cardenal Noris, sobradamente conocido y tenido por versadísimo en la lectura de San Agustín? Repitámoslas para que nadie las olvide: Ad Augustinum non iri tuto nisi per Thomam.

La Universidad de Salamanca obligaba a sus graduados a seguir fielmente la doctrina de San Agustín y de Santo Tomás, por ser hermanos gemelos estos Doctores.

Ahora bien; ¿en qué consiste substancialmente la doctrina de San Agustín?

No lo digo yo: es el libro de texto de la clase de Filosofía de este Seminario Conciliar de Urgel, quien lo dice por mí. Es el Cardenal Zigliara quien dice que el Sistema Científico de San Agustín consiste en el Ascenso aristotélico y el Descenso de Platón: el Ascenso mediante los sentidos y el entendimiento, y el Descenso mediante los atributos de la Divinidad. Es el Cardenal Zigliara quien afirma que el Sistema Científico de San Agustín consiste, en último resultado, en la conciliación y armonía de Platón con Aristóteles. Hinc, iuxta Sanctum Augustinum, ex creaturis per ordinem ASCENSIVUM pervenimus scientifice ad Deum; et ex Deo (esto es, mediante los divinos Atributos) per ordinem DESCENSIVUM metimur creaturas. (Theologia Naturalis; lib. I, cap. I, art. I, núm. 7).

 

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(M). El artículo V de aquella cuestión de la Suma debe servirnos de punto de partida; y en otras muchísimas partes de las obras del Angélico encontraremos datos apreciabilísimos y no pocas orientaciones para el desarrollo del problema hasta llegar a su integral solución.

(En la segunda parte del presente Folleto estudiamos varios pasajes del Santo).

Lo que importa sobremanera es estudiar y escudriñar las obras del Angélico, es decir, todos los pasajes -que son innumerables- relativos a la cuestión que nos ocupa, los cuales hállanse aún en estado de virginidad, pues nadie los ha comentado a la luz que irradian las modernas orientaciones.

Las obras del Aquinatense han sido en todo tiempo, y para todas las cuestiones que se han presentado, un venero inagotable de luz, de sabiduría y de ciencia; y lo serán igualmente en nuestros días -no lo dudéis- para el problema filosófico actual.

Con ello lograremos que viva aún entre nosotros el Angélico Santo Tomás de Aquino; con ello nos será dado obtener que sus doctrinas sean todavía actuales; alcanzaremos que nos sirvan para las exigencias y necesidades del presente; les reconoceremos el derecho de beligerancia para intervenir en las luchas de hoy. Y quien interviene en las luchas de hoy, prepara y establece los problemas del porvenir.

Ello constituirá, además, para la novísima escuela filosófica anticristiana, es decir, para los Pragmatistas, la prueba concluyente y apodíctica de aquello de que nosotros estamos ya convencidos y ellos todavía rehúsan admitir: ello demostrará al Pragmatismo que la Filosofía tomista es verdadera.

El vivir -dicen ellos- es el argumento de la verdad; la verdad equivale a la vida y viceversa; de donde infieren que los sistemas filosóficos que viven son verdaderos, pues de lo contrario -añaden- no vivirían.

Dice Pío X en la encíclica Pascendi dominici gregis:

Vivere autem modernistis argumentum veritatis est: veritatem enim et vitam promiscue habent. Ex quo inferre denuo licebit, religiones omnes, quotquot extant, veras esse, nam secus non viverent.

 

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(N). El Descenso del entendimiento (cuya teoría sembró Platón y desarrolló algún tanto San Agustín, alcanzando únicamente su complemento y perfección en el Beato Lulio), es un procedimiento ideológico y lógico tan natural y verdadero y práctico como el Ascenso enseñado por Aristóteles y seguido por Santo Tomás.

Siendo esto así, como realmente es, ¿no lo admitiría, cuando menos en principio (pues los tiempos no exigían más) el Doctor Angélico? ¿Estaría, por ventura, en ello nuestro Santo divorciado de la Naturaleza?

Su espíritu, observador diligentísimo de la naturaleza racional, -más aún que de la naturaleza física- no se lo hubiera permitido.

Muy pronto explicaremos en qué consiste el Descenso del entendimiento, y por ello nos será dado apreciar la naturalidad de ese procedimiento: es realmente connatural al hombre; éste lo aplica y practica constantemente por manera inconsciente.

Además, ¿quién puede negar que fuera nuestro Santo respetuoso con San Agustín, y, más que respetuoso, verdadero seguidor de sus doctrinas? Leed, si no, la obra hermosísima de Touron, ya citada, donde hallaréis las pruebas convincentes de esto, si es que no estáis satisfechos con las palabras de los Concilios, Papas y otros escritores autorizados que confiesan lo mismo. Y que el Doctor de la Gracia admitiera y practicara el Descenso intelectual, punto es éste del cual ya nadie duda, después de las razones aducidas por los antiguos y modernos lulistas.

No extrañéis, pues, que en la dicha cuestión de la Suma Teológica reconociera Santo Tomás la legitimidad del Descenso platónico agustiniano.

Por último; ¿podía no obrar así el Doctor Común -Doctor Communis-, el filósofo que tenía por norma y criterio aceptar, cuando menos, las tesis fundamentales -o el substratum- de las escuelas filosóficas que militaban en el Catolicismo, mientras en ella hubiese Padres y Doctores de la Iglesia?

De lo contrario, hubiera dado un mentís rotundo, colosal, a San Agustín y a otros Padres y Doctores de la Iglesia, y, en ellos, a la mitad casi de los filósofos de su tiempo, y aun de todas las épocas, pues sabida cosa es que el Platonismo -sobre todo después de haber sido cristianizado por San Agustín- ha contado siempre numerosos discípulos que en nada ceden a los de Aristóteles. Y esto hubiera repugnado al temple intelectual del Ángel de las Escuelas.

No preguntéis ahora, hermanos míos, por qué, admitida la legitimidad del Descenso, no practicó jamás, de una manera consciente y metódica, este procedimiento lógico e ideológico, sino tan sólo el Ascenso del Estagirita.

En el estudio de su espíritu hallaréis la respuesta. Atento su espíritu, mucho más a las necesidades de la Religión y a las tendencias de la época, que al progreso filosófico en sí mismo; es decir, espíritu naturalista, positivista, realista, ante todo, desarrolló, completó, perfeccionó y aplicó tan sólo el Ascenso del entendimiento, porque se lo pedían de consuno Dios y su siglo.

Empero, no sin antes confesar que, en lo substancial, era también lógico y verdadero el Descenso intelectual de Platón interpretado cristianamente por San Agustín.

Hemos puesto en un párrafo anterior las palabras de una manera consciente y metódica, porque, siendo el Descenso intelectual un procedimiento ideológico y lógico connatural al hombre (tan connatural como el mismo Ascenso), clara cosa es que todos lo aplicamos y practicamos innumerables veces, o, mejor, a cada paso. Es decir, lo mismo que acontece con el Ascenso.

Por lo que el Doctor Angélico aplicó también y practicó el Descenso del entendimiento.

Y, con él, otros Doctores de la Escolástica aristotélica; según es de ver en los antiguos y modernos lulistas, quienes lo evidencian con las obras del Angélico y demás Doctores en la mano.

(Véase nuestra obra El Sistema Científico Luliano, cap. 43, pág. 320 y siguientes).

-Pero, una cosa es aplicar el Descenso intelectual de una manera consciente y metódica, y otra muy distinta aplicarlo y practicarlo inconscientemente, ya que es naturalísimo desconocer la teoría y práctica metodizada de dicho procedimiento ideológico y lógico.

Lo primero no lo hizo Santo Tomás, por no haberse internado nunca (por las razones alegadas) en el estudio directo e intenso de esa nueva Ontología, Ideología y Lógica.

Lo segundo lo hacemos, sí, todos, absolutamente todos, sabios e ignorantes, y, claro está, lo hizo también Santo Tomás de Aquino.

¿Cómo no, si ese Descenso es connatural a nuestro entendimiento? La misma luz natural, que para nuestra dirección nos imprimió el Supremo Artífice, manifiesta a todos, sabios e ignorantes, dicho Descenso; y lo manifiesta sin ningún estudio particular, y nos encamina a que nuestra racionalidad lo practique y use en sus discursos.

Así hablan todos los lulistas, antiguos y modernos. Véase al Reverendísimo Pascual, abad del Císter.

 

18

(O). Lean con atención y mediten largamente nuestros Seminaristas las siguientes palabras de Ollé-Laprune:

«Con un siglo que avanza mucho, procuremos avanzar también; pero si él va torcido tratemos de ir derechos... Lo pasado no vuelve a repetirse... Pero cuando lo pasado es agradable, bello y fuerte, contiene gérmenes de inmortalidad.

Y los nuevos tiempos van a buscar esos gérmenes, y la vida allí latente se despierta al tacto de la inteligencia, y se hacen grandes cosas inspiradas por lo pasado; porque lo presente le pide, no la forma muerta, sino el espíritu que la animaba.

La humanidad no rompe con lo pasado sino bajo el influjo de una pasión violenta.

Su instinto la lleva más bien a relacionarse con ello; mas no para reeditarlo, sino para realizar, con ayuda de lo que fue fuerza viva ypuede volver a serlo, la obra apropiada a las necesidades presentes.

De ahí ese doble deseo de volver a la escuela de los antiguos maestros, y de hacer otra cosa que ellos.

Santo Tomás en su tiempo resumió lo pasado y lo hizo revivir: en él está toda la tradición; y sin embargo, o más bien por eso mismo, su obra es franca y resueltamente nueva.

Responde a una nueva situación y a nuevas necesidades.

De él sus actuales discípulos, haciendo como él, aprenderán a hacer otra cosa que él.

No se contentarán simplemente con reproducirle: no conservarán por entero aquellas teorías que él mismo sería hoy el primero en abandonar o modificar; ni aun donde él más sobresalió se contentarán con repetirlo.

Tomarán sobre todo su espíritu; y el espíritu es actividad y vida», (Vitalité, pág. 83. -Apud Arintero).

«Soy tomista de convicción y afecto, exclamaba enérgicamente, al empezar sus notables Conferencias sobre el Modernismo, nuestro sabio compañero, el R. P. Matías. -Pero Santo Tomás es un espíritu que no exprimen sus discípulos; ni aun los tan ilustres como Cayetano y Suárez. Yo seguiré ese espíritu que vuela como águila; no la letra, que tiende a cautivarle como en férrea jaula.

Sus enseñanzas no las acepto como un sistema ya hecho, cerrado, ya completo; sino como virtualidad, germen de riquísimos progresos... (Apud Arintero, dominico: Desenvolvimiento y vitalidad de la Iglesia, libro IV, página 340.)

Infiero yo de lo dicho, que debemos procurar que el tomismo progrese; de lo contrario, quedaría estacionado. Y, advertidlo bien, amados seminaristas; para las doctrinas científicas -lo mismo que para otras muchas cosas- estacionarse es lo mismo que retroceder, y retroceder es lo mismo que morir.

Lo que no progresa en profundidad ni en extensión, dice el P. Allo, acaba por descender al reino mineral.

Otrosí; según expresión del P. Arintero, «el progreso pide ciertas innovaciones o a lo menos renovaciones

Mas ¿cómo lograr que progrese en nuestros días el Tomismo, después de los progresos seculares e inmortales que en él se han realizado por medio de los Capreolos, de las Victorias, de los Cayetanos, de los Suárez, de los Báñez, de los Salmerones, de los Vázquez, de los Canos, de los Sotos, de los Lugos?

-¿Puede el Tomismo admitir todavía progresos, amplificaciones y perfecciones?

-Sí. ¿Qué duda cabe?

El Tomismo puede sin duda alguna progresar -y aun debe- estudiando nosotros y profundizando los principios del Descenso del entendimiento que se encuentran esparcidos en sus obras todas; y desarrollándolos, amplificándolos, completándolos y perfeccionándolos con las doctrinas del Beato Raimundo Lulio.

Nosotros extraeremos algunos que otros de esos principios tomistas, y los comentaremos de la manera conveniente en la Segunda Parte de la presente obrilla.

Tomás y Lulio: he aquí los Maestros del presente; he aquí los filósofos que han de abrirnos las puertas del porvenir.

Hay que hacer progresar al Tomismo inoculándole ciertas innovaciones, es a saber, las que vienen comprendidas bajo el procedimiento lógico e ideológico llamado el Descenso del entendimiento.

Debemos ser tomistas, sí; pero no parásitos del Tomismo.

Una cosa es la tradición; y otra cosa muy distinta, el parasitismo.

Debemos ser tomistas de convicción; empero, de las obras de Santo Tomás, primero debemos seguir el espíritu que la letra.

El tradicionalismo que hoy vemos tan preconizado, así en política como en filosofía, no siempre significa lo mismo que la Tradición.

Dice a este propósito el P. Arintero, dominico y tomista todo en una pieza:

«Tal sucedió, y aun por desgracia sucede, con el excesivo amor de muchos y muy buenos eclesiásticos al régimen, al que, sólo por ser antiguo, le llaman tradicional, confundiendo con la Tradición divina muchas cosas tan humanas que quizá merezcan de nuevo las amargas censuras del Salvador (Math., 15, 3-13).

Lo antiguo les parece del todo bueno y favorable; y lo presente, detestable, como si sólo ahora hubiera graves males que lamentar.

Así todos sus esfuerzos se ordenan a volver a lo antiguo, como si en sus manos estuviera invertir el curso de los tiempos o hacer reversible la serie de los humanos conocimientos.

Semejante tradicionalismo ya vimos que suele ser la antítesis de la Tradición: ésta es vida y actividad; aquél, muerte e inercia; ella es no sólo elemento, sino el fondo mismo del progreso, mientras que él es ciega reacción, estacionamiento, petrificación, degradación y rutina.

Puesto que la Tradición es el espíritu de la Iglesia viviendo y evolucionando, nada hay en ella -como observa nuestro Rdmo. P. Cormier- más tradicional que el progreso, con que siempre está renovándose y creciendo en todo.

Y nada más tradicionalista, que el resistir obstinadamente al impulso evolutivo (ahogando la voz del Espíritu con el parasitismo humano) y el paralizarse y momificarse, por no querer desnudarse del hombre viejo

(Obra citada; pág. 339).

Por lo mismo, hallándose en las obras de Santo Tomás de Aquino el germen del Descenso del entendimiento, es un deber imperioso de todos los actuales discípulos del Santo el procurar con todas sus fuerzas el desarrollo total y perfecto de dicho germen.

Pues qué, ¿vamos a petrificar al gran Doctor? Quien tal deseara, ése... no sería discípulo suyo.

Un sistema científico sin vitalidad, sin evolución, es una doctrina cadavérica, muerta.

La virtualidad del Tomismo es mucha, muchísima. Quien no la reconociera, o le pusiera obstáculos, cometería un crimen de lesa doctrina tomista.

Que el Tomismo no lo debemos aceptar como un sistema ya hecho, cerrado, ya completo, sino como virtualidad, germen de riquísimos progresos, lo dice claramente el mismo León XIII, en su encíclica Æterni Patris, por estas significativas palabras:

Illud etiam accedit, quod philosophicas conclusiones Angelicus Doctor speculatus est in rerum rationibus et principiis, quae quam latissime patent, et infinitarum fere veritatum semina suo velut gremio concludunt, a posterioribus magistris opportuno tempore et uberrimo cum fructu aperienda.

 

19

(P). Ya que en el consabido artículo -y en otros cien lugares- hállase in virtute el repetido Descenso intelectual, y este procedimiento lógico e ideológico es muy del gusto de la Filosofía novísima, ¿por qué no enlazar las doctrinas del Angélico con el problema filosófico actual? ¿Por qué impedir el matrimonio castísimo entre Santo Tomás y la presente generación?

Eacute;ste es el espíritu de la encíclica Æterni Patris, y no otro: el maridaje de la filosofía tomista con la filosofía moderna.

«No temáis lo nuevo», os diré yo aplicando a nuestro propósito unas palabras del gran obispo Ireland: «no temáis lo nuevo. Los principios verdaderos quedarán siempre a salvo.» (Apud Arintero; pág. 367).

Los principios del Ascenso del entendimiento quedarán a salvo.

El Descenso no es la negación del Ascenso; sino, por lo contrario, su complemento, su perfección, su coronamiento.

Dice el Beato Lulio:

Ego autem dupliciter sum Philosophia, videlicet, primo cum sensu et imaginatione meus intellectus causat scientiam; post autem cum imperatricibus quae sunt hae: divina bonitas, magnitudo, aeternitas, potestas, sapientia, voluntas, virtus, veritas, gloria differentia, concordantia, principium, medium, finis, aequalitas.

Cum istis autem sum superius et habeo coronam auream; et cum sensu et imaginatione, sum inferius habens coronant argenteam. (Duodecim Principia Phiosophiae; proemio.)

En estas palabras del Beato explícanse con luz meridiana las relaciones que median entre el Ascenso y el Descenso.

El Ascenso nada debe temer del Descenso.

Ambos sirven igualmente para levantar el Palacio de la Ciencia.

Con todo, el primer procedimiento que debemos emplear es el Ascenso.

El Descenso debe ocupar el segundo lugar.

Aquél tiene por base los sentidos externos, los internos y el entendimiento agente y posible; éste tiene por base los Atributos de la Divinidad.

Por el Descenso del entendimiento, la Filosofía se ciñe corona de oro; por el Ascenso, se ciñe corona de plata.

Es decir, si bien el Descenso no puede ser practicado sin ir precedido del Ascenso, no obstante el Descenso es la corroboración, la perfección, el embellecimiento y el coronamiento del Ascenso.

Repitamos, pues, las palabras del obispo Ireland: No temáis lo nuevo. Los principios verdaderos quedarán siempre a salvo.

¿Por qué?

-Porque el Descenso no es la negación del Ascenso; sino, por el contrario, su complemento, su perfección, su coronamiento.

Los principios del Ascenso quedan siempre a salvo.

 

20

(Q). Santo Tomás adaptó toda la filosofía anterior a su siglo a las inclinaciones, exigencias y necesidades de la época en que vivió.

Lo propio debemos hacer nosotros: adaptar la filosofía tomista a las inclinaciones, exigencias y necesidades del tiempo presente; y éstas son la teoría y práctica del Descenso del entendimiento, como complemento y perfección del Ascenso aristotélico.

Obrando así, imitaremos al Santo; obrando así, haremos lo que él haría si viviese en nuestros días.

Contentarse simplemente con reproducir a Santo Tomás... esto no es ser discípulo de Santo Tomás.

Conservar por entero aquellas teorías que él mismo sería hoy el primero en abandonar o modificar... esto no es ser discípulo del Santo.

¡Tomar su espíritu, no su letra!: en esto consiste el ser discípulo de Santo Tomás.

Y el espíritu -como arriba dijimos- es actividad y vida y evolución.

-¿Qué debe nacer de ese espíritu tomista, de esa actividad, de esa vida, de esa evolución tomista?

-Debe nacer el Descenso del entendimiento.