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Poesías escogidas

Ramón de Campoamor



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Si la biografía es la determinación del carácter y obras de un personaje, hemos de convenir en que no se ha escrito hasta ahora la de este inmortal poeta.

Y no es que hayan faltado biógrafos y críticos que se ocupasen de su persona y de sus obras: de pocos hombres se ha hablado tanto como de Campoamor, y debemos confesar que algunas veces fue maltratado por «críticos» que así comprenden el vuelo del águila en los abismos del espacio, como el vuelo del genio en ese otro abismo que se llama el corazón humano.

No vamos nosotros a llenar aquel vacío, que sería arrogancia, dada la humildad de medios, con que para ello contamos. Con estos ligeros apuntes vamos sólo, en cumplimiento de un deber que nos honra, a rendir tributo de respetuoso cariño al hombre y de justa admiración al sabio, cuya gloria merecida es título de envanecimiento para nuestra patria, y singularmente para los que, como él, hemos visto la luz en el hermoso país asturiano.

*  *  *

El Excmo. Sr. D. Ramón María de las Mercedes De Campoamor y Campoosorio nació en Navia (Oviedo), el día 24 de Septiembre de 1817. La casa en que vio la luz convertida hoy en Consistoriales, es uno de los más sólidos edificios de la villa.

Estudió humanidades en Vega, pequeño puerto próximo, en el cual falleció el inmortal D. Melchor Gaspar de Jovellanos. Fue su profesor de latín el célebre D. Benito de «El Personalismo.»

Muy joven perdió a su padre; y su madre, virtuosa y distinguida señora, a quien todavía lloran los pobres de aquella comarca, decidió enviarle a Madrid, recomendándole el estudio de la Medicina.

Aún hay quien recuerda al estudiante, sentado en los bancos del aula, o de pie, junto a la mesa del anfiteatro, hacer el inventario del cuerpo humano, disecando con rara habilidad, y sin previa maceración, los órganos del ojo especialmente.

Era de ver a aquel joven de corte aristocrático, de semblante bello, sin ser afeminado, y de maneras distinguidas, observar los maravillosos resortes de la vida; hacer saltar la caja del cráneo para examinar los cien laberínticos surcos de la masa cerebral, y herir ese músculo carnoso y hueco, también de laberíntica estructura, que palpita en nuestro pecho y reparte oleadas de vida por todo el organismo.

Cuando sentía en su mano delicada la impresión de frío marmóreo del cadáver, o cuando en el difunto rostro de alguna joven veía las huellas de esperanzas muertas, o el surco de la postrer lágrima vertida, nublábase la frente del poeta, entristecíase su mirada y huía de aquel lugar profundamente conmovido.

Buscaba en el cerebro algo más que la materia, y en el corazón algo, impalpable, que no encontraba nunca. Y él, que era todo espíritu y todo sentimiento, hallaba sólo la rigidez del cadáver, la fosa de las lágrimas, el lugar de las palpitaciones y de los dolores, el desierto escenario de las ideas, todo pasado, todo frío, ¡todo muerto!

Así es que cuando, «ahíto de carne», volvía a su casa, arrojaba el libro al lado de un cráneo que sobre la mesa tenía y, tomando la pluma, cantaba, mejor dicho lloraba, con la voz apasionada del poeta, endechas tiernas, melancólicas pesadumbres, amargas soledades, ansias desconocidas, tristes nostalgias, y mandaba, con acentos arrancados del fondo del alma, a su madre, esta amantísima promesa:


   «¡Cuánto lloras mi mal! A cuenta de eso,
para estampar en tu anchurosa frente,
además de otros mil, te guardo un beso».



*  *  *

Su esmerada educación, su carácter amable y su indisputable talento hiciéronle bien pronto lugar en los círculos literarios y en las tertulias de la alta sociedad, donde se granjeó innumerables simpatías, conquistando con sus «Ternezas y Flores», sus «Ayes del Alma» y sus «Fábulas morales y políticas», merecida fama de poeta eminente, cuando apenas cumplía veintitrés años.

Olvidose de la Medicina para repartir su tiempo entre la Literatura, la Filosofía y la Política, cultivándolas con éxito cada día más creciente.

Nombrado gobernador de Castellón, de Alicante y Valencia, es hoy el día en que estas hermosas provincias recuerdan con cariño el nombre de Campoamor, como el de uno de los más probos y justificados jefes que tuvieron. Así lo reconocen amigos y adversarios, y todos le profesan desde entonces entrañable afecto.

Probáronselo Alicante y Castellón dando el nombre de Campoamor a una calle y una plaza de dichas capitales. En cambio, Navia no se acuerda de que es poseedora de la casa donde nació el gran poeta.

Diputado en casi todas las legislaturas, desde que entró en la vida pública, demostró que era tan excelente, orador parlamentario como inspirado vate.

Desde el periódico «El Estado» sostuvo brillantemente las polémicas con Castelar y otros, a propósito de la «Fórmula del Progreso», defendiendo con entusiasmo la doctrina moderada, y distinguiéndose en estas luchas por su inquebrantable constancia en la defensa de sus ideas, por la inflexible lógica del razonamiento y por el delicado epigrama con que, a veces, «procuraba afear un poco el rostro del contrario». Los artículos de esta célebre polémica, coleccionados en 1862, forman un libro que es tratado completo de derecho político y administrativo.

No batalló nunca aguijoneado por el demonio de la ambición, ni excitado por la fiebre de mezquinas pasiones. Luchó por las ideas, no por los hombres; luchó por convicción profunda de la bondad de sus ideas, no por adular a los poderes llenando el oficio de cortesano. Si alguna vez lo fue, cortesano fue de la desgracia.

Todos reconocen en él una gran virtud, rara en estos tiempos: la virtud de la lealtad y de la consecuencia.

La restauración le llevó a la Dirección general de Beneficencia y Sanidad, y luego al Consejo de Estado, hasta que más tarde le fue admitida la dimisión.

Esta ha sido su carrera política.

*  *  *

La literaria es una serie inacabable de triunfos, desde el humilde aplauso del periodista hasta la aureola de inmortalidad con que la opinión general le ha envuelto y coronado. ¿Quién no ha leído su magnífico poema «Colón»? ¿Quién no conoce las «Doloras» y los «Pequeños poemas», obras que no tienen representante en ninguna literatura del mundo, ni rival entre sus muchos imitadores, líricos, algunos de ellos, eminentes?

Si basta una sola dolora para inmortalizar el nombre de un poeta, ¿qué palabras expresarán la plenitud de la gloria de Campoamor, que escribió centenares de doloras a cual más delicadas y a cual más originales?

Empero, si a su fama no bastasen tantas y tan magníficas obras, el grandioso «Drama Universal» bastaría para llenar el mundo con el nombre de su autor y señalarle a las generaciones venideras como un genio de los tiempos modernos.

En Marzo de 1862 ingresó en la Academia Española, leyendo un brillante y profundísimo discurso de recepción. Más tarde ofreció a este alto Cuerpo literario la «Epístola necrológica de D. Luis González Bravo», ruidosamente aplaudida y por unanimidad aprobada.

«El Personalismo», «Lo Absoluto» y «La filosofía de las leyes» son obras, por su forma y por la profundidad de sus conceptos, capaces de hacer la reputación de un consumado maestro de filosofía.

Gran poeta, orador elocuente, hábil polemista y profundo filósofo, quedábale el teatro, y a él llevó, entre otras obras («El Palacio de la Verdad», «Guerra a la guerra», «Dies iræ», «El honor», etc.), «Cuerdos y locos» aplaudidísimo drama en tres actos y obra quizá la más acabada de todas las del poeta.

*  *  *

Campoamor tiene la dicha, que no es pequeña, de no tener enemigos, y es feliz cuando no piensa que es desgraciado.

Por su posición desahogada, tiene cuantas comodidades puede apetecer. Las raras virtudes de su buena esposa le proporcionan la paz y el cariño del hogar, y su único deseo es vivir rodeado de las personas queridas.

Una pasión tiene tan grande como su inteligencia: la del estudio. Cuatro o cinco años hace que asistía a las cátedras de Química, de la Escuela de Farmacia, con la modestia y aplicación de un colegial aprovechado. Hoy mismo distrae sus ocios preparando quinina, destilando jugos y fabricando, en su pequeño laboratorio, bebidas gaseosas.

Su gran corazón jamás sintió los odios envenenados que envejecen prematuramente al hombre. ¿Queréis ver el corazón de Campoamor? Por este lado es un altar del arte, del cual es gran sacerdote; palpita agitado por el fuego del genio que arde con inextinguible llama bajo las bóvedas de este santuario. Por este otro lado está el altar del amor, del cariño, de la amistad, del bien, de todos los sentimientos que conmueven y engrandecen y subliman...

No miréis al fondo de su corazón, porque allí hay dos tumbas: en una esconde, ungido por las penas propias, el secreto de las «Doloras»; en otra guarda, entre besos y oraciones que renueva diariamente, la memoria querida de su santa madre.

B. Acevedo y Huelves

1889.



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