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Colón

(Schiller)



                                                                                                                                         
   �Marcha, marcha, Colón! Y si ese mundo
que pides al misterio del océano
no ha sido creado aún, de entre las olas
en premio de tu audacia
le hará surgir la omnipotente mano.
Porque existe en la gran Naturaleza
el eterno Creador, que de su arcano
levantando, portentos de belleza,
saber cumplir en toda su grandeza
las promesas del genio soberano.




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Mirando al cielo

(Víctor Hugo)



                                                                                                                                         
   El último destello de la tarde
murió en ocaso... Pálidas y bellas,
unas tras otras salpicando iban
el manto de la noche las estrellas.
Dulcemente en mi pecho reclinada,
tan pálida y hermosa como ellas,
mi lánguida María,
en voz muy baja, cariñosa y triste,
sonriendo me decía:
 
   �-�Qué buscan tus miradas en el cielo?
�No estoy aquí? �no te amo?
Por mirar las estrellas no me miras,
ni escuchas que te llamo.
�Oh! vuelve a mí tus ojos;
deja a los cielos en su eterna calma;
no los mires ya más... �Mira mi alma!�
 
   �En esa oscuridad en donde apenas
el tímido lucero se divisa,
�qué encontrarás que valga nuestro beso?
�qué encontrarás que valga mi sonrisa?
�Qué miras en los astros...?
�Las miradas de amor son menos bellas?
Alza el vela de mi alma.
�Cuán llena está de estrellas!�
 
   ��Cuántos soles! Escucha: cuando amamos
llevamos en el alma un firmamento.
El sol divino del amor, alumbra
Pon inefable luz el pensamiento.
Y cuando la dulcísima tristeza
hija callada del amor la cubre,
en medio de esa noche, la esperanza
y los recuerdos adorados, brillan
como esos astros que tu vista alcanza.
La abnegación, el sacrificio, el llanto,
más bellos son que Venus cuando asoma
de la montaña sobre el pico agreste.
Cree mi palabra... el firmamento es nada;
el cielo de mi alma es más celeste.�
 
   �Bello es mirar los astros que tachonan
de las sombras magníficas el manto;
bella es el alba y la Creación es bella;
mas nada tiene el inefable encanto,
de amarse con pasión. El mejor fuego,
la llama más espléndida y sagrada
es aquella que cambian en silencio,
dos almas, en la luz de una mirada.�
 
   �Vale más un amor correspondido
en un rincón humilde de la tierra,
que todos esos ignorados soles
en que el Eterno, su secreto encierra.
Dios, el padre del hombre,
que al hombre siempre lo mejor ha dado,
puso lejos de él el vasto cielo;
la mujer, a su lado.
Ama y vive, nos dice dondequiera
su acento soberano;
ama y vive, mortal; es tu destino:
lo demás, es mi arcano.�
 
   ��Amemos! He aquí todo. Dios lo quiere.
Deja esos rayos pálidos que doran
la región de la sombra... Más hermosos
los verás en los ojos que te adoran.
Amar es comprender toda la vida
y presentir lo eterno.
El verdadero amor siempre ha juntado
alma más grande a corazón más tierno.�
 
�Ven �oh mi amor! �No escuchas
una música vaga que suspira
a nuestro derredor...? Naturaleza
se cambia en una lira
y nuestro amor celebra... �Oh, dueño mío,
vaguemos entre el musgo y el rocío!
Ya no me des enojos,
no más mires al cielo;
estoy celosa de él... �mira mis ojos!
 
   Con voz muy baja, cariñosa y triste,
así hablaba mi pálida María.
Brillaba el astro, suspiraba el viento,
la flor su copa de perfume abría,
y blanqueaba la luna el firmamento.
 
   Tranquila soledad de mi retiro,
astros, noche de amor, tímidas flores,
�adónde se perdió tanto suspiro?
�Qué se hicieron, decidme, mis amores?
 
   �Qué triste es el destino! Aquel instante,
eternamente al corazón querido,
pasó como los otros... �Y quién sabe
si para Ella perdiose en el olvido...!




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Frío

(Cuento bohemio)



                                                                                                                                         
   La tarde era triste,
la nieve caía.
su blanco sudario
los campos cubría;
ni un ave volaba,
ni se oía rumor...
 
   Apena en la nieve
dejando su huella,
pasaba muy triste,
muy pálida y bella,
la niña que ha sido
del valle la flor.
 
   Llevaba en el cinto
su pobre calzado;
su hermano pequeño
que marcha a su lado
le dice:-��No, sienten
la nieve tus pies?�
 
   �-Mis pies nada sienten�
responde con calma.
�El frío que siento
lo llevo en el alma;
éste de la nieve,
más recio no es.�
 
   Y dice el pequeño
que helado tirita:
�-�Un frío más recio
�Cuál es hermanita?
�No hay otro, que pueda
decirse mayor...!�
 
   �-Aquel que de muerte
las almas taladre;
aquel que en el alma
me puso mi madre,
desde que a mi esposo
me unió sin amor.�




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Glicere

(Horacio)



                                                                                                                                         
   Reina de Pafos y de Gnido, Venus,
deja de Chipre el encantado sitio,
y ven aquí, donde Glicere tiene
de placer y de amor mágico asilo.
Y que las gracias de cintura suelta,
y que las ninfas de semblante lindo,
y el que alegra los años juveniles
grato y feliz amor, vengan contigo.
 
   De Júpiter el hijo y de Semele,
y los deseos eróticos aun vivos,
quieren que entregue el corazón cansado
a los amores que juzgué perdidos.
Y me abraso por ti, rubia Glicere,
y me enamora tu semblante altivo,
y de tu tez la nieve inmaculada
como el mármol de Paros terso y fino.
Y me enamora tu habla melodiosa,
tu continuo reír provocativo,
y de tus ojos húmedos el fuego,
y tu desdén también y tu capricho.
 
   Venus me sigue por doquier, me sigue;
conmigo va, detiénese conmigo,
en contacto de fuego a mí se acerca
domina mi razón y mi albedrío.
Y ya no mas contra el feroz escita,
ni contra el parto, huyendo tan temido,
mi lira tiene cuerdas... Ya no sabe
sino de amor los deleitosos himnos.
Apresúrate y ven rubia Glicere.
Apresúrate y ven al lado mío,
trayendo de marfil la dulce lira
grata como el aliento del céfiro;
y a modo de las hijas de Laconia
el sedoso cabello recogido.
 
   �Ven, Glicere gentil! A mí te acerca
como enantes feliz; cese el desvío.
Te quiero junto a mí más impetuosa
que las férvidas ondas del henchido
Adriático, que Eolo, de Calabria
en el golfo, alza en áspero rüido.
 
   Mientras del lobo perseguido sea
el balador cordero, y el marino
tema de Orión el tormentoso influjo,
y acaricien los trémulos céfiros
de Apolo, la dorada cabellera,
te daré por tu amor el amor mío.
 
   �Que resuene el festín grato a los dioses!
�Dónde la flauta está del Berecinto?
�Qué hace el oboe junto a la lira muda?
Rosas traedme del jardín vecino,
y resalte en la nieve de mis canas
de su corona el purpurino brillo.
Saca del fondo de la cueva, esclavo,
el sécubo oloroso, envejecido,
y en la cercana fuente me refresca
la ánfora esbelta de falerno rico.
 
   En tanto, yo celebraré a Neptuno:
y escucharán también plácidos himnos
las nereidas de verde cabellera,
mientras ofreces de tu lira el ritmo
a las flechas de Diana y a Latona.
Luego mis cantos alzaré contigo
a quien reina en la Cíclades, y vuela
en un carro por cisnes conducido;
y nuestro himno, final será a la noche
del misterio nupcial muda testigo.
 
   �Ea! Poned sobre el altar de césped,
junto a la copa del sagrado vino,
esclavos, el incienso y la verbena.
Tributemos el culto merecido,
y la caliente sangre de la víctima
haga acepto a la Diosa el sacrificio.




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Eloísa

(E. Quinet)



                                                                                                                                         
   ...Sí, me acuerdo: llamábame Eloísa
cuando él también llamábase Abelardo...
 
   Los cielos, esos cielos sin medida,
no son tan vastos que encerrar pudieran
el infinito amor del alma mía.
Del claustro las baldosas funerales
mi seno no enfriarían... Está encendida
la llama de mi amor; bajo la muerte
mi imposible esperanza aun está viva...
�Cuántas veces en medio de la noche,
allá en mi celda solitaria y fría,
levántome a abrazar �oh, mi Abelardo!
tu sombra tan hermosa y tan querida...
Sobre tu corazón está mi cielo,
tú eres mi fe, mi religión, mi guía,
tú mi Cristo también... �No soy, acaso,
esposo de mi amor, tu prometida...?
Nuestra tumba será mi Paraíso;
y para siempre allí, no quiero el día.
�Que mis huesos se junten a tus huesos,
tu ceniza se mezcle a mi ceniza...!
�Y eternamente así, para nosotros
no haya resurrección... no haya otra vida...!




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Julieta

(W. Shakespeare)



                                                                                                                                         
   �Oh, noche, ven a mí! Trae a Romeo,
         noche querida y triste;
virgen sagrada de la frente negra
         que ya juntos nos viste.
 
   �Oh, noche, ven a mí! �Trae a Romeo!
         y de tu niebla fría
�luz y calor será...! �Que su presencia
         haga en la noche, día!
 
   �Oh, noche, ven a mí...! �Trae a Romeo!
         y entre tu densa bruma
como la nieve brillará, del cuervo,
         sobre la negra pluma.
 
   �Oh, noche, ven a mí...! �Trae a Romeo!
         y su ceniza fría,
�cuando llegue a morir, dispersa en astros
         te alumbre como el día!




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Francesca

(Dante)



                                                                                                                                         
   �La tierra en donde vi la luz primera
es vecina del golfo en que suspende
el Po, ya fatigado, su carrera.
 
   Amor, que sin sentir, al alma prende,
a éste prendó del don, que arrebatado
me fue de modo que aun aquí me ofende.
 
   Amor, que obliga a amar al que es amado,
juntonos a los dos con red tan fuerte
que para siempre ya nos ha ligado.
 
   Amor hirionos con terrible suerte;
y está Caín de entonces esperando
aquí al perverso que nos dio la muerte.�
 
   Palabras tan dolientes escuchando
incliné sobre el pecho la cabeza,
y �en qué -dijo el Poeta- estás pensando?
 
   Y respondí, movido de tristeza.
�Ay de mi! �Cuánto bello pensamiento,
cuánto sueño de amor y de terneza
 
   los condujeron al fatal momento!
Y vuelto a ellos -�oh, Francesca!- dije,
al corazón me llega tu lamento,
 
   y de tal modo tu dolor me aflige,
que las lágrimas bañan mi semblante.
Pero tu triste voz a mí dirige,
 
   y dime de qué modo, en cual instante,
cuando tan dulcemente suspirabais,
y en el fondo del alma, vacilante,
 
   tímido aún vuestro deseo guardabais;
dime de qué manera inesperada
os reveló el Amor que os adorabais?
 
   Ella me respondió: -�Desventurada!
�No hay pena más aguda, más impía,
que recordar la dicha ya pasada
 
   en medio de la bárbara agonía
de un presente dolor...! Y esa tortura
la conoce muy bien el que te guía.
 
   Mas ya que tu piedad saber procura
el cómo, aquel amor rasgó su velo,
llorando te diré mi desventura.
 
   Leíamos con quietud y grato anhelo
de Lanceloto el libro cierto día,
solos los dos y sin ningún recelo.
 
   Leíamos..., y, en tanto sucedía
que dulces las miradas se encontraban
y la color del rostro se perdía.
 
   Un solo punto nos venció. Pintaban
cómo, de la ventura en el exceso,
en los labios amados apagaban
 
   los labios del amante, con un beso,
la dulce risa que a gozar provoca;
y entonces éste, que a mi lado preso
 
   para siempre estará, con ansia loca
hizo en su frenesí lo que leía...
Temblando de pasión, besó mi boca...
Y no leímos más en aquel día.




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Ofelia

(W. Shakespeare -Hamlet)



                                                                                                                                         
   Estaba sola; entró, tomó mi mano
         con fuerza la estrechó,
y con la otra apretándose la frente,
como si fuera a dibujar mi rostro
de hito en hito, en silencio, me miró.
 
   Así permaneció por mucho tiempo,
         así permaneció...
Febril, de pronto, sacudió mi brazo;
y dos veces y tres, la frente lívida,
siniestra y triste, levantó y bajó.
 
   Y de lo más impenetrable y hondo
         del corazón, oí
que un suspiro lanzó... pero suspiro
que, rompiéndole el pecho, iba a morir.
 
   Y luego, de mi lado lentamente
         alejarse le vi...
pero vuelta la faz sobre la espalda,
su camino sin ver, pasó la puerta,
los ojos fijos... fijos... sobre mí...




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Coro de los espíritus

(Goethe -Fausto)



                                                                                                                                         
   �Despareced, arcadas de la sombra!
         y tras el roto, velo,
la claridad dulcísima sonría
en el zafir espléndido del cielo.
 
   Y que pasen las nubes fugitivas,
         y que pasen sus rastros,
dejando cintilar, pálidos soles,
con tibio rayo los pequeños astros.
 
   Bellezas del ideal, hijas del cielo
         que sueña la esperanza,
cerrad en torno de gentil mancebo
el giro voluptuoso de la danza.
 
   Destrenzad la rizada cabellera,
         desatad la cintura,
despojaos de la túnica que encubre
la ardiente desnudez de la hermosura;
 
   y dejadla caer allá del prado
         en el boscaje verde,
donde a la hora lasciva de la siesta
la pareja de amor entra... y se pierde.
 
   �Oh, la tierna verdura de los sotos!
         �Oh, brazos de las vides!
�Oh mïosota azul, que en la ribera
está diciendo, al corazón �No olvides!�
 
   Amontona la viña sus racimos,
         se alegran los hogares,
el vino, salta en espumosas olas
y la púrpura corre en los lagares.
 
   Criaturas del Señor, almas aladas,
         �tended el raudo vuelo!
Allá a lo lejos, horizontes de oro,
islas de amor confinan con el cielo.
 
   Todo allí es libertad, risas y juegos
         en la campestre alfombra,
y por las noches, al brillar los astros,
los misterios nupciales de la sombra.
 
   Espíritus de amor los pasos guían
         de tantos amadores,
a la tranquila, luminosa cumbre
de la colina rebosando en flores.
 
   �Criaturas del Señor, id a la vida!
         Hay flores en el suelo...
cortadlas... y mirad para vosotras
una estrella de amor, fija en el cielo.




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Canción

(H. Heine)



                                                                                                                                         
   �Que hay en mis versos veneno...!
eso dices... �Cómo no
si de veneno llenaste
mi vida y mi corazón?
 
   �Que hay en mis versos veneno...!
y �cómo no haberlo, di,
si en mi alma llevo serpientes
y además te llevo a ti?


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