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- XXIX -

Querer y no querer.- �Por qué no derriban los ingleses su catedral de San Pablo? Las lágrimas de melancton y la gran carcajada de Carlo Magno

     Pero si esos italianos continúan en confesarse católicos, si no quieren atacar la existencia del Pontificado, si proclaman ellos los primeros la necesidad de que debe subsistir, �cuál es, entonces, en condiciones prácticas y aceptables de buena fe y de común sentido, la misteriosa o enigmática fórmula de ese inexplicable y contradictorio catolicismo?...

     Y con solo admitir que el Pontificado debe permanecer, �podrán querer despojar a esa Patria que tanto ensalzan, de la gloria y preeminencia de hospedar en su seno una tan grande institución? �Quieren subordinar esa primacía espiritual, suprema y única, a la conveniencia administrativa de dos millones de habitantes? La suerte de esa ciudad incomparable, que mereció un día tener altares como una divinidad(17), y que desde los tiempos de Alarico, fue ella misma santificada como un templo, y adorada como un santuario por todos los pueblos de la tierra, �vendrá a ser en nuestros días exclusivo objeto de las ordenanzas municipales de una población de doscientos mil habitantes?...

     Permítasenos sobre este punto una interesante observación personal y práctica. Este mismo verano nos hallábamos en Londres un día que, habiendo tenido que ir a la City, nos encontramos a las inmediaciones de San Pablo, envueltos en aquella confusión babilónica, arriesgada, sofocante, de que no pueden tener idea los que no hayan visto a las tres de la tarde el espectáculo de aquellos barrios, donde la circulación de aglomeradas muchedumbres, trenes, carruajes y carros produce casi una pesadilla, y origina a cada diez minutos una verdadera congestión y parada en el movimiento.

     Aquel espectáculo nos sugirió una consideración. La municipalidad y el comercio han hecho todo lo humanamente posible para dar ensanche y desahogo a aquel centro de la actividad y concurrencia industrial del mundo. Vimos más. Se está haciendo un ferrocarril subterráneo que, partiendo de, Regent's-Park, atravesará en más de dos leguas la inmensa ciudad, para que sirviendo al transporte de efectos y mercancías, deje expedita la vía pública para las personas. Todo lo más gigantesco y portentoso se les ha ocurrido a los Ingleses, menos el sencillísimo expediente de derribar la catedral de San Pablo, transportarla a un barrio excéntrico y desahogado, y dejar donde hoy está, una anchurosa plaza. Y sin embargo, tal pensamiento no ha pasado por ningún espíritu inglés. Aquellos hombres tan positivos y prácticos, pero en su casa tan religiosos y conservadores, se hubieran escandalizado de tal proyecto...

     �Y lo que creerían abominable, impío, por conveniente que fuera a los intereses materiales de su gran metrópoli, respecto a un templo, lo creen aceptable, necesario, cuando se trata de derribar el templo vivo del mundo católico, por los intereses aparentes, transitorios, mal comprendidos de una población de Italia, que no llega a la duodécima parte de la de Londres!...

     �Querrán privarse los católicos Italianos de poseer el santuario universal y viviente del cristianismo apostólico, cuando los Españoles de Santiago y de la Virgen del Pilar, los Irlandeses de San Patricio, los Napolitanos de San Genaro, los Piamonteses de San Máximo, los Rusos de San Andrés y San Nicolás, y los Parisienses de Santa Genoveva defenderían aún con más encarnizamiento que el trono de sus Reyes, el depósito de las reliquias de sus santos Patronos?

     �Es posible que los hombres de aquella región, tan privilegiadamente iluminada por el espíritu de la sabiduría, tan electrizada por el sentimiento de la belleza; aquellas inteligencias para quienes la adivinación de la verdad y la inspiración del arte son cualidades ingénitas como el fuego de la mirada, y la armonía de la voz; es posible que aquellos corazones tan noblemente levantados al entusiasmo de la gloria, como a la comprensión de toda ideal grandeza, se hayan hecho de repente sórdidamente positivos y materialistas?... �Habrán llegado a creer que vale más el palacio de cristal, que la basílica de San Pedro, o que pueden trocar las catacumbas por millas de carbón de piedra?... �No habrá en sus ojos, ciegos por la luz de tantos resplandores, siquiera aquellas lágrimas que lloraba Melancton, el apóstol y ministro de Lutero, por la suerte de las venerandas abadías, de las portentosas catedrales, que por su propia obra, iban a venir al suelo, bajo la intolerancia destructora de sus mismos fanáticos sectarios?...

     Aquellos eminentes políticos, tan versados en la historia; aquellos esclarecidos hombres de Estado, tan dados a la ciencia y a la filosofía, �habrán podido asentir con un convencimiento serio y digno a la combinación de que coexistan en una misma ciudad la Sede pontificia y el trono de un Rey constitucional? �Si habrán creído que se puede hacer un Sumo Pontífice, del capellán de un monarca Piamontés?...

     La augusta sombra de Carlo Magno se levantaría por encima de los Alpes, no ciertamente para dirigirles una imprecación fulminante, sino despidiendo de sus pulmones, de hierro una carcajada homérica, que haría estremecer ambas riberas del Po, desde las alturas de Superga hasta las torres de San Marcos!!



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- XXX -

Guardad en Roma al Papa, italianos!...

     Carlo Magno podría reírse comparando la grandeza de sus miras con la exigüidad de vuestros medios y el ilimitado alcance de vuestros horizontes. Nosotros, empero, nos afligimos y angustiamos en la comparación de nuestros temores con nuestras risueñas, desvanecidas esperanzas.

     �Carlo Magno podría reírse!... �Carlo Magno es lo pasado!...

     Nosotros nos hallamos cara a cara con lo presente. Hijos respetuosos de la Historia -y harto lo han visto nuestros lectores,- honramos la memoria, y consultamos la sabiduría de nuestros mayores. Pero si vamos con frecuencia a los cementerios para meditar, harto sabemos que no son moradas para vivir; hasta que pronto nos venga el turno de dormir en ellos el sueño del olvido!...

     En la vida estamos, de la civilización procedemos; hacia lo porvenir y a la eternidad caminamos. Y enmedio de las angustias y tribulaciones que combaten nuestro ánimo en la época tempestuosa en que nos ha tocado vivir, y que, después de todo, no nos atreveríamos a trocar por ninguna de las pasadas, conservamos siempre aquella disposición de espíritu con que representa Dante a Catón en los umbrales del Purgatorio, donde todavía, a la vista de aquel espectáculo de expiaciones,

                Libertá va cercando ch' è si cara.

     La libertad buscamos, la libertad queremos, y por la libertad -en el último puesto del más obscuro soldado- más de una vez combatimos. La libertad y la independencia de Italia habíamos saludado con adhesión de ferviente entusiasmo: la libertad y la independencia de Italia, que eran a nuestros ojos condición y complemento do la libertad de Europa, y del progreso y de la civilización del mundo.

     La pretensión de poseer a Roma, y de desalojar al Sumo Pontífice, ha venido a angustiar nuestro espíritu con el pavoroso recelo de que se aplace por largos años, o se malogre indefinidamente la esperanza de ese magnífico resultado.

     Habremos de repetirlo. Nosotros consideramos como el mayor obstáculo y peligro para la libertad de las naciones, el lógico aunque sacrílego divorcio entre el principio religioso y el principio liberal. Legado funesto de un siglo de crítica y de guerra, creímos y esperamos que la misión encomendada al siglo presente, era su concordia y armonía. Causa radical y profunda de todas las perturbaciones políticas y morales de nuestros días, creíamos que el orden de las instituciones y la paz de las conciencias, tan necesaria como la de los intereses y de las armas para la constitución y consolidación de una Europa nueva, sólo llegaría a obtenerse aquel venturoso día en que las almas religiosas pudieran creer tranquilamente en la libertad, y en que los corazones entusiastas por la libertad, vieran su complemento en la Religión.

     La hostilidad y la agresión contra el Pontificado, y mucho más su extrañamiento de Europa, o su confinamiento en territorio de ésta, pero ajeno, si por desgracia se realizan, pudieran hacer eterno este desventurado antagonismo: en la desastrosa lucha en que la revolución francesa fue la agresora, tememos que la regeneración italiana sea la contumaz reincidente.

     No, una y mil veces. No temblamos ante la idea de la destrucción del Pontificado católico. Dios podrá permitir otra vez que varíe su asiento en la tierra, sin que le abandone la supremacía que le viene del cielo. Ni siquiera pensamos en la desaparición perpetua del Pontificado de Roma. Tan absurda nos parece, que la tenemos por imposible.

     Pero nos aterra el pensar que la necesidad de defenderle o de restaurarle, si por ventura llega a ser atacado y violentado, pueda ser en breve ocasión o causa de una guerra religiosa, que combinada con extraños elementos políticos, haría retrogradar siglos enteros los progresos de la civilización. El asesinato de un Ministro del Sumo Pontífice, -cuyo impío suceso recordábamos ha poco,- fue en 1848 la señal de la reacción para todos los gobiernos. El asesinato del Pontificado sería causa de una reacción de todos los espíritus y de todos los pueblos.

     Nosotros habíamos esperado en la resurrección gloriosa de una Italia independiente, libre, purificada en la desgracia, escarmentada de la revolución, sin reminiscencias de demagógica anarquía, sin ilusiones de fantástico Imperio, tomando título y rango en una confederación pacífica de naciones hermanas y libres, a que aspira y marcha la civilización europea; y que, sea dicho de paso, no conseguirá, si el liberalismo moderno, como la antigua monarquía, como el antiguo feudalismo, como el antiguo republicanismo, no busca su ley dentro del derecho cristiano. La pretensión de poseer a Roma nos hace temer que la cuestión que se ventila, deje de ser en breve la cuestión de su independencia y de su nacionalidad.

     Tememos para la paz del mundo la amenaza alternativa y tiránica de un Imperio feudal, sin lealtad ni caballería, de un cesarismo democrático sin libertad y sin religión, o la hegemonía materialista, opresora y disolvente de una metrópoli cercada de mares y erizada de cañones, que no reconoce en el globo más que colonias y factorías. Tememos para la Europa ver renovada la antigua y eterna cuestión que viene ventilándose, desde los hijos de Ludovico Pío hasta los tiempos de Napoleón I: si ha de ser Emperador de Occidente el Soberano del Sena, o el del Danubio; si ha de ser el Rey de los Francos o el Jefe de los pueblos germánicos el autócrata del Mediodía; si ha de llamarse Habspburg o Bonaparte el César que se corone en Roma...

     Guardad en Roma al Pontífice, italianos que queréis ser libres! Custodiadle vosotros mismos. Que no dependa de ningún Rey; que los unja a todos. No os creáis rebajados en ser bastante fuertes para hacer corte de honor y guarda de respeto al que ejerza tan alto y divino magisterio, No será la vez primera que os salve de ser Francos o Germanos, Bizantinos o Normandos. Que os salve otra vez, enfrente de los representantes de todas esas dominaciones, subsistentes todavía, a vosotros, de dejar de ser italianos, y a la Europa consternada, de optar entre un Imperialismo teutónico, una autocracia revolucionaria o un patriciado insular, para el cual seáis el gran Portugal de la otra Península. Más glorioso os será conservar en los Estados romanos un San Marino Pontifical, que el que paguéis con una Venecia austriaca la compensación harto leonina de tener en el Tíber otra Venecia sajona con un amo, no menos tirano y extranjero que el germánico. Más glorioso os será tener un Pontífice que pueda ser güelfo, que sólo un Rey que, de uno u otro Imperio no deje de ser gibelino; y cualquiera que sea la capital que lejos o cerca de Roma elijáis, siempre será la que esté más al alcance de sus bendiciones.

     Ahí tenéis a Turín, a Milán, a Pavía, a Florencia, a Verona o Ravena designada por Napoleón y por Teodosio. No importa que no sean grandes. Los Españoles, el día de nuestra unión, no tomamos para capital ninguna de nuestras ciudades: improvisamos una en un páramo, encrucijada en los caminos de todas, y la vemos crecer espléndida y populosa, harto a despecho de la naturaleza, pero al impulso de la nacionalidad. Así, y más pronto, crecerá la vuestra, con la villa que le Infunda el espíritu de vuestro renacimiento. Roma no puede serviros.- Roma es más grande que la Italia, como suele ser más grande que la montaña, la sombra que se extiende sobre la llanura.

     Esa sombra os engañará siempre, como os engaña ahora mismo sobre las verdaderas proporciones del Estado que queréis fundar; sobre el destino comparativamente limitado, por glorioso que sea que os toca cumplir. O habéis de volver a ser lo que ella ha sido, o tiene ella que ceñir sus términos a lo que podéis ser. Y cuando no la podéis coronar con un Imperio, hay una especie de ingratitud o de presunción en querer reemplazar con vuestra nueva corona las tres que los siglos la han dado.

     Ella sola sostiene mejor el peso y el blasón de su nombre y de su gloria. Ella sola representará siempre la memoria del mundo antiguo, la unidad social y política de aquel Imperio que abarcó el universo; la unidad religiosa de una creencia que abarca la eternidad...

     �Qué le traéis ahora con la representación de vuestra unidad, de vuestra moderna y peculiar Historia? �Nunca le daréis los seis millones de almas del tiempo de Trajano! �Por mucho que construyáis, no podréis borrar nunca las ruinas; y siempre tendréis en derredor de vosotros, más sepulcros que edificios!... No está hecha para las necesidades de vuestro siglo, para la existencia material de la civilización contemporánea. Siempre será como uno de aquellos mausoleos, que convirtió en fortalezas; como un panteón que se hizo basílica. �Eso... y nada más! -La prosa de los hombres no podrá alterar el misterioso simbolismo de la Divina epopeya. Eso, que vuestras aspiraciones apellidan grandeza, el mundo os lo contará como una profanación. Esa Roma hoy tan grande, quedará siempre en vuestras manos materialmente exigua!...

     Allí no hay más que una tumba convertida en altar. Allí murió el Imperio; allí nació el Pontificado; allí creció como una celestial siempreviva al pie de la cruz que levantó Nerón para San Pedro, al lado de aquel coloseo de Vespasiano que construyeron con sus lágrimas los cautivos de la Israel deicida, que regaron con su sangre los mártires de la Israel triunfante... �De allí se levantó sobre la tierra: de allí cubrió con sus ramas el mundo todo!

     Del mundo es el Vaticano, como fue del mundo el Capitolio. Los dos son propiedades de la Humanidad; mayorazgo no enajenable de las generaciones pesadas; fideicomiso indivisible de lo presente para lo porvenir. Este le impuso al mundo la madre de nuestras naciones, constituida en Imperio: el otro le fundaron los hijos primogénitos de Cristo congregados en Iglesia.

     No hay allí un monumento que no sea, prenda o despojo de una Nación: no hay una sola piedra de aquellos altares que no represente una ofrenda, una lágrima, una oración, un suspiro de penitencia, o una gota de sangre de los fieles de las cuatro partes del mundo. Del mundo y de la Europa fue aquel recinto sagrado por más de veinte siglos; y ahora ni la Europa ni el mundo tienen otro lugar que el Dios les ha dado para colocar la cabeza de su Iglesia; como no tiene el hombre otro lugar que su cráneo para aposentar su cerebro.



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- XXXI -

El Papa en Jerusalén. Querer engendrar la vida en los brazos de la muerte

     Uno de esos folletos que ha llevado a las orillas del Sena el soplo del fanatismo anti-católico, que viene de la tumba de Calvino, pasando por Ferney, se atrevió a indicar la posibilidad de trasladar la Santa Sede a Jerusalén!...

     Desde luego nos pareció que el autor de este pensamiento había querido lanzar a la frente de su país y de la Italia el más sangriento de los sarcasmos, la más horrible y la más injusta de las invectivas. Era como decir que después de todo, el Jefe de la Iglesia católica estaría mejor hospedado en un aduar de Turcos que en una nación de incrédulos... Para cosas tan santas es irreverente el tono de la ironía, y el dejo de la burla sabe a la sacrílega amargura de la esponja del Calvario.- A nuestra vez pudiéramos preguntar nosotros si el trono de las Tullerías no estaría, por identidad de analogías, mejor colocado en Santa Elena...

     Jerusalén!... Jerusalén no es la ciudad de los hombres, como Roma no es la ciudad de los Reyes!... Jerusalén es para los cristianos la tumba sacrosanta del Redentor del mundo: ante la inescrutable justicia del cielo, es la ciudad maldecida. Dios ha aceptado, en gracia de voto expiatorio, que vayan los pecadores en peregrinación penitente a llorar sobre aquellos lugares santos; pero no ha permitido nunca que los vuelvan a poseer y los conserven en soberanía los pueblos creyentes. Cuando a los ciudadanos de Pisa se les ocurrió cargar sus galeras con la tierra del Calvario, fue para rellenar un cementerio... De aquellos muros profetizó el Señor que no quedaría piedra sobre piedra; y las torres de David nunca más fueron levantadas. Pasó el carro de Tito por encima del palacio de Herodes; y los tronos de Godofredo, de Balduino y de Lusiñán vinieron al suelo entre los escombros del pretorio de Pilatos. La poesía pudo cantar las proezas de los cruzados; pero la Divina Justicia no quiso permitir que los hijos de Caifás dejaran de ser esclavos de bárbaros.

     En Jerusalén muere el Hijo del hombre; pero el discípulo de Cristo no se asienta donde había hablado Dios... Ningún Papa ha osado llevar el nombre de Pedro... San Pedro no se atrevió a morir donde había padecido Jesús!... Ningún Pontífice pudiera predicar en la montaña que oyó las Bienaventuranzas. Aquella es la tierra de los prodigios: no es la tierra de las instituciones.

     El Príncipe de los Apóstoles recibe en Jerusalén la visita del Espíritu Santo; pero su Cátedra y su Cruz las viene a buscar a Roma. San Pablo tiene la visión de Dios en el camino de Damasco; pero su misión es llamar a los gentiles y evangelizar a los romanos. Le esperan en Atenas los filósofos del Areópago, y en la ciudad de Calígula y Nerón todos aquellos de la casa de Aristóbulo, y de la casa de Narciso(18) y hasta los comensales del César.

     De Jerusalén sube Jesucristo al cielo; de Roma es de donde desciende su doctrina al mundo. �Queréis construir un palacio en el Tabor? �Queréis edificar una gran Basílica en el Calvario? �Queréis que cuando vayan a consagrarse los Emperadores suban por la calle de la Amargura?...

     Es verdad!.... nos habíamos olvidado de que queréis poner un trono constitucional en el Capitolio, y una Cámara de Diputados en el foro de Trajano! Nos habíamos olvidado de que sois vosotros los que hablando siempre de juventud, de regeneración y de porvenir, estáis dando al mundo el siniestro espectáculo de querer engendrar obras de vida, abrazados sacrílegamente con los despojos de la muerte!...

     Al veros emplear toda la calentura de vuestra agitación en apoderaros de sarcófagos y ruinas, creemos que no tenéis un soplo de vida en vuestro aliento, ni un germen de fecundidad en vuestra sangre!... Figúrasenos asistir a una de aquellas procesiones de sombras que describe vuestro Dante en las regiones de los suplicios expiatorios... Y a la manera de aquellas tristes voces, que dejan caer los ángeles al cruzar sobre los grupos atormentados, así nos parece ver alejarse, huyendo delante de vosotros, al genio de la libertad y al espíritu de la Religión, diciéndose el uno al otro aquellas palabras de Job, de tan amargo desconsuelo:

EXPECTANT MORTEM... QUASI EFFODIENTES THESAURUM: GAUDENTQUE VEHEMENTER CUM INVENERINT SEPULCHRUM.



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ÍNDICE

Dedicatoria a la Juventud
Prólogo general de las Obras del Sr. D. Nicomedes-Pastor Díaz, por el Sr. D. Fermín de la Puente y Apezechea.
Cuadro de las obras que se proponía escribir.
Biografía de D. Nicomedes-Pastor Díaz, por D. Fermín de la Puente y Apezechea.

ITALIA Y ROMA: ROMA SIN EL PAPA.

Prólogo, por el Excmo. Sr. Marqués de Molins.

ITALIA.

I Introducción.
II Cuestión de actualidad.
III Planteamiento de la cuestión.
IV Causas de los obstáculos, su fecha y si aún permanecen.
V Deberes de la Italia.
VI Independencia de Italia.- Lo que fue.- Lo que puede ser.
VII Idea y naturaleza del Imperio: su perpetuidad.- Soberanía de Roma. -El Papa depositario del Imperio.
VIII Análisis de la independencia de Italia en estos siglos.
IX El Pontífice y el Santo Imperio.
X Fraccionamiento: espíritu conquistador.- Testimonio del Dante.- Independencia de la Italia de los siglos XIII, XIV y XV.
XI Autonomía italiana de Italia en el Imperio de Carlos V.
XII Carlo Magno: Carlos V: Luis XIV: La revolución francesa: Napoleón.
XIII Cuestión de hoy: Pleito de siglos.
XIV Unidad.- La unidad de Roma, y aun la unidad de Italia, es la unidad del mundo.- Ley providencial.
XV De la constitución de las nacionalidades europeas.- Por qué no ha lugar en Italia.
XVI Unidad del Imperio moderno de Occidente: Carlo Magno: Carlos V: Napoleón.

ROMA SIN EL PAPA. LO QUE FUE.- LO QUE PUEDE SER.

PRELIMINARES.

I Obligaciones que impone la Historia: síntesis de la de Roma.
II Unidad religiosa: sin límites en el tiempo ni en el espacio.
III Cómo rebajan a Italia y a Roma los que hoy aspiran a realzarlas.- Nuestro propósito: el Pontificado independiente en una Italia independiente.
IV Urbs y civitas en la Roma antigua: Roma imperial.
V Erradas apreciaciones históricas.- La verdad.
VI Unidad del Imperio, aún dividido.- Aversión al fraccionamiento.
VII Roma del Santo Imperio.
VIII Personificación de Roma, muertos el Senado y el Imperio.
IX Refutación, como de pasada, de Voltaire y los volterianos.
X Vida italiana de Italia en el Santo Imperio.- Autonomía especial.
XI Influencia y poder de Italia: parangón y piedra de toque: -Demostración histórica.
XII El Pontificado es indiscutible, porque es incuestionable.- No es italiano ni aun europeo porque es católico.
XIII Grandeza verdadera de Roma.- Orígenes y fecha del poder temporal del Pontificado.
XIV Roma pontificia hasta 1852.- Unidad moral, la unidad católica: urbi et orbi.
XV La Iglesia, regeneradora del mundo: fuente del derecho: madre de las ciencias y las artes.- Las tres coronas del Pontífice.
XVI El Papa en Aviñón: Roma deja de ser Pontificia: Italia de ser soberana: Alemania de ser imperatoria.
XVII Espíritu pagano.- Materialismo anónimo.- Rivalidad política.- Apoyo que dan a la herejía de la reforma.
XVIII Obra de Carlos V.- Arietes para derribarla.- Nueva Cartago resucita contra Roma.
XIX Inglaterra.- Su máquina de guerra.- Mezquina política y diplomacia de más de dos siglos.
XX La hora del escarmiento.- Conducta gloriosa del Pontificado desde que ésta sonó.
XXI Confianza del Papa en Dios y en su misión divina.- Quién pierde más.
XXII Problema actual.- Datos.
XXIII Divorcio entre la religión y la libertad.- Napoleón, italiano.- Yerro de Napoleón.- Error de Italia.
XXIV La Italia de Napoleón no es la Italia papal; es la Italia anti-papista.- Ilustres escritores italianos contemporáneos.- El Pontificado católico vale más que el de la revolución y el de la disidencia.
XXV Compromisos de las alianzas.- Solución de Pío IX: Roma independiente en medio de una Italia libre.- Encono del antipapismo protestante.
XXVI Plan protestante.- �Qué importa Venecia? -Lo que importa es decapitar al Catolicismo.
XXVII Sin Venecia no hay unidad italiana.- Roma Pontificia defensora del mundo católico.
XXVIII Solución.- Aspiraciones.- Posibilidades.- Lo permanente.- Lo necesario.- Lo accidental.- Lo transitorio.- Lo italiano.- Lo revolucionario.- Lo católico-religioso.- Lo católico-político.- Roma en estas condiciones.
XXIX Querer y no querer.- �Por qué no derriban los ingleses su catedral de San Pablo? -Las lágrimas de Melancton y la gran carcajada de Carlo Magno.
XXX Guardad en Roma al Papa, italianos.
XXXI El Papa en Jerusalén.- Querer engendrar la vida en los brazos de la muerte.

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