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La madre de Pietro Cossa

Concepción Gimeno de Flaquer

La madre de Pietro Cossa no recibió instrucción alguna; mas poseía clara inteligencia y gran temple de alma.

La madre del dramaturgo italiano, aun cuando viese la luz en la Roma moderna, pertenecía a la raza de aquella romana de la antigüedad que inspiró a su hijo esta conocida frase: Madre mía ó non torneró a casa o torneró pontefice.

Tú serás célebre, Pietro, había dicho al adolescente la buena madre que tanto se sacrificó por él.

Pietro y su madre se amaban tanto que cuando se escribían cartas, semejábanse a las de los amantes. La madre del poeta apenas sabía firmar; pero sus garabatos los descifraba Pietro.

La carta de una madre es siempre inteligible para un buen hijo.

Tan dulces cosas se decían Pietro y su madre que ellas nos recuerdan las famosas cartas de Sismondi a su madre, en las cuales se encuentran frases parecidas a estas: Voy a pasar una temporada contigo en el campo, madre mía; nos haremos independientes de la sociedad, nos cuidaremos uno a otro y nos repetiremos constantemente que nos queremos mucho. ¿Verdad, madre mía, que esta es la más dulce palabra que puede oírse?

Las cartas de Sismondi a su madre parecen escritas por un enamorado a su prometida esposa. Semejantes a ellas son las que dirigía Pietro a la suya.

Pietro Cossa empezó a versificar desde la más temprana edad; pero su gran pobreza no le permitía comprar libros de estudio.

Su más devoradora pasión era el teatro, y se veía privado de asistir a él por no tener medios para frecuentarlo. Viéndole su madre afligido por tal privación, determinó ponerse a trabajar para proporcionar a su hijo una localidad, cada vez que hubiese algún estreno. La pobre viuda trabajaba con el mayor empeño, invirtiendo el precio de su obra en libros para su Pietro.

Cuando el inspirado joven empezaba a desenvolver su numen poético, fue acusado de unitario y liberal, teniendo que huir del Estado Pontificio. Siguió la madre al prófugo, y, no pudiendo trabajar ella ya, porque se había quebrantado su salud, Pietro entró de corista en un teatro de segundo orden.

De peregrinación en peregrinación, llegaron a América, donde se convirtió el corista en actor.

¡Qué luchas, qué fatigas sufrió el expatriado!

Sin los consuelos que le prodigaba su madre, hubiera sido víctima del mayor desaliento.

Caído el poder temporal en el día 20 de septiembre del año 1870, volvieron a Roma la madre y el hijo.

La fortuna empezó a mostrarse propicia con el poeta: al poco tiempo de haber llegado a Roma le nombraron profesor de historia.

En las horas que le dejaba libre la clase, escribió sus admirables obras tituladas Plauto, Mesalina, Nerón, Cleopatra, Juliano, el apóstata y Rienzi.

La madre de Pietro Cossa quedó compensada de todos sus amorosos desvelos, porque pudo presenciar los triunfos del poeta.

Cuando se ensayaba su famoso Nerón, dijo este al primer actor: Si no obtengo un brillante éxito, lo sentiré por mi madre.

Pietro Cossa fue aclamado por la muchedumbre después de la representación de su obra; es el autor dramático más brioso del moderno teatro italiano.

El laureado poeta murió en el día 29 de agosto de 1881, a los cuarenta años de edad.

Roma le hizo unas honras dignas de un príncipe.

Petroni y Alberto Mario pronunciaron oraciones fúnebres sobre su tumba.

El ataúd que encerraba sus restos mortales fue llevado en hombros por los actores italianos. Las actrices, vestidas de riguroso luto, caminaban procesionalmente derramando flores funerarias durante la travesía, presididas por Virginia Marini, que regaba el suelo con sus lágrimas. Virginia Marini se halló identificada con el dramaturgo por los lazos de la inteligencia y los del corazón; ella cerró con amorosa piedad los ojos al moribundo, preparando a su cadáver la apoteosis.

Un año antes se veía en Madrid a la eminente actriz Elisa Mendoza Tenorio colocando coronas y arrojando una lluvia de flores sobre el féretro de Ayala, del inmortal autor de El Tanto por ciento.

La vida de Pietro Cossa tuvo su parte novelesca y no faltaron en su muerte sucesos trágicos. Refieren testigos oculares que hasta los elementos parecían asociarse al luto de Italia, por la muerte del querido poeta romano. Cuando entró su féretro en la estación de Liorna, hasta donde le acompañó un pueblo inmenso y contristado, cayó un rayo sobre el wagon destinado al cadáver. El tren llegó tarde a Roma detenido por la tempestad; se colocaron los restos en una capilla ardiente alzada en la estación; descuidose el encargado de cuidar las antorchas funerarias y una de estas produjo el incendio de las colgaduras y de las infinitas coronas que desde las playas del Mediterráneo hasta las orillas del Tíber habían depositado las municipalidades y los miembros de todas las asociaciones artísticas y literarias. Reparados los destrozos del incendio, se verificó la conducción del cadáver en el día 2 de septiembre, desde las que fueron termas de Diocleciano hasta el cementerio de Campo-Verano, inmediato a la antigua basílica de San Lorenzo, donde descansan los restos mortales de Pío IX.

Pietro Cossa fue muy admirador de Calderón y dedicó hermosos versos al primer poeta dramático de España.

Cuando se le hizo el último centenario a Calderón de la Barca, el poeta italiano, que era entonces concejal, se brindó a representar el municipio de Roma en la fiesta literaria, mas no pudo realizar este deseo, porque una aguda enfermedad se lo impidió, y tuvo que ceder el anhelado honor a su amigo y mecenas el duque de Torlonia.

El último drama que escribió fue Sila, y en él reservaba el principal papel a su predilecta actriz Virginia Marini, como recuerdo de los triunfos que ambos alcanzaron en la representación de I Napolitani: dedicose siempre al drama histórico, presentando a los personajes de la antigua Roma con la mayor exactitud.

Al ocuparnos de Pietro Cossa, debemos dedicar un recuerdo a su madre, pues ella tiene parte en la gloria de su hijo por haberle impulsado al estudio con cariñosa iniciativa, digna de ser celebrada en la pobre mujer que, perteneciente a la clase proletaria, no había podido recibir educación.

La madre del reputado Dr. Mr. Lortet, que también pertenecía al pueblo, pues era hija de un obrero y mujer de un industrial, contribuyó, cual la de Pietro Cossa, a que su hijo alcanzara tan justa reputación. La madre de Lortet padecía una enfermedad nerviosa que nadie sabía aliviar, y en vista de la incompetencia de los doctores, fijósele en la imaginación la idea de que su hijo la había de curar. Al efecto dispuso que estudiase Medicina, y para hacerle amar esa ciencia, resolvió estudiar el latín con objeto de conocer a los botánicos célebres y hablar con su hijo de ellos. Después de preparado por su madre en los primeros estudios, el muchacho fue a París y a Alemania, y cuando regresó a Lyon obtuvo numerosa clientela.

En una de las revoluciones que hubo en este país, se lanzaron a la calle el hijo y la madre para curar a los heridos de los distintos partidos políticos. El doctor llevó una vida agitadísima practicando la caridad, y su madre le siguió por todas partes, asociándose a la santa misión que él se había impuesto. El Dr. Lortet, lo mismo que Pietro Cossa, dejó escritas entusiastas frases como testimonio del más vivo amor filial.

Un poeta mexicano, que es uno de los primeros talentos que posee esta nación, ha expresado su amor a su madre en bellísimos versos, entre los que figura el tierno soneto inédito que nos apresuramos a reproducir. El eminente poeta Vicente Riva Palacio, a que nos referimos, dice así:

A mi madre

   ¡Oh cuán lejos están aquellos días

En que cantando alegre y placentera,

Jugando con mi negra cabellera

En tu blando regazo me dormías!

   ¡Con qué santo embeleso recogías

La balbuciente frase pasajera,

Que por ser de mis labios la primera

Con maternal orgullo repetías!

   Hoy que de la vejez con el quebranto

Mi barba se desata en blanco armiño,

Y contemplo la vida sin encanto;

   Al recordar tu celestial cariño

De mis cansados ojos brota el llanto

Porque pensando en ti me siento niño.



¡Cuán halagador es para la memoria de la madre del poeta el pensamiento que encierra este soneto en su último verso!

Porque al pensar en ti me siento niño. ¡Tan generosa abdicación del hombre, queriendo convertirse en niño por el deseo de estar más cerca del regazo maternal, es un rasgo de sentimiento de primer orden!

Complacémonos en manifestar que lo merecía la madre que lo ha inspirado.

Los mexicanos son muy buenos hijos; aun cuando hayan obtenido un alto puesto social, jamás se emancipan de la tutela materna; los mexicanos respetan muchísimo a la madre. No es extraño que así suceda en un pueblo donde el sexo femenino es reverenciado. En otros países la mujer no es más que mujer, en México la mujer es diosa.

Jamás podrá haber monarquía en México, porque en México, cada mujer es una reina.

Los mexicanos son nobles y caballerescos cual los hidalgos de la Edad Media, valerosos y galantes cual los germanos, aquellos esforzados paladines que peleaban por la mujer.

Si tuviéramos que escribir un diccionario, convertiríamos en sinónimos estas tres palabras: mexicano, valiente y cortés.

Los mexicanos son muy sensibles a la belleza: ellos saben morir por la mirada o por la sonrisa de una mujer.

Otro poeta de nuestros días, uno de los primeros líricos de que España puede enorgullecerse con justa razón, Juan Tomás Salvany, ha expresado el amor a su madre con delicada ternura en las siguientes quintillas:

   Triste, en italiana zona,

Mirando hacia Barcelona

Pensaba qué le daría

A la dulce madre mía

Que no fuese una corona.

   Y abriendo el modesto erario

A duras penas reunido,

Madre, compré este rosario,

Como emblema del Calvario

Que en tus hijos has tenido.

   Él los dolores imita

De tu alma sensible y buena;

Él tiene una cruz bendita,

Las cuentas de malaquita

Y dorada la cadena.

   Símbolo de amor, por eso

Lleva de oro el crucifijo,

Y para más dulce exceso

Cada cuenta tiene un beso

De los labios de tu hijo.

   Corona que un alma envía

Al alma que el ser le dio,

Himno de paz y alegría

Bendícela, madre mía,

Como la bendigo yo.

   Cuando pases una gloria

Tras las cuentas de ese lazo,

Ella traerá a mi memoria

Más de una infantil historia

Aprendida en tu regazo.

   Y la más pura oración

Dirá con ferviente modo

A mi amante corazón,

Que tú eres mi religión,

Mi gloria, mi amor, mi todo.



El autor de estos sentidos versos, al separarse de su madre siendo muy niño, le ofreció que todos los años estaría al lado suyo el día 15 de agosto, para celebrar el día de su natalicio; han pasado treinta años y este modelo de buenos hijos no ha faltado una vez a la solemne cita. Sus asuntos le han alejado de España en distintas ocasiones; pero al aproximarse la memorable y dulce fecha, ha dejado todos los placeres de París o Londres para volar al nido maternal oculto en la casita campestre de un bosque de Walls, pueblo situado en la provincia de Tarragona. En una época de su vida oímos exclamar al exaltado poeta, víctima de acerbos dolores morales que le hicieron llegar al paroxismo de la desesperación: Si no existiera mi madre ya me hubiese suicidado. Mi madre es el lazo que más estrechamente me liga a la vida; ella normaliza mis actos: cuando siento impulsos de cometer alguna irregularidad, pienso en mi madre y no la cometo. Si no estuviera dotado con el instinto de la rectitud y del bien, creo que practicaría lo bueno solo porque mi madre no tuviera que sonrojarse por causa mía.

Estas sencillas frases, impregnadas de verdad, nos revelan una vez más la saludable influencia de una buena madre sobre sus hijos.