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El rastro de los siglos


Introducción

España es una tierra cargada de historia y llena de recuerdos de la antigüedad. A veces, un campesino que está labrando su huerta tropieza con una piedra y esa piedra es una escultura del tiempo de los iberos.

Otras, se encuentra una cueva llena de pinturas maravillosas.

Gracias a estos hallazgos, se puede saber cómo vivían los españoles de hace tres mil o diez mil años. Los hombres que estudian los monumentos y el arte de la antigüedad se llaman arqueólogos.



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El rastro de los siglos

Dolores es una chiquilla inteligente y alegre. Vive en el monte, porque su padre es guarda forestal. Tiene doce años y acaba de dejar la escuela. Como era muy aplicada, la maestra le regaló al final de curso un libro grande, encuadernado en tela azul, que pone en la tapa con letras doradas: «Historia de España».

Todas las noches, después de terminar sus trabajos -Dolores cuida las gallinas, trae agua de la fuente, prepara las astillas y enciende la lumbre- coge su Historia de España y empieza a leer. Así sabe ya todo lo de los iberos y los fenicios y hasta conoce a la Dama de Elche, que viene allí fotografiada.

Por eso, cuando llegaron hace varios días al pueblo dos arqueólogos, para hacer excavaciones en el monte, Dolores supo quiénes eran y lo que querían.

Eran dos sabios, de esos que se dedican a estudiar los monumentos y el arte de la antigüedad, y habían venido a buscar objetos antiguos. Sabían que, hace más de dos mil quinientos años, los antiguos pobladores de España, los iberos, habitaron esa zona y esperaban encontrar, cavando en la tierra, vasijas, armas y collares ibéricos.

Instalaron su campamento en el monte, muy cerca de la casa del guarda, y tomaron dos jornaleros para que cavaran donde ellos decían.

Dolores estaba muy interesada en las excavaciones y muchas veces iba al campamento, a ver si aparecían vestigios ibéricos y hasta hablaba un ratito con los dos sabios. Terminaron por ser grandes amigos.

¡Mira que si encontraban allí otra escultura tan bonita como la Dama de Elche! ¡Qué emocionante! Pero ¡nada! Por aquella parte, donde buscaban, sólo aparecían piedras y barro.

La gente del pueblo se reía de los arqueólogos, porque les parecía una tontería cavar la tierra y no sembrar nada después. Pero los tontos eran ellos, que no comprendían el valor de la historia.

Los sabios estuvieron unos días y se marcharon desanimados, sin haber encontrado nada. Allí quedó la zanja abierta bajo sus órdenes, llena de agua y barro, con las lluvias de los últimos días.

Uno de los trabajos de Dolores era sacar a las cabras una vez a la semana, para que pastaran en el monte. Tenían tres, una blanca, otra negra y otra a manchas. A ésta última la llamaban la «Pintada» y era muy arisca y rebelde. A veces escapaba de pronto a correr, monte arriba, y no bastaban para hacerla regresar ni los gritos ni las pedradas de Dolores. Por eso procuraba llevarla siempre atada con una cuerda.

Pero la «Pintada» ¡tenía una fuerza! Daba un tirón y se escapaba con facilidad. Así acaba de pasar ahora. Allá va, corriendo la «Pintada» y Dolores detrás, seguida un poco más lejos por la cabra blanca y la cabra negra.

-Vuelve, «Pintada», vuelve -gritaba Dolores.

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Pero la «pintada» seguía corriendo, hasta llegar al sitio donde había estado el campamento de los arqueólogos. Dio un salto, para cruzar la zanja, pero se cayó al fondo, lleno de barro. Intentó salir, pero a pesar de sus esfuerzos no conseguía más que desmoronar las húmedas paredes de la zanja. Cuando llegó Dolores, la cabra balaba tristemente.

-Espera, «Pintada», que ahora mismo voy a ayudarte.

Agachándose mucho consiguió coger la cuerda, atada al cuello de la «Pintada», y fue tirando, tirando hasta sacarla por completo.

-Quieta, «Pintada», ¡que me vas a manchar de barro! ¿No te has hecho daño al caer? A ver las patas ¿están sanas las cuatro? Pero ¿qué es esto que tienes enganchado en una pata?

Parecían simples piedrecitas, pero estaban unidas unas a otras por un alambre. Como si fuera un collar. ¡Eso era! ¡Un collar ibérico! Muy interesada por el descubrimiento se acercó al borde de la zanja y siguió buscando, moviendo el barro con las manos. Encontró fragmentos de barro rojo, adornados con rayas y círculos en relieve. Allí estaban los vestigios ibéricos que buscaron días atrás los arqueólogos. Les escribiría esta misma noche, contándoselo todo. Dolores estaba contenta y emocionada. Sus manos temblaban buscando en el barro el rastro de los siglos.

Volvieron los. sabios y encontraron gran cantidad de objetos ibéricos. Puntas de flechas, hachas de piedra, joyas, toscos anillos y pendientes de oro, fragmentos de cerámica, figuritas de piedra y una espada.

Antes de llevárselo todo al Museo Arqueológico hicieron una exposición en el Ayuntamiento y hasta el gobernador de la provincia vino a la inauguración y echó un discurso.

«El alto nivel cultural de este pueblo, que tanto ha contribuido y ayudado para que se hicieran estos valiosos hallazgos...»

De Dolores no dijo nada, pero lo mismo daba. La chiquilla estaba contenta. Porque lo importante era que el rastro de los siglos había sido seguido y descubierto.

(Adaptación del cuento del mismo título, de Montserrat del Amo, publicado en la revista «Volad», núm. 107 a 109).





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Hans Christian Andersen


Introducción

Seguramente, al leer un libro, te habrás preguntado alguna vez. ¿Cómo sería el que lo escribió? ¿Alto, bajo, rubio, moreno? Y todavía más que estos detalles externos de su persona te interesará saber qué hacía de niño, por qué empezó a escribir, si tuvo éxito desde el primer momento o, por el contrario, se vio precisado a trabajar durante mucho tiempo antes de que sus obras fueran publicadas, leídas y apreciadas, cómo ideaba sus argumentos y, en general, su vida toda.

Hoy os voy a contar los primeros años de un escritor muy famoso de cuentos infantiles que se llamaba Hans Christian Andersen. El mismo la escribió en un libro que se titula «El cuento de mi vida». Y es verdad que parece un cuento.



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Hans Christian Andersen

Hace más de un siglo vivía en Odense, una bonita ciudad de Dinamarca, un matrimonio feliz, con su hijo.

La casa era pequeña, toda de madera, y con el tejado en punta. Una verdadera casita de cuento.

En la entrada, el padre, que era zapatero remendón, había instalado un diminuto taller: un taburete bajo para sentarse y una mesita, donde se alineaban, muy bien ordenados y dispuestos, todos sus útiles de trabajo: cajitas de clavos de distintos tamaños, pedazos de cuero, cuerda e hilos, el martillo, la lezna, el bote de cola...

Allí se pasaba el día dale que dale, haciendo zapatos y remendando botas, trabajando incansablemente para sacar adelante a su familia.

La madre hacía la comida, arreglaba la casa, cosía y fregaba. Aún le quedaba tiempo para cuidar lo que ella llamaba «su jardín», un cajón de madera lleno de tierra en el que crecían unas cebolletas y una mata de perejil. Era muy limpia y aseada. Siempre estaban brillantes los platos de estaño en la alacena de la cocina y recién planchados los visillos de las ventanas. También sabía adornar la única habitación de la casa, con estampas de vivos colores y con una serie de tazas de porcelana decorada y vasos de cristal tallado, colocados artísticamente sobre un cofre de madera.

Ese cofre se abría por las noches, sirviendo de cama al niño, que más tarde llegaría a ser el famoso escritor Hans Christian Andersen. Escribió varios de sus cuentos inspirados en el humilde escenario de su infancia, que gustaba de recordar continuamente. Así, el cajón de perejil y las cebolletas sigue floreciendo para siempre en «La reina de las nieves», y la figura de su madre se refleja en «Nada menos que un violinista».

Había algo en lo que se diferenciaba notablemente la casa de los Andersen de las de sus modestos vecinos. El padre era muy aficionado a los libros. En el mismo rincón donde trabajaba, estaba clavado en la pared un estante repleto de tomos de cuentos y canciones.

Por las noches, terminado el trabajo del día, y cuando el niño ya estaba acostado, gustaba de leer en voz baja a su mujer alguna fábula o un verso. Una sonrisa le iluminaba entonces el rostro «Nunca le vi sonreír más que leyendo», recordaba más tarde Hans Christian que, muy pequeño aún, escuchaba atentamente desde la cama. Y así, a través de estas escenas familiares, fue aficionándose a la literatura e interesándose más y más por los libros. Su juego preferido era el de inventar historias, que luego representaba en un teatrillo de madera construido por su padre. También le había hecho otros juguetes. Tenía un molino de madera que, al mover las aspas, bailaba al mismo tiempo el molinero y un rompecabezas, pero lo que más le divertía de todo era el teatro. Se pasaba las horas en el patiecillo de su casa, sentado bajo un toldo improvisado con el delantal de su   -80-   madre, cortando trajes para sus personajes, ensayando y representando funciones. Era un niño solitario y soñador, «frecuentemente iba por la calle con los ojos casi cerrados, lo que hacía decir a la gente que era corto de vista. Pero más bien era todo lo contrario», dice él mismo en broma, pensando que, si no miraba las cosas de fuera, era porque tenía otras, más bonitas e interesantes en la imaginación.

Pronto va a la escuela y aprende a leer con facilidad. Fue un momento de gran trascendencia en la vida de Andersen. Ahora podrá saber lo que dicen todos los libros del estante, sin esperar a que nadie se los lea.

Con tanto afán se dedica a la lectura, que su padre piensa darle estudios, pero muere joven, y el proyecto no llega a realizarse. La madre trabaja como lavandera y Hans Christian entra de aprendiz en una fábrica de paños y, después, en una sastrería. Pero su vocación eran los libros y a los catorce años decide ir a Copenhague a probar fortuna. «Quiere ser célebre», le dice a su madre, muy convencido y esperanzado. Con sus modestos ahorros logra pagar el billete para el viaje y, un buen día, monta en la diligencia que le conducía a la capital.

Calza zuecos de madera, viste un traje muy usado y tiene unas pocas monedas en el bolsillo. Su madre le despide llorosa. Nadie le echará de menos en Odense, ni nadie le conoce en la capital. El porvenir parece incierto, pero a Hans Christian Andersen le guía su ilusión.

Los comienzos en Copenhague son penosos. Apenas tiene dinero para comer, y durante el largo invierno danés se imagina «calentarse al sol de Arabia» leyendo los cuentos de «Las mil y una noches», pues no puede pagar la leña para encender su estufa. Trabaja después en el teatro como bailarín y sigue escribiendo incansablemente. Manda una de sus obras al director del Teatro Real y a los pocos días recibe una carta, citándole en su despacho.

Andersen salta de alegría. ¿Su obra ha sido aceptada? Las primeras palabras del director son como un jarro de agua sobre su ilusión: Le dice que la obra está llena de defectos, motivados por la corta edad y falta de instrucción de su autor. No la representará, pero está dispuesto a ayudarle. ¿Desea verdaderamente llegar a ser escritor? Andersen, responde que sí. Pues entonces -le dice el director del Teatro Real- tiene que aprender todo lo que ahora ignora, estudiar y prepararse. Para ello, le ofrece una beca que le permitirá estudiar el bachillerato, ¿cuál es la respuesta?

Andersen titubea. ¡Ir a la escuela y empezar los estudios a la edad en que los demás muchachos terminan! En este momento es cuando se está decidiendo su destino. Al fin, comprende las razones de la propuesta y decide aceptarla.

En la escuela, se siente «como un hombre que cae al mar y no sabe nadar: Es preciso avanzar. Cuestión de vida o muerte. Pero las olas se sucedían, se multiplicaban: matemáticas, gramática, geografía... Luchaba con trabajo, temiendo no salir a flote».

Cinco años dura esta lucha, hasta que consigue aprobar los últimos exámenes. Ahora está preparado para iniciar su obra literaria.

Comienza a escribir novelas, teatro, poesía..., pero lo que le hace famoso es su colección de cuentos para niños.

Años más tarde Odense, su ciudad natal, se ilumina en honor de un personaje importante. Allí está, en el balcón del Ayuntamiento, recibiendo las aclamaciones   -81-   de sus compatriotas. Saluda con la chistera y sonríe. Su nombre es Hans Christian Andersen.

El trabajo, esfuerzo y perseverancia, unidos a una verdadera vocación de escritor, le llevaron a la fama con la que soñaba de niño.

Y al volver la vista atrás y repasar en la memoria los acontecimientos del pasado, Andersen dirá y nosotros con él:

«La historia de mi vida enseñará al mundo lo que a mí mismo me ha enseñado: Hay un buen Dios que todo lo arregla lo mejor posible».

(Tomado de «El cuento de mi vida», autobiografía de Hans Christian Andersen).





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Los Santos Inocentes


Introducción

Vamos a representar, entre todos, una historia de gran actualidad. La historia de los Santos inocentes. La encontramos contada en los Evangelios y antes la habían anunciado los profetas en la Biblia. Fijaos bien que todas las cosas importantes del mundo las podemos encontrar y aprender en los libros. Y la más importante de todas, la palabra de Dios, en la Biblia.



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Elección de personajes

Para la historia de los Santos Inocentes se necesitan cinco personajes como mínimo.

Profeta:

Para nuestra historia de hoy necesito un chico que haga de profeta. ¿Vosotros sabéis quiénes eran los profetas? Unos hombres que hablaban en nombre de Dios. Así que, como es un papel muy importante, me hace falta uno de los mayores. ¡Ese tan alto, que tiene cara de ser un chico muy serio! ¡Sí, tú! Ven aquí.

Escriba:

Los escribas eran hombres sabios que estudiaban la ley y las profecías. Se sabían los libros sagrados casi de memoria y podían responder de carrerilla a todo lo que se les preguntaba. Nos hace falta para este papel uno muy estudioso. Tú, con tus gafitas, tienes aire de ser el primero de la clase. ¡Harás un buen escriba!

Ángel:

Para ángel elegiremos una niña. Una niña con el pelo suelto y una cinta azul, como pintan a los ángeles.

Coro:

Y ahora nos hace falta una voz misteriosa que hable desde muy lejos. Otra niña valdrá.

(Con un grupo de niños acostumbrados a esta clase de relatos personificados, se puede aumentar el número de los que intervienen en la Historia, eligiendo tres profetas, tres reyes magos... hasta hacer intervenir a la totalidad dividiendo el grupo en dos coros que recitan en común las dos últimas estrofas, primero los de la derecha, después los de la izquierda).

Una vez elegidos los personajes se colocan en fila, a la derecha del narrador, por el orden en que habrán de intervenir en el relato, y sólo en este momento se les entrega a cada uno su papel, explicándoles que deben leerlo llegado el momento en voz alta y muy despacio, haciendo una pausa al final de cada línea. Se les debe dar confianza, asegurándoles la facilidad de su cometido. Todo saldrá bien y no habrá ninguna duda sobre el momento preciso de su actuación, pues la narradora se lo indicará claramente, señalando a cada uno su entrada, poniéndoles una mano en el hombro.

Todas estas explicaciones se hacen en voz baja, que no lleguen a oídos del auditorio, y en tono misterioso, que produzca cierta intriga.

A continuación se comienza la historia, haciendo pasar a la izquierda de la narradora a los niños, a medida que vayan recitando su papel.



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Papeles para repartir a los niños

Cópiese a máquina, en lineas muy espaciadas.

El número se escribe grande y en lápiz rojo para que se vea a varios pasos de distancia.

Por último, se corta el papel por donde indican las rayas.

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1


Esto dice el Señor,
El que envía el sol durante el día
y guía durante la noche a la luna y las estrellas.
El que mueve el mar
y se levantan las olas.
El que tiene por nombre, Señor de los Ejércitos

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2


Ha nacido un Niño entre nosotros
que llevará sobre los hombros el manto de Rey.
Su imperio será agrandado y la paz durará eternamente.
Su nombre es Dios, el fuerte, el admirable.
Príncipe de la Paz y Consejero.

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3


Dominará de mar a mar,
y desde el río, hasta el fin de la tierra.
Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán regalos.
Le adorarán todos los reyes
y todos los pueblos le servirán.

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4


¿Dónde está el que ha nacido, Rey de los judíos?
En Oriente vimos su estrella
y hemos venido para adorarle.

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5


En Belén de Judá, porque está escrito:
«Y tú, Belén, tierra de Judá,
No eres la menor entre las principales ciudades
porque de ti saldrá el rey
que dirigirá a mi pueblo de Israel».

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6


Levántase José.
Toma al Niño y a María, su Madre,
y huye a Egipto,
pues el rey Herodes, busca a Jesús para matarle.

————————————




7


Se oyen a lo lejos llantos y lamentos.
Es Raquel, que llora la muerte de sus hijos
y no quiere consuelo, porque ya no existen.

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8


Seca tus lágrimas y acalla tus lamentos.
Por el dolor de hoy
recibirás el premio.
Ten esperanza.

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Los Santos Inocentes

Estamos en Navidad. ¡Vaya noticia! Eso ya lo sabíamos nosotros. ¿Y por qué lo sabíamos? Pues, porque en la escuela hace tres días que nos dieron las vacaciones, porque en los escaparates de todas las tiendas de comestibles hay turrón, porque en la Plaza Mayor hay puestos de figuritas y musgo y porque en casa hemos colocado ya el Nacimiento. Estamos en Navidad. Y no os voy a contar yo ahora lo que todos sabéis, que en estas fiestas se celebra el nacimiento del Niño Jesús, que es el Hijo de Dios, y nació en Belén para salvarnos. Eso no os lo voy a contar, porque lo sabéis perfectamente. Pero esta mañana, hojeando un libro maravilloso que se llama Biblia y que es el más importante de todos los libros del mundo, pues se escribió todo entero bajo la inspiración de Dios, encontré a un grupo de niños junto al portal de Belén. Esos niños tenían un papel muy destacado en esa primera Navidad del mundo. ¿Sabéis quiénes son esos niños? Los Santos Inocentes.

Los Santos Inocentes celebran su fiesta el 28 de diciembre y, con esa costumbre de las «inocentadas», llegamos a creernos que son sólo una cosa de risa y de burla. Pero no es así, y ahora vamos a contar su historia, que es toda la verdad, para que la sepáis ya para siempre.

Ocurrió hace mucho tiempo, cerca de dos mil años. Había pasado ya el tiempo y estaba a punto de cumplirse la promesa que Dios había hecho a los hambres de enviarles el Salvador, y recordada tantas veces por los profetas, esos hombres que hablaban por encargo de Dios.

1

Profeta:

Esto dice el Señor, que envía al sol durante el día, y guía durante la noche a la luna y a las estrellas.


El que mueve el mar,
y se levantan las olas.
El que tiene por nombre, Señor de los Ejércitos.

Los profetas hablaban así del Salvador.

2

Profeta:


Nacerá un Niño entre vosotros
que llevará sobre los hombros el manto de Rey.
Su imperio será agrandado y la paz durará eternamente.
Su nombre será Dios, el fuerte, el admirable,
Príncipe de la Paz y consejero

Para que cuando naciera el Hijo de Dios, todos los hombres le adoraran.

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3

Profeta:


Dominará de mar a mar,
y desde el río, hasta el fin de la tierra.
Los reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán regalos.
Le adorarán todos los reyes.
Y todos los pueblos le servirán.

Vivían en aquel entonces; en los lejanos países del Oriente, tres hombres buenos y sabios que esperaban la venida del Salvador. Un día vieron una señal en el cielo. ¡Una estrella! Y dejando sus palacios, la siguieron fielmente. Eran los Reyes Magos.

Cuando llegaron a Jerusalén preguntaron:

4

Rey:


¿Dónde está el que ha nacido, Rey de los judíos?
En Oriente vemos una estrella
y hemos venido para adorarle.

Todo el mundo se extrañó mucho de la pregunta de los Magos y llegó hasta los oídos del rey Herodes. Entonces el rey Herodes llamó a los escribas, conocedores de las profecías, a ver si ellos sabían dónde había de nacer el Salvador, y un escriba respondió:

5

Escriba:


En Belén de Judá, porque está escrito:
«Y tú, Belén, tierra de Judá.
No eres la menor entre las principales ciudades
porque de ti saldrá el Rey
que dirija a mi pueblo de Israel.

El rey Herodes llamó a los Magos y los encaminó hacia Belén, recomendándoles mucho que, a la vuelta, le contasen todo cuanto habían visto, pues él también quería adorar al Niño. Eso les dijo, pero era todo mentira. Sólo quería enterarse bien, para matarle. A la salida de Jerusalén volvieron a encontrar la estrella, que les guió hasta el Niño Jesús. De rodillas le adoraron y, abriendo sus cofres, le ofrecieron:

Todos:


!Oro, incienso y mirra!

Poco después, un ángel se apareció a San José y le dijo:

6

Ángel:


Levántate, José.
Toma al Niño y a María, su Madre.
y huye a Egipto,
pues el rey Herodes, busca a Jesús para matarle.

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San José obedeció al ángel inmediatamente e hizo todo como le habían mandado.

Entre tanto, el rey Herodes, viendo que los Magos no volvían como él les había encargado y queriendo como quería matar al Niño Jesús, mandó a sus soldados que matasen a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en sus cercanías. Fue un día muy triste para aquel pueblo.

7

Coro:


Se oye a lo lejos llantos y lamentos.
Es Raquel, que llora la muerte de sus hijos
y no quiere consuelo, porque ya no existen.

Esos niños son los Santos Inocentes y no hay que ponerse triste pensando en ellos, porque dice la Biblia:

8

Coro:


Seca tus lágrimas y acalla tus lamentos.
Por el dolor de hoy
recibirás el premio.
Ten esperanza.

Porque están en el cielo y son los amigos del Niño Jesús.

Esta es la historia de los Santos Inocentes, mucho más bonita y más importante que todas las inocentadas del mundo.





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La biblioteca de Don Quijote


Introducción

El 23 de abril se celebra en España «El día del Libro» en memoria de Miguel de Cervantes Saavedra, autor del Quijote y gran escritor.

Vamos nosotros también a dedicar esta reunión a recordar a Miguel de Cervantes, representando entre todos una escena de su libro maravilloso.

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Elección de personajes

Para la historia de la biblioteca de Don Quijote se necesitan cinco personajes:

Cervantes:

Para nuestra historia de hoy se necesita un niño, que quiera hacer el papel de Cervantes. ¡Nada menos que don Miguel de Cervantes Saavedra, una de las mayores glorias literarias de España! Nos hace falta un niño que ame los libros y que le guste escribir. ¡Tú! ¿Cómo te llamas?... (el chico dice su nombre). ¡No! Ya no te llamas (se repite el nombre). Ahora eres don Miguel de Cervantes Saavedra. Tened a bien subir al estrado, señor don Miguel, y aguarde su merced, que luego trataremos de lo que ha de acontecer.

Don Quijote:

Para Don Quijote nos hace falta un chico alto, delgado! Tú, por ejemplo! Pero ponte serio. Nos has de olvidar que eres el Caballero de la Triste Figura.

Ama:

También interviene en nuestra historia de hoy el ama de Don Quijote, una buena mujer que le cuidaba y atendía. Nos hace falta una niña con carita de hacendosa, de las que saben echar una mano en casa ayudando a poner la mesa o haciendo recados.

La sobrina:

La sobrina de Don Quijote sería una muchachita castellana, morena, con dos trenzas. ¡Como esta niña!

El barbero:

Los barberos de entonces no eran como los de ahora, que se limitan a cortar el pelo, afeitar a los clientes y todo lo más, se dedican a comentar el partido del domingo. Entonces sabían también algo de medicina y mucho de letras. Este niño, que tiene cara de leer mucho, nos puede servir para «barbero».

El cura:

Muy buenos consejos y razones le dio a Don Quijote el señor cura de su pueblo, pero como Don Quijote estaba loco no atendía a razones. Para cura elegiremos a un chico serio y formal, de los que nunca hacen travesuras. ¡Este!

Una vez repartidos los papeles, se colocan los niños ordenadamente a la derecha de la narradora y se hace pasar a la izquierda a medida que leen su parte.



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Papeles para repartir a los niños

Cópiese a máquina, en líneas muy espaciadas.

El número se escribe grande y en lápiz rojo para que se vea a varios pasos de distancia.

Por último, se corta el papel por donde indican las rayas.

————————————




1


En un lugar de La Mancha,
de cuyo nombre no quiero acordarme,
vivía un hidalgo,
como de cincuenta años.
Era de complexión recia,
seco de carnes,
enjuto de rostro.

————————————




2


Se enfrascó tanto en la lectura de libros de caballería
que se pasaba las noches leyendo
de claro en claro
y los días de turbio en turbio,
y así, de poco dormir y mucho leer
vino a perder el juicio.

————————————




3


Hacerse caballero andante,
e irse por todo el mundo con sus armas y caballo
a buscar aventuras,
y a ejercitarse en lo que él había leído,
que los caballeros se ejercitaban,
deshaciendo todo género de agravios.

————————————




4


No hay por qué perdonar a ninguno
porque todos han sido los dañadores;
mejor será arrojarlos por las ventanas al patio
y allí hacer un rimero dellos
y pegarles fuego.

  -98-  

————————————




5


He oído decir
que es el mejor
de todos los libros que de este género
se han compuesto.
Como a único de su arte
se debe perdonar.

————————————




6


Vengan
¡y al corral con ellos!

————————————




7


Estos no merecen ser quemados
como los demás,
porque no hacen ni harán
el daño que los de caballerías han hecho.
Que son libros de entretenimiento
sin perjuicio de tercero.

————————————



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La biblioteca de Don Quijote

(Don Quijote de la Mancha, capítulos I y VI.)

Estoy seguro de que todos habéis oído hablar de Don Quijote de la Mancha, ¿Verdad que sí?

Entonces ya sabéis que Don Quijote no es una persona de verdad, sino un personaje inventado por un famoso escritor español que se llamaba Miguel de Cervantes.

Me temo que Miguel de Cervantes no se parecía mucho a este chico que tenemos aquí, y que lo va a representar. Cervantes nació en 1547 y este chico ¿en qué año has nacido?... Cervantes escribía con una pluma de ave y éste con bolígrafo. Cervantes combatió en la batalla de Lepanto y éste sólo lucha con sus amigos o sus hermanos. A pesar de todas las diferencias tú nos vas a decir las mismas palabras que pensó y escribió Cervantes en ese libro que empieza así:

1

Cervantes:


En un lugar de La Mancha,
de cuyo nombre no quiero acordarme,
vivía un hidalgo...
como de cincuenta años.
Era de complexión recia,
seco de carnes,
enjuto de rostro.

Ya tenemos aquí a Don Quijote. Era alto, delgado, con la cara alargada y seria, como le hemos visto tantas veces pintado. Este señor tenía tierras, cuidaba de su hacienda, gustaba de la caza y también de la lectura. Todo iba bien al principio, pero con el tiempo...

2

Cervantes:


Se enfrascó tanto en la lectura de libros de caballerías
que se pasaba las noches leyendo
de claro en claro
y los días de turbio en turbio
y así, de poco dormir y del mucho leer
vino a perder el juicio.

Se volvió loco y entonces quiso hacer lo mismo que contaban los libros de caballerías. Los libros de caballerías eran los libros de aventuras de entonces, donde los caballeros andantes combatían heroicamente en honor a su dama, perseguían a los malhechores y defendían a los débiles. Entonces, Don Quijote decidió:

3

Cervantes:


Hacerse caballero andante,
e irse por todo el mundo con sus armas y caballo
a buscar aventuras,
y a ejercitarse en lo que él había leído
que los caballeros se ejercitaban:
deshacer todo género de agravios.

  -100-  

¡Fijaos! A Don Quijote le pasa lo mismo que a vosotros: que si leéis muchos tebeos de golpes y puñetazos, empezáis a pegaros y, si leéis novelas del Oeste, jugáis a los indios. Lo malo es que Don Quijote no leía más que eso, libros de caballerías. Lo malo es que vosotros no leéis más que historias de golpes y puñetazos.

Sin pararse a pensarlo, Don Quijote busca las armas, lanza y escudo, que habían pertenecido a sus bisabuelos, monta en su caballo «Rocinante» y sale en busca de aventuras. Su intención era buena, pues él quería deshacer agravios, o sea remediar todas las injusticias, pero trataba de hacerlo de un modo exagerado y falto de razón. Llega a un mesón donde todos se burlan de él, y después los mozos de unos mercaderes le derriban del caballo y le apalean. Tirado en el suelo y todo dolorido por la paliza, le encuentra un labrador de su pueblo que, compadecido, le lleva de regreso a su casa cargado sobre el borrico.

Al verle llegar tan dolorido, todo son lamentaciones y, al día siguiente, se reúnen el ama y la sobrina de Don Quijote junto con el cura y el barbero del pueblo y deciden hacer una revisión en la biblioteca de Don Quijote, para quitar de allí los libros que le habían trastornado el juicio.

4

Sobrina:


No hay por qué perdonar a ninguno
porque todos han sido los dañadores;
mejor será arrojarlos por las ventanas al patio
y allí hacer un rimero dellos
y pegarles fuego.

El ama pensaba lo mismo, pero el cura dijo que era mejor leer los títulos y separar los buenos de los malos. Quemar los libros malos y conservar los buenos.

El primer libro que sacaron de las estanterías se titulaba «El Amadís de Gaula», un libro de caballerías muy famoso entonces, y ya iban a tirarlo por la ventana, cuando dijo el barbero:

5

Barbero:


He oído decir
que es el mejor de todos los libros que deste género
se han compuesto.
Como único de su arte
se debe perdonar.

Pusieron aparte «El Amadís de Gaula», para guardarle en atención a sus méritos, pero condenaron al fuego otros muchos libros de caballerías. El ama los tiraba por la ventana muy contenta.

6

Ama:


Vengan
y ¡al corral con ellos!

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Encontró después el barbero dos libros pequeños y se los dio al cura que, después de hojearlos y viendo que eran de poesía, dijo:

7

Cura:


Estos no merecen ser quemados
como los demás,
porque no hacen
ni harán el daño que los de caballerías han hecho;
que son libros de entretenimiento
sin perjuicio de tercero.

Se salvaron de la quema los libros de poesía y todos los de temas históricos y también alguna novela de aventuras y libros de caballerías que por sus especiales valores se lo merecían. Y así quedó la biblioteca de Don Quijote muy arreglada y con los libros precisos.

Lo malo es que Don Quijote ya estaba loco con una locura idealista y razonable a veces, y volvió a salir en busca de aventuras.

Le ocurrieron muchas y todas ellas están escritas en una novela que se llama «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha», uno de los mejores libros que se han escrito en el mundo.

Esto es lo que pasó una tarde en la biblioteca de Don Quijote:

Pero ¡no! Todavía no ha terminado la historia.

Vamos a pensar lo que pasaría esta tarde en una de vuestras casas si vinieran el ama, la sobrina, el barbero y el cura a haceros una visita y a inspeccionar vuestra biblioteca como hicieron con la de Don Quijote.

La primera dificultad estaría en encontrar «tu biblioteca». ¿Dónde está? ¿Dónde guardas tus libros? ¿Debajo de la cama? ¿Dentro de la cartera del colegio? ¿En el comedor?

Porque en casa hay un sitio para cada cosa. Los platos están en el vasar de la cocina, muy bien colocados y dispuestos, y los calcetines, en el armario de la ropa. Lo único que no tiene sitio fijo son los libros, que andan rodando de un sitio para otro. ¡Y no puede ser! Aunque haya pocos libros en casa, deben estar bien guardados, en sitio de honor, y a disposición de toda la familia. Tienen que estar en una «biblioteca». Da lo mismo que sea un cajón de huevos cubierto con un tapete, o un mueble grande y precioso. El caso es conseguir un lugar digno para los libros, lejos de los tazones o los calcetines.

Ya están el cura, el barbero, la sobrina y el ama frente a la biblioteca. Empiezan a mirar los libros. Uno por uno ¿qué opinan?

-Esta historia de luchas y puñetazos ¡al fuego!

-Y este otro, que no habla más que de engaños y violencias ¡al fuego!

-Y este también.

Se salvarían de la quema ¡seguro! tus libros de escuela, la enciclopedia y la geografía, pero... ¿alguno más? ¿Tienes en tu casa un libro, un verdadero libro, interesante, divertido, bien escrito, que te proporcione muchas horas de entretenimiento, que ensanche tus conocimientos, que abra ante ti las ventanas del mundo? ¿Tienes un libro siquiera, que sea digno de salvarse de la revisión del cura, el barbero, el ama y la sobrina?









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