II
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ISIDORA.-
(Entra con muestras de cansancio. Viene
humildemente vestida y trae un lío de ropa. Siéntase en un
sofá inválido que se inclina más de un lado que de otro, y
poniendo sus ojos llenos de dulzura en
Joaquín, espera que este le dirija la
palabra.) ¡Dios mío, qué escalera!
|
JOAQUÍN.-
Más grande es la del
Paraíso; al menos así lo dicen, que yo no la he visto.
|
ISIDORA.-
¿Ha venido mi padrino?
|
JOAQUÍN.-
No he tenido el gusto de ver a su
señoría.
|
ISIDORA.-
¡Cuánto he andado,
cuánto he corrido hoy!... He vuelto a casa de Emilia para ver a
Riquín. He querido
traérmele, temiendo que les molestase; pero Emilia no lo ha
consentido... Hemos llorado...
(Se conmueve.)
|
JOAQUÍN.-
Has hecho bien en dejarle
allí. En ninguna parte estará mejor.
|
ISIDORA.-
(Suspirando fuerte.) ¡Ay!
Dios de mi vida, ¡qué angustia! Por fin he logrado reunir...
(Lleva la mano a su bolsillo como para
defenderlo de un brusco movimiento de
Joaquín.) - No, no te doy un
cuarto. Déjame, que yo iré arreglando las cosas. Por de pronto es
preciso que salgas de aquí. Esta casa es una pocilga, y
¡qué vecindad, qué huéspedes, qué patrona!
Anoche no me dejaron dormir estos torerillos y demás gentuza que cantaba
y daba palmadas en el comedor. Pero di, ¿no hallaste otro sitio mejor en
que meterte?
|
JOAQUÍN.-
(Con desaliento.) Perseguido,
aterrado, aturdidísimo, me dejé conducir por un amigo, Pepe
Nules.
|
—168→
|
ISIDORA.-
Pues ya tengo para pagar los ocho
días que has estado aquí. Yo no he estado más que tres. El
gasto es poco. Hoy te haré traer comida buena de la fonda.
|
JOAQUÍN.-
No te apures por eso...; lo mismo
me da.
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ISIDORA.-
Y mañana irás a una
casa más decente.
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JOAQUÍN.-
(Con indiferencia.)
¿Para qué?
|
ISIDORA.-
Para que vivas con más
decoro.
|
JOAQUÍN.-
¡Ideas convencionales!
|
ISIDORA.-
(Pensativa.) Ayer te dije que
tomaría una casita, y nos íbamos a vivir juntos, ocultamente, sin
que nadie se enterara. Ya he reflexionado, y eso no puede ser.
|
JOAQUÍN.-
Esas ideas de vivir ocultamente, y
eso de hacer un nido y...
(Riendo.) Estupideces, hija.
Eso lo pueden hacer los pájaros, que no conocen la
acuñación de moneda. Estamos dejados de la mano de Dios. No hay
que pensar en casita ni en simplezas. Los novelistas han introducido en la
sociedad multitud de ideas erróneas. Son los falsificadores de la vida,
y por esto deberían ir todos a presidio.
|
ISIDORA.-
No te desesperes.
(Sonriendo con dulzura.)
¿Y si yo te dijese que tengo probabilidades de reunir algún
dinero?
|
JOAQUÍN.-
Tu dinero nos serviría para
ir pasar dos días, tres. Luego volveríamos a la misma
situación de miseria, y como tus riquezas no habían de ser tales
que yo pudiera con ellas romper este cerco en que me hallo...
|
ISIDORA.-
(Con cariño.) ¿Y
si yo pudiera...?
|
JOAQUÍN.-
Ta, ta, ta. Tú vives de
ilusiones. Aquí tenemos otra vez la fantasmagoría del pleito.
Siempre crees que mañana te duermes
—169→
Isidora y te
despiertas marquesa de Aransis, harta de millones. No sé cómo,
con tu buen talento, vives así, engañada por el deseo.
|
ISIDORA.-
Vamos, hoy todo lo ves negro.
|
JOAQUÍN.-
Es que todo se ha vuelto ya retinto
para mí.
|
ISIDORA.-
Si quieres que no riñamos, no
me hables del pleito con ese desprecio. Yo tengo confianza, y quiero que
tú la tengas también. El procurador me ha dicho que es cosa
ganada... Tardará algún tiempo, porque mi abuela apelará;
pero de que lo gano, no te quede la menor duda.
|
JOAQUÍN.-
Pues poniendo las cosas a tu gusto,
siempre pasarán tres, cuatro o cinco años antes que lo ganes.
Ayúdame a sentir. Ni cómo he de remediarme yo ahora y sortear mi
deshonra, con esos caudales que todavía no se han acuñado.
|
ISIDORA.-
Al darte esperanzas, no me
refería precisamente al pleito. Yo pensaba conseguirte el dinero con un
préstamo.
|
JOAQUÍN.-
¡Un préstamo!
(Con estupor.)
|
ISIDORA.-
En fin, yo me entiendo... No te
desesperes...
|
JOAQUÍN.-
No creo ya en los préstamos,
como no creo en los milagros.
(Da media vuelta y se pasea otra
vez.)
|
ISIDORA.-
(Aparte, y después de mirar un
rato a
Joaquín). Es preciso sobreponerse
a la desgracia... Arreglaré el cuarto que parece una leonera.
Larga pausa. Durante un momento, ambos
personajes callan.
Isidora coloca las sillas con cierto orden,
arregla las camas, quita el polvo. Cuando limpia el espejo, se mira un poco, y
dice: «Parezco
—170→
que sé yo qué.
(Alto.) Hoy traeremos dos
cubiertos de la fonda.
|
JOAQUÍN.-
Como tú quieras. El comer
bien o el comer mal me es indiferente; pero, pues tú lo quieres, comamos
bien, que nada se pierde en ello.
|
ISIDORA.-
(Sentándose fatigada.)
La miseria, hijo, me espanta. No tengo un vestido decente que ponerme...
¿Pues y tú? ¡Y a esto llaman vivir!...
|
JOAQUÍN.-
La vida sin dinero es una
enfermedad del cerebro, una fiebre galopante, una meningitis. Ni el amor es
posible en la pobreza. Mete a los amantes más finos y más
exaltados, a Romeo y Julieta, por ejemplo, en un cuchitril, donde no tengan
más que el consabido
pan y cebolla, y a los dos días se
arañan la cara. La miseria es enemiga del alma humana. Con ella no es
posible el talento, ni los afectos, ni la amistad, ni el arte, ni la dignidad,
ni nada. Es la forma sintética del mal. Oye, oye, Isidora: el reloj de
las monjas ha dado las tres. Tengo una debilidad... Si persistes en el
sibaritismo de traer algo de la fonda, mándalo traer pronto, ya sea
almuerzo, ya comida, porque me muero de hambre.
|
|
Nueva pausa, durante la cual entran una
criada de la casa y un mozo de la fonda. Este sirve el
almuerzo.Joaquín demuestra más apetito que
Isidora.
|
ISIDORA.-
(De sobremesa.)
¿Qué tal?
|
JOAQUÍN.-
Los langostinos estaban muy buenos;
el
bistec me ha rejuvenecido. ¡Bendita
seas tú, que siempre tienes ideas grandes! Eso de sorprenderme con dos
botellas de Champagne prueba que en ti todo es noble, lo mismo el
corazón
—171→
que la cabeza. Dejaremos una botella para
mañana, porque la economía es la primera de las virtudes; no, la
segunda, que la primera es cuidarse bien.
|
ISIDORA.-
Alguna otra sorpresa he de darte
todavía. Dime, ¿mereces tú lo que hago por ti?
|
JOAQUÍN.-
No lo merezco ciertamente. Muchas
veces te lo he dicho. Eres un ángel..., no de esos ángeles
desabridos que pintan en los cuadros y en las poesías, los cuales vienen
con consuelillos de moral emoliente, sino un ángel mundano que derrama
sobre el corazón del desgraciado bálsamo eficaz. En una palabra,
eres un ángel práctico. Bien se conoce en todas tus acciones la
nobleza. Podrás equivocarte, cometer faltas; pero ser innoble,
jamás. No sé si me explicaré diciendo que tienes la
elegancia del alma.
|
ISIDORA.-
Tienes razón. Seré
cualquier cosa; seré... mala si se quiere, pero ordinaria
jamás.
|
JOAQUÍN.-
Indudablemente eso está en
la sangre. ¡Por vida de...! Si no ganas ese endiablado pleito, no hay
justicia en la tierra... ni en el cielo. ¡Ay! Isidora, no sé por
qué el Champagne da a mi alma un vigor que ya no tenía. Ello es
que siento deseos de echarme a pensar cosas agradables. Isidora, Isidora, mujer
mía.
(La abraza tiernamente.)
Entretengámonos un momento con ilusiones...
|
ISIDORA.-
(Riendo.) Mejor es soñar
que ver.
|
JOAQUÍN.-
Ganarás el pleito... Yo me
casaré contigo...
|
ISIDORA.-
(Entristeciéndose
súbitamente.) En lo primero creo, en lo segundo no. Esa
ilusión es demasiado bonita para que pueda engañar.
|
JOAQUÍN.-
¿Por qué lo dices?...
¿Porque te lo
—172→
he prometido muchas veces, y nunca lo he
cumplido? Ahora...
|
ISIDORA.-
Ni ahora ni nunca. Tú no te
casarás conmigo.
(Derrama unas
lágrimas.)
|
JOAQUÍN.-
El mundo es olvidadizo,
tontuela.
|
ISIDORA.-
Pero no tan olvidadizo que...
|
JOAQUÍN.-
Y en seguida que nos casemos,
haremos un viaje por Italia y Suiza.
|
ISIDORA.-
O por Inglaterra y Escocia.
(Con toda su alma.)
¿Sabes que de tanto oír hablar de Italia me apesta la tal Italia?
Mas quiero ver a Londres, sus inmensas calles, sus muelles que no tienen fin,
sus parques... Aquello sí que es grandeza. Te diré... Luego
haría una excursión por Escocia, ¡donde hay unos lagos
preciosos y unas montañas...! Por allí andan las
ladys visitando grutas,
escudriñando ruinas y pintando paisajes. No hay nadie que entienda como
esa gente inglesa el modo de hacer vida elegante en medio de la Naturaleza.
Botín, que ha estado en Inglaterra, me contaba cosas que me
hacían feliz.
|
JOAQUÍN.-
Pues si lo prefieres, iremos a
Londres y Escocia.
|
ISIDORA.-
Calla, calla. Te diré...
Iré yo sola, o contigo, si quieres acompañarme... Porque no me
casaré, Joaquín; viviré soltera riéndome del
mundo.
|
JOAQUÍN.-
¡Soltera! Si yo no me casara
contigo, tendrías ocho mil pretendientes por semana.
|
ISIDORA.-
(Decidida.) A todos les
daría con mi puerta dorada en los hocicos. ¡Soltera, libre!
Vestiré muy bien, protegeré las artes, seré una gran
señora. Te diré... Mi casa va a tener que ver, porque no
entrará en ella nada que no sea
—173→
de lo más escogido.
No has de ver ni cosas vulgares, ni tapicerías chillonas, ni objetos de
mal gusto, ni cosa alguna que se vea en otra parte. Compraré cuadros de
los grandes maestros, y tapices y antigüedades, y todo lo que sea curioso
sin dejar de ser bello, porque las rarezas sin hermosuras me desagradan como
las bellezas comunes.
|
JOAQUÍN.-
¡Bendito sea tu talento!
|
ISIDORA.-
En mi casa no entrarán los
tontos; eso puedo jurártelo. Me rodearé de hombres discretos,
distinguidos. En fin, será mi casa la academia del buen gusto, del
ingenio, de la cortesía y de la inteligencia. Daré conciertos de
música clásica.
|
JOAQUÍN.-
(Con un poco de malicia.)
¿La has oído? ¿Te gusta?
|
ISIDORA.-
Yo no sé si la he
oído o no; pero puedo asegurar que me gusta. Te diré...
¿Hay una música en que no se oigan esos mil sonsonetes de
ópera que conocemos por los organillos, las bandas militares y los
cantantes de afición? Pues esa es mi música. Lo que te puedo
asegurar es que un día fuí al salón del Conservatorio a
oír los cuartetos y me gustó tanto, que estaba embelesada...
Aquello era un coro de serafines con guante blanco. ¡Qué
sensaciones tan delicadas! Yo me remontaba a un cielo que también era
salón.
|
JOAQUÍN.-
(Con arrobamiento.)
¡Isidora, tú eres noble!
|
ISIDORA.-
Te diré... Oyendo aquella
música, yo me olvidaba de todo y bendecía a Dios, que no me ha
hecho vulgo... Vamos a otra cosa. Yo no entiendo de pintura; pero cuando tenga
mi casa, entrarás en ella, y te desafío a que encuentres
—174→
algo que no sea superior. Me atengo a los grandes maestros, y
como he de ser muy rica, me formaré una buena colección.
También tendré contemporáneos, siempre que sean muy
escogidos. Tres o cuatro veces nada más he estado en el Museo.
¡Qué cosas, hijo! Aquello sí es grande. Con el talento que
hay colgado de aquellas paredes había para hacer un mundo nuevo si este
se acabase. Yo me figuraba que había pasado a otro mundo, a Venecia, a
Roma, a la corte del Buen Retiro. Unas veces creía que estaba cubierta
de brocados y otras que andaba a la ligera como se anda por el Olimpo. Aquella
es belleza; chico, aquella es gracia. Yo decía: eso lo siento yo, esto
es cosa mía, esto me pertenece...
|
JOAQUÍN.-
(Con entusiasmo.) ¡Eres
noble, eres noble!
|
DON JOSÉ.-
(Entrando súbitamente, produce,
con la irrupción inesperada de su personalidad, un abatimiento brusco
del exaltado vuelo de su ahijada.) Aquí estoy.
|
ISIDORA.-
¡Ah!... Don José...
|
DON JOSÉ.-
(Aprovechando el momento en que
Joaquínvuelve la espalda, da un papelito
a
Isidora.) Toma.
|
ISIDORA.-
(Guardando el papelito.)
Padrinito, ahora debe usted retirarse. Es de noche y estará usted
cansado. Mañana le necesito. Pero no se moleste usted en subir.
Aguárdeme en la puerta y me acompañará a varios sitios
donde he de ir.
(Despidiéndose con una mirada
cariñosa.) Abur.
|
DON JOSÉ.-
(Con cierta reconcentración
shakespeariana.) La sangre que destila de mi corazón amarga mis
labios.
(Exit.)
|
III
|
|
Es de noche. Agonizante luz de un
quinqué con pantalla torcida y sucia alumbra la estancia.
JOAQUÍN, cansado de dar vueltas por el cuarto
y de fumar cigarrillos, se arroja vestido a la cama y se duerme.
ISIDORA se reclina en el sofá y cierra los
ojos. Pero no pudiendo dormir, habla consigo misma.
|
«Decididamente optaré
por el canelo con combinación níquel, por el azul de ultramar y
por el negro con combinación de brochado, oro y cardenal... En los
sombreros no determino nada hasta no enterarme bien. ¡Ay Jesús!,
lo primero que tengo que hacer es tomar un profesor de francés...
Supongamos que cuando menos se piensa, mañana, o la semana que entra, o
el mes que entra, gano el pleito; bien porque lo gano, bien porque la marquesa
se cansa, reconoce su terquedad, y cede y me llama y me dice... Hace
días que me estoy figurando esto y nada tendría de particular que
lo que pienso resultase verdad. Pues bien: mi abuela me llama el mejor
día; voy allá, subo, entro, espero un ratito en el gabinete del
piano, sale ella, me mira, me toma las manos, me las aprieta mucho y me dice:
«Basta de pleitos, hija; abracémonos». Y me abraza, y yo me
echo a llorar, y ella también, y todo queda concluido, y yo en la casa y
en posesión de lo que es mío... Supongamos esto, que es lo
más natural, lo más lógico. ¡Qué
alegría tan grande, Dios de mi vida! Entonces sí que podré
tener cuanto necesite y cuanto me agrade sin humillarme. Sacudiré la
tierra que
—176→
se haya pegado a las suelas de mis botas, y
diré: «Ya no más, ya no más lodo de las
calles». El cristal más puro no podrá compararse entonces a
mi conciencia. Seré tan honrada como los ángeles...
Levantaré mi frente...
(Se interrumpe y da un gran
suspiro.)
»¿Pero podré
levantarla con el peso de ciertas cosas de mi vida pasada... y presente? Esto
me vuelve loca. ¡Maldita sea la necesidad, que no es otra cosa sino lo
que antes se llamaba el Diablo! La decencia del vestir, la delicadeza en el
comer, el aseo y las comodidades, que son tan necesarias a ciertas personas
como el aire y la luz, nos matan el alma... ¡Que venga Dios en persona a
sacarme de este círculo maldito! Si me privo de todo, me muero de pena,
y si no me privo me deshonro... ¡Oh Dios!, ¡quién fuera
cursi, quién fuera populacho!... Me pasaría la vida haciendo
cigarros, lavando ropa, comiendo bodrio, durmiendo en un jergón
asqueroso; me casaría con un cafre hediondo, tendría un chiquillo
cada año, viviría como una bestia, toda imbécil, toda
sucia...; ¡pero sería feliz como son felices los que no conocen el
dinero!... ¿Qué es mejor, ser una piedra, que se está
donde la ponen, o ser una criatura racional que quiere ir a alguna parte?
¡No sé, no sé! ¡Benditos sean los adoquines, que ni
siquiera sienten los pisotones que les dan!... Vaya, vaya, qué duro es
este sofá. Y el pobre Joaquín, ¡qué profundamente
duerme! ¡Buena falta le hace! ¡Cuánto has padecido estos
días, desgraciado mártir de la sociedad! Tienes mala cabeza, pero
eres bueno. Has gozado mucho, demasiado quizás, y ahora lo estás
pagando. Los muy felices tienen que pagar su felicidad con desgracias, y
viceversa. Por eso yo, que he sido
—177→
y soy tan desgraciada, he de
cobrar pronto la felicidad que se me adeuda...
(Suspira y se aflige.)
Sí, sí; no hay debajo del sol una persona más desgraciada.
Y, no me digan que soy mala. Yo no soy mala. Es que las circunstancias me
obligan a parecerlo. Y si no, que baje una santa del cielo y se ponga en mi
lugar, a ver si no haría lo mismo...
(Se da un golpe en la
frente.)
»Cuando pienso lo que me
espera mañana, me dan ganas de matarme. Y al mismo tiempo, ¡vaya
con las jugarretas que me hace mi destino! Deseo que llegue mañana. Mis
necesidades, los apuros de este infeliz y la urgencia de pagar los gastos de mi
pleito, me hacen cerrar los ojos... El honor me echa hacia atrás; la
ansiedad de satisfacer mis necesidades me echa hacia adelante. Pues no hay otro
remedio, adelante. El sí y el no me vuelven igualmente loca.
(Rompe a llorar, y para sofocar sus
lamentos muerde el pañuelo. Larga pausa.) ¡Y cómo
duermes tan tranquilo!... Si yo no te quisiera tanto, podría suprimir
uno de los principales motivos que tengo para dar este mal paso, y
quizás, quizás hallaría otros medios... Pero no puedo
remediarlo; se me despedaza el alma de verte así... Y para que veas lo
que soy, siempre que considero lo mal que te has portado conmigo, me entran
ganas de servirte, de favorecerte. Te diré..., yo soy así; Dios
mío, ¿por qué me hiciste noble? ¿Por qué no
me hiciste nacer de vil populacho? ¿Por qué no me hiciste canalla
de la cabeza a los pies, canalla la figura, canalla los modales, canalla el
alma?...
(Gran pausa, durante la cual se
adormece.) No, no; me decidiré por el azul Ultramar con
combinación rosa y plata...
—178→
(Otra pausa, durante la cual
amanece.) »Es de día; me levantaré y saldré
sin que él me vea. Aún es demasiado temprano. Procuraré no
hacer ruido... Le dejaré el dinero suelto que me queda aquí y dos
palabras escritas con este lápiz.
(Escribe; pone sobre la mesa el papel y
algunas monedas.) Vaya, ya es tiempo.
(Afligidísima.)
¡No poderle decir adiós! ¡Qué vida, qué
humanidad! Me voy, porque si despierta, no tendré valor para salir.
(Vase.)
|
JOAQUÍN.-
(Despertando, ya entrado el
día.) Isidora, Isidora... No está. Se ha ido. Me
levantaré. Como estoy vestido, mi
toilette no ofrece grandes dificultades.
¿Habrá por aquí el lujo de un peine? Es posible.
(Levántase y da algunos pasos
por la habitación.) ¡Que claridad! ¡Qué feo y
antipático es el día! Prefiero la noche, tapadora y discreta.
¡Ah!, la señora de la casa, antes de marcharse, ha dejado
aquí sus disposiciones.
(Toma dos duros que hay sobre la mesa y
el papelito, y lee.) Vamos, bien, me ha dejado el dinero para que
almuerce hoy.
(Lee.) «Manda traer de la
fonda tu almuerzo. No te apures. No volveré hasta la noche, porque tengo
que hacer». Esta pobre Isidora, ¡qué buena es! Si no fuera
la maldita manía del pleito, que no ganará nunca, sería
una muchacha ejemplar. Bien, bien; haremos lo que manda la señora. La
fiera patrona no me envenenara con sus guisotes. Voy a llamar, a pedir agua, a
lavarme, y después esperaremos. Luego que almuerce dictaré mis
últimas disposiciones, y en cuanto llegue la noche, la querida
noche...
|
Pausa de algunas horas, durante la cual
entra y sale una zafia criada, arréglase el personaje, y luego almuerza
lo que te traen de la fonda.
|
»Me olvidé de la botella
de Champagne que está en aquel armario. No me importa que se la beba
otro. En mi testamento la dejaré a los huéspedes de esta casa
para que la vacíen por mi salvación eterna... Ya que estoy solo
escribiré a papá y a Isidora.
(Se sienta y escribe.)
¡Buenos cosas le digo a mi señor padre!... Si los deslices del
hijo han sido grandes, el padre no tiene aún motivos para dudar de su
buena fe... Jamás he cometido una vileza. Mis faltas son debilidades, y
además un efecto preciso de la mala, de la perversa educación que
he recibido. ¿Por qué educaron en el lujo al hijo de un pobre
empleado con treinta mil reales? ¿Por qué desde niño me
enseñaban a competir con los hijos de los grandes de España?
¿Por qué no me dieron una carrera, por qué no me aplicaron
a cualquier trabajo, en vez de meterme en una oficina, que es la escuela de la
vagancia? Estas son las consecuencias. Me criaron en la vanidad, y la vanidad
me conduce a este fin desastroso.
(Sigue escribiendo con agitación,
se pone pálido y, al concluir, su mano tiembla.) |
»Ahora escribiré a
Isidora, a quien no veré más. La única persona por quien
siente emociones cariñosas mi corazón es ella.
¡Cuánto más vales tú que otras virtudes secas y
orgullosas! Nuestras dos almas han simpatizado, porque son similares.
Tú, como yo, fuiste educada en la idea de igualar a los superiores...
(Escribe.) «Querida y
adorable amiga: Próximo a morir, adquiero una lucidez extraordinaria;
veo el mundo y la vida en su verdadero aspecto. Yo no tengo ya
salvación; tú puedes salvarte. Procura olvidar tus aspiraciones;
renuncia a ese pleito, hazte humilde, y si se te presenta un hombre honrado
—180→
que quiera casarse contigo, cásate, aunque sea muy
bruto».
(Hablando.) No, no miento nada al
decir que la quiero con todo mi corazón. Su lealtad conmigo, la
constancia de afecto con que ha pagado mis desvíos prueban la grandeza
de su alma.
(El personaje redacta largos
párrafos amorosos y llena cuatro carillas de papel...)
¡Ah!, me olvidaba de lo principal, de
Riquín, mi hijo. ¡En esta hora
triste me ha entrado un amor por él!... ¡Si estuviera aquí
me lo comería a besos!. Le reconoceré.
(Escribe otro larguísimo
párrafo, y pasa el tiempo y avanza la tarde.) En fin, esto es
hecho. Ahora, ánimo. Tremenda cosa es afrontar el dudoso abismo de la
eternidad. Pero no puede ser de otra manera. Dios me perdonará mi
crimen. ¡Todo antes de ser chacota de la gente y presenciar la befa de mi
honor! Pronto anochecerá. No vacilo más.
(Se dirige a la percha, saca el
revólver y lo examina.) Aquí está. Me parece un
juez de hierro que me condena sin permitirme defensa ni apelación. |
UNA VOZ.-
(Que suena cavernosa detrás de
la puerta, acompañada de dos golpecitos.) ¿Se puede?
|
JOAQUÍN.-
Adelante.
|
DON JOSÉ.-
(Entrando.) Buenas tardes.
|
JOAQUÍN.-
¿Viene usted en busca de
Isidora? No está.
|
DON JOSÉ.-
No, vengo de parte de ella. Esta
carta...
|
JOAQUÍN.-
(Tomando la carta con mano
temblorosa.) ¿A ver?... ¿En dónde está
Isidora?
|
DON JOSÉ.-
(Con sequedad.) Hace un rato
estaba en una tienda de la calle del Carmen, escogiendo telas para
vestidos.
|
JOAQUÍN.-
(Estupefacto) ¡Telas!
(Abre la carta,
—181→
que es
voluminosa. Dentro del pliego aparecen risueños algunos billetes de
Banco;
Joaquín palidece.)
¿Qué es esto?
(Se sienta y lee. Palidece más y
luego se pone encarnado y vuelve a palidecer.)
|
DON JOSÉ.-
(Aparte, mirando a
Joaquín con expresión de poca
simpatía.) No lloro porque soy hombre. Mi corazón
concluirá por ser como las rocas en que bate el mar.
|
JOAQUÍN.-
(Guardando la carta en el bolsillo, se
pasea.) ¡Estoy salvado! La cantidad es redonda... ¿Pero
aceptaré esto? ¿De dónde procede?... ¿Es una vileza
aceptarlo? Sí que lo es; pero las circunstancias... ¡El abismo!...
Supongamos que un desventurado está al borde del precipicio y se le
presenta el demonio de la infamia y le alza en sus manos. No, no; antes rodar
al fondo del abismo.
(Alto.) Don José vaya
usted allá, y devuelva esto a Isidora.
|
DON JOSÉ.-
(Aparte y tétricamente,
coincidiendo en sus expresiones sin sospecharlo, con Otelo.) Oh flor
graciosa y bella, ¿por qué has nacido?
|
JOAQUÍN.-
(Vacilando.) No, no; deshonra
por deshonra... Pesémoslas ambas en la balanza de la fría
razón. ¿Cuál pesa más? ¡Oh!, no hay que
vacilar. Esta lleva en sí la imposición del acontecimiento, del
hecho real. Tomaré el dinero... Me he salvado. Pero ¿por
qué no estoy tan contento como debiera?
(Alto.) Don José,
¿con quién ha hablado hoy Isidora?... ¿En dónde ha
estado?
|
DON JOSÉ.-
No lo sé...
(Aparte, lleno siempre de
espíritu shakespeariano.) - ¡Estúpido!
¿cómo quieres que te lo diga? No me atreveré a decirlo ni
aun a vosotras, ¡oh castas estrellas!
|
JOAQUÍN.-
Usted nunca sabe nada. Usted
está siempre en Babia.
(Aparte.) ¡Malditas sean
—182→
las circunstancias!... Me engañaré a mí
mismo, haciéndome creer que este dinero es de procedencia honrada. Es
tan torpe el ser humano, que fácilmente se le engaña... Pero
discutamos esto; abordemos la cuestión con filosofía. Si este
dinero ha venido a mí por una vía poco honrosa, es evidente que
yo no he ido a buscarlo por dicha vía. Los procedimientos de la
Providencia son misteriosos. Es irreverente y sacrílego ponerse a
discutir sus designios. El hecho consumado lleva ya en sí una dosis tan
grande de lógica, que no necesita argumentaciones retóricas.
(Alto.) ¿No piensa usted
lo mismo, hombre de Dios?
|
DON JOSÉ.-
(Como quien despierta de un
sueño.) ¿Yo?... Yo no pienso.
|
JOAQUÍN.-
(Volviendo a mirar con cariño
los billetes.) ¡Y la cantidad es redondita! ¡Pobre Isidora!
¿Cómo no amarla? No sé qué daría porque
ganara el pleito. Pero no, no lo ganará. Sólo los pillos tienen
suerte. ¡Don José, señor don José!
|
DON JOSÉ.-
(Pasándose la mano por la frente
y el cráneo como para detener una idea que intenta escaparse.)
¿Qué?...
|
JOAQUÍN.-
Le voy a convidar a usted a una copa
de Champagne.
|
DON JOSÉ.-
(Con repugnancia.) Gracias,
no..., me mareo.
(Vacilando.) Pero, sí,
venga; así se olvida.
|
JOAQUÍN.-
¿Tiene usted muchas penas
que olvidar?
|
DON JOSÉ.-
(Mirándole con ojos
dulzones.) ¿Yo?... ¿Penas yo?
(Contrae horriblemente sus facciones al
tratar de contener la emisión de un suspiro.)
|
JOAQUÍN.-
(Escanciando.) Ahí va.
|
—183→
|
DON JOSÉ.-
(Bebe.) ¡Cómo pica
la maldita!
(Apenas ha llegado a su estómago
la primer gota del precioso líquido, inclina la cabeza y cierra los
ojos, diciendo.) ¡Mundo miserable!
|
JOAQUÍN.-
¿Qué?... ¿Por
tan poca cosa?
|
DON JOSÉ.-
(Levántase bruscamente, los ojos
brillantes y airados, la actitud trágica.) Sí, lo repito.
Un caballero no recoge sus palabras. ¡Es usted un miserable, y le voy a
romper a usted el bautismo!
|
JOAQUÍN.-
(Soltando la risa.) ¡Don
Pepe!
|
DON JOSÉ.-
(Cuadrándose.) A sable o
a pistola, como usted quiera. Me es igual. De todas maneras sabré
castigar su infamia. ¡Usted, un hombre ordinario, un monstruo, un cafre,
atreverse a coger en sus garras aquel lirio!
(Da algunas vueltas por la
habitación, perseguido por espectros.) No, no os tengo miedo,
no. Pez, Botín, Melchor, Bou, no os temo. Os mataré a todos, os
haré polvo. Soy el defensor de la virginidad ultrajada, de la inocencia
perseguida, de la casta paloma... ¡Vamos, al momento, al momento, me bato
con los cuatro!
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JOAQUÍN.-
(Le empuja hacia el
sofá.) ¡Pobre hombre!
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DON JOSÉ.-
(Cayendo en el sofá como un
talego.) Me habéis matado, porque sois cuatro. Os perdono a
todos menos a uno. Os perdono a los tres; pero a ti, bestia repugnante, a ti,
tronco de la Ipecacuana, no puedo perdonarte.
(Se desvanece.)
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JOAQUÍN.-
(Disponiéndose a salir.)
Ahí te quedarás hasta que te pase.
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IV
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Mutación. La escena representa un
aposento semi-elegante que parece ser fonda.
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ISIDORA.-
(Mirando con zozobra hacia la puerta,
en la cual ha dado golpes una mano indiscreta.) ¿Quién
es?
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DON JOSÉ.-
(Levantándose de un
sillón en que yace soñoliento.) Si es visita, me
retiraré.
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UN SEÑOR.-
(Entrando sombrero en mano y
dirigiéndose a
Isidora.) ¿Es usted doña
Isidora Rufete?
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ISIDORA.-
(Trémula.)
Servidora...
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AQUEL SEÑOR.-
(Avanzando, seguido de otro individuo
poco simpático y nada cortés.) Señora, el objeto
de mi visita es poco agradable. Vengo a prender a usted de orden del juez del
Hospicio.
(Muestra el auto de
prisión.)
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ISIDORA.-
(Aterrada.)
¡Prenderme!... ¡A mí! ¿Está usted
seguro?...
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EL ESCRIBANO.-
(Volviendo a mostrar el auto.)
Vea usted... Conque si tiene usted la bondad de seguirme...
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DON JOSÉ.-
(Aparte, deplorando no tener espada, y
sobre todo no ser hombre capaz de sacarla en caso de que la hubiera
tenido.) ¡Qué picardía!
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EL ESCRIBANO.-
(Queriendo, como hombre humanitario,
sacar a
Isidora de su extraordinaria
perplejidad.) Ya sabría usted que la parte contraria
pidió que se sacara el tanto de culpa...
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ISIDORA.-
(Confusa y mareada.)
Sí.
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EL ESCRIBANO.-
Y el juez ha encontrado el
fundamento.
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ISIDORA.-
Pues daré fianza...
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—185→
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EL ESCRIBANO.-
Precisamente... en el delito de que
se trata no puede concederse fianza.
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ISIDORA.-
¡Delito! ¿Está
usted seguro de lo que dice?
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EL ESCRIBANO.-
El pleito es ahora causa
criminal...
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ISIDORA.-
(Iracunda.) ¿Y de
qué me acusan?
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EL ESCRIBANO.-
De falsificación.
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ISIDORA.-
¿Falsificadora yo?...
(Fuera de sí.)
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DON JOSÉ.-
(Aparte, apretando los dientes,
frunciendo las cejas y contrayéndose todo.) No te pierdas,
José.
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ISIDORA.-
Esto es una infame trama de mis
enemigos... Pero Dios no consentirá que me pierdan ni que me deshonren.
(Llora.) ¡Y a esto llaman
justicia, ley!
(Sobreponiéndose al dolor y
secando sus lágrimas de tal modo que parece que se abofetea.) Yo
probaré mi inocencia... Esto me faltaba, esto; ser mártir.
(Aparte, con entereza y
orgullo.) Bien venida sea esta noble corona. El martirio me
purificará de mis culpas, y hará que resplandezcan mis derechos
de tal modo que lo puedan ver hasta los ciegos.
(Alto.) Vamos, cuando usted
quiera.
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