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ArribaAbajoCarta a Abdón Díaz por Luis Emilio Recabarren

Publicada en El Trabajo, Iquique, 23 de febrero de 1902. Reproducida en Ximena Cruzat y Eduardo Devés (recopiladores), Recabarren. Escritos de prensa, 1898-1905 (Santiago, Nuestra América y Terranova Editores, Ltda., 1985), Tomo I, págs. 7-9. Las notas al pie de la página son de Cruzat y Devés.


Sr. Abdón Díaz247

Distinguido amigo:

He recibido con suma complacencia un telegrama firmado por Ud. como presidente de la Sociedad Mancomunal de Obreros de Iquique, cuyas frases conservaré siempre en mi memoria, por ser las primeras que un hombre de su temple dirige a un obrero que lucha por idénticos principios.

Aunque en lejanas playas separadas por inmensas distancias, sentimos una comunidad de ideas que une los corazones que palpitan por un igual sentimiento. Y ese sentimiento y esas ideas son, mi amigo, las que todo obrero debe sentir. La emancipación de los trabajadores efectuada por ellos mismos como ha dicho el sociólogo alemán Carlos Marsh248.

Como obrero, como hombre de trabajo, me siento enorgullecido, al contemplar -aunque sea a la distancia- ese movimiento omnipotente y poderoso que efectúan mis hermanos de trabajo de aquellas zonas tan apartadas del corazón del país, pero tan inmensamente ricas como inmensamente pobres son los trabajadores que arrancan a la madre común esas riquezas para dárselas a los zánganos de la colmena social llamados ricos.

Al escribir esto me pregunto abismado: ¿cómo es posible que siendo el obrero el que saca de la tierra las más grandes riquezas, sea tan pobre y miserable que muchas veces no tiene un pan para sus hijos?

¿Por qué existe este anacronismo fenomenal...?

En mi concepto, el obrero que saca tales riquezas debiera poseerlas y no entregarlas a un igual que se hace llamar patrón.

Así es, mi amigo, que cuando sé que los trabajadores se levantan, despiertan, abandonan su trabajo unidos, para pedirle al patrón más humanidad, porque es de justicia me siento doblemente entusiasmado y quisiera estar en medio de todos para alentarlos con mis palabras, para ayudarlos con mis esfuerzos.

La huelga de Iquique249, es para mí, el primer grito de rebelión que lanza el chileno, es el primer grito de protesta arrojado al rostro de los capitalistas, que amparados por el gobierno y sus ejércitos, nos explotan a su inhumano capricho, sin encontrar lícito el que nosotros protestemos de semejantes actos de salvajismo.

Allí, donde existen estas riquezas que el pobre roto conquistara, a costa de ríos de sangre, en 1879 para engrandecer la felicidad de los ricos; es donde se ve más pobreza y es donde se los explota más descaradamente, pues se les obliga a recibir por el pago de su salario una moneda que no es de curso legal, con el objeto de defraudar más aún el mismo jornal al laborioso obrero.

El Viejo Mundo nos da ejemplos soberbios con su grandes huelgas, cincuenta, cien, doscientos mil hombres en huelga, ¡qué hermoso espectáculo! La última huelga de Estados Unidos fue de un millón de obreros.

Todas estas grandes huelgas siempre triunfan por la cohesión que guardan los huelguistas y porque al mismo tiempo disponen de grandes capitales para satisfacer los gastos que ellas originan.

Además, los obreros extranjeros, inutilizan los establecimientos al retirarse, con el objeto de que sea imposible continuar los trabajos con otros obreros, que nosotros llamaremos rompe-huelgas.

Los obreros de Iquique deben hacer lo mismo, pues sólo así es posible obtener el triunfo.

El obrero en huelga no debe tener jamás miedo a la sangre.

El sistema de fichas debe ser abolido y ustedes no deben esperar jamás que una ley dictada par el Congreso la suprima. Ello no sucederá porque son interesados en mantener ese sistema muchos congresales.

La obra entonces está en manos de ustedes mismos.

La huelga general en Iquique, se impone como una necesidad imperiosa y su realización debe ser la más rápida posible.

La jornada de trabajo debe ser reducida a ocho horas y el pago debe hacerse en moneda corriente.

Estas palabras deben ser pronunciadas unísonamente por los labios de los obreros todos de las regiones del norte, y a su eco deben levantarse todos los corazones, en un solo movimiento para ir a la gran huelga a conseguir ese laudable propósito.

Pero antes de hacer aquello es indispensable estar bien, preparados y con algunos miles de pesos en las cajas sociales a fin de satisfacer las necesidades de la huelga.

Y sobre todo muy unidos y decididos.

Nosotros debemos dividir la organización en dos clases: ricos y pobres.

Los ricos, que son los menos, sólo piensan en hacerse más ricos a costa de los pobres que somos los más, menoscabando la vida a un sinnúmero de obreros, sin importarles absolutamente nada la suerte miserable que corremos. Caeremos cien veces vencidos por el trabajo y nunca veremos que el rico nos pase un vaso de agua para calmar la fatiga que por ellos sufrimos. Se nos mira peor que a perros, se nos aborrece.

Entonces nosotros que ya sabemos todo esto y que somos los más, debemos darnos un abrazo tan grande que borre todas las fronteras, debemos unirnos solidariamente y formar una sola familia, en una palabra, vivir para nosotros y ayudarnos mutuamente. Y así una vez que nos hallemos bajo un mismo techo, lanzaremos a un mismo tiempo el soberbio grito: abajo la esclavitud obrera, y destrozando las cadenas con que hoy los burgueses nos tienen unidos al yunque del trabajo, lanzaremos sus restos al rostro de los que hasta hoy nos oprimen.

Entonces nosotros impondremos nuestra voluntad, y de las riquezas que la madre naturaleza brinda a la humanidad gozaremos todos en conjunto.

Por otra parte, mi querido amigo, se ha acostumbrado hasta hoy que los obreros, en épocas electorales, den su voto al primer caballero que se presenta a solicitarlos o pagarlos, y después de llegado al Congreso van a hacer causa común con los que nos explotan o son ellos mismos los explotadores.

Es este un verdadero crimen que comenten los obreros dando sus votos a caballeros que nunca nos miran con buenos ojos. Esto es dar armas al enemigo para que nos ataque con mayor furia.

Si el obrero quiere enviar representantes al Congreso o municipio, debe enviar a sus propios compañeros, debe enviar a obreros que son los únicos que saben representar sus intereses y nunca dan sus votos a los que son sus opresores.

Usted, mi amigo, que está a la cabeza de ese movimiento tiene la palabra sobre esto, tiene la iniciativa para aconsejar a sus amigos y hacer la propaganda en el sentido ya indicado.

Queremos ser libres, queremos mejorar nuestra condición de miseria: ayudémonos mutuamente, valiéndose de nosotros mismos.

«LA EMANCIPACIÓN DE LOS TRABAJADORES DEBE SER OBRA DE LOS TRABAJADORES MISMOS», como queda dicho; y ésta es una verdad irrefutable probada con el tiempo. Veinte años ha que ustedes trabajan para engordar a los verdugos y hasta hoy no ha habido un hombre en el Congreso capaz de hacer cesar este estado de cosas. La experiencia de los años debe marcar para ustedes una nueva conducta para el porvenir.

Nunca más al servicio de los amos, de los patrones, de los ricos.

Trabajemos, pero para nosotros.

La huelga iniciada ahí es el primer paso, ya no es posible retroceder, la marcha está emprendida, debe llegarse hasta el fin de la jornada.

Corazones resueltos como ustedes, poseen las grandes energías; que coronan con el éxito las empresas que acometen. Las debilidades deben ahogarse, las traiciones castigarse para que impere sólo la justicia y la verdad.

Mis votos más fervientes serán para que ustedes prosigan en su grande obra, que labra el provenir de los hijos, que disipa las nubes que oscurecen el horizonte de nuestras más caras esperanzas.

Por fin, prosigan impertérritos en la guerra cruda a los capitalistas. Son ellos nuestros verdugos y nuestros enemigos, hay que darles en la cabeza duramente.

El patrón es la hiena sedienta de sangre, que se lanza sobre nosotros para devorarnos; nuestro deber, si queremos conservar la vida, es defendernos y darle muerte a la hiena para evitar el peligro.

¡Adelante legiones de bravos libertarios!

¡Viva! La libertad y la fraternidad.

Muera la opresión y el amo.

Estrecho la mano de todos los obreros de Tarapacá, en su persona, mi querido amigo Díaz, y prométole escribir de vez en cuando mis artículos para los periódicos que ustedes sostienen.

Unión y fraternidad.

Luis E. Recabarren S.

Secretario general del Partido Democrático




ArribaAbajoLas huelgas

Artículo aparecido en la sección «Nuestras consultas» de La Revista Católica, n° 19, Santiago, 3 de mayo de 1902, págs. 337-340.


SS. RR. de La Revista Católica:

Ya que Uds. están sobre los libros, como soldados sobre las almas, y en especial sobre los libros modernos, que tratan de las cuestiones también modernas, dígnense venir en auxilio de un pobre cura de campo, que, recargado de mil trabajos materiales, no ha podido estudiar para resolver las siguientes dudas:

1.ª ¿Es lícito a un trabajador o empleado tomar parte en una huelga? Y en caso de serlo, ¿qué condiciones o circunstancias deben concurrir?

2.ª Si es ilícita la huelga, ¿qué responsabilidad afecta a todos y a cada uno de los huelguistas?

Creo innecesario, SS. RR., encarecer a Uds., que están más al corriente que yo, la importancia de esta cuestión para los confesores, predicadores y párrocos, que más de una vez hemos de vernos obligados a tratarla. Por eso y porque en mis textos de MORAL que poseo no la encuentro tratada, la expongo sencillamente a la ilustración de Uds.

De Uds., SS. RR., afmo. hermano

Un Párroco de campo.

Respuesta. El señor cura de campo, que pide el auxilio de los SS. RR. de La Revista Católica para la resolución de las dudas que presenta, por el recargo de esos mil trabajos materiales ha olvidado que, hace once años él mismo explicó tal vez con elocuencia a sus amados feligreses, en cumplimiento de la recomendación que el Ilmo. y Rvmo. señor Arzobispo hacía a sus cooperadores en el sagrado ministerio, y en especial a los párrocos, al publicar la encíclica de nuestro santísimo padre el papa, León XIII, sobre la Condición de los Obreros, encíclica que resuelve magistralmente y con autoridad pontificia muchos puntos relativos a los obreros, y en especial los relativos a las obligaciones que les afectan para con sus patrones. Materia es ésta, dice el sabio Pontífice, que ya otras veces, cuando se ha ofrecido la ocasión, hemos tratado; mas en esta encíclica nos exige la conciencia de nuestro deber apostólico, que tratemos la cuestión de propósito y por completo, y de manera que resulten claros los principios que han de dar a esta contienda la solución que demandan la verdad y la justicia. Un poco más adelante agrega: Animosos y con derecho claramente nuestro, entramos a tratar esta materia, etc.

He aquí el libro moderno, que trata de cuestiones también modernas y en el cual se han inspirado los teólogos que tratan de las huelgas, como el sabio Genicot. De él nos serviremos también nosotros para contestar al señor cura y ojalá que, sin dejar los trabajos materiales, dedique algunos pocos ratos a la lectura de las encíclicas de nuestro santísimo padre el papa León XIII y, en especial, de las siguientes, que le ofrecerán materia para muchas y muy provechosas predicaciones: Inscrutabili, de 21 de abril de 1878, Arcanum, de 10 de febrero de 1880 y Neminem fugit, de 12 de junio de 1892. En todas ellas encontrará documentos preciosos sobre la organización cristiana de la familia. Las Quod Apostolici, de 28 de diciembre de 1878 y Rerum novarum, o sea, de Conditione Opificum, de 15 de mayo de 1891, lo instruirán admirablemente sobre muchos errores llamados modernos, pero que, en realidad, no son tan modernos que digamos.

Pero no se crea que, sin los documentos anteriores, las dudas propuestas serían insolubles. La moral nos da principios que, debidamente aplicados, resuelven esas cuestiones.

Pasamos ahora a resolver las dudas propuestas. La primera es la siguiente: ¿Es lícito a un trabajador o empleado tomar parte en una huelga? Y caso de serlo ¿qué condiciones o circunstancias deben concurrir?

Ante todo, ¿qué se entiende por huelga?

El Diccionario de la Real Academia Española la define: «Abandono del trabajo, en que los que se ocupan en un arte, profesión u oficio quieren obligar a que se les conceda lo que pretenden; como, por ejemplo, aumento de salario o disminución de horas de labor».

Los teólogos la definen más brevemente: Cessatio laboris ex condicto.

Según las enseñanzas de la encíclica Rerum novarum, las obligaciones de los obreros son: 1.ª poner de su parte íntegra y fielmente el trabajo que libre y equitativamente se ha contratado; 2.ª no perjudicar en manera alguna el capital ni hacer violencia personal a sus amos; 3.ª abstenerse de la fuerza al defender sus derechos y nunca armar sediciones ni aliarse con hombres malvados, que mañosamente les ponen delante desmedidas esperanzas y grandísimas promesas, a que se sigue casi siempre un arrepentimiento inútil.

Ahora bien, la huelga puede tener lugar en diferentes circunstancias, y de ellas dependerá su licitud o ilicitud.

Si la huelga tiene lugar entre obreros, que suspenden o abandonen un trabajo que libre y equitativamente se ha contratado, es evidente que la huelga es ilícita, pues los huelguistas faltan a un contrato oneroso, violan la justicia conmutativa, faltan a la primera de sus obligaciones. Faltan también en este caso a la segunda y tercera de esas obligaciones, si, como sucede de ordinario, usan de la violencia, perjudicando a sus patrones y se unen a hombres malvados, que los engañan con esperanzas desmedidas y grandísimas promesas, a las que no se sigue, como dice muy bien el Papa, sino un arrepentimiento inútil.

En el informe dado por la sección de Lieja al Congreso de la Sociedad Internacional de Obreros, celebrado el año 1868 en Bruselas, se leen las cláusulas siguientes: La huelga es una lucha, aumenta los motivos de encono que existen entre el pueblo y la clase media y separa más y más a dos clases, que mejor debieran reunirse y amalgamarse. La huelga, tan fatal en su origen, es casi siempre funesta en sus resultados; es como una espada de dos filos que hiere al inexperto que la empuña. Pasando por alto las cantidades empleadas en sostenerla y la pérdida de producción, resultado de la cesación del trabajo... acostumbra tener por final: 1.º la sumisión onerosa de los obreros que, faltos de capitales, no pueden luchar por más tiempo; 2.º etc., etc. Y, finalmente, la huelga concluye con frecuencia por el motín, viniendo así a unirse la violencia física a la moral, la fuerza se sobrepone al derecho y el obrero indefenso es ametrallado en nombre del orden y de la patria.

Una mayor duración o una mayor dificultad del trabajo, y la idea de que el jornal es corto, agrega la encíclica, dan no pocas veces a los obreros pretextos para alzarse en huelga y entregarse de su voluntad al ocio. A este mal frecuente y grave debe poner remedio la autoridad pública, porque semejante cesación del trabajo, no sólo daña a los amos y aún a los mismos obreros, sino que perjudica al comercio y a las utilidades del Estado, y, como suele no andar muy lejos de la violencia y sedición, pone muchas veces en peligro la pública tranquilidad.

Por todo lo expuesto, se ve, pues, claramente la ilicitud de las huelgas en el caso propuesto. Pero, ¿no habrá casos en que sean lícitas?

Indudablemente que sí. Si los patrones exigen a los obreros más horas de trabajo que las convenidas, o no les dan el tiempo de descanso necesario para compensar las fuerzas empleadas en el trabajo, y les disminuyen sin razón el salario, o no les dan el tiempo que necesitan para cumplir sus deberes religiosos, claro está que no están obligados a continuar el trabajo: pueden declararse en huelga. En todo contrato, dice el Papa, que entre sí hagan los amos y los obreros, haya siempre expresa o tácita la condición de que se provea convenientemente al uno y al otro descanso; pues contrato que no tuviera esta condición sería inicuo, porque a nadie es permitido ni exigir ni prometer que descuidará los deberes que con Dios y consigo mismo le ligan.

La caridad exige, sin embargo, en estos casos, que se empleen los medios pacíficos para obligar al patrón a reducir el contrato a los límites de la justicia.

Si los obreros no tienen trabajo contratado, ¿quién les impondrá la obligación de trabajar? Bien pueden también en este caso declararse en huelga sin faltar a la justicia, ya que no hay contrato que respetar. Para la licitud de las huelgas en este caso, es necesario que concurran las siguientes condiciones: 1.ª que los huelguistas se propongan un fin bueno; 2.ª que empleen medios justos; 3.ª que haya probabilidad de obtener el buen fin intentado y 4.ª que se empleen ante todo los medios pacíficos para conseguir el mismo fin.

Por faltar la primera condición, son ilícitas las huelgas, cuando con ellas se pretende exigir un salario superior al sumo, que en el lugar se ha acostumbrado pagar; por faltar la segunda son también ilícitas, si se valen de medios injustos, como la violencia, la sedición; si no dejan a otros trabajar en donde les agrade y cuando quieran, Collocandi operan ubi libet et quando libet, como dice la encíclica a los arzobispos y obispos de los Estados Unidos, de 26 de enero de 1895.

La razón de las 3ª y 4ª condición se comprende fácilmente, pues siendo las huelgas un medio que trae consigo tantos males para los trabajadores y los patrones, no pueden emplearse si no se compensan con bienes proporcionados.

La contestación a la 2ª duda la encontrará el señor cura en el texto de moral que estudió, y, como creemos que ese texto fue Gury, le indicaremos la parte en que se encuentra: De Restitutione. Caput III -Articulus I- De Solidaritate.




ArribaAbajoDiscurso sagrado pronunciado por el Pbo. Don Miguel León Prado, director de la sociedad «Obreros de San José», en la gran asamblea del patrocinio de San José por Miguel León Prado

Artículo publicado en La Revista católica, n° 20, Santiago, 17 de mayo de 1902, págs. 391-395.


Ilmo, Señor:

Señores:

Tres años hace que los obreros de Santiago vienen celebrando con una espléndida asamblea la fiesta de su santo patrono, protector y maestro, San José, el humilde carpintero de Nazaret, para retemplar el espíritu, inspirarse en sus virtudes y tomar aliento para seguir peleando con valor y denuedo las batallas de la vida.

Ningún día más apropiado que éste para cantar las glorias y celebrar los triunfos del trabajo; pero del trabajo cristiano, que dulcificó san José con su paciencia y resignación; del trabajo cristiano, que santificó Jesús en el taller de Nazaret; del trabajo cristiano, que tiene por fundamento el amor; no de ese trabajo que tiene por base el odio, la desesperación; no de ese trabajo que se considera como una carga brutal, como una maldición que pesa siempre sobre el obrero.

En casa del obrero cristiano, a la sombra del Cristo que pende del muro de su habitación, se respira un bienestar profundo; allí reina la paz, la alegría, la felicidad; allí no se conoce la miseria; mientras en casa del obrero impío, en cuyas paredes se ve el pasquín inmundo, lleno de caricaturas indecentes y groseras, se respira el odio, la desesperación; se prodiga toda clase de escándalos, se trata a palos a la esposa e hijos; en ese hogar reina, juntamente con los vicios más vergonzosos, la más completa miseria. Mientras el obrero cristiano vive contento en su pobreza, el obrero impío y corrompido se llena de indignación y de odio contra los ricos; porque no tiene dinero para dar rienda suelta a sus desenfrenadas pasiones.

De aquí nace la eterna cuestión entre ricos y pobres, tan decantada por esos apóstoles de nuevo cuño y que tiene tan preocupado al mundo entero.

Vengamos al taller de Nazaret a estudiar a la luz de sus resplandores este gran problema. Allí veréis a Jesús, siendo aún niño, empuñar en sus manos la herramienta del trabajo, para ganarse el pan con el sudor de su frente. Es el dueño del universo y, sin embargo, elige el estado de la pobreza; lección profundísima que todos debemos estudiar y aprender. Jesús en el taller de Nazaret resuelve con su ejemplo el gran problema social.

Puesto que ha de haber pobres y ricos en el mundo, Jesús enseña a los pobres la resignación en el sufrimiento de su pobreza, a los ricos la moderación en el goce de sus riquezas. Resignación y moderación, que son el lazo que une la distancia que separa al pobre del rico.

Vemos por desgracia que también en Chile la impiedad anda pregonando por calles y plazas, como en el Viejo Mundo, el odio a los ricos, como medio infalible de bienestar para las clases desvalidas, no logrando con esta propaganda sino dejarlas peor de lo que estaban, después de haberles robado su fe, su esperanza, su amor al prójimo; después de haberse aprovechado de su sencillez para los fines de su ambición y de su codicia; después de sumirlos en la desesperación, viendo sus esperanzas defraudadas.

Hay pobres y hay ricos; esto enseña la experiencia: los hubo en todos los tiempos: esto enseña la historia; los habrá hasta el fin de los siglos: esto lo enseñan el buen sentido y la religión. Pero la clase de los ricos y la clase de los pobres no forman una raza o una casta, que tenga vinculado el monopolio de la riqueza o de la pobreza para sí y para sus ascendientes y descendientes. No; los ricos de hoy son tal vez los que eran pobres hace medio siglo. Los ricos de mañana serán tal vez los pobrecitos que gimen hoy en la indigencia. Muchos de los que viven hoy en palacios dorados y que nadan en la opulencia, serán mañana o dentro de algunos años, hombres de modesta posición o pobres de solemnidad. Las fortunas cambian de dueños a cada instante. Esto lo estamos viendo. ¿Cuántas familias hay, conocidas hoy por su opulencia, y que en nuestra infancia las veíamos comer el pan del obrero? ¿Cuántas en cambio que llamaron grandemente la atención en vida de nuestros abuelos, han bajado a la oscuridad, y ni el nombre han podido salvar del naufragio? ¿Dónde está, pues, esta clase exclusivamente dueña de las riquezas, y esta otra perpetuamente condenada a la miseria? Solamente en la imaginación de cerebros enfermos y en los venenosos artículos que escriben para seducir a los ignorantes.

Nada tienes, le dicen al obrero, luego eres un desheredado. Falso. Para probarle que es un desheredado debieran probarle que nada puede tener, que la ley no lo protege a él como no protegía al antiguo esclavo. Hay una ley igual para todos, que a todos garantiza igualmente el derecho justamente adquirido; ¿dónde están aquí los privilegiados y los desheredados?

No es desheredado, porque ese jornal con que alimenta a su familia es una propiedad como cualquier otra, y el día en que disminuya sus necesidades y pueda ahorrar, será capitalista, si guarda esos ahorros, o será propietario, si los emplea en un terreno. No hay pobre que no pueda ser rico ni rico que no pueda ser pobre. La fortuna tiene sus caprichos, o hablando más cristianamente, la providencia de Dios tiene sus designios en bien del mismo hombre.

¿Deseáis también la igualdad de fortunas? Igualad antes los cuerpos, las inteligencias y las costumbres, y entonces habrá igualdad en las fortunas. Si un obrero es más débil que otro, no podrá trabajar tanto como éste y, por lo mismo, ganará menos: ¿cómo podrían tener tanto los dos? Si uno no tiene el talento de otro, ¿cómo queréis que haga obras que le produzcan igual ganancia que al segundo? Y si, por fin, uno es disipador y otro es económico; si uno gasta un peso cuando el segundo se contenta con gastar veinte centavos, ¿cómo podrán igualarse nunca en capital?

Desengáñese el pueblo: aquellos a quienes los socialistas llaman desheredados pueden reducirse a dos clases; o a la de los flojos que no trabajan para ganarse la vida, o a la de los viciosos que disipan cuanto adquieren, en el juego, en la crápula y en la embriaguez. Procurad quitar estos dos defectos y, sin necesidad de cambiar las leyes ni de alterar el orden, tendremos establecida la nivelación que deseáis.

¡Ay de los obreros que se dejan halagar por esas falsas máximas que los alejan del verdadero camino de mejorar de condición! Las ideas socialistas les quitan el sueño y las ganas de trabajar; se meten en conspiraciones y tramas, de las cuales salen mal, comprometiendo su honradez, su salud y aún la vida.

Truecan las dulzuras de la familia por la agitación de la plaza pública; llenan sus corazones de odio y convierten en un infierno su existencia y la de sus hijos.

¡Te llaman desheredado! Sí, desheredado; pero, ¿sabéis de qué?, desheredado de la herencia de la resignación y de la paz cristiana; desheredado de las esperanzas del cielo, que antes te hacían más llevaderos los trabajos de la tierra; desheredado de los goces tranquilos del hogar, que ya apenas conoces ni comprendes. De todas estas herencias te quisiera yo rico y entonces serías feliz.

Otra falsa doctrina que se viene predicando a las masas, y que contribuye a irritar al pobre contra el rico, es lo que se llama la vida feliz de los ricos y la vida desdichada de los pobres. La vida del rico, según los nuevos apóstoles, es un cielo anticipado; la vida del pobre es un verdadero infierno; de suerte que, según ellos, ser feliz equivale a ser rico. Doctrina es ésta que no pasa de ser una grosera mentira.

Hay pobres felices como hay ricos desdichados.

Luego la clase de los ricos no debe ser llamada, sólo por serlo, la clase feliz; ni la clase de los pobres, sólo por ser tal, debe ser llamada la clase desgraciada.

Con ocasión del ejercicio de mi ministerio, he podido ver los inconvenientes y las ventajas de ambas clases. He pisado los dorados salones de los poderosos y, un minuto después, el rancho miserable del pobre, y en ambas partes he presenciado cuadros de dolor y cuadros de alegría; pero los dolores del poderoso me han parecido más profundos y las alegrías del pobre más sinceras.

La sabia providencia de Dios, que después del pecado de Adán y como castigo de él, ha permitido en el mundo esta desigualdad de condiciones, ha establecido entre ambas una compensación.

Al pobre le parece una gran dicha no pensar en el pago del arriendo mensual de su casa; pero, cuántos ricos que no pasan el apuro de pagar el arriendo de la casa, no duermen en muchos días, pensando cómo pagar una fuerte deuda, y les aterra la idea de quebrar o perder su crédito. El pobrecito de seguro no sufre tanto como aquel poderoso. La mayor parte de los suicidios que registran las páginas contemporáneas, no los han cometido pobres desesperados sino ricos desesperados. ¿Qué hay aquí? La compensación.

Comparad las reuniones de los ricos con las de los pobres y veréis cómo, ordinariamente, en las de los primeros hay mucho estiramiento, cansancio y tedio, mientras que en las de los segundos hay alegría franca, bromas, dichos y risotadas.

El hábito de ver satisfechos los menores caprichos, hace más dolorosa cualquier privación. En los niños se ve esto al vivo. El niño del pobre se divierte jugando al caballito, montando en un palo, que es su único juguete, mientras el niño del rico llora y se desespera por no tener en su poder todos los juguetes que ha visto en las tiendas.

Dios, así como hace brillar el sol sobre los palacios y sobre las cabañas, así derrama el consuelo y la alegría sobre pobres y ricos, y tal vez, si se trata de la paz del corazón y de los goces del hogar, que son, después de la gracia de Dios, los más preciosos dones de la vida, los derrama con más profusión sobre los primeros que sobre los segundos. Lo cierto es que los grandes poetas, novelistas y pintores de costumbres, han ido a buscar los hermosos cuadros de felicidad que nos han dejado, casi siempre en la modesta habitación de las clases menos acomodadas. En una palabra, las riquezas son más propias para aparentar felicidad que para darla de veras.

Hablaremos ahora como cristianos. La verdadera herencia del hombre no es la tierra; su verdadera herencia es el cielo, por más que la impiedad quisiera hacer de nosotros unas bestias nacidas sólo para comer y morir, sin otra esperanza alguna. No hemos nacido para el mundo, hemos nacido para la eternidad. No importa que el viaje lo hagamos con más o menos comodidad, en vagones de primera, segunda o tercera clase. No importa que nuestras comidas sean más o menos buenas, que nuestros trajes sean de mejor o peor calidad. La cuestión es llegar cargado de buenas obras.

¿Qué nos importa haber ganado todo el mundo si perdemos el paraíso?

¿Qué nos importa no haber tenido propiedades en este mundo, si logramos poseer un reino en el cielo?

Muchos pobres no son felices hoy día, ni pueden serlo. ¿Cómo podría ser feliz el que lleva un infierno de codicias y de rencores en el corazón? Nuestros abuelos ganaban menos jornal y eran más dichosos, porque, a falta de la riqueza de dineros, eran ricos de honradez, de buenas costumbres y de santas creencias.

Hoy, con más crecido jornal, los pobres descreídos son más pobres; porque se les ha robado la fe, la esperanza y la caridad, que hacían más dichosa su existencia. En lugar de creer al sacerdote, creen al predicador del club o de la taberna; en lugar de consolarse con las máximas cristianas, se consuelan o de irritan con la lectura de un periódico inmundo; en lugar de alentarse con las esperanzas del cielo, se desesperan con los locos ensueños de riqueza y de felicidad temporal, que a todas horas se les prometen y que nunca se realizan. Llega hasta el punto de perder su libertad, haciéndose esclavo vil de una secta secreta, cuyos propósitos no conoce, y muere renegando de su Dios, de su familia y de la sociedad, entre los horrores de la agonía de un réprobo.

He aquí al infeliz a quien con toda verdad podríamos llamar desheredado.

Amados socios de san José, obreros cristianos; conservad siempre la herencia de paz, de resignación y de religiosidad que os dejaron vuestros mayores. Quien os llame desheredados, es un traidor que sólo aspira a desheredaros. No os fiéis de quien así os halague. La voz de la religión podrá pareceros alguna vez enojosa; pero nunca embustera. La voz halagüeña de vuestros embaucadores, casi siempre os parecerá al principio muy agradable; no tardará, empero, en dejaros en la desesperación de vuestros remordimientos y de vuestros desengaños.

Los hombres con sus vicios, los pueblos con sus impiedades y las naciones cristianas que todo lo deben a la religión; unas con sus leyes impías, y otras con sus brutales persecuciones, están arrojando y crucificando a Jesucristo, para levantar sobre sus ruinas el trono de Satanás.

¡Horrible ingratitud, nefando crimen que atrajo sobre el pueblo de Israel los más espantosos castigos! La sangre inocente de Jesús cayó sobre Jerusalén como una lluvia de fuego; porque su templo, maravilla del mundo, fue reducido a cenizas, sus habitantes perecieron al filo de la espada y la ciudad deicida convirtiose en un montón de escombros.

¡Ay de los pueblos ingratos! ¡Ay de los pueblos que crucifican a Jesucristo!






ArribaAbajoÍndice onomástico

A

Aaswerus, 250

Abel, 438, 443

Abelardo, Pierre, 74

Acarón, 412-413

Adán, 561

Ahrens, 438

Ahumada, José Dolores, 288

Alarcón, Genaro, 366

Alejandro, 268

Alessandri Palma, Arturo, 36, 389

Alfonso, José Miguel, 289

Allende, Juan Rafael, 32, 366, 411

Amunátegui, Gregorio Vicente, 209

Amunátegui, Miguel Luis, 209

Anabalón, Moisés, 366

Antonio, fray, Orihuela, 11-12, 14, 17, 51

Arcos Arlegui, Santiago, 10, 16-19, 22, 127

Arellano Machuca, Víctor José, 38-40, 437, 455

Argomedo, José Gregorio, 136

Aristóteles, 69

Arquímides, 312

Arrué, Pedro, 288

Artifex, 247-248, 253

B

Balmaceda, José Manuel, 24-25, 309, 333, 335-336

Baltasar, 181

Baquedano, general, Fernando, 128

Barre, Fabricio, 288

Barrera, Gaspar, 289

Bascuñán, Joaquín, 125

Bastías, Feliciano, 288

Bastiat, 268, 444

Batbie, 186

Baudrillart, Enrique, 443, 445

Bautain, doctor, 404

Beauchemin, 79

Beaumarchais, Pierre Augustin Coron de, 104

Belín, Julio, 127

Bell, 83

Bello, Andrés, 79, 249

Beluino, 408, 409

Bentham, Jeremy, 450

Berríos, Mario, 9

Besa, familia, 533

Besas, Santiago, 288

Bèze, Francisco P. de, 38-39, 437

Bilbao, canónigo, 62

Bilbao, Francisco, 10, 13-18, 22, 63, 91, 127-128, 130-131, 137, 140

Blanc, Luis, 446

Blunstchli, 327, 358

Bolívar, Simón, 77

Bonaparte, Napoleón, 150, 303, 468

Boudha, véase Budha

Briseño, Ramón, 127

Budha, 359, 374

Bukle, 322

Bulnes, Manuel, 85-86, 134-135

Bustos, Rafael, 288

C

Caballero, Germán, 366

Cáceres Q., Gonzalo, 8

Caín, 438, 443

Calé, Ezequiel, 288

Cánovas del Castillo, Antonio, 383

Cañol, Manuel, 49

Capuleto, familia, 103-104

Carlos III, 235-236

Carrera, hermanos, 136

Casanova, Mariano, 29-31, 38, 379, 387, 401, 410

Casanueva Opazo, Carlos, 32, 537, 550

Castillo C., Tatiana, 8

Castro Barros, 108

Catilina, 199

Cavieres V., Esteban, 39-41, 529, 531, 533-536

Cerdán, doctor, 52-53

César, véase Julio César

Cimbali, 428-429, 434

Claudio, emperador, 199

Cobden, Richard, 150

Colón, Cristóbal, 74

Comte, Augusto, 25, 37, 348, 435

Concha, Malaquías, 27-28, 351, 366, 369, 375

Concha Subercaseaux, Juan Enrique, 32-34, 457, 513, 550

Contardo, Jenaro, 21

Contando, Avelino, 366

Cornejo, Juan, 289

Courcelle-Seneuil, 268

Cousin, 446

Cousiño, familia, 533

Crisóstomo, Juan, 362

Cristo, véase Jesús

Cruzat, Ximena, 9, 551

Cruz, véase Cruz, general, José María de la,

Cruz, general, José María de la, 134-135, 138

Cruz, Ernesto de la, 13, 57, 61

D

Dante, 345

D'Auganno, 428, 430

Daverports, C. Horacio, 289

Debreyne, doctor, 406

Dechanel, 354

Descartes, Réné, 74

De Shazo, Peter, 42

Devés V., Eduardo, 24, 309, 333, 529, 533, 535, 551

Diablo, 93-95, 235, 563

Díaz, Abdón, 40, 551

Díaz, Carlos, 529, 533, 535

Díaz, José Elías, 366

Diógenes, 268

Divino Aprendiz de Nazareth, véase Jesús

Divino Maestro, véase Jesús

Divino Redentor, véase Jesús

Doé, José Antonio, 288

Dominga, doña, 61

Donoso, Bernardo, 288

Droste Vischering, Clemente Augusto, 109

Droz, 443

Duby, Georges, 7-8

Dufieux, 407

Dunoyer, 461

E

Echaurren, intendente, véase, Echaurren García Huidobro, Francisco

Echaurren García Huidobro, Francisco, 194

Echeverría, N., 289

Edwards, familia, 533

Edwards Matte, Domingo, 127

Egaña, familia, 136

Emparán, Benjamín, 289

Engels, Federico, 39, 444, 452

Enrique, rey, 180

Errázuriz, Mica, 125

Espartaco, 342

Estaé, Fidel, 288

Eva, 66

F

Fabra y Soldevilla, Francisco, 440

Felipe II, 235-236

Feliú Cruz, Guillermo, 13, 34-35, 57-58, 61, 127

Fernández, Galo, 288

Fernández, Miguel, 289

Fernando, don, véase Urízar Garfias, Fernando

Figueroa, véase Figueroa, teniente coronel, Tomás de,

Figueroa, teniente coronel, Tomás de, 53

Filemón, 386

Flores, Ignacia, 289

Fouérier, véase Fourier,

Foulon, arzobispo de Lyon, 382

Fourier, Charles, 23, 155, 198, 296

Francisco de Paul, san, 155

Franklin, Benjamín, 252, 263

Fuentes, Antonio, 289

Fuenzalida, Pedro, 289

G

Gallo, familia, 533

Garay, Ignacio, 289

Garcés, Eduviges, 289

García Reyes, Antonio, 129

Garín, Juan Olegario, 288

Garrott, José, 288

Gay, León, 500

Genicot, 556

Gibbon, 326

Gladstone, William Ewart, 330, 354-355

Gómez, María, 289

González, Fructuoso, 366

González, José Agustín, 425

González, Marcial, 21-22, 297

González, Moisés, 366

Gournay, 495

Graco, Cayo, 199, 354

Gracos, hermanos, 198, 427

Graco, Tiberio, 354

Gregorio el Grande, 386

Grez Toso, Sergio, 8, 22, 26, 35, 44

Guillermo de Alemania, emperador, 423

Guizot, François, 346

Gury, 558

Gutiérrez, Artemio, 366

Gutiérrez, José Ramón, 32, 419

H

Halévy, 341

Halles, doctor, 404

Hamlet, 346

Henríquez, Camilo, 136

Hércules, 74

Hernández, Bartolomé, 288

Hernández, Benito, 289

Hormazábal, Lorenzo, 288

Huidobro, familia, 126

I

Ibáñez, Adolfo, 271

Illanes, María Angélica, 22

Infante, Diego, 125

Infante, José Miguel, 59

Inocencio III, 386

J

Jerjes, 353

Jesucristo, véase Jesús

Jesu-Cristo, véase Jesús

Jesús, 66, 68, 71, 235, 307, 383-384, 402-405, 408, 412, 416, 420, 422, 441, 538-539, 545, 559-560, 563

Joan, véase, Juan, san

Job, 416

José, san, 387, 410, 559, 563

Juan, san, 198, 402

Juan, don, 98

,Julio César, 74, 199, 427

Justiniano, 235, 429

K

Kant, Immanuel, 450

Krause, 438, 453

Kropotkine, Piotr Alexéievich, príncipe, 473

L

Labiche, 341

Lagarrigue, Juan Enrique, 25, 347, 349

Lamas, 127-128

Lamennais, Felicité de, 13

Langénieux, arzobispo de Reims, 383

Lara, Ramón, 17, 139

Larraín Gandarillas, 108

Larraín Zañartu, José Joaquín, 26, 341

Lastarria, José Victorino, 14-15, 17, 93, 275

Lastra, general, Francisco de la, 83

Laurent, 468, 470, 487

Laval M., Enrique, 11

Lavelaye, 331

León XIII, 29, 32, 35, 379-381, 384-385, 419, 422-424, 461, 499, 537, 555-556

León Prado, Miguel, 32, 559

Le Play, F., 460-461, 497

Leroux, Pedro, 441

Leroy Acaulier, 472

Leroy Beaulieu, P., 421, 461, 472

Letelier, coronel, 129

Letelier, Valentín, 36-38, 425

Licurgo, 235

Lillo, Eusebio, 17, 139

Lincoln, Abraham, 252

López, Francisco, 289

Loria, Aquiles, 509

Lozé, 450

Lozier, 79

Luc, véase Lucas, san

Lucas, san, 537

Luis XV, 199

Luis, san, 430

Lutero, Martín, 74

M

M. P., 18-19, 155

Mac-Iver, Enrique, 41-42, 519

Mahoma, 359, 374

Malthus, Thomas Robert, 443

Mann, Horacio, 452

Maquiavelo, 404

Marat, Jean-Paul, 199

Marquina, conde de la, 52

Marsh, Carlos, véase Marx, Karl,

Martínez, Alonso, 443

Martínez de Rozas, Juan, 12, 52

Marx, Carlos, véase Marx, Karl

Marx, Karl, 39, 448, 459, 473, 477, 503, 551

Math, véase Mateo, san

Mateo, véase Mateo, san, 64, 408

Matte, familia, 533

Mella, José Agustín, 289

Meneses, Manuel, 366

Menger, 428-429, 430

Menjer, 473

Mesías, véase Jesús

Minos, 235

Moisés, 68

Montenegro, José Jesús, 288

Montesco, familia, 103-104

Montt, Manuel, 18, 129-130, 132, 136, 138

Mora, José Joaquín de, 79

Morales A., Magaly, 8

Morales, Pedro, 288

Morris, James O., 9-10

Moulian E., Luis, 8

Mujica Echaurren, Máximo, 129-130

Mun, conde, Albert de, 493

Muñoz de Guzmán, Luis, 11, 45

Muxica, véase Mujica Echaurren, Máximo

N

Napoleón, véase Bonaparte, Napoleón

Nerón, 199

Nocedal, 383

Nuestra Señora del Carmen, 94

O

O'Higgins, Bernardo, 77, 79, 136

Olmedo, Juan B., 288

Órdenes, Guillermo, 288

Órdenes, José Juan, 288

Orihuela, Antonio, fray, véase Antonio, fray, Orihuela

Orrego Luco, Augusto, 23-24, 315

Ortega M., Luis, 20, 26

Ortiz L., Fernando, 35, 42

Oyarzún, Ángel C., 28, 369

P

Pablo, san, 68-69, 300, 386

Pablo, véase Pablo, san

Pacheco, Antonio, 289

Pascual, padre, 128

Pedro, san, 198, 383, 386

Peel, Roben, 132

Pérez, José Manuel, 289

Pérez L., Emilio, 401

Pérez, Juan de Dios, 366

Périn, 461, 497

Pilatos, véase Poncio Pilato

Pinaud, 271

Pinto, Francisco, 289

Pinto, Francisco Antonio, 79, 85, 138

Pinto V., Julio, 20, 26

Pío I, 386

Place, arzobispo de Rennes, 382

Poncio Pilato, 66, 402

Portales, Diego, 13, 57-59, 61-62, 136

Portales, E., 62

Porter, 79

Posada, 502

Pothier, 465

Poupin, Antonio, 366

Prieto, José Joaquín, 58, 83, 85, 130

Prometeo, 448

Q

Quesnay, François, 494

Quetelet, J., 320, 358

Quinet, Edgard, 63

R

Ramírez, Francisco Ángel, 129

Ramírez, José Manuel, 289

Recabarren, Luis Emilio, 39-41, 554

Recabarren, Manuel, 17, 139

Renan, M., 355

Reute, Ricardo, 493

Reyes N., Enrique, 26

Ricardo, David, 460

Riquelme P., Patricia, 8

Rivera C., Mónica, 8

Rodríguez, Adolfo, 288

Rodríguez, Manuel, 136

Rodríguez, Zorobabel, 10, 22, 255, 259, 263, 267, 271, 275

Rojas, 127-128

Rojas F., Jorge, 8

Rojas V., Marcelo, 8

Román, Manuel Antonio, 387, 410

Rondizzoni, intendente, véase Rondizzoni Cánepa, José,

Rondizzoni Cánepa, José, 128

Rosas, Juan Manuel, 223, 231

Ross, Agustín, 34

Rozas, Juan, véase Martínez de Rozas, Juan,

Ruiz, 139

Ruiz Aldea, Pedro, entre 204-205 y 246-247

Rousseau, Jean Jacques, 74, 355, 451

S

Sagredo B., Rafael, 24, 309, 333

Saint-Léon, 467

Salas, Manuel de, 11-12, 45, 136

Salazar V., Gabriel, 20

Saldaña, José Manuel, 366

Saleilles, 507

Salvador, véase Jesús

Salvador del Mundo, véase Jesús

San Bruno, Vicente, 129

San Martín, José de, 136

San Miguel arcángel, 132

San Simón, conde de, Claude Henri de Rouvroy, 454

Sand, Jorge, 68

Santa Cruz, Andrés de, 58

Santa María, Fernando, 21, 247, 253

Santa María, Domingo, 24, 309

Santa María, véase Santa María, Domingo

Sardanápalo, 181

Satanás, véase Diablo

Say, Juan Bautista, 443, 459

Say, León, 462

Segura, Juana, 289

Serrano, 127-128

Silva Castro, Raúl, 127

Silva, José Ignacio, 366

Silva, Pablo, 61

Silvela, Francisco, 383

Sismonde de Sismondi, 443

Simon, julio, 199, 212

Sísifo, 343

Smith, Adam, 268, 443-444, 459-460, 493

Solís, Justo, 288

Solón, 235

Stourm, 461

Stuart Mill, John, 268, 443, 495

Subercaseaux, familia, 533

Supremo Jerarca, véase León XIII

T

Taine, Hyppolite, 358, 467-468, 491

Talavera, Manuel Antonio, 51

Temístocles, 353, 360

Thiers, Adolphe, 354

Tirapegui, 127-128

Tirapeguy, véase Tirapegui

Tironi, Ana, 9

Tito Livio, 404

Tocornal, Joaquín, 13, 57, 85, 129-130

Tomás, santo, 385, 497

Toro, 235-236

Toro, Alonso, 128, 236

Troplong, 487

Tupper, coronel, Guillermo de Vic, 83

Turgot, Anne Roben Jacques, 207, 495

U

Uparte, clérigo, 412

Urízar Garúas, Fernando, 13, 61-62

Umejola, magistral, 52-53

V

Varas, Antonio, 128, 130, 132, 141

Varela, 83

Vargas, Francisco, 289

Vega, José Ricardo, 288

Vejotavea, 27, 337, 339-340

Vera, véase Vera y Pintado, Bernardo

Vera y Pintado, Bernardo, 136

Vergara, José María, 289

Vicencio Eyzaguirre, Felipe, 8, 127

Vicuña, familia, 533

Vicuña Mackenna, Benjamín, 8, 16-17, 21, 125, 139, 217-218, 233, 235

Videla, José Federico, 289

Vigano, M., 304

Villalobos R., Sergio, 26

Virgen María, 66

Vitteaut, 404

Vitelio, 181

Vivaceca, Fermín, 23, 279-280, 288

Vivanco, Francisco, 288

Voltaire, François Marie Arouet, llamado, 63, 74, 88, 303, 442

Vulcano, 448

W

Washington, George, 132, 335, 524

Winterer, 503

Wolowski, 220

Z

Zola, Émile, 341




ArribaDirección de bibliotecas, archivos y museos publicaciones de la biblioteca nacional 1990-1995

BIBLIOTECA NACIONAL.

Referencias críticas sobre autores chilenos, vol. XVII, año 1982 (Santiago, 1991, 556 págs.). Referencias críticas sobre autores chilenos, vol. XVIII, año 1983 (Santiago, 1991, 430 págs.). Referencias críticas sobre autores chilenos, vol. XVII, año 1987 (Santiago, 1992, 333 págs.). Referencias críticas sobre autores chilenos, vol. XXIII, año 1988 (Santiago, 1994, 399 págs.). Geografía poética de Chile, Norte Grande (Santiago, 1991, 111 págs.).

Geografía poética de Chile, Norte Chico (Santiago, 1992, 112 págs.).

Geografía poética de Chile, Valparaíso (Santiago, 1993, 112 págs.).

Geografía poética de Chile, Magallanes (Santiago, 1994, 111 págs.).

Julio Retamal Favereau, Carlos Celis y Juan G. Muñoz, Familias fundadoras chilenas, coedición: Ed. Zig-Zag, Comisión Quinto Centenario (Santiago, 1992, 827 págs.).

CENTRO DE INVESTIGACIONES DIEGO BARROS ARANA

Revista Mapocho, N.º 29, primer semestre (Santiago, 1991, 150 págs.)

Revista Mapocho, N° 30, segundo semestre (Santiago, 1991, 302 págs.)

Revista Mapocho, N° 31, primer semestre (Santiago, 1992, 289 págs.)

Revista Mapocho, Nº 32, segundo semestre (Santiago, 1992, 394 págs.)

Revista Mapocho, Nº 33, primer semestre (Santiago, 1993, 346 págs.)

Revista Mapocho, Nº 34, segundo semestre (Santiago, 1993, 318 págs.)

Revista Mapocho, N° 35, primer semestre (Santiago, 1994, 407 págs.)

Revista Mapocho, Nº 36, segundo semestre (Santiago, 1994, 321 págs.)

Gabriela Mistral, Lagar II (Santiago, 1991, 172 págs.)

Gabriela Mistral, Lagar II, primera reimpresión (Santiago, 1992, 172 págs.)

Roque Esteban Scarpa, Las cenizas de las sombras (Santiago, 1992, 179 págs.).

Pedro de Oña, El Ignacio de Cantabria, edición crítica de Mario Ferreccio P. y Mario Rodríguez (Santiago, 1992, 441 págs.).

La época de Balmaceda. Conferencias (Santiago, 1992, 123 págs.).

Lidia Contreras, Historia de las ideas ortográficas en Chile (Santiago, 1993, 416 págs.).

Fondo de Apoyo a la Investigación 1993, Informes, Nº 1 (Santiago, julio, 1993).

Fondo de Apoyo a la Investigación 1993, Informes, Nº 2 (Santiago, agosto, 1994).

Julio Retamal Ávila y Sergio Villalobos R., Bibliografía histórica chilena. Revistas chilenas 1843-1978 (Santiago, 1993, 363 págs.).

Publio Virgilio Maron, Eneida, traducción castellana de Egidio Poblete (Santiago, 1994, 425 págs.).

José Ricardo Morales, Estilo y paleografía de los documentos chilenos (siglos XVI y XVII) (Santiago, 1994, 117 págs.).

Oreste Plath, Olografías. Libro para ver y creer (Santiago, 1994, 156 págs.).

Hans Ehrmann, Retratos (Santiago, 1995, 166 págs.).

Soledad Bianchi, La memoria: modelo para armar (Santiago, 1995, 277 págs.).

Patricia Rubio, Gabriela Mistral ante la crítica: bibliografía anotada (Santiago, 1995, 342 págs.).

Colección Fuentes para el estudio de la Colonia

Vol. I Fray Francisco Xavier Ramírez, Coronicón sacro-imperial de Chile, transcripción y estudio preliminar de Jaime Valenzuela Márquez (Santiago, 1994, 280 págs.).

Vol. II Epistolario de don Nicolás de la Cruz y Bahamonde. Primer conde de Maule, prólogo revisión y notas de Sergio Martínez Baeza (Santiago, 1994, 300 págs.).

Colección Fuentes para la historia de la República

Vol. I Discursos de José Manuel Balmaceda. Iconografía, recopilación de Rafael Sagredo B. y Eduardo Devés V. (Santiago, 1991, 351 págs.).

Vol. II Discursos de José Manuel Balmaceda. Iconografía, recopilación de Rafael Sagredo B. y Eduardo Devés V. (Santiago, 1991, 385 págs.).

Vol. III Discursos de José Manuel Balmaceda. Iconografía, recopilación de Rafael Sagredo B. y Eduardo Devés V. (Santiago, 1992, 250 págs.).

Vol. IV Cartas de Ignacio Santa María y su hija Elisa, recopilación de Ximena Cruzat A. y Ana Tironi (Santiago, 1991, 156 págs.).

Vol. V Escritos del padre Fernando Vives, recopilación de Rafael Sagredo (Santiago, 1993, 524 págs.).

Vol. VI Ensayistas proteccionistas del siglo XIX, recopilación de Sergio Villalobos R. y Rafael Sagredo B. (Santiago, 1993, 315 págs.).

Vol. VII La «cuestión social» en Chile. Ideas y debates precursores (1804-1902), recopilación y estudio crítico de Sergio Grez T. (Santiago, 1995, 580 págs.).

Colección sociedad y cultura

Vol. I Jaime Valenzuela Márquez, Bandidaje rural en Chile central, Curicó, 1850-1900 (Santiago, 1991, 160 págs.).

Vol. II Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, La Milicia Republicana. Los civiles en armas. 1932-1936 (Santiago, 1992, 132 págs.).

Vol. III Micaela Navarrete, Balmaceda en la poesía popular 1886-1896 (Santiago, 1993, 126 págs.).

Vol. IV Andrea Ruiz-Esquide F., Los indios amigos en la frontera araucana (Santiago, 1993, 116 págs.).

Vol. V Paula de Dios Crispi, Inmigrar en Chile: estudio de una cadena migratoria hispana (Santiago, 1993, 172 págs.).

Vol. VI Jorge Rojas Flores, La dictadura de Ibáñez y los sindicatos (1927-1931) (Santiago, 1993, 190 págs.).

Vol. VII Ricardo Nazer Ahumada, José Tomás Urmeneta. Un empresario del siglo XIX (Santiago, 1994, 289 págs.).

Vol. VIII Álvaro Góngora Escobedo, La prostitución en Santiago (1813-1930). Visión de las elites (Santiago, 1994, 259 págs.).

Colección Escritores de Chile

Vol. I Alone y los Premios Nacionales de Literatura, recopilación y selección de Pedro Pablo Zegers B. (Santiago, 1992, 338 págs.).

Vol. II Jean Emar, escritos de arte. 1923-1925, recopilación e introducción de Patricio Lizama (Santiago, 1992, 170 págs.).

Vol. III Vicente Huidobro, textos inéditos y dispersos, recopilación, selección e introducción de José Alberto de la Fuente (Santiago, 1993, 254 págs.).

Vol. IV Domingo Melfi. Páginas escogidas (Santiago, 1993, 128 págs.).

Vol. V Alone y la crítica de cine, recopilación y prólogo de Alfonso Calderón (Santiago, 1993, 204 págs.).

Vol. VI Martín Cerda. Ideas sobre el ensayo, recopilación y selección de Alfonso Calderón y Pedro Pablo Zegers B. (Santiago, 1993, 268 págs.).

Vol. VII Alberto Rojas Jiménez. Se paseaba por el alba, recopilación y selección de Oreste Plath, coinvestigadores Juan Camilo Lorca y Pedro Pablo Zegers (Santiago, 1994, 284 págs.).

Colección de antropología

Vol. I Mauricio Massone, Donald Jackson y Alfredo Prieto, Perspectivas arqueológicas de los Selk'nam (Santiago, 1993, 170 págs.).

Vol. II Rubén Stehberg, Instalaciones incaicas en el norte y centro semiárido de Chile (Santiago, 1995, 225 págs.).

Vol. III Mauricio Massone y Roxana Seguel (compiladores), Patrimonio arqueológico en áreas silvestres protegidas (Santiago, 1994, 176 págs.).



Se terminó de imprimir esta 1ª edición, de quinientos ejemplares, en Productora Gráfica Andros Ltda. Nataniel Cox 1675, Santiago de Chile, en el mes de mayo de 1995