Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

Juan Andrés: el viaje ilustrado y el género epistolar1

Gabriel Sánchez Espinosa


Queen's University Belfast

En las primeras semanas del año 1787 la imprenta madrileña de Antonio de Sancha ponía a disposición del público, en dos manejables volúmenes en octavo, una nueva obra del exjesuita Juan Andrés titulada Cartas familiares a su hermano don Carlos Andrés, dándole noticia del viaje que hizo a varias ciudades de Italia en el año 17852. Se trata de la primera entrega de la que constituirá la serie de los viajes por Italia del erudito alicantino, a la que en 1790 se añadirá una segunda entrega, compuesta por un solo volumen, cerrando la serie una tercera de dos volúmenes, aparecidos en 1793. La obra completa consta, por lo tanto, de cinco volúmenes. El éxito obtenido trajo consigo la reedición, en 1791, de los dos primeros volúmenes, siendo comunes los volúmenes III, IV y V a ambas ediciones.

Podemos precisar un poco más el proceso editorial de la obra mediante los documentos conservados en su expediente de impresión3. El Consejo de Castilla otorgó la licencia de impresión del primer tomo, pedida con anterioridad al 1 de julio por Antonio de Sancha, el día 28 de agosto de 1786. La del segundo fue emitida con fecha 16 de diciembre de ese mismo año. Como curiosidad puede señalarse que, en un principio, Sancha había pensado distribuir las quince cartas de estos dos primeros tomos en tres tomos, y no en dos. Según esta primera intención, un primer tomo contendría las cartas dedicadas a Mantua, Florencia y Bolonia; el segundo tomo, las cartas correspondientes a Roma, y el tercer tomo las correspondientes a Nápoles. Esta distribución fue finalmente abandonada. A comienzos de septiembre de 1789, el impresor-librero pidió licencia para imprimir el tercer tomo, obteniéndola del Consejo el 16 de diciembre de ese año. Fallecido Antonio de Sancha el 30 de noviembre de 1790, su hijo Gabriel, heredero del negocio familiar, pidió licencia -a través de su representante legal Natalio Ortiz de Lanzagoita- a mediados de mayo de 1791 para reimprimir con adiciones los dos primeros tomos de los viajes del Abate, que se le otorgó el 1 de septiembre. Finalmente, la licencia para imprimir el tomo IV se emitió el 17 de agosto de 1793. No hemos encontrado, hasta el momento, ningún documento relativo a la impresión del tomo V. Las censuras previas aprobatorias a los diferentes tomos y a sus reediciones, requeridas por el Consejo de Castilla de la Academia de la Historia, fueron redactadas -de un modo algo escueto- en todos los casos por el botánico Casimiro Gómez Ortega, que pudo haber sido escogido para dicha tarea en virtud de haber vivido en Italia en su juventud, en que cursó estudios en el colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia4:

Las Cartas del abate Andres, cuyo examen se ha servido V.S.I. encargarme, contienen varias noticias de amena literatura, artes, y buen gusto relativas á algunas ciudades de Ytalia, por donde transitó el autor, especialmente Mantua, Florencia, y Bolonia; y como las considero oportunas para despertar la aficion de los lectores á los conocimientos utiles, y curiosos, que distinguen á las Naciones mas cultas de las que no lo son tanto, y por otra parte estan escritas con la verdad, y sencillez proprias del estilo de cartas familiares, no solo no se me ofrece reparo que pueda impedir su publicacion, sino que la contemplo conveniente5.








ArribaAbajoLas Cartas familiares y el género epistolar

Aunque el título de la obra quiere dejar claro que nos hallamos ante una colección de cartas misivas, realmente enviadas por Juan Andrés, ya sea a través de la posta o mediante intermediarios de confianza, a un destinatario específico, su hermano menor Carlos, es evidente que estas cartas se escribieron desde un principio con vistas a ser publicadas, teniendo en mente su autor, así como el editor de la obra, al público español como su primer destinatario, siendo mero artificio literario el hacer pasar esta correspondencia por una correspondencia familiar real. Sin embargo, no nos hallamos aquí ante una situación epistolar completamente ficticia, procedimiento frecuente en nuestra literatura en prosa dieciochesca, en que el género epistolar es recipiente expresivo de las ideas, la narrativa6, la polémica, el periodismo o los viajes, pues es indudable que estas cartas debieron constituirse a partir de una correspondencia familiar previa nacida en la ocasión de los distintos viajes italianos de Juan Andrés, que mantenía una relación epistolar muy estrecha con su hermano Carlos, quien actuaba como su agente literario y defensor de sus intereses en España, y había asumido un papel de intermediario en su relación con otros intelectuales españoles7.

No obstante, la «Prefación del editor» y la Carta I, que sirve de prólogo a las restantes, nos refieren la versión de los hermanos Andrés en torno al contexto en el que se ha originado esta publicación y a sus características. De ser cartas surgidas para circular en el restringido ámbito de la intimidad -«le pedí que me diese una individual noticia, para que teniendo yo el gusto de leerla pudiese comunicarla á mis parientes y amigos, que la esperaban con igual ansia»-, han pasado, según ellos, sin solución de continuidad al ámbito público en razón de la utilidad cultural de su contenido. Continuando su argumentación, tanto el exjesuita, como su hermano, se curan en salud al manifestar sus dudas en cuanto a la conveniencia de hacer públicas unas cartas lastradas por su característico estilo epistolar familiar -«te las he ido escribiendo correo por correo, sin mas orden ni método que el que me iba ocurriendo en el acto de escribir; sin consultar libro alguno para ilustrar con tal qual erudicion las mismas cosas que te contaba; sin la menor lima en el estilo, en lo que necesitaba poner mucho cuidado escribiendo en una lengua que despues de tanto tiempo casi se me ha hecho extrangera; en suma, sin ninguno de aquellos adornos que pueden hacer deleytable, y aun útil la relacion de un viage»- y, según Juan Andrés, por la excesiva presencia del yo del viajero:

En ellas te hablé siempre de mí y de mis cosas, lo que á tí el afecto fraterno te lo habrá hecho leer con gusto; pero los sugetos desapasionados ¿qué gusto pueden encontrar en leer, que uno me haya visitado, que otro me haya convidado y otras frioleras semejantes? [...] ¿No podran parecer inepcias varias frivolas menudencias que te he escrito? Y ¿qué importa á los lectores que yo en Nápoles haya estado alojado aqui o alli, ni que haya comido y cenado en esta ó en la otra parte? Tu y los amigos teniais mas curiosidad de las noticias de mi persona que de las cosas que habia visto: el público desea saber las cosas, y poco le debe importar mi persona8.



A pesar de esta aparente minusvaloración pública de la carta familiar y de su estilo, entonces quizá de rigor en una literatura como la española en la que los epistolarios contemporáneos publicados eran prácticamente inexistentes, no obstante las diversas colecciones editadas por Mayans y la reciente aparición de epistolarios como el del padre Isla9, la carta familiar real o ficticia se constituye en uno de los géneros característicos de las últimas décadas del siglo, y el mismo Juan Andrés defiende públicamente en el capítulo que dedica a la elocuencia epistolar en el tomo V de su Origen, progresos y estado actual de la toda literatura (1789) el nuevo ideal epistolar contemporáneo, encarnado en Madame de Sévigné, caracterizado por la simplicidad, la apariencia de descuido, la naturalidad y espontaneidad, a cuyo antimodelo correspondería la afectación, la pedantería, la monotonía y toda apariencia de estilo estudiado10.

Ninguna de las cartas del conjunto que reúne los viajes italianos de Juan Andrés, a diferencia de las que hoy conocemos de Leandro Fernández de Moratín, ha sido escrita en el tráfago y la inmediatez del viaje11. Todas ellas se redactan una vez retornado el viajero a la tranquilidad de su residencia norteitaliana de Mantua, donde adquiere una completa perspectiva de lo que ha sido su viaje, fechando la primera carta de cada una de sus tres entregas viajeras siempre al menos un mes después del regreso a su base de trabajo intelectual. Las cartas son, en buena medida, reelaboración de materiales previos, esto es, de verdaderas cartas a su hermano, apuntes, diarios, catálogos de bibliotecas, informes detallados sobre diversas instituciones culturales proporcionados por intelectuales amigos...12 La forma epistolar concede al autor dieciochesco de un libro de viajes la máxima libertad a la hora de segmentar y ordenar la materia de su viaje, pues ni le obliga a mantener una similar longitud en todas sus cartas, ni le impide aventurarse en digresiones temáticas, pudiendo combinar a su placer asuntos aparentemente heterogéneos. Una misma carta puede servirle para tratar distintas ciudades o puede servirse de varias cartas para tratar con la extensión requerida las diversas cuestiones de interés de una misma ciudad:

Querido Carlos: Tienes razon. Las noticias que te he ido dando de las Ciudades que he corrido en mi viage, han sido sobrado diminutas para que pudiesen satisfacer tu erudita curiosidad; y tu tienes todo derecho para exîgir de mí, que ahora, que me hallo libre de las distracciones del viage, te complazga en dartelas mas cumplidas. Lo haré de muy buena gana; pero como sería sobrado larga una carta, si hubiera de abrazar quanto tengo que escribirte de tantas y tan considerables Ciudades, para descansar algun tanto, yo de la fatiga de escribir, y tu de la de leer, iré dividiendo la materia en varias cartas, segun tenga proporcion de escribirlas13.



El lexicógrafo exjesuita Terreros define su voz CARTA, CARTA MISÍVA, Ó FAMILIAR, como «la carta, ó papél que se escribe, ó envia á otra persona ausente, para decirle sus pensamientos», precisando que «la carta es una especie de conversacion entre ausentes, y tal debe ser el estilo»14. En este sentido, una de grandes ventajas del artificio adoptado por el exiliado Juan Andrés al querer hacer pasar sus cartas italianas por auténticas cartas familiares remitidas a su hermano Carlos, es la creciente imbricación del lector en el ubicuo diálogo fraternal entre el «yo» del emisor -Juan Andrés- y el «tú» de su supuesto destinatario, su hermano trece años menor Carlos Andrés, al que no ha visto desde la expulsión de la Compañía en la Pascua de 1767. Poco a poco y sin darse cuenta, el lector se va confundiendo e identificando con este «tú» tan cercano al autor de estas cartas. Un «tú» con el que el emisor de las cartas mantiene una relación inequívocamente más intensa y cargada de afecto que en casos como el del «amigo» del Viaje de España de Antonio Ponz o el más respetuoso «migo y señor» de la Década epistolar del duque de Almodóvar15.




ArribaAbajoLas Cartas familiares como libro de viajes por Italia

Las Cartas familiares del abate don Juan Andrés a su hermano don Carlos Andrés, dándole noticia del viaje que hizo a varias ciudades de Italia son una amalgama de libro de viajes, guía y correspondencia literaria. Es indudable que en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, debido al escaso número de viajes interiores y exteriores que llega a ser publicado, hay una menor conciencia literaria de las características del género viaje que en países como Inglaterra y Francia, en los que tiene mayor tradición y donde se establece una gran competencia entre las diferentes obras que tratan de una misma región o país, y sus distintas modalidades.

Por libro de viajes cabe entender el relato escrito de las observaciones, de las impresiones de un viajero. La perspectiva que Andrés tiene de Italia, en la que reside desde 1768, no es la de un extranjero, sino la de quien se siente naturalizado en la práctica. Belén Tejerina, con expresión feliz, le ha calificado de «viajero en su patria»16. Desde Mantua, donde reside desde enero de 1774, protegido por los marqueses Bianchi, el erudito acomete en esta obra la narración de tres viajes distintos. Hay que decir que, frente al rigor con que en todo momento deja constancia del itinerario de sus viajes y la duración de las distintas jornadas de éstos, sólo ocasionalmente revela los días que se detuvo en cada una de sus principales etapas, aunque espigando de aquí y de allá puede el lector llegar a reconstruir el diario de su viajes.

El primer viaje lo lleva a cabo entre últimos de mayo y mediados de octubre de 1785. Su itinerario es el siguiente: Mantua - Ferrara (donde se detiene cuatro días) - Bolonia - Florencia (donde permanece veinte días, entre fines de junio y comienzos de julio, y desde donde hace una excursión a Pisa, Livorno y Luca) - Siena - Roma (a donde llega el 19 de julio y donde reside hasta el 20 de septiembre, realizando excursiones a Frascati y Tívoli) - Nápoles (donde se detiene trece días, con excursiones a Caserta, Capua, los Campos Flegreos y el Vesubio, y a Herculano y Pompeya. De Nápoles parte el día 4 de octubre) - Roma (donde descansa algunos días) - Bolonia - Módena (donde se detiene dos días) - Mantua (a donde regresa tras una ausencia de cuatro meses y veinte días17).

En su segundo viaje, emprendido a comienzos de septiembre de 1788, Andrés recorrió durante veinte días diversas ciudades de la República de Venecia. Su itinerario fue el siguiente: Mantua - Venecia (a donde llega por la ruta Legnano-Este-Padua, y en donde se detiene catorce días) - Padua (donde permanece dos días) - Vicenza (que visita un solo día) - Verona (donde para tres días y medio) - Mantua. Según Andrés, este viaje lo realizó con la intención de fortificarse, tras las fiebres tercianas padecidas en la primavera y los calores del verano, que le «habian dexado cansado y debil con pocas ganas y fuerzas para continuar mis estudios»18.

Para el tercer viaje, que dio comienzo el 3 de junio de 1791 y debió finalizar hacia el veintitantos de julio, adoptó el escritor la siguiente ruta: Mantua - Parma (donde estuvo tres días) - Cremona (donde paró un día a la ida y unas horas a la vuelta) - Lodi (que vio en unas horas) - Milán (donde permaneció hasta fines de junio, haciendo una excursión de tres días a Pavía y Monza) - Novara (donde se detuvo un día) - Turín (donde residió diez o doce días, y desde donde emprendió una excursión a Susa y a las inmediaciones del paso alpino del Moncenís) - Génova (a donde llega por Asti y Novi, y donde para seis o siete días) - Tortona (por Novi) - Piacenza (donde se detiene sólo unas pocas horas) - Cremona - Mantua.

Es importante señalar aquí que en el momento de publicar el primer viaje, el que le llevó hasta Nápoles, los hermanos Andrés todavía no se habían planteado la posibilidad de continuar la obra con subsiguientes viajes a otras partes de Italia. Fue el éxito de los dos primeros volúmenes conteniendo el primer viaje, el que les movió a dar al público en 1790 el viaje al estado veneciano; y la continuación de esta buena acogida, la que les animó a sacar a luz en 1793 el efectuado a Milán, Turín y Génova. Por todo ello, es el interés del público el que va extendiendo la obra y redondeando su alcance, constituyendola finalmente, en «una descripcion de casi toda la Italia»19. Buena parte de los lectores españoles de estos viajes de Juan Andrés la compondrían esos beaux esprits o viajeros a la violeta, a los que Cadalso retrata satíricamente en la «Carta de un viajante á la violeta, á su cathedratico» incluida en la continuación de Los eruditos a la violeta (1772):

Esto de hablar de países estrangeros, sin haber salido de su lugar, con tanta magestad como si se hubiera hecho una residencia de diez años en cada uno, me acomoda hoy muy mucho. Para esto basta comprar un juego de viages impreso, que tambien le aumentan á uno la Librería de paso. [...] me determiné á ver Turín, Dublín, Berlín, Pekín, y Nankín, y sin salir de mi quarto. [...] pero quiero saber que es el Vauxhall de Londres, los Músicos de Amsterdam, le Luxembourg de París, cómo se monta la parada en Postdam, qué altura tienen las casas en Viena, quántos Theatros hay en Nápoles, quántos cafés en Roma, y [...] Buena fresca para mí, dixe yo, que tengo ya dispuesta mi silla de posta, para emprender mi jornada. ¿Qué silla de posta? replicó mi padre: si señor, insté yo, un coche Simon, que yá ha arrimado á la puerta para llevarme á todas las Librerías de Madrid en busca de una obra de viages.



Nos encontramos aquí ante un jovial representante de ese nuevo y creciente público curioso, en ningún modo erudito, que conversa, opina y discute en tertulias y salones de países extranjeros, y llena todos los espacios públicos de la sociabilidad ilustrada20, a los que podrían llevar cómodamente en su faltriquera uno de estos volúmenes en formato octavo de las nuevas colecciones de viajes impresas por libreros-editores de gran olfato como Joaquín Ibarra y Antonio de Sancha. El antecedente editorial más inmediato de las Cartas familiares de Juan Andrés se encuentra en el Viaje fuera de España de Antonio Ponz, publicado en dos volúmenes por Ibarra en 178521. En esta obra, siguiendo el modelo por él ya establecido en su Viage de España, el secretario de la Academia de San Fernando relata el viaje que durante seis meses efectuó por Francia, Inglaterra, Holanda y Flandes en la primavera y el verano de 1783. En la Advertencia al tomo II, Ponz manifiesta tener conciencia

de ser el primer nacional que ha salido de España con el propósito de presentar á sus paisanos una nueva Obra que, además de las noticias artísticas, contiene otras muchas, que pueden ser útiles y servir de estímulo para imitar, según ellas, lo que hay de bueno en otros paises, contribuyendo cada qual con sus fuerzas y estado á la felicidad del nuestro22.



Lo que quiere decir que viajó pensando ya en la consiguiente publicación de su viaje. Antonio de Sancha le daría la réplica a Ibarra publicando a comienzos de 1787 los dos tomos del viaje de Juan Andrés a Florencia, Roma y Nápoles, destinos de gran atractivo que podrían competir comercialmente con las descripciones de París, Londres y Amsterdam ofrecidas por Ponz.

Por muy variadas razones, el viaje de Italia, a todo lo largo del XVIII, ejerce una poderosa y creciente atracción sobre las élites culturales, sociales y económicas de Inglaterra, Francia, Alemania y, en muchísima menor medida, de España. De acuerdo con la norma social de su clase, la educación de los jóvenes aristócratas ingleses se consideraba deficiente e incompleta sin un largo viaje por el continente europeo que coronase su periodo de aprendizaje y les sirviera de introducción a la vida pública mediante el contacto con el gran mundo -reyes y príncipes, grandes familias, embajadores...- , que les permitiera refinar y ensayar sus gracias sociales. Este costoso viaje, denominado Grand Tour, en el que iban siempre acompañados de un preceptor, podía durar hasta tres años, visitándose a la ida Francia e Italia, y regresando por Alemania y los Países Bajos23. En todos los casos, la meta de este circuito, era Roma, epicentro del redescubrimiento del clasicismo por la Europa del siglo XVIII. Italia ofrecía una perfecta combinación de instrucción y placer, pues junto a las antigüedades romanas, la gran variedad de formas políticas y las obras maestras italianas modernas, estos jóvenes nobles podían disfrutar de las recepciones aristocráticas, el teatro, la ópera y de fiestas y espectáculos públicos como el carnaval veneciano o la Semana Santa romana. Sintomáticamente, en 1732, un grupo de jóvenes británicos que habían visitado Italia en su Grand Tour y que se reunían en un club para cenar juntos, fundó la denominada Society of Dilettanti, cuyo reglamento, aprobado en 1734, estipulaba en su artículo quinto que sólo podían ser propuestos como miembros aquellos con los que se hubiera coincidido en Italia. En sus reuniones se brindaba por la virtud, el gusto griego y el espíritu romano y por los miembros ausentes24.

Entre los jóvenes aristócratas españoles que viajaron por Italia podría recordarse cómo cuando el duque de Arcos tuvo que viajar a Nápoles en 1772 con la misión de representar al rey Carlos III en el bautismo de su nieta María Teresa Carlota, hija del rey de Nápoles, le acompañaron en su embajada extraordinaria los primogénitos de las casas de Medinaceli, Osuna y Oñate, que tuvieron la oportunidad de recorrer Italia entre la primavera y el otoño de dicho año. El diplomático José Nicolás de Azara, en su correspondencia confidencial con el secretario de Gracia y Justicia Roda, se refiere en diferentes ocasiones al viaje, el tren de vida, las visitas y excursiones efectuadas por el grupo del duque de Arcos. El propio Azara les sirvió de cicerone en Roma, según relata en su carta de 22 de octubre de 1772:

Ya ha visto usted por mis antecedentes que fui a Nápoles con Moñino. El duque de Arcos nos quiso por fuerza en su casa, y nos trató como a príncipes, pero se podían perdonar sus grandezas por no pasar por aquel ruido y batahola de su casa. Sería largo contar a usted todo, pero figúrese usted el valle de Josafat y no errará la trapisonda que allí reinaba. Yo en todo el tiempo que he estado por allá, no creo haber dormido tres horas al día, y ésas sin reposo. He visto la repetición de sus fiestas, y aseguro a usted que hasta ahora no he visto cosa con que comparar su magnificencia. Los napolitanos se han quedado con la boca abierta, y aún no han vuelto de la sorpresa. Pero dejo relaciones de fiestas, porque otros las harán. Volvimos de Nápoles para recibir aquí al duque de Arcos, que partía al día después, y llegó aquí ayer martes, poco después de mediodía. Ya ve usted la batahola que a mí me toca, con andar haciendo el cicerone a todos estos señoritos. Hoy que es miércoles he corrido nueve horas a pie por San Pedro y demás antigüedades, y este tiempo que escribo, lo hurto al sueño, porque mañana a las siete he de estar ya en coche por el camino de Castel Gandolfo. El Duque y toda su comitiva van a ver el Papa. La visita se hará en la Villa Barberini. Se había tratado comer con el príncipe Doria en su casino de Albano, pero el Papa ha querido que la caravana coma en su palacio, y el Mayordomo hace los honores. Por la noche dará Doria, en descuento, conversación y cena. Lo que pasará en esta visita S.mi lo podré decir el que viene. El viernes veremos Roma, y el sábado a Frascati, y todos los días comilonas y cenas25.



Paralelamente a la corriente de los ricos touristas, Italia y particularmente Roma, van recibiendo la visita de un creciente número de hombres de letras, que frecuentemente dejan testimonio escrito de su viaje, aunque no siempre destinado a la publicación. Estos intelectuales no sólo se interesan por la cultura clásica, sino que también quieren conectar con la cultura italiana contemporánea. Juan Andrés se sitúa, entre otros, en la estela dieciochesca de un Montesquieu, que viajó por Italia entre el verano de 1728 y mediados de 1729, del que se conserva una colección de apuntes bajo el título Voyage de Gratz à la Haye26, en que relaciona su viaje por Venecia, Milán, Turín, Génova, Florencia y Roma, y su contacto con personalidades como Law, Galiani, Conti y Alberoni...; de un Lessing, que recorrió Italia entre la primavera y el otoño de 1775 dentro del séquito del joven príncipe Leopoldo de Brunswick, sobrino de Federico II27; de un Herder, al que el aristócrata Johann Friedrich von Dalberg invitó a acompañarle por Italia entre agosto de 1788 y julio de 178928. La lista de estos intelectuales, viajeros por la Italia del XVIII, no se agota aquí, y, por supuesto, estos nombres tienen antecedentes en siglos anteriores como los de Montaigne29, que recogió en un diario su viaje efectuado en 1580-1581 -descubierto y publicado en los años setenta del siglo XVIII-, y el diarista inglés John Evelyn (1620-1706). Entre los eruditos españoles que pasaron a Italia, cabe citar a Francisco Pérez Bayer, que, tras obtener una pensión de estudios por influencia del jesuita Andrés Marcos Burriel, visitó a partir del verano de 1754 Génova, Milán, Verona, Padua, Venecia, Ferrara, Bolonia y Roma, donde se detuvo hasta la primavera de 1759 ocupado en sus estudios de lenguas semíticas. Su diario de viaje sólo ha llegado a nosotros en estado muy fragmentario30.

La Italia por la que viaja Juan Andrés es un verdadero mosaico de estados que, en su mayor parte, habían adoptado, a finales de los sesenta, con diferentes grados de entusiasmo y éxito las diversas modalidades del absolutismo reformista, todo ello superpuesto a una indiscutible unidad geográfica y cultural. Esta variedad de sistemas, de esferas de influencia e iniciativas de reforma es uno de los grandes atractivos que ofrece Italia a la observación política de los viajeros extranjeros31. La península italiana llega a la segunda mitad del siglo XVIII habiendo resuelto con la Paz de Aquisgrán (1748), el enfrentamiento de las dinastías Hasburgo y Borbón por repartirse sus territorios. Caen dentro de la órbita austriaca la Lombardía, a la cual está asociada Mantua, residencia de Juan Andrés, provincia gobernada directamente por Viena; y el Gran Ducado de Toscana, estado independiente, pero cuyo titular es siempre uno de los hijos menores de la familia imperial. En el ámbito borbónico se mueven el Reino de las Dos Sicilias, que en estos años tiene como rey a Fernando IV de Borbón, hijo de Carlos III de España; y el ducado de Parma y Plasencia, a cuya cabeza está el Infante-Duque Fernando de Borbón, sobrino de Carlos III. Entre ambas esferas de influencia actúan como estados-tapón los Estados de la Iglesia, cuyo soberano temporal es el papa Pío VI, y que aparte de Roma incluyen las legaciones de Ferrara y Bolonia, gobernadas cada una de ellas por un cardenal legado, y el ducado de Módena. En la periferia de este mosaico se encuentran el Reino de Cerdeña, que tiene su capital en Turín, y las antiguas repúblicas patricias de Génova y Venecia. A mediados de los ochenta, el absolutismo reformista, con las excepciones de la Lombardía y la Toscana, ha perdido el empuje político e ideológico con que años atrás se enfrentara a los privilegios de la Iglesia y la nobleza en aras del aumento de la productividad y la modernización y secularización del estado32. Juan Andrés con el testimonio sus viajes entre el verano de 1785 y el verano de 1791 registra el canto del cisne de un mundo político, social y -como veremos-, también cultural, que desaparecerá a mediados de los noventa bajo los efectos de la Revolución Francesa. Ajeno a esos cambios que se avecinan, Andrés nos ha dejado una estampa de su recibimiento a comienzos de julio de 1791 por el absolutista y pacato Víctor Amadeo III, perseguidor durante todo su reinado de las ideas ilustradas, en cuya Corte ha encontrado refugio el sector más fanático de la aristocracia francesa, capitaneada por el conde de Artois, hermano menor de Luis XVI. Apenas año y medio después el Piamonte comenzará a ser desmembrado por los ejércitos republicanos:

Allí [sitio real de Moncalier] tuve el honor de ser presentado á Su Majestad y Altezas el príncipe de Piamonte, y el duque de Aosta, que todos se dignaron de recibirme con la mayor humanidad, y particularmente el rey y el duque Aosta me entretuvieron largamente, y entraron en varias materias con lisonjeras expresiones de su innata bondad. Tuve el gusto de asistir á la misa, á que concurre toda la familia real, y despues á la mesa. Esta era de figura oval, en la parte prolongada del frente se veía la soberana familia sentada en ricas sillas, en medio S.M. el Júpiter de aquel convite de Dioses, teniendo á un lado á la princesa de Piamonte, el príncipe, los hijos del conde de Artois, que todos los domingos van á comer con su augusto abuelo, y la princesa Felicitas hermana del rey: al otro lado el duque y duquesa de Aosta, duque de Monferrat, duque de Genevois y conde de Mauriene; y luego despues de un vacío á una y otra parte estaban sentadas en taburetes quatro ó cinco damas de la corte, que tenian el honor de comer en aquella mesa, y tabulis accumvere Divum33.



La desaparición de este mundo del Ancien Régime y la falta de ubicación de Andrés en el que va surgiendo se hace evidente en las cuatro cartas que escribe a su hermano entre la primavera y el verano de 1799, y que éste reúne en la obra Cartas del abate don Juan Andrés a su hermano don Carlos Andrés, en que le comunica varias noticias literarias, publicada en Valencia en el año 180034, auténtico contrapunto al espacio sociocultural desplegado en las Cartas familiares. Esta obra dada a luz en el último año del siglo no pertenece al proyecto editorial que había reunido los viajes italianos del exjesuita. De hecho, ni siquiera es un libro de viajes. Es un producto de circunstancias, cercano a la crónica literaria y a lo periodístico, muy marcado por el contradictorio panorama político italiano -recuérdese que a mediados de febrero de 1798 se había proclamado en Roma la República Romana, una más de las républiques soeurs en suelo italiano, lo que contribuyó a que se permitiese el regreso a España de los jesuitas expulsos, permiso que fue revocado en mayo de 1801; nuestro erudito permaneció en Roma hasta marzo de 1798, en que marchó a Parma a servir el cargo de bibliotecario del duque Fernando-.

Los viajes literarios de Juan Andrés son producto derivado de la necesidad que tiene de desplazarse por Italia a la rebusca y consulta de códices y manuscritos con objeto de completar su obra Origen, progresos y estado actual de toda la literatura35. Son viajes básicamente utilitarios, en los que, si su itinerario es el usual seguido por los viajeros extranjeros en Italia, llama la atención la relativa rapidez de cada viaje y sus cortas detenciones en las principales ciudades (veinte días en Florencia, dos meses en Roma, trece días en Nápoles, catorce días en Venecia), estancias fugaces en comparación con las largas detenciones de los nobles en su Grand Tour o de pensionados como Leandro Fernández de Moratín. Son viajes rápidos al estar marcados por la escasez de fondos y la urgencia de regresar a Mantua a proseguir su trabajo intelectual. Por todo ello, la Italia por la que viaja Andrés es primordialmente la Italia erudita, la Italia que alberga las principales bibliotecas tanto públicas, como particulares. De su paso por la Laurenziana en Florencia, nos ha dejado este precioso y significativo apunte:

Cinco o seis mañanas he pasado en aquella Biblioteca, entre las cadenas que tienen atados los libros, y que á veces me ataban á mi, revolviendo códices griegos, latinos, italianos y provenzales, y complaciendome de tener entre las manos tantos preciosos manuscritos. Los códices están encadenados porque no se los pueda llevar algun amante de estas cosas poco escrupuloso; pero se abren ó sueltan á personas conocidas á quienes pueden fiarse, como cortesmente me desencadenaron quantos yo quise exâminar con mas comodidad, ó copiar de ellos algunos pasages. Otros, en los que solo queria cotejar algo, y darles una ojeada, los manejaba en sus mismos bancos, y me complacia de pasar de uno á otro, confrontar tres ó quatro de una vez, y ver en sus fuentes muchas cosas que se nos presentan alteradas por la imaginacion de los editores. Sé muy bien que no todos los viageros hallan tanto placer en revolver papeles y pergaminos; pero yo antepongo una mañana de la Laurenciana á todas las operas y bayles que se puedan dar en los mas suntuosos teatros36.



Entre todos sus viajes, el desplazamiento menos utilitario es el que le lleva a Nápoles a mediados de septiembre de 1785, donde para unos escasos trece días, posiblemente a causa de las limitaciones impuestas por su pasaporte napolitano, que le fue muy difícil de obtener en Roma, sin duda por su calidad de exjesuita español. Característicamente, este viaje al sur es tanto un viaje físico, como un viaje literario de la mano de Homero y Virgilio:

Al asomarse al golfo de Gaeta, y considerar aquellos mares y aquellas tierras, se presenta á la vista un nuevo mundo, el animo recorre un nuevo orden de cosas, y la memoria se alimenta de otra série de hechos:


Tu quoque littoribus nostris Aneia nutrix
Aeternum moriens nomen Caieta dedisti

se exclama luego con Virgilio: se busca con la imaginacion el sepulcro de la pobre Caieta; se corre el giro que por aquellos mares hubo de hacer Eneas; y se repasan muchos bellos pasages de algunos libros de Virgilio. Hasta Homero y parte de su Odisea se ven en aquellos campos y mares37.



El viaje a Nápoles viene determinado por su propósito de visitar y ver con sus propios ojos las ciudades de Herculano y Pompeya, que iban siendo lentamente excavadas tras su respectivo descubrimiento en 1731 y 1748. La excursión se refiere en dos extensas cartas (tomo II, cartas XIV y XV), en que la asociación de los primeros trabajos de recuperación de dichas ciudades al reinado napolitano de Carlos III le permite la ocasional alabanza al monarca ilustrado, asimismo responsable último de su exilio38.

Pero Nápoles no es sólo un espacio en que saciar su sed anticuaria, sus alrededores contaban con el atractivo de ser teatro de observación de todo tipo de actividad volcánica, teatro de fuego que atrae tanto al curioso como al naturalista. Andrés examina las estufas y solfataras de los Campos Flegreos y describe detenidamente el Vesubio en la carta XIII del tomo II39. Su visita al Vesubio, literariamente insuperable entre nuestros viajeros dieciochescos, manifiesta una receptiva sensibilidad hacia lo sublime terrible:

¡Qué espectáculo aquel tan diferente de las deliciosas vistas que se logran en todas aquellas cercanias! A un lado el monte Soma con sus enormes piedras y gruesos peñascos, que se desgajan continuamente, y cuyas grandes masas de piedra siempre jam jam lapsura cadentique imminet assimilis; del otro el Vesuvio, de donde se levantan borbollones de humo, que cubren de obscuras nubes el cielo, y por donde corren veinte ó treinta rios, no de agua sino de fuego con algunas gruesas piedras del mismo fuego, que no corren lentamente como la lava, sino que saltan con precipitacion; y en medio un mar negro, ó un lobrego valle, donde no se vé mas que una llanura obscura y melancolica llena de grandes moles de lava empedernida, parda ó negruzca; el sordo estrépito de la lava, que hiere las piedras y otros cuerpos por donde pasa; aquella soledad, aquel silencio, aquel retiro, sin ver mas que montes, lava, humo y fuego, tienen el ánimo en una profunda suspension, y le dan cierto placer que deleyta por sí mismo y por su novedad. La soledad y la lobreguez tienen sus delicias, quizá mayores que el bullicio y la amenidad; pero en aquella soledad y lobreguez se desfruta un deleyte particular, viendo obrar en grande la naturaleza y gozando un fenomeno que ella misma no puede producir en muchos lugares, y que en vano querrá imitar el arte40.



Sorprende que Andrés, aprovechando su viaje a Nápoles, no visitara los templos griegos de Paestum, redescubiertos en torno a la mitad del siglo, y centrales en esos años ochenta en el interesante debate en torno al significado del orden dórico griego41. La falta de esta visita quizá la explican las limitaciones que le impone su pasaporte. Al ser el suyo un viaje a la Italia de la cultura, no siente la necesidad de ir más al sur de Nápoles, regiones casi incógnitas entonces excepto para los más aventureros de los touristas. Igualmente, no obstante el hecho de que sus viajes por Italia nunca pretendan ser exhaustivos, sorprende la no inclusión en su circuito de la histórica ciudad de Rávena, especialmente teniendo en cuenta el interés de Andrés por la transición de la antigüedad a los siglos medios. La explicación de esta ausencia podría hallarse en la posición periférica de esta ciudad adriática, que solía visitarse en el camino de vuelta entre Roma y Venecia, con respecto al itinerario de vuelta directo a Mantua que siguió el exjesuita desde Roma.

La constante presencia del yo del viajero Juan Andrés a lo largo de la narración de los diferentes viajes reunidos en estas Cartas familiares, otorga a la obra su unidad y su particular punto de vista. La circunstancia de que las Cartas familiares funcionen también como guía y como correspondencia literaria, no resta presencia a este yo del viajero, pues tanto la visita de los monumentos, como la de los diferentes literatos está embutida dentro de la narración del viaje, de su viaje. No obstante, es necesario señalar en este punto que quizá a Juan Andrés le perjudique la comparación por parte del lector moderno -todo lo involuntaria que ésta sea-, con el tan expresivo yo del viajero Leandro Fernández de Moratín, comparación injusta que olvida que la de Andrés es una obra terminada, entregada, mediante su publicación, al juicio general de sus lectores contemporáneos, mientras que el Viage a Italia de Moratín no pasó en su tiempo del estadio de ser una colección de apuntes manuscritos para uso personal. Entre las Cartas familiares y el Viage a Italia se manifiesta, por tanto, toda la distancia que va entre lo destinado al consumo público y lo que permanece en el ámbito de lo privado.

Juan Andrés, nacido en 1740, pertenece por edad a la generación anterior a la de Leandro Fernández de Moratín, nacido en 1760. Sus Cartas familiares nos permiten observar, en ocasiones, el lado más desenfadado del erudito, que, no lo olvidemos, apenas rondaba los cincuenta años cuando llevó a cabo sus viajes por Italia. Son características en Juan Andrés viñetas como las siguientes, que recuerdan algunos dibujos de Giandomenico Tiépolo, en las que el viajero se dibuja con buen humor dentro de un muy dinámico paisaje urbano:

Las calles de Venecia, son por lo comun cortas y estrechas, de modo que apenas podrán pasar tres personas de frente; y te diré en prueba de ello, que habiendo querido un dia que llovizneaba, usar de mi quita aguas, lo hube luego de plegar, porque siendo algo grande, tropezaba freqüentemente con las paredes, y me obligaba á volverlo y manejarlo con mas incomodidad de la que me daba la poca agua que me podia tocar.

La estrechez de sus calles [Venecia], y la numerosa poblacion hace que se encuentren con freqüencia los que ván por ellas, y se empujen unos á otros, especialmente los forasteros, distrahidos con la vista de las hermosas tiendas que se hallan á cada paso. Pero nadie se ofende, ni se dá por entendido, y por mas nobles y poderosos que sean, llevan con paciencia un codazo, ó un empujon del mas pobre y desvalido; y si el forastero distraido se vuelve á pedir perdon, segun parece que lo exîge la buena crianza, ve que ya ha pasado de largo el que en otras ciudades se hubiera quejado de su sobrada distraccion42.



Al viajero Andrés le atrae sobremanera el rico espectáculo de la vida urbana de las grandes ciudades italianas -Venecia, Nápoles, Génova-, para cuya descripción muestra un especial talento. Es el paisaje celebrado por los cuadros de vedutistas como Panini, Canaletto o Bellotto, favoritos de los touristas. Estas escenas de un variado entramado social dentro de un escenario real cotidiano, producto de su atenta observación, son manifestación del nuevo gusto por lo pintoresco. Asimismo, podemos considerar característica de su postura reformista su consideración de aspectos de la realidad económica, que provocarán en el lector la comparación con la realidad española. Sirva de ejemplo, entre muchos, esta vista de Génova:

Delante de la lonja hay una plazuela llena siempre de gente, movimiento y actividad; se conoce que no está lejos de allí el puerto franco, el banco de San Jorge, y los sitios de negocios y contratacion. La plazuela misma es un sitio divertido, donde por varias partes embocan calles llenas de tiendas y mercancias; se presenta por un lado la fachada de una Iglesia, aunque pequeña, pero de buen aspecto, y con una alta y espaciosa escalera, que la hace mas vistosa, por otro el frontis, y lo interior de la lonja de Banchi, y asi otras bellas vistas. Todo aquel pedazo es el mas poblado y vivo de Génova; plateros, artesanos, mercaderes, señores, faquines, tiendas, mercados, todo se desfruta en aquellas inmediaciones por uno y otro lado, y no faltan por esto freqüentes palacios, y grandes edificios43.






ArribaAbajoLas Cartas familiares como guía de Italia

Por lo que respecta a la funcionalidad de las Cartas familiares en tanto que guía de viaje, ésta se alcanza a través del mantenimiento a todo lo largo de la obra de un esquema de visita, repetido en cada una de las principales ciudades en las que Andrés se detiene. Tras una general noticia de su situación, extensión y población, pasa a referir a vuela pluma su visita a los principales monumentos, tras de la cual hace un recuento de las principales instituciones culturales, literarias y, en menor medida, sociales de cada ciudad, que ha examinado por sí mismo. En todo momento a lo largo de este verdadero inventario de infraestructuras culturales, Andrés inspecciona toda biblioteca, pública o privada, relevante, de las que refiere y comenta sus principales códices, manuscritos e impresos raros. Todo aquello que tenga la menor relación con la historia o la literatura española, es sacado a colación; y, en el caso de códices y manuscritos de interés para la necesaria revisión histórica y literaria, Andrés no se reprime en proponer, a quien los quiera proteger y financiar, posibles proyectos editoriales. Para hacer digerible y atractiva al lector una materia tan erudita y árida como puedan ser los códices, Andrés nunca olvida mencionar lo raro, lo curioso. Por último, dentro de la institución correspondiente, el erudito exjesuita enumera los literatos más destacados, a los que caracteriza intelectualmente. La inclusión de un índice de contenidos al final de cada volumen permite al lector el rápido acceso a la información sobre cualquier punto específico tratado en esta guía de viaje, en español, por la Italia cultural. Andrés finaliza el último volumen de sus Cartas familiares, a finales de noviembre de 1791, manifestándose consciente de la función de su obra como estímulo y herramienta de una nueva generación de viajeros españoles útiles:

Me han dicho y escrito algunos de nuestros españoles, que mis cartas han movido ganas á varios de viajar por Italia. Quiero lisongearme que quanto he escrito en ellas no pueda haber excitado en los lectores deseos de buscar en Italia divertimientos poco honestos: ¿qué remordimiento de conciencia no deberiamos tener tú y yo, y quantos te han animado á publicarlas, si este fuera el efecto de la lectura de tales cartas? Pero si realmente desean estos tales hacer este viage para aprovecharse de los muchos medios de instruccion en todos géneros, que presenta este alegre y bello pais, les pido y ruego encarecidamente que procuren traer mas luces de las que yo he tenido, para sacar provecho de todo; pero que no dexen de traer, como yo he procurado siempre, un corazon sincero y franco, que reconoce y alaba el mérito donde lo halla, recibe con gratitud los favores de quien se los hace, y estima y alaba á quien quiera que ayuda y favorece sus honestos deseos44.



Para la confección de todo lo que su obra tiene de guía monumental, Juan Andrés se sirvió de la guía de Italia escrita por el astrónomo y viajero ilustrado francés Joseph-Jérôme Le François de Lalande (1732-1807), compendio de todas las aparecidas previamente, publicada en 1769 bajo el título Voyage d'un François en Italie fait dans les Années 1765 & 1766. Contenant l'Histoire et les Anecdotes les plus singulières d'Italie, et sa description, les Moeurs, les Usages, le Gouvernement..., que en las décadas de los setenta y ochenta se convirtió en la guía más consultada por los viajeros de la península italiana, llegando incluso a ser manejada por el viajero Moratín a mediados de los noventa45. Esta primera edición del viaje de Lalande constaba de ocho volúmenes de texto en dozavo y uno de mapas en cuarto. En 1786 apareció una segunda edición, aumentada y mejorada, en 9 volúmenes más el correspondiente de atlas. Un buen ejemplo del aprovechamiento por Andrés de la guía de Lalande, como base de su texto, lo encontramos en su descripción de la catedral de Génova, a la que Lalande dedica los siguientes párrafos:

LA CATHÉDRALE est dédiée à S. Laurent, elle fut consacrée dès l'an 260, & bâtie à l'endroit où ce Saint avoit logé en venant d'Espagne pour aller à Rome; elle est toute revêtue de marbre, & d'un gothique assez léger: il y a dans la chapelle, à droite du sanctuaire, un tableau du Barocci, qui représente un Christ en croix, la Vierge, S. Jean & la Madeleine: il est d'une couleur agréable, mais la composition en est éparse.

A l'autel de la chapelle, qui est à gauche du sanctuaire, l'adoration des Mages, du Cambiage.

On conserve dans la sacristie, ou dans le trésor de la cathédrale, une coupe hexagone de quatorze pouces & demi de diametre, appellée le Sacro Catino, qu'on prétend être d'éméraude; les uns disent qu'elle fut donnée à la république par Baudouin, roi de Jérusalem, en reconnoissance des services qu'il en avoit reçus; mais il paroît qu'elle fut trouvée dans la ville de Césarée, dont les Génois s'étoient emparés. M. de la Condamine, qui eut occasion de l'examiner de près, y apperçut des bulles, telles qu'on en voit dans le verre fondu. V. les Mémoires de l'Académie, pour 1757; & le livre qui a pour titre: Il Sacro Catino di Smeraldo orientale, &c46.



Mientras que Andrés escribe lo siguiente:

La Catedral es una Iglesia gótica llena de mármoles blancos y negros, que no tiene á la parte de fuera, ni aun á la de dentro, mucho esplendor. Como está dedicada á San Lorenzo, dicen haberse fabricado en el mismo lugar, en que se hospedó el Santo al pasar por allí en su viage de España á Roma, y quieren que sea esta la primera Iglesia que se haya dedicado á San Lorenzo. Algunos quadros de Federico Barocci, y de Lucas Cambiaso son estimables. La capilla de San Juan Bautista, que se vé á mano izquierda, merece ser observada por su construccion particular, por sus columnas de pórfido, y por la abundancia de marmoles, baxos relieves, estatuas, lámparas y otros adornos. En esta Catedral se conserva la gran taza ó copa de esmeralda, que regaló á los genoveses Balduino rey de Jerusalen. La tradicion popular es que la tal copa sea la que sirvió en la ultima cena á Nuestro Señor, y aunque esto no tiene fundamento alguno, es ciertamente una preciosa pieza de la antigüedad. Algo mas fundada podrá ser la opinion de que sea una esmeralda oriental la materia de dicha copa. Yo no la ví, porque algunas circunstancias no me lo permitieron; pero por las relaciones que he oido y leído puedo decirte que su figura es hexâgona, y su diámetro de 14½ pulgadas, y una esmeralda de tan extraordinaria magnitud sería un fenomeno singular. Mr. de la Condamine, que tuvo toda comodidad para exâminarla con atencion, formó sobre ella una disertacion en la Academia de las ciencias en 1757, y pareciendole increible una esmeralda de tal magnitud, quiere congeturar que pueda ser una composicion artificial. De qualquier suerte un monumento que ha obtenido celebridad aun en la Academia de las ciencias de París, un monumento venerado de los devotos como sagrada reliquia, y respetado de los antiquarios y de los naturalistas puede merecer tu atencion, y no lo he querido pasar en silencio47.



Leandro Fernández de Moratín leyó los dos primeros tomos de las Cartas familiares de Andrés durante su estancia en Roma entre el 29 de octubre de 1795 y el 18 de marzo de 1796, dedicando algunas páginas del cuaderno 81 del manuscrito de su viaje a corregir algunos detalles de la obra del exjesuita. Moratín había coincidido con Andrés en Mantua entre los días 22 y 27 de mayo de 1795. Es posible que el erudito le regalase entonces algún ejemplar de su obra, o se los remitiese poco después:

Llegó a mis manos esta obra hallándome en Roma, y tube motivo para rectificar ocularmente algunas de las especies equivocadas que encontré en ella, y aun también algunas relativas a Nápoles, por el cotejo que de ellas hize con mis propias observaciones y los libros que mejor han tratado las materias en questión. No será fuera de propósito, ni acaso inútil, advertir aquí los errores que hallé y la corrección que necesitan. [...] Estas y otras muchas equivocaciones en que cae, particularmente en todo lo relativo a las artes, haze desear que el autor corrija con algún cuidado su obra, la qual, por otra parte, no carece de mérito48.






ArribaAbajoLas Cartas familiares como correspondencia literaria

Las Cartas familiares del abate don Juan Andrés a su hermano don Carlos Andrés, dándole noticia del viaje que hizo a varias ciudades de Italia son, por último, una correspondencia literaria, es decir, un boletín epistolar con información cultural o literaria privilegiada. La correspondance littéraire es un medio de comunicación literaria y cultural típicamente dieciochesco. La más conocida es la organizada por los ilustrados Grimm y Diderot a partir de 1753, mediante la cual, previo pago de una elevada suscripción, ponían al corriente a un selecto grupo de príncipes alemanes de lo sucedido en el París de los salones49.

Juan Andrés, en la segunda mitad de los ochenta y a lo largo de los noventa, es un intelectual reconocido y celebrado, al que se va a visitar a Mantua, con contactos y acceso privilegiado a un gran número de hombres de letras y círculos intelectuales en las diferentes ciudades de Italia. Esta información de primera mano que le llega, fuera del alcance del común de los literatos, la pone Juan Andrés, en una primera instancia, mediante una correspondencia familiar real, a disposición de su hermano Carlos y otros muy selectos lectores amigos. En un segundo momento, y sin duda interviniendo previamente una reelaboración literaria ex profeso, se comunican estas noticias a través de la publicación a la generalidad de los lectores. De este modo, de la mano de Andrés accede el público lector a conocer el estado actual de las principales instituciones de la vida literaria y cultural italiana, y a muchos de sus protagonistas, de los que Andrés, en su caso, ofrece una caracterización, una valoración de obras recientes o alguna noticia de proyectos en marcha. Sirva de ejemplo el retrato que ofrece del científico Alejandro Volta, al que visita en su laboratorio de la Universidad de Pavía:

Junto al jardin botánico está el laboratorio químico con sus hornillos, alambiques, redomas y todos los aparejos convenientes, y con su especie de teatrillo para escuela. Aquí encontré solo y ocupadísimo al profesor de física Don Alexandro Volta, que estaba haciendo una diligentísima serie de observaciones para formar una teoría sobre la proporcion que sigue la dilatacion del ayre con el calor, no solo en un grado determinado, que es como comunmente se habia calculado, sino en todos los diferentes grados en que se puede hallar; y por la tarde á fines de Junio quando todos salen á tomar el fresco, este atento físico estaba cerrado en el laboratorio en medio de los hornillos, sudando de calor para estudiar el modo de proceder de la naturaleza, é iluminar á los físicos con el descubrimiento de la verdad50.



Dentro de la literatura española, paralelamente a la existencia de verdaderas correspondencias literarias confidenciales, de las que puede ser ejemplo la mantenida entre Gregorio Mayans y el bibliotecario real Martínez Pingarrón entre 1739 y 177751, se podrían enlazar las Cartas familiares de Andrés con precedentes tales como las Memorias literarias de París (1751) de Ignacio Luzán -a pesar de no estar esta obra segmentada en cartas, sino en capítulos- y la Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia (1781) del duque de Almodóvar -impresa, como la obra de Andrés, por Antonio de Sancha-. Si en los casos de Luzán y Almodóvar52, como en el de la exclusiva y secreta correspondance littéraire de Grimm y Diderot, el modelo cultural a desentrañar es Francia o, mejor dicho, París, modelo excesivamente ambicioso y conflictivo para los parámetros españoles, cuyo seguimiento plantería numerosas rupturas políticas y culturales, Andrés presenta al público español un modelo más cercano y asequible, esa Italia multiestatal que política y culturalmente se siente todavía próxima a finales del reinado de Carlos III.

En las Cartas familiares de Juan Andrés, la relación detallada, su evaluación de las instituciones culturales más dinámicas y peculiares de cada ciudad y provincia -universidades, academias de ciencias y letras, bibliotecas y otras de menor escala-, obedecen en todo momento a un propósito directamente utilitario y patriótico: mover al lector a replantearse la realidad cultural española, a profundizar en la labor de reforma educativa y cultural con la meta puesta en alcanzar una realidad más rica. En ocasiones propone modelos prácticos, como cuando describe este club de lectura veneciano:

Ví junto á un café un casino diferente de los demás, cuyo establecimiento me gustó mucho, y me alegraría de que se introduxese ahí en muchas ciudades. Este no es de particular alguno, sino de unos 30 ó 40 caballeros, que contribuyen con un tanto, y además de las luces y otros gastos que ocurren, compran algunos diarios, como el enciclopedico de Bouillon, el espíritu de los diarios, y otros de los mejores, las gazetas de Leyden, y otras de las mas estimadas, los mapas de los paises que mas atencion merecen al presente, y otras cosillas semejantes, que pueden servir para satisfacer la curiosidad en las materias que en el dia suelen ocurrir. De este modo á poco coste puede cada uno desfrutar todos estos papeles, que le costarian sobrado si los hubiese de comprar por sí solo; se leen en el casino, y aún se llevan á casa por poco tiempo, y dán materia á conversaciones útiles é instructivas. Se gasta tanto dinero en otros placeres frívolos, y aun nocivos, ¿y no estará bien empleado algun poco en satisfacer una honesta y útil curiosidad?53



Por otro lado, las repetidas ocasiones que le proporciona su viaje de destacar el patriotismo cultural y el protagonismo social de la aristocracia italiana, conducen seguidamente en Andrés a una denuncia del desinterés cultural, los despilfarros y la falta de patriotismo de la nobleza española, cuya falta de mecenazgo juzga nefasta para la literatura española:

Mil veces he preguntado á los españoles que he visto por estas tierras, en que emplean esos Señores las inmensas rentas que tienen de 100, 200, 300 mil y mas pesos, de que aqui ni aun idea se tiene, y que son rentas de Soberanos mas que de particulares. No en palacios, ó hermosas fábricas, porque me dicen que las casas de esos Señores no llegan al esplendor y belleza de las de estos, que no tienen ni aun la mitad de la renta que esos poseen; no en magnificas casas de campo, no en galerias de pinturas ó de estatuas, no en librerias, no en museos, no en promover las ciencias y las artes; ¿en qué pues se emplean tan grandes rentas? No he encontrado quien me diese cabal respuesta, y no puede ser otra cosa sino que se les vaya mucho dinero en descuido, abandono y negligencia. Una prudente atencion á sus proprios intereses, una discreta economia, un buen arreglo en sus familias, y buen orden en sus gastos y en todas sus cosas podrá hacer que tengan para tratarse con decoro y esplendor, para gozar diversiones honestas, para educar como conviene á sus hijos, para comprar libros ú otras cosas segun su gusto, para promover las artes y las ciencias, para proteger personas de merito, para socorrer necesitados, para ganarse las voluntades de todos. La inercia, la poltroneria, el abandono sirven solo para hacerse comer vivos, y con inmensas rentas cargarse de deudas, y hacerse irrisorios y despreciables á los mismos que comen á espaldas de su innacion, ó de su simpleza54.



Podría juzgarse, sin embargo, que el protagonismo cultural que Juan Andrés querría que asumiese la nobleza española y cuyo modelo positivo ve en la italiana, parece más propio de la sociedad estamental del Antiguo Régimen que de la naciente sociedad de clases que se afirma con la Revolución Francesa. El erudito exjesuita aparece como más partidario de un modelo cultural sostenido por el patronazgo55, que de uno apoyado en el mercado, y esto a pesar de sus ocasionales llamadas a los libreros españoles a que difundan en Italia los libros y estampas nacionales:

Me le quejé [al cardenal Archinto] amigablemente de que no tuviera otras varias [estampas españolas] que le nombré; pero me respondió quejandose mutuamente de los Españoles, que son tan avaros de sus cosas que no las comunican á las otras naciones, y quando todos procuran hacer comercio de sus libros, estampas y otras producciones, solo los Españoles se las tienen encerradas en sus Pirineos sin quererlas comunicar á los demas. Esta misma queja he oido á varios que nos hacian el favor de creer que tenemos cosas dignas de comunicarse, porque otros no quieren creer tanto, pues que en efecto nada ven. Quisiera que si no el interés, á lo menos el amor á la patria, estimulase á nuestros libreros, y á otros comerciantes á hacer correr por fuera de España estampas y libros, y todo quanto ahí se haga que nos pueda dar honor 56.






ArribaJuan Andrés y el exilio de los literatos jesuitas

Solapándose a su carácter de libro de viajes, guía de Italia y correspondencia literaria, las Cartas familiares de Juan Andrés poseen, por último, una marcada finalidad apologética. Mediante su empresa, los hermanos Andrés tratarían de presentar favorablemente ante el público español el triste caso de los literatos jesuitas expulsos en Italia, buscando conmover su sensibilidad, llevando al lector a cuestionarse el sentido de la continuidad de este ya muy largo exilio, por el que se pierden para la patria tantos buenos hombres de letras57. Quede claro que en ningún momento la apología es directa y que no se trata nunca de reivindicar a la Compañía de Jesús -extinguida en 1773-, lo que sería todavía políticamente inaceptable, sino de buscar una solución personal a la situación de exilio de estos expulsos -desde el decreto de expulsión en la Pascua de 1767-. La centralidad de esta finalidad apologética ya la muestra el hecho de que la Carta I del tomo I, que sirve al autor de introducción a la obra, es una panorámica «del mérito literario de nuestros Españoles que hay en las Ciudades de Italia por donde he pasado», un verdadero quién es quién de los intelectuales expulsos, y obsérvese que aquí, como a todo lo largo del texto, no se habla de «exjesuitas», sino de «españoles». Andrés busca, inequívocamente, apelar al patriotismo del lector:

Solo te diré que pasando por Ferrara, Bolonia y Roma me daban compasion tantos hombres de talento y de saber, capaces de ilustrar unos las matemáticas, otros otras ciencias naturales, otros las lenguas muertas, otros las buenas letras, viendolos destituidos de la comodidad y auxîlios necesarios para cultivar sus estudios, y sin poder dar á nuestra nacion el honor que ciertamente le acarrearian con sus luces si tuvieran mayores proporciones 58.



La circunstancia de que Andrés en sus viajes visite a los literatos exjesuitas en las distintas ciudades por las que pasa, con los que se hospeda y quienes le acompañan en su inspección de monumentos, le permite a Andrés un comentario no forzado en torno al carácter de cada uno de ellos, su situación y proyectos, para los cuales pide apoyo:

La obra [Descrizione dei circi de G.-L. Bianconi] está comprehendida en un tomo en folio, y como el Autor no la dexó pronta para la prensa, la ha ordenado y publicado con notas, y con traduccion francesa el Abate Carlos Fea, y adornadola con láminas el arquitecto Angel Uggeri milanes. Un ex-jesuita español residente en Roma tiene traducida en castellano esta obra; y habiendo adquirido cien exemplares de las estampas, deseara imprimir otros tantos de la traduccion de la obra, para que pudiera gozar de ella nuestra nacion; pero tal vez por falta de medios no podra poner en practica sus buenos deseos59.



Pero es precisamente el artificio literario inicial, su convenio con el lector de que lo que aquí se le ofrece es una «verdadera» correspondencia familiar, nuestra intromisión en esa «especie de conversacion entre ausentes», el que poco a poco va ejerciendo sobre el lector todo su poder sensible, llegando incluso a identificarnos con el «tú» fraterno. Termina así -es febrero de 1786-, con este recuento de su situación, el exiliado Juan Andrés sus dos primeros volúmenes:

En esta Ciudad vivo yo, como sabes, mas de 12 años ha, desfrutando los favores que me dispensan los Señores Marqueses Bianchi. Deus nobis haec otia fecit.

Quando yo menos pensaba, sin saber que hubiera en el mundo un Marques Bianchi, me hallé convidado de este Caballero á su casa y mesa, con el solo fin de la mutua compañía, sin el menor gravamen, y con enterisima libertad. Bellisimo y magnifico cuarto, todo servicio, ningun cuidado y plena comodidad para mis estudios bastaba para contentar mis deseos, singularmente en mis circunstancias; pero esto es nada comparado con la amistad y confianza, y aun cariño y ternura que desfruto de este honradisimo Caballero, y de esta amabilisima Señora. Yo no soy forastero, no soy huesped, soy amigo, soy hermano, ó si puede haber título que me una mas estrechamente con estos humanisimos Señores, eso soy: vivo enteramente como uno de ellos, y estoy propiamente como en mi casa. He tenido en mis brazos á todos sus hijos; he llorado la muerte de dos de ellos, he dado y doy mil ósculos á los quatro que el Señor les conserva; y sus juegos, su vista, su compañia me sirven de suavisimo divertimiento, y me complazco con ellos como si fueran cosa mia. Doce años de tan estrecha union, sin que jamas haya sufrido la menor quiebra, antes bien habiendose soldado mas y mas con el tiempo, te pueden servir de una irrefragable prueba de los elogios que varias veces te he hecho de las admirables prendas de estos Señores. [...] En situacion tan afortunada me creerás tal vez enteramente feliz; pero te puedo asegurar que no lo soy. ¡Quántas veces en medio de todas estas comodidades corre mi corazon en busca tuya, de los padres, hermanos, tios, y otros parientes y amigos que en vano búsco, y que no puedo lisonjearme de verlos en toda mi vida! Pero ¿sería yo feliz si volviendo á la patria pudiera besar la mano á los padres, reposar en el seno de la familia, y desfrutar las finezas y agasajos de los amigos? No ciertamente: lloraria entonces la ausencia y la pérdida de las personas de aqui, que tanto amo, y que naturalmente no podria volver á ver60.







 
Indice