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José Martí y la divulgación científica

Cristina Beatriz Fernández





Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia


José Martí, carta a María Mantilla, 19/5/1895.                


El periodista ha de saber, desde la nube hasta el microbio.

A Omar Khayyam y a Pasteur.

La literatura del espíritu y la de la materia.

Ambas ha de enseñar, si quiere dar buenos hombres de ideas,
o preparar bien a los hombres de actos, el colegio moderno.


José Martí, carta al director de La Nación, 24/4/1885.                


Sostiene Susana Rotker aque en la prensa finisecular, la crónica era el lugar de las variedades, del comentario de hechos curiosos y circunstanciales, un género que no ocupaba las secciones serias de los diarios y cuyo propósito no era informar sino divertir1. Sin embargo, en una carta al director de La Nación de Buenos Aires, José Martí explicitaba lo difícil que le resultaba cumplir con esa misión, alegando que «son escasos los sucesos de importancia, para quien no tiene la mente de gacetero de crímenes.»2 En relación con esta situación, resulta significativo el uso peculiar que hizo José Martí del espacio cronístico, convirtiendo este género en una continuación de su cátedra revolucionaria y educacional.

Decimos esto último haciendo especial referencia al valor que Martí le asigna a la tarea de la divulgación científica y al empleo que hace de la crónica periodística como una tribuna para la difusión de las novedades en ciencia y tecnología, intercaladas con informaciones del más variado tenor, tales como: conflictos raciales y religiosos norteamericanos, comentarios sobre la política de los EEUU y la América Latina, observaciones sobre la moda en indumentaria y en hábitos sociales, opiniones sobre la educación de la mujer, etc. Una muestra de lo inusual que resultaba la inclusión de temas científicos en el espacio de la crónica, la tenemos en el reproche del director de La Opinión Nacional de Caracas, Fausto Teodoro Aldrey, quien en una de sus cartas le manifestaba que

...el público se muestra quejoso por la extensión de sus últimas revistas sobre Darwin, Emerson, etcétera, pues los lectores de este país quieren noticias y anécdotas políticas y la menos literatura posible.3


En esta cita se ponen de manifiesto las complicidades entre la cultura literaria y filosófica y la divulgación de la ciencia -un tema sobre el cual volveremos después-, así como la frecuencia con que Martí violentaba la tradición temática de la crónica, frecuencia que parecería justificar el reclamo de Aldrey.

De hecho, es la relativa versatilidad de la forma «crónica» lo que permite a Martí insertar reflexiones -que a veces alcanzan las dimensiones de una crónica entera- sobre novedades científicas o tecnológicas y sobre la vida de ingenieros y científicos. Así, por ejemplo, en medio de la prolífica producción periodística martiana, vemos desfilar la noticia de un nuevo sistema telegráfico para comunicar los ferrocarriles entre sí, con la descripción de su funcionamiento, el descubrimiento de los restos de un mastodonte, la novedosa aparición de lanchas que funcionan mediante energía eléctrica, comentarios sobre la Exposición de Electricidad de Viena de 1883, la invención de un «glosógrafo», «aparatillo ingeniosísimo, que puesto en el interior de la boca, a la que se acomoda sin trabajo, no impide el habla, y la reproduce sobre el papel con perfección de escribiente del siglo XV»4, reuniones de colegios universitarios para modificar los planes de estudio -especialmente cuando se trata de la reducción de las lenguas clásicas en favor de la enseñanza de materias científicas-, un informe sobre la incidencia de los mosquitos en la transmisión de la fiebre amarilla, comentarios sobre las novedades en petrografía, la noticia del uso de la incubadora para los recién nacidos en una maternidad de París, los beneficios de la electricidad y del carbón -y la relación de este último con la tradición alquímica-, la utilización de la dinamita para abrir cursos navegables en los ríos, resúmenes de los temas tratados en las reuniones de la Sociedad para el Adelanto de la Agricultura o de la Asociación Americana para el adelanto de las Ciencias, un informe sobre el Primer Congreso Antropológico en los EEUU de 1888, un panegírico a los ingenieros que construyeron el puente de Brooklyn -los Roebling, padre e hijo-, reseñas de revistas norteamericanas de divulgación científica, una síntesis del Congreso de Geólogos que tuvo lugar en Bolonia en 1881 y otra, del Congreso Geográfico de Venecia del mismo año, comunicaciones sobre las expediciones de Stanley en África, etc.

En medio de esta multiplicidad de temas, todos ellos relacionados con los avances de la ciencia y la tecnología, llama la atención la especial importancia concedida por Martí a los aspectos biográficos de los hombres de ciencia. En nuestra opinión, esto no es simple curiosidad mundana ni apunta a satisfacer la demanda de «anécdotas» que Aldrey requería. Por el contrario, pensamos que la vida de los científicos puede ser vista como una clave para entender la concepción martiana de la ciencia como una actividad intelectual con una clara proyección moral. Así, las vidas ejemplares de los hombres de ciencia y el conocimiento de la naturaleza son percibidos como un medio para la dignificación de la condición humana. En consonancia con esto, a la pregunta «qué es la moral» se responde con otra pregunta: «¿[...] qué es más que el orden en la vida, impuesto dulcemente al hombre libre por el gusto que deja el obrar bien, y por el conocimiento del orden del mundo?»5. En esta misma línea, en ocasión de la muerte de Darwin, escribió una crónica donde describe «su hermosísimo cuarto de estudiar», atribuyéndole esa «cierta luz benigna que tienen los cuartos en que se piensa honestamente»6.

Por otra parte, la ética es la dimensión de la ciencia que la vincula con otros tres ejes o valores del pensamiento martiano: la educación, el arte y la literatura y la revolución política y social. Comentaremos brevemente, a continuación, cada uno de estos aspectos.

La relación ciencia / educación adquiere, en América Latina, un momento privilegiado durante el imperio del positivismo a fines del siglo XIX. Sin embargo, el progreso alcanzado mediante la ciencia y la modernización tecnológica no fue, necesariamente, aliado de ideas progresistas en el terreno político, como lo pueden demostrar el caso mexicano, con la dictadura del Porfiriato y el partido de «los científicos», y la oligarquía terrateniente argentina que dirigía las políticas educativas desde el gobierno nacional. Sin embargo, el caso caribeño -uno de los puntos de referencia para Martí- mostraba la peculiaridad de que progreso científico y progresismo político se entrelazaban, como bien lo explica Gregorio Weinberg:

Un carácter bien particular adquirió el proceso durante esta etapa [positivista] en Cuba, Puerto Rico, y otras islas caribeñas, explicable por su asincronía con relación a los sucesos registrados en los restantes países hispanoamericanos. Esta circunstancia permite entender, entre otras cosas, la singularidad de la corriente positivista que adoptó allí posiciones francamente progresistas, pues al enfrentar los problemas más acuciantes lo hace siempre a favor de la emancipación política, la manumisión de los esclavos, y enfrenta, además, muy críticamente el pensamiento tradicional (socavado ya, cierto es, por las ideas de la Ilustración, de la Ideología, del Romanticismo, etc., tal cual ellas fueron manifestándose a través del tiempo), y como contrapartida postula la entonces llamada educación moderna, es decir, científica y laica. Tiene pues una propuesta radicalmente distinta que plantear, lo que en cierto modo configura un modelo alternativo.7


Datos como éstos nos permiten entender el pensamiento martiano en materia educativa y contextualizar algunas de sus reflexiones, como la siguiente:

¿Deberá ser la educación de meros elementos literarios, o como aconseja el inglés Mathew Arnold, corre peligro de perderse la nación que aun en su educación primaria no infunde el espíritu superior de las asignaturas bellas? [...] ¿No deberá ser toda la educación, desde su primer arranque en las clases primarias, se preguntan otros, -dispuesta de tal modo que desenvuelva libre y ordenadamente la inteligencia, el sentimiento y la mano de los niños? Tiene muchos abogados, fanáticos tiene ya, esta que llaman industrial o manual, sin ver que ésa es también una educación parcial, que sólo es principalmente buena para un país de industriales, en vez de ser general y llevar en sí los elementos todos comunes de la vida del país, que es como debe ser la educación pública.8


En esta cita, destacamos dos aspectos: la referencia de Martí a las polémicas sobre enseñanza literaria vs. enseñanza científica que estaban teniendo lugar en el medio anglosajón y la importancia concedida a la educación industrial.

En primer lugar, como consecuencia de la revolución industrial y la ampliación de la educación pública en Inglaterra, se suscitó un debate por los contenidos de la educación, en el último tercio del siglo XIX, que tuvo como sus principales contendientes a Mathew Arnold y Thomas Henry Huxley. Arnold, el personaje mencionado por Martí, había nacido en 1822, era poeta, crítico, pedagogo, inspector escolar y fue profesor de arte poética en Oxford. Más preocupado por la ética que por la estética, concebía la crítica literaria como una doctrina de la vida. En 1868, Arnold escribió un informe sobre la educación en el continente europeo para la Schools Inquiry Commission, en el que recomendó no descuidar el estudio de la literatura ante el creciente peso de las ciencias naturales, y en 1882, dictó en Cambridge su conferencia "Literature and Science" que repitió una treintena de veces en EEUU un año después. Sus ideas fueron confrontadas por Huxley, en 1880, en su "Science and Culture", una charla ofrecida en el Science College de Birmingham. Huxley era un científico y un político de la ciencia que le asignaba valor formativo al saber naturalista, al que veía como una ampliación de ese common sense tan caro a los británicos. Arnold, cuyo concepto de literatura superaba el de las belles lettres, consideraba que la crítica literaria y el estudio de las lenguas muertas eran una ciencia, en el sentido del término alemán Wissenschaft, más amplio que el inglés science, entendido como sinónimo de ciencias naturales, al que hacía referencia Huxley. Este último no despreciaba la literatura, pero dudaba de que los escritos clásicos pudieran ofrecer una doctrina de la vida para el hombre moderno y defendía el estudio de la literatura nacional inglesa. Huxley quería promover las ciencias naturales y, simultáneamente, las lenguas y literaturas modernas, a expensas de las lenguas muertas -especialmente el griego- y los estudios gramático-filológicos con ellas asociados. También fomentaba la sociología, que era la disciplina que verdaderamente competía con la crítica literaria en el sentido en que la entendía Arnold9.

En este debate, Martí toma partido por Huxley, y en otra ocasión, cuando reseña un libro de este último, deja clara constancia de ello:

...ha publicado ahora Huxley un tomo nuevo, que ha sido muy leído y en el cual por el interés humano que va en la materia y en el discurso tratado, sobresale el discurso del profesor Huxley sobre la ciencia y la cultura, en la que el profesor discute y fija cuál ha de ser la cultura de estos tiempos y cuál es su objeto, y si ha de ser principalmente literaria, o principalmente científica. De gran aplicación sería este discurso en nuestras tierras, cuyos mayores males vienen tal vez de que la masa de hombres inteligentes, llamados a dirigir, reciben una educación, no sólo principalmente, sino exclusivamente literaria. Por descontado, Huxley rompe lanzas con aquellos ingleses que creen que para ser hombre culto no es necesario estudiar más que bellas artes, y no bellas letras modernas, sino las griegas y las latinas; por lo cual miran al que sabe de Teócrito y de Ovidio como a ilustradísima persona, aunque ignore las leyes del comercio moderno, o los oficios industriales de una planta o las leyes que regulan la marcha de las instituciones en los pueblos: y ven con malos ojos, y como de superior a inferior, a uno que sabe de física, y de historia natural y de industrias, y de agricultura, y de comercio, y de mecánica, y de toda la varonil y magnífica poesía que cabe entre ellas, y viene de ellas, pero no recita de memoria por desdicha, y con el debido tono y acento, las Geórgicas y las Bucólicas. ¡Razón de sobra tiene en su campaña el profesor Huxley! Un hombre de estos tiempos nutrido exclusivamente de conocimientos literarios, es como un mendigo flaco y hambriento, cubierto con un manto esmaltado de joyas de riquísima púrpura. A Neso lo devoró su túnica y a nosotros, este manto esmaltado de joyas [...]10


La elección de un tipo de educación debe fundarse, según Martí, en las demandas de la época, y el concepto de lo moderno -tanto en ciencia como en literatura- se torna clave para establecer los contenidos de la educación. Así, Martí esboza un mapa de las que tiempo después se llamarían «las dos culturas»11:

...Se han hecho dos campos: en el uno, maltrechos, y poco numerosos, se atrincheran los hombres acomodados y tranquilos, seguros de goces nobles y plácidos, que les dan derecho de amar fervientemente el Griego y el Latín; en el otro, tumultuosos y ardientes limpian las armas los hombres nuevos, que están ahora en medio de la brega por la vida, y tropiezan por todas partes con los obstáculos que la educación vieja en un mundo nuevo acumula en su camino, y tienen hijos, y ven a lo que viene, y quieren libertar a los suyos de los azares de venir a trabajar en los talleres del siglo XIX con los útiles rudimentarios e imperfectos del siglo XVI.12


Al mundo nuevo corresponde la Universidad nueva. [...] Es criminal el divorcio entre la educación que se recibe en una época, y la época. [...] En tiempos teológicos, universidad teológica. En tiempos científicos, universidad científica.13


Lo que antecede nos explica por qué Martí elogia los cambios de planes de estudio en la Universidad de Harvard, tendientes a la incorporación de materias científicas, así como el beneplácito con que reseña la aparición de escuelas industriales en los EEUU y estimula su fundación en América Latina. En efecto, las demandas de la industrialización son parte de ese proceso que se ha señalado como definitorio tanto en el pensamiento de Martí como en el de su mentor filosófico, Emerson14. Para tomar conciencia del contexto social y educativo en el que Martí aboga por la ampliación de los estudios científicos, bastará recordar que el trabajo manual siguió considerándose legalmente degradante y servil en España y sus colonias hasta la publicación de la Real Cédula de 1783, y que, en tiempos de Martí, todavía tenía una connotación clasista15. Para colmo, el proceso de industrialización en Europa ya generaba adversarios que lo consideraban excesivo, como Arnold, y se desarrollaba rápidamente en los EEUU, pero no iba muy rápido en América Latina, donde, si bien hubo algunos logros tecnológicos durante el siglo XIX y principios del XX, la base industrial seguía siendo incipiente, de naturaleza esencialmente artesanal, y no lograba cuajar en la conformación de un sector industrial moderno que demandase actividades científicas y tecnológicas locales16. Aunque no se puede considerar a Martí un positivista, sí cabe afirmar que deseaba la «transformación y diversificación de la estructura productiva por la libre incorporación de las conquistas de la ciencia y de la tecnología», que veía como una instancia solidaria a la emancipación mental17.

Al decir de Martí, urgía la industrialización de América Latina para sacarla de su estado de dependencia económico-política, lo cual exigía una «educación científica». Eso implicaba dos cosas: una atención especial a una reforma pedagógica y la necesidad de la divulgación científica. Respecto de lo primero, Martí hizo de sus publicaciones periodísticas lugar propicio para recomendar cuanta innovación útil a la didáctica de las ciencias llegase a su conocimiento, como cuando aconsejaba el empleo en las aulas de un nuevo invento, el horógrafo:

...Es innumerable la cantidad de niños que dicen de coro trozos de Cicerón o tocan en el piano melodías de la Traviata, sin saber todavía conocer la hora en el reloj. Se acaba de inventar un instrumento colocado sobre un pie simple, que se conoce con el nombre de Horógrafo de Mathey, para enseñar a los niños el movimiento del reloj, a la vez que la esencia de la división en Aritmética, y el uso de los números romanos. El reloj es un disco sencillo, cuyo minutero y horario giran hacia atrás o adelante por medio de un tornillo. Son numerosísimas, las explicaciones a que se presta el horógrafo. Con él pueden los profesores llenar a un tiempo muchos objetos y entretener en amena y muy provechosa conversación a sus alumnos. En Francia, todas las escuelas se han hecho del horógrafo. En los Estados Unidos el invento está siendo prontamente aceptado. La grandeza de los pueblos no depende acaso sino de aceptar a tiempo y sin demora, todo lo útil: -y en educar racionalmente a los niños.18


Y asociada con la didáctica de las ciencias está la divulgación científica. Se sabe que entre los proyectos de Martí que quedaron en los cuadernos de apuntes dejados a su albacea literario, Gonzalo de Quesada y Aróstegui, figuraba el de escribir un libro llamado El Lector Científico, que planificaba como un libro de resúmenes de «los elementos científicos corrientes»19. Y Martí tenía, además, clara conciencia de que el problema de la divulgación científica era, en gran medida, un problema de códigos lingüísticos:

Los libros y periódicos científicos hablan de todas estas cosas de manera que, por venir en el dialecto técnico, aprovechan poco a los que no recibieron su instrucción en tiempos recientes, o no se han dedicado especialmente a este género de estudios. Poner la ciencia en lengua diaria: he ahí un gran bien que pocos hacen.20


En este punto resulta necesario advertir que no sería acertado aseverar que Martí aboga por la eliminación de la cultura literaria en la enseñanza, sino que pretende más bien una reorientación de la misma en función de «su concepción integradora de la cultura artísticoliteraria y la científico-técnica»21. De ahí las estrechas relaciones entre la divulgación de la ciencia y la del arte y la literatura, especialmente de la literatura y las lenguas modernas, en lo cual coincidía con Huxley.

Por otra parte, en una operación sintética, Martí habla de «crear universidades científicas, sin derribar por eso jamás las literarias»22, e incluso traslada patrones de valoración estéticos al campo científico, como cuando reseña los «papeles» presentados al Congreso Antropológico que tuvo lugar en EEUU en 1888, evaluando su estilo: «ellos todos han sido luminosos, y escritos para enseñar más que para deslumhrar, que es en lo que los científicos verdaderos se distinguen de los de afición, y los sabios de los pedantes.»23 En la misma línea, refiriéndose al libro de J. Leonard Corning, Cansancio y agotamiento del cerebro, destaca que «De cifras parecen, más que de palabras, las páginas del libro; y como operaciones matemáticas desenvuelve Corning sus vigorosos argumentos. El laboratorio ha entrado ya en la literatura.»24. En Martí, es el carácter escriturario de la ciencia lo que la liga a la literatura, algo que también se nota en la cita de Aldrey reproducida al principio de este trabajo, quien consideraba «literatura» tanto a Darwin como a Emerson. De ahí que Martí celebre a Darwin como un gran narrador y que diga de sus libros que son «sabrosísimo romance». Incluso, cuando necesita un símil para representar la luminosidad de la inteligencia que, según él, se refleja en la mirada del gran inventor Thomas Alva Edison, recurre a la comparación con escritores fundacionales de la literatura moderna: «El misterio, es verdad, chispea en los ojos de Edison [...]. Parece que lleva escrito en la pupila un cuento de Edgar Poe o una estrofa de Charles Baudelaire.»25.

La divulgación de la ciencia y la difusión de las letras modernas son interdependientes en Martí, como lo fueron en el debate educativo anglosajón que reseñamos páginas arriba. Respecto de esto, no podemos olvidar que los periódicos del siglo XIX fueron medios esenciales para la propagación de las nuevas literaturas, medios que Martí pone también al servicio de la ciencia. Y en relación con la polémica británica, no es casual que Huxley proviniese de Oxford, donde los estudios de literatura e idiomas modernos estaban enlazados, mientras que en Cambridge, terreno de Arnold, la enseñanza de la literatura estaba más vinculada a las letras clásicas y a los estudios gramático-filológicos. La claridad con que Martí percibe esta solidaridad intelectual entre las ciencias y las letras de la modernidad queda sintetizada en su frase «en vez de Homero, Haeckel; en vez de griego, alemán; en vez de artes metafísicas, artes físicas»26, y si defiende la enseñanza de las lenguas modernas por sobre el latín y el griego, es porque las ve como vehículos de los saberes propios de los tiempos nuevos:

De disciplinarse tiene la mente, y de ejercitarse; mas no en la repetición de reglas muertas para idiomas que no se hablan; sino en el estudio minucioso de los organismos naturales, que no son menos lógicos que los de las lenguas, y se les parecen, -y en el de estos idiomas de ahora, que a la par que sirven de gimnasia a la inteligencia, y la enseñan a refrenarse, agrupar, depender, e ir por cauces, cosas todas que ha su gran menester la inteligencia humana, la dejan en aptitud de asimilarse los resultados eminentes y actuales de la labor de los hombres en los pueblos en que se hablan las lenguas modernas- ventajas que no tiene el que sin más estímulo que el del goce de la belleza literaria, que a muy pocos es dado, adquiere imperfectamente a disgusto una lengua en que siglos atrás han dejado ya de vivir y trabajar los hombres.


Aunque acto seguido aclare que «jamás» deberán cerrarse «a los que sientan afición irrevocable por las letras, o a los que quieran conocer con más fijeza las fuentes del idioma que hablan, aquellas cátedras de lenguas y literaturas antiguas.»27. La asociación de la ciencia y las literaturas modernas es, entonces, parte del proyecto educativo martiano que, en última instancia, se relaciona con una concepción del mundo de matriz romántica, donde la materia no puede hacer desaparecer el espíritu, y con resonancias neoplatónicas que ponen de manifiesto las profundas correspondencias entre todos los órdenes del mundo. Por eso, la propuesta de estudios científicos y humanísticos integrados bajo el signo de la modernidad es, a la vez, evidencia del arraigo de su pensamiento en la tradición filosófica de los siglos XVIII y XIX, puntualmente en el idealismo alemán y en el romanticismo de Schopenhauer, y en el neoplatonismo que había nutrido a la revolución romántica28, pero también exhibe la supervivencia de ideologemas iluministas. En todo esto, tuvo un papel clave el peso del krausismo en la formación universitaria de Martí en España29. Por eso, defendía la necesidad de estudiar todos los aspectos de la realidad, diciendo que

...El Universo es lo universo. Y lo universo, lo uni-vario, es lo vario en uno. La Naturaleza llena de sorpresas es toda una. Lo que hace un puñado de tierra, hace al hombre y hace al astro. Los elementos de una estrella enfriada están en un grano de trigo [...]30


En consecuencia, muy a pesar de su acendrado cientificismo, no podemos enrolar a Martí entre los positivistas, ya que deplora los excesos de esta última doctrina, a la que acusa de haberse convertido en «la metafísica de la ciencia», y cuestiona el determinismo con que esta filosofía concibe la vida, sobre todo a partir de los estudios fisiognómicos, y la reducción al materialismo como última expresión del orden universal, lo que no dejaba lugar para ese espíritu que demandaban pensadores románticos como Schiller31. Veámoslo en palabras de Martí:

...ni lo mental y moral del hombre dependen, -como se creyó en la infancia de la ciencia contemporánea y mantienen mientras les dure la puericia mental los estudiantes noveles- de tal conformidad o tal deformidad del cerebro o el hueso.32


La individualidad es el distintivo del hombre. Se pueden conocer las leyes de la vida, como se conocen las de los astros, sin poder por eso ni añadir ni quitarles luz, ni torcerlos de su curso.33


Dada esta profunda correspondencia entre distintos aspectos del universo, entre lo moral y lo social, las ciencias y las letras, la materia y el espíritu, no nos sorprenderá concluir con que para Martí, educación, ciencia y cultura letrada son parte de un proyecto mayor que tiene, como una de sus facetas, la independencia política de la América española. Así, la emancipación política y la modernización científica y tecnológica son parte del mismo proceso de superación de la condición humana: «De la colonia frailesca fuímonos de un salto a la política acabada; y del kerosene nos estamos yendo a la luz eléctrica»34 y, mientras representa en términos épicos la lucha por el progreso científico, protagonizada por «estos caballeros de la nueva usanza, que montan en máquinas de vapor, y llevan como astas de sus lanzas un haz de luz eléctrica»35, sintetiza, con la claridad a que nos tiene acostumbrados su prosa, los principales problemas del subcontinente latinoamericano:

En América, pues, no hay más que repartir bien las tierras, educar a los indios donde los haya, abrir caminos por las comarcas fértiles, sembrar mucho en sus cercanías, sustituir la instrucción elemental literaria inútil, -y léase bien lo que decimos altamente: la instrucción elemental literaria inútil,- con la instrucción elemental científíca,-y esperar a ver crecer los pueblos.36


Distribución de las tierras, incorporación de las culturas indígenas y una educación para el desarrollo de nuestros pueblos -problemas, por cierto, no resueltos hasta el día de hoy- son la clave para entender el lugar que José Martí le asigna a la ciencia y a su divulgación en su proyecto político y social para la América Latina y que lo autorizan a citar a un defensor de la enseñanza científica en las escuelas norteamericanas, Anthony, para proclamar: «hasta que no enseñemos ciencia en las escuelas, no tendremos a salvo la República.»37.





 
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