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[Expedición a Californias] Mientras que los piratas franceses cuasi llevaban al último exterminio el puerto y ciudad de Veracruz, se trataba en la costa de Guadalajara de una nueva entrada en la California. Desde el 26 de febrero de 1677 había el rey don Carlos II ordenado al señor arzobispo virrey don fray Payo Enríquez de Rivera, encargase la conquista y población de California al almirante don Bernardo de Piñadero, bajo ciertas condiciones, y no pudiendo, yo buscase persona que quisiera encargarse de esta comisión, o se emprendiese a expensas de su majestad. Finalmente se   —42→   confirió a don Isidro Atondo por cédula de 29 de diciembre de 1679, bajo cuyas órdenes se equiparon en el puerto de Chacala, la capitana almiranta, y una balandra que a fines del año de 1682 estaban ya en estado de navegar. Por la misma real cédula se encomendaba a la Compañía de Jesús la conversión y administración espiritual de aquella gentilidad. Aceptada esta propuesta por el padre provincial Bernardo Parto, se señalaron tres padres de los que trabajaban en las misiones vecinas de Sonora y Sinaloa. Iba de superior de la misión el padre Francisco Eusebio Kino, que por su habilidad en las matemáticas, hacía también oficio de cosmógrafo mayor, para la demarcación   —43→   de los puertos. Acompañábanle los padres Juan Bautista Copart y padre Matías Gogni, aunque no fueron juntos todos en este primer viaje. La historia manuscrita del padre Miguel Venegas, y las noticias de California, que de ella extrajo un jesuita europeo, fijan la partida de los dos navíos del puerto de Chacala a los 16 de marzo; mas no fue en realidad sino en 17 de enero, como probaremos bien presto con un documento auténtico. Escriben también haberse embarcado los tres padres Kino, Copart y Gogni en esta misma ocasión; pero en lo que mira al padre Copart, sin duda se engañaron. El padre Kino en un menudísimo diario que se conserva de su mano, solo hace mención del padre Gogni. El auto de la toma de posesión que insertaremos luego a la letra, tampoco le nombra. Por otra parte, si el padre Juan Bautista Copart hubiera entrado en esta ocasión, no es verosímil que fuese de superior el padre Kino, que aun no era profeso y, que el año siguiente de 94, hizo su profesión en manos del mismo Copart el día 15 de agosto, como consta de su diario. Esto hemos dicho porque no parezca ligereza o falta de reflexión apartarnos, aunque sea en estas menudencias de una obra que acaba de salir con crédito, y despreciar la autoridad del padre Miguel Venegas, hombre laboriosísimo, y a cuya diligencia debe la provincia grandes luces en este y otros asuntos.

[Entrada en el país y solemne posesión] Aunque es bien corta la travesía de Chacala al puerto de la Paz, las corrientes aun no conocidas, la irregularidad de los vientos, no acabado aun el invierno, el ser nuevos los barcos y bisoña la mayor parte de la tripulación, detuvieron por dos meses y medio el viaje de pocos días. A 1.º de abril dieron fondo en el puerto de la Paz, y a 5 del mismo, no habiendo descubierto en todo este tiempo india alguno del país, se procedió a tomar posesión de él a nombre del rey católico con las solemnidades que expresa el siguiente documento. [Toma de posesión] «En el puerto que llaman de la Paz, reino de California, en cinco días del mes de abril de 1683 años, el señor almirante don Isidro de Atondo y Antillón, cabo superior de la armada real, que está surta en este puerto, y de este dicho reino por su majestad, dijo: Que jueves que se contó primero de dicho mes, fue Dios servido de que se llegase a dar fondo en este dicho puerto con la capitana nombrada la limpia Concepción, y la almiranta nombrada San José y San Francisco Javier, habiendo salido del puerto de Chacala a 17 de enero pasado de este presente año, y siendo tan corta la travesía, se dilató tanto el viaje por ser los vientos y corrientes contrarias, que obligaron a tanta dilación, y que en 2 de abril, su merced,   —44→   en compañía de los muy reverendos padres Francisco Eusebio Kino y Pedro Matías Gogni, de la sagrada Compañía de Jesús, y fray José Guijosa, religioso profeso de San Juan de Dios; y de los capitanes de mar y guerra don Francisco de Pereda y Arce, don Blas de Guzmán y Córdova, alférez Martín de Verástegui, y veinticuatro soldados, todos con sus armas saltaron en tierra, dieron gracias a Dios y hallaron un poco de agua dulce, que por orden de dicho señor almirante se ahondó y alegró, de modo que mana agua bastante para la gente, y un palmar que tendrá como hasta doscientas, de las cuales dicho señor almirante manda cortar una y que se labrase de ella una santa cruz, y su pusiese sobre un cerrito como a un tiro de arcabuz de la orilla del mar, como en efecto se puso, por parecer tierra habitable. Y en virtud de la facultad que la santa sede apostólica tiene concedida a los católicos monarcas para que puedan agregar a su real corona y conquistar y adquirir las provincias bárbaras y gentiles del Occidente en la América, y sus vasallos en su real nombre tomar posesión de ellas; y habiendo prevenido la infantería, saltó su merced en tierra el día 5 de abril con toda la gente arriba mencionada; toda la infantería y el alférez Martín de Verástegui, traía en la mano un estandarte carmesí con la imagen de nuestra Señora de los Remedios por un lado, y por el otro las armas reales que su majestad, que Dios guarde; y estando dichos capitanes y toda la infantería con las armas, y dicho alférez con el estandarte en la mano, a la señal que dicho señor almirante hizo, dispararon la arcabucería; y dicho alférez tremoló tres veces el estandarte, diciendo y repitiendo todos: ...¡Viva don Carlos II, monarca de las Españas, nuestro rey y señor natural!... En cuyo real nombre dicho señor almirante, tomó posesión de este reino, que intituló y nombró la provincia de la Santísima Trinidad de las Californias; para que con su infinito poder ayude a que se asiente en dichas provincias la santa fe católica. Y en señal de todo lo referido, dispuso dicho señor almirante se pusiese dicho estandarte a la sombra de una palma, y allí se plantase el cuerpo de guardia, nombrando a este paraje Nuestra Señora de la Paz. Y para que conste a su majestad y al excelentísimo señor virrey y capitán general, en el nombre del rey y por la obligación que tiene de dar cuenta de las facciones y diligencias que fuere obrando en esta dicha provincia, mandó al presente escribano hiciese este auto, inserto testimonio de todo lo arriba mencionado, como con efecto. E yo, dicho escribano, doy fe y certifico que pasó como queda referido: y para que siempre conste lo firmó dicho señor   —45→   almirante con dichos reverendos padres, capitanes y demás que se hallaron presentes a este acto, fecho en el puerto de la Paz a 5 de abril de 1683 años. -Don Isidro de Atondo y Antillón. -Eusebio Francisco Kino. -Pedro Matías Gogni, de la Compañía de Jesús. -Fray José Guijosa, de Nuestro Padre San Juan de Dios. -Martín Verástegüi. -Don Francisco Pereda y Arce. -Don Blas Guzmán y Córdova. -Don Lorenzo Fernández Lazcano. -Ante mí. -Diego de Salas, escribano real».

[Diversas entradas y desmayo de los soldados] Hecha esta demostración, se procedió a fortificar el Real; y en este tiempo se descubrieron algunos indios armados, y pintado el cuerpo de colores, costumbre que tienen para hacerse más temibles en la guerra. No parecían estar muy contentos de sus nuevos huéspedes; sin embargo, acariciados de los padres con algunas cosas comestibles, vinieron hasta el Real, y entraron sin recelo entre los españoles. Esta docilidad empeñó al almirante en hacer algunas entradas por la tierra. La primera fue al Sureste a las rancherías de los guaicuros, que no se dieron por muy obligados de la visita; antes escondieron sus hijuelos, negaron el aguaje, y con astucia mandaron algunos de los suyos a ver si quedaban más españoles en el Real verosímilmente para acometer a los que habían avanzado hasta sus tierras. La segunda fue al Este, a la nación de los coras, nación mansa y sencilla, cuya amistad valió mucho después a los españoles. Habiendo faltado del Real un grumete, se imaginó al principio y aun se afirmó después que los guaicuros lo habían muerto. Fuera del descontento que mostraba esta nación, había precedido también que día 6 de junio habían tenido algunas cuadrillas el atrevimiento de acometer el Real. El almirante creyó fácilmente a los guaicuros autores del homicidio, y para castigarlos hizo prender a su capitán. Esta resolución le costó muy caro. Los indios, no pudiendo obtener con ruegos su libertad, pasaron a las amenazas. Procuraron traer a su partido a los coras, aunque sus antiguos enemigos y fermar un cuerpo contra los invasores de su libertad. Los coras, por su intérprete; avisaron fielmente al almirante de los designios de los guaicuros. Para prevenirlos, se mandó poner un pedrero hacia la parte por donde solían bajar los salvajes, que en poner de quince o veinte se dejaron ver armados el día 1.º de julio, y en ademán de provocar a los españoles a salir de sus trincheras. Con este designio iban muy lentamente acercándose, cuando disparado el pedrero, hirió y mató algunos, e hizo retirar con precipitación a los demás. Sin embargo de esta pequeña victoria, se hallaba en grande consternación el   —46→   almirante por haber reconocido en sus gentes un caimiento y cobardía, que ni sus palabras y ejemplo, ni las razones todas de los misioneros jamás pudieran animar. Ya les parecía que morían todos de hambre y miseria en una tierra incógnita, o que venían sobre ellos todas las naciones de Californias; tanto, que sin atención alguna a su edad y a su profesión, lloraban como unos niños y pedían a voces que los sacasen de allí, aunque hubiesen de arrojarlos en una isla desierta. La derrota de los guaicuros no hizo sino fortificar estos imaginarios temores. Añadíanse nuevos motivos de disgusto por la escasez y corrupción de los alimentos; ni parecía la balandra que debía seguirlos, ni volvía la capitana que desde el mes de mayo se había enviado por bastimentos en la embocadura del Yaqui. Hubo de ceder el almirante al tiempo y desamparar la California el día 14 de julio. Sobre el cabo de San Lucas se le juntó la capitana que volvía de Yaqui, donde había arribado dos o tres veces. Juntas las dos naos, siguieron el rumbo de Sinaloa, en que se reforzaron hasta fines de setiembre que volvieron a hacerse a la vela.

[Segunda entrada y diligencia de los padres] El día de San Bruno, 6 de octubre, después de ocho días de navegación, llegaron a una ensenada, a que dio nombre la festividad del día. Internáronse luego el almirante y los padres en la tierra, poco menos de una legua hasta un buen aguaje en que a poco más de dos horas comenzaron a venir muchos indios, todos tan mansos y tan amigos, como si hubiesen nacido entre españoles. Se eligió un alto cómodo para fortificar el Real, que ayudando los indios espontáneamente a la conducción de los materiales se concluyó enteramente para el día 28 de octubre en que se pasaron a la nueva habitación, como refiere en su citado diario el mismo padre Kino.

La noche del 16 había salido la almiranta a cargo del capitán don Francisco Pereda y Arce con cartas para el señor virrey, y en pretensión de dinero y soldados. Cuatro días después salió también la capitana para el río Yaqui en busca de bastimentos; pasó la travesía, y justamente al mes, en 20 de noviembre, volvió en treinta horas cargada de todo género de alimentos, y de muchas cabras, mulas y caballos que había pedido el almirante. Entre tanto, cada día venían al Real nuevos indios, y muchos se quedaban allí a dormir con suma apacibilidad y grande consuelo de los padres. Servíanse de ellos para ir aprendiendo su idioma. Observaron dos distintos: el uno de los edues, nación muy numerosa, y otro de los didius, sus palabras no eran de muy difícil   —47→   pronunciación; pero carecían enteramente de la f y s, aunque la pronunciaban muy bien los indios en las palabras que aprendían castellanas. Supieron que había otra tercera nación de los noes, enemigos comunes de los edues y didius. El día 9 de noviembre se colocó en la pequeña iglesia, que se había acabado poco antes una imagen muy devota de Jesús crucificado de estatura regular. Se observó entre los naturales mucha admiración y grande miedo a vista de este espectáculo. No osaban mirarlo, ni hablar a los españoles. Mirabánse unos a otros, y se preguntaban muy en secreto: ¿Quién era aquél? ¿Quiénes, cuándo y dónde le habían muerto? Quizá será (decían) alguno de sus enemigos que mataron en la guerra. Gente muy cruel es esta que así trata a los otros. Los padres tomaron de aquí ocasión para darles a entender que aquel Señor había bajado del cielo, y que había muerto así por ellos: que no era enemigo de los españoles sino su amo y Padre de todos: que estaba en el cielo y que allá habían de ir con él. Así comenzaban lentamente a inspirarles las máximas y misterios del Evangelio; pero tropezaban a cada paso en la falta de las voces; no hallándolas para decir que Jesucristo resucitó, les sugirió su celo esta industria. En presencia de los indios ahogaron algunas moscas, y echándolas en poca ceniza, pusiéronlas luego al sol, con lo cual comenzaron a moverse los indios admirados gritaron muchas veces: ¡Ibimuhueite, ibimuhueite!... Escribieron esta dicción los padres, y les sirvió entre tanto para explicar aquel esencial artículo. En 1.º y 21 de diciembre se hicieron algunas entradas al Poniente y al Mediodía del Real; se descubrían aguajes y rancherías que desamparaban a vista de una gente incógnita, aunque acariciados, seguían después hasta el Real, con admiráble mansedumbre.

[Misión en Michoacán] Esto ocurría en Californias. Entre tanto, en el obispado de Michoacán, corrían en misión los lugares más distantes hasta la costa del mar al Sur los fervorosos padres Manuel de Alcalá y Francisco de Almazán. Fue muy particular la conmoción y el fruto en la villa de Colima. Ayudó mucho el celo y el ejemplo del vicario y juez eclesiástico de aquel partido don Francisco Félix Mercado, y la piedad edificativa de los religiosos de San Francisco, la Merced y San Juan de Dios, que asistían personalmente a las procesiones de doctrina cristiana por las calles, a las pláticas y actos de contrición para animar al pueblo. A los dos misioneros se agregó, llevado solamente de su fervor y de la estimación que hacía de nuestros ministerios el reverendo padre fray José de Jesús   —48→   María, prior de los carmelitas, que predicó el primer sermón en la parroquial, y después algunos otros. Al segundo día de la misión, era tan crecido el número de penitentes, que confesando cuasi sin intermisión dichos tres padres con el beneficiado, sus vicarios y algunos otros sacerdotes, estuvo llena la iglesia desde muy de mañana hasta las cinco y media de la tarde en que fue, preciso interrumpir con el sermón. Esta alternativa de confesonario y púlpito, era todo el ejercicio del día en los diez que duró la misión. Fueron muchas las personas que a la fuerza del dolor rasgaban públicamente en la iglesia sus vestidos profanos, muchas las que santamente enfurecidas contra sí mismas se dieron en el rostro golpes tan fieros, que en algunos días no pudieron parecer en público. Hubo sujeto de alguna distinción que al salir de la iglesia cayó desmayado, y, vuelto en sí, fue necesario confesarlo y darle la Extremaunción. Las enemistades que se compusieron pidiéndose las partes perdón a la presencia de Cristo crucificado, los matrimonios de personas mal amistadas, las confesiones generales y demás fruto que sigue siempre a este ministerio, fue muy especial en Colima. Raro era el sermón a que no seguían algunos casamientos, a que junto con el fervor del pueblo contribuía el piadoso desinterés del vicario que había cedido en este punto de todos sus derechos parroquiales. Lo dicho consta por certificación autorizada del notario Juan de Castellanos, fecha en 7 de abril de este año, por mandado del mismo vicario y juez eclesiástico para remitirla a su ilustrísimo prelado y al padre provincial, dando a uno y otro las gracias por el bien que hacían a su rebaño.

[1684. Protección del señor obispo de Chiapas y principio de aquellos estudios] La nueva residencia de Ciudad Real había recibido muy considerable fomento con la protección del ilustrísimo señor don fray Francisco Núñez de la Vega, del orden de predicadores, dignísimo obispo de aquella diócesis. Había este prelado estudiado en la Compañía de Jesús los primeros rudimentos de la gramática, y conservado desde sus tiernos años un afecto muy particular a nuestro padre San Ignacio. Mostraba un grande aprecio (o como él decía) agradecimiento a las públicas demostraciones y desacostumbradas con que los jesuitas de Santa Fe, en el reino de Nueva-Granada, habían celebrado su promoción al provincialato de su orden, repicando las campanas, y dedicándole actos literarios. Le acabó de granjear la voluntad el afable y religioso trato del padre Francisco Pérez, rector de aquella residencia, y del padre Ignacio Guerrero. El padre Pérez para comenzar el estudio del año siguiente, y para obsequiar también al ilustrísimo con lo que sabía ser tan de su   —49→   agrado, quiso quo hubiese el día de San Lucas una oración latina. El maestro de gramática era el mismo rector, que se encargó consiguientemente del ynicio11. El padre Pérez, desde la cátedra le suplicó modestamente se dignase de cualquiera de aquellos libros señalarle texto que diese materia a su oración, para la cual nada llevaba prevenido sino el buen deseo de agradecer aquella honra a su señoría; asunto en que jamás podrían faltarles voces. Añadió que hablaría aquel rato en prosa o verso latino como fuese su voluntad. En cualquiera otro sujeto que no fuera el padre Francisco Pérez, maestro de humanidades muchos años en la provincia de Aragón, y luego en esta, versadísimo en prosa y verso griego y latino, hubiera sido temeraria y llena de ostentación semejante propuesta; tal le pareció a uno de los sujetos que acompañaban al ilustrísimo, y que rehusando este señalar algún punto, dijo con voz bastantemente perceptible: ...Vanitas vanitatum. No fue menester más para que el padre tomando por tema serio lo que se dijo por irrisión mostrase en un estilo terso, noble y fluido, cuanta era la vanidad de las humanas ciencias sin un grande fondo de virtud. Que poco habían aprovechado a Cicerón, a Virgilio, y los demás sabios de la antigüedad sus letras, su fama, sus aplausos y sus riquezas. Pasó de allí a demostrar el modo con que la Compañía de Jesús pretende de sus estudiantes aun más que el aprovechamiento en las facultades, la santidad de las costumbres y la perfección de la vida cristiana. Puso por testigo al mismo prelado dignísimo que le oía y que había honrado nuestras escuelas. Procedió de aquí a las alabanzas de su persona como a una nueva prueba de su asunto, y acabó dejándolos a todos llenos de admiración y de un altísimo concepto de su erudición y elocuencia. Mucho más se confirmó el señor obispo en esta sublime idea con el caso siguiente. Yendo pocos días después el mismo padre con un hermano coadjutor a visitarlo, le hallaron en compañía de unos prebendados y religiosos muy afligido por no haberse podido leer un breve, que poco antes había recibido de su Santidad, a causa de las abreviaturas y letra italiana en que estaba el original. El padre, con grande serenidad, vuelto a su compañero: ...Tome, hermano, le dijo, y traslade   —50→   ese breve en letra inteligible. Los circunstantes y aun el mismo señor obispo, dudaron si se burlaba; pero se desengañaron bien presto viendo al hermano Francisco de León leer corrientemente el breve y traerlo luego trasladado de su bellísima letra. La admiración del señor obispo fue grande, y tanta, que escribiendo pocos días después al romano Pontífice, no pudo menos que prorrumpir en extraordinarias alabanzas de la Compañía, que pondríamos aquí a la letra, si no fueran siempre odiosas las comparaciones.

[Gloriosos trabajos del padre Salvatierra] En este medio tiempo a la misión de guazaparis, había añadido el bajos del padre Juan María Salvatierra una nueva cristiandad en el pueblo de San Francisco Javier de Jerocaví. Este hombre infatigable sin perdonar trabajó hacia una guerra continua a los pocos restos de gentilidad que habían quedado ya en ochenta leguas en contorno de la villa de Sinaloa. En el pliego de gobierno que había venido a fines del año antecedente de provincial el padre Luis de Castro, había venido juntamente destinado al gobierno de no sé cual de los colegios el padre Salvatierra; ocasión con que al principio de este año hubo de pasar a México. El sentimiento y tristeza inconsolable que mostraban sus neófitos, y más que todo, la humildad del mismo padre y su celo por la conversión de las almas, le inspiraron tales y tan eficaces razones, que persuadido el padre provincial y sus consultores, a que era interrumpir la obra de Dios el sacarlo de misiones, le dieron permiso para volverse a sus amados serranos, cuasi sin haber respirado del camino cuando pasó a Cuteco, cinco leguas, según el mismo padre al Norte de Jerocaví. En este pueblo había ya estado otra vez, aunque sin haber bautizado sino muy pocos párvulos. Sabiendo ahora que en tiempo de su viaje a México habían muchos taraumares forajidos procurado amotinar las cristiandades vecinas, temió no se hubiesen resfriado los cutecos en sus antiguos deseos; tanto más, cuanto sabía que muy cerca de sus rancherías tenía su estancia un gentil taraumar, por nombre Corosia, hombre inquieto y aborrecedor del nombre cristiano, que incesantemente había procurado destruirlo tanto en su país como entre los conchos, chinipas, barohios, guazaparis y otras naciones confinantes. Los picachos en que había siempre habitado después de las últimas guerras con los españoles, eran el refugio de todos cuantos huían de bautizarse, o de cuantos ya bautizados profanaban por su apostasía o por sus perversas costumbres el sagrado carácter. Sin embargo de la vecindad de tan perverso huésped, los cutecos perseveraban en sus antiguos   —51→   deseos de recibir el bautismo, como efectivamente se bautizaron cincuenta dentro de pocos días, y comenzaron, aunque muy lentamente, a trabajar en reducirse a forma de pueblo. De aquí pasó a la famosa, quebrada o barranca de Hurich, que en aquel idioma quiere decir tierra caliente. Desde antes de su viaje a México había pensado en esta expedición; pero ni pareció conveniente a los superiores por entonces, ni estaban tampoco de ese humor los indios, que antes procuraban ocultarse, como lo hicieron al principio, o imposibilitar la ejecución, diciéndole que era un camino impenetrable, y donde solo podían bajar las aves con sus alas. Vuelto de México, y sabiendo que había allí algunos cristianos enfermos, no pudo contenerse su celo sin intentar un descubrimiento que tanto le parecía más importante, cuanto mayores dificultades se le aparataban.

[Entrada a la famosa sierra de Hurich] Viéndolo tomarse resueltamente el Santo Cristo, y el báculo y el sombrero, que solía ser todo el tren de sus caminos, el gobernador de Jerocaví se ofreció a acompañarlo, diciéndole que bien podía caminar a caballo las tres primeras leguas; que harto tendría después que andar a pie. Fue tal (dice el mismo venerable padre) el espanto al descubrir los despeñaderos, que luego pregunté al gobernador si era tiempo de apearme, y sin aguardar respuesta, no me apeé sino me dejé caer de la parte opuesta al principio, sudando y temblando de horror todo el cuerpo, pues se abría a mano izquierda una profundidad que no se le veía fondo, y a la derecha unos paredones de piedra viva que subían línea recta; a la frente estaba la bajada de cuatro leguas por lo menos, no cuesta a cuesta, sino violenta y empinada, y la vereda tan estrecha que a veces es menester caminar a saltos por no haber lugar intermedio en que fijar los pies. Desde lo alto se descubre toda la provincia de Sinaloa, y la gentilidad que queda en medio rodeada de las misiones cristianas de ella, y de la Taraumara y Tepehuanes. La quebrada es muy amena, y más caliente que Sinaloa. Pasa por ella un río grande que es el brazo mayor de que se forma el Zuaque. Corre esta quebrada más de veinte leguas, y como diez más abajo de donde yo estaba: me dicen corre otro río menor que se junta con este, y los dos con en el de Chinipas, forman el río de Zuaque. Llegó y consoló el fervoroso padre a los cristianos enfermos, y bautizó en el mismo estado a dos gentiles. Los demás, a pesar de su grosería, no pudieron dejar de admirar tanta caridad, y parecieron quedar bien dispuestos para rendirse al Evangelio. No fue el menor fruto de esta jornada haber descubierto muchos   —52→   cristianos fugitivos, que encantados de la dulzura y suavidad del padre se redujeron luego a sus pueblos creyendo que no había lugar tan inaccesible o tan oculto, que pudiese serlo a su fervor y a su celo. Halló que los tubaris tenían amedrentados a aquellos serranos, entrando frecuentemente a su país, amenazándolos que jamás recibiesen padres ni se hiciesen cristianos, o descubriesen la entrada a los españoles.

[Motín de los tubaris y su éxito] acaso parecerá muy contraria y enteramente increíble esta conducta en los tubaris, a los que se acordaren de lo que dejamos escrito en otra parte acerca de la mansedumbre y humanidad de esta nación, la amistad que habían conservado siempre con los españoles, y los deseos que habían manifestado cuasi desde los principios de la villa de Sinaloa de hacerse cristianos en tiempo del capitán Diego Martínez de Hurdaide. Pero ¡qué mudanzas no suele causar aun en los hombres más racionales la memoria de un agravio! Hemos dicho como algunos años antes el ilustrísimo señor don Bartolomé de Escañuela había intentado y aun llegado a poner un cura clérigo en la villa de Sinaloa, e impedir a los misioneros en muchas cosas el libre ejercicio de su ministerio. Por real provisión, que dejamos arriba inserta, hubo de cesar aquel prelado en sus procedimientos; pero alguno de los ministros que había puesto en distintas partes, ya que se vieron impedidos de administrar a los pueblos cristianos, y asentados, a lo menos quisieron formarse feligreses de algunas gentilidades en que aun no habían entrado misioneros regulares, franciscanos o jesuitas. Uno de estos quiso ser apóstol de los tubaris. Entró improvisamente por sus tierras con cinco o seis españoles armados. Se mantuvo algunos pocos días a costa de los indios él y sus compañeros. Bautizaba o de grado o por fuerza los párvulos que encontraba a los pechos de sus madres. Su celo por la reducción de los adultos llegó a tanto, que no habiendo podido bautizar alguno, amarró unos cuantos y los cargó de cadenas hasta que pidieron el bautismo. Una conducta tan irregular y tan ajena de lo que por muchos años habían viste aquellos gentiles en los lugares vecinos, irritó a la nación: corrieron a las armas los unos, los otros huyeron a los montes, pasó la noticia a los taraumares y tepehuanes. El celoso clérigo hubo de salvarse por la fuga, y su imprudencia prendió un fuego que no pudo apagarse en muchos años, y en que estuvieron para perecer todas aquellas nuevas cristiandades. Esta fue la causa del desabrimiento de los tubaris y su aversión al cristianismo, que ojalá hubiera sido en los demás tan breve y pasajera como en ellos. A   —53→   la vuelta del padre Salvatierra a Jerocaví le siguieron más de treinta de esta nación que vinieron a instruirse y bautizarse. Continuaron después visitándole muchos, otros emparentados con los guazaparis, y ofreciéndole la entrada a sus tierras. A poco tiempo quiso el padre abrir un camino de Jerocaví a Vaca, la primera misión de Sinaloa. Los tubaris, sin ser requeridos, le enviaron luego un cordel con cuarenta nudos, diciéndole que otros tantos hombres pondrían ellos a trabajar para excusarle ese cansancio cuando pasase por sus tierras. Estos felices indicios tenían al padre Juan María lleno de esperanzas de ver muy presto reducida a nuestra santa fe aquella nación, como lo significa pidiendo licencia para aquella jornada al padre provincial en carta de 24 de octubre de 1684.

[Principios del alzamiento del Taraumara] El referido descontento de los tubaris, aunque causa bien pequeña, fue principio de una grande revolución en todo el resto de las misiones de Sonora y Taraumara. A la voz de socorrerlos contra la violencia de aquellos pocos españoles con un pretexto racional, el cacique Corosia que no estaba muy lejos, y que por su genio feroz y revoltoso estaba siempre muy pronto para hacer guerra a los cristianos, comenzó desde luego a esparcir rumores sediciosos contra los españoles. Decíales que estos eran los que con tanta solemnidad habían jurado las paces pocos años antes. Estos son los que no procuran sino nuestro bien, y de quienes sin embargo jamás tenemos seguras nuestras haciendas y nuestras vidas. Mirad si yo os aconsejaba bien que no dejaseis las armas de la mano hasta acabar con todos, y qué bien hice en no fiarme jamás de sus palabras cariñosas. De este cacique y sus parciales, que no eran pocos, pasó presto la voz a los conchos, de aquí a los tobosos, a los cabezas, y más adentro hacia el Norte y el Oriente a los sumas, o yumas, a los janos, a los chinanas y otras naciones más remotas. Los taraumares y los conchos como enemigos de quien menos se podía desconfiar, recorrían los pueblos engrosando cada día su partido con gran número de forajidos y mal contentos. Las demás naciones, que de auxiliares se habían hecho los principales autores de la rebelión, determinaron tener una junta general cerca de un grande edificio o ruinas antiguas que hasta hoy llaman Casasgrandes, de que hemos hablado en otra parte. Allí se debía determinar de común acuerdo el modo, lugar y tiempo de hacer la guerra, y se citaba para fines del mes de octubre con motivo de hacer las primeras hostilidades a la entrada del invierno, tiempo muy temido   —54→   de los españoles por la inclemencia de los climas. No pudieron tener esta asamblea tan secreta que no llegase a noticia del padre Juan Antonio Estrella, ministro del partido de Santa María Basaraca, el cual pasó luego la noticia a don Juan Antonio Anguis, teniente de los presidios de Sonora y Sinaloa por don Isidro de Atondo y Antillón, que por orden del rey había pasado al descubrimiento y población de la California. El padre Estrella le requirió por escrito en nombre de Dios y del rey que acudiese con sus armas al socorro y remedio de la provincia, impidiendo la entrada del enemigo en unos países donde una vez establecido podía mantener obstinadamente la guerra a costa de los mismos pueblos cristianos que habían de dejar en su poder los ganados y sus siembras. Las mismas noticias llovían a un tiempo de Janos, del Parral y de otros lugares, que pusieron en suma consternación a los cabos de aquellos presidios.

El de Sinaloa respondió que por carta del señor virrey se les había nuevamente intimado conforme a la mente de su majestad que no se hiciesen entradas con armas a las tierras de infieles, sino que con dulzura y humanidad se procurasen atraer. Que se hallaba con solos treinta hombres por estar los demás ocupados en servicio de su majestad y en el descubrimiento y conquista de California: que con ellos apenas tendría para defender sus fronteras en caso de algún insulto, pues se le avisaba del Parral que era general la conspiración: que el lugar de Casasgrandes, donde pretendía se llevase su gente, distaba cuarenta y seis o más leguas de los límites de su territorio y pertenecía a la jurisdicción del gobernador de la Nueva Vizcaya, a quien el capitán de aquel puesto don Francisco Ramírez de Salazar había pedido ya socorro: que dentro de sus mismos límites tenía bastantes motivos de temer por haber tenido noticias de algunas humaredas y otras señales de indios junto al valle de Vatepito inmediato al presidio de San Miguel Babispe en que se hallaba. Entre tanto ya en aquellos países más remotos habían comenzado con bastante furor las hostilidades, sin que hubiese a tanta distancia de los presidios fuerzas suficientes para contener a aquella inundación de bárbaros que parecía haber de acabar muy en breve con todas aquellas gentes, iglesias y presidios.

[Sucesos de California] Mientras que en la Sonora y Taraumara había lugar de temerlo todo de la saña y furor de tantos enemigos confederados, los dos padres Eusebio Kino y Pedro Matías Gogni en California, trabajaban incesantemente en granjearse el afecto y amor de aquellos bárbaros. Se   —55→   hacían diariamente diferentes entradas, ya a un lado, ya a otro, descubriendo siempre nuevas rancherías de gentes muy dóciles aunque todas generalmente de edues y didius, y rara vez algunos descarriados de otra nación más remota. Venían con frecuencia al Real de San Bruno atraídos del maíz, mantas, sombreros y piezas de paño que en nombre y a expensas de su majestad les repartía el almirante, a que añadía de suyo pulseras y gargantillas de avalorios, corales y otras cosillas de que gustan mucho los indios. Las más de estas cosas se repartían por mano de los padres y contribuían también de su parte con semillas, carne y algunas otras cosas que se les remitían de la costa de Sinaloa. Los naturales, singularmente los didius, instaban muchas veces a los misioneros que se fuesen a vivir con ellos, aprendiendo con facilidad las oraciones en su idioma, y las rezaban juntos todas las tardes en el Real. Bien quisieran los celosos operarios comenzar a bautizar algunos y plantar sus nuevas iglesias; pero dudaban mucho de la subsistencia de aquella población. Entre los soldados y oficiales españoles había muchos opuestos a aquel establecimiento, mirándolo como imposible o como inútil. No había en aquel lugar de la costa proporción alguna para la pesca de las perlas, ni se descubría esperanza de minas: la tierra muy estéril, sin ríos algunos en cuanto se ha descubierto: los aguajes pocos, distantes, y los más turbios y salobres, mal sano el clima y muy caliente: los socorros escasos y tardíos: los indios, aunque muy mansos y amigos, no dejaban de causar algunas inquietudes. Los edues por el mes de febrero con el motivo de haber azotado a uno de ellos, salieron repentinamente del Real llevando sus mujeres y chicos de la mano: públicamente decían que iban a convocar toda su numerosa nación para venir a quemar el Real y acabar con una gente soberbia e ingrata que los maltrataba mientras que le estaban sirviendo en sus fábricas, en sus pastorías y en sus descargas. Por muchos días no se dejaron ver con bastante temor de los españoles. Creció mas sabiéndose por uno de los didius que querían flechar al almirante y echar a los españoles de su tierra, menos a los dos padres que no les hacían mal. Estas amenazas quedaron sin efecto por el celo de los mismos padres, que entrándose confiadamente por sus rancherías y dándoles de parte del general muchas cosillas, los desenojaron bien presto. No faltó susto de parte de los didius, que flechado el pastor se intentaron llevar no poco número de ovejas y carneros, aunque seguidos de algunos soldados los dejaron   —56→   y se salvaron a los montes. A este y a los demás motivos que tenían no poco desabrida la tropa, se allegaba la tardanza de la Almiranta que había ido a Nueva-España y por la cual comenzaban a escasear los alimentos, y a causar por corrompidos alguna enfermedad. Llegó finalmente con felicidad el 10 de agosto con veinte soldados más, harina, arroz y algunos miles con sueldos de once meses. En esta misma ocasión llegó el padre Juan Bautista Copart. Fue grande la alegría de todo el Real, y mayor la del padre Kino por la noticia de su profesión que hizo luego el día 15 y al 28, trayendo consigo uno de los didius y curiosos mapas que había formado de todo lo descubierto, salió para el Yaqui.

[1685. Abandono de la conquista] Quedaron los padres Juan Bautista Copart y Pedro Matías Gogni con el almirante y demás oficiales en Californias con muy distintas disposiciones. Los primeros, mirando a la salvación de las almas, se alentaban cada día más al trabajo, pareciéndoles que en el genio manso y dócil de los indios había de fructificar ciento por uno la semilla del Evangelio. Los demás españoles cada día se disgustaban más, perdida la esperanza de poder hacer fortuna en aquel puesto, y mirándose como desterrados entre fieras salvajes, apartados de todo comercio sino de unos con otros, privados para siempre de la vista de ciudades, de templos, y de sus deudos y amigos. Efectivamente, todas las razones más especiosas, y aun las más lisonjeras esperanzas no pueden dar jamás el valor necesario para semejantes empresas. Solo el fuego de la caridad, el celo de la gloria de Dios, el desprecio del mundo y demás motivos sobrenaturales, pueden sostener y animar a los varones apostólicos en la fundación de nuevas misiones. Acostumbralos a no discurrir sino sobre principios de interés y de humana reputación, no podían acabar de comprender como podían los padres ofrecerse con tantas veras a quedar allí toda su vida entre aquellos bárbaros, solicitarles con tanto anhelo todo género de alivios, acariciarlos con tanta dulzura, tolerarles sus groserías, y entrarse con tanta confianza en sus rancherías. El desabrimiento crecía por instantes, y más con la esterilidad de aquel año, y algunos principios de enfermedad que se iba haciendo sentir en los Reales. El almirante, siguiendo el dictamen de los suyos, determinó pasar los enfermos a la costa de Sinaloa de donde salió otra vez a reconocer los placeres para el busco de las perlas. Por otra parte había enviado en la Capitana a reconocer banda del Norte, deseando mudar los Reales a lugar más sano y menos   —57→   desagradable: no se halló tan prontamente, y así resuelto a esperar mejores circunstancias, faltándole ya los bastimentos, y creciendo las murmuraciones de la tropa, se vio obligado a desamparar la California después de dos años y más de esperanzas. Los padres, que habían previsto el éxito, no se atrevieron a bautizar en todo este tiempo sino a muy pocos apeligrados.

[Intentos de desamparar a Ciudad Real, y resolución contraria de Roma] Con la misma fatalidad; aunque por muy diversos motivos, estuvo para acabarse este año la nueva residencia de Ciudad Real. ¡Tanto son deleznables los consejos humanos y falibles sus más bien fundadas esperanzas! La grande estimación que hacía de los jesuitas el ilustrísimo, y lo que había escrito en su favor, excitó algunos émulos que de palabras y aun por escrito comenzaron a sembrar maliciosamente calumnias contra la Compañía. Este medio les había salido bien con el ilustrísimo antecesor y no dudaban triunfar segunda vez despedidos de la ciudad los padres: viendo que no lo conseguían tan fácilmente por el diverso carácter del señor obispo; y que las más graves injurias quebraban sin ruido en modesto silencio y religiosa circunspección de los jesuitas, procuraron excitar pleitos sobre las haciendas. Estos se hubieran desecho con facilidad por levantarse sobre ningunos o muy débiles fundamentos; pero con esta ocasión se averiguó, que de sesenta mil pies de cacao que se decía haber en la hacienda del Rosario, apenas la tercia parte había, y esos tan cansados y envejecidos que apenas se podía ya prometer algún fruto. Que la de la Concepción de don Juan de Figueroa, más era un sitio que una hacienda, y en una y otra habían cuasi repentinamente faltado los sirvientes sin saberse el motivo. La estancia de ganado mayor de Mescalapa que donaba a la Compañía el mismo licenciado a causa de su difícil administración por la distancia, y por el gravamen de los censos no había podido admitirse. Esto tenía también en parte la hacienda de la Concepción situada en Ixtlacomitan. Estas dificultades que en otras circunstancias hubieran sido favorables, no lo eran atenta la disposición interior de la ciudad respecto de los jesuitas. Así el padre Francisco Pérez escribió resueltamente al padre provincial con fecha de 4 de junio de este año pidiéndole su determinación, y añadiéndole que le parecía no ser conveniente ni decoroso a nuestra religión perseverar en aquella ciudad. El padre provincial y sus consultores, visto el dictamen del padre Pérez, y considerado el estado presente de los negocios, lo envió orden para que lo entregase todo a sus respectivos dueños,   —58→   y se dejase enteramente la fundación. Sin embargo, a instancias del señor obispo y de algunas otras personas se detuvo la ejecución hasta esperar respuesta de nuestro muy reverendo padre general Carlos de Noyele, a quien se había también escrito sobre el mismo asunto. La resolución de Roma fue del todo opuesta a la que se había tomado en México. Escribía el padre general exhortando al padre Pérez a sufrir generosamente tanta diversidad de contradicciones sin desamparar una empresa que esperaba había de ser para mucha gloria de Dios. Una determinación tan no esperada tuvo para los padres de aquella residencia algunos visos de misterio, y la aseveración del padre Carlos de Noyele encerraba una especie de profecía que les inspiró mucha confianza; pero esto sucedió cuasi a fines del año siguiente.

[Misiones en el Arzobispado] En el que íbamos (de 1685) los padres Juan Pérez y Juan Bautista Zappa, a petición del ilustrísimo señor arzobispo de México don Francisco de Aguiar y Seijas, emprendieron una misión por los pueblos del arzobispado. Anunciaron el reino de Dios en Teotihuacán, Otumba, Sultepec, Tulancingo y otros muchos lugares, recogiendo inmenso fruto en la salvación de innumerables almas. En Sultepec, como Real de minas, era mayor la corrupción de las costumbres y fue más visible la reforma. Parece que tomaba el cielo a su cargo prevenir los ánimos en favor de los misioneros y de su santo ministerio. En Tulancingo, renunciado el cómodo y bien aderezado alojamiento que les tenía preparado el alcalde mayor, se recogieron los dos padres al convento de los padres franciscanos. A la media noche se comenzó a oír un ruido espantoso, tropel y carrera de hombres y caballos con golpes descomunales a las puertas de las celdas. Oíanse entre el estruendo unas voces confusas, y solo se percibieron en tono quejoso y lastimero estas palabras. Miguel, Miguel!! Confiriendo entre sí los religiosos, no hallaron causa alguna a qué atribuirlo sino a temores y rabia del común enemigo que sospechaba su ruina con el feliz suceso de la misión, la cual habían puesto los padres bajo la protección del glorioso Príncipe de la milicia del cielo. No fue menos admirable y aun más público lo que aconteció en Tenancingo. Era beneficiado de aquel pueblo el licenciado don Felipe Manrique, y su padre se hallaba actualmente postrado en la carpa de una grave enfermedad y ya en estado de velarlo de día y noche. Volviendo al anochecer de uno de sus frecuentes parasismos, preguntó a los circunstantes que jesuitas eran los que andaban por el pueblo; se le respondió que ni los había, ni   —59→   cuasi eran conocidos en el lugar. Pues yo veo dos, (replicó) y al uno (que era el padre Zappa) le conozco muy bien. Quedaron todos persuadidos a que deliraba el enfermo; pero no pudieron menos que atribuirlo a causa superior, cuando a pocos instantes entraron los padres derechamente a la iglesia cantando, como acostumbraban, la doctrina cristiana. Con estos avisos no es de admirar que fuese tan singular la conmoción de los ánimos y la enmienda de las costumbres. Muchos casos particulares (que por no alargar omitimos) pueden verse en la vida del dicho padre Zappa. Lo que aquí hemos puesto lo hemos visto de su letra; prueba grande para los que tuvieren alguna noticia de la virtud y espíritu de este grande hombre. Duró esta expedición desde 1.º de setiembre de este mismo año hasta principios de 1687, aunque con algunas interrupciones.

[1686. Muerte del padre Manuel Lobo] En 5 de abril de 1686 falleció en el colegio de Guatemala el padre Manuel Lobo, varón insigne en piedad, dotado de todas las grandes prendas de un orador cristiano, infatigable en el confesonario para que le había dotado el cielo con singular discreción de espíritu. En el espacio de cuarenta y cinco años que trabajó en el colegio de Guatemala, fue el oráculo de toda la ciudad, a quien tenía encantada la dulzura de su trato y el ejemplo de su religiosa perfección.

[Noticia de la fundación de Betlehen] A 26 de agosto de este mismo año en el colegio del Espíritu Santo de Puebla pasó a mejor vida el padre Mateo de la Cruz12, originario de aquella ciudad. Fue muy señalado por un constante tenor de vida en mortificación temporal, en pobreza, en abstinencia y en las demás religiosas virtudes. La mayor parte de su vida la ocupó la obediencia en empleos literarios que siempre desempeñó con lucimiento. La biblioteca de la Compañía hace memoria de él por algunas pequeñas obras que dio a luz; tuviera aun mucho mayor nombre entre los sabios y piadosos escritores si se hubieran dado a la estampa otras muchas obras que dejó manuscritas, entre ellas la vida y virtudes de la Virgen Santísima, explanadas en más de ochenta sermones. Las letanías Lauretanas explicadas en otros tantos discursos. Una paráfrasis o comento del capítulo 24 del Eclesiástico aplicado a la Santísima Virgen. La Mujer fuerte de los Proverbios. La Esposa de los   —60→   Cantaras, Mininos y Antífonas virginales; Nombres y oficios de la Virgen María; Santuarios y advocaciones que tiene la Madre de Dios en todo el mundo. El padre Gregorio de Losa en la carta de edificación que describió a los colegios, asegura que estas obras podían componer más de treinta volúmenes, y que el padre las había dejado curiosamente escritas y coordinadas en el aposento del prefecto de la Anunciata. El sumo costo de las impresiones en América; nos hace carecer de estas obras y de otros monumentos, no menos de la erudición del padre Mateo de la Cruz y de su tiernísima devoción para con la Madre de Dios.

[Deliberaciones sobre la California] Desde los principios del año, por orden del señor conde de Paredes se había formado en México una junta de personas inteligentes, entre ellas el fiscal de la real audiencia, el almirante don Isidro Atondo y el padre Eusebio Kino, que arbitrasen los, medios para la población tantas veces intentada de la California. De común acuerdo se resolvió ser imposible conseguirse sino encomendando todo el cuidado así de lo espiritual cómo de lo temporal a la Compañía de Jesús, a quien se subministraría para este efecto de las reales cajas el dinero necesario, cuya regulación por la junta de 11 de abril se encomendó a tres sujetos nombrados y al fiscal que pasase la resolución dicha a los superiores de la Compañía. El padre Daniel Ángelo Marras, propósito por ausencia del padre provincial, respondió que en cuanto a la espiritual, administración estaba pronta la provincia a dar cuantos misioneros fuesen necesarios como lo había practicado hasta entonces; pero que en cuanto a lo temporal no podía encargarse sin graves inconvenientes. El capitán Francisco de Luzernilla que ya en otro tiempo había intentado lo mismo, volvió a ofrecerse para la empresa a menos costo del que se había determinado, que eran treinta mil pesos anuales. Se desechó esta proposición y se mandó entregar esta suma al almirante Atondo; pero por otras mayores urgencias del erario tanta, en Europa como en América, ni llegó a verificarse, ni se volvió a pensar en la población de la California hasta el año de 1694. [Pretensión del padre Kino para la Pimería alta] El padre Eusebio Kino para la Pino frustrada la conquista de la California, volvió luego los ojos a la Pimería alta, siempre sediento de la conversión de los gentiles, cuyo celo le había sacado de la Italia, y esperando quizá poder por esta otra parte facilitar la entrada a sus amados californios. Cumplidos los tres años de gobierno del padre Luis del Canto le había sucedido en el oficio de provincial el padre Bernabé Soto, que como misionero que   —61→   había sido muchos años entre los tepehuanes conocía bien el precio de estos trabajos. Desde luego hubiera condescendido por los santos deseos del padre Kino si no le detuviese no estar señalada del rey la limosna para aquella nueva misión, y antes estar prohibidas nuevas entradas a los países gentiles sin noticia y conocimiento de los excelentísimos virreyes. Nada hay difícil al celo y a la santa libertad de un valor apostólico. El padre Kino supo representar tan vivamente al señor virrey la utilidad, y aun la necesidad de aquella expedición, que obtuvo decreto de su excelencia para que se exhibiese; no solo la limosna necesaria para la misión de Pimería; sino también otro tanto para una nueva misión a los setis en la provincia de Sonora. En 20 de noviembre salió el padre de México, para, la ciudad de Guadalajara. Aquí le obligó su caridad a presentarse a la real audiencia. El fervoroso misionero sabía muy bien cuán grave retraente es a los indios para recibir la fe y reducirse a población y vida política el servicio personal en haciendas y minas a que los obligaban después de su bautismo. En esta atención pretendió exigir de aquella real audiencia despachó para que los indios que convirtiese a nuestra; santa fe no pudiesen en cinco años ser compelidos por juez alguno al trabajo de minas o haciendas. Bien poco era lo que, pretendía el jesuita misionero en favor de los neófitos, pues, desde, el año de 1607 estaba mandada por el señor don Felipe III que los indios reducidos a nuestra santa fe por la predicación no sean encomendados, tributen, ni sirvan por diez años, y lo mismo ordenó en 10 de octubre de 1618. Determinaciones dignísimas de los reyes católicos, y que como tales se insertaron en la Recopilación, de leyes de Indias, ley 20, título 1.º y 3.º, título 5.º del libro 6.º. En el mismo año de 86 en que el padre Kino pretendía aquella corta exención para sus neófitos, o porque ignoraba lo mandado por el señor don Felipe III, o porque sabía que no se observaba, vino nueva cédula del señor don Carlos II con fecha de 14 de mayo en que ordenaba a los virreyes, audiencias y gobernadores que favoreciesen muy particularmente a los eclesiásticos encomendados de la reducción de los infieles, y que estos en los veinte años primeros sean exentos del servicio de minas y haciendas. Con tan felices principios, animada el padre Kino partió para la Pimería en 16 de diciembre.

[1687. Primeras misiones de la Pimería alta] Obedecido por el alcalde mayor de Sonora el despacho de la real audiencia, pasó el celoso ministro al sitio en que se fundó después la misión de los Dolores.

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Los moradores de aquellas rancherías eran los que con mayores ansias habían deseado el bautismo y solicitado misioneros. En un terreno tan bien dispuesto se empleó con tanta felicidad el fervor del padre Kino, que a pocos días ya tenía un gran número de catecúmenos de que formó el pueblo de los Dolores, primogénito de sus fatigas, y que cultivó hasta la muerte. De aquí, por orden del padre visitador, acudiendo cada día nuevas gentes pasó a fundar diversos otros pueblos, el de Caborca, diez leguas al Poniente del de los Dolores, a que dio el nombre de San Ignacio. Los habitadores de este país, (dice el mismo padre) le parecieron los más afables y dóciles de cuantos había visto hasta entonces. El de San José de los hymeris, muy pocas leguas al Norte. En esta nación habían sido también muy antiguos los deseos de tener padres que los instruyesen, y no menos antiguo en los misioneros de Sonora el deseo de pasar a sus tierras, lo que sin embargo no había podido ejecutarse en más de cuarenta años que era conocida esta gentilidad. Siete leguas al Oriente de los Dolores fundó otro pueblo con la advocación de Nuestra Señora de los Remedios. Para atraer a los más distantes les envió una embajada con el indio gobernador del pueblo de los Dolores, persona entre ellos de mucha autoridad. Los cuatro pueblos se dividieron después en remisiones, quedando los dos primeros a cargo del padre Kino. Los de San José y los Remedios, no pareciendo tan precisas, se desampararon después de algún tiempo con notable sentimiento del mismo padre Kino, como diremos adelante.

[Muerte del hermano Fermín de Izurita] En la Casa Profesa de México falleció esto año con singular opinión de virtud el hermano Fermín de Izurita que cuidaba actualmente de aquella portería. En 6 años que vivió en la religión se dio tanta prisa en enriquecer su espíritu, que era uno de los más ejemplares coadjutores de su tiempo. Aun de seglar, en 18 años que vivió en las Indias, y en medio de las lisonjas de una fortuna bastantemente próspera, vivió siempre solo en mortificación, en castidad, en simplicidad de costumbres, en frecuencia de Sacramentos, en perfecta obediencia a su padre espiritual. Solicitado torpemente de una mujer en un lugar fuera de México, a la misma hora, aunque muy importuna, montó a caballo y desamparó con admiración de todos los que ignoraban la causa un hospicio tan peligroso. Su celo por la salvación de sus prójimos, lo manifestó en dejar alguna parte de su caudal para el sustento de doy misioneros que llamamos circulares. Por sí mismo, ya que   —63→   podía con otros ministerios, contribuía no poco con santas y espirituales conversaciones, teniendo por su máxima favorita que no se había de hablar sino de Dios o con Dios. La continua oración y la ciega obediencia, fueron los dos ejes de su vida religiosa, y de que pasó a gozar el premio el día 2 de marzo.

[Misiones del padre Zappa] Entre tanto, el padre Juan Bautista Zappa apenas con el descanso de algunos meses, volvió a fines de octubre a sus excursiones apostólicas por los pueblos del arzobispado. El venerable señor don Francisco Aguiar Seijas, que creía muy interesado en este género de ministerios, los fomentaba con el mayor ardor. No salían los padres sin tomar su bendición, y aun sin que su señoría ilustrísima señalase el rumbo por donde debían encaminarse. Añadía el buen pastor cartas muy expresivas a los curas y vicarios de los partidos, encargándoles la asistencia personal y el fomento de los ejercicios de la misión. Entre otras expresiones, no podemos omitir la que usa en carta escrita este año a los reverendos padres guardianes, priores y ministros de doctrina, que comienza así: «Por dar cumplimiento a la debida obligación de prelado y pastor de tantas ovejas, he determinado darles el pasto espiritual para encaminarlas al mayor bien de sus almas. Y porque al presente no puedo ir en persona a tan santo empleo, van en mi nombre los reverendos padres misioneros Juan Bautista Zappa y Antonio Ramírez, de la Compañía de Jesús, personas de grande espíritu y talento, de quienes fío en la Divina misericordia, han de coger mucha mies con la palabra evangélica. Para este efecto, suplico a vuestras paternidades reverendas, les ayuden y fomenten en cuanto fuere posible, asistiéndoles como a mi misma persona, que lo tendré a toda estimación y viviré con este reconocimiento». Con este patrocinio, fue copiosísima la cosecha de almas que en Zimapán, Ixmiquilpan, Huichiapa, villa de Cadereita y otros lugares vecinos e intermedios, recogieron este año nuestros dos operarios. Su llegada a Zimapán previno el cielo con temblores de tierra nunca vistos en aquel país, y tan frecuentes, que en dos días había temblado once veces. Preocupados ya de temor los ánimos, así de los cristianos como aun de los chichimecas gentiles de aquellas minas, fue fácil a los ministros de Dios, arraigar en él los las saludables máximas, con tan feliz suceso, que los mismos paganos admirados de ver en el Real tan entera mudanza, vinieron a los padres, convidándoles a que fuesen a predicarles. Nos habéis bebido el corazón, les decían en frase de su idioma, y no querríamos   —64→   vivir sin vosotros. Ya somos grandes, y tardaremos mucho en saber las oraciones, pero os entregaremos a nuestros hijos para prenda y principios de nuestra conversión.

[Muerte en la Compañía de don José Lazalde] A 28 de julio murió en la ciudad de Guadalajara don José Lazalde, de oficial real que había sido muchos años de aquellas cajas y obtenido otros lustrosos empleos en aquella república. Desde su juventud había fomentado los deseos de entrar en la Compañía, aunque impedido por la necesaria, asistencia de su madre y hermanas. Libre ya de estos lazos, fue recibido por el padre provincial Bernardo Pardo a fines de su gobierno, confirmó de nuevo el recibo el padre Luis del Canto, sin que en todo su trienio le permitiese pasar a Tepotzotlán una grave y peligrosa enfermedad. Llegando a recibir los últimos Sacramentos, el padre Juan de Palacios, rector de aquel colegio, le recibió los votos que hizo con extraordinario fervor: Desde aquel instante no permitió se le cubriese la cama con seda; ni se le sirviese con plata: se mandó cortar el cabello; como lo usan los jesuitas, y quiso vestirse de la misma ropa del colegio. Entre tanto llegó a la visita el padre Bernabé Soto, a quien luego dio la obediencia, suplicándole pidiese al Señor que el próximo día de San Ignacio pudiese ir a comulgar entre nuestros hermanos; pero dos días antes le arrebató la muerte a los 41 años de su edad. Se enterró en el sepulcro de los nuestros con asistencia y notable edificación de toda la ciudad.

[1688] Al año siguiente perdió el colegio del Espíritu Santo de Puebla un grande espejo de virtudes y religiosa perfección en el pacientísimo, y devoto padre Pablo de Salceda, natural de Valladolid, capital de Michoacán. Compitió con el buen olor de su santidad, la fama de su eminente sabiduría. Era de una memoria muy fiel de una feliz explicación, de un ingenio vivo y fecundo, que le hicieron admirar igualmente en cátedra y púlpito. El despegó de toda carne y sangre, la pobreza, el retiro y el silencio apenas podrán llevarse más lejos dedo que observaba el religioso padre llamado por esta causa el Gregorio López de los jesuitas. Fue altísima y en los últimos años cuasi nunca interrumpida su comunicación con Dios en la oración, para cuya materia tenía distribuida la pasión de nuestro Redentor por todas las horas del día. Sus particulares devociones fueron los Dolores de la Santísima Virgen, el arcángel San Miguel, y las benditas Ánimas del purgatorio, a quienes ayudaba con todo género de sufragios, y de quienes fue, según se pudo inferir, visitado con agradecimiento en diversas   —65→   ocasiones. Los nueve últimos años de su vida, le probó el Señor con acerbísimos dolores de piedra, o le purificó, como decía el humilde padre, por otros tantos años que había gobernado diversos colegios. En esta dolorosísima enfermedad, relució mucho más su mortificación, su invencible paciencia y su íntima unión con Dios, de quien jamás apartaba el pensamiento para buscar aún en un suspiro el menor alivió de sus males. Falleció el día 27 de noviembre de 1688. Aun los sujetos más distinguidos y cuerdos de la república, le besaban de rodillas los pies en el féretro, y hacían otras demostraciones singulares de veneración e1 testimonio de la sublime idea que tenían de sus virtudes.

[Misión en Mextitlán y en México] Por estos mismos meses el padre Juan Bautista Zappa con su compañero el padre Juan Pérez, de orden del señor arzobispo recorrían la sierra alta de Mextitlán con los pueblos de Atotonico, Santa Mónica; Zacualtipán, Tianguistengo y muchos otros lagares, minas y haciendas, administración de los reverendos padres agustinos. Los celosos párrocos contribuyeron de su parte al feliz suceso de la misión, previniendo a sus feligreses, convidándolos y juntándolos personalmente para asistir a los sermones. Entre los demás se señaló singularmente el reverendo padre prior de Tlacolula, que no pudiendo pasar a su pueblo nuestros misioneros, juntó toda su gente, y caminando más de quince leguas de un camino áspero, se vino al pueblo donde estaba la misión, para que no careciese de tanto bien su amado rebaño. Duró esta expedición cinco meses, desde principios de octubre de éste año hasta fines de febrero de 1689, en que las tareas de cuaresma llamaban los padres al colegio.

[1689] Pasada esta fatiga, como los hombres verdaderamente celosos no tienen descanso, ni más alimento que cooperar a la santificación de sus prójimos, el infatigable padre Zappa trató de que en el mismo colegio Seminario de San Gregorio se hiciese una misión para solos los indios. Comunicó su designio con el ilustrísimo y con sus superiores, y de acuerdo, se señaló para este efecto el mes de diciembre. No es ponderable el ardor y devoción con que aquellas pobres gentes trataron de aprovechar un tiempo tan precioso. Los párrocos de diversas órdenes de San Francisco, y San Agustín, unidos en un mismo espíritu, y animados del mismo celo, venían en procesión de sus respectivas parroquias de Santiago Tlaltelolco, Santa María la Redonda, San Pablo y San José, cantando con sus feligreses por las calles la doctrina cristiana; espectáculo qua a los más tibios sacaba lágrimas de ternura. Merece entre   —66→   los demás particular memoria el reverendo padre fray Agustín Betancourt, del orden de San Francisco13 y cura entonces de la parroquia de señor San José, que con el esplendor de su vida religiosa, no menos que con sus eruditos y piadosos escritos, tanto ilustró la Nueva-España y su provincia de México. No contento con asistir y animar con su ejemplo a los, naturales, quiso entrar a la parte del mayor trabajo, predicando varios sermones en mexicano, con aquella misma elocuencia y espíritu que le adquirió en castellano tanta reputación. En las cuatro iglesias de Santiago, San José, San Pablo y San Gregorio, que señaló el ordinario para ganar el Jubileo, pasaron de treinta y siete mil comuniones de solos indios.

[Padre Daniel Ángelo Marras] de setiembre falleció en la Casa Profesa el padre Daniel Ángelo Marras, natural de Caller en Cerdeña, Prepósito que había sido de la misma Casa y rector del colegio del Espíritu Santo, después de treinta años no interrumpidos de misiones. Fue siempre fervoroso y constante en el ejercicio de las virtudes, singularmente de la pobreza, castidad y paciencia, de que dejó ejemplos muy raros. Su vestido interior y exterior desde que fue a Sonora, era un sayal grosero y áspero, que tejían los indios de su misión. La castidad declaró a la hora de la muerte no haberla jamás manchado con algún a culpa grave; ni desdecía esta confesión de la modesta y religiosa circunspección que todos habían observado en el padre; grande argumento, no menos de su amor a la pureza, que de su celo, fue lo que le aconteció en su misión de Matape. Un alcalde mayor de pocos años trataba torpemente con una mujer de la jurisdicción del padre Daniel Ángelo. El hombre de Dios se opuso a su torpe comunicación con una libertad y fortaleza incontrastable. Su celo le acarreó la indignación, no tanto del alcalde mayor, como de un religioso de cierto orden. Este, pensando adular a su amigo, descargó sobre el padre una cruel bofetada. Hincó el buen misionero las rodillas conforme al consejo de Jesucristo, y le ofreció la otra mejilla. Hubiera aquel mal religioso repetido el agravio si el mismo alcalde mayor, bañado en lágrimas de edificación no le hubiese, detenido el brazo; tanto es verdad, que un mal religioso es comúnmente peor que un mal seglar, y que es más abominable e irremediable la corrupción, cuando la materia corrompida es más noble y mas preciosa.

[Congregación provincial] Para algunos días después del 15 de noviembre tenía convocada el provincial   —67→   padre Bernabé de Soto la congregación provincial, que por indulto del padre general Carlos de Noyele, se había prorrogado hasta los nueve años. Fue elegido secretario el padre Francisco Pérez, y al 17 nombrados procuradores los padres Juan de Estrada, rector del colegio de San Ildefonso de la Puebla, y José Tardá, rector del colegio de Oaxaca; por substituto de uno y otro, fue nombrado el padre Bernardo Rolandegui, rector del colegio de San Luis Potosí. Entre otras cosas que se controvirtieron en esta congregación, se suscitó la duda acerca de la donación hecha al colegio de Valladolid por el bachiller don Roque Rodríguez Torrero. Dijimos ya como por los años de 1660 había este piadoso eclesiástico ofrecido a la Compañía por escritura autorizada treinta mil pesos para la fábrica de aquella iglesia, y como su albacea y heredero el ilustrísimo señor don fray Marcos Ramírez de Prado, sin embargo de protestar que no alcanzaban los bienes para cubrir las deudas del difunto, ofreció contribuir con algunos miles cada año de sus propios fondos hasta completar la cantidad prometida. Se prosiguió la fábrica con algún calor, hasta que finalmente por mutuo consentimiento del ilustrísimo y de la Compañía, hubo de rescindirse el contrato sin haberse verificado la entrega. En atención a la escritura otorgada y constante afecto del bachiller don Roque Rodríguez, pareció al padre provincial Alonso Bonifacio que se le hiciesen en toda la provincia los acostumbrados sufragios. Con este motivo se dudó en la dicha congregación, si en virtud de dicha escritura se le debían los honores de fundador, y si el padre general había o no aceptado la donación y decretado los sufragios, y si caso de serlo debía ser tenido por fundador del colegio, o solamente de la iglesia que había intentado edificar. Estas dudas no provenían sino de la demasiada circunspección con que se había procedido en tratar con el ilustrísimo señor don Marcos Ramírez, sin que se presumiera desconfiar en lo más mínimo de aquel tierno y constante afecto que profesó siempre a la Compañía. Nuestro padre general nunca confirmó la aceptación del padre provincial por haber comenzado a vacilar luego el contrato, antes de poderse avisar a loma de la nueva obligación del ilustrísimo. Sin embargo, el colegio de Valladolid agradecido a las piadosas intenciones de don Roque Rodríguez, le reconocerá siempre como a su insigne benefactor, y con el retrato que conserva en su iglesia, recordará en todos los tiempos su cristiana liberalidad y constante protección.

La congregación provincial de que íbamos tratando, que es en el orden   —68→   la vigésima, es la primera en que hallamos entablada pretensión para con nuestro muy reverendo padre general acerca de la división de la provincia. [División intentada de la provincia] En efecto, aunque no en congregación provincial, era ya muy antiguo este deseo, y que cuarenta años antes siendo provincial el padre Andrés de Rada, se había juzgado ya necesario proponerlo a Roma, como lo ejecutó dicho padre, exponiendo en un pequeño libro las razones que favorecían esta pretensión. En la ocasión de que tratamos, fuera de siete de los vocales, todos los demás convinieron en la necesidad de la división, aunque discordaron en el modo. La mayor parte, fue de sentir que las capitales de provincia fuesen México y Guadalajara, dejando a esta segunda los colegios de Zacatecas, Durango, Sinaloa, con las residencias de Parras y el Parral, y todas las misiones septentrionales. A algunos de los padres parecía muy desigual esta división, y juzgaban más oportuno que México y Puebla fuesen las dos capitales de provincia. A México le asignaban los colegios de Querétaro, Valladolid, Pátzcuaro, San Luis de la Paz, Potosí, Guadalajara, Zacatecas, Durango, y las misiones del Norte. A la provincia de Puebla, dejaban los colegios de Tepotzotlán, Veracruz, Mérida, Oaxaca, Guatemala y Ciudad Real, en cuyo territorio tenían también bastante gentilidad en que trabajar los operarios; estando muy propenso el señor obispo a encomendar a la Compañía la reducción de los lacandones, de que ya se había tratado en otro tiempo. Con esta distribución, a una y otra provincia le quedaba establecido noviciado y colegio de estudios sin nuevos costos que pudieran retardar su pronta ejecución. Las grandes dificultades que se ofrecieron por entonces, desbarataron, todo este hermoso proyecto; pero estas hablan de aumentarse necesariamente con el tiempo, tanto, cuanto con las nuevas fundaciones de nuevos y muy distantes colegios, se han aumentado también las causas que hacen necesaria la división.

[Otros dos postulados] A este postulado se agregaron otras dos de bastante consideración. En Guadalajara, a fin del año antecedente había muerto el licenciado don Simón Conejero Ruiz, canónigo de aquella Santa Iglesia, dejando en su testamento otorgado a 4 de noviembre de 1668 ante José López Ramírez, catorce mil pesos, de cuyos réditos se sustentasen tres maestros, uno de filosofía y dos de teología que las enseñasen en aquel colegio, y el padre provincial Bernabé de Soto había solemnemente admitido y aceptado dicha fundación y dotación por instrumento otorgado, en la misma ciudad ante Miguel Tomás de Ascoide en 7 de enero de 1689.   —69→   Con esta ocasión pareció proponer al reverendo padre general Tirso González, que su paternidad reverendísima se esforzase a conseguir del rey católico don Carlos II real cédula, para que usando en dicho colegio de los privilegios pontificios, pudiesen darse en él los grados de bachilleres, licenciados y doctores, a los que cursasen nuestras escuelas del modo que su majestad lo tenía concedido en Santa Fe, Manila y Mérida de Yucatán. Favorecía a esta pretensión la distancia de Guadalajara a México, mayor de lo que requieren nuestros privilegios para erección de Universidad, la muy numerosa juventud de toda la Nueva-Galicia, Nueva-Vizcaya, Nuevo-México, que allí pudiera fomentarse, y a quienes por lo común no sobran caudales para cultivarse en los estudios tan lejos de su país. Allegábase el esplendor de aquella ciudad, cabeza de un nuevo reino, silla de un obispado y corte de una real chancillería. El padre general, aunque inclinado al principio, ofreciéndose después más graves negocios, no halló a propósito empeñarse en un asunto tan importante y de no pequeña dificultad. Se pretendió igualmente ya que no había podido lograrse la erección de un nuevo asistente para las provincias de Indias Occidentales, como últimamente lo había repugnado la décimatercia congregación general, que a lo menos hubiese en Roma un sujeto de procurador de sus negocios para con el padre general y el padre asistente de España.

[Padre Salvador de la Puente] Pocos días después de celebrada la congregación, a fines de noviembre se abrió el nuevo pliego de gobierno en que venía nombrado provincial el padre Antonio Oddon, y prepósito de la Casa Profesa el padre Salvador de la Puente, que sin tomar posesión de su oficio, falleció a 1.º de diciembre. Fue rector de varios colegios y maestro de novicios seis años. Mostró no menos la firmeza de su vocación que el fervor de su espíritu, cuando siendo aun novicio, solicitado de su padre a salir de Tepotzotlán y volverse a España, desde donde había venido a buscarle, no solo se mantuvo constante, en la obligación que había hecho al Señor de sí mismo, sino que con la eficacia de sus razones le persuadió a dejar el mundo y entrarse a servir en la Compañía en el humilde, estado de coadjutor. El padre Salvador fue hombre de muy alta oración en que ocupaba por lo menos cuatro horas al día, fuente de donde bebía mucha luz para la dirección de las conciencias, y para su propia perfección, extremado en la pobreza y en la circunspección y modestia virginal; virtud que premió Dios con suavísima fragrancia, que aun los niños inocentes percibieron de su cadáver.

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[1690. Hostilidades de los confederados en Taraumara] Por este tiempo las fronteras de Sonora, hacia el Oriente, y las de Taraumara hacia el Norte, padecían mucho por las hostilidades de los janos, yumas y otras naciones coligadas. El motivo y principios de esta conspiración, dejamos referido desde el año de 84. Desde este tiempo hasta el de 90, no habían cesado las juntas y los rumores sediciosos de los confederados con algunas muertes y robos en los lugares más distantes. Los misioneros franciscanos y jesuitas de conchos, taraumares y sonoras, no dejaban de dar continuos avisos a los capitanes de los presidios; pero o no eran oídos de los que veían aun muy lejos a los enemigos, o se despreciaban como terrores pánicos, o confiados unos en otros se dejaban de tomar las providencias necesarias. Con este descuido tomaba cada día más cuerpo y engrosaba el número de los conjurados. Solicitaban ya libremente por sus emisarios a los pueblos de Batopilas, Yepomera, Tutuaca, Maycoba, Nagrurachi y otros circunvecinos. El cacique Corosia, de quien hemos hablado antes, primer autor de esta liga, procuraba agregarles los chinipas, los tubaris y los conchos serranos, con algunos taraumares de la cercanía del Parral, hacia el Mediodía, entre quienes no dejaba de tener bastante autoridad, y no dejaron de lograr su efecto sus persuasiones. Los chinipas llegaron a inquietarse en bastante número, y su apostasía estuvo para costar la vida al padre Juan María de Salvatierra, que allí se hallaba de paso, y que hubiera sido la primera víctima, si no lo hubiera impedido la mayor parte de la nación, a quien no habían podido corromper. Entre tanto se proseguía en la inacción de parte de los que debían impedir tantos males. Después de seis años se iba todo en viajes y mensajeros inútiles, o en proyectos imaginarios, hasta que el día 2 de abril se dejaron caer en copiosa avenida los bárbaros sobre haciendas, reales de minas y misiones sin alguna resistencia, talando los sembrados, quemando los edificios y robando cuanto hallaban a la mano hasta la jurisdicción de Ostimuri, y aun hasta las fronteras septentrionales de la Nueva Galicia. Al ruido de estos atentados, despertaron como de un profundo letargo los capitanes de los presidios. El gobernador y capitán general de la Nueva-Vizcaya, don Juan Isidro de Pardiñas, caballero del orden de Santiago, que se hallaba en el Parral, dio orden de que los capitanes don Francisco Ramírez de Salazar, del presidio de Casas Grandes, don Juan Fernández de la Fuente, del de Janos, y don Juan de Retana, del de conchos, saliesen en busca de los enemigos. Allegáronse cerca de cuarenta soldados a cargo del   —71→   capitán don Martín de Cigalde, de los presidios del Gallo y Cerrogordo, y la compañía de la campaña del capitán Antonio de Medina. Fuera de estos se enviaron los capitanes don Juan de Salaises, con ciento y dos arcabuceros, y don Pedro Martínez de Mendivil para asegurar los caminos de Casas Grandes y de Sonora, impedir las juntas de los confederados, y cerrarles el paso a los pueblos fieles que por todos los medios posibles procuraban atraer a su partido. El gobernador en persona salió del Parral acompañado de pocos españoles con la esperanza de agregarse muchos indios amigos en el camino de allí a Papigochi, donde determinaba poner sus reales, y hacer plaza de armas. Desde aquí informó del estado de sus armas al excelentísimo señor conde de Galve; virrey de México; pero conociendo que por la distancia y demora del camino, ni su señoría excelentísima podría tomar con tiempo las medidas necesarias, ni podía tampoco dejar de cobrar nueva fuerza la liga de los bárbaros, tenida una junta de guerra, se determinó a pasar a Yepomera sobre que cargaba el mayor peso de la guerra.

[Muerte de los padres Juan Ortiz de Foronda y Manuel Sánchez] Don Juan Isidro de Pardiñas, no tomó esta resolución sino por la noticia que tuvo de la desolación de aquel pueblo y fuga de sus habitadores, después de la muerte sacrílega que dieron a su ministro el padre Juan Ortiz de Foronda. Con todas las previas noticias que se tenían de la sublevación, el buen pastor no había podido resolverse a desamparar su rebaño, no ignoraba los muchos de aquel partido que habían accedido a la liga; pero confiado en los muchos que había leales a Dios y al rey, creyó ser de su obligación acompañarlos y protegerlos hasta el último aliento. Los apóstatas, luego que acometieron aquella población, pusieron fuego a la pobre choza del misionero. Salió el padre a la puerta a inquirirlas causas de aquella desacostumbrada algazara; pero apenas quiso comenzar a exhortarlos, cuando cubierto de una nube de flechas envenenadas, cayó en el mismo umbral, pidiendo a Dios perdón para los que tan indigna y sacrílegamente le herían. Fue su muerte el día 11 de abril. En este día mismo, volviendo del real de San Nicolás, donde había ido a predicar a su misión de Tutuaca, dieron el mismo género de muerte al padre Manuel Sánchez, y al capitán don Manuel Clavero, que lo acompañaba en el viaje. Intentaba este persuadir al padre que no pasase adelante; pero nada pudo conseguir de su celo, protestando que no podía dejar su grey y las alhajas más sagradas de la iglesia a la discreción de aquellos impíos. Uno y otro habían sido compañeros en la vocación y navegación a las Indias del venerable   —72→   padre Juan Bautista Zappa, y muy semejantes a él en el fervor y espíritu apostólico. Después de esta invasión; sabiendo los preparativos que hacía el gobernador de Nueva-Vizcaya, los amotinados huyeron a los montes, no sin pérdida de algunas cuadrillas que cayeron en manos de españoles pero aun más que las armas de estos pudo el fervor y la suavidad del padre Juan María Salvatierra.

[Visita del padre Salvatierra] Hallábase con el cargo de visitador de misiones que se le había encomendado a principios del año, y ya desde mucho antes trabajaba el buen padre en sofocar las primeras centellas el motín que comenzaba a prender en los indios de sumisión, y otros circunvecinos. Fue cosa digna de notar, que estando los guazaparis, cutecos y husarones; tan cerca de los taraumares emparentados con muchos de ellos, y en una situación ventajosa por la aspereza de la sierra para emprender cualquiera hostilidad y servir de asilo a los delincuentes, ninguno de aquellos nuevos cristianos se dejase corromper y pervertir de las persuasiones de los apóstatas; pero aun es más de admirar que los tubares, cuyo agravio tomaban pretexto especioso los alzados, acariciados por el padre Juan María, no solo no tomasen las armas, sino que aun entonces con más fervor que nunca tratasen de reducirse al gremio de la Iglesia. Había el padre bautizado ya muchos después de su jornada a la barranca de Zurich, y los demás pasaron tan adelante en sus deseos, animados de su gobernador ya cristiano, que el padre Pedro Noriega, ausente en su visita el padre Salvatierra, hubo de encargarse de visitarlos y escribir al padre provincial pidiéndole ministro para aquella nación, y ofreciéndose a tomar sobre sí aquella nueva conquista.

Entre tanto, el padre Juan María comenzó su visita por aquellos mismos pueblos en que habían muerto a los dos misioneros; persuadido como era casi en realidad, que muchos inocentes habrían tomado la fuga por temor del castigo, no sin manifiesto peligro de perversión. Los neófitos de la alta Taraumara, aunque desconfiados al principio, después conocida la sinceridad y benevolencia del padre visitador, se pusieron enteramente en sus manos, volvieron a sus pueblos; y aun de los verdaderos apóstatas se redujeron e indultaron muchos. Debemos advertir de paso, que aunque en los impresos y manuscritos antiguos, se llama este alzamiento unas veces de taraumares, y otras de pimas; pero en realidad, no fue sino de los janos, xocomes, chinarras, yumas y otras naciones cercanas, que o perecieron enteramente, o han perdido   —73→   el nombre mezcladas y confundidas con los apaches, nación indómita, numerosa y astuta, que hasta el día de hoy tiene en continua inquietud aquellos pueblos. De los taraumares altos entraron en la facción algunos sediciosos, y aun fueron los primeros autores con ocasión de vengar la violencia hecha a los tubaris: por lo que mira a los pimas, se estuvo al principio en la persuasión de que eran los principales conjurados. En vano se esforzó el padre Kino a disipar esta opinión tan injuriosa. Sin embargo de sus protestas, mandaron los superiores retirar a los misioneros de los Remedios y de San José de los Hymeris. El padre Kino perseveró en los Dolores, y el tiempo manifestó bien prestó que los pimas no habían tenido en el motín parte alguna.

[1691. Entra en la Pimería el padre Kino] El padre Juan María Salvatierra por la primavera del año siguiente pasó a la Pimería y partido de Dolores. Halló en el padre Eusebio Kino un hombre muy semejante a sí mismo en el fervor y espíritu apostólico: confirieron varios asuntas importantes a la salvación de aquella gentilidad. Para desvanecer las adversas preocupaciones que se habían en México formado de los pimas, pareció conveniente entrar juntos en el Norte y al Oriente de la tierra, y examinar cuidadosamente la disposición de los ánimos. En efecto, de las Dolores pasaron a los Hymeris, Caborca, Tubutama y demás misiones poco antes fundadas, de donde vinieron a formar el proyecto de conquistar los demás pimas tendidos al Poniente hacia el mar de California, y luego por otro rumbo los de Saric y Tucubabia, en cuyos distintos partidos se hacían el cómputo, de más de dos mil almas que poder agregar a Jesucristo. Intentaban pasar a Cocospera cuando vinieron a encontrarlos algunos caciques enviados de los sabaypuris de más de cuarenta leguas al Norte, suplicando ser admitidos al bautismo, y puestos a la dirección de los padres. No se les pudo negar este consuelo, y hubieron de caminar quince leguas al Norte hasta Guevavi, donde se habían adelantado a recibirlos los principales de la nación. Se dio el bautismo a algunos párvulos, y se consoló a los demás con la esperanza de que volvería el padre Kino a visitarlos mientras se negociaban en México misioneros que se encargasen de su cultivo. En Cocospera, para donde marcharon inmediatamente, se dividieron los dos padres; el padre Salvatierra prosiguió su visita de las demás misiones, dejando muy encargada al padre Kino la conversión de los sabaypuris, y del Poniente de la Pimería hasta el de la California. La comunicación y trato edificativo de los dos fervorosos operarios había encendido mutuamente   —74→   en sus ánimos un ardiente deseo de procurar por todos los medios posibles la salud espiritual de los californios tentada tantas veces, y tantas veces desamparada. Imaginando que el fértil terreno que habían descubierto en la Pimería podía subministrar los víveres que hasta entonces habían hecho tan difícil la población de California, y resuelto el padre Salvatierra a acalorar esta empresa, trató can el padre Eusebio Kino que en las costas de la Pimería se fabricase un barco para su conducción, cuyo éxito veremos adelante.

[1692. Pretensión de un seminario de indios en Oaxaca] Este año y el siguiente de 92 no ofrecen alguna cosa digna de consideración en lo restante de la provincia; (pero sí para la Nueva España, pues acaeció un gran tumulto). [1693] A fines de este y principios de 93 se comenzó a tratar con calor en Oaxaca de la fundación de un colegio Seminario de indios, agregado al que tiene en aquella ciudad la Compañía, a la manera que el de San Gregorio al colegio de San Pedro y San Pablo en México14. Era autor de tan bello y fructuoso proyecto el licenciado don Antonio de Grado, cura del partido de Xicayan. Fincaba la fundación y sustento de dicho Seminario en tres haciendas unidas, y una de labor que poseía en el valle de Exutla contiguas al ingenio de Santa Inés, y otras tierras que eran fondos de aquel colegio. Los seminaristas debían ser por lo menos doce, al cuidado de dos padres, que debían aprender las lenguas zapoteca y mixteca de la costa, con la obligación de hacer cada tres años misiones en varios pueblos de uno y otro idioma, de que informó menudamente el padre provincial Ambrosio Oddon en carta fecha 22 de diciembre. El ilustrísimo señor don Isidro Sariñana, obispo de aquella ciudad, con quien el piadoso beneficiado había comunicado sus designios, escribiendo al padre provincial con fecha de 2 de enero de 1693, dice así: «El intento de don Antonio me ha sido sumamente agradable, y lo tengo por especial inspiración de Dios, pues no solo acierta en la substancia de la obra, sino también en la circunstancia de ponerlo en manos y al cuidado de la Compañía, en cuyo fervorosísimo celo se afianza con la gracia del Señor la consecución de sus piadosos deseos». Escribió también en   —75→   el mismo tenor el padre Nicolás de Vera, rector del colegio de Oaxaca, que aun pasó personalmente al reconocimiento de las haciendas, y asegura ser las más pingües de aquella jurisdicción. Cuando llegaron estas cartas a México, concluido el gobierno del padre Ambrosio Oddon, había entrado en el oficio de provincial el padre Diego de Almonazir, quien maduramente examinado el asunto con los padres consultores no juzgó conveniente admitir aquella fundación.

[Revelación de la venerable Francisca de San José] El padre Oddon pasó inmediatamente al gobierno del colegio máximo. Hizo entre otras cosas muy memorable el trienio de su rectorado el famoso suceso que vamos a referir, y que entre las cartas anuas manuscritas hallamos puesto en el año de 1693.

Florecía en México con singular opinión de virtud la venerable Francisca de San José, del orden tercero de Santo Domingo, virgen de muy sublime y muy probado espíritu, que murió el año de 1725 de este siglo. En aquel tiempo no trataba ni conocía alguno de los jesuitas, cuando en uno de sus maravillosos raptos vio el colegio máximo de San Pedro y San Pablo bajo la forma de un florido jardín, y a la Santísima Virgen que con el niño en los brazos se paseaba entre aquellas flores, cortando ya una, ya otra, hasta el número de diez y seis, de las cuales formando un ramillete lo ofrecía a su dulcísimo niño. Entendió la sierva de Dios ser aquellas flores otras tantos sujetos de aquel colegio que debían pasar muy presto de la militante a la triunfante Compañía del cielo; y sabiendo ser los más de ellos estudiantes jóvenes de bellas esperanzas, se sintió movida a pedir a Dios no se llevase tantos de un golpe que podían ayudar mucho a las almas, singularmente de los gentiles. Condescendió la Virgen Santísima con los ruegos de aquella alma devota, y tomando ocho de las flores escogidas, volvía a plantarlas en el lugar de donde había tomado cada una. La venerable, con su acostumbrada sinceridad y exactitud, dio luego cuenta de esta visión a su confesor, que lo era un reverendo padre presentado del orden de Santo Domingo, director que tenía muy bien conocido y examinado el espíritu de su hija: la envió con el padre Ambrosio Oddon, rector de aquel colegio, mandándole que se confesase con él y le diese cuenta de aquel favor del cielo, dejando su discreción que sabría valerse oportunamente y con destreza de tan importante noticia. Cumplió ella con la orden de su director, refiriendo al padre Oddon cuanto había visto y entendido: especificó los nombres de los ocho jesuitas, lo que hizo para certificarle que no entraban en   —76→   el número dos estudiantes que actualmente se hallaban enfermos y desahuciados, y que sin embargo convalecerían. No ignoraba enteramente el padre Oddon lo mucho que se decía en México de las heroicas virtudes de aquella sierva de Dios. Sin embargo, mientras piensa, mientras consulta, mientras delibera, cae enfermo y muere a pocos días uno de los nombrados.

[Muerte de los ocho sujetos del colegio máximo] El aviso de su muerte, que por su prudente desconfianza no se había atrevido a darle el padre rector Ambrosio Oddon, se lo dio el cielo de un modo muy singular. Con ocasión de la misión que tanto para esta como para la provincia de Filipinas habían traído de Europa los padres Juan de Estrada y José Tardá, era muy estrecho alojamiento el del colegio máximo y se veían precisados a vivir tres y cuatro en algunos aposentos. De cuatro que vivían en uno de ellos, dormían en una noche los tres, y el otro que velaba estudiando, vio entrar un jesuita de muy venerable semblante con una luz en la mano. Volvió a verlos a todos con bastante apacibilidad y espacio, y luego dijo en voz perceptible: «Preparaos, hermanos, que uno de nosotros ha de morir muy breve». Dicho esto, salió del aposento. Uno de los que dormían era el hermano Nicolás de Laris, que sabiendo luego de su compañero lo que había acontecido, no dudó ser él el señalado, y ser aquel aviso de nuestro padre San Ignacio de quien era singularmente devoto. En esta persuasión, los días que pudieran quedarle de vida determinó emplearlos en unos fervorosos ejercicios, que concluyó con una confesión general de toda su vida. A pocos días enfermó de riesgo, y fue el primero de los ocho que verificaron la profética visión de la venerable virgen15. Visto esto el padre rector Ambrosio Oddon, en el mismo día del entierro, sin declarar más, amonestó generalmente a todos que se preparasen con santas obras porque al hermano Laris seguirían en breve otros siete, como efectivamente murieron dentro de dos meses los mismos, y en el mismo orden que los había nombrado la sierva de Dios. Ni es justo que jamás se olviden sus nombres, y fueron en este orden.

Hermano Nicolás de Laris; hermano Casimiro de Medina; hermano Francisco Estrella; hermano Francisco Javier Zapata; hermano José Menano; padre Pedro Polanco, coadjutor espiritual; hermano Juan de Angulo, coadjutor temporal; y padre Cristóbal Méndez, estudiante de cuatro años de teología.

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Este memorable suceso se halla en nuestras cartas anuas manuscritas latinas, y en la vida de la venerable Francisca de San José, escrita por uno de sus confesores, y de los hombres de más ilustrado espíritu que ha tenido esta provincia, el padre, Domingo de Quiroga, en que debemos notar que contestando las dos relaciones en la substancia, tienen alguna variedad en el tiempo. El padre Quiroga dice con duda haber tenido la sierva de Dios esta visión por los años de 90 a 91, y haber muerto los dichos sujetos en este año de 1693; pero si la visión hubiera sido tanta tiempo antes, su confesor no la hubiera mandado a consultar y referirla al padre Ambrosio Oddon como a rector de San Pedro y San Pablo, según afirma el mismo padre Quiroga, pues este no entró en el oficio de rector hasta principio de 1693 en que dejó de ser provincial. El padre Santiago Zamora, colector y traductor de las anuas, en la de 1733 dice haberse manifestado la sierva de Dios por orden de su confesor al padre Domingo de Quiroga; pero él mismo lo desdice: ni pudo ser según el tiempo, pues el año de 1693 no estaba el padre Quiroga destinado a confesar en la iglesia; siendo aun joven lector de veintinueve a treinta años, y que acababa de llegar de Europa a la Casa Profesa. Añade el padre Zamora la circunstancia de la nocturna visión que tuvo el hermano estudiante, lo que confirman otros manuscritos, y más que todo, la constante tradición que hasta hoy llama a aquel aposento el de la Muerte, en memoria de este suceso.

[Muerte del padre Ramírez en Michoacán] En la Casa Profesa de México murió a principios del año, el 13 de enero, el padre José Ramírez, natural de la Puebla de los Ángeles. Fue hombre de rara aplicación y constancia en los ministerios de los prójimos, de admirable inocencia y sencillez en medio de no vulgares talentos. Su amor a la pureza se hizo muy notable aun en sus tiernos años, en que se le vio evitar cuidadosamente la compañía de aquellos jóvenes a quienes una vez oía palabras menos decentes, persuadido ser este el camino mas común y más seguro que usa el común enemigo para pervertir el corazón. En la devoción al Santísimo Sacramento y sacrificio de la misa fue tan ardiente, que en los muchos años que vivió en la Profesa jamás dejó de celebrar, hasta los últimos días de su enfermedad, y aun dos de ellos lo hizo estando ya con la fiebre maligna que a pocos días le acabó la vida. Los padres Pedro Gutiérrez y Antonio Ramírez evangelizaban por este tiempo a los pueblos del obispado de Michoacán a petición del ilustrísimo señor don Juan de   —78→   Ortega Montáñez, dignísimo obispo entonces de aquella diócesis. El mayor fruto fue en los lugares de Guanajuato y San Miguel el Grande, poblaciones muy considerables entonces, y hoy mucho más. Uno y otro beneficiado dio las gracias a su ilustrísima y al padre provincial con cartas llenas de expresiones que manifestaban bien el celo de los misioneros, y el fruto de conversiones y reforma de costumbres con que Dios bendijo sus trabajos. Estos continuaron tanto en la diócesis de Valladolid, como en las de México y Puebla, diversos otros sujetos de no inferior espíritu por cuasi todo el siguiente año de 1694. [1694] El padre Bartolomé de Alvarado en el obispado de Michoacán recorría los partidos de Nauatre, Capacuaro, Guiramangaro y Santa Clara, después de haber santificado con su predicación la ciudad de Pátzcuaro, por donde dio principio a sus misiones. A fines del año, por cuatro semanas continuas, se hizo también en Puebla una fervorosísima misión por el padre José Vidal, que a petición del ilustrísimo señor don Manuel Fernández de Santa Cruz había pasado a aquella ciudad. Se le agregó entre otros compañeros el celosísimo padre José Aguiar, uno de les más perfectos religiosos que en aquel tiempo tenía la Compañía. Trabajaron con tanto fervor, provecho de las almas, y con tanto consuelo de su ilustrísimo pastor, que no contento con haber asistido a muchas funciones de la misión cuanto se lo permitía su salud quebrantada, escribió las gracias al padre provincial y pasó personalmente a visitar a cada uno de los padres el día 1.º de diciembre. El señor don Francisco Aguiar y Seijas, arzobispo de México, no era menos afecto a este género de ministerios. Para satisfacer a su pastoral solicitud, siendo antes obispo de Michoacán y ahora en México, pedía anualmente a los padres provinciales misioneros para sus diócesis. En el presente, después de haber evangelizado los padres Juan Pérez y Tomás Escalante una gran parte del arzobispado, le presentaron una relación o diario de sus apostólicos trabajos. La misión ocupó la mayor parte del año en las ciudades de Toluca y Texcuco, y en los pueblos de Tenango, Metepec, Cuahutitlán, Xalatlaco y otros cercanos. [Padre Juan Bautista Zappa] A estas misiones había faltado a principios del año un operario infatigable, y a toda la provincia un grande ejemplar de religiosa perfección en el padre Juan Bautista Zappa. Una imagen que llegó a sus manos de Nuestra Señora de Guadalupe le hizo concebir el singular amor de María Santísima para con los naturales de la América. Desde entonces se ofreció a trabajar por su salud, como lo hizo pasando   —79→   Nueva España de la provincia de Milán. Los dos colegios que había entonces dedicados singularmente a ministerios de indios (Tepotzotlán y San Gregorio) fueron su teatro, de donde salía cuasi anualmente a predicar16 a muchos pueblos de indios con mucho fruto de aquellas pobres gentes. Autorizó el Señor su ministerio y su fervor con más de un prodigio. En la Huasteca lo oyeron con admiración hablar un idioma que jamás había aprendido ni estudiado. Aquí, a lo que se cree, por maleficio, contrajo una indisposición que le dio por más de un año mucha materia a su heroica paciencia. Fue tiernísimo hijo de María Santísima, de quien recibió los singulares favores que se cuentan en su admirable vida, fuera de muchos otros que nos robó su humildad. Era cuasi sin interrupción su interior recogimiento y presencia de Dios. En el ingenio (o trapiche) de Xalmolonga, donde por orden de sus superiores había ido a convalecer, un violento flujo de sangre le privó de la vida en tres días, el 13 de febrero. Doce años después, el de 1706, se pasaron sus despojos al camarín de la santa casa de Loreto, que a semejanza de la de Nazareth, había fabricado en el colegio de San Gregorio, donde hasta hoy se conserva con veneración.

[Pretensión de colegio en San Salvador de Guatemala] A este tiempo se trataba con bastante formalidad de añadir a la provincia un nuevo colegio o residencia en la ciudad de San Salvador. Este lugar es la capital de una provincia que se extiende por la costa del mar del Sur, desde Sonsonate hasta el río Lenyra, que por el Mediodía la divide de la provincia de San Miguel. La ciudad da el nombre a   —80→   la provincia que antiguamente se llamó también Cuscatlán. Pertenece todo este territorio al arzobispado y audiencia real de Guatemala, de quien dista San Salvador como setenta leguas al Sur. Se dice ser de un cielo muy apacible y de bellos aires y aguas. Hállase situada como a treinta leguas de la casta del mar pacífico en 13º 14' de latitud septentrional. en la longitud hay mayor dificultad. El padre Juan Sánchez, uno de los primeros fundadores de nuestra provincia; y el más hábil y laborioso de cuantos geógrafos ha tenido la América, en los mapas exactísimos que nos dejó de toda esta costa, hasta Panamá, le da poco menos de 277 grados de longitud en un plano particular de la provincia de San Salvador. En otro general de la audiencia de Guatemala, le da 283. ¡Notable diferencia de un autor a sí mismo! Nosotros dando a México 279 de longitud, según los mejores modernos, pondríamos a San Salvador en 287.

A principios del año había ido allí por alcalde mayor don José Calvo de Lara, vecino de Guatemala, hombre de mucha cristiandad y celoso en las cosas del servicio de Dios. A pocos meses experimentó la grande falta que había de instrucción en la juventud en letras y costumbres. El afecto grande que había tenido a la Compañía, le hizo tratar con los curas y vecinos más distinguidos de la Ciudad sobre la fundación de mi colegio. Convinieron todos gustosamente, y tanto que en cabildo abierto tenido a este efecto el día 28 de mayo, se ofrecieron cerca de cuatro mil pesos para la fundación. En este cabildo, habiendo don Sebastián de Quintanilla ofrecido unas casas que tenía vecinas a la ermita de la Presentación, pero con el cargo de un mil pesos que tenían de censo, luego el mismo alcalde mayor ofreció los mil pesos para redimirlos siempre que se verificase el establecimiento de los jesuitas en aquella ciudad. Halláronsé presentes a esta junta algunos justicias y vecinos de la ciudad de San Miguel, y villa de San Vicente de Austria, que concordando en la utilidad que a sus respectivos lugares resultaba de aquel proyecto, prometieron conferirlo con sus repúblicas que contribuirían desde luego con toda voluntad. Un testimonio de este cabildo autorizado por Mateo Mauricio de Quiñones, remitió luego don José Calvo de Lara al padre Juan Cerón, residente en Guatemala, y este al padre provincial Diego de Almonazir. Al siguiente octubre, el mismo padre Juan Cerón con otro compañero que a instancias del ilustrísimo señor obispo de Honduras pasaban a hacer misión en Valladolid de Comayagua, hicieron también de paso en San Salvador y en San Miguel.   —81→   La presencia y edificativa conducta de los misioneros jesuitas, junto con el grande fruto de sus sermones, encendió mucho más los deseos de toda aquella provincia. Sin embargo, no juzgó el padre provincial poderse admitir por entonces aquella fundación, movido parte de la distancia, con el ejemplo de las antiguas residencias de Granada y Realejo; parte por la facilidad con que se suele prometer en semejantes ocasiones, lo que después no se cumple sin sonrojo del que cobra y desabrimiento de los que pagan. Sin embargo, habiendo uno de los vecinos, fuera de dicho cabildo prometido para después de sus días una hacienda de campo, se declaró abierta la puerta para que en ese caso o semejante, fuese atendida su buena voluntad. A la California hizo nueva entrada este año el capitán Francisco de Itamarra, que once años antes había entrado con el almirante don Isidro Atondo. Esta nueva expedición fue aun de menos utilidad que todas las antecedentes. La grande empresa de la conquista en que desde el tiempo del primer conquistador Hernando Cortés se habían hecho tantas entradas y gastado tantos millares del erario real y de particulares, la tenía Dios reservada al celo infatigable del padre Juan María Salvatierra. Este mismo jesuita se hallaba en la actualidad gobernando el colegio de Guadalajara; pero tanto por otras noticias, como por la relación del padre Eusebio Kino, tan inflamado en el deseo de aquella espiritual conquista, que no parece que pensaba, ni sabía hablar de otra cosa, como en estos mismos términos informó a su majestad la real audiencia de Guadalajara. Estos deseos crecían cada día tanto en el corazón del padre Salvatierra, que escribiendo a su íntimo amigo y confidente el padre Zappa en carta fecha a 19 de noviembre de 1693, le dice estas palabras: «Este fuego está vivo en mí, y ahora revienta por aquí, ahora por allí, y será fuerza si no le dan lugar por México, que reviente hasta Madrid y Roma... Quam spero propitiam. ¡Oh si pudiera hablar media hora con vuestra reverencia de la grande injusticia que se comete contra la California!, etc.».

Después de la muerte del padre Zappa, se notaron en el padre Juan María más vivas las ansias, y es constante tradición que al instante de expirar el padre Juan Bautista Zappa, se dejó ver a su amado compañero en traje de peregrino, animándolo a no desamparar aquella tanto difícil cuanto gloriosa empresa. Desde que estuvo en la Pimería, había, como dijimos, encomendado al padre Kino la fábrica de un barco en que se pudiese proveer de víveres la desamparada y estéril California.   —82→   El padre Kino, aunque deseosísimo de contribuir con todas sus fuerzas a la reducción de aquel país; sin embargo, no pudo poner mano a la construcción de dicho barco hasta los principios de este año de 1694. En los dos años antecedentes, este fervoroso misionero se había ocupado en visitar los demás sitios y poblaciones de Pimas y Sobas. Estos viajes eran de cuarenta, cincuenta y muchas más leguas entre salvajes, con suma incomodidad y fatiga. En el territorio de los pimas se internó hasta donde hoy están los pueblos de San Javier del Bac y Santa María Suamea, siendo el primero que hizo resonar el nombre del verdadero Dios entre aquellas naciones idólatras. En la jornada que hizo al Poniente a la nación de los sobas hasta las orillas del seno californio, le acompañó el padre Agustín Campos. Por medio de los padres se compuso la antigua enemistad que había entre esta nación y los pimas de los Dolores, a causa de haber muerto estos en su gentilidad a un cacique de los pimas. Aquí hallaron más de cuatro mil almas, de tal docilidad y blandura, que fue necesario arrancarse de ellos y negarse con dolor a las instancias que hacían para que alguno de los padres se quedase en sus tierras. Atontaron la sierra que llamaron del Nazareno, y vieron claramente la costa opuesta de California, que solo les pareció distante de quince a diez y ocho leguas. Hablando de este viaje el capitán Juan Mateo Mange, que acompañaba al padre Kino en un diario manuscrito, dice así: «En 14 de febrero, a la tarde, subimos al cerro del Nazareno, de donde vimos el brazo de mar de California, y de la otra banda cuatro cerros de su territorio, que llamamos los cuatro Evangelistas, y una isleta al Norueste, con tres carritos de las tres Marías, y al Sudueste, la isla de los seris, que llamamos de San Agustín, y otras del Tiburón. El 15, caminadas doce leguas al Poniente, llegamos a la orilla del mar, donde en sesenta años que ha que se pobló la Sonora, ninguno había llegado. Vimos con más distinción los cerros del día antecedente de la otra banda del mar, cuya anchura, según las medidas instrumentales, será en esta altura de 30 grados, como de veinte leguas. Se hicieron en esta jornada como veinticinco bautismos, entre enfermos de peligro y párvulos, por la firme esperanza que se tenía de reducir a pueblos aquella inmensa gentilidad y atraerlos al gremio de la Iglesia».

Reconocida la tierra y las naciones en estos primeros viajes, se determinó el padre Kino a poner en ejecución la proyectada fábrica del barco, para lo cual salió de los Dolores para la Concepción de Caborca   —83→   en 16 de marzo con el dicho capitán Juan Mateo Mange, y veinte indios carpinteros, de los que había enseñado el mismo padre, con hachas, sierras y demás instrumentos necesarios, y alguna madera labrada de prevención, según las medidas y gálibos que daba el mismo misionero, único constructor y carpintero de ribera. En 21 de marzo, después de celebrado el santo sacrificio de la misa, se dio principio a la fábrica cortando un grande álamo, que sirviese de quilla, de 38 pies de alto; mientras se desbastaba y cortaban las demás maderas, se reconocieron muchas nuevas rancherías de pimas en los contornos de Caborca, y se descubrió en 31 de marzo el pequeño puerto de Santa Sabina. Entre tanto, se reconoció no poderse seguirla fábrica del barco hasta que oreasen y secasen enteramente las maderas. Así dejando muchos materiales prevenidos, volvió el padre Kino a su misión hasta el mes de junio, en que pareciéndole estarían ya a propósito para poderse trabajar, volvió a Caborca. Entretanto que la prosecución de su obra le detenía en aquel sitio, persuadió a su compañero el capitán Mange, que con dos indios pimas, antiguos cristianos del pueblo de Uris, por intérpretes penetrase hacia el Norte. En este viaje tuvo noticia del río Gila, y de los grandes edificios que se ven en sus cercanías, de las gentes guerreras que en gran número poblaban aquellos países, opas, cocomaricopas y otros bárbaros. Esta fue la primera ocasión en que se oyó hablar de estas gentes. El capitán, desamparado de sus guías, que por temor de aquellas naciones no quisieron seguir por aquel rumbo incógnito, se vio precisado a retroceder a Caborca. El padre Kino, que allí le esperaba, cuando vencida la mayor dificultad se hallaba en estado de esperar salir con su intento, recibió carta del padre Juan Muñoz de Burgos para cesar enteramente en la construcción del barco. El religioso y obediente padre, aunque se hallaba con órdenes del padre provincial, y conocía la mucha utilidad de aquella obra, no pensó sino en obedecer ciegamente, y alzando desde luego mano, dio vuelta a su partido de Dolores. Con las noticias que le dio de su jornada el capitán Juan Mateo Mange, se encendió el padre en deseos de reconocer aquella gentilidad y anunciarle el Evangelio. Creció más el ardor cuando viniendo poco después a visitarle algunos indios de San Javier del Bac, le confirmaron las mismas noticias, y se ofrecieron a servirle de guías. Salió efectivamente con ellos por el mes de noviembre, y caminando más de cien leguas al Norte, llegó al Gila, vio los grandes edificios de que ya hemos dado noticia más difusamente   —84→   en otra parte. Celebró en uno de ellos el santo sacrificio de la misa, y habiendo encontrado por todo el camino innumerables gentiles, no tan fieros como los figuraba el temor des sus neófitos, los acarició y procuró darles algunas luces de nuestra santa ley. Así en menos de un año hizo este infatigable jesuita cuatro penosísimos y dilatadísimos viajes, caminando ena todos más de cuatrocientas leguas pare sierras, por arenales, por desiertos incógnitos y poblados solo de bárbaros salvajes, sin otro interés ni designio que el de propagar la religión y el culto de Dios, cuyo celo le consumía.

[Alzamiento de los pimas] Todo el fervor y magnanimidad de este grande hombre fue menester de los pimas la semilla del Evangelio, y se arruinase, enteramente aquella cristiandad. La conjuración de los gentiles janos y sumas, no se había enteramente desvanecido. A tramos, y como por represas se dejaba caer algún cuerpo de aquellos bárbaros, ya sobre uno, ya sobre otro, de los presidios más remotos. Estos repentinos asaltos habían ya asolado muchas estancias de ganado y siembras, de Tarrenate, Vatepito, San Bernardino y Janos, y en la actualidad había mucho fundamento para temer que acometiesen los lugares de Nacori y Bacadeguatzi. Desde el principio de estas revoluciones, se imaginó que les pimas y sobas fuesen las principales autores, o a lo menos partícipes y cómplices de tantos robos y estragos. Ni el informe del padre Juan María Salvatierra, ni las repetidas representaciones del padre Eusebio Kino, de don Domingo Gironza Petrus Crussat, gobernador de Sonora, ni de su sobrino el capitán don Juan Mateo Mange, habían sido bastantes, para desvanecer aquella inicua nota que se había puesto a los pimas. Persuadidos a ello, algunos capitanes de los presidios cercanos, pusieron por este tiempo en grande riesgo aquella provincia, y a una grande prueba la fidelidad y docilidad de los pimas. El teniente Antonio de Solís, hombre de genio altivo y arrebatado, en el Tubutama, misión del padre Daniel Tenuske, castigó cruelmente. a muchos pimas, y aun dio la muerte a algunos por muy leves delitos. En San Javier del Bac, hallando desierta una ranchería, y en ella alguna carne salada, se imaginó que sería de caballadas, que poco antes habían faltado a los misioneros de Sonora. Sin más fundamento que este discurso, dando desde luego a los pimas por autores del robo, mató tres que pudo alcanzar en su fuga, y azotó cruelmente a dos. Por semejantes sospechas, el capitán Nicolás de Higuera, había asolado algún tiempo antes las rancherías   —85→   de Mototicatzi. Unos tratamientos tan indignos, se creyó que hubieran agotado la paciencia de los pimas, y los hubieran hecho entrar en la liga de los jocomes y janos, con que se hubieran marchitado en flor las bellas esperanzas que se tenían de su reducción. Sin embargo, ellos perseveraron fieles, como antes, en dos campañas seguidas por setiembre y octubre de este año de 1694: auxiliaron gallardamente a los mismos capitanes don Antonio de Solís y don Juan Fernández de la Fuente, con grande pérdida de los jocomes y apaches.

[1695] Sin embargo de que el cuerpo de la nación hasta entonces estaba muy ajeno de la traición y hostilidades que querían imputársele, no faltaron algunos desabrimientos entre los principales caciques, singularmente en el pueblo de San Pedro de Tubutama, que bien presto dieron motivo a una cuasi general sublevación. El ministro de aquel partido, con ánimo de industriar en los ejercicios de campo a los pimas no acostumbrados, había llevado consigo tres indios opatas de las antiguas misiones de Sonora con un mayordomo español llamado Juan Nicolás Castziocto, hombre duro y agrio, más de lo que permitía el estado de una nueva cristiandad. Por ligeras causas azotaba y maltrataba a los pimas, especialmente en ausencia del padre hacían lo mismo los tres indios opatas. El demasiado orgullo y aspereza con que estos extranjeros abusaban de la paciencia de los pimas, y de la autoridad que les daba su ministro, los conmovió tanto, que resolvieron no sufrirlos más. A la primera ocasión que estando ausente el padre intentaron castigar a uno de los pimas, corrieron a las armas sus parientes, y vengaron el agravio con la sangre de uno de los opatas que dejaron atravesado de muchas flechas. Hubieran seguido la misma suerte el mayordomo y aun el mismo padre misionero, si se hallaran en el pueblo. Los agresores procuraron luego formar partido con los Uguiroa y algunos gentiles vecinos y pasar a Caborca.

[Muerte del padre Saeta] Para este partido, a que se había dado el nombre de la Concepción, había sido destinado y conducido allí pocos meses antes por el padre Eusebio Kino, el padre Francisco Javier Saeta. Al despuntar el sol en sábado santo, 2 de abril de 1695, entraron a la pobre casilla del padre, que ignorante de todo, los recibió con su acostumbrada dulzura. No tardó mucho en conocer la mala disposición de sus ánimos, e hizo llamar al gobernador del pueblo; mas este, temeroso de los bárbaros que habían venido en mucho número, no quiso exponerse al mismo riesgo. El buen padre, desamparado, hincó las rodillas en tierra, y recibió luego   —86→   dos flechazos. Viéndose así herido, corrió a abrazarse con una devotísima imagen de Jesucristo crucificado que había traído de Europa, y a pocos instantes rindió el alma. El padre Kino, noticioso de esta desgracia, envió luego al cacique gobernador de Borna que dio sepultura al cadáver, y recogió algunas de las alhajas del padre. A la vuelta encontró el cacique al general don Domingo Gironza, que con su teniente don Juan Mateo Mange, los padres Fernando Bayesca y Agustín Campos, caminaba a dar el castigo a los sacrílegos, y les entregó el santo Crucifijo con que murió abrazado el padre, que hasta hoy se venera en la iglesia de la misión de Arizpe. Se hallaron el día 15 de abril los huesos y cabeza del padre, y junto a ellos veintidós flechas con que lo habían herido ya moribundo. Mientras el general se empleaba en estos piadosos oficios, despachó la mayor parte de sus gentes a las serranías del contorno en busca de los agresores. Un indio que aprisionaron, declaró que los de Tubutama y Uguitoa habían sido los autores de aquella acción con sentimiento de todos los de Caborca, que no habían podido resistir a su furia y a su número. La tropa con sus capitanes marchó a Cucurpe, donde se hicieron a los huesos las exequias con la mayor ostentación que fue posible, cargando el pequeño cajón en que iban desde la cruz del pueblo hasta la iglesia el mismo general don Domingo Gironza Petrus de Crussat.

Hecho esto, se dio orden al teniente Antonio Solís para que con la mayor parte de los soldados partiese otra vez a Tubutama y Uguitoa al castigo de los culpados. No se podía buscar hombre más a propósito para revolver a toda la nación, de quien era ya aborrecido. Hizo sin distinción algunos ejemplares castigos en los que pudo haber a las manos. A una cuadrilla que se entregó de paz se le concedió con la condición de que habían de traer e indicar al capitán las cabezas del motín. Efectivamente, cumplieron su palabra, y a los tres días volvieron con más de cincuenta indios, mezclados muchos inocentes con algunos de los malhechores. Unos y otros dejaron las armas y caminaron de paz hacia el campo. Los soldados de a caballo e indios tepoquis y seris que los acompañaban; formando un gran círculo, los tomaron en el centro. En esta disposición se comenzaron a indicar y asegurar los malhechores, de quienes se habían amarrado tres, cuando los demás irritados de aquella traición y perfidia, comenzaron a inquietarse, de suerte que la caballería trabajó mucho en contenerlos. El bravo oficial contra aquellos infelices desarmados, en vez de apaciguarlos   —87→   con la seguridad de que nada se intentaba contra ellos sino contra los culpados, comenzó a degollar por su misma mano a unos cuantos. No tardaron en seguir este cruel ejemplo los tepoquis y seris, irreconciliables enemigos de los pimas, con lo cual en un instante quedó cubierto el campo de cadáveres. El teniente Solís, muy orgulloso de su victoria, y creyendo haber vuelto la paz a la provincia, marchó a juntarse con el general a Cucurpe. De aquí, juzgan de no tener que hacer en la Pimería, se trató que quedando tres soldados y el cabo Juan de Escalante en la misión de San Ignacio, y otros tres con el capitán Juan Mateo Mange en Dolores, el resto del campo marchase a Cocospera para proseguir la guerra contra los apaches, tecomes y janos que de nuevo y cada día con más atrevimiento y suceso hostilizaban la Sonora. Apenas emprendieron la marcha, cuando los pimas indignados de la alevosía o inicuas muertes de los suyos, se derramaron en varios trozos por las diversas poblaciones; quemaron los pueblos e iglesias de Tubutama; de Caboria, de Uguitoa y otras vecinas. Ahuyentaron el ganado a los montes y profanaron indignamente los vasos y vestiduras sagradas. El padre Agustín Campos, ministro de San Ignacio, sabedor de sus designios, envió luego la noticia al general que se hallaba a catorce leguas de allí. Por mucha prisa que se dieron, no se pudo evitar el estrago. A las ocho de la mañana entraron los amotinados en el pueblo de San Ignacio. El padre Campos, con sus cuatro compañeros, se había ya puesto en salvo, quemaron la iglesia y arruinaron la casa del misionero, y lo mismo continuaron haciendo en San José de los Imeris, en la Magdalena de Tepoquis, y otros pueblos cristianos. La primera noticia que tuvo el padre Kino fue que los pimas habían quemado vivo al padre Campos y a los soldados de su escolta. Trató luego de ocultar en una cueva, no muy lejos de Dolores, las alhajas de la iglesia, y prepararse para morir a manos de los salvajes con una serenidad, que espantó a su compañero el capitán Juan Mateo Mange. La grande veneración y amor con que todos lo miraban como a su padre, libró de las llamas a la misión de los Dolores. El general don Domingo Gironza, habiendo dado parte al gobernador y capitán general de Nueva-Vizcaya, don Juan Fernández de la Fuente y don Domingo Terán de los Ríos con las gentes de sus presidios, revolvió sobre los alzados, les quemó algunas rancherías, taló las sementeras y dio muerte a algunos que alcanzó en su fuga, con tanta viveza y prontitud, que no hallando modo de librar las vidas, hubieron de rendirse a pedir la paz que se les concedió benignamente el día 17 de agosto.

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