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Todos estos colegiales tomaron la beca el día 1.º de noviembre de 1573, y luego en cuerpo de comunidad se presentaron al virrey, de donde pasaron a asistir a la apertura, que en memoria del nombre de su ilustre fundador se celebró con una oración latina ese día mismo, aunque no tuvo forma de colegio ni se aprobó su erección y constituciones por el señor virrey y arzobispo hasta el mes de enero de 1674. El gobierno del colegio de San Pedro y San Pablo confirieron los patronos al licenciado Gerónimo López Ponce. Muy en breve creció tanto el número de los colegiales dotados y de convictores, que fue necesario fundar otros varios colegios bajo las advocaciones de San Miguel, San Bernardo y San Gregorio, de cuya reunión en el de San Ildefonso hablaremos a su tiempo.
[Muerte de San Francisco de Borja] A fines de este año, en flota que arribó a Veracruz en 26 de setiembre, se tuvo la triste noticia de la muerte de San Francisco de Borja, tercero general de la Compañía, y fundador de las provincias de la América. Este golpe doloroso para todo el cuerpo de la Compañía, debió serlo incomparablemente más para esta provincia, a quien como engendrada a su vejez, amaba el Santo con la mayor ternura. En el colegio se le hicieron justamente al año de llegada a México la Compañía el día 29 de setiembre, muy honrosas exequias con asistencia de los señores arzobispo y virrey, a quien como adeudo, tocaba no pequeña parte del dolor en la pérdida de uno de los más grandes santos que había tenido en estos últimos tiempos la España y aun la Iglesia. La seráfica religión, que miraba con razón a este gigante como hijo de su espíritu en el venerable siervo de Dios Fray Juan de Tejada, y como perfecto imitador de un humildísimo patriarca, lo hizo también en su convento unas honras magníficas. Le sucedió en el cargo de general el padre Everardo Mercuriano.
[Va a ordenarse a Pátzcuaro el hermano Juan Curiel] Con tan rápidos progresos como estos caminaba a su perfección la nueva provincia de México. Hasta aquí el celo de sus primeros fundadores había estado como enclaustrado en el recinto de la ciudad. En este año comenzó a dilatar esta viña hermosa sus pámpanos y sus guías del uno al otro mar, y a recoger copiosos frutos en toda la extensión del reino. Se intentaba abrir a fines de este año los estudios de latinidad y poesía. De los tres hermanos estudiantes que habían venido de Europa y proseguido, como dijimos, sus cursos de teología en el convento de Santo Domingo, el uno, que era el hermano Juan Curiel, había acabado ya sus estudios, y faltaba muy poco a los hermanos —79→ Juan Sánchez y Pedro Mercado. Estos tres hermano, que en las escuelas del orden de predicadores y en las literarias funciones con que los habían honrado sus sabios maestros, se habían atraído la estimación de todos los hombres de letras que tenía entonces la ciudad, sordos a las lisonjeras voces de estos aplausos, no se empleaban dentro de casa sino en los ministerios humildes de refectorio, de cocina, y los demás propios de hermanos coadjutores, de que había grande escasez para los oficios temporales. De cuatro que habían venido de España, uno se empleó en la hacienda de Jesús del Monte, otro cuidaba de la huerta de San Cosme, otro de la fábrica y corte de leña, cantera, etc. El hermano Lope Navarro, acostumbrado al descanso y puntual asistencia de los colegios de Europa, no pudo sufrir las cortedades de un colegio recién fundado, y fue despedido de la Compañía. Los que habían venido de la Habana hubieron de volver allá muy breve con la ocasión de que hablaremos luego. Con el recibo de algunos que dejamos escrito el año antecedente, se alivió algún tanto esta necesidad, y pudo disponerse promover al sacerdocio al hermano Juan Curiel. Vacaba el obispado de la Puebla, y no estaba aun consagrado el señor don Pedro Moya de Contreras, electo arzobispo de México. Se determinó que pasase el hermano Curiel a Páztcuaro, donde residía entonces la Catedral de Michoacán. Era muy del gusto del padre provincial que con esta ocasión fuese Páztcuaro la primera ciudad después de México en que hubiese de residir algún jesuita. Son bien sabidos los esfuerzos que por traer la Compañía a su obispado había hecho don Vasco de Quiroga. El ilustrísimo señor don Antonio de Morales, que entonces gobernaba, mostró bien en el gozo con que recibió al hermano Juan Curiel, que no cedía en esta parte a su dignísimo antecesor.
[Su ejercicio en aquella ciudad] Destinole un alojamiento muy cómodo en el colegio de San Nicolás, el más antiguo de toda la América, fundación del ilustrísimo don Vasco, y cuya administración, gobierno y cultivo había deseado ardientemente encomendar a la Compañía. Un espíritu tan activo como el del hermano Juan Curiel no era para estar algún tiempo en la inacción y en el descanso. Sabiendo que faltaba maestro que leyese gramática a aquella juventud, determinó ocuparse en este ministerio mientras llegaba el tiempo de recibir las órdenes. El ilustrísimo prelado y Cabildo, patrón de aquel colegio, no pudieron ver sin mucha edificación y complacencia tanto retiro, tanta virtud y tanto celo por el público, persuadidos a que la sabiduría y el fervor del espíritu no está siempre vinculada —80→ a la edad: le hicieron las mayores instancias para que predicase en su Catedral; esto era justamente probarle por el lado más sensible a su humildad. Sin embargo, hubo de obedecer. Predicó con tanta elocuencia y espíritu, y por otra parte fueron tan sensibles los progresos, que en aquel corto tiempo se experimentaron en toda la ciudad, los antiguos deseos de procurar fundar un colegio, que consiguió el año siguiente. Se ordenó con singular consuelo del ilustrísimo prelado, y él mismo no contento con haberle hecho el honor de ser su padrino en la primera misa, quiso aun con un exceso de benignidad predicar en ella, explayándose en muchas alabanzas del nuevo sacerdote, y de la religión que procuraba ministros tan dignos de los altares y tan útiles a la Iglesia.
[Orden del rey para que no salgan los padres de la Habana, y éxito de este negocio] Apto ya para los ministerios de la Compañía, volvió con sentimiento bastante de todo aquel pueblo al colegio de México, donde nunca sobraban operarios, bien que en la primavera de este año se añadieron dos que valían por muchos en el espíritu experiencia. Dijimos como la ciudad de la Habana había representado a su Majestad para que no saliese de aquella isla la Compañía. La resolución de la corte fue muy conforme al celo y amor con que procuró siempre consolar a sus pueblos Felipe II. Escribió al padre Antonio Sedeño que se mantuviese con los demás padres y hermanos en la ciudad. En consecuencia de esto se dio orden al padre Juan Rogel para que en compañía de los dos hermanos volviese otra vez a la Habana, como lo ejecutó prontamente, y fue recibido con las demostraciones de estimación que lo había profesado siempre aquella buena gente. Fuera del continuo ejercicio de sermones y confesiones que siempre hacían con nuevo fruto, tuvieron este año bastante en que ejercitar su caridad y su paciencia en la instrucción de muchos negros que se compraron de las costas de Guinea para el servicio de las obras públicas. Sensibles a la dulzura y caridad con que los trataban, recibieron con tanto gusto la doctrina, y echó en sus corazones tan hondas raíces la semilla evangélica, que fueron dentro de poco tiempo un ejemplar de edificación. Bautizados sub conditione con parecer del ilustrísimo don Juan de Castilla, no se ocupaban jamás en el trabajo sino rezando a voces el rosario de María Santísima que traían todos al cuello. Preguntados sobre esto de algunos religiosos que burlaban de su piedad como de una supersticiosa ceremonia, recibieron respuestas que les hicieron conocer, no sin confusión, que no está la virtud vinculada al —81→ color, ni es la gracia aceptadora de personas. Tal era la ocupación de los jesuitas en la Habana, y tales las bendiciones que el cielo derramaba sobre sus trabajos. Entre tanto no se tomaba providencia alguna ni de parte de los ministros de su Majestad, ni de parte de los vecinos, que no tenían facultades para tanto. Dio el padre Sedeño noticia exacta al padre provincial, y se determinó que todos los padres y hermanos se retirasen a México. Los que habían quedado en la Habana eran los padres Antonio Sedeño y Juan Rogel, con los hermanos Francisco de Villa Real, Juan de la Carrera y Pedro Ruiz de Salvatierra. Los tres primeros eran hombres de muchos años de religión, envejecidos; en las hambres, pobreza y necesidades, de que fue siempre muy fértil la misión de la Florida. Todos (dice un antiguo manuscrito) mirados siempre en esta provincia con grande admiración y reverencia, por su altísima oración y trato tan familiar con nuestro Señor, acompañado de una rara mortificación de sus pasiones.
[Pretende misioneros el señor obispo de Guadalajara] Poco después de llegado a México este nuevo socorro de obreros evangélicos, vino de Guadalajara un capellán de aquella santa iglesia, encargado de llevar consigo algunos misioneros jesuitas para aquel obispado, donde había llegado ya la fama del colegio de México, y del copioso fruto espiritual con que Dios bendecía sus trabajos. Era autor de esta embajada el señor don Francisco de Mendiola, varón admirable, y cuya memoria vive aun en la veneración y en el respeto de toda la Nueva-España. Vino a las Indias de oidor para la audiencia de Guadalajara, como don Vasco de Quiroga había venido a la de México. Tales ministros eran los que merecían la confianza del rey don Felipe II, que como otro San Ambrosio, pasaron de los tribunales para ser de los más santos y celosos prelados que ha tenido la Iglesia en estos últimos tiempos. Promovido a obispo de Guadalajara no juzgó que podía hacer servicio más importante a su nuevo rebaño, que procurarle algunos misioneros de la Compañía. Oportunamente, para que por la escasez de sujetos no se faltase a la pretensión de un pastor tan vigilante, dispuso el Señor, que pasando por México el ilustrísimo señor don Antonio Morales promovido de Michoacán a la mitra de Tlaxcala o Puebla de los Ángeles, ordenase a los dos hermanos Juan Sánchez y Pedro Mercado. El primero de estos con el padre Hernando Suárez de la Concha, fueron enviados a Guadalajara juntamente con el capellán de su Ilustrísima, que traía orden de no volver a la ciudad sin los padres. La ciudad de Guadalajara está al Poniente de México, en cuya extensión —82→ se comprenden no pocos pueblos del arzobispado, y muchos del obispado de Michoacán. Iban por todo este largo camino nuestros misioneros sembrando la divina palabra con tanto consuelo y provecho de aquellas buenas gentes, que no pudiendo los padres detenerse en cada población cuanto deseaba su celo, y pedía la necesidad, los seguían por el camino confesándose y gustando de sus saludables instrucciones, hasta que llegando a algún lugar donde había oportunidad para celebrar el santo sacrificio, comulgaban y volvían llenos de regocijo y de serenidad a su trabajo.
[Sus ministerios] La fama de este constante y fructuoso trabajo había llegado a Guadalajara mucho antes que los padres. A su arribo, el venerable prelado con un exceso de humildad y benevolencia, acompañada de una amable sencillez que realzó siempre mucho su mérito, salió un largo trecho fuera de la ciudad. Los abrazó con muestras de mucho gozo, y excusándose con la grande estrechez de su palacio, que en efecto era una casa bastantemente incómoda, les dijo: que acomodándose a su gusto y religiosidad les tenía preparado hospedaje en el hospital de la Veracruz. Dieron principio a la misión saliendo con los niños de las escuelas hasta la plaza mayor. Se cantó por las calles la doctrina, después de cuya explicación hizo el padre Concha una exhortación llena de fuego y de energía. Este era el hombre más propio del mundo para este género de ocupación. De un celo y caridad a prueba de los mayores trabajos, de un carácter dulce e insinuante en el trato con los prójimos, de un espíritu de penitencia, que tuvieron muchas veces que moderar sus superiores. Su rostro apacible y macilento, su vestido pobre y raído, su conversación siempre al alma, todo respiraba humildad y compunción. Bajo tal maestro se formó muy semejante a él el padre Juan Sánchez. Los domingos predicaban en la Catedral, cuasi todos los días en las calles y plazas o en las cárceles y hospitales. Muy breve tomó toda la ciudad un nuevo semblante. Los prebendados y personas de distinción fueron, conforme a su dignidad, los primeros que dieron ejemplo a lo demás del pueblo haciendo los ejercicios de nuestro Santo Padre, frecuentando los sacramentos, repartiendo gruesas limosnas, y entregándose a obras de piedad. Algunos días de fiesta se repartían por caridad a decir misa en los pueblos vecinos, que de otra suerte no la oyeran por la cortedad de ministros. Notó el buen padre Concha la muchedumbre que acudía, y la devoción que mostraban en sus semblantes. Vivamente condolido de no poderles aprovechar —83→ por ser extraño su idioma, buscó un libro en que leerles, y lo hacía con tanto afecto y fervor, aunque sin entender una palabra, que cooperando el Señor a su industrioso celo, no se dejaron de experimentar muy buenos efectos en los indios que le escuchaban.
[Parten a Zacatecas y pretende colegio] Edificado el señor obispo, y gozoso de haber traído a su diócesis unos misioneros tan celosos iba muchas veces a comer con ellos al hospital. Persuadido a que procurar un establecimiento de la Compañía en aquel país, sería descargarse de una gran parte del peso de la mitra, comenzó a tratar sobre el asunto con los prebendados de su iglesia, y entre tanto señaló a los padres de la mesa capitular una gruesa limosna. El padre Concha juzgó conveniente pasar a Zacatecas, y a los otros reales de minas vecinos, mucho más poblados entonces de españoles que Guadalajara. Aunque el venerable prelado y toda la ciudad sentían privarse de la presencia y provecho que traían los jesuitas, sin embargo, como era Zacatecas lugar de su jurisdicción, se alegraron que participase de tanta utilidad. Esta expedición no carecía de gravísimos peligros. Se había de pasar forzosamente por las fronteras de los chichimecos, nación belicosa y carnicera, y que parecía no haber de sujetarse jamás ni a la dominación de España, ni al yugo de la fe. Pero el Soler que quería servirse de los padres para mucho bien de aquella cristiandad, dispuso, que pasando a Zacatecas por el mismo tiempo el capitán don Vicente de Saldívar, los llevase con la mayor seguridad escoltados de una compañía de soldados que traía a sus órdenes. La ciudad de Zacatecas y los reales vecinos eran entonces la parte más poblada después de México, de toda la América Septentrional. La codicia del oro y la plata que atraía tanta gente, no ocasionaba menos vicios. Los tratos usurarios, el juego, la disolución, y sobre todo, la impunidad de todos los delitos, eran una consecuencia necesaria del oro que rueda aun entre las manos de la gente más despreciable. Los padres llegaron en circunstancias en que pudieron muy brevemente hacerse cargo de todo el sistema del país, que fue hacia los fines de cuaresma. El confesonario les enseñó cuáles y cuán monstruosos eran los vicios que tenían a la frente. Comenzaron a atacarlos con viva fuerza en los sermones, en las conversaciones privadas, en los consejos que daban a los penitentes. Como los más eran españoles, y había mucho tiempo que no oían quien les hablase con tanta claridad y les descubriese las interiores llagas de sus conciencias, las voces de los misioneros hacían un eco saludable en cuasi todos los corazones. —84→ Comenzaron a deshacerse los tratos inicuos, se hicieron muchas restituciones de grandes cantidades, se quitó una gran parte del juego. Día y noche eran continuas las confesiones y las consultas; no fiándose ya de su dictamen, y no atreviéndose a dar paso sin consultar el de los padres.
[Pasa el padre provincial a Zacatecas y vuelve a México] Con tan bella disposición de los ánimos publicaron los misioneros el jubileo plenísimo, que con ocasión de su exaltación al pontificado, había concedido a toda la universal Iglesia la Santidad de Gregorio XIII. Lo mismo, no con menor fruto, ejecutaron sucesivamente en Pánuco, Sombrerete, San Martín, Nombre de Dios y Guadiana, que todas pertenecían entonces a la mitra de Guadalajara. A la vuelta de estas apostólicas correrías se comenzó a tratar de fundación. Habían los de la ciudad ofrecido casa, y juntado entre todos algunas limosnas, y prometido otras que parecieron muy suficientes al padre Concha. Dio cuenta exacta al padre provincial, quien para examinar mejor la naturaleza y fondos del país, partió luego confiadamente a Zacatecas sin temor de los indios que infestaban el camino. Reconoció los fondos que ofrecían, que no le parecieron proporcionados, Por otra parte, creyó que siendo aquella, como son generalmente las de minas, una población volante, precisamente vinculada al descubrimiento de los metales, no podía tener subsistencia alguna, y agotados estos, impedida o prohibida su extracción, se acabaría también la ciudad. Se excusó, pues, con los habitadores pretextando la escasez de sujetos de la nueva provincia para poder ya extenderse a términos tan distantes, y más que por aquel octubre pensaba abrir los estudios en México, para lo cual se necesitaba del padre Juan Sánchez, a quien tenía destinado a una de las claves. Que por lo tocante a la instrucción y cultivo de aquella región que tanto afecto había mostrado a la Compañía, él tendría cuidado de enviarles la cuaresma quien les predicase y enseñase con igual fervor que lo habían hecho entonces los dos misioneros. Con esta promesa, y con haberles predicado algunos sermones con mucho espíritu y no menor fruto, dejó muy consolada y edificada la ciudad, y dio con sus dos compañeros la vuelta para México.
Pocos días después de su llegada, presidiendo en la real universidad unas conclusiones teológicas el reverendísimo padre maestro Fray Bartolomé de Ledesma, obispo después de Oaxaca, y uno de los mayores hombres que ha tenido en la América la religión de Santo Domingo, quiso hacer a los jesuitas el honor de convidarlos para argüirles. Se hubo —85→ finalmente de admitir la réplica. El padre Pedro Sánchez y algunos otros de los padres, juntaron tanta agudeza, tanta claridad, tanta concisión, con tanta modestia y humildad, que los mismos maestros de las religiones, los doctores y personas de lustre que habían asistido, quedaron no menos admirados de su literatura que edificados de su religiosidad. De aquí se tomó ocasión no solo para instar al padre provincial a que abriese estudio la Compañía, pero aun para obligarla interponiendo la autoridad de los señores arzobispo y virrey. Se había cumplido exactamente con el orden prudentísimo del Santo Borja, no abriéndose las clases hasta el octubre de 1574, dos años después de establecida en México la Compañía. Por otra parte, no había en la universidad sino un maestro de gramática para toda la juventud de México, y aun de todo el reino. Esto determinó al padre provincial a condescender con la súplica de toda la ciudad. Señaló por maestros a los padres Juan Sánchez, y Pedro Mercado. La elección de este último, que era americano y de una de las familias más distinguidas de esta capital, fue muy aplaudida de los naturales del país, reconociendo en un sujeto de tanta virtud y tan raros talentos la que podían esperar de los ingenios mexicanos. Entre tanto que los dos padres se prevenían para comenzar la tarea de sus clases, llegaron a México un padre y seis hermanos que habían arribado a Veracruz a 1.º de setiembre, y fueron el padre Vicencio Lanuchi, y los hermanos Francisco Sánchez, Bernardo Albornoz, Pedro Rodríguez, Antonio Marchena, Juan Merino, y Esteban Rico. Habíanse embarcado en un navío muy viejo que a pocos días de salir del puerto comenzó a hacer agua por todas partes. Todo hombre se veía obligado a darle a la bomba, faltando ya el aliento y las fuerzas a la gente de mar. El viaje fue muy largo, y con muchas incomodidades. Murió la mayor parte del equipaje, muchos otros enfermaron peligrosamente. Todo el trabajo de la bomba y demás maniobras hubo de repetirse entre nuestros hermanos, y algunos pocos pasajeros. De este continuo y violento trabajo llegaron a México tan quebrantados, que algunos murieron luego, y otros después de pocos meses, rotas las venas del pecho, y extravasada la sangre que echaban por la boca en abundancia.
[Estudios menores] El día 18 de octubre de 1574 se dio principio a nuestros estudios. Se había convidado para esta función el señor virrey don Martín Enríquez, que asistió acompañado de la real audiencia y de toda la ciudad, muchos de los señores prebendados y las religiones. Hizo una elegante oración —86→ latina el padre Juan Sánchez, uno de los maestros, costumbre que se ha observado después constantemente, y que han honrado por lo común con su presencia los señores virreyes, mostrando en esto el grande aprecio que hacen del cuidado que se toma la Compañía en la educación de la juventud. Desde este día comenzaron a cursar nuestras escuelas los colegios de San Pedro y San Pablo, de San Bernardo, de San Miguel y San Gregorio. La competencia que como suele suceder, se encendió luego entre los estudiantes de los distintos gremios, comenzó a producir grandes progresos que hicieron esperar serían en la serie el seminario de toda la literatura de estos reinos. El efecto mostró cuánto eran bien fundadas estas esperanzas. Lo más lucido y noble de la juventud mexicana ha distinguido siempre a este colegio, que de todos los cuatro hoy persevera con el nombre del real y más antiguo de San Ildefonso. Las catedrales, las audiencias, las religiones de toda Nueva-España, se proveen de aquí de sujetos insignes en piedad y en letras. Bastan para ennoblecerlo un don Juan de Mañosca, presidente de la real chancillería de Granada, electo obispo de Mallorca, arzobispo de México, y visitador del Santo tribunal de la Inquisición de la misma ciudad, el señor don Francisco de Aguilar, electo arzobispo de Manila, el ilustrísimo señor don Juan de Guevara, arzobispo de Santo Domingo, primado de las Indias, los ilustrísimos señores don Nicolás del Puerto, don Tomás Montaño, don Juan de Cervantes, obispos de Oaxaca; los ilustrísimos señores don Juan Ignacio Castorena y Ursúa, y don Juan Gómez Parada, obispo de Yucatán. Los ilustrísimos señores don fray Andrés de Quiles, del orden de San Agustín, y don José de Flores, obispos de Nicaragua, dejando otros muchos de Zebú, de Porto Rico, de Caracas, de Comayagua, de Nueva-Vizcaya, de Guatemala, de Michoacán, de Guadalajara. Solo si no podemos dejar de hacer especial mención del ilustrísimo señor don Antonio Rojo, arzobispo de Manila en las islas Filipinas, que fuera de las virtudes propias de su oficio pastoral, en que siguió las huellas de los más grandes obispos de la antigüedad, supo juntar el bastón al cayado haciendo en esta última guerra y triste sitio que padeció aquella metrópoli, que gobernaba como capitán general y presidente de la real audiencia, todos los oficios de un celosísimo prelado, y de un experimentado jefe; y aunque, finalmente, consumido al peso de tan gloriosas fatigas, y mucho más del celo y caridad de su pueblo e iglesia afligida, murió como otro San Agustín, ofreciéndose víctima al Señor por la quietud y libertad de su rebaño el día 31 de julio del pasado de 1764, —87→ dejando la Asia y la América llena de la suavísima fragancia de sus virtudes, y singularmente una tierna memoria a este real y más antiguo, de que fue siempre agradecido alumno, y constantísimo protector.
Sería emprender una historia aparte contar los famosos catedráticos que ha dado a esta insigne universidad, comparable (dice un juicioso escritor) con las más ilustres de Europa en lo numeroso, lo noble y lo florido de sus estudios, los oidores a todas las audiencias de Nueva-España, y los prebendados insignes a todas las iglesias catedrales, tanto en los tiempos pasados como en los presentes, en que los coros de México, Michoacán, Oaxaca, Guadalajara, están llenos de ilustres hijos de este colegio. A él debe su primer abad la insigne y real Colegiata de nuestra Señora de Guadalupe. Ilustraron la corte de Madrid tres jóvenes hijos del excelentísimo señor don Luis de Velasco, virrey, gobernador y capitán general de Nueva-España, el señor don Antonio Casado y Velasco, hijo del excelentísimo señor marqués de Monte León, abad de Sicilia y embajador plenipotenciario del rey católico don Felipe V a la corte de Londres para el ajuste de las paces entre las dos coronas; y actualmente puede contar entre sus hijos a los señores don Tomás de Rivera y Santa Cruz, gobernador y presidente de la real audiencia de Guatemala, y al actual corregidor de esta ciudad, a don Francisco Crespo Ortiz, caballero del orden de Santiago, mariscal de campo de los reales ejércitos, gobernador que fue muchos años del puerto de Veracruz don Martín Enríquez, que como hombre prudente, previó desde luego toda la utilidad que este grande establecimiento podía traer al reino, pasando de allí dos años a virrey del Perú, fundó en Lima su capital, el colegio mayor de San Martín, que tanto lustre ha dado a aquella parte de la América.
[Pretende el Cabildo eclesiástico de Pátzcuaro colegio de la Compañía] Tal era por entonces la ocupación del padre Pedro Sánchez después del viaje de Zacatecas, cuando le fue forzoso hacer otra excursión más corta y de mayor utilidad. Hemos ya más de una vez hablado del grande afecto que tuvo a la Compañía el venerable obispo don Vasco de Quiroga, del seminario que fundó en Pátzcuaro, y que, tan ardientemente debió encomendar al cuidado de los jesuitas. Vimos la diligencia que hizo tanto por su chantre don Diego de Negrón como por sí mismo en su viaje a España para traerlos a su diócesis, y como la enfermedad de los cuatro sujetos que había conseguido del padre Diego Laines dejaron frustrados sus deseos. Vuelto a su obispado, aunque nadie por entonces sino su Ilustrísima había pensado en traer jesuitas a la América, —88→ se le oyó decir más de una vez con un tono afirmativo y resuelto: La venida de la Compañía de Jesús se dilatará, pero al fin vendrá después de mis días. Esta esperanza dejó en prendas a su grey y a su Cabildo, cuando lleno de años y merecimientos pasó el año de 1566 a gozar el premio de sus heroicas virtudes. La promesa del santo prelado, que se miraba con razón como un oráculo, y la experiencia que habían tenido poco antes de la religiosa vida y utilísimas fatigas del padre Juan Curiel, encendieron de nuevo sus ánimos para procurar la fundación de un colegio. Por la promoción del ilustrísimo señor don Antonio Morales a la Santa Iglesia de los Ángeles, y muerte del señor don fray Diego de Chávez que debía sucederle, se hallaba vacante la silla de Michoacán. El ilustre Cabildo envió uno de sus prebendados, al padre Pedro Sánchez, ofreciendo fundación. El padre Juan Curiel, que había estado en Michoacán algunos meses, y los padres Juan Sánchez y Hernando de la Concha, que en el viaje que hicieron a Guadalajara hubieron de correr una gran parte del mismo obispado, contribuyeron no poco representando la extensión de la tierra, la multitud de sus habitadores, los grandes principies de piedad que en ella había por el cuidado y vigilancia pastoral de su santo obispo, la bella disposición de los pueblos, la facilidad de su idioma, y sobre todo, el grande afecto a la Compañía, que parecía haber nacido en aquel país con la religión y con las primeras luces del cristianismo.
[Descripción del país] En efecto, Michoacán es una de las más bellas regiones de Nueva-España. Su obispado se extiende por más de ciento y treinta leguas de Norte a Sur, tomando por sus límites hacia el Norte el Río Verde, y al Mediodía la punta de Petatlan, que es la que avanza más en el mar Pacífico. Por la costa de dicho mar corre más de ochenta leguas desde el río de Nagualapa hasta adelante del cabo de Petatlan. La bañan muchos caudalosos ríos, de los cuales desembocan siete en el mar del Sur. El río grande de Guadalajara corre por su territorio más de sesenta leguas de Oriente a Poniente7, fuera de muchos grandes lagos en que es tan abundante la pesca, que hizo dar a toda la provincia el nombre de Michoacán, que significa lugar de muchos peces. La ciudad principal era entonces Pátzcuaro, coronado de varios grandes pueblos, en cuya vecindad está Zintzunzan, antigua corte de los reyes —89→ de Michoacán. Enfrente de este al Oriente, está otro mucho más grande que solo se navega por las orillas, y en medio tiene un remolino o euripo de corrientes por donde parece se comunica con alguna otra de las vecinas. Cerca de la laguna de Cuitzeo se ven algunas magníficas ruinas de un antiguo palacio o casa de recreación de los reyes del país. Como a dos leguas del pueblo de Tzacapo se dice haber una alberca de agua muy cristalina y deleitosa al gusto, cayo vaso cavado en un monte pequeño, y perfectamente redondo, tiene desde el borde hasta el agua un brocal tan unido y tan igual, que no parece sino obra hecha a mano, y habría lugar de creerlo así según la magnificencia que se admira en otras obras de los antiguos indios, si no lo desmintiera la profundidad hasta ahora insondable. En toda la circunferencia de este grande estanque, que será poco más de una milla, no se ve nacer jamás una yerba. Toda la región, singularmente al Mediodía, tiene muchos ojos de agua, unos dulces, otros salobres, algunos calientes y sulfúreos, provechosos para diversos géneros de enfermedades. Los más famosos baños son los de Chucándiro, en que se encuentra alivio a muchas dolencias, excepto el humor gálico que se agrava de muerte. Con tantos ríos, lagos y fuentes que fecundizan los campos, no se hará difícil de concebir la admirable fertilidad de la tierra. Sabemos que en los tiempos vecinos a la conquista un vecino llamado Francisco Terrazas8 sembradas cuatro anegas de maíz alzó en la cosecha seiscientas.
Hallamos también de aquellos mismos tiempos haber descubierto uno de los primeros pobladores una mina extremamente rica, por los años de 1525; pero habiéndosele querido despojar violentamente del derecho que le había dado la fortuna, no se pudo saber después del lugar donde estaba. Se hallan en los confines de este obispado las minas de San Pedro, las de San Luis Potosí, las famosas de Guanajuato, y algunas no de tanto nombre en los contornos de la villa de León; las de Sichú, pocas leguas al Este Nordeste de San Luis de la Paz; las del Espíritu Santo a doce leguas de la costa y de la boca oriental del río de Zacatula. Fuera de estas hay muchas minas de cobre que trabajan con grande habilidad sus naturales, y de que hay fundición en el pueblo de Santa Clara, poco distante de Pátzcuaro hacia el Sur. Se hablan en toda la extensión de este país cuatro lenguas: la mexicana, hacia el Sur y costa —90→ del mar Pacífico, que es verosímilmente el camino que trajeron los antiguos mexicanos. En el centro del obispado la tarasca, idioma muy semejante al griego en la copia, en la armonía y en la frecuente y fácil composición de unas voces con otras. Partiendo de Guanajuato hacia el Norte, se habla en muchos lugares la otomí, lengua bárbara, cuasi enteramente gutural, y que a penas cede al estudio y a la más seria aplicación. En otra gran parte se habla la chichimeca, que parece haber sido en otro tiempo el lenguaje común de toda Nueva-España antes de la venida de los mexicanos, como diremos más largamente en otra parte. Este idioma confunden algunos con el otomí, que es el que vulgarmente se habla hoy en los chichimecas cristianos de San Luis de la Paz; pero que no era este el antiguo y propio de la nación, lo convencen muchos argumentos que no son propios de este lugar. Todo el terreno de Michoacán está entrecortado de montes, no muy altos, excepto el volcán de Colima, a cuya falda nace el río Nagualapa. Los aires son muy puros y templados, y el clima tan apacible y sano, que van allí muchos a convalecer y a recobrar las fuerzas. Los naturales son de buena estatura, vigorosos, vivos de entendimiento, de grande espíritu y muy aplicados al trabajo. Abunda el país en muchas raíces medicinales, de que otros han hablado por extenso, singularmente Laet en su descripción general de la América. Hay grande diversidad de pájaros, de cuyas plumas se adornaban, según el uso general de todo el nuevo mundo. Lo particular de Michoacán era el arte de pintar con las plumas de diversos colores, con tanta gracia y propiedad, que han sido las imágenes admiradas en la Europa, y presentes dignos de la persona de nuestros reyes9.
Los primeros pobladores de este bello país, es común opinión, fueron los mexicanos, que atraídos de la amenidad del sitio y comodidad de sus lagos, quisieron permanecer allí mientras otras de sus familias pasaban al Este, y que después corrompido el lenguaje y mudadas las costumbres, fueron sus mayores enemigos. En efecto, como dejamos notado, se ven hacia la costa del Sur muchas poblaciones que conservan aun sus nombres mexicanos, y en que se habla generalmente el mismo idioma. Ni sabemos que estribe esta opinión sobre otro fundamento; pero por lo que mira al centro de la provincia de Michoacán, —91→ no parece esto lo más natural. En lo interior de la tierra y al derredor de los grandes lagos, no se encuentran sino pueblos tarascos. Decir que este idioma es un dialecto del mexicano corrompido, no tiene alguna verosimilitud, porque siempre las lenguas originarias conservan mucha semejanza, cuando no en la pronunciación y terminaciones, a lo menos en las raíces con la matriz de donde descienden, como se ve en el portugués, respecto al castellano; en éste, en el francés e italiano, respecto al latino; en el inglés y holandés, respecto al alemán; en el siriaco, respecto del hebreo, y otros muchísimos, lo cual no se halla en las lenguas tarasca y mexicana. Antes sí es un grande argumento por el contrario, que la alteración del idioma nunca pudo ser tanta, que se inventaran nuevos elementos, y se añadieran nuevas letras a su alfabeto, como sería preciso confesar para sostener la pretendida corrupción, pues es una observación que se viene luego a los ojos, que los mexicanos carecen de la r, y usan mucho de ella los tarascos. Por estos y otros fundamentos sobre que hemos hablado más difusamente en otra parte, parece más natural discurrir que estos países fuesen poblados mucho antes de la venida de los mexicanos, que fueron, según hacen fe todas las antiguas historias, los últimos que vinieron a buscar establecimientos en lo que ahora llamamos Nueva-España: que estos a su pasaje se apoderaron de algunos parajes de la costa, sobre cuya conservación comenzaron las guerras con los tarascos, a quienes no podía dejar de dar celos la cercanía de una nación guerrera, cuya política, como en otro tiempo la de Roma, no tenía otro designio que el de engrandecerse sobre las ruinas de sus vecinos.
Sea de esto lo que fuere, ello es cierto que ninguna otra nación de estos reinos estaba en más bellas disposiciones para abrazar el Evangelio. Se conservaba entre ellos muy fresca con veneración la memoria de un antiguo sacerdote o sabio de su país, que ellos llamaban Surites. Este, muy al contrario de los demás sacerdotes de los ídolos, había procurado cultivar en sí mismo y en los suyos, aquellas máximas de honestidad y humanidad, que el autor de la naturaleza ha impreso con caracteres indelebles en el corazón del hombre. Todas las mañanas los juntaba y les repetía las mismas instrucciones, exhortándolos a que viviesen siempre atentos y cuidadosos para recibir unos nuevos sacerdotes y predicadores que les vendrían del Oriente, y les enseñarían a practicar de un modo más perfecto, cuanto él les predicaba. Dispuso que se celebrasen al año varias fiestas, dándoles en su —92→ lengua los mismos nombres con que las llama la Iglesia católica. Una intituló Perúnscuaro, que quiere decir Natividad; otra Zitacuaréncuaro, que significa Resurrección. Al pueblo en que vivió más constantemente, le quedó el nombre de Cromíscuaro; quiere decir, lugar de vigía o de atalaya; y una antigua tradición de aquellos naturales, afirma haber sido efectivamente aquel el lugar en que fue primeramente anunciada la ley de Jesucristo por boca de aquel varón apostólico fray Martín de Jesús, del orden de San Francisco. Cuando entraron los españoles reinaba en México, Tzintzunzan, corte de Michoacán Zintzicha, a quien los mexicanos, sea por elogio o por apodo, según las varias interpretaciones de los autores, llamaron Caltzontzin10, y que bautizado después, se llamó don Antonio, México no podía caer sin envolver en su ruina muchas otras ciudades. En efecto, unas por dependientes, otras por temerosas, enviaron sus embajadores, y se sometieron al vencedor. Caltzontzin, o llevado de una maligna alegría de ver abatida aquella rival, que le causaba tanta inquietud, o lo que es más cierto, por no traer sobre sí las armas victoriosas de Cortés, a que más que otros estaba vecino, determinó enviarle embajadores que lo felicitasen de su victoria, y a dársele por uno de sus más fieles aliados. Cortés los recibió con benignidad, les dio para su rey algunas preciosidades de Europa, y despachó con ellos dos españoles que ratificasen la alianza, y agradeciesen de su parte a su Majestad una demostración de tanto honor. El traje de los europeos, su color, sus maneras, y la relación que le hicieron los enviados, encantó a este príncipe; de suerte, que pensó ir en persona a visitar al conquistador. Los grandes del reino no llevaron a bien tanto exceso de confianza, y resolvió enviar un hermano suyo con otros embajadores, y algunos regalos del país. Hernando Cortés, detuvo a estos segundos algunos días más cerca de sí, y para hacerles formar a aquellos bárbaros alguna idea de la grandeza y majestad del rey su amo, los paseó por las ruinas de aquella gran ciudad: hizo navegar en su presencia los bergantines, jugar la artillería, hacer el ejercicio a la tropa, y llenos de espanto y de respeto, los despachó, y con ellos a Cristóbal de Olid con 100 infantes, y 40 caballos para que poblasen en el país, y trajesen a aquel monarca a la obediencia del de Castilla.
—93→En ninguna otra diócesis de la América hay tantos y tan grandes lugares de españoles. El maestre de campo Cristóbal de Olid dejó algunos de sus compañeros en Tzintzunzan, de que se fundaron después Pátzcuaro y Valladolid. La primera, por el primer obispo de Michoacán don Vasco de Quiroga, y la segunda por orden de don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva-España algunos años después. La de Colima la fundó el año de 1522 Gonzalo de Sandoval, y un año después a Zacatula Juan Rodríguez Villafuerte. La de San Felipe la fundó don Luis de Velasco el viejo para baluarte a las continuas invasiones que hacían en el país los chichimecas. La Concepción de Zelaya la fundó con el mismo motivo don Martín Enríquez por los años de 1570. Don Luis de Velasco el joven en su primer gobierno acabó de sujetar aquella nación inquieta con la fundación de San Luis Potosí y San Luis de la Paz. Fuera de estas, son grandes villas la de San Miguel, la de Zamora y la de León, y ciudad de Guanajuato. Paulo III por los años de 1536, erigió el obispado, cuya primera residencia estuvo en Tzintzunzan, antigua capital del reino. El ilustrísimo señor don Vasco de Quiroga por los años de 1544, pasó la Catedral a Pátzcuaro, que él mismo había cuasi fundado con más de treinta mil indios, y algunos españoles. Este gran prelado había nacido en Madrigal, y venido a las Indias de oidor de la real audiencia de México por los años de 1530. Electo obispo de Michoacán siete años después, es inexplicable el celo con que se entregó al bien espiritual y temporal de sus ovejas. Dispuso que todos los oficios mecánicos estuviesen repartidos por los distintos pueblos11, de suerte, que fuera de los destinados, en ninguno otro se profesaba aquel arte. En unos las fábricas de algodón, en otros las de pluma. Unos trabajaban en madera, otros en cobre, otros en plata y oro. La pintura, la escultura, la música para el servicio de los templos, todo tenía sus familias y poblaciones destinadas. Los hijos aprendían así el arte de sus padres, y lo perfeccionaban más cada día. La ociosidad no se conocía, ni el libertinaje, su fatal consecuencia. Todo el país estaba siempre en movimiento. Los pueblos se mantenían en la dependencia unos de otros. Esto fomentaba una caridad y un mutuo amor, y juntamente procuraba con el continuo comercio una —94→ abundancia grande de cuanto es necesario a la vida. ¡Qué no puede un gran talento, cuando desnudo de toda ambición e interés se dedica enteramente al bien y la sólida felicidad de sus hermanos! El santo obispo fuera de sus otras grandes limosnas, les procuraba y proveía de los instrumentos propios de sus oficios: les mandó traer buenos maestros; atendía él mismo a las fábricas de sus casas; corregía a los perezosos en su arte; animaba a los aplicados; finalmente, un hombre solo era la alma, y como el primer resorte de más de ciento treinta pueblos que en su caridad, en sus oraciones y en su sabia dirección, tenían puesto todo su amor y su confianza.
Inspiró a todo su rebaño un tierno afecto para con la Virgen Santísima. En cuasi todos los pueblos fundó hospitales dedicados a la misma Señora, en que cada semana entraban los sábados en la tarde una o dos familias, según el número de los enfermos a servir a la Reina del cielo en sus pobres. Antes de dedicarse a este oficio de tanta misericordia, se cantaba en la parroquia del pueblo la Salve, y salían de allí coronadas de guirnaldas de flores las personas que debían servir en el hospital aquellos ocho días. Iban por la calle, y entraban en él cantando las alabanzas de la gran Madre de Dios, que repetían en el mismo tono por las mañanas al levantarse. Lo más admirable y que no podía verse sin grande edificación, era la piadosa liberalidad con que dejaban a la casa, o todo, o la mayor parte de cuanto habían ganado en la semana, y la honestidad con que vivían aun los casados en aquellos días en que se creían como consagrados al culto de la reina de las vírgenes. Estableció en todas las parroquias determinado número de músicos y cantores para la decente celebración de los divinos misterios. Fundó para los hijos de españoles el Seminario de San Nicolás, que es incontestablemente el más antiguo de toda la América, bien que no ha fallado quien para sostener lo contrario haya pretendido borrarlo del número de los colegios seminarios. Solo rico en la misericordia supo hallar fondos para el fomento de todo su obispado, en lo que se negaba a sí mismo. Su palacio era una casa bastantemente estrecha. Su vestido interior no solo pobre; pero aun penitente. Su báculo, que se conservó mucho tiempo en nuestro colegio, de madera. Tal era el fundador de la santa iglesia catedral de Pátzcuaro, a cuyo ejemplo habían ya trabajado algunos años las religiones de San Francisco y San Agustín, cuando el venerable deán y cabildo sede vacante emprendieron fundar el colegio de la Compañía. Ofrecían aquellos señores 800 pesos —95→ en cada un año para alimentos; con más, 300 que había dejado de renta el señor don Vasco para un maestro de latinidad, y 100 para un predicador, de que quisieron se hiciese también cargo nuestra religión. Daban asimismo para iglesia de nuestro colegio, la que hasta entonces les había servido de Catedral, por haberse pasado el coro a una de las naves que estaba ya perfecta de la suntuosísima fábrica, que había emprendido el mismo venerable obispo. Para sitio de la fundación señalaron el que lo había sido del Cué, o Templo mayor de Pátzcuaro en tiempo de su gentilidad, junto con un grande bosque que había sido teatro de la alta contemplación y de las rigorosas penitencias del señor Vasco. Solo pusieron por gravamen (y no dejaba de serlo muy doloroso) que no habían de poner los jesuitas embarazo a la traslación del cuerpo de este santo prelado, si acaso llegaba a trasladarse a Valladolid la silla episcopal, como se había pretendido desde el tiempo del señor Morales.
El padre provincial pasó personalmente a Pátzcuaro, reconoció la comodidad y la importancia de fundar en aquel sitio, admitió la Iglesia, la casa, y los 800 pesos que habían querido ofrecerle. Respecto de los 400 para maestro de latinidad y predicador, respondió que no podían admitirse: que la Compañía tendría a grande honor servir a sus señorías en cátedra y púlpito; pero que siendo este uno de los ministerios esenciales de nuestro instituto, no podía recibir por ello estipendio ni limosna alguna: que por lo demás luego que llegase a México, enviaría sujetos que efectuaran la dicha fundación, la que desde entonces admitía en nombre del reverendo padre general, de quien tenía para este efecto singular comisión. El ilustre Cabildo agradeció al padre Pedro Sánchez la pena que había querido tomarse de ir en persona a tratar de aquel asunto, quedó muy edificado de la religiosidad y desinterés de la Compañía, y le suplicó que si no había en ello inconveniente alguno, se sirviese señalar por uno de los fundadores de aquella casa al padre Juan Curiel; añadiendo que su voz en esta parte era la de todo aquel pueblo, que no podía carecer sin dolor de un hombre, cuyos talentos, religiosidad y dulzura habían robado el corazón de todos los ciudadanos. Luego que llegó a México el padre provincial, señaló al padre Juan Curiel, por superior de la nueva residencia, al padre Juan Sánchez por rector del seminario: al hermano Pedro Rodríguez, recién llegado de España, para una clase de gramática; y para la escuela de niños y cuidado de lo temporal, al hermano Pedro Ruiz de Salvatierra —96→ uno de los que poco antes habían venido de la Habana. Fueron recibidos en Pátzcuaro con demostraciones de muy sincera alegría; sin embargo, en medio de la buena voluntad de aquellos ciudadanos, no quiso el Señor que se zanjasen los cimientos del nuevo colegio, sino en humildad y pobreza. No tenían más casa que unos aposentillos desacomodados, vecinos a la sacristía de la iglesia. No había con que comenzar el edificio, ni con que dar nueva forma a lo edificado, porque era menester que pasase el año para cobrarse la renta prometida. Muy breve con la muerte de un anciano prebendado, cayó sobre los padres el trabajo de predicar en la Catedral. Alternábanse los dos sacerdotes las mañanas de los días festivos, sin dejar por eso de predicar también en nuestra iglesia, donde eran muy floridos los concursos, y grande la frecuencia de Sacramentos. Añadíase el cuidado de dos clases de gramática y el servicio del hospital, a que eran frecuentemente llamados.
[Pretensión de colegio en Oaxaca] Apenas se había dado cumplimiento a la fundación del colegio de Pátzcuaro, cuando fue forzoso acudir a otro muy distante de la primera, y de no menor utilidad. Mientras el padre Pedro Sánchez estaba en Michoacán, vino a México D. Antonio Santa Cruz, canónigo de la santa iglesia catedral de Oaxaca, hombre activo y de quien había fiado varios importantes negocios aquel ilustre cabildo, bien inclinado, y por su mucho caudal en estado de ejecutar cuanto le sugería su ánimo piadoso. En el tiempo que le obligaron a detenerse en esta capital las comisiones de que venía encargado, observó cuidadosamente la conducía de los jesuitas. Pareciéronle hombres apostólicos, y cuyo establecimiento podría ser de mucha utilidad a su patria. Determinó declararse con el padre Diego López, rector del colegio y vice-provincial en ausencia del padre Pedro Sánchez, a quien se pasó luego la noticia. [Fundan en Oaxaca] Esta le hizo apresurar su vuelta de Pátzcuaro, y ofreciéndose el señor Santa Cruz, a fundar el colegio de Oaxaca, despachó en su compañía a los padres Diego López y Juan Rogel, para que reconociesen la tierra y determinasen lo más conveniente a la gloria del Señor y servicio del público. Fueron recibidos en la ciudad los padres con grande acompañamiento y concurso de lo más florido de ella, que sin noticia suya les había prevenido su ilustre conductor. No solo era esto motivo la mortificación a la modestia y religiosidad de nuestros misioneros, sino también de un interior desconsuelo, sabiendo bien que no es este el modo con que suele recibir el mundo a los predicadores de la verdad, —97→ y que el abatimiento, la contradicción12 y la pobreza, son la librea del Redentor, y el carácter de sus verdaderos discípulos. Pasaron inmediatamente a dar la obediencia al ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Bernardo de Alburquerque, obispo de aquella ciudad, del orden de predicadores, hijo, y uno de los más celosos operarios de indios que había tenido aquella religiosa provincia, varón de una sencillez evangélica y de muy sanas intenciones. El canónigo Santa Cruz los hospedó en su misma casa, desde donde procuraron luego informarse del afecto e intenciones de los republicanos, y del fruto que podían hacer en la ciudad, y se resolvió el padre Diego López a admitir en nombre del padre provincial aquella fundación. Comenzaron de allí a poco con las previas licencias, que gustosamente les había concedido el Ilustrísimo, a ejercitar los ministerios. Confesaban y predicaban en la Catedral, no teniendo aun propia iglesia, ni habiendo otra en que poderlo hacer.
[Contradicción con el motivo de las cannas] Los padres Diego López y Juan Rogel, eran sujetos de mérito y doctrina muy relevante, y muy acostumbrados al manejo de estas armas espirituales. Eran grandes los concursos, y a su proporción el fruto en los oyentes. Tanta estimación acabó de inclinar el ánimo piadoso de don Antonio Santa Cruz. Hizo donación a la Compañía de unas casas muy acomodadas, adjuntos unos grandes solares, que ofrecían un sitio muy apropósito para la fábrica de iglesia y colegio. Muchos ricos ciudadanos comenzaron a hacernos gruesas limosnas, ofreciendo cuidar con sus caudales en todas las necesidades de la casa. [Persecución de los jesuitas en Oaxaca] Esta bonanza y felicidad no podía dejar de prorrumpir en una borrasca espantosa. Por desgracia, el sitio y casa que había dado el señor Santa Cruz caía dentro de las cannas de uno de los conventos de la ciudad. Los religiosos de aquel orden no tenían alguna obligación de saber las particularidades del instituto de la Compañía, ni los privilegios especiales con que habían querido honrarla los Soberanos Pontífices, siendo una religión recién venida a la América y aun al mundo. La justa defensa de sus privilegios les hizo recurrir al señor obispo. Se mandó reconocer el terreno, y efectivamente se halló comprendido el sitio en las ciento y cuarenta cannas privilegiadas. El Ilustrísimo llevado de la justicia de la causa que le parecía incontestable, se opuso abiertamente al establecimiento de la Compañía. Les negó el púlpito de —98→ su catedral. Cada día más agrio, viendo que alegaban sus privilegios, les suspendió las licencias de predicar y confesar en toda su diócesis. Los fijó por públicos excomulgados, y prohibió bajo censuras y penas pecuniarias, que nadie los tratase ni ayudase con su persona o bienes al asunto de la fundación. El canónigo Santa Cruz, más propio por su buen corazón para emprender obras de piedad, que para sostenerlas con entereza, se mostró arrepentido de la donación que había hecho, temiendo al señor obispo, cuya indignación creyó le podía traer muy tristes consecuencias. Aunque la donación se había celebrado con todas las formalidades, y se le podía obligar en justicia a su cumplimiento; sin embargo, no juzgó el padre López que podía ser de mucho provecho un hombre de este carácter. Cedió todo el derecho adquirido, y fió enteramente de la Divina Providencia. La ciudad estaba toda dividida en facciones, y la inconstancia de don Antonio no hizo sino acrecentar el partido de los que nos miraban con amor. Muchos secretamente por evitar el escándalo del pueblo, visitaban y socorrían frecuentemente a los padres.
[Conducta edificativa de los padres y su recurso] En medio de esta horrible tempestad fue un espectáculo de mucha edificación; primero, el silencio, después la moderación y mansedumbre en las defensas, más admirable aun que el silencio mismo. Se había procurado por todos los caminos que dictaba la prudencia y la caridad, que la voz de la verdad llegase hasta los oídos del celoso pastor; pero se hallaban cerrados todos los conductos. Entre tanto, se divulgó falsamente por la ciudad que los padres iban a ser violentamente arrojados de su casa y aun de todo el obispado. A esta voz se conmovió todo el afecto de nuestros partidarios. Se quitaron resueltamente la máscara, tomaron las armas, y hubo algunos que pasaron la noche en las vecindades de nuestra casa. El noble ayuntamiento de la ciudad se declaró desde aquel día enteramente a nuestro favor. El padre Diego López, viendo que con los medicamentos suaves se encanceraba más la llaga, y que todo caminaba ya a un rompimiento escandaloso, tomó la resolución de partir a México, y presentarse por vía de fuerza al señor virrey como vice-patrono de toda Nueva-España, al señor arzobispo y real audiencia. Estos señores, que en caso semejante acontecido en México, se habían informado del instituto y privilegios de la Compañía, dieron una sentencia muy favorable y pronta. La real audiencia pronunció que hacía fuerza el Ilustrísimo. El señor arzobispo como juez de apelación revocó la sentencia, alzó la excomunión y restituyó a —99→ los padres el libre ejercicio de sus ministerios. El excelentísimo señor don Martín Enríquez mandó a las justicias de Oaxaca asistiesen a la Compañía y la mantuviesen en la posesión de aquel sitio. Mucho ayudó al feliz éxito de esta importante negociación el grande afecto de todo el cabildo secular de Oaxaca, y la actividad de don Francisco de Álvarez, uno de sus miembros, encargado de aquel ilustre cuerpo de defender en los tribunales de México, en nombre de la ciudad nuestra causa. Esta sentencia y órdenes se remitieron a Oaxaca con muchas cartas, en que los mismos jueces y otras personas de respeto, encargaban a su Ilustrísima que mudase de conducta con los jesuitas, a quienes preocupado de siniestros informes, no había tenido lugar de conocer; que el tiempo le mostraría cuán fieles coadjutores le eran en el oficio pastoral. Cuando estas cartas llegaron ya las cosas habían tomado otro semblante. Había llamado el señor obispo al padre Juan Rogel, hombre dotado de extraordinaria apacibilidad y dulzura, y a quien el haber sido compañero de aquellos ilustres jesuitas que habían muerto en la Florida a manos de los bárbaros, y partido con ellos las apostólicas fatigas, lo conciliaron la veneración y el respeto de cuantos le trataban. Le mostró este la bula del señor Pío IV. Diole la razón en que se fundaba de poder tener bienes raíces los colegios de la Compañía, y estarle absolutamente prohibido por su instituto recibir estipendio por alguno de sus ministerios. Que esta misma razón había bastado en Zaragoza, en Palencia, y últimamente en México para sufocar desde sus principios toda semilla de discordia, y habría bastado también en Oaxaca si se hubiera querido dar nidos a sus proposiciones de paz. Sobre todo, Señor, (añadió) para que vuestra señoría ilustrísima vea que la Compañía ha recurrido a tribunal superior, no con espíritu de contradicción a los sentimientos de vuestra señoría ilustrísima, sino por la defensa de sus privilegios apostólicos y restitución de su honor ultrajado; conviene que vuestra ilustrísima no ignore como tenemos ya renunciado el sitio que nos había dado don Antonio Santa Cruz, queriendo antes perder el derecho que nos daba una donación por su naturaleza irrevocable, y que hacía todo el fondo de nuestra subsistencia en Oaxaca, que el que padeciese porque lo era nuestro insigne bienhechor, o se incomodase alguna de las sacratísimas religiones.
Este discurso hizo todo el efecto que se podía desear en el ánimo recto y sincero del señor Alburquerque. Vuelto de sus preocupaciones, reconoció la justicia de los padres, su desinterés y su humildad. Les —100→ agradeció la cesión que habían hecho del sitio que hasta entonces verosímilmente ignoraba. Alzó luego la excomunión y dio franca licencia para el ejercicio de los ministerios. No contento con esto quiso dar aun pruebas más claras de su sincera reconciliación, y ejemplo a sus ovejas del aprecio que debían hacer de la Compañía. Escribió al padre provincial Pedro Sánchez para que volviese a Oaxaca el padre Diego López, y que enviase con él algunos otros padres, para cuya morada dio unas casas en mejor sitio, y más acomodadas que las que habían dado ocasión a aquel disturbio. Todo el tiempo de su vida se valió de los jesuitas para cuantos arduos negocios se ofrecieron a su mitra, y finalmente, en manos de nuestros operarios, de quienes quiso ser singularmente asistido en su última enfermedad, entregó su alma al Criador en 23 de julio de 1579. Los religiosos, desengañados y persuadidos a ejemplo del seño obispo, quedaron después, y han sido siempre los que más se han empeñado en favorecernos. Los republicanos que hasta allí nos habían socorrido, lo hicieron con mayor esmero y liberalidad en lo sucesivo. Distinguiéronse mucho don Francisco Alavez, don Julián Ramírez y don Juan Luis Martínez, deán de la santa iglesia catedral. Este último que sobrevivió muy poco a nuestro establecimiento en Oaxaca, dejó al colegio trescientos pesos de renta en cada un año, y que del remanente de sus bienes se fundase a cargo de la Compañía un colegio seminario con la advocación de San Juan; y caso que no tuviese efecto se distribuyese en obras pías, según la voluntad de los albaceas. Fundose el seminario, y fue su primer rector el padre Juan Rogel. Con estos fondos y algunas otras limosnas, el padre Pedro Díaz, que por enfermedad del padre Diego López había sucedido en el gobierno de la nueva fundación, comenzó la fábrica bastantemente capaz y cómoda, y quedó en pacífica posesión la Compañía a fines de aquella primavera.
[Bula del señor Gregorio XIII] Este éxito tuvieron las contradicciones de la Compañía de Jesús en Oaxaca, glorioso por la favorable sentencia obtenida en los tribunales más respetables de toda Nueva España; más por el reconocimiento y honorífica recompensa del mismo prelado don Bernardo de Alburquerque, por la tranquilidad y honras que le siguieron con el aplauso y benevolencia de toda aquella nobilísima ciudad, e incomparablemente más, por haber merecido la atención de la cabeza de la Iglesia, el Santo Pedro Gregorio XIII, en la bula que fue expedida con ocasión de esta fundación, y comienza Salvatoris Domini, —101→ honrosa a la Compañía y a esta religiosísima provincia13.
Se mandó asimismo de la curia pontificia una citatoria al señor obispo de Oaxaca, para que dentro de dos años hubiese de parecer personalmente en Roma a dar razón de su conducta. El original se conserva aun en el archivo de aquel colegio; pero estando ya el Ilustrísimo no solo desimpresionado, sino hecho aun insigne bienhechor de aquella casa, no pareció notificarla y volver a atizar el fuego apagado.
[Descripción de la ciudad de Oaxaca] Con tan sensible protección del cielo, comenzaron los dos padres a trabajar con grandes concursos, fruto y aplauso de toda aquella gente. La ciudad sola ofrece un campo dilatado. Es grande y poblada de muchos españoles. Los indios son los más vivos, cultos y ladinos de toda Nueva-España. El temple, aunque cálido, es muy sano, muy bellas aguas y mucha fertilidad del terreno. A la ciudad dieron sus fundadores el nombre de Antequera, por no sé qué pretendida semejanza con la de España. Le concedió Carlos V el título de ciudad por los años de 1532. Cuando entraron en ella los primeros jesuitas, no había sino muy pocos templos; en el día cuenta dos conventos de Santo Domingo, uno de recoletos de San Francisco, de San Agustín, de la Merced, de San Juan de Dios, del Carmen, de Belén, Oratorio de San Felipe Neri, cuatro conventos de monjas, un colegio de niñas, dos seminarios, fundaciones de los ilustrísimos señores don fray Bartolomé de Ledesma y don Nicolás del Puerto, dos hospitales, y como otras nueve o diez iglesias de diversas advocaciones. La iglesia del convento de Santo Domingo es la mejor fábrica de toda Oaxaca. Tomás Gage hace montar su tesoro a tres millones. La Soledad es muy bello templo y un santuario de mucha veneración. El plan de la ciudad es muy hermoso, sus calles bastantemente anchas y tiradas a cordel. Tiene al Poniente el marquesado o valle de Oaxaca, de donde toma el nombre común la ciudad, y sobre que dio Carlos V a Hernando Cortés el título de marqués del Valle, año de 1525. Al Oriente el valle de Tlacolula, al Norte el monte San Felipe, y al Sur el valle de Zimatlán. No lejos está el pueblo de Xalatlaco, de indios mexicanos, de que cuidó algún tiempo la Compañía, hasta que por justos respetos se descargó de su cuidado. La Catedral la comenzó don Sebastián Ramírez de Fuenleal, gobernador y presidente de la real audiencia de México. Se —102→ erigió en silla episcopal por nuestro Santísimo Papa Paulo III en 21 de junio de 1535, bajo el título de la Asunción de nuestra Señora. Fue el primer obispo don Juan López de Zárate, por muerte de don Francisco Jiménez que no llegó a consagrarse. Ha tenido esta Catedral más obispos americanos que ninguna otra iglesia de Nueva-España. El ilustrísimo señor don Juan de Cervantes por los años de 1609 trasladó a ella del puerto de Aguatulco la Santa Cruz que allí se venera en una hermosa capilla.
El obispado alcanza del Seno mexicano al mar del Sur, y confina con el de Chiapa y de los Ángeles. Del uno al otro mar corre como ciento veinte leguas, cincuenta o poco más por la costa del Golfo y como ciento por la del mar Pacífico, desde los Mosquitos hasta la embocadura del río Tlacomama y montes de Ixquiteque. Dos grandes ríos, entre otros muchos menores atraviesan cuasi todo su territorio, y entrambos corren de Sureste a Nordeste a desembocar en el Seno mexicano, de Alvarado y Goazacoalco. En estas dos poblaciones se han fabricado tal vez muy buenos y fuertes barcos en los años pasados. Enriquecen a estas provincias el cacao, el añil, el algodón, la miel, cera, seda, y sobre todo la grana o cochinilla, que cultivan solos los indios por privilegio que han obtenido de nuestros reyes católicos. Las principales poblaciones de españoles son San Ildefonso, que llaman de los Zapotecas, como veinte leguas al Este Nordeste de Antequera sobre el río de Alvarado, y hasta allí se conducen desde la costa de Tacotalpa, río arriba los efectos de la Europa. La fundó Alonso de Estrada. Santiago de Nexapa dista de Oaxaca como veintidós leguas al Este, sobre un río del mismo nombre que desagua en el de Alvarado. La villa del Espíritu Santo, fundada por Gonzalo de Sandoval el año de 1522 sobre el río de Goazacoalco en la costa del Seno mexicano, y cuasi en los confines de Tabasco, dista como noventa leguas de Antequera. El río de Goazacoalco nace cerca de la costa del mar Pacífico, al pie de una alta serranía que de Sur a Norte, corta todo el obispado, y acaba en el Promontorio o Sierra de San Martín, tan conocida de cuantos navegan las costas de Nueva-España. Fuera de estas grandes poblaciones la de Tehuautepeque, puerto del mar del Sur, como a cincuenta leguas de la capital, cuasi en los confines de la provincia de Socunusco, a los 15 grados y algunos minutos de latitud septentrional. El puerto de Aguatulco a la misma costa, a los 16 grados cortos de latitud. Mantienen estos dos puertos comercio con el Perú. El de Aguatulco fue saqueado —103→ por el inglés Francisco Drake, según se cree, en aquel viaje en que dio vuelta a toda la tierra, atravesando por el famoso estrecho de Magallanes. Conforme a esta tradición, y la relación de viajes que tenemos de este célebre náutico, debió ser por los años de 1578, gobernando aun el señor don fray Bernardo de Alburquerque, pues sabemos que emprendió su viaje a la mitad del año de 1577.
[Santa Cruz de Aguatulco] Algunos le atribuyen segunda invasión en el puerto de Aguatulco por los años de 1586. Dicen haber hallado el lugar desocupado que los habitadores habían huido y asegurado en los montes sus familias y sus bienes. Desfogó su cólera en las pobres casas, e intentó quemar una Santa Cruz que desde tiempo inmemorial se conservaba en aquel sitio, que se hizo después cementerio de una iglesia. La acción nada desdice de la religión y el carácter de los más celosos luteranos. Refieren algunos que estuvo tres días haciendo diferentes tentativas para reducirla a cenizas, o hacerla inútiles pedazos. Vueltos de su fuga los moradores después que se hizo a la vela, hallaron sin lesión alguna la Santa Cruz en medio de otros muchos leños que había consumido el fuego. Se procuró autorizar en las mejores formas el suceso, y creció la veneración tanto, que desde fines de algunos años hubo de trasladarse, como dijimos, a la Catedral, en que se le hace anualmente una solemne fiesta el día 14 de setiembre. No carece de fundamento discurrir que fuese el autor de este atentado el famoso Tomás Candich célebre pirata de los mares de la América. De él concuerdan todos los autores y relaciones de viajes, que fue el tercero que dio vuelta al mundo por el estrecho de Magallanes, que asaltó, saqueó y quemó el pueblo e iglesia de Aguatulco el año de 1586. Esto hemos dicho, sin embargo de la común opinión que atribuye tan negra acción a Francisco Drake. Uno y otro era muy a propósito para insultar a la verdadera religión; la tradición del prodigio queda en su vigor. El vulgo pudo confundir groseramente los nombres o creer que era el mismo pirata que allí había estado ocho años antes. Nadie les envidiará la preferencia; pero por el segundo está más clara la cronología. La cruz se dice ser de una madera muy pesada y diferente de todas las de aquella provincia. Es constante y piadosa tradición haberla encontrado los primeros españoles colocada en las playas de Aguatulco, aunque se ignora desde cuando. Esto ha dado lugar a discurrir que alguno de los apóstoles o de sus inmediatos discípulos, hubiese predicado aquí el Evangelio en los primeros siglos del cristianismo, y con más verosimilitud —104→ cae la conjetura sobre el apóstol Santo Tomás. En las historias de la Isla española, del Paraguay, de Yucatán, del Cusco y del nuevo reino de Granada, hallamos no poco fundamento para discurrir que haya predicado este grande apóstol en nuestra América. Allégase lo que escribimos del Surita o sacerdote de Michoacán, y de las fiestas que desde la antigüedad celebraban. Por lo que mira a Aguatulco hay argumento aun más poderoso. Los indios, preguntados, respondieron que en tiempos pasados un extranjero de color blanco y barba venerable la había colocado en su costa, y que su nombre se conservaba aun en la provincia de los Chontales. Efectivamente, según escribe fray Gregorio García, encontraron después de algunos años los religiosos del orden de predicadores, que entraron predicando el Evangelio hacia aquellas partes, que un pueblo de ellos tenía aun el nombre del Santo apóstol.
[Fundación de Oaxaca] Se fundó esta ciudad, según Gil González, por los años de 1622, y parece haber sido la ocasión y principio, el viaje que hicieron los españoles bajo la conducta del capitán don Pedro de Alvarado a la conquista de los reinos de Guatemala. Se tienen por unos de los primeros pobladores Juan Núñez Sedeño y Hernando de Badajoz. No sabemos que costase mucha sangre a los españoles su establecimiento en este país, ni que algún rey o potencia allí dominante les defendiese la entrada. Solo sabemos, que visitando después de algunos años su obispado el ilustrísimo señor don fray Bernardo de Alburquerque, lo visitó con grande acompañamiento y majestad una señora que se decía y era venerada de los naturales como reina o princesa de la sangre de los antiguos reyes Zapotecas. Esto escribe el reverendo padre fray Francisco de Burgos: y lo que no se puede dudar es, que era una nación de las más opulentas y pulidas de toda Nueva-España. Se fundó Antequera en el valle de Oaxaca, de cuyo nombre es comúnmente conocida en la América, y habiendo después el emperador Carlos V premiado los grandes servicios de Hernando Cortés con el título de marqués del Valle, en que quedaba comprendida esta nobilísima ciudad, los vecinos que eran aquellos mismos compañeros que le habían ayudado a la conquista de tan vastas regiones, rehusaron rendirle vasallaje. Cortés, cuán celoso de extender los dominios de la religión y de la corona, tan moderado y prudente en sus particulares intereses, no envidió a sus capitanes la arte que habían tenido en sus acciones inmortales. Cedió el derecho que le parecía tener sobre la ciudad, cesó en la construcción —105→ de un gran palacio que había comenzado a edificar como en la capital de su señorío y el rey católico no menos prendado de su bondad que lo había sido de su valor, le recompensó aquel terreno con los tributos de otras cuatro villas. Hay no pocos indicios de haber muchas minas de oro y plata en todo este obispado; pero los indios las han siempre ocultado, a lo que se cree, temerosos de lo que con ocasión de este tesoro saben haber acontecido a muchos otros pueblos de la América. Los temblores de tierra son aquí muy frecuentes, por lo cual nunca son muy elevados sus edificios. Se dice que eran más continuos y más fuertes antes de haber jurado la ciudad por su patrón a San Marcial obispo cuyo día es de precepto y se celebra con la mayor solemnidad. Se cuentan en toda la extensión de esta diócesis poco más de trescientos y cincuenta pueblos.
[Fábrica del colegio de México] Todo este campo se abría al celo de los padres Juan Rogel y Pedro Díaz, en cuyo lugar se había encomendado al padre Alonso Camargo el cuidado de los novicios en el colegio de México. Los viajes del padre provincial a Zacatecas y a Pátzcuaro, no le habían dado lugar a la ejecución de la fábrica que tenía proyectada del primer colegio de la provincia. Con la cantera que había dado el señor virrey, con la hacienda de Jesús del Monte de Llorente López, de donde podía sacarse todo el maderaje con un horno de cal a dos leguas de México, de que este mismo año hizo donación Melchor de Chaves, y con las limosnas, que aunque con mucho arte y recato, no dejaba de hacer cuantiosas don Alonso de Villaseca, emprendió el padre Pedro Sánchez la fábrica, que hasta hoy persevera, del colegio máximo de San Pedro y San Pablo, la más suntuosa y capaz que hubo por entonces en México. Se delinearon en cuatrocientas y cuarenta varas de circunferencia, y ciento y diez de travesía cuatro patios. En el primero y principal se pesa al Sur el general de teología, al Oriente las clases de filosofía, al Norte el refectorio, y al Oeste varias piezas de portería y bodegas. Arriba sus tránsitos y aposentos correspondientes, menos por el lado del Norte que ocupa una hermosa y bien poblada librería. En el segundo patio se colocaron al Este las clases de gramática, al Sur el general para las funciones literarias y la clase de retórica, al Norte algunas piezas para los mozos y surtimiento de las haciendas, y arriba sus respectivos tránsitos con aposentos de uno y otro lado, menos al lado del Norte que lo ocupa una grande y hermosa capilla de nuestro padre San Ignacio. Los otros dos patios los parten por arriba aposentos, y por —106→ abajo las demás piezas necesarias de sacristía, despensa, procuraduría, etc. Para iglesia se destinó el lado del Poniente de todo el cuadro donde la fabricó después el señor Villaseca, y se concluyó por los años de 1603, como en su lugar veremos. Ínterin que así crecía la fábrica material de la casa, crecían aun más los domésticos oficios de literatura y de piedad. Los dos maestros de latinidad se habían dado tanta prisa, ayudados de los excelentes talentos de este país, nacidos para las bellas letras, que en poco tiempo pareció necesario establecer nuevas clases. Se destinó para maestro de retórica al padre Vicencio Lanuchi, siciliano de nación, que a fines del año antecedente había venido a la América, y muy pulido en las letras humanas. Recitáronse varias piezas de sus ventajosos discípulos en presencia del señor virrey, que siempre procuró mostrar cuanto aprecio debe hacer de la educación de la juventud un príncipe y un padre de la república.
[Misión a Zacatecas y caso raro y ejemplar] Ni se olvidó el padre Pedro Sánchez entre tantas ocupaciones de la palabra que había dado a Zacatecas, bien instruido del ascendiente que se había adquirido sobre aquellos ánimos la energía y piedad del padre Hernando de la Concha, a quien desde la cuaresma del año antecedente, no se le daba otro nombre que el de santo, y el de apóstol de Zacatecas en ocasión en que tuvo bastante que trabajar su celo apostólico. Pocos días antes de su llegada, una de las personas de más caudal, le envió a predicar también este año. Con la opinión que se tenía de su virtud y el singular talento de la palabra, de que le había dotado el cielo, no predicaba vez que no ganase a Dios muchas almas. Llegó a Zacatecas en ocasión en que tuvo bastante que trabajar su celo apostólico. Pocos días antes de su llegada, una de las personas de más caudal y de más lustre en la ciudad, había recibido una pública afrenta, de que pedía en justicia la más rigorosa satisfacción. El agresor era hombre de igual carácter. Todo el vecindario estaba dividido en facciones. Había venido de la audiencia real de Guadalajara un oidor encargado de hacer justicia, y todo ardía en averiguaciones, en deposiciones y en odios. El padre había procurado por muchos modos sosegar los ánimos; pero había sido todo en vano, aunque uno y otro se habían mostrado siempre muy afectos a la Compañía y a su persona. Llegábase el fin de la cuaresma, y sentía vivamente el siervo de Dios haber de partirse de aquella su amada ciudad, dejándola en presa a la disolución y al escándalo. Recurrió instantemente al Señor, dobló sus austeridades en aquella semana santa, para que añadiese —107→ un nuevo espíritu y gracia a sus palabras. Con tan bellas disposiciones subió el viernes santo a predicar la Pasión del Salvador. Pintó con viveza aquella tempestad de oprobios y de afrentas, en que moría sumergido el Hijo de Dios, aquellas entrañas de dulzura y de caridad con que pidió a su Eterno Padre el perdón de sus enemigos. Lloraba el predicador, lloraba el auditorio. La persona ofendida que se hallaba presente, luchó por algún tiempo con los interiores movimientos de su corazón y repetidos golpes de la gracia, hasta que vencida de un ejemplo tan heroico, se levantó del lugar distinguido que ocupaba, y en alta voz concedió al agresor en pública forma perdón de la ofensa: desistió solemnemente de la acción que contra él había intentado, y con tanta edificación y consuelo del pueblo, cuanto había sido su escándalo, se compuso todo con tranquilidad, y el padre dio con notable sentimiento de todos la vuelta a México.
[Peste en México, año de 1575] Se necesitaba aquí de un hombre del carácter del padre Concha para lo mucho que había en que trabajar. En la primavera de este año de 1575 encendió en toda la ciudad una epidemia, cuyos tristes efectos experimentó muy breve toda Nueva-España. Los indios fueron la principal, o por mejor decir, la única víctima de esta espada del Señor. El padre Juan Sánchez, testigo de vista, y uno de los que con más actividad trabajaron en ella, asegura haberse por un cómputo muy prudente averiguado, que murieron más de las dos tercias partes de los naturales de la América. No bastando para sepulcros las iglesias, se hacían grandes fosas, y se bendecían los campos enteros para estos piadosos oficios. Se cerraban las casas, se destruían los pueblos cercanos por la falta de habitadores. En muchas partes postrados todos al contagio, nadie había que procurase a los enfermos la medicina y el alimento; y la sed, la hambre y la inclemencia, acababan lo que había comenzado la enfermedad. Quedaban los cadáveres en los campos, en las plazas, en los cementerios, y muchas veces faltando por muerte de todos los de la casa quien diese aviso a los párrocos, quedaban en sus mismas chozas, hasta que la caridad llevaba allá algunos piadosos, o el mal olor avisaba a los vecinos. Iban a visitarlos en sus casillas, y no se podían contener las lágrimas al ver la miseria e infelicidad de aquellas gentes sin asistencia y sin abrigo. Encontrábanse muchas veces los párvulos a los pechos de sus madres muertas, unos agonizando, y otros bebiendo ansiosamente la muerte en aquel humor corrompido. Venían funestas noticias a los señores arzobispo y virrey y demás magistrados, —108→ de los grandes estragos que en todos los contornos hacia la enfermedad, de la suma necesidad y desamparo de los vecinos. El virrey tomó luego las más prudentes y piadosas providencias. Dio por su mano muchas y gruesas limosnas, y más por las de muchos religiosos que podían informarse mejor de las necesidades de los indios. Se erigieron a su costa, y de muchos otros piadosos, nuevos hospitales, donde con grande liberalidad se les proveía de todo. El ilustrísimo señor don Pedro Moya de Contreras contribuyó igualmente en lo temporal y espiritual al alivio de los enfermos. Visitaba por sí mismo algunos de los hospitales. Dio licencia a los regulares para que pudiesen administrar el Santo Viático y la Extrema Unción, siendo muchos los que morían sin este celestial socorro, por la escasez de los ministros. Los jesuitas se repartieron por los diversos cuarteles de la ciudad.
De nuestra casa se llevaba a muchos el alimento. Salían los padres por las calles ayudados de los sirvientes del colegio, llevando las ollas, los platos y toallas. Entraban a las casas sin algún temor del contagio; repartían la vianda a los que tenían algún aliento; a los más era forzoso dárselas por su mano. Administraban la Eucaristía y Extrema Unción; sacaban de las casas los cadáveres, y les procuraban sepultura, no pudiendo aun ayudarlos de otra suerte por la ignorancia de su idioma. Solo pudieron aplicarse a oír confesiones has padres Bartolomé Saldaña, Juan de Tovar y Alonso Fernández, los tres primeros que se habían recibido en la provincia. El hermano Antonio del Rincón, cuanto le permitía su estado ayudaba a los moribundos, consolaba a los enfermos, y servia de intérprete para las necesidades que se ofrecían, y que ellos no podían expresar. Se señaló mucho entre los demás la caridad del padre Hernando de la Concha. Le cupo en suerte el barrio de Santiago Tlaltelulco, el más poblado de indios que había entonces en la ciudad. Eligió unas grandes casas para hospital, donde él mismo y sus compañeros conducían los enfermos. Su industriosa caridad les proveía de camas, de médicos, de botica y de enfermeros, de quienes él era el principal. Asistía con el médico a la visita, escribía los medicamentos y las horas; lo ejecutaba todo con una extrema puntualidad, y daba cuenta al otro día de cada uno de sus enfermos, como la madre más cuidadosa. El poco tiempo que le permitía esta piadosa y continua ocupación, daba vuelta a caballo por la ciudad para recoger limosnas, que todos le daban muy gustosamente para un destino tan piadoso. El señor virrey fuera de las grandes sumas de plata que le dio —109→ en diversas ocasiones, le mandó abrir su repostería y llevar las cajas de exquisitos dulces, y todo cuanto necesitase en este género para el regalo de sus pobres. Suplicó luego al padre provincial mandase algunos padres a Tacuba y otros lugares comarcanos, donde era más grande la necesidad por el mayor número de los indios, y mucho menor de los ministros. Repartiéronse algunos jesuitas con mucha prontitud y alegría por todos aquellos pueblos. Era un espectáculo de mucho dolor ver aquellas pobres gentes salir de sus casas huyendo de la muerte y encontrarla en los caminos, donde los hallaban a cada paso yertos, o ya acabando de la debilidad. Los padres Lenguas corrían incansablemente de choza en choza, con grande edificación de cuantos los habían conocido antes de entrar en la Compañía, que no cesaban de admirar tanto celo, con tanto abatimiento y pobreza. Los demás acudían al alivio de la salud corporal y administración de aquellos Sacramentos, que no pedían inteligencia del idioma. Veíanlos muchas veces llevar a las casas que servían de hospital, a los que caían en las calles, y sacar de sus chozas los cuerpos muertos a darles sepultura. Este utilísimo trabajo ocupó cuasi todo el año de 75, y una gran parte del siguiente.
[Estudios mayores] Mientras que repartidos por los barrios de la ciudad y pueblos vecinos así trabajaban nuestros operarios, los maestros promovían con el mayor ardor y lucimiento los estudios de gramática y retórica. Los niños de 12 y 14 años componían y recibían era público piezas latinas de muy bello gusto en prosa y verso con grande admiración y consuelo de los oyentes, que confirmaban más cada día la común opinión de que amanece y madura más temprano la razón a los ingenios de la América. Con motivo de una juventud tan aventajada, pareció forzoso abrir los estudios mayores antes de lo que se había pensado. Destinose para el primer curso de filosofía el padre Pedro López de Parra, que lo comenzó efectivamente el 19 de octubre de aquel mismo año de 575.
[Año de 1576] Acabó el año y comenzó el de 76, haciéndose sentir cada día más pesada la mano del Señor sobre los pobres indios. Entretanto, se hacían en todas las iglesias fervorosas oraciones a su Majestad para que cesase el azote de su justicia. Se oían por todas partes las rogativas y plegarias. Se hicieron por disposición de los señores arzobispo y virrey varias procesiones, y algunas de sangre; se mandaban decir muchas misas; se hacían grandes promesas; todo fomentaba la piedad, y se dirigía a implorar por medio de María Santísima y de los santos la misericordia —110→ del Señor. Finalmente, se dispuso traer del Santuario de los Remedios la estatua de Nuestra Señora, que bajo este título se venera tres leguas al Oeste de la ciudad. Una antigua tradición lleva haber sido hallada por un indio llamado Juan esta Santa Imagen, veinte años después de la conquista de México, y diez de la milagrosa Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Verosímilmente en aquella noche, en que oprimidos de la multitud los españoles, se vieron precisados a salir fugitivos de México, y hacer asiento en aquellas alturas, algún soldado la ocultó entre la maleza, donde se le fabricó después un suntuoso y riquísimo templo. El recurso que siempre se ha experimentado muy [...]14 Soberana Imagen, le ha hecho dar el nombre de los Remedios. En la ocasión de que vamos hablando, se manifestó muy bien cuán justamente le ha dado la devoción este título. Vino la Señora acompañada del Señor don Martín Enríquez, real audiencia, ayuntamiento y lo más lucido de la ciudad; del ilustrísimo señor arzobispo, cabildo eclesiástico, clero y religiones, con hachas en las manos por todas aquellas tres leguas hasta la Catedral, donde por nueve días se le cantaron misas con la mayor solemnidad; se le hicieron muchas y cuantiosas oblaciones con la experiencia de haberse luego comenzado a disminuir, y a poco tiempo enteramente apagado la fuerza del mal.
[Peste en Michoacán] Este no se había contenido precisamente en los límites del arzobispado de México. Puebla y Michoacán entraron a la parte de esta fatalidad. En Michoacán, puede decirse, fue donde hizo menos estrago por la providencia de los hospitales, que como vimos, había fundado en cuasi todos los pueblos de su jurisdicción don Vasco de Quiroga. Con la cuidadosa asistencia de las familias que se alternaban cada semana, y ayuda de los padres que se hacía sin notable incomodidad por estar muy cercano al colegio el hospital de Pátzcuaro, sanaron muchos y se preservaron muchos más. Del número de los nuestros fue don Pedro Caltzontzin, nieto del último rey de Michoacán. Este, admirado de la constancia y fervor de los padres, singularmente del padre Juan Curiel, se arrojó a sus pies pidiendo ser admitido en el colegio a servir, como decía, todo el resto de su vida a unos hombres a quien tanto debía su nación. La perseverancia en estos ruegos a pesar de las modestas repulsas del padre rector, mostraron, bien que era una vocación particular del cielo. Fue admitido: suplía el oficio de maestro de escuela, cuando la obediencia empleaba en otros ministerios al hermano Pedro Ruiz, y dentro de pocos meses, tocado del contagio, —111→ lleno de una extraordinaria alegría, de paz y tranquilidad, recibido con asistencia de nuestra comunidad los Sacramentos, murió víctima de la caridad en servicio de sus hermanos. Hiciéronsele en el colegio exequias correspondientes a sus nobles cunas, y yace sepultado en el sepulcro de los de la Compañía con grande agradecimiento de los indios que lo miraban como heredero de la sangre y del amor de sus antiguos soberanos.
[Muerte del padre Juan Curiel] A esta muerte siguió otra mucho más sensible del padre Juan Curiel, primer rector de aquel colegio. Había servido a los enfermos con una aplicación muy sobre sus débiles fuerzas. Apenas le dio este trabajo algunas treguas: hizo un viaje muy ejecutivo a México a principios del año. Volvió a Pátzcuaro a las tareas de Cuaresma. Al bajar del púlpito un viernes, en que su celo le había encendido más de lo ordinario, sin tomar algún leve descanso, se sentó a oír confesiones, y se levantó herido de un pasmo mortal, que lo arrebató después de diez días de paciencia y de edificación. Era natural de Aranda del Duero, diócesis de Burgos. La pobreza de sus padres le obligó a mendigar en Alcalá para concluir sus estudios. En la Compañía estuvo cuatro años sin hacer los votos por un continuo dolor de estomago, a que su humildad solo halló remedio, haciendo voto de servir por su mano la comida a los pobres en la portería de les colegios. Leyó curso de artes antes de ordenarse en Ocaña, y no sin particular providencia pasó a México. Más de una vez revestido del espíritu de Dios amenazó con repentina muerte a los pecadores, y el infeliz suceso siguió siempre a sus amenazas. Su celo le arrojó la indignación de un libertino poderoso que puso públicamente las manos en el venerable sacerdote. Dios volvió por su honor y su carácter. Aquel infeliz acabó desastradamente dentro de pocos días, y el padre lo pagó sus alientas con asistirle hasta el último suspiro que dio en manos de la desesperación. Una mujer hermosa y rica con pretexto de confesarse, le solicitó lascivamente. Huyó el casto José, admirado, como después contó con gracia, que no le hubiese defendido de aquel peligro su semblante, que era efectivamente muy poco agradable. Una leve murmuración no se oyó jamás de sus labios, ni se halló más alhaja en su aposento, dice el padre Juan Sánchez, que vivió con él algunos años, sino los breviarios, el Rosario, y un vestido pobre. Tal fue el primer rector del colegio de Pátzcuaro, muy digno del aprecio que de él se hizo en todo el obispado. Los prebendados y el ilustrísimo y reverendísimo señor don fray Juan de Medina, —112→ que perdía, como dijo, el más fiel coadjutor de su mitra, asistieron, a su cabecera y a su entierro con lágrimas, que acompañaba toda la ciudad, y singularmente los indios. Quedó su rostro antes extenuado, desapacible y moreno, con un aire de gracia y de hermosura, que mostraba bien la dichosa suerte de su bella alma. No se halla en ningún impreso o manuscrito el día fijo de su muerte. Solo sabemos que fue por marzo, y domingo, aunque en nuestro menologio se pone su memoria el día 1.º de enero.
[Muerte del padre López] No bien enjugadas las lágrimas de un golpe tan doloroso al colegio de Pátzcuaro, sobrevino otro mayor al de México con la muerte del padre Diego López, hombre verdaderamente grande, y tan formado al espíritu de San Ignacio, que aun no habiéndose promulgado las reglas particulares de la Compañía, que se sacaron después del sumario de las constituciones, no se vio que faltase jamás a alguna de ellas. En Salamanca fue admitido en la Compañía, y de allí pasó por uno de los fundadores del colegio de Sevilla, donde brilló grandemente su caridad y celo con los presos y mujeres públicas, en quienes logró muchas y ruidosas conversiones. Se le debe la fundación del colegio de Cádiz, donde con algunos prodigios quiso el Señor acreditar su celo. Su grande teatro fueron las Canarias, donde pasó con el ilustrísimo señor don Bartolomé de Torres, de que hablamos ya en otro lugar. Fue señalado por San Francisco de Borja, por primer rector del colegio de México, y a costa de muchas fatigas fundó el de Oaxaca. Incansable en el confesonario, fervorosísimo en el púlpito, edificativo en sus conversaciones, prudente con sus súbditos, circunspecto con los seculares; siempre humilde, siempre tranquilo, siempre recogido, mereció bien el amor y veneración de toda la ciudad. Enfermó de un dolor cólico en la infraoctava, de la Epifanía; pero el dolor pareció ceder breve al cuidado de los me dices. El señor arzobispo le llevó consigo al campo. Aquí le acometió con tal fuerza, que con beneplácito de su ilustrísima, que tuvo la dignación de venirle acompañando, hubo de volver al colegio, donde a pesar de la más puntual asistencia, a pocos días entre las lágrimas y fervorosas oraciones de sus súbditos, entregó la alma al Señor. El Ilustrísimo cantó la misa en su entierro, que ofició la misa de la Catedral, y honró el cabildo eclesiástico y religiones. Murió de 45 años el 9 de abril de 1576. La religión de Santo Domingo, que aquel día no pudo asistir a sus exequias, mostró el alto concepto, que tenía de su virtud, haciéndoseles mucho unas solemnes al día siguiente en su imperial convento.
—113→[Fundación del colegio máximo] Hasta aquí este año no había traído sino calamidades muy sensibles Fundación a la nueva provincia; pero muy breve se tuvo el gran consuelo de ver sólidamente establecida en México la Compañía, y concluida la fundación de su colegio máximo. Este grande asunto causaba no poca inquietud a los padres. Con los cortos fondos que habían podido adquirirse, se emprendió una fábrica suntuosa. Aun cuando ésta hubiera podido concluirse, la pequeña hacienda de Jesús del Monte no era capaz de proveer a la subsistencia del colegio y noviciado. Se habían renunciado sitios muy oportunos y dotaciones cuantiosas, sin más esperanza que la que se tenía en don Alonso de Villaseca. Este había dado sitio, alhajas y mucho en dinero, y había razón de temer no se contentase con eso, creyendo que no se necesitase más, atendido el número actual de los sujetos, que sin embargo no podía dejar de crecer mucho. Si tenía otras intenciones, como no se podía dejar de presumir, no las había manifestado en 4 años, sino muy equivocadamente, aun en ocasión de ver que nos labraban iglesia los indios de Tacuba, y que se fabricaba ya el colegio a costa de nuestros pocos bienes. Por otra parte, él se había en la actualidad retirado a sus haciendas, y era muy recatado en sus palabras para que pudiesen sondearse y conocer sus designios. En tales dudas fluctuaba el ánimo del padre provincial, cuando recibió un propio del señor Villaseca, en que le decía pasase a verse con él en las minas de Ixmiquilpan. Allí le declaró como algo nos años antes que el virrey escribiese a su Majestad, él había dado orden a su hermano don Pedro Villaseca para que procurase traer a su costa los jesuitas a la América. El Señor, añadió, no quiso por entonces servirse de mi caudal para una obra de tanta gloria suya. La piedad del rey condujo a vuestras reverencias con mayor honra y comodidad, que yo hubiera podido procurarles. He dado lo que hasta ahora me ha parecido conveniente, con intención de dar más en tiempo oportuno. Este ha llegado para mí; y así declaro que es mi ánimo fundar en México el colegio, que ha de ser el principal y como la matriz de toda la provincia, si a vuestra reverencia pareciere aceptarlo. El padre Pedro Sánchez le dio las gracias por tan generosa piedad, y volvió a México a tomar el dictamen de los padres, con cuyo consentimiento partió a Ixmiquilpan, acompañado de un escribano, que autorizó el instrumento en la forma siguiente:
[Venida de nuevos compañero] Establecida así la fundación del colegio máximo de San Pedro y San Pablo, se pudo dar más prisa a la fábrica sumamente necesaria, así para la comodidad del noviciado y los estudios, como para la habitación de los sujetos, cuyo número se acrecentaba más cada día. A principios —115→ de setiembre llegó de España nueva tropa de operarios, enviados por el padre general Gerardo Mercuriano, tan aventajados en virtud y en letras, que se conoció bien el especial cuidado que desde sus cunas debió a su padre maestro reverendo esta religiosa provincia. Fueron estos el padre Alonso Ruiz, que vino por superior; el padre Pedro de Hortigosa, el padre Antonio Rubio; el padre doctor Pedro de Morales, el padre Alonso Guillén, el padre Francisco Báez, el padre Diego de Herrera y el padre Juan de Mendoza, con los hermanos Marcos García, Hernando de la Palma, Gregorio Montes y Alonso Pérez. Vino el padre Pedro de Hortigosa destinado a leer una de las cátedras de teología; pero no habiendo por entonces quien la oyese pareció más acertado por no carecer tanto tiempo de tan hábil maestro, que siguiese el curso de artes con los discípulos del padre Pedro López de Parra, o lo volviese a comenzar, como en efecto lo ejecutó el 19 de octubre de 1576. En Oaxaca se abrieron también las clases de gramática y retórica, que pasó a leer de México el padre Pedro Mercado.
FIN DEL LIBRO PRIMERO