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Max Aub manifestó una sincera y profunda estima humana y artística por Masip, como demuestra en la anotación correspondiente al 22 de septiembre de 1963 de sus Diarios: «Entierro de Paulino. (...) Murió de pena, olvidándose -queriendo olvidarse- del mundo; viéndose olvidado. El vacío en el que cayeron sus libros (yo lo saqué a flote, porque se lo merecía), el olvido en que le tuvieron los productores cinematográficos le amargaron el final de su vida, antes de hundirse en el desconocimiento. Pero lo que le podía más era España; callado. Debe quedar constancia en sus papeles. ¿Quién los publicará? Posiblemente nadie» (Diarios (1939-1972), edición de M. Aznar Soler. Barcelona, Alba Editorial, 1998, pp. 343-344).

 

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«Que su mundo no es infinito y deslumbrante, pero sí cálido, irónico, divertido, curioso y espontáneo, sí lleno de ternura, humor y comprensión por la condición humana»: GONZÁLEZ DE GARAY, M.ª Teresa, prólogo a su edición de El gafe o la necesidad de un responsable y otras historias, Biblioteca Riojana, N.º 3, Gobierno de La Rioja, Logroño, 1992, p. 16.

 

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Cfr. CABALLÉ, Anna, Sobre la vida y obra de Paulino Masip, Ediciones del Mall, Barcelona, 1987, p. 27: «En 1936 Masip estrena su tercera obra de teatro titulada El báculo y el paraguas. Indudablemente estamos ante un teatro convenientemente alejado (ignorante, quizá) de innovaciones y vanguardias pero muy ágil, y siendo asequible a una mayoría de público, no carecen de originalidad y voluntad de renovación sus planteamientos». «Los nombres de los persona jes -de resonancia masculina Ricarda y Lorenza, alegórico el de Benedito- son una muestra del carácter simbólico de su teatro capaz de aunar a un tiempo la estima de la crítica y el aplauso del público gracias a su sentido del humor y a un lenguaje, claro, lineal, sin estridencias». GONZÁLEZ DE GARAY, M.ª Teresa, op. cit., p. 4.

 

394

Cfr. CABALLÉ, Anna, op. cit., p. 24.

 

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«Obra que debía registrar un considerable éxito de taquilla y a la que se refiere Enrique Díez Canedo en la revista Hora de España». CABALLÉ, Anna, op. cit., p. 24. «De factura tradicional» la define la citada profesora. El artículo de Díez-Canedo se recoge exactamente en «Panorama del Teatro Español», Hora de España, Valencia, 1973, Barcelona, N.º XVI, abril 1938, Vol/V, p. 40. Para Díez-Canedo, la obra «no es gazmoña» y nos informa de que «el autor aplaudido en todos los actos, salió a escena con sus intérpretes. La acogida que obtuvo la comedia no pudo ser más franca y calurosa», op. cit., pp. 91-93. La opinión del gran crítico Canedo aquí se nos antoja más preñada de generosidad -lo que no es raro en él- que de certeza. La obra, como veremos posteriormente, y por lo menos desde una óptica actual, sí que adolece de cierta «gazmoñería», la habitual, por otra parte, en todo ese teatro de «tresillo» del que también participarán parcialmente otros dramaturgos «mayores» como Casona o Jardiel, preso, en los peores casos, de sus propias limitaciones y conformismos.

 

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«El autor dramático deja notar su presencia y los diálogos pasan a un primer plano. El diálogo, el monólogo, son recursos esenciales, únicos para representar lingüísticamente la acción dramática y Masip los domina y utiliza con frecuencia en sus narraciones construyendo el discurso de sus personajes con coherencia, como puede comprobarse en los distintos monólogos del protagonista de mentalidad matemática De quince llevo una, el palentino Modesto Roman», GONZÁLEZ DE GARAY, M.ª Teresa, op. cit., p. 36.

 

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Como corolario de lo aquí apuntado son especialmente significativos sus Apuntes aforísticos sobre el matrimonio (1941). Por ejemplo: «El soltero vive en una ciudad, el casado en una aldea. La vida de la ciudad es más extensa, la de la aldea más profunda, más entre las raíces verdaderas de la vida». Como apunta certeramente la profesora Teresa González de Garay «este género de los aforismos acerca la pieza de Masip a ciertas áreas de la prosa de Jardiel Poncela (recuérdense sus Textos para leer en el ascensor), del mismo modo que seguramente podríamos encontrar afinidades entre la obra dramática de ambos autores», op. cit., p. 26.

 

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Respecto a la posible misoginia de Masip, la profesora Teresa González de Garay, a la que seguimos nuevamente, apunta algo interesante: «El matrimonio preocupará al Masip escritor, y las mujeres en su relación con los hombres. Pero no deberá confundirse nunca la misoginia con el escepticismo irónico ante el feminismo militante, no deberá confundirse el verosímil y coherente retrato de unos concretos personajes femeninos poco recomendables [...] con la ideología general del autor. Mucho menos con su vida y experiencias personales», op. cit., p. 25. Como prueba de la ambivalencia sobre este asunto, recordemos este aforismo: «Lo he dicho más de una vez: querer ponerle vallas a la fantasía erótica femenina es como querer ponerle puertas al campo. El campo sigue abierto como antes y has echado a perder el paisaje», op. cit. Para Masip la relación hombre-mujer sólo cala hondo desde el fuerte compromiso ético de ambos y, por eso, le da al matrimonio su valor más prístino. Más allá de la convencionalidad social, el leridano bucea en la honda raíz bíblica del pacto. Con otras palabras, la erótica superficial, la carnalidad pura, si no va acompañada de compromiso vital es para Masip algo secundario. Ascetismo y rigidez de un temperamento tremendamente complejo y poco común en un país como el nuestro. Nosotros diríamos que lo que hay en Masip respecto al matrimonio es un espíritu reformador, depurador, trascendente, coherente con todo su «idearium existencial» que gira siempre en torno a la ejemplaridad y al compromiso con los demás.

 

399

Cfr. ANDIOC, René, Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII, Castalia, Madrid, 1987.

 

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Por ejemplo, para demostrar que la abulia es la característica más importante de Pedro en El báculo..., el propio personaje se define así: «(Severo) -¡Basta! ¡Basta! No seas estúpido. ¡Parece mentira que no me conozcas! Yo soy incapaz no ya de una traición, sino de ir de aquí a la esquina de la calle [...] por una mujer, por cualquier mujer, óyelo bien. No te hablo de mi castillo moral porque no hay ninguna necesidad de sacarlo a relucir para justificarlo. Me basta con mi abulia. Esto es un pleito entre tú y ella, recordarlo bien». El báculo y el paraguas, La Farsa, Madrid, 1936, p. 15.