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ArribaAbajo Posesión demoníaca, locura y exorcismo en el Quijote

Michael D. Hasbrouck



The Pennsylvania State University

Critics have proposed various explanations of Don Quixote's madness, such as an excess of melancholy or of choler. I argue in this paper that demoniacal possession is another possibility. In Don Quixote the protagonist's behavior often suggests possession by the devil; in fact other characters often confuse Don Quixote with the devil. I interpret an episode in II, 62 in which Don Quixote exclaims: «Fugite, partes adversae!» as a sort of exorcism; and I also examine the similarities between Don Quixote's trampling by swine (II, 68) and the most famous exorcism in the Bible.


Cuando una serie de damiselas tratan de animar a don Quijote al mostrarse éste rendido después de mucho baile, el «largo, tendido, flaco y amarillo» caballero responde: «¡Fugite, partes adversae!» (II, 62). Aunque críticos tales como Juan Bautista Avalle-Arce y John J. Allen han explicado que esta frase es «fórmula de exorcismo tradicional en la iglesia» (Avalle-Arce II, p. 525; Allen II, p. 498)211, no se ha estudiado la importancia de la posesión y el exorcismo en el Quijote. Tampoco se ha analizado el papel del diablo y de Dios en la locura y aventuras del héroe, aunque es bien sabido que la melancolía se relaciona con el diablo. Por consiguiente, el presente trabajo mostrará las conexiones que existen entre la posesión demoníaca, el exorcismo y los estados mentales de don Quijote.

Cualquier examen del papel del diablo y de Dios en el Quijote ha de tener en cuenta el pensamiento de Cervantes sobre el tema. Siempre ambiguo en sus obras, es difícil delinear con mucha certeza las creencias religiosas de Cervantes. Según Américo   —118→   Castro, «ofrece bastante dificultad reducir a cierto orden la actitud de Cervantes con respecto a la religión» (245212). Castro cree que Cervantes ni era «inquisidor» ni «liberal progresista», sino que era «el literato que hubo en España de carácter más abierto a las influencias universales» (255). Sin embargo, es seguro que Cervantes poseía un alto nivel de conocimiento bíblico. Juan Antonio Monroy ha demostrado los abundantes episodios e ideas procedentes de la Biblia que aparecen en el Quijote213.

En el pasado, los estudios sobre la locura y la recuperación final de don Quijote, como los de Otis H. Green y Daniel Heiple, se han centrado en las causas físicas, particularmente el desequilibrio de los humores214. El objetivo de este estudio no es refutar dichas ideas, que son muy válidas, sino añadir otra posible lectura del origen de la locura del héroe.

Hasta el momento no se ha explorado la conexión entre el desequilibrio mental del protagonista y la posesión demoníaca. Esta idea puede coexistir con la teoría de los humores, puesto que según el Malleus maleficarum, los diablos pueden agitar las percepciones interiores y los humores de tal modo que lo imaginario parezca real (50)215. La Biblia, y el Nuevo Testamento en particular, es una fuente rica de casos de posesión demoníaca y de exorcismo. De hecho, sólo en los evangelios se encuentran casi 50 referencias, normalmente relacionadas con Jesucristo. Según Robert Petitpierre, algunas de las manifestaciones de esta posesión   —119→   en el Nuevo Testamento son «... Phantasy, falsehood, wrong judgements and decisions and general atomization and destructiveness,...» (17216). Carlos Lisón Tolosana, en su reciente libro Demonios y exorcismos en los Siglos de Oro, ha demostrado que durante la época de Cervantes había una profusión de estos fenómenos, tanto en la sociedad en general como en la literatura217. Cervantes mismo incluye muchos personajes y lugares diabólicos, e incluso intercala una novela en Los trabajos de Persiles y Sigismunda que aborda dichas experiencias218. Por otra parte, no hay que dudar que Cervantes escribe durante la Contrarreforma y que su conocimiento del tema era amplio.

La importancia de este aspecto en su época se muestra en la publicación por la Iglesia católica del Rituale Romanium en 1614 que establecía reglas al respecto. Adolfo Rodewyk indica que el Rituale Romanium especifica que un exorcista ha de ser capaz de distinguir entre los síntomas de la posesión demoníaca y los de la melancolía (19)219. Otra publicación eclesiástica de la época fue el Manuale Exorcismorum también de 1614. Según Rodewyck, algunos de los síntomas encontrados en el Manuale son un comportamiento violento y también «... a great restlessness which does not permit the person in question to remain in one place and prompts him or her to withdraw from society» (66). También afirma Rodewyk que la verdadera posesión demoníaca incluye «... the appearance of the Devil as a separate, second personality aside from that of the possessed» (16). Otro síntoma que según Martin Ebon es clave para la identificación de posesión demoníaca es la repugnancia ante lo sagrado (93)220.

Cuando una persona o aún un lugar muestra estos síntomas, se considera que está bajo la posesión demoníaca y se hace necesario el exorcismo. Normalmente éste se realiza con un simple mandato al demonio para que salga en el nombre de Dios. Según Petitpierre, cualquier cristiano, y aún no-cristiano, puede   —120→   convertirse en exorcista con tal de que invoque el nombre de Cristo (21). Otros dos elementos importantes del exorcismo los constituyen el agua bendita y la señal de la cruz. (Petitpierre, 21; Rodewyck, 167.)

Después de una cuidadosa relectura del Quijote y considerando todas estas proposiciones, surgen interesantes paralelos entre la posesión demoníaca, el exorcismo y el estado de don Quijote y se ve que la relación entre el diablo, Dios y don Quixote cambia a través de la novela. En la primera parte del Quijote las fuerzas demoníacas ejercen un control casi completo sobre el héroe. La segunda parte, sin embargo, se caracteriza por la lucha entre el diablo y Dios por la posesión de su alma; lucha que gana Dios, ya que don Quijote experimenta un lento proceso de exorcismo que termina con su liberación y su renacimiento como «Alonso Quijano, el Bueno».

En primer lugar, hay que mencionar la conexión que se establece entre los demonios y las ideas expresadas en las novelas caballerescas que había leído Alonso Quijano. Esta conexión se expresa en varias ocasiones, sobre todo antes de la purga de los libros. El cura afirma que «Encomendados a Satanás y a Barrabás sean tales libros» (I, 5), y luego denuncia «las endiabladas y revueltas razones» (I, 6) expuestas en el Amadís de Grecia. Antes de la purga, la sobrina de Alonso Quijano le entrega al cura y al barbero una escudilla de agua bendita y un hisopo al tiempo que dice «-Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de que les queremos dar echándolos del mundo» (I, 6). Esta acción de expulsar a los demonios con la ayuda de agua bendita muestra paralelos con el exorcismo, al mismo tiempo que la quema de los libros recuerda la quema de brujas.

Del comportamiento violento, otro síntoma demoníaco, hay numerosos ejemplos en la primera parte del Quijote y no es necesario enumerarlos. Sin embargo, si se combina la violencia con la repugnancia hacia lo sagrado o lo religioso, la posesión se hace más evidente. Después del episodio de los molinos de viento, dos frailes benedictinos montados en mulas, un coche, cuatro o cinco personas a caballo y dos mozos de mulas a pie tienen la desgracia de cruzarse con don Quijote. Sancho, temiéndo que su señor esté a punto de atacarlos, le advierte, «que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engañe» (I, 8). Don Quijote no presta atención al aviso y carga contra los dos   —121→   frailes. Lo significativo es que el héroe ataca a los frailes, que simbolizan lo religioso, y no a los que van a caballo, que debieran haberle recordado más a los caballeros andantes. Después del ataque, cuando don Quijote intenta hablar con las damas del coche, éstas huyen de él «haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas» (I, 8). Otro asalto contra figuras religiosas ocurre cuando el caballero y su escudero se encuentran con un grupo de clérigos que escoltan un cadáver hacia Segovia. Igual que en el caso anterior, don Quijote «los apaleó a todos y les hizo dejar el sitio, mal de su grado, porque todos pensaron que aquél no era hombre, sino diablo del infierno que les salía a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban» (I, 19). En los dos casos se ve, pues, no solamente violencia contra figuras religiosas, sino también la identificación de don Quijote con el diablo221.

Aparte de los sucesos apuntados que muestran la relación entre don Quijote y el diablo, existen otros ejemplos en los cuales varios personajes le asocian con el demonio. Hay una conversación interesante que acontece en Sierra Morena. Hablando de la penitencia de su señor, Sancho dice que está en el purgatorio, a lo cual don Quijote responde, «Mejor hicieras de llamarle infierno, y aún peor, si hay cosa que lo sea» (I, 25). A continuación, don Quijote demuestra su amplio conocimiento de casi todo y Sancho proclama, «Digo que de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no hay cosa que no sepa» (I, 25). Después del episodio de Sierra Morena, el caballero y su escudero regresan a la venta donde se quedaron antes.

Esta vez sucede la famosa batalla con los cueros de vino y el ventero declara, «-Que me maten... si don Quijote, o don diablo, no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto...» (I, 35). Aparte de estos ejemplos, don Quijote mismo se vincula con el demonio en dos ocasiones. En la jaula rumbo a su pueblo, Sancho le informa que son el cura y el barbero los que lo han encarcelado y él replica, «¿Cómo han de ser católicos si son todos demonios que han tomado cuerpos fantásticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado?» (I, 47). Es significativo que no simplemente destaque que los demonios le han puesto en la jaula, sino que indique que son los causantes de su estado. Cuando le sueltan, don Quijote inicia una   —122→   discusión con un cabrero que acaba en una pelea. El cabrero gana con facilidad y nuestro héroe afirma, «-Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mías...», (I, 52). Es decir, en su opinión, el demonio se convierte en el «hermano» que le ha puesto en tal estado.

En el exorcismo se necesita la ayuda de Dios para liberarse de los demonios y aquí se atisba esta posibilidad. Cuando el barbero y el cura elaboran un plan para hacer que don Quijote regrese a su casa, Maritornes declara que rezará un rosario para que «Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habían emprendido» (I, 27). Sancho también le encomienda a su señor a Dios diciendo «así Dios le saque de esta tormenta...», (I, 49). Cuando por fin llegan a su pueblo, su sobrina y la criada «pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates» (I, 52). Estas fuerzas divinas irán cobrando cada vez más poder a lo largo de la segunda parte del libro hasta el desenlace final con la completa liberación de los demonios y la vuelta de Alonso Quijano.

En la primera parte se delinea, pues, una asociación entre don Quijote y las fuerzas diabólicas, ya que muestra muchas señales de estar poseído por el demonio. El caballero andante carece de control sobre sus propias facultades y hasta ataca a figuras religiosas. Además, muchos personajes, incluso él mismo, lo equiparan con el diablo. El demonio es quien, física y simbólicamente, le ha «encarcelado» en el estado que padece. Sin embargo, la segunda parte presenta ciertas diferencias. Don Quijote aparece mucho más reflexivo y no pierde tanto el control. También, mientras que la primera parte contiene muy pocas discusiones teológicas, la segunda está repleta de ellas. En ésta aparecen físicamente varias figuras diabólicas que pretenden provocar a don Quijote, en un intento de mantener el control sobre él.

Se entabla así una lucha entre Dios y el diablo que se manifiesta de muchas formas. Varios personajes se refieren a las dos personalidades de don Quijote, lo cual, según ya mencionamos, es otro de los síntomas de posesión. Él que lo comenta con más frecuencia es el Caballero del Verde Gabán. Hablando de don Quixote con su hijo dice que «le (Quijote) he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos...»; (II, 18). Sancho lo describe   —123→   así también, «-¡Válate Dios por señor! Y ¿es posible que hombre que sabe decir tales, tantas y tan buenas cosas como aquí ha dicho, diga que ha visto los disparates imposibles que cuenta de la cueva de Montesinos?» (II, 24). De estas dos personalidades, es la cuerda la que poco a poco recobra vigor.

Se nota también un cambio en las encomendaciones de don Quijote: mientras que en la primera parte se encomendaba a Dulcinea antes que a Dios, en la segunda parte es al revés222. Esto se ve por primera vez en el episodio de los leones cuando «... se fue a poner delante del carro, encomendándose a Dios de todo corazón, y luego a su señora Dulcinea» (II, 17). Después de este suceso, Don Quijote nunca más se encomienda a Dulcinea antes que a Dios.

Al hablar de exorcismo se vio que es imprescindible pedir ayuda a Dios y ya se mencionaron dos ejemplos en la primera parte. En la segunda, estas súplicas ocurren con mucha más frecuencia. Antes de que don Quijote y Sancho se vayan de su pueblo, el cura suplica: «¡Dios te tenga de su mano, pobre don Quijote; que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!» (II, 1). A pesar de que Sancho consiente en irse de escudero otra vez, no lo hace sin cierto recelo. De hecho, sugiere una vía alternativa. «-Quiero decir... que nos demos a ser santos,... Así que, señor mío, más vale ser humilde frailecito, de cualquier orden que sea, que valiente y andante caballero; más alcanzan con Dios dos docenas de disciplinas que dos mil lanzadas...», (II, 8). Sancho cree que Dios puede ayudarles, y a la vez, se está dando cuenta de quién todavía controla la situación: «¡El diablo, el diablo me ha metido en esto; que otro no!» (II, 9). Es decir, el diablo y Dios se disputarán el alma de don Quijote en el resto de la novela.

Hay otros episodios que merecen un análisis más detallado. Resulta interesante notar, como ya se ha apuntado, que en la segunda parte se presentan materialmente figuras diabólicas para provocar al protagonista. El primer caso tiene lugar cuando don Quijote y Sancho se cruzan con el carro de las Cortes de la Muerte, conducido por el mismo diablo. Este diablo simboliza el estado de don Quijote y según Ruth El Saffar, «The Devil driven   —124→   wagon portrays Don Quijote's state well, for the Devil represents those forces that, when systematically repressed, run rampant, causing the conscious personality no end of dismay and perplexity. The Devil feeds on the illusion-creating capacity of the unchained ego,...» (95223). Esta escena muestra que poco a poco el héroe va liberándose de sus fantasías y de sus demonios porque a pesar de que el diablo lo provoca, no ataca ni al diablo ni al carro. En vez de atacar, habla con ellos, acontecimiento impensable en la primera parte. El diablo reta a don Quijote al ver que no consigue la reacción que esperaba de él. Ni siquiera el reto tiene efecto y don Quijote, después de pensarlo bien, decide no responder. Progresivamente, va recobrándo el control del que carecía en toda la primera parte.

Otra escena de importantes connotaciones es la bajada a la Cueva de Montesinos. Juan Bautista Avalle-Arce lo concibe como un viaje simbólico al infierno224. Al volver de su viaje, el héroe cuenta que ha conocido a dos caballeros presos allí por Merlín, el hijo del diablo. Es decir, el diablo encadena a todos los que creen en sus propias ficciones. Al oír la fantástica historia que relata don Quijote, Sancho nuevamente establece una brecha entre Dios y las fantasías de su señor: «Bien se estaba vuestra merced acá arriba con su entero juicio, tal como Dios se le había dado, hablando sentencias y dando consejos a cada paso, y no agora, contando los mayores diparates que pueden imaginarse.» (II, 23). Por eso ruega a Dios otra vez que le ayude a su señor: «¡Oh señor, señor, por quien Dios es, que vuestra merced mire por sí, y vuelva por su honra...», (II, 23) Pero, como se verá, el diablo todavía no ha concluido su trabajo.

La siguiente figura diabólica que aparece en la novela es el mono adivinador que, según don Quijote, está «en concierto con el demonio» (II, 25). En este momento habla con Sancho y le dice que sólo Dios lo sabe todo y que el diablo es el enemigo. Ante esta actitud, el diablo vuelve a sus provocaciones, y esta vez con éxito. Don Quijote demuestra que todavía no está «exorcizado» cuando pierde el control y ataca a los títeres destruyéndolos por completo.

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Otra figura diabólica aparece durante la estancia del caballero y el escudero con los duques. Los duques, que han leído la primera parte del Quixote, tienen muchas ganas de participar en una de sus aventuras. Puesto que ahora el caballero muestra más control sobre sí mismo, los duques deciden crear circunstancias que le remitan a su previo mundo ficticio con el objetivo de provocar entretenimiento. Uno de los acontecimientos que ponen en escena, muestra al mismo diablo en el papel principal, dando órdenes para el desencantamiento de Dulcinea. Aunque don Quijote dice que cree en el desencantamiento, parece que el diablo va perdiendo su poder porque el de este episodio no es ni poderoso ni muy malo. De hecho, incluso invoca a Dios y a su conciencia. De ahí que Sancho afirme que este demonio es «hombre de bien y buen cristiano, porque, a no serlo, no jurara en Dios y en mi conciencia.» (II, 34). En todo lo que queda de la novela, don Quijote nunca más pierde el control de sí mismo.

La gran cantidad de discusiones teológicas de la segunda parte constituye otro aspecto que indica la preponderancia que va adquiriendo Dios. Una de las que mejor ilustra el acercamiento de don Quijote hacia Dios, ocurre cuando aquél le ofrece consejos a Sancho sobre su futuro papel de gobernador. En una conversación plagada de referencias religiosas, Sancho acaba por proclamar que «más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno» (II, 43). A lo cual responde don Quijote que «Por Dios Sancho... que por solas estas últimas razones que has dicho juzgo que mereces ser gobernador de mil ínsulas:... encomiéndate a Dios...», (II, 43). Los demonios que habían poseído la mente de don Quijote, poco a poco son reemplazados con pensamientos sobre Dios.

Este hecho se manifiesta de nuevo en el episodio con el bandido catalán, Roque Guinart. Don Quijote intenta convencer al bandido del error de sus actividades diciéndole que: «vuestra merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco a poco y no de repente y por milagro...»; (II, 60). Si el consejo se aplica a su propia condición, se deduce que esto es precisamente lo que le está ocurriendo. Progresivamente, Dios va curando al héroe y sólo quedan dos episodios para completar su «exorcismo».

Don Quijote y Sancho entran en Barcelona en un día muy importante, el día de San Juan. Según las antiguas tradiciones paganas, la noche de San Juan celebra el solsticio de verano, en   —126→   la cual la gente quema hogueras para ahuyentar a los espíritus malos (Frazer, 622-32)225. La siguiente noche los anfitriones dan una gran fiesta, acontecimiento muy significativo para este estudio, en honor del héroe. Las invitadas bailan tanto con don Quijote que éste se desmaya de agotamiento y cuando los invitados intentan levantarle, les grita «¡Fugite, partes adversae!» (II, 62). Esta exclamación es clave porque, según afirma Avalle-Arce y Allen, es parte de una fórmula usada en los exorcismos (Avalle-Arce II, p. 525; Allen II, p. 498). Es decir, la combinación de las súplicas a Dios y esta exclamación constituyen los ejes del proceso de exorcización de don Quijote.

El último episodio para la liberación total está relacionado con el caso más importante de exorcismo en el Nuevo Testamento puesto que se menciona en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, en el cual Jesucristo ordena a los demonios que poseen a un hombre que entren en una piara de cerdos. «Y le rogaron todos los demonios, diciendo: Envíenos a los cerdos para que entremos en ellos. Y luego Jesús les dio permiso. Y saliendo aquellos espíritus immundos, entraron en los cerdos...», (Marcos, 5, 12-13). La relevancia de este caso radica en el paralelismo con el capítulo 68 cuando una piara de cerdos atropella a don Quijote y Sancho, y Don Quijote reconoce que «esta afrenta es pena de mi pecado...», (II, 68). Esta acción se puede considerar la etapa final del proceso de exorcismo porque poco después don Quijote por fin llega a su pueblo y a su casa y después de dormir muchas horas se despierta y se declara curado. «Bendito sea Dios, que tanto bien me ha hecho... Ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído: ya por misericordia de Dios, escarmentado en cabeza propia, las abomino» (II, 74). Así Alonso Quijano ha cerrado un círculo. El protagonista, después de haber sido un don Quijote poseído por el demonio, ha vuelto a ser Alonso Quijano tras someterse a un lento proceso de exorcismo.