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Caridad de la mujer mexicana

Concepción Gimeno de Flaquer





La mujer mexicana practica el bien por exquisita ternura de su magnánimo corazón, y no por hacer alarde de filantropía. Ella brilla más que por esas virtudes ostentosas que parecen imponer la admiración, por los méritos callados que todos ignoran, por las virtudes modestas que no buscan elogio.

La ilustrada Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz, acaba de tener una feliz idea en beneficio de los niños indigentes, una de esas ideas que, cual todos los grandes pensamientos, emana del corazón; crear una casa de socorro que se denominará: Asilo para los hijos de Obreras.

En efecto, nada más generoso que pensar en esos desgraciados seres en quien nadie piensa; nada más humanitario que proteger a los hijos de la obrera. El mísero jornal de esta no le permite atender a todas las necesidades de sus pequeñuelos; mas desde hoy no estarán abandonados, la bella mano de una virtuosa dama les ofrece protección, no pueden ser desgraciados.

La noble misión que se ha impuesto la Sra. Romero Rubio de Díaz es fatigosa, pues reunir lentamente los óbolos que ofrece la caridad, es empresa ardua. Ella no desmayará en su difícil obra, porque la emprende con entusiasmo, y este le inspirará la constancia necesaria para darle cima. En cambio recibirá mil bendiciones de las madres que le deban el amparo de sus hijos.

La noble iniciativa de la mujer mexicana ha venido de donde debe venir siempre el buen ejemplo, de lo alto, pues ha partido de la esposa del Exmo. Sr. Presidente de la República. Sean nuestras líneas una excitativa a las damas mexicanas para que cooperen con sus donativos y se pueda realizar en breve la fundación del Asilo. ¡Aplausos y bendiciones a la iniciadora de tan sublime proyecto!

Siempre se distinguió la mujer por la caridad: no nos sorprende se consagre a practicarla con tanto entusiasmo la mujer mexicana. La mujer mexicana, tímida para exhibirse en publicó y para promover fiestas sociales donde pudiera lucir su belleza y sus galas, no vacila ante las mayores dificultades para socorrer al infortunio. Sus tiernos y generosos sentimientos centuplican sus fuerzas físicas; tan cierto es esto, que aquí, donde no existen corporaciones religiosas, no se ha echado de menos a las sublimes hijas de San Vicente de Paul, porque la mujer mexicana, tan tierna como virtuosa y abnegada, sabe reemplazar a la Hermana de la caridad cuando las circunstancias lo exigen.

Todos los establecimientos benéficos que existen en la República, a excepción del Asilo de Mendigos y de los creados por el Gobierno, se deben a la iniciativa de la mujer.

La mujer mexicana, que recibe todas las ideas de los nobles impulsos de su corazón, ha presentido la forma más elevada que puede darse a la caridad: la creación de escuelas para párvulos. En estas escuelas donde se protege a los niños que la pobreza de sus madres les obliga a abandonar, reciben los inocentes caridad material y espiritual. En esas escuelas se viste al desnudo y se ilustra al ignorante, en esas escuelas se les ampara contra la desgracia, se les escuda contra el vicio, se les hace odiar el pecado y amar la virtud.

Muchas son las damas de esta simpática tierra que se han impuesto el deber de velar por la infancia desvalida. Las socias del Apostolado de la Oración, cuya Presidenta es la Sra. D.ª Esther Pesado de Villaurrutia, han creado un Asilo para párvulos. También existe una asociación de Señoritas, cuya base fundamental es reunir semanariamente fondos para comprar juguetes y repartirlos entre los niños del Hospicio. Para haber ideado una asociación que se proponga tan generosos fines, se necesita ser madre, sobre todo madre mexicana. Solo el corazón de una madre puede comprender que dar juguetes al niño que carece de ellos, es hacerle una limosna de amor; es llevar a su alma una ráfaga de felicidad.

La Señora que más se ha distinguido, por su incansable perseverancia en fundar escuelas, ha sido la inteligente mexicana D.ª Emeteria Valencia de González. ¡Pocos potentados saben distribuir su fortuna con el acierto que ella! Mientras otras ricas dan lo que les sobra, después de haber derrochado un caudal en pueriles satisfacciones de vanidad, la Sra. González, que no conoce otra ambición que la del bien, se priva de las galas que tanto anhela nuestro sexo, para aumentar la dotación de sus escuelas.

Dotada la Sra. Valencia de González de cuantos elementos alcanza una gran fortuna, podría brillar en la vida del beau monde, pero ella busca el retiro anhelando pasar inadvertida. Esto no lo consigue en absoluto, porque la prensa, propagadora de toda acción laudable, suele ocuparse de la Sra. Valencia de González, ya para anunciar que ha fundado una nueva escuela, ya para decir que ha distribuido premios de aplicación entre los párvulos que se educan bajo su protección en Celaya y Salamanca. Ella es la Providencia visible de los niños de Guanajuato.

¡Benditas sean las calladas, las modestas virtudes de la mujer mexicana!





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