Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Antonio Skármeta, mucho más temprano que más tarde

Sergio Ramírez





Le digo a Antonio, camino del Instituto Iberoamericano en el autobús, que le voy a hacer una entrevista para mis periódicos de Centroamérica y lo coge a broma, cómo nos vamos a andar entrevistando entre nosotros. Cuidate, pues, le advierto, con lo que de ahora en adelante decís, porque todo se va a volver materia periodística. Pero todas nuestras pláticas desde su llegada a Berlín a finales de marzo, porque viene a quedarse por un año, invitado por el mismo programa cultural de escritores residentes en el que yo participo, darían para un volumen completo, o más; primero en el suntuoso hotel Gerhus del Grünewald, un hotel para pensionados ricos, donde lo colocaron a falta aún de alojamiento definitivo, con Cecilia su mujer y sus dos hijos varones, uno de los cuales se llama Beltrán, como el poeta nicaragüense, se lo hago ver; un hotel donde se sentían como en uno de esos escenarios decadentes de Luchino Visconti, buenos los salones dorados para filmar una película, decíamos, y resultó que Peter Lilienthal, el director de cine, alemán a medias y a medias uruguayo, nos contó que ya había filmado allí una; y luego en la vieja villa junto al Wansee donde funciona el Literarische Colloquium, una especie de centro de recreo para escritores berlineses, y de alojamiento provisional para escritores visitantes, y que Peter Lilienthal nos informa sirvió durante la era nazi como una clínica de los Lebensborn de Himmler, donde, cruzando oficiales nazis arios con muchachas arias, se quería conseguir al «hombre nuevo»; en su apartamento, finalmente, de la Bundersrat Ufer que domina una vista del canal, y que no les habían entregado porque estaba desocupándolo Marcel Broadthers, el gran artista belga contemporáneo, la vista del canal que mi mujer y yo ya conocíamos, desde la misma ventana, porque está en el documental sobre d Broadthers estrenado en la Galería Nacional de Berlín, al abrirse su exposición retrospectiva.

Y en fin, dónde no, siempre con Lilienthal hablando de la película que terminaron de rodar en Portugal, Reina la tranquilidad, que Peter dirigió y de la que Antonio escribió el guion, un guion hecho a golpe de máquina, sobre la marcha, mientras se improvisaban las escenas, con muchos exiliados chilenos prestándose para extras, y legítimos militares portugueses, en el papel del ejército represivo chileno, con uniforme distinto, claro; una película financiada por el Segundo Canal de televisión alemana y por un productor francés, rodada con el apoyo del gobierno de Portugal, y con actores principales alemanes, franceses, españoles, portugueses, en una variedad de lenguas que solo una banda nueva de sonido podrá resolver. O en mi casa, con Ariel Dorfman, otro de los jóvenes profetas de la diáspora, que llega desde París para dictar en el Instituto Iberoamericano de la Universidad Libre una serie de charlas sobre Supermán y sus amigos del alma y el Pato Donald, descifrador e intérprete de los comics, un experto en esas inocencias de doble fondo.

Le digo también a Antonio que entre nosotros, en Centroamérica, ya se había ganado su público con Desnudo en el tejado, la colección de cuentos premiada en Casa de las Américas en 1968, y publicada después por Sudamericana de Buenos Aires, y ese mismo día que le propongo la entrevista, medimos concienzudamente al bajar del autobús, la extensión de su cuento «Desnudo en el tejado», el que da título al libro, a ver si es más corto que el de Augusto Monterroso, «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», pero pierde el de Antonio por una sílaba. Después vino Tiro libre, editado por Siglo XXI, y una antología de sus cuentos se publicó en Chile, por Quimantú, en un tiraje popular de 50000 ejemplares de los cuales se habían vendido en dos semanas más de 20000, solo en el país, y ya no se siguieron vendiendo porque entonces, esto era en 1973, pasó lo que pasó, y el sobrante del tiraje, junto con muchísimos otros tirajes, cientos de miles de ejemplares, pasaron al crematorio de la papelera nacional. Pero esa fue su gran experiencia: encontrarse con estudiantes, con obreros, con dirigentes sindicales, con pasajeros de autobús, que lo habían leído, que se interesaban por lo que escribía; la experiencia de saber que la literatura no era un fenómeno limitado a los iniciados, sino que adquiría una dimensión múltiple.

Otra vez se va a hacer una antología de sus cuentos en Argentina, donde vivió antes de venirse a Alemania, una antología que el editor quería llamar Fumicino y otros cuentos, porque el año pasado Antonio publicó un reportaje de 10 páginas sobre el asalto de un comando palestino al aeropuerto Fumicino de Roma, que él vivió como pasajero en tránsito, un reportaje sobre la gente atrapada involuntariamente en el suceso y no sobre los autores, que le valió múltiples traducciones, y lo que es mejor, varios meses de subsistencia después de su salida de Chile. Su novela, centrada en los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular, saldrá este año, Soñé que la nieve ardía, se llama. Y aquí, en Berlín, se prepara para muchas cosas.

Berlín, mayo de 1975.





Indice