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La Restauración, suele decirse no sin razón, devuelve el país al «orden». Pero, de hecho, no se trata de una «vuelta» atrás, sino que la Restauración «cristaliza», por así decirlo, la larga y difícil marcha hacia el poder económico y social de la burguesía española. Desde luego que, por tanto, en la Restauración persistirán muchos comportamientos e ideas, así como contradicciones, que vienen de lejos. Hablaremos aquí, por ejemplo, de personajes (burócratas, señoritos) cuyos modos de comportamiento privado y social están ya formados antes de 1875. La abstracción que separa una época histórica de otra, basada en claras diferencias reales, siempre puede ser contestada desde la perspectiva de lo mucho que continúan a través de épocas históricas diversas residuos ideológicos y de comportamiento, por ejemplo. La noción de «nueva» estructura, por tanto, no debe excluir la de la continuidad del siglo XIX, que Galdós veía muy bien. Pero así como Galdós entiende que su tiempo no puede confundirse con el de Mesonero Romanos, ve claramente que, arrancando desde poco antes de 1868, entre 1875 y 1880 se establecen los fundamentos económicos (naciente industria, finanzas) y políticos (nueva constitución, política de turnos) que hoy conocemos perfectamente bien y que, a pesar de profundas contradicciones, harán de la España de la Restauración una sociedad muy distinta de la anterior a «la Gloriosa» de 1868, según lo ven varios narradores de Galdós y Galdós mismo, especialmente en su artículo famoso de 1870 acerca de la novela española. A ello me he referido con más detalle en un par de artículos (sobre periodización en las contemporáneas y sobre las novelas de Torquemada) que citaré más adelante en otros contextos.
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Digo «en apariencia» porque, obviamente, Torquemada en la hoguera no parece anunciar las otras tres novelas de Torquemada, que no se escribirán hasta cuatro y seis años después.
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Extraordinario ejemplo de esta idea es el largo capítulo II de la Primera Parte de Fortunata y Jacinta, dedicado por Galdós a echar «un vistazo histórico sobre el comercio matritense».
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Hasta tal grado (y como claro anuncio de lo porvenir) que son, primero Pi y Margall, y luego Salmerón (este con la ayuda del general Pavía) quienes reprimen la Cantonada en Levante y Andalucía. Poco después, claro, será Pavía quien, con el golpe del 3 de enero de 1874, resuelva el «caos» no ya del cantonalismo, sino de la República.
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Pero no con los socialistas. A quienes proponían el «armonismo», Jaime Vera, Pablo Iglesias y otros socialistas de entonces, calificaban de «inocentes», «utopistas» y, lo que es más grave, de «lacayos» de la clase dominante. Cf. Información oral y escrita, practicada en virtud de la Real Orden del 5 de diciembre de 1883 (Madrid, 1889 y 1890) (Iglesias).
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Máximo Manso no es krausista, según proponen algunos. Sin embargo, parece claro que tiene ciertos ideales pedagógicos afines a los de los krausistas. (Blanco Aguinaga El amigo Manso).
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Véanse las excelentes páginas que sobre el asunto escribe Gilman (Cap. IV).
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En Fortunata y Jacinta (487), aparece brevemente y sin venir a cuento de nada una Refugio, «la querida de Juan Pablo [Rubín]». Se nos dice que asistía a una tertulia de gente modesta en un café de su barrio y que se «daba mucho lustre, tomando aires de señora, alardeando de expresarse con agudeza y de decir gracias que los demás estaban en obligación de reír». Podría ser Refugio Sánchez Emperador, o no serlo. De serlo, no dice mucho de su éxito en la vida el haber pasado de amantes de cierta alcurnia (según se deduce por cosas que le dice a Rosalía en La de Bringas) a serlo del lamentable y pobretón Juan Pablo Rubín.
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Véase, por ejemplo, el espléndido Capítulo 7 de La desheredada, titulado «Tomando posesión de Madrid».
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Véanse, especialmente, los extraordinarios Capítulos 45-48 de La de Bringas.