371
Ibíd., p. 163; argumento que defiende con un texto de Tito Livio al que «sólo falta el verso para ser verdaderamente poesía». Luzán discute el término versos frente al de «medida de palabras»; el primero comprende al segundo, según él. Más adelante, en pp. 341 y ss., discute sobre el metro y las rimas, así como sobre los versos sueltos. Sobre la distinción entre prosa y verso en el siglo que nos ocupa, véase el estudio de José Domínguez Caparrós, Contribución a la historia de las teorías métricas en los siglos XVIII y XIX, Madrid, Anejo CXII de la Revista de Filología Española, 1975, pp. 51 y ss. y nota 3, en p. 52, especialmente. Allí se recogen diversas opiniones, incluidas las de Luzán, Velázquez y Lista. Sin duda, la medida que sujeta al verso se convirtió para ellos en parte esencial de lo poético. Por lo mismo, cuando en la Poética Luzán define la epopeya, opina que ésta sólo se da cuando le asiste el esencial requisito del verso, desterrando la idea de que pueda darse, como creyeron Lope de Vega y tantos más, una epopeya en prosa (Poética, ed. cit., p. 558). Sin embargo, Luzán está muy lejos de admitir que baste el verso para que la epopeya exista (vide p. 555). Vuelve sobre ello en p. 510, donde afirma, a cambio, la posibilidad de que la prosa sirva, por su sencillez y llaneza, a la comedia, aunque añade: «el verso es un instrumento necesario a la poesía». Y también él puede sustentar naturalidad y claridad como la prosa más pura.
372
Sobre la octava en el S. XVIII, vide Domínguez Caparrós, Ibíd., p. 454. Recoge la opinión de Luzán en su Poética. Tomás Navarro Tomás, en Métrica española, Syracuse, New York, 1956, pp. 291-2, señala el amplio uso de la octava real en el neoclasicismo, tanto en los cantos heroicos -como el de José Vaca de Guzmán «A las naves de Cortés destruidas»- como en composiciones de carácter filosófico o novelesco, poemas mitológicos y poesías festivas y satíricas.
373
En la Poética, ed. cit., p. 556, afirma: «En las lenguas vulgares al verso hexámetro responde el endecasílabo, y más propiamente las octavas, según el parecer del marqués Orsi». Luzán tenía además una fina sensibilidad, heredada de las poéticas renacentistas, para los fenómenos sonoros. Joaquín Arce, en Tasso y la poesía española. Repercusión literaria y confrontación lingüística, Barcelona, Planeta, 1973, p. 99, recuerda que en ese «breviario del buen gusto de la época» que era la Poética, Luzán recuerda que «La R conviene a las cosas ásperas y duras», de ahí su uso en algunos versos («rústico, bronco, agreste i grande bayo» o «Marte, vibrando el fulminante acero») y sus juegos chuscos con las rimas en La Giganteida.
374
José María de Cossío, Las fábulas mitológicas en España, Madrid, España-Calpe, 1952. Para Herrera, pp. 262 y ss. Según José Manuel Blecua, en su edición crítica de Fernando de Herrera, Obra poética, Madrid, Anejo XXXII del Boletín de la Real Academia Española, 1975, vol. I, p. 12, aludieron a esta obra perdida: Rioja -que la cita como «la batalla de los Gigantes de Flegra»-, Pacheco y el propio Herrera, en sus Elegías IV y IX y en la Canción III. Cossío (Ib., p. 455) dice que hubo otra «Gigantomaquia» que se ha perdido y que fue señalada por Nicolás Antonio, la de Pedro Gutiérrez de Pamaros, Fantasía poética; batalla entre los titanes y los dioses, Málaga, Juan René, 1607. Cossío lamenta igualmente no haber visto La Gigantomaquia del poeta palentino Francisco de Sandoval, citada por Gallardo, «probablemente impreso en Zaragoza el año 1630», obra que surgió, al parecer, como emulación de la de Gallegos (Ib., p. 454). Para Manuel Gallegos, Ibíd., pp. 450 y ss. Éste adelantó en el prólogo el argumento del poema que empezaba con la rebelión de la Tierra frente a Júpiter y la creación en sus entrañas de una inmensa caterva de gigantes que al final serán derrotados, como la tradición pedía.
375
Cossío, opus cit., pp. 511-513, apunta además huellas de Séneca, y Estrabón. Álvarez de Toledo hace además un homenaje a su paisano Camoens, introduciendo al Damastor de Os Lusiadas entre gigantes y Tifeos. Tampoco Luzán se ajustó a una fuente única. El simple cotejo entre La Giganteida y La Gigantomaquia de Claudiano (cfr. Claudian, trad. de M. Platnauer, Harvard, Univ. Press, 1963, vol. II, pp. 280 y ss.) lo confirma.
376
Véase mi edición de las Rimas en Madrid, Espasa-Calpe (Clásicos Castellanos, 209), 1976, pp. 229-233. Es el primero de los agrupados como «Romances líricos». Cossío (Ib., p. 599) cree que el hipérbaton calderoniano es afectadísimo y raya en la comicidad.
377
Antonio Ruiz de Elvira, Mitología clásica, Madrid, Gredos, 1965. Vide pp. 48 y ss. Para los Titanes, pp. 53 y ss., y para Tifeo, pp. 56-7. Ruiz de Elvira acentúa en esdrújula Encélado. La métrica barroca y la de Luzán, sin embargo, exigen acento llano.
378
Cfr. Ibíd., p. 49.
379
Ovidio, Metamorfosis. Texto revisado y traducido por Antonio Ruiz de Elvira, Barcelona, Ed. Alma Mater, 1964, vol. I, p. 150.
380
Según Juan-Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1969, «explica los sacrificios humanos como rito para renovar el sacrificio inicial y revivificar las fuerzas cósmicas o su aspecto favorable». Sobre los gigantes en el folklore, véase J. G. Frazer, La rama dorada, México-Madrid-Buenos Aires, 1981, pp. 446, 750-5 y 778; Stith Thompson, Motif-Index of Folk-Literature, Indiana University Press, 1966, «Giant», y mi artículo «El vestido de salvaje en los autos sacramentales de Calderón», Serta Filológica a Fernando Lázaro Carreter, Madrid, 1983, II, pp. 171-186. El Diccionario de Autoridades, Madrid, 1726 (ed. facsímil, Madrid, Gredos, 1963), por otra parte, además de definir la usual significación de gigante, dice: «Se llama metaphóricamente al que excede y sobresale a otros en el ánimo, fuerzas u otra qualquiera habilidad de virtudes y vicios».