Sebastián de Miñano: un periodista
del período liberal
Jesús
Castañón
Escuela Normal de Valladolid
Sebastián de Miñano y Bedoya nació en
Becerril de Campos (Palencia) el 20 de enero de 1779202.
Fue hijo del Corregidor de dicha villa, don Andrés Genaro
de Milano y Las Casas203, y de doña Margarita de Bedoya y Morrondo.
Realizó estudios en su villa natal, en el Seminario Diocesano de
Palencia y en Salamanca, donde cursa Derecho y, en secreto, Medicina.
—84→
En 1794 realiza a la perfección la autopsia de un ganadero
asesinado en Trujillo, lo que deja al descubierto sus ocultas inclinaciones a
la Anatomía y provoca la indignación de su padre, que decide
impedir su vuelta a Salamanca y colocarle como familiar del Cardenal Lorenzana,
Arzobispo de Toledo, encargado entonces de la educación de los hijos de
don Luis de Borbón, hermano del monarca Carlos III.
En 1795 figura ya Miñano como amigo y encargado del hijo
mayor, don Luis de Borbón, más tarde Cardenal de Sevilla.
Desde 1799 aparece en Sevilla como oficial de secretaría de
su amo, del que llegará a ser Secretario de Cámara.
Allí traba íntima amistad con el grupo de
intelectuales formado por Arjona, Reinoso, Lista204,
José M.ª Blanco... Allí dio asimismo pruebas de su
reciedumbre de carácter al abandonar el 1 de octubre de 1800, en plena
peste de cólera, la finca en que vivía con su señor para
arreglar asuntos del palacio arzobispal en Sevilla. Tales servicios le fueron
premiados con una prebenda entera en la catedral de Sevilla, y que
seguía disfrutando en Madrid entre 1801 y 1804, como diputado de dicho
cabildo en la capital de España.
De 1804 a 1812 permanece en Sevilla. En el año 1810 fue el
único miembro del cabildo que no firma el reconocimiento como rey de
José Bonaparte, siendo encarcelado a continuación durante 42
días en la cárcel del Santo Oficio.
En 1814, por decisión propia, se volvió
afrancesado205 y siguió al Mariscal Soult en su viaje
a Francia. De 1817 a 1831 fija su residencia en Madrid. A partir de 1832 se
establece primero en Bayona en compañía de Lista, con quien
colabora en la
Gaceta de Bayona y posteriormente en San
Sebastián, donde crean la
Estafeta de San Sebastián, de la cual
es prácticamente fundador y mantenedor206. A dicha
ciudad entregará en 1843 el legado de su valiosa biblioteca207.
—85→
El 6 de febrero de 1845, a las dos de la tarde, según
testimonio de su hijo y biógrafo, Eugenio de Ochoa, fallece en el
número 22 de la plaza de Armas o de la Libertad de Bayona.
Sus restos serán depositados en el viejo cementerio de San
Sebastián.
Entre su numerosa bibliografía, en gran parte
irreparablemente perdida, cabe destacar:
Diccionario Geográfico Estadístico
de España y Portugal, Imprenta de Pierrat Peralta, plazuela del
Cordón, 1, Madrid, 1826 (10 tomos más un apéndice,
realizados para los suscriptores entre 1826-1829);
Historia de la revolución de la
Medicina (versión de la obra de Cadanis); traducción de
La Revolución Francesa, de Thiers (con
extensas notas y añadidos);
Condiciones y semblanzas de los Diputados a Cortes
para la legislatura de 1820 y 1821, Madrid, en la Imprenta de don Juan
Ramos y Cía., 1821;
Discurso sobre la libertad de imprenta
(presentado a las Cortes de 1820 en la primera legislatura, que probablemente
tenga que ver con el artículo de la misma temática aparecido en
El Censor);
Los usos y derechos imprescriptibles del pueblo
soberano por excelencia;
Relación histórica de la batalla de
las Platerías (sátira de un motín callejero de
Madrid);
Ingratitudes del pueblo español;
Sesiones de las Cortes interceptadas por esos
caminos;
Los Arístides modernos;
Carta a un amigo sobre la purificación y la
amnistía (enviada a don Juan Grijalba, secretario de la Real
Estampilla);
Carta a un amigo sobre el Consejo de Estado;
varios artículos firmados, publicados entre 1841 y 1842 en la
Revista Enciclopédica de la
Civilización Europea, que dirigían Patricio de la Escosura y
Eugenio de Ochoa; «Cuadro comparativo entre la España de hace
sesenta años y la actual» (Revista
Enciclopédica de la Civilización Europea, París, mayo
de 1843, tomo III), reproducido en
Costumbristas Españoles, Editorial
Aguilar, 2.ª edición, Madrid, 1964, i. 683-691; «Dos Nuevas
Cartas del Pobrecito Holgazán» (dadas a conocer en
«Opúsculos Inéditos del Doctor don Sebastián
Miñano»,
Revista Hispano-Americana, 1848, págs.
95, 129 y 521) y un sinfín de cartas posiblemente perdidas para siempre,
más un sinnúmero de artículos anónimos (entre ellos
los que le atribuye Jurestchke en su
Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista)
que, cuando sean debidamente estudiados, nos presentarán, sin duda, una
nueva perspectiva de Miñano.
Folletinista y periodista
político
Por encima de tan dispersa y tan vasta erudición, por
encima de su famoso
Diccionario, hay que destacar su labor
periodística,
Lamentos
—86→
políticos de un Pobrecito Holgazán
que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena. Carta Primera: y, si gustare, no
será la última. El Lamentador, Madrid, Imprenta de
Álvarez, 1820.
Debió de aparecer, según Claude Morange (que viene
preparando desde hace más de una quincena de años una extensa
tesis doctoral sobre Miñano), entre el 27 y el 31 de marzo208. Forma con
Cartas de Don Justo Balanza a un Pobrecito
Holgazán, Madrid, Imprenta que fue de García, 1820209, y «Cartas de un madrileño a un amigo suyo de
provincias» (El Censor, 7-X-1820 a 16-III-1821) una
curiosa y continuada trilogía apasionada y entrecortadamente escrita por
«Chano» en el breve período de un año. Se baraja a lo
largo de la misma -como se prueba con textos antológicos- la compleja
personalidad del hombre (el canónigo y el padre de familia; el
afrancesado primero y agente secreto de Fernando VII después...) y del
escritor satírico-costumbrista, ideólogo avanzado, exaltado
defensor de toda libertad, autor de una sátira
romántico-corrosiva...:
Pero lo que yo quisiera es que esos señores prudentones
me dijesen en qué consiste la ventaja de la libertad de escribir
consagrada en nuestro código, si ésta no ha de emplearse
jamás en corregir los abusos de aquellos a cuya altura no alcanza otro
azote que el de la imprenta. Desde que me nacieron los dientes hasta el 7 de
Marzo del año pasado de 1820, es decir, durante algo más de
cuarenta años, le puedo a usted jurar, a fe de hombre honrado, que
siempre y por siempre he visto que se disfrutaba en España una libertad
absoluta de imprenta en el sentido en que la entienden esos pozos de prudencia.
Yo he visto publicar injurias y especies ciertas y falsas contra los padres
jesuitas después que fueron expatriados por real orden del señor
don Carlos III, sin que nadie denunciase al escritor; yo he leído por
mis ojos las mayores alabanzas de los institutos monásticos y las
diatribas más atroces contra todos los que directa o indirectamente
aconsejaran su extinción; yo he visto proferir y ejecutar venganzas sin
cuento contra los que se presumía que aprobaban las ideas de la libertad
que proclamaba una nación vecina; yo he visto escribir con la mayor
libertad e independencia libros enteros en que se ridiculizaba al gobierno
representativo, al paso que se encomiaba hasta las nubes el arbitrario y
despótico; yo he visto publicar libremente las ideas más absurdas
sobre la inmunidad eclesiástica, sobre los privilegios del clero y de la
nobleza, y sobre otros mil asuntos que ahora se miran, y con razón, como
otros tantos gravámenes de que es preciso libertar a la sociedad. Pero
sobre todo, cuando he visto más noblemente desplegarse esa especie de
libertad de imprenta ha sido desde el año catorce acá.
Dígaseme, ¿qué nación gozó jamás de
una libertad más absoluta y más premiada, que la que hemos
disfrutado en España,
—87→
para decir toda especie de vituperios
y contumelias contra esos mismos liberales, y contra todas las ideas que se les
antoja atribuirles?
Decidido, pues, a cambiar las tornas en el juego de la
«engañada» opinión pública, Miñano se
lanza en tromba al apasionante mundo del folletín y del periodismo
político, proclamando -ya casi al final de la aventura- el poder
implacable del arrojadizo dardo de la sátira, en el que pronto se
sentirá maestro de maestros.
Con su habitual técnica de contraposición violenta
de la tiranía y el liberalismo define en la misma carta la misión
del escritor satírico y da, a la vez, una lista de temas a emplear por
tal clase de escritores, a la luz de la oposición. Resulta así un
contrastante cuadro satírico y una defensa de la ruptura del silencio
amordazado por la censura, que Miñano acaba de romper violentamente a la
sombra de la nueva ley de la libertad de imprenta:
Un escritor satírico, dicen ellos, no tiene necesidad de
atacar los vicios de ciertas y determinadas personas, aunque vea claro como la
luz del día que de ellas solas depende el bien o el mal de toda la
sociedad. Bastante campo le ofrecen los vicios y los defectos generales de
todos los tiempos, sin asestar sus tiros contra la ignorancia o mala fe de los
que tienen en su mano los destinos de los hombres. ¿Por qué no
emplean las sales del ridículo y el amargo de la ironía contra
aquellos abusos que reinaron en otro tiempo y que probabilísimamente no
volverán a producirse en la sociedad? ¿Por qué no pegan de
firme contra los mayorazgos que ya se concluyeron, contra la Inquisición
que se abolió, contra los monacales que ya están extinguidos,
contra el Consejo de Castilla que está disuelto, contra los abates que
desaparecieron hace miles de años, y contra todo lo que ya no es temible
ni puede defenderse?
I. Lamentos políticos
Costumbrismo inicial
Sebastián de Miñano y Bedoya irrumpió en la
literatura folletinesca del Trienio Liberal con sus inigualables,
difundidísimos211 y
limitadísimos
Lamentos de un Pobrecito Holgazán,
primera serie de esta trilogía epistolar.
—88→
De la fina ironía de las 10 cartas destaca la primera,
con esta hábil entrada:
Señor don Servando de Mazorra. Muy Sr. mío:
¿Conque ya tenemos constitución? ¡Qué
escándalo, qué horror, qué desvergüenza!... ¡En
qué tiempos vivimos!... ¡Y qué desgracia ha sido la nuestra
de haber alcanzado este maldito siglo XIX!...
Por parecidos linderos satíricos, en un torno a la vez
gracioso y levemente sarcástico, transcurren las restantes,
especialmente desde que en la carta quinta se introduce en forma hábil
de nota final la carta del «Alcalde Preguntón», en que este
personaje, amigo de don Servando, ruega al Pobrecito Holgazán le
dé la certera fórmula para poder cumplir con las nuevas
exigencias constitucionales sin dejar de seguir haciendo, en cambio, todo lo
que le venga en gana.
El total de los
Lamentos constituye una feroz sátira
social de la que no está exento el propio Miñano, que más
de una vez se introduce, con chispa, dentro del relato, a lo largo de cuyo
caminar el autor se ve conocido y admirado, envidiado y odiado
simultáneamente.
Desde la carta tercera se editan los
Lamentos en la Imprenta que fue de
Fuentenebro.
Tras la sexta, tal vez excesivamente animado por su
éxito, Miñano intenta hacer panfletismo en serio, publicando las
C. D. J. B., aunque a mediados de mayo
volverá a sus habituales
Lamentos (Carta 7.ª).
En 1848 Ochoa publica otras dos cartas inéditas (Revista Hispanoamericana) que, según Claude Morange,
parecen pertenecer a 1822.
En 1870 el propio Ochoa reimprime los
Lamentos en el tomo 62 de la B. A. E.,
precedidos de una favorable reseña biográfica.
Últimamente Valeriano Bozal ha vuelto a reimprimirlos en
edición de bolsillo (edit. Ciencia Nueva, Madrid, 1968).
II. Ideología y
ética
Cartas de D. Justo
Balanza
Tal vez la mejor y más sencilla forma de contemplar
directamente lo exaltado de la ideología anticonservadora de
Sebastián de Miñano sea recopilar una breve antología
temática.
El móvil de la exaltación ideológica va
subiendo permanentemente
—89→
de tono hasta las cotas de la carta
13.ª (de las del
Madrileño), sancionada como
«altamente incitadora a la desobediencia» y frustrantemente
perturbadora de la mente del escritor, que todavía intentará
justificarse y ratificarse en sus opiniones en otras cinco cartas, en las que
no reconoce culpa alguna y se pronuncia a su vez contra sus propios jueces con
una desengañada amargura -muy romántica por otra parte- y muy en
el extremo opuesto de las desenfadadas, triunfantes y ya lejanas
«pepitorias semanales de retratos».
El predominio de la idea sobre el fondo lleva asimismo al
desencanto del estilo, sobre el cual opinará repetidamente el propio
autor, intentando justificar bajo la densidad de la idea el cambio y el
descuido del estilo satírico, aquí ya altamente corrosivo y
prácticamente opuesto al de los
Lamentos212.
En la carta 1.ª (C. D. J. B.),
escrita todavía en alternancia con los
Lamentos, se vive mirando hacia el
recuerdo. A partir de la 2.ª esboza ya la motivación y el nuevo
estilo en términos más serios y bastante más agrios:
Pero si algún periodista de aquellos que han tomado por
insignia la desvergüenza y por lema la estupidez, se viniese
todavía con artículos tan asquerosos como los que han publicado
hasta ahora, lejos de abatirme a contestarlos, me parece que se les deben dar
muchas gracias por dos grandes servicios que hacen a un tiempo: el primero,
atacando sin razones, que vale tanto como una defensa; y el segundo, acelerando
el fin de su periódico, que es el mayor favor que pueden hacer a las
gentes honradas.
(C. D. J. B. - 2.ª)
Inquisición
Lejos de ser la Inquisición un objeto de ataque en
España, no es, ni puede ser más que un objeto de desprecio, o por
mejor decir, un dato histórico para pintar los delirios y extravagancias
del entendimiento humano.
(Ibíd.)
Ese sacrílego tribunal que debe considerarse abolido
desde fines del último siglo, es decir, desde que fue un general objeto
del odio, del sarcasmo y del desprecio de toda la nación.
(Ibíd.)
—90→
En una palabra, la Inquisición está ya en el mismo
caso que las brujas, los vampiros, los duendes, las posesiones, las obsesiones
diabólicas y otra multitud de invenciones que fueron de moda en
algún tiempo, pero que ya nadie considera dignas ni de refutación
ni de ridículo.
(Ibíd.)
Consejo de Castilla
Este sí que es un cuadro verdaderamente ridículo,
sobre el cual ha podido V. y aun debido derramar toda la acritud de la
sátira, porque es sobremanera importante ilustrar a toda clase de vulgos
y correr enteramente el espeso velo con que ha estado encubriéndose a
los ojos no sólo del pueblo gobernado, sino también de los
monarcas gobernantes. Todos cuantos actos, atribuciones y regalías ha
ejercido el Consejo desde el día mismo de su creación,
exceptuando la administración de justicia en grado de apelación,
han sido otras tantas usurpaciones y atentados contra la nación o contra
el Rey.
(Ibíd.)
Si nos pusiesen en la dura alternativa de escoger entre Consejo
de Castilla tal como lo hemos conocido, o Inquisición religiosa tal como
ya estaba en estos últimos tiempos, no deberíamos dudar un punto
en preferir esta última como infinitamente menos funesta a las luces y
progresos del entendimiento humano.
(Ibíd.)
Diezmos
Fija V. si no me engaño el máximum de la cuota que
se paga bajo el nombre de diezmos en un cincuenta por ciento del líquido
que le queda al labrador después de haber deducido sus gastos y sus
anticipaciones, ¡Pero ay, señor Holgazán, y cómo se
le conoce a V. lo poco que ha meditado sobre una materia de la cual
únicamente ha percibido los frutos, sin determinarse a desmenuzar todas
las partidas que deben considerarse en el cálculo!
(Ibíd.)
Hospitales
El hospital general de esta Corte es una de las muchas muestras
que da nuestro Gobierno de que siempre su marcha está atrasada en un
siglo respecto a lo demás de Europa. Mientras que en ésta se
seguía la funesta moda de tener reunida la hospitalidad en un gran
edificio atestado de enfermos y de dependientes, nosotros teníamos un
hospital para cada enfermedad separada de modo que en un pueblo de 700
habitantes he conocido yo 72 hospitales, y en otro que no está lejos de
la Corte, correspondía un hospital a cada 300 habitantes. Pero luego en
Europa llegaron a convencerse de que estos vastos establecimientos
—91→
no sólo eran funestos a la salubridad de los pueblos, sino
también sumamente costosos por la parte administrativa; entonces se nos
ocurrió a nosotros reunir todos los enfermos y todas las enfermedades en
un edificio, dotado de muchas rentas y arbitrios, pero sobre todo, bien cargado
de empleados con sus respectivos sueldos, de modo que no bajase el costo de la
administración de un 40, o acaso de un 50 por 100. Esta luminosa idea se
creyó entonces el
non plus ultra de la
civilización y de la filantropía, mientras que no era sino una
señal de nuestro atraso y de nuestra ignorancia.
(Ibíd.)
Puede asegurarse sin riesgo de equivocación que con la
mitad de la suma que cuesta cada enfermo en la hospitalidad general,
sería socorrido y curado al lado de los suyos por medio de la
hospitalidad domiciliaria; y si a esto se agrega el enormísimo ahorro
que resultará de la disminución de empleados, coste de los
edificios y simplificación de la parte administrativa, aún
podría estrecharse más el cálculo.
(Ibíd.)
Secularizaciones
Desde que se negó el primer pase a la primera bula del
primer fraile que se quiso secularizar, se cometió en esta línea
el primer atentado contra la lenidad y mansedumbre de la Religión de
Jesucristo, que desconoce y repugna esas violencias tan ajenas del
espíritu de caridad que imprimió en ella su divino autor. Un
religioso que se seculariza es un nuevo ser que adquiere la sociedad, y una
ganancia positiva que hacen la iglesia y el Estado. Lejos de ponérsele
trabas y dificultades para realizar sus deseos, debieran ofrecérseles
premios y estímulos para que se apresuraran a volver a ser miembros de
la masa común, que acaso abandonaron por falta de reflexión o por
una violencia moral.
(Ibíd.)
Cultura
Yo no dudaría en afirmar que la principal causa de
nuestro atraso y de nuestra ignorancia consiste, no tanto en lo que hemos
dejado de leer, cuanto en calidad de los libros que hemos leído.
(C. D. J. B. - 4.ª)
Desde la edad más tierna sólo se ponen en manos de
los jóvenes aquellos libros que, sin prestar la menor luz a sus
entendimientos, logran trastornar las bases del buen juicio haciéndoles
caminar de hipótesis en hipótesis hasta conducirlos a que miren
las verdades como errores y los errores como verdades.
(Ibíd.)
—92→
Censura
El juzgado de imprentas seguía perfectamente el ejemplo
que refiere Montesquieu de los Escitas, los cuales sacaban los ojos a sus
esclavos a fin de que no se distrajesen cuando estaban haciendo la manteca.
(Ibíd.)
¿Quién creería que mientras al
público de Madrid se le estaba regalando con la Villana de Vallecas, el
Diablo Predicador, y otras todavía más disparatadas y sucias, se
hallasen severamente prohibidas todas las comedias de Moratín? Ese hecho
solo y aislado da una idea más cabal del espíritu que
regía la censura en España que cuantas descripciones serias o
jocosas se intenten hacer de su juzgado o tribunal.
(Ibíd.)
Los lechuzos
¡Válgame Dios y cómo se mete Vm. hasta los
codos en este trillado asunto y cómo se echa de ver el gozo con que
describe la multitud de sacaliñas, que asaltan al labrador al tiempo de
la cosecha!
Sólo el que haya vivido en el campo o en las aldeas
podrá formar una idea clara de la fuerza moral con que se arrancan, por
vía de limosna piadosa, unas cantidades que, si se aplicaran a otros
objetos de la beneficencia pública, serían acaso suficientes para
hacer desaparecer de nuestra vista todos los espectáculos dolorosos de
la mendicidad. En vano se encuentran algunos labradores ilustrados que conocen
lo inútil y aun perjudicial de semejantes limosnas, y que se
abstendrían de darlas si sólo hubiesen de consultar su voluntad;
en vano expresan su disgusto dentro del círculo de sus familias, porque,
a pesar de todo, tienen que acomodarse a la costumbre so pena de ser
calumniados por todos los partidarios del lechuzo demandador. Este no se olvida
nunca de decir en confianza a todo el que quiere saberlo cuánto le han
dado en casa de fulano y cuánto en casa de ditrano, explicando a su
manera las causas de lo que él llama mezquindad. Allí salen a
colación las exclamaciones acostumbradas contra las nuevas doctrinas,
los libros venenosos, la falta de piedad, el libertinaje de estos tiempos, por
fin y postre, la herejía, que es como si dijéramos la bala roja
con que se destruye y aniquila la reputación mejor sentada. No contentos
con difamarle en secreto, se aprovecha también la coyuntura del primer
sermón que ocurre para hacer caer el discurso y llamar la
atención del auditorio sobre los enemigos de nuestra Santa
Religión, que en boca de los lechuzos nunca son otros que aquellos que
no se dejan saquear por manos de sus reverendísimas. El P. se
enfervoriza, da media vuelta en el púlpito y echa su mirada o miradas
expresivas para que el auditorio comprenda que no se dice por todos, sino por
alguno que me está oyendo. Esta especie de amenaza surte tan bellos
efectos, que por más que aquel vecino haya hecho ánimo de
resistir los asaltos de la alforja, no tiene más remedio que acomodarse
al estilo si quiere que le dejen en paz.
(Ibíd.)
—93→
[...] Todos murmuran de los frailes, de sus trajes, de sus
maneras, de su lenguaje, de sus usos y finalmente de todo lo que les constituye
tales, y, sin embargo, todos de fuerza o por fuerza contribuyen a su
manutención y existencia.
(Ibíd.)
Mayorazgos
Empapado en esta idea he creído absolutamente
inútil dar ninguna educación al primogénito que es el que
ha de sucederme. Quiero decir que le he evitado los fatales ratos que se hacen
sufrir a los jóvenes para que aprendan la gramática latina,
filosofía, leyes, cánones o teología; pero en cambio el
mayorazgo tiene un birlocho muy lindo, y sabe manejar un tronco de caballos tan
bien como su cochero: monta bastante bien a caballo, y empieza a leer y
escribir medianamente, que es lo que más necesita para hacer un papel
brillante en la sociedad. Tiene un ayuda de cámara que cuida de su
persona, y le instruye al mismo tiempo del tono con que debe tratar a sus
hermanos y hermanas para acostumbrarlos a la idea de que le miren como a
único dueño de todo lo que naturalmente debiera ser de todos.
(Ibíd.)
La introducción de los mayorazgos fue un acto de
tiranía superior a todos los ejemplos que el despotismo oriental ha
presentado jamás al mundo y parece increíble que nosotros, que
miramos con tanto aire de desprecio y de compasión a los turcos, estemos
dando una prueba perenne de que en ciertas cosas estamos más atrasados
que ellos.
(Ibíd.)
Las vinculaciones, después de los diezmos, son la primera
y principal causa de todos los males que nos afligen [...] Tan perjudiciales
son los grandes mayorazgos como los pequeños y medianos y no hay
más razón ni pretexto para conservar los unos que los
otros...
(Ibíd.)
Sermones
Confieso que no es prudente inculcar demasiado sobre un punto
tratado ya con tanta maestría por el autor del Gerundio; pero como, por
desgracia, son tantas y diferentes las especies de Gerundios y Gerundias, que
unas saltan a los ojos de todos los oyentes y otras sólo son percibidas
por los que tienen alguna ilustración, convendrá detenernos
algún tanto en manifestar los perjuicios que resultan de valerse del
público como de un instrumento necesario para la política y para
la consolidación del poder.
(C. D. B. J. - 5.ª)
—94→
Religiosas
Pobrecitas, casi me da lástima el hablar de ellas
sabiendo que por más que se predique no ha de haber modo de que el
gobierno se penetre de la necesidad de redimir de la miseria y de la
opresión a tantas víctimas de la seducción, del
engaño, de la inexperiencia y del falso celo. Entregadas desde la edad
más tierna a la dirección espiritual de ciertos hombres, cuyo
menor defecto suele ser la manía de hacer esa especie de conquistas en
que se supone muy interesado al cielo, fácilmente se persuaden a que son
expresamente llamadas a hacer una clase predilecta entre las escogidas del
Señor.
(Ibíd.)
Pretendientes
Yo, pecador de mí, también me río y me
río sin poderlo remediar cuando veo toda esa chusma de hambrientos con
sus sombreros debajo del brazo, su memorial en la mano derecha, su casaquita
raída y su cuello barnizado de almidón.
(Ibíd.)
¿Qué sería de nosotros si conforme les ha
tomado a los hidalgos la manía de no ser artistas, labradores ni
artesanos, hubiesen dado también en la de no ser oficinistas? ¿En
qué quiere Vm. que viniesen a parar todos esos hermanos no mayorazos, si
no tuvieran el arbitrio de las togas, las iglesias, las encomiendas, las
frailerías militares y las plazas de Hacienda?
Empleomanía
Si se quiere que no haya empleo-manía, es menester
empezar por destruir la diezmo-manía, la vínculo-manía, la
teólogo-manía y, sobre todo, la consuetudo-manía, por la
cual se miran como respetables una multitud de instituciones que ni producen ni
han producido de mucho tiempo acá otro fruto que el de alimentar
holgazanes como Vm. y yo y las nueve décimas partes de los habitantes de
España.
(Ibíd.)
La ironía amarga y oscura, el anticlericalismo, la
discrepancia total con las instituciones tradicionales como el Consejo de
Castilla y la Inquisición no nos han mostrado ya la otra cara
-agriamente crítica- del simpático Sebastián Miñano
de los
Lamentos.
Entre nublos de diezmos, mayorazgos, oratoria sagrada y otras
especies por el estilo, el panorama se ha ensombrecido tanto que deja muy
atrás, en intensidad crítica, escritos de Espronceda y de Larra o
de los regeneracionistas, a los que gana en furor crítico e
independencia de criterio.
—95→
Cartas de un
madrileño
Una breve ojeada a las
Cartas de un madrileño a un amigo suyo de
provincias nos presenta al Miñano adoctrinador político,
revolucionario exaltado, que pretende estar por encima de los demás
mortales -muy especialmente por encima de la clásica ingenuidad de los
provincianos- y aun del propio gobierno, a quien se cree obligado a instruir en
cuestiones de patriotismo y especialmente en la exaltación continua de
la libertad.
Por una ironía, muy de Chano, se hace la alabanza de la
corte (más bien una auténtica corte de los milagros) y el
menosprecio de la aldea (lugar, sin duda, menos rico en la mina de
acontecimientos de interés político-periodístico).
Frente a la fría ordenación temática de las
C. D. J. B., abunda aquí el desorden
caótico y el apasionamiento exaltado:
Llegó, por fin, el deseado tiempo de que
pudiésemos explicarnos sin temores; y no encontrando usted en quien
vengarse de su forzado silencio, me acosa y me persigue para que cada correo le
escriba un proceso de todo cuanto pasa en el mundo, como si no le bastase la
lectura de todos los papeles públicos. Estoy de acuerdo con usted en que
los habitantes de las provincias no pueden formar un juicio claro de los hechos
si se contentan con la relación que de ellos se hace en los diarios de
la capital, porque cada uno suele referirlos a su modo o por lo menos
varían infinito en las observaciones que de ellos sacan.
Como la Constitución, a pesar de su enorme peso legal, no
ha podido reformar aún el país al acelerado ritmo del pensamiento
de nuestro autor, Miñano vuelve de nuevo a la eficacia literaria del
cuadro de costumbres, ahora denso y sombrío, oscurecedor del
panorama:
Quisieran que el sistema de hacienda se reformase sin hacer la
menor novedad ni en los empleos ni en los empleados; que el clero regular
desapareciese por sí solo [...] y que [...] costase menos al Estado, sin
que ningún individuo dejase de ser tan rico y privilegiado como lo era
antes. En una palabra, quisieran que navegase la embarcación sin que se
abriesen las aguas para darla paso.
(Ibíd.)
No he podido menos de reírme con las preguntas que me
hace usted de si a pesar de la Constitución continúan en Madrid
los petardistas en tan gran número como abundaban antes; si se
reúnen todavía los parásitos en la Puerta del Sol al
acercarse las horas de comer; y si se encuentran todavía aquellos
ejemplares de gente vestida de negro que, con sus legajos debajo del brazo y
—96→
sus humeantes cigarros en la boca, inundaban la calle Mayor y
todas las bocacalles inmediatas a los Consejos.
(C. M. - 2.ª)
La respuesta supera las sombrías visiones quevedescas y
raya, a mi entender, en el esperpento valleinclanesco:
Tiempos hubo en que los petardistas se pudieron contar en Madrid
no sólo por clases sino también por individuos [...] Pero en el
día [...] ¡válgame Dios qué diluvio de tramposos y
petardistas se ha descolgado de todas partes!
(Ibíd.)
Por lo que hace a los parásitos es cosas que mete miedo,
porque con la nueva costumbre de comer a media tarde se juntan como llovidos en
oliendo que hay un par de principios de cualquier mesa.
(Ibíd.)
Desde las niñas más tiernas hasta las viejas
más arrugadas y carcamales no saben dar una respuesta sin que vaya
acompañada de una porción de hortalizas de aquellas que dan peor
olor. Yo no sé si esto hace parte de la magencia o si es
condición esencial del manolismo; lo que sí puedo decir es que el
que quiera aprender amabilidad, dulzura y limpieza de lenguaje, no tiene
más que dirigir la palabra a las ciudadanas de casi todos los barrios de
la capital y podrá formar un diccionario de desvergüenzas que sirva
de ejemplo para instrucción de los presidiarios. Los hombres más
abandonados y obscenos de la playa podrían pasar por unos cartujos al
lado de cualquier mujerzuela madrileña.
¿Mas que tiene de extraño este vicio, cuando
muchas gentes que pasan por ilustradas y otras que aspiran al renombre de
patriotas aplauden y celebran este groserísimo desparpajo?
¿Quién quiere usted que no recargue en ese asqueroso modo de
producirse, cuando ésta es la única prueba que suelen dar algunas
personas de su acendrado patriotismo?
(Ibíd.)
El sarcasmo se va acentuando cada vez más, especialmente
al tratar el tema de la libertad de imprenta o al hacer referencia a
religiosos, eclesiásticos, falsos patriotas, pretendientes a los altos
puestos...:
¿Habrá persona que dude de los trabajos y
penalidades que han padecido algunos infelices durante estos últimos
seis años, metidos en este Madrid, y sujetos al triste sueldo de
cuarenta mil reales? ¡Ay cuántos suspiros les costaba tomar aquel
dinero inconstitucional! Yo les vi a muchos de ellos envueltos en sus capas
durante el invierno, y con su bastoncillo ligero durante el verano, que era una
compasión el mirarlos. ¿Pues qué me dirá usted de
los que guardaron un pedacito de la lápida envuelto en un papel con
riesgo de sus vidas? ¿Y los que llevaron su heroísmo hasta el
punto de tener guardado debajo de la estera un ejemplar de la
Constitución? ¿Qué premio habrá que baste a
recompensar la fortaleza de aquellos que se atrevían, en medio de las
persecuciones del despotismo a rezar un padrenuestro a solas por el alma del
difunto
Laci? ¿Y los que tuvieron la
constancia de no suscribirse a la Gaceta durante este tiempo?
(C. M. - 4.ª)
—97→
Si es que tiene usted pensado venirse una temporada a Madrid,
véngase cuanto antes, porque es cosa de alquilar balcones para ver y
oír lo que está pasando sobre las propuestas y provisión
de las plazas del Estado [...].
¡Oh dichosa España y siglo venturoso, en que por
más vacantes que se imaginen y por más difíciles que sean
los encargos que haya que desempeñar, se encuentran centenares de
pretendientes entre los cuales se puede escoger como entre peras, sin riesgo de
que el elegido valga dos de dos más que el que fue desechado!
(C. M. - 5.ª)
En un largo
in crescendo -que
culminará en la sancionada Carta 13- el autor empieza ya a transformar
su clásica «pepitoria de retratos» en una sangrante y
avinagrada «pepitoria de caricaturas», fundamentalmente nutrida de
políticos;
Entretanto lo doloroso es que, por no chocar de frente con esta
y otras preocupaciones, se ven los señores diputados en la dura
precisión de tomar medidas medias contra lo que les dicta su
razón y, acaso acaso, su conciencia. Así verá usted que
nos hallamos con medios frailes, medios mayorazgos, medios diezmos, media
libertad de imprenta, medio Consejo de Estado, media instrucción
pública y aún media inquisición religiosa. Sólo de
hacienda, de ejército y de marina es de lo que no tenemos ni mitad, ni
siquiera cuarterón, respecto de lo que necesitamos en el día
(Ibíd.)
Mísera y precaria sería la existencia de la
Constitución si estuviese ligada a la fortuna de algunos particulares,
por ilustres y beneméritos que ellos se crean. La Constitución es
el patrimonio de todo el pueblo y sólo el pueblo. Y el pueblo todo
entero es quien ha de sostener y disfrutar esta preciosa herencia.
(C. M. - 6.ª)
De aquí inferirá usted cuán cierto es lo
que le he dicho muchas veces, a saber: que los verdaderos enemigos de la
Constitución no son los nobles, ni el clero, ni los frailes, ni los
serviles, ni los cesantes, ni los persas, sino esa multitud de pretendientes
ambiciosos de empleos; ese enjambre de aspirantes a premios, que van todos los
días a insultar al Congreso con sus ridículas y extravagantes
pretensiones; esa gavilla de acaparadores de destinos, que han sabido
repartirse las plazas más lucrativas sin dar el más leve indicio
de pudor; esa malhadada sed de venganza que traspira por medio de las voces de
compasión, de olvido y de beneficencia.
(Ibíd.)
Bien me parece lo que usted me decía en su última
carta acerca de la exactitud con que ese buen párroco ha empezado a
explicar el espíritu y la letra de nuestra Constitución
política, tanto más necesario en esos pueblos, cuanto que son sin
disputa alguna los más necesitados de instrucción. Pero yo que
los conozco tanto como usted y que he nacido y vivido mucho tiempo entre ellos,
estoy en estado de asegurarle que haría mucho más efecto entre
ellos ver poner en práctica lo mandado por las Cortes acerca de la
continuación de su Canal de Castilla que cuantas explicaciones
dominicales puede hacer
—98→
el orador más elocuente.
Desengañémonos, amigo, y dejémonos de historias, que si
los pueblos no son, o dejan de ser constitucionales, no hay que echarle la
culpa sino a la falta de pruebas sensibles y materiales de las ventajas que
trae consigo la Constitución.
(C. M. - 9.ª)
Sólo el genio de la estupidez y del error pudieran haber
inventado la idea de exigir ante todas las cosas la calidad de
adicto para el nombramiento de un juez, de
un jefe político u otra magistratura semejante. ¿Y qué
quiere decir
adicto? ¿Y cómo se conocen
los
adictos, y los que no tienen
adhesión? ¿Será acaso cantando el
Trágala? Pues entonces lo mejor
sería que en el plan de estudios se añadiese una cátedra
de forzosa asistencia, para que todos los ciudadanos aprendiesen a manifestarse
adictos, siempre que lo exigiese la
ocasión. Yo creía que las principales calidades de un juez
serían la integridad y la inteligencia, suponiendo en ellos, como en
todos los demás ciudadanos, la ciega obediencia a lo que manda la
Constitución. ¿Pero pedirles que hayan dado pruebas de
adictos? El diablo no discurriría
así.
(C. M. - 10.ª)
Me he detenido algo más de lo que debiera en esto de los
adictos, porque hace ya mucho tiempo que me
están dando cien patadas en el estómago esos majaderos que creen
imponer al público con la aplicación de semejante voz; ya ha
llegado a tal punto el pedantismo gubernativo que me temo que pronto se
pedirá la cualidad de
adictos hasta para enseñar el
árabe y la veterinaria.
(Ibíd.)
¡Cuántas veces hubiera yo deseado hablar a usted
con alguna confianza sobre los sucesos políticos y manifestarle con
franqueza mi dictamen acerca de las cosas y de las personas, si al momento
estos señores míos no se hubieran arrojado como unos
energúmenos sobre mis pobres mamotretos, obligándome a dictar
alabanzas en lugar de vituperios y a escribir panegíricos en vez de
críticas!
(C. M. - 11.ª)
La famosa Carta 13.ª, llena de dicterios, constituye una
fuerte sátira contra los ministros y su comportamiento público,
elaborada sobre la supuesta base de lo primero que haría
El Madrileño en el caso de que de la
noche a la mañana se viese nombrado ministro.
Por su interés y por su extensión, no cabe sino
remitir al lector interesado en el tema al texto original.
En las cinco cartas que la siguen, junto a una obsesiva vuelta a
la defensa de lo afirmado en la Carta 13.ª, se reiteran las fervorosas
alusiones a la defensa de la libertad de imprenta, los ataques a la antigua
censura y la acalorada proclamación de toda libertad, en una
búsqueda apasionada de la libertad total:
Aquí llegaba yo de mis reflexiones, cuando un amigo
mío se presenta en mi casa muy azorado, diciendo que la carta tan
sencilla que escribí a usted el correo pasado ha sido denunciada por
moros y por cristianos a la autoridad competente. Que los unos la denuncian por
sediciosa, los otros por
injuriosa,
—99→
aquéllos por
subversiva, éstos por
infamatoria, y todos por satírica y
archimordiente. Le aseguro a usted, amigo, que pocas cosas me han sorprendido
tan de punto como una novedad que es tan ajena de mis puras y honestas
intenciones. (C. M. - 14.ª) Si se les prohibiera del
todo publicar sus pensamientos y hacer alarde de su ingenio, entonces sí
que podrían quejarse de nuestra tiranía sacerdotal o como quieran
llamarla; pero habiendo tantos santos cuyas vidas se deben escribir y exornar,
habiendo tantas obras de teología que comentar, tantos villancicos que
componer y tanta medicina que mejorar, ¿cómo pueden quejarse de
que no se les deja expedita la libertad de la imprenta?
La Carta 17.ª constituye una larga defensa razonada de su
famosa Carta 13.ª.
La Carta 18.ª y última, junto a la vuelta obsesiva
hacia el mismo tema, incluye una desengañada alabanza del
«voluntario retiro» político de su amigo de provincias.
Y termina con esta apesadumbrada despedida:
Este consuelo ya usted sabe que no es de los que curan las
dolencias ni las prisiones. Y así, aunque le dije a usted en mi anterior
que las pesadumbres no pagan trampas, ahora le digo con toda seriedad que las
pesadumbres acaban por destruir la salud, y la mía está
quebrantada por mucho tiempo. Así por esta razón, que es la
principal, como porque no conceptúo que estamos todavía en tiempo
de decir la verdad, ni aun a los amigos, determino suspender nuestra
correspondencia por algún tiempo. Y, en el entretanto, haga usted por
contener su curiosidad o diríjase para satisfacerla a otro que no sea
El Madrileño
III. Estilo y crítica
Tras el desenfadado estilo satírico del Miñano
Lamentador o
Pobrecito Holgazán, con su
pertinente «pepitoria semanal de retratos», hemos visto levantarse
el ultrajante e hiriente -más hiriente cuanto más serio y
ordenado, aunque también salpicado de sátira- estilo adusto de
D. Justo Balanza, para venir a parar en la
gracia chocarrera y grosera, saltándose todo respeto humano y divino, en
aras de la predicada libertad de expresión de la que
El Madrileño hace gala hasta el
final de sus Cartas, retirándose de la palestra precisamente por
considerar que aún no ha llegado el momento de disfrutar el supremo bien
de la libertad total de expresión a que aspira el exaltado liberal que
se oculta bajo la hiriente sonrisa de Sebastián de Miñano y
Bedoya, hombre más para incluir en el periodismo político y en el
folletín romántico que en las mansas filas del costumbrismo
ligeramente satírico a que, equivocadamente, se le viene desviando por
la simple lectura de los
Lamentos.
—100→
Se da también en Miñano, como en Larra, en muy
pequeñas pero drásticas dosis, el ejercicio de la crítica,
en el que no deja títere con cabeza.
Su ataque frontal a la obra y a las personas nos lo muestra como
satírico y crítico impenitente en la reseña de la obra del
P. General de los capuchinos:
Ya habrá llegado a noticia de usted, o acaso habrá
leído, una representación que tiene por título
Observación respetuosa que hace al Rey y
a las Cortes el padre general de los Capuchinos. Es de advertir que a esta
suprema divinidad seráfica están unidos los honores y tratamiento
de grande de España, a imitación sin duda de los
apóstoles, que todos tuvieron excelencia. Yo hubiera deseado que se
fijasen con alguna claridad los límites donde acaba la obligación
del voto de obediencia en un fraile franciscano, porque, a mi entender, este
punto daría mucha luz para otras diferentes cuestiones que yo sé
que deben agitarse.
(C. M. - 2.ª, V. también
C. M. - 3.ª)
Con parecido mordiente arremete contra el folleto
Los ilustres haraganes o apología
razonada de los mayorazgos:
[...] Y aunque yo debiera estar ya bastante escarmentado de
comprar papeluchos de circunstancias, sin embargo esto de estar en verso y
parecerme por el título cosa de sátira y burleta me hizo caer en
la tentación de enviar a buscarlo. Lo abrí en efecto y lo primero
que vieron mis ojos fue una octava que le sirve de epígrafe, tomada en
aquel detestable poema de antaño llamado
El peso duro. Bien conocí, desde
luego, que quien se atreve a tomar por texto un trozo de la obra más
estúpida que han conocido los siglos no podría menos de tener los
sesos hechos suero. Efectivamente, no piense usted que hay en la tal
sátira ni siquiera una linea de desperdicio, porque tan desatinado es el
primer terceto como el último, y tan bobitonto aparece el autor en el
epígrafe como en el cuerpo de la sátira. Ignoro quién
pueda ser este desgraciado; pero sea quien fuere, desde ahora le declaro y
reconozco por el primer tonto de Europa, aunque tenga más títulos
y más diplomas que cuantos académicos hubo en la Argamasilla. Si
me queda algún rato ocioso, me entretendré un poquito en burlarme
de él; pero por de pronto incluyo a usted el fatal folleto, que le
convencerá de que todavía hay escritores capaces de competir en
lo necio con el mismo autor de
El peso duro y de la
Egilona.
(C. M. - 3.ª)
Lanza todo su veneno anticlerical contra el Arzobispo de
Valladolid, por su representación, enviada a las Cortes, relativa a que
desde luego queden sin efecto todos los decretos
y providencias tomadas hasta ahora en asuntos eclesiásticos:
Parece ser que lo que a S. E. le ha llegado al oído es el
terrible
contraste que se observa entre nuestros
antiguos reyes, que fundaban y enriquecían los monasterios, y nuestras
actuales Cortes, que
con un solo golpe de pluma los han mandado
desocupar para destinarlos a otros usos profanos. Bendita sea mil veces la boca
de este devoto prelado, que pudiendo haber disparado una
—101→
excomunión
a mata candelas con la cual se hubieran
quedado patitiesos toditos los diputados, se ha contentado con igualarlos a
Lutero y a los miembros de la
cismática asamblea de Francia...
(C. M. - 6.ª)
La violencia dialéctica, combinada con la sátira,
es el arma fuerte del terrible ataque lanzado contra la
Miscelánea (C.
M. - 8.ª).
Altamente despiadada resulta la crítica al n.º 304
de la
Miscelánea y el n.º 44 de
El Universal:
Pero me detiene para enviárselo la vergonzosa repugnancia
que siento de que ni por un instante estén mezcladas mis ideas con los
asquerosos abortos de su pluma. ¡Harta compasión me causan sus
infelices redactores, cuando los veo sujetos a su cómitre que los obliga
a combatir contra sus propios intereses!
(C. M. - 14.ª)
Se nos revela así por el propio vocabulario y por la
virulencia de su dialéctica un Miñano muy distinto del que
estamos acostumbrados a ver desde la benévola imagen del
charlatán político y
Pobrecito Holgazán, que él
mismo ha prefabricado:
Mi querido amigo: tiene usted tan poco cuidado y reserva con las
cartas que yo le escribo, que al fin y al cabo llegan a hacerse
públicas, a fuerza de correr de mano en mano, vienen a parar en las de
algunos lectores descontentadizos y malhumorados, que apenas leen algunos
períodos cuando empiezan a maldecir de ellas y de su autor.
¡Qué cosa tan insulsa y tan sin sustancia dicen algunos, y
cuánto más valiera que este mentecato se ocupara en mejorarse a
sí mismo, que no en corregir a los demás! ¡Oh, qué
exceso de bilis, dicen otros, cuán poco gracejo le ha dado Dios para
hacerla soportable! ¿Quién es este insolente, replican algunos,
que sin haber recibido misión tácita ni expresa, se atreve a
predicar contra toda especie de vicios, sin tener miramiento al lugar donde
residen, ni a las personas que los practican? ¿Pues qué, no hay
más de medir a todos por un rasero y exponer a la risa pública
hasta los hombres que están más satisfechos de su fama y de la
aceptación popular? ¿Si se pensará convertirnos este nuevo
payaso de la constitución con sus ironías forzadas, habiendo
sabido nosotros resistir a otros razonamientos que parecían verdaderas
demostraciones?
(C. M. - 9.ª)
Dejando a un lado al erudito, no nos queda más remedio
que rendirnos ante la maestría de esta trilogía de
Cartas, justamente famosas, por cuanto en
el leve período de un año su autor ha pasado del mero cuadro
dieciochesco de costumbres -del que muchos críticos no han sabido
aún separarle- al frío estilo de las
Cartas de D. Justo Balanza, no exentas
todavía de ingeniosidades y de vueltas al cuadro costumbrista, aunque
con tono más oscurantista y quevedesco ya. El predominio de las ideas y
la sistemática crítica detractora de las instituciones
tradicionales son típicos de lo que el autor califica de estilo
serio.
—102→
Finalmente, el creciente sentido del periodismo político
(no ajeno a los insultos, al «adoctrinamiento» y a la dureza del
lenguaje) engendra una sangrante «pepitoria de caricaturas
valleinclanescas» en torno al mundo político.
Paralelo desarrollo se observa en la variedad y
adecuación del lenguaje, cuyo colorido culmina en la crítica de
periódicos y folletos de autores enemigos.
El tono liberal y de exaltación ideológica de la
libertad llevan el ingenuo cuadro de costumbres de
El Pobrecito Holgazán al corrosivo y
sombrío paisaje político descrito por
El Madrileño.
Rápido aprendizaje, propio del instinto literario de
Sebastián Miñano, desconcertante y polifacético talento de
nuestro periodismo. Ni su estilo se acerca a Cervantes, como pretendió
hacernos creer el filial cariño de Ochoa, ni resulta el
«costumbrista de segunda clase» que quiso hacernos ver el P. Blanco
García, ni tampoco es el «charlatán descocado» en que
quisieron convertirle sus enemigos de
El Espectador. Más bien tenemos en
Miñano un preclaro valor del periodismo político y un exaltado
defensor de toda libertad; no sólo un apasionado y revolucionario
romántico que supo adelantarse en muchas millas al periodismo de su
época, sino además un claro precursor del mejor periodismo
satírico-político de todos los tiempos.