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Universidad de Alicante
A pesar de su enorme interés en la historia de nuestra literatura, los estudios dedicados a la evolución del género novela en el período anterior a la guerra civil son, evidentemente, escasos. Han venido apareciendo, en su mayoría, vinculados al desarrollo o al estudio de las generaciones sucesivas. El método generacional ha impuesto un punto de vista muy determinado -y, con frecuencia, interesado- orientando hacia cuestiones ideológicas las diversas realizaciones literarias. Por otro lado, ese criterio generacional produce un brusco corte en los inicios del siglo XX, cuando hace acto de presencia la vigorosa -y controvertida- generación del 98. Que comienzan nuevos tiempos es evidente; pero también lo es que, en lo que respecta al género novela, las complejas relaciones que las novedades de principios de siglo guardan con el mundo novelesco precedente nos obligan a prestar atención a las vinculaciones entre aquello que en los manuales viene convenientemente separado y encasillado como si de distintas realidades se tratara. Para el estudio de la evolución del género novela en el período amplio que se cierra con la guerra civil habría que partir, más bien, del análisis del naturalismo y de su evolución posterior; de ahí que ese período que, desde este punto de vista, debería ser estudiado, sería el comprendido entre 1880 y 1930 (ó 1936); el mismo que señala los límites temporales que acotan la realidad literaria estudiada en el presente libro.
—492→El desarrollo del género se encuentra aquí asociado al estudio del donjuanismo, entendido como discurso novelesco. Según el autor del ensayo, el donjuanismo es un hecho fundamentalmente novelesco que surge de la parodia del mito de D. Juan y de la tendencia mítica que se manifiesta en el folletín postromántico. Del contraste entre el modelo mítico y el personaje novelesco convencional se produce la ironía que lo caracterizará en adelante. Hay que distinguir, pues, el D. Juan, como mito de origen teatral, del sustantivo donjuan, utilizado para designar al personaje que, con diversos nombres propios, va a ir apareciendo en la novela de estos cincuenta años. El donjuan surge, pues, de la degradación del mito.
Ignacio-Javier López declara (págs. 11-12) seguir como modelo el método que para la picaresca establecieran Claudio Guillén y Fernando Lázaro Carreter, que atiende a considerar el género en su proceso de construcción y posterior diseminación, lo que permite explicar su génesis y su variación de un texto a otro, dentro siempre de la evolución sistemática del género novelesco. La génesis y el desarrollo del donjuanismo es un hecho que acontece en el seno del naturalismo, y el primer ejemplo es la obra de Ortega Munilla Don Juan Solo. El impulso paródico del que surge genera una reflexión sobre el género que ha de tener un amplio desarrollo, en el que juega un papel decisivo don Benito Pérez Galdós: con La desheredada -que presenta semejanzas con la novela de Ortega Munilla- profundiza en el análisis de la realidad, para después alcanzar una dimensión intertextual con La de Bringas, por las relaciones que evoca más allá del marco de la novela. Fundamental en la primera parte del ensayo es el capítulo II, cuyo centro lo constituye el estudio de las dos obras maestras, La Regenta y Fortunata y Jacinta, concebidas como un diálogo entre sus creadores. Clarín inserta su obra en el modelo genérico desarrollado por Galdós; Mesía sigue el modelo diseñado en el caso de Joaquín Pez (pág. 90), pero lo que se subraya es la degradación del personaje novelesco, pues el parecido entre Mesía y el Tenorio (el don Juan mítico) es engañoso. Galdós recogerá esto en Fortunata y Jacinta, puesto que no sólo están prácticamente ausentes las reminiscencias del personaje mítico en el novelesco Juanito Santa Cruz, sino que éste irá desapareciendo del centro de atención, dejando de interesar al escritor: el interés no recaerá ya sobre la figura del donjuan, sino sobre los efectos de sus acciones. El donjuanismo se convierte en lenguaje novelesco que posibilita una interpretación de la realidad, superando el estricto donjuanismo del personaje como centro de interés, lo que se evidencia en los casos de Miau, La incógnita, Realidad y Torquemada en el purgatorio.
En los capítulos III y IV se aborda el estudio de las realizaciones novelescas del donjuanismo durante los treinta primeros años del siglo. Frente a la perspectiva diacrónica con la que se estudia, en los dos capítulos anteriores, la evolución del género en correspondencias intertextuales, en estos se adopta un enfoque más analítico. En el capítulo III se indaga en la distancia irónica con la que el donjuanismo es reelaborado por Valle-Inclán en las Sonatas o por Baroja —493→ en El mundo es ansí, a los que se añade el caso de Felipe Trigo en Jarrapellejos, quien, más cercano a la novela anterior, hace uso de la sátira y de la caricatura. Especialmente brillante me parece el análisis de las Sonatas, cuyo protagonista, el marqués de Bradomín, presenta como novedad radical y diferenciadora un carácter sentimental y el aparecer como autor y personaje de sus memorias. La forma memorística de las Sonatas impone una sutil ironía sobre el personaje, ya que éste se preocupa por elaborarse como mito, por crear su propia leyenda, lo que es continuamente negado o contradicho por las implicaciones de sus actos. El capítulo IV, que estudia la estilización y diseminación genérica del donjuanismo se centra en el análisis de Nada menos que todo un hombre, de Miguel de Unamuno; Don Juan, de Azorín, y Tigre Juan, de Pérez de Ayala, para después aludir a la remitificación que padece el donjuanismo en las colecciones de novelas cortas, y estudiar en este contexto el caso de Zamacois (Una vida extraordinaria) y el pastiche humorístico-vanguardista de Jardiel Poncela Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, vinculado al mismo fenómeno de la novela galante o erótica.
Me parece especialmente interesante -es una apreciación personal- el análisis de la inversión mítica que Azorín lleva a cabo en su Don Juan al presentarnos al personaje «en su realización complementaria y, por tanto, en su realización completa» (págs. 190-191); la superación de lo erótico y la indagación en el tema fundamental -el conflicto entre la Justicia y la ley social- muestra la enorme capacidad de amor de don Juan hacia todo y hacia todos. Esta concepción de la novela como medio de reflexión sobre la cara oculta de la realidad vincula a Azorín con Unamuno y con Pérez de Ayala. En el caso de don Miguel se destaca su raigambre clariniana -la relación de Nada menos que todo un hombre con La Regenta es evidente- y la exploración novelesca de las complejas relaciones entre realidad e imaginación, entre lo literario y lo real. Pérez de Ayala, cuya novela -Tigre Juan- es la que presenta una mayor elaboración teórica, participa de Galdós, Clarín y Unamuno, y somete el donjuanismo a una estilización cómica y a una inversión de motivos, de manera que la reflexión sobre la doble naturaleza de lo humano se resuelve de modo contrario a Unamuno, con una armonización de contrarios, a la que contribuye el papel que el humor desempeña en la concepción ayaliana de la novela.
El ensayo, penetrante y sugestivo, al indagar en la realidad del donjuanismo, entendiéndolo como discurso novelesco, nos muestra la evolución del género, deteniéndose en el análisis de cada caso particular y en las relaciones entre ellos, con lo que se nos ofrece un excelente estudio sobre el desarrollo evolutivo de la novela española desde el naturalismo a la vanguardia.